Mis dos amantes desconocidos

La aventura de un viaje en autobús de una estudiante universitaria y dos desconocidos.

Aquel día, como siempre, llegaba tarde a la universidad y salía de mi edificio cuando vi que el autobús giraba la esquina, así que me tocó correr para poder alcanzarlo. Cuando me subí al autobús vi un sitio libre en la última fila de asientos, fui hasta allí y me senté junto a la ventana. Como dos paradas más adelante subió al autobús un hombre regordete de unos sesenta años con una barriga prominente y pelo blanco y pobre que ocupó el asiento que estaba a mi lado.

Cuatro paradas más y el autobús ya estaba atestado de gente. Para entonces ya me había dado cuenta de que el hombre sentado junto a mi no perdía de vista mi escote. Tengo un buen cuerpo y sobretodo mis pechos siempre han llamado la atención de los hombres, así que he aprendido a sacarle partido y suelo llevar grandes escotes. Ese día no llevaba un atuendo especialmente atrevido, sólo una camiseta básica blanca de licra de tirantes y una falda corta con algo de vuelo para soportar el calor de agosto en la ciudad, pero la carrera para alcanzar el autobús me había hecho sudar hasta mojar la camiseta y el contraste con el aire acondicionado del autobús había hecho que mis pezones se erizaran y destacasen en mi delantera, así que no me extrañó que el hombre se deleitara mirando mis tetas.

Al llegar a la carretera interurbana que separa mi pueblo de la ciudad el autobús ganó velocidad y mi acompañante se sujetó al asidero del asiento de delante para mantener el equilibrio.  De pronto el autobús alcanzó un bache que me hizo saltar del asiento y noté como mi pezón derecho rozaba el brazo de mi acompañante ligeramente. Lejos de retirarse, éste abrió más los brazos para facilitar que se repitiese el acercamiento, que no se hizo esperar mucho. El resultado fue que mis pezones, uno por el roce y otro por simpatía, se pusieron aún más duros, empujando la tela de mi camiseta como pidiendo a gritos una caricia. Al observar que no decía ni hacía nada el viejo se animó y se cruzó de brazos, abriendo su mano derecha y situándola estratégicamente para que mi pezón fuese a parar entre sus dedos en el siguiente bache, pero en esta ocasión lo pellizcó evitando que volviese a su lugar y provocándome un cosquilleo entre las piernas. Ya con mi pezón en su mano descaradamente comenzó a masajearlo y estirarlo mientras veía como mi respiración era cada vez más agitada. Siempre he tenido mucha sensibilidad en los pezones y ese viejo verde me estaba poniendo a mil, así que cuando bajó su otra mano para meterla por debajo de mi falda mi voluntad ya no era suficiente como para pararlo y mis piernas se abrieron de par en par. El viejo empezó a acariciarme el clítoris por encima de mis braguitas húmedas suavemente y sabiendo lo que hacía. Apretaba cada vez un poco más la cabeza de mi clítoris, que por momentos se inflamaba más. De pronto no pude evitar soltar un gemido... no muy alto, pero fue suficiente para que el ocupante del asiento de delante, un chico más o menos de mi edad, entre 18 y 20, se girase a espiar lo que sucedía por el espacio que quedaba entre los dos asientos. Yo pensé que el viejo se apartaría al ver que teníamos público, pero nada de eso, en su lugar esto le animó más todavía y no dudó en apartar mis braguitas para continuar tocándome directamente. A cada momento que pasaba perdía más el control, me estaba poniendo cachondísima ver la cara boquiabierta del chico observando como el viejo me masturbaba. Empezó a meterme dos de sus gordos dedos en mi coño. Empujaba hasta lo más hondo, doblándolos y retorciéndolos en busca de mi punto G y yo creía que iba a explotar del placer. Soltó mi pezón para bajarse las bermudas y sacarse un rabo gordo y tieso lleno de venas que me dejó alucinada. Las venas en los antebrazos de un hombre siempre me han puesto cachonda, no digamos en su polla. Estaba rebosante, suplicando por una mano o una boca que le ayudase a bajar la hinchazón, así que la cogí entre mis manos y comencé a pajearla arriba y abajo sin descanso al ritmo de esos dedos que entraban y salían de mi coño y me apretaban en lo más hondo para estimular mi núcleo del placer. Entonces el viejo sacó sus dedos de mi interior, se acercó a mi oído y me dijo: <>. No necesité más instrucciones. Agaché mi cabeza tragándome toda su polla hasta el fondo y sorbiendo con todas mis fuerzas. El hombre comenzó a moverme la cabeza tirando de mi coleta de forma que, literalmente, me follaba la boca a su antojo. Comenzó a gemir y yo me esforcé por no correrme del subidón de ver el efecto que tenía sobre él. Le comí la polla como no lo había hecho nunca, con ansias, como una muerta de hambre, hasta que escuché un ronco sonido y sentí en mi paladar el chorro de su semen.

