Mis cuñados

Una noche de copa y dos machos sedientos de mí.

Mis cuñados

Todo empezó hace poco más de un mes, cuando mis cuñados Luis y Marcelo llegaron de visita luego de una reunión de ganaderos. Desde que los conocí, vi la diferencia entre mi esposo y ellos.

Mi marido es muy fino y tierno en su manera de ser y ellos, por el contrario, son rudos, malhablados y demasiado francos. Sin embargo, debo confesar que aunque no son precisamente guapos, tienen algo que no tiene mi esposo, son viriles y miran de una manera que la hacen sentir a una desnuda. Pocas veces vienen a la ciudad, así que trato de atenderlos bien, pero esta vez ellos fueron los que me sorprendieron

Esa noche llegaron sin avisar, así que ni siquiera me pude cambiar la bata de satén que me pongo para dormir, así que solo me puse una gabardina encima. Mi marido les preguntó si querían cenar y ellos contestaron que si pero para no dar molestias, nos invitaban a salir a un restaurante. Aceptamos aunque estábamos bastante cansados.

Mi esposo nos llevó a un lugar cercano a nuestra casa. Al regresar mi marido sacó una botella del mejor brandy; y como buenos rancheros, mis cuñados eran de buen beber. Quise disculparme e irme a dormir pero por supuesto, no me lo permitieron

Las copas circularon y yo estaba preocupada pues mi esposo trabajaba al otro día. Cerca de las dos de la mañana todos estábamos bastante alegres y el cansancio desapareció. Yo estaba muy divertida oyendo las ocurrencias de Luis y Marcelo. Y al igual que otras veces, comenzaron a hacerle comentarios a su hermano acerca de mí, eso me gustaba… Finalmente y aunque muy a su manera, eran elogios. Yo estaba acostumbrada a oír cosas así.

Ay hermanito, si hubiera encontrado una mujer como la tuya, me olvido del rancho… -

¿Y cómo le haces para estar tan seguro de que no te pone los cuernos?... -, mi marido nada más sonreía y no decía nada.

A pesar de que hacía frío, ellos vestían sus camisas de algodón que dejaban entrever unos pectorales acostumbrados al trabajo rudo, sus grandes brazos fuertes y velludos contrastaban con los delgados y finos de mi marido; sus rostros estaban curtidos por el sol y junto a mi marido se veían imponentes… Después de varias copas mi esposo, poco acostumbrado a beber, yacía en un sillón completamente dormido y roncando. De pronto se pusieron tensos y Luis me dejó perpleja cuando me dijo con descaro.

Entonces que cuñadita, ¿de verdad no le pones la cornamenta a mi hermano?... –

¿Cómo crees cuñado?, y mejor cállate porque a lo mejor te está oyendo… -

A este no lo despierta ni un bombazo... –

Ambos se rieron a carcajadas como para comprobar lo que decían, mi marido ni siquiera se movió. Empecé a ponerme nerviosa y cachonda, ellos eran hombres acostumbrados a mandar y nunca los había visto tan raros. Traté de levantarme para ir a mi habitación pero me detuvieron.

No te enojes cuñadita, estoy bromeando. Pero si lo miras con buenos ojos, mi hermano esta tan borracho que no oiría nada, ¿verdad tu?... -, dijo Luis mirando a Marcelo