Mis experiencias con la masturbación anal (VIII)
Mi segundo encuentro con Diana. Un comentario muy "trivial" hace que explote de deseo
Son las nueve de la noche, los miércoles a esta hora se desarrolla la clase de Literatura del Renacimiento. "Don Quijote no estaba loco, de tanto leer no se le secó el cerebro, creó un modelo de mundo diferente, todos lo hacemos. Él consiguió sustituir el mundo real por su propio modelo y halló en él la felicidad". Así de atrevida era Diana, logró renombrar la locura de Don Quijote como felicidad y confundirnos a todos. Incluso el anciano Rodrigo esbozó un gesto de sorpresa interesante. Al parecer tomó la hipótesis de Diana en consideración. Me irritó un poco su comentario y más aun su sonrisa de triunfo y lucidez al callarse. Me irritó sobremanera después de que todos la miraban con asombro. Asombro por pensar que había dicho una idiotez o una genialidad. Los labios de mi vagina flotaban en mi propia humedad mientras me invadía la ira. Había logrado llamar la atención de todos. Hoy acepto sin problemas que me controlaba la envidia, ya que a mí no se me ocurrió una manera tan elocuente de negar lo que ella dijo. Estaba excitada porque sentí un deseo irrefrenable de castigarla como más adoraba hacerlo.
Cerré los ojos un momento para tranquilizarme y terminé imaginando su culo levantado, expuesto al aire, sus rodillas separadas sobre el colchón, el hilo de su calzón puesto de lado sobre su nalga derecha, mi boca llena de lubricante con sabor a canela que escupía al término de su espina dorsal para esparcir por el resto de todo su trasero con las caricias de mi nariz, de mis labios, mi lengua, mis mejillas, mi frente, mi barbilla. Mi lengua viajaba por su vagina mientras la mía sentía el tacto de mis dedos, suavemente deslizaba mi lengua por sus labios y el sabor de la canela se mezclaba con su gusto a sexo, a humedad del infierno. Extiendo mi mano desde mi vagina a la suya y la empapo con sus fluidos, el lubricante y mi saliva. Vuelvo a mi cuerpo acariciando la parte más baja de mi espalda y y avanzo a mi orificio. Lo humedezco y sigo de largo hasta mi vagina, meto un dedo, exploto en éxtasis. Debo aclarar que ya no relato mi fantasía en clase. Sin darme mucha cuenta el resto de la jornada culminó, no recuerdo eso ni el viaje de la universidad hasta su cama y no me interesa mucho recordarlo.
Pude ver de reojo, en el espejo de la puerta de su armario, su cara apretada contra el colchón, sus párpados medio cerrados y las líneas blancas que asomaban tras ellos, sus labios escondidos entre sus dientes y su mano derecha amasando uno de sus senos. Me puse como loca, recordé lo que dijo en clase y empecé a morder sus nalgas con una fuerza bastante considerable. Luego vi la imagen borrosa de su sonrisa descarada, separé mi cara de su trasero y empecé a nalguearla. Ella arqueaba su espalda y yo aprovechaba para lamerla de abajo hasta arriba. Luego bajaba de nuevo y lamía su ano. Caí en cuenta de que era la primera vez que lamía uno. Obviamente mi pudor había quedado hacía muchos años difuminado en el ambiente de un café internet o en el baño de mi casa. Mi ano se apretaba, mis nalgas se apretaban, mis piernas se estrujaban una contra la otra y mi vagina rebosaba ese líquido al que a veces idealizo como la materialización de la alegría femenina.
Basada en esto, se puede decir que Diana y yo teníamos la cama inundada de alegría. Por fin, en medio de todas estas olas salvajes de éxtasis desmedido, mi dedo índice encontró su camino ano adentro. Mis ojos miraban fijamente el espejo en busca de la expresión de su rostro sin poder hallar nada más que su cabello castaño esparcido sobre un edredón, no obstante, pude ver sus manos agarradas de las sábanas, apretando con fuerza. Quise decirle que si no lo disfrutaba, lo dejaría así, no quería incomodarla. Luego recordé una vez más su sonrisa y empecé a introducir un dedo más. Un "despacio" salió como una exhalación desde su pecho. Obedecí, lo hice lentamente, pero en la presión que ejercía se notaba la fuerza contenida con la que quise penetrarla. Una sensación doble de triunfo se adueñaba de mí, me gustaba sentir que dominaba el momento, ya que la vez pasada fue todo lo contrario; por otro lado, los dedos húmedos dilatando sus esfínteres generaban un sonido jugoso que me volvía loca. Me hallé inhalando y exhalando como un animal rabioso. Era como una gata que ronroneaba de placer, me faltaba el aire, el oxígeno que invadía la habitación no bastaba para auxiliar el ritmo de mi difícil respiración. Estiré mi mano izquierda hasta el borde de la cama en busca de mi bolso, en cuyo interior estaba mi plug , lo lamí con desespero, lo introduje en mi boca bañándolo en saliva, entonces lo acerqué a mi vagina palpitante, mezclé la saliva con mis fluidos de alegría y lo clavé directo en mi culo sintiendo un placer desmedido. Mi boca entreabierta pronunciaba una o casi inaudible al principio y, poco a poco, fue convirtiéndose en un gemido liberado desde mis entrañas, como si en la medida en que el objeto se introducía en mí el volumen de mi voz fuera en aumento. Descubrí los dedos de Diana acariciando su clítoris con mucha dedicación mientras con la otra mano buscaba mi cabeza para apretarla contra su culo. Me encataba sentir mi nariz haciendo presión allí, como pugnando por ingresar, entonces intenté introducir un poco mi lengua y dibujar círculos con la punta en su interior.
Muy en contra de mis deseos, me detuve. Entendí que ella no estaba preparada para avanzar un poco más y quería que su primera experiencia anal conmigo fuera tan agradable como para que me rogase cada tanto que la estimulara a mi manera. Por lo tanto, de momento me "limité" a estirar sus piernas hacia atrás, dejándola tirada boca abajo sobre su cama húmeda, la nalgueé un par de veces e introduje dos de mis dedos en su vagina, encontré su punto más álgido de placer y lo estimulé mientras mi ano se apretaba al rededor del plug , se relajaba y se apretaba constantemente. Mi otra mano acariciaba mis pezones y, sin dejar de estimular el interior de su vagina, empecé a morder una de sus nalgas. Se liberó de mi dominio, logró ponerse boca arriba, me puse a horcajadas sobre su pubis, ella apretaba mis piernas con sus manos delicadas, yo movía mi cadera sobre la parte baja de su abdomen, besaba sus labios con locura y me deplazaba hacia su cuello. Con su mano derecha tomó el extremo del plug que permanecía en el exterior e inició un movimiento de vaivén que, combinado con el movimiento de mis caderas y las caricias de su abdomen en mi vagina, hizo que mi mente y mi cuerpo explotasen en un orgasmo inconcebible para mí misma. Mis dientes expuestos como los de un animal salvaje, mis párpados apretados, mi ceño fruncido, mi cabello enredado en el sudor que se esparcía por la piel ruborizada de mi rostro. De pronto, mis fluidos sobre el cuerpo de Diana, mi boca y mis ojos abiertos en extremo. Me encontraba mirando el cielorraso de su habitación, estrangulando su cuello con ambas manos, pero consciente de no hacerle mucho daño. Mi boca abierta pero en silencio y, finalmente el gemido más excitante, prolongado y potente que ha salido de mis extrañas. Solo tengo que recordar estos momentos para sentir mis piernas entumecidas, mi clítoris hirviendo y mi calzón empapado. Me genera mucho placer describir estos momentos de mi vida. Pero ninguno de ustedes puede imaginar el éxtasis que experimento en mi cama luego de hacerlo.