Después de tragármelo todo, levante la cabeza y le miré suplicándole que devolviese sus dedos a mi coñito y no se hizo esperar. Para entonces nuestro mirón se estaba cascando una paja de impresión a nuestra salud y los ojos se le salían de las órbitas mirando mi coño mientras mi viejo me daba placer, así que decidí darle un empujoncito, me toqué el coño recogiendo un poco de mi flujo y le llevé la mano a la boca para dejar que me chupara los dedos mientras le miraba con cara de puta y me mordía el labio inferior. El viejo no pudo más que reírse ante mi comportamiento y miró al chaval haciéndole un gesto que le invitaba a unirse a la fiesta. El chico no tardó ni 10 segundos en cambiarse al asiento en el que yo estaba, de modo que el viejo y yo nos movimos un asiento a la derecha para dejarme entre ambos. A partir de ese momento no soy consciente de lo que ocurrió a nuestro alrededor, yo sólo pensaba en placer y en sexo. El viejo agachó mi cabeza para obligarme a comerme la polla del chaval, que no dudó en metérmela hasta la garganta con todas sus fuerzas. Respondí moviendo mi lengua a lo largo de su rabo mientras me la tragaba entera, así que el chico no tardó más de un minuto en empezar a gemir como un loco. Mientras tanto, mi viejo no dejaba de meterme sus dedos mientras con el pulgar de la otra mano restregaba mi clítoris como no puede hacerlo ningún vibrador de los que he probado, de un lado a otro y en un movimiento contínuo y firme que me estaba llevando a lo más alto a una velocidad increíble. Comencé a manosear los huevos del chico, que ya estaba a punto de correrse y me preparé para tragarme mi segunda dosis de lefa del día. En pocos minutos el chico emitió un sonido sordo y se corrió mientras le temblaba todo el cuerpo.

Me incorporé, cansada por el esfuerzo y preguntándome si todo había acabado aquí, pero nada de eso... Mi viejito, ya tenía su tranca preparada para el asalto final, así que me cogió, obligándome a sentarme sobre él a horcajadas y me clavó su polla hasta las entrañas. Al principio, y a pesar de lo cachonda que estaba, me dolió por el tamaño y por la brusquedad del enviste pero al segundo ya estaba disfrutando de un placer indescriptible. El chico, no queriendo quedarse fuera de la juerga, comenzó a acariciarme el clítoris y a comerme las tetas, poniendo su granito de arena en mi montaña del placer. Yo no quería que aquello acabase nunca. Me volví loca, no paraba de decir: <> Y aquello parecía gustar al señor porque cada vez me follaba más fuerte y más duro. Pero justo cuando pensaba que se iba a correr, el viejo paró y se giró hacia el joven para indicarle algo. No entendí muy bien lo que pasaba hasta que noté como algo apretaba mi culito intentando asaltarlo. Nunca antes había conseguido hacerlo, a pesar de que lo había intentado en alguna ocasión pero el dolor siempre me había hecho parar. Sin embargo, el chico fue poco a poco metiendo su polla mientras el viejo, con su polla en mi coño metida hasta dentro me balanceaba suavemente, de modo que el placer que me proporcionaba uno compensaba con creces el dolor que me infringía el otro. Así estuvimos unos minutos hasta que el chico tuvo toda su verga metida en mi culito y empezó a moverse siguiendo el ritmo que le marcaba el viejo. Poco a poco el dolor se fue transformando en placer. La membrana que separaba mis dos orificios debía ser muy fina porque hasta yo notaba como se rozaban a través de ella sus rabos. Me follaron durante no sé cuánto tiempo, cada vez más rápido, y perdí la cuenta de los orgasmos que tuve, hasta que el viejo se corrió, llenándome de su leche espesa, y su sacudida le dio el último azote necesario al rabo del chico para que este también alcanzase el clímax. Las escupidas de leche en mi interior me llevaron a un último y vibrante orgasmo que me dejó extenuada y que no olvidaré jamás.

Cuando volví a la realidad el autobús estaba casi vacío, sólo había una señora en el asiento justo detrás del conductor, que nos miraba de una manera inquisitiva, pero me dio igual, aquella fue la mejor experiencia sexual de mi vida. Me despedí de mis dos amantes, me recompuse lo mejor que pude y bajé en la siguiente parada, ya muy lejos de aquella en la que debería haberme parado... ese día no iba a llegar a clase.