Mis experiencias con la masturbación anal (XI)

Mi relato más largo hasta el momento. En él cuento cómo me di un corto paseo a través de la ciudad subida en el placer que solo las vibraciones que cierto artefacto me han podido brindar.

En mi país ha cesado considerablemente la alarma por la situación de turno y con ello, a todos los seres humanos nos queda preguntarnos mucho acerca de nuestras vidas y nuestra forma de vivirlas. Nos hemos visto obligados a alejarnos de un sinfín de actividades, lugares y personas frecuentes que pensamos que no íbamos a extrañar nunca, precisamente por su constancia en la perfección de nuestro tiempo.

Como todo el mundo, supongo, hace poco he empezado a extrañar a mis amigos, seres que siempre consideré como sencillos especímenes que llegan a nuestro círculo social como simple añadidura. Tres de ellos son chicas que viven juntas y Andrés, quien es una especie de sueño para casi cualquier mujer heterosexual, incluso para mí, en todos los sentidos, aunque me da la impresión de ser gay, las visita constantemente.

Así que ayer, estando en mi cama boca abajo, subí mi pequeña falda, tomé un frasquito de aceite para bebé, atrapé un poco de contenido con mis dedos y lo apliqué sobre mi ano suave, delicado, dilatado, delicioso. Hacía pequeños círculos a su alrededor esparciendo el aceite, imaginaba la sombra oscura que lo rodea y, mordiéndome los labios, frotaba con mis dedos cubiertos de aceite, aquellos indicios de autosatisfacción anal. Usé los dedos de mi mano izquierda para acariciar la parte externa del agujero mientras que introducía el dedo medio de mi mano derecha.

Lentamente introducía la yema de mi dedo, lo movía un poco como si en ella llevara impregnado el origen del placer. Como si el olor tierno de aquel aceite dilatara mis cavidades. Me pasaban corrientazos por toda mi zona pélvica, sentía destellos eléctricos que me pringaban el clítoris y en uno de ellos cerré las piernas con fuerza, sintiendo así la humedad que brotaba de mi cuerpo.

Mi dedo entraba y salía cada vez un poco más, mi mano izquierda ya se encontraba empapada de aceite, así que la deslizaba por mis blancas nalgas tersas por el ejercicio de la mañana. Sacaba el dedo y ahí, tendida boca abajo sobre mi cama, con la falda levantada y las nalgas lubricadas, las tomaba con mis manos, las apretaba fuerte y de vez en cuando las palmeaba imaginando el tono rojizo que pronto adquirirían. Juntaba mis palmas como si quisiera recitar una oración directa desde el alma, pero no, en el momento me poseía un demonio y me encantaba, no quería rezarle a nadie. Las junté para poner ambos pulgares sobre mi ano; empecé a separar mis manos poco a poco deslizando cada una hacia el exterior de mis caderas.

Tomé el buttplug , lo pasé por mi vagina húmeda, redibujando la línea entre mis nalgas; lo hice varias veces para lubricarlo bien y, después de poner la punta en la salida trasera de mi cuerpo, que hace años ha servido más como entrada, empujé suavemente, cerrando los ojos y haciéndome enteramente consciente de que un objeto me penetra el culo. Siempre es mucho más placentero cuando recuerdas que convencionalmente, aquel agujero está ahí para algo muy diferente de la masturbación.

Mi vagina palpitaba. Justo en ese momento, mis ojos cerrados y mi respiración adormecida me hicieron más sensible. Notaba el ligero temblor de mis muslos, la humedad que se deslizaba por los labios de mi vagina, mi clítoris palpitante, mis labios y mis dientes apretados. El buttplug yacía en mi interior. Con mucho morbo hice de nuevo lo que había hecho antes al juntar mis manos, claro, esta vez no podía juntarlas, pero las deslicé desde el interior hasta los extremos de mis caderas, hasta los extremos de mi éxtasis. Podía sentir el pálpito de mis esfínteres y su pugna crítica entre expulsar el objeto extraño (que ya no era tan extraño porque parecía parte de mi cuerpo desde que lo introduje por primera en mi ano, aquella tarde en el baño de un centro comercial) y tragárselo completo. Esta era su primera reacción, los esfínteres se apretan y, dependiendo de si la parte más guesa del objeto yace antes o después de ellos, este es absorbido o expulsado.

En este caso era aborbido y, gracias a la base que no permite que se pierda en el interior de mis entrañas, el recto intenta expulsarlo, es entonces cuando, en contra de la voluntad de mi cuerpo, hice presión con mi mano, obligándolo a aceptar lo que le había regalado. Basta jugar con él un rato para que al final sea aceptado y permanezca allí, donde debería estar siempre.

Este fue solo el preámbulo. Después de un rato de juego delicioso, lubricado, desenfrenado, contuve un poco la exagerada lascivia que me inundaba, me puse una tanga de hilo y un jean apretado, salí a la calle sentándome en el asiento acolchado pero firme y duro de mi moto, la encendí y tan solo las vibraciones del motor en ralentí hacían que sintiera el culo a reventar. Di un acelerón discreto y ohhhhh , Dios mío , una de mis vecinas, asomada en la ventana de su casa me miraba extrañada. Tanto mi cuerpo como mi moto bajaron sus revoluciones, quedando al ralentí de nuevo y yo pude cambiar la expresión de placer de mi rostro para sonreír y saludar a la anciana chismosa que nunca se aparta de esa ventana.

Con la mirada de vuelta en el medidor de revoluciones de mi moto, la aceleré hasta las 5 mil y en mi mente se hizo un silencio total. Pasados unos 4 segundos encontré en mi mirada el paisaje que dibuja la tarde al oeste de mi ciudad, un pajarito gorjeaba parado sobre el cableado eléctrico y había niños jugando en la cancha de baloncesto que hay en la esquina. El canto del ave, los gritos de los niños y los colores fríos de aquel atardecer de invierno se fueron haciendo más claros mientras el motor se serenaba y las vibraciones en mi culo se hacían más lentas. La sensación fue orgásmica.

Me puse el casco, puse la primera marcha y arranqué despacio. Las vibraciones eran diferentes. De inmediato recordé a una chica que vi en un video en la web, iba de pasajera en la moto de un hombre, tenía un dildo sujetado en el asiento trasero y ella lo cabalgaba mientras el hombre aceleraba. Esta vez era muy distinto, pero lo recordé. Crucé toda la ciudad en mi moto, acelerando a fondo de vez en cuando en las avenidas. Creo que no lo he mencionado, iba a visitar a mis amigas y no tuve en cuenta que al llegar allí, tendría la entrepierna muy húmeda, así que entré, y justo luego de lo protocolario, me metí al baño. No solo húmeda, mi entrepierna estaba completamente devorada por un calor que pronto inundó todo el baño. El tenue aroma de mis fluidos se impregnaba en las paredes, aún sentía levemente las vibraciones del asiento. Como cuando viajas mucho tiempo por carretera destapada y al terminar extrañas el movimiento brusco de tu cuerpo sobre el asiento.

No hace falta entrar en detalles. Allí con mis amigas estuve hablando sobre lo que tanto se habla en todo el mundo, sobre nuestros proyectos, nuestros pasatiempos, etc. Nos tomamos unas cuantas cervezas y estuvimos fumándonos unos cuantos cigarrillos. Es una linda costumbre que surgió entre Camila y yo desde que nos visitamos una a la otra esporádicamente.

No creo exagerar al decir que todos los seres humanos mayores de edad y conscientes de sus actos tienen muy claro que el humo del cigarrillo es perjudicial para la salud. Camila y yo lo encontramos placentero ("fumar es un placer genial, sensual", precioso y amado tango) al calor del café y una buena charla entre amigas. También debo agregar que la masturbación anal siempre es diferente mientras se fuma. Placebo o no, pareciera que al fumar el ano se dilata un poco más, ya que todo el sistema digestivo se ve afectado por la nicotina, haciendo, en ocasiones, inevitables las ganas de ir al baño, y en otras, más placentera la masturbación.

La charla continuaba, se hacía de noche, los cigarrillos se consumían y con ellos se encendían mis ganas de volver a casa, ya que mi adorado agujero se dilataba y se apretaba constantemente con el ritmo del movimiento de mi culo sobre la silla y del humo entrando y saliendo por mi boca. De vez en cuando acercaba mi mano izquierda a mi entrepierna para sentir el calor sofocante en mi vagina y extrañaba mi habitación.

La noche ya había caído y volvía a casa. Volvía a sentír el impresionante éxtasis del motor de mi moto. En cada semáforo bajaban las revoluciones, pero con ese suave vibrar mi sangre viajaba un poco más rápido por todo mi cuerpo. En cada semáforo sentía el corazón en la garganta. Daba acelerones a fondo y los demás conductores me miraban con desconcierto. Llegué a casa por fin . Me metí en mi habitación a toda velocidad, le di la espalda al espejo, bajé el jean lentamente hasta el extremo inferior de mis nalgas e hice presión hacia arriba. Se veían enormes, pero era una ilusión. Toda la carne de mi culo levantada por la presión de la pretina del pantalón que manipulaba con mis manos me hacía sentir sexy. Separé mis nalgas con las manos y vi el extremo del buttplug asomado. El rededor de mi ano ligeramente rojo y húmedo por el aceite. Empecé a ejercer presión en mis esfínteres con mi propia voluntad, sin usar mis manos y luego los relajaba respirando con calma. En el espejo podía ver las contracciones.

Cada tanto recuerdo mis primeras experiencias, las que he relatado en esta plataforma y siento el intenso deseo de vivir todo esto de nuevo como si fuera la primera vez. Quisiera que mi culo fuera virgen otra vez, me encantaría sorprenderme de nuevo por todo lo que he visto en internet que se puede hacer con el ano, quisiera volver a ser aquella niña bajo las cobijas descubriendo los placeres de la masturbación anal y volver a empezar. Es una sensación de morbo muy diferente, aunque deliciosa siempre.

Así como había visto en tantos videos, ahora quería sacar el objeto y ver en el espejo las dilataciones de mi agujero. Lo expulsé lentamente hasta que la parte más gruesa pasó por mis esfínteres, entonces dejé que cayera sobre la sábana que ya tenía lista en el suelo para la acción, y me quedé mirando fijamente las contracciones de mi ano en el espejo. Me descubrí jadeando y respirando como si hubiera corrido 3 kilómetros. Me tiré sobre la sábana, alcancé mi dildo y el aceite de bebé. Todos estos objetos los guardo en uno de los cajones de mi mesita de noche.

Metí el dildo en mi boca, pasé mi lengua por toda su envergadura. Nunca me canso de medir su diámetro con mis labios, haciéndome una idea de todo lo que me voy a meter en el culo. Lubriqué el enorme glande de la verga falsa y esparcí el aceite por todo el tallo hasta la base de los testículos, también enormes. Lo acerqué a mi vagina y la acaricié con esa gran cabeza. Sentí un deseo irrefrenable de meterlo allí antes y lo hice. Acariciaba mi clítoris con los dedos de mi mano izquierda mientras introducía el dildo en mi cavidad. Sentí las contracciones de ambos, mi culo y mi vagina palpitando de éxtasis mientras el clítoris se me llenaba de sangre. Quería venirme en ese preciso instante, así que aumenté el ritmo de mi mano izquierda y empecé el vaivén imparable de mi mano derecha.

Tomé el espejo y lo apoyé contra la pared y allí tumbada boca arriba con las piernas abiertas, miraba cómo me penetraba rápidamente. Humedecía en exceso, la sábana estaba empapada y descubrí dos de mis dedos en el ano mientras movía el dildo en mi vagina. Ahhh, mmmm, ooh, ohhh, oh, oh oh, mmm, aaaahhhh, síi, Dios, qué rico, mmmm, ahhhmm . Mordía mis labios inconscientemente mientras gemía. El calor que se me escapaba entre los dientes rozaba mis senos, mis pezones rígidos se hicieron más sensibles que de costumbre. Mmmmm, ohmmmm, ohh, ohmmmmmmm, mmmmm, mmmmm, ahhhh . Resoplaba intensamente hasta que sentí la imperiosa necesidad de sacar el dildo y tras él se escapó un chorro de mis propios fluidos. Urgué mi vagina con la mano, no podía gritar, así que toda mi habitación fue un colchón para mis gemidos ahogados, temblorosos y nerviosos.

Me retorcía sobre mis fluidos, me puse de lado, subí mi rodilla derecha a la altura de mi abdomen y estiré la otra pierna. Tomé el consolador y lo clavé en mi culo. No tenía que hacerlo lento, se me fue hasta el fondo y sentí los testículos falsos rozando mi vagina, lo retiré completamente y repetí el proceso. Afuera, adentro, afuera, adentro, mmm, Dios mío , afuera, adentro. No lo retiré más y empecé a meterlo y sacarlo hasta que el glande se abría paso por mi esfínter interno, recuerdo que en ese momento susurré esto se siente demasiado rico, ufff, Dios mío, qué delicia . Alcancé la caja de cigarrillos que había tirado al suelo antes de tirarme yo, cogí el cenicero y lo puse cerca de mi cabeza. Empecé a mover el dildo más rápido, con movimientos más cortos, absorbía el humo del filtro como si intentara chupar una bebida espesa por un pitillo delgado.

El humo me invadía los pulmones y sentía al instante unas ganas de expulsar el dildo, como si quisiera ir al baño con urgencia, fue entonces cuando, en contra de mis instintos, introduje con más fuerza y velocidad aquel objeto. Me subí a la cama. De rodillas en el borde de mi cama, con el culo al aire, me penetraba intensamente mientras fumaba. La ceniza empezó a caer sobre el tendido, ya no me importaba (dos orgasmos después noté unas pequeñas quemaduras en la tela). Cuando volví a ser consciente del cigarrillo ya se estaba quemando el filtro y me había quemado un poco los labios, lo tiré al cenicero y encendí otro. Disminuí el ritmo, fumé tranquilamente y del mismo modo me penetraba el culo. Me volví a tirar de lado sobre la sábana, estiré ambas piernas, haciendo que sea más difícil el acceso (los esfínteres se apretan) y forcé la entrada del dildo nuevamente. Otra vez dibujaba una línea con el dildo adentro, insertaba y extraía toda su longitud sin llegar a sacarlo totalmente.

Cualquier chica tímida que sienta temor ante esta experiencia debe tener por seguro que, siguiendo las medidas básicas adecuadas, podrá tener la certeza de gozar como nunca. Combinar los placeres de la vagina y el ano, acariciar tu cuerpo sumergida en tus propios fluidos, aceites, el humo del cigarrillo y tus gemidos libres o ahogados, hará que explotes en un éxtasis impresionante. Eso sí, corres el riesgo de convertirte en una desquiciada como yo, pero vale la pena ser esta perra enferma que he sido hace años.