Mis experiencias con la masturbación anal (VI)
Sobre la tarde en que caminé por la ciudad con un tapón anal entre las nalgas
La anterior es la experiencia que mejor recuerdo. Quizás por ser la primera vez que metía un objeto en mi culo, porque lloré de dolor, porque mi vagina bombeaba a chorros, porque me dolía sentarme a lo largo de casi una semana. Fue algo increíble y, a pesar del dolor que pronto fue puro placer, es la aventura más memorable que he tenido conmigo misma.
Deseosa de dar el siguiente paso, seguí jugando con el recipiente de desodorante por un tiempo. Entre cada masturbación pasaban dos o tres días cuando mucho. Empecé a llevar el desodorante a la escuela y, cuando la clase me aburría, con permiso de los profes iba al baño, lo salivaba y lo metía allí. Otras veces, justo antes de salir de casa en la mañana, ponía mucha vaselina en mi culo que me encantaba sentir lubricando el interior de la raja de las nalgas cuando caminaba o cuando, estando en el baño, metía mi mano bajo la falda, apartando las bragas para deslizar mis dedos por allí sin penetrarlo. Sacaba la mano, olía mis dedos y utilizaba un poco de papel para limpiarlos. Cuando llegaba a casa comía poco, con mi vagina, mis nalgas y mi ano lubricados, sacaba la vieja sábana, iba al baño para realizar el habitual enema. No expulsaba la última carga de agua, la dejaba en mi interior llenándome el abdomen mientras mamá se iba dejándome sola.
Milésimas de segundo pasaban desde que oía cerrar la puerta principal de mi casa, "se ha ido", y corría al baño para expulsar la última carga de agua. El enema en sí genera gran satisfacción, hay un gran placer que invade el cuerpo cuando se expulsa el agua con fuerza, de hecho, es considerado una forma más de masturbación, búscalo en Wikipedia . Además, Sigmund Freud sostenía que cuando un niño, antes de los tres años de edad no controla debidamente sus esfínteres, podría tener repercusiones en su etapa adulta. Es decir que, tal vez, según esta teoría, este placer indescriptible que me obsesiona se convetiría en un síntoma de la falta del desarrollo anal durante la primera etapa de mi vida.
Había empezado a forzar la evacuación de los residuos de agua que introducía en mí, estimulándome con un objeto de forma fálica como un rotulador. Esto me hacía explotar en éxtasis. la sensación de este tipo de masturbación es similar a la penetración vaginal, muchas páginas en internet aseguran que el ano tiene más terminaciones nerviosas que la propia vagina, además al ser más apretado, la sola sensación de que algo que no pertenece al cuerpo está forzando los esfínteres genera placer.
Cuando tenía dieciseís años conocí a un chico de grado once que extrañamente me atraía en la escuela. No era el típico macho alfa que tiene a un grupo de "súbditos" que lo siguen a todas partes e intentan parecerse a él, era un chico que siempre estaba solo o con 2 compañeros a lo sumo, era un buen estudiante y leía durante el recreo. Nos conocimos durante unas semanas y nos hicimos novios. Mientras tanto seguía con mi obsesión y compartíamos buenos "encuentros sexules" muy de vez en cuando, entonces me atreví a pedirle que me lo metiera por el culo. Fue magnífico, la satisfacción de no controlar el ritmo ni la profundidad de la penetración era bastante grande, sin embargo, así como pasa con la masturbación vaginal, cuando un hombre solo piensa en su propio placer y no entiende cómo manejar el cuerpo de una mujer, el sexo nunca va a ser mejor que la autosatisfacción.
Cerca de cumplir mi mayoría de edad, con mis ahorros fui a una sex shop y compré algo que me ha acompañado en casa mientras hago actividades domésticas o tomo paseos por la ciudad, un buttplug o "tapón anal". Una vez con él en mis manos no veía la hora de estar en casa para meterlo y sostenerlo allí por varias horas. Pero quería probarlo en ese mismo instante, así que entré a los baños públicos de un centro comercial cercano, lo saqué de su empaque, en mi bolso llevaba mi tarro de vaselina, puse un poco en el objeto, lo pasé por mi culo estimulándolo y untando la vaselina en él. Puse la punta del artefacto en el orificio húmedo y suave y presioné lentamente. La punta era delgada y entraba fácil, poco a poco se iba haciendo más grueso y se sentía la diferencia de tamaño que obliga al orificio a hacerse más y más grande. Finalmente la parte más gruesa, de unos tres centímetros de diámetro pasó el segundo esfínter y el resto se deslizó perdiéndose en la oscuridad de mi recto. Tocaba la base que permanecía afuera para evitar vergüenzas en la sala de emergencias, la movía en círculos y sentía el resto del objeto en el interior chocando con las paredes rectales. Lo extraje y lo introduje varias veces, sentía cómo se iba haciendo increíblemente más fácil entrar y salir. Finalmente lo dejé allí, subí mis bragas y el jean , limpié mis dedos y me fui caminando a dar una vuelta por la ciudad.
El paseo duró poco, el objeto se salía cada rato, lo metía de nuevo con disimulo, pero al cabo de unos minutos, a veces segundos, se salía otra vez. Fui a casa con mi nueva adquisición nadando entre mis bragas y mis nalgas pues desistí de la lucha por mantenerlo adentro. Llegué un poco decepcionada, pero se me ocurrió muy pronto cambiarme las bragas. Me puse unas de hilo, perfectas para la ocasión. El hilo no permitía que se saliera, me miré en el espejo, me veía tan sexy, una pequeñísima barriguita en mi abdomen que nunca he quemado con el deporte y no haré porque me gusta como se ve. Mis nalgas separadas por la pieza de hilo recién puesta y en el fondo la base del buttplug asomándose como la simple punta del iceberg que esconde el resto de su inmensa longitud dentro de mis entrañas. No me quería quedar con las ganas, había dejado de avisar a mamá los lugares a los que iba y las razonas por las que lo hacía, costumbres que se pierden en la adolescencia, me puse el pantalón, me despedí y salí con una sonrisa de alegría pícara en mi rostro, una expresión de complicidad excitante. Caminé por unas dos horas por la ciudad. Me ponía más excitada aun el hecho de que me encontraba entre muchas personas que recorren las calles diariamente, pero nadie se imaginaba que yo iba con un objeto estimulante metido en el culo. Sentía que los fluidos de mi vagina inundaban mis braguitas diminutas. Fui a un café lleno de personas y me tomé una malteada fría que hervía al contacto con mis labios porque mi cuerpo ahora tenía la temperatura del pavimento en verano.
Cuando volví a casa tomé el espejo de mi habitación, lo apoyé contra la pared, me subí a la cama poniéndome sobre mi espalda, subiendo las piernas y abriendo las nalgas, pasé horas probando diferentes poses frente al espejo, de lado tirada en el suelo, en cuatro, parada, en cuclillas; sacando y metiendo el buttplug , expulsándolo con fuerza, sacándolo muy lentamente, lo volvía a meter hasta la parte más gruesa, miraba el espejo y después, apretando el ano, me lo tragaba. Susurraba agradecimientos a mi madre por haberse ido a buscar café aquella noche cuando tenía solo 8 años. Agradecía al cielo por mi inocencia, ya que gracias a ella, equivocadamente, se me metió en la cabeza que las chicas de la pantalla se divertían con su culo y no, como era naturalmente, con su vagina.