Mis experiencias con las masturbación anal (X)
Un corto relato sobre lo que hice en el baño.
Tengo una barra de jabón metida en el culo. Son las 11 de la noche y estoy en la ducha tomando un baño de agua caliente. Ya sabía que iba a hacer esto, lo estoy planeando desde que me saqué el cabo del cepillo para el cabello de mamá. Estoy tirada de lado en el suelo de mi baño, una lluvia de agua caliente cae deliciosa sobre mi cadera y sobre mi mano que sostiene una de mis nalgas, separándola de la otra y dejando mi ano totalmente expuesto y vulnerable al ataque penetrante de la barra de jabón con la que me pongo resbalosa y espumosa. Dejo el jabón a un lado y tomo el enorme consolador, del color del chocolate oscuro, deslizo mi mano enjabonada por el glande falso y el resto de su tallo, lo tomo por sus enormes testículos de silicona y presiono la punta en el ano dilatado.
Adoro la sensación de mi cabello negro y mojado adherido a mi rostro y sus puntas adheridas a mis senos y mi espalda. El agua tibia que golpea mi cadera y mi abdomen y a veces salpica mis pezones, sensibles al tacto del agua y de mis dedos furtivos, que se escapan de mis nalgas hacia ellos para hacerme gemir como la perra pervertida que amo ser.
De vez en cuando debo sacar el gran pene falso para enjabonar mi mano e introducir mis dedos. Las partes del cuerpo donde la piel es más delicada suelen ser más sensibles al toque de mi propia carne, es por eso que el éxtasis que me generan mis propios dedos metidos en mi culo es mayor que el que me genera cualquier otro objeto. Basta con introducir tres de mis dedos hasta la segunda falange y moverlos en mi interior con un efecto de vaivén similar al que uso para estimular mi punto g cuando masturbo mi vagina, y puedo retorcerme al sentir que exploto en placer, sentir que mis entrañas no resisten el toque de mi piel, sentir que el aire de la habitación no alcanza para suplir la necesidad del ritmo de mis jadeos.
El espejo del baño se encuentra totalmente empañado, hay vapor encerrado allí, hay espuma regada en todo el piso, hay un montón de sonidos, que han salido de mi boca, suspendidos en el aire, pero esto es mi imaginación, el resto es real. Es real mi cuerpo que se retuerce entre la espuma, son reales mis piernas abiertas y mi vagina expuesta a la lluvia de agua tibia, son reales mis dedos acariciando mi clítoris y mi cabello empapado cubriéndome todo el rostro. Es absolutamente real el consolador de silicona que me invade todo el recto y cuya ventosa se agarra con fuerza al piso de cerámica.
Reboto sobre él con las piernas abiertas para que el agua tibia caiga sobre mi vagina al tiempo que la toco, la acaricio y la penetro con desespero. A veces bajo tanto en cada rebote, que el glande del dildo choca con lo más profundo de mi recto y mis nalgas chocan contra el suelo. A veces subo adrede lo suficiente para que se salga y, así, al volver a bajar se introduzca de nuevo para sentir con deleite cómo esa gran cabeza se abre paso por medio de mi ano estrecho. Continúo el procedimiento, reboto rápido y sin perder el ritmo, meto mis dedos en mi vagina y hago el movimiento de vaivén mencionado anteriormente hasta que, por fin, estallo en placer. Mis piernas tiemblan y no soy capaz de mantener la posición, debo dejarme caer sobre mis nalgas, apoyando mi espalda en la pared; siento el dildo en el fondo y duele un poquito, pero lo disfruto.
Ordeno todo y salgo del baño con las mejillas naturalmente ruborizadas y el cuerpo hirviendo. Encuentro a mi madre de frente preguntándome por qué me tardé tanto. Creo que empieza a sospechar que tengo costumbres extrañas, más después de haberme ahogado al intentar responderle e irme a mi habitación sin haberle dicho nada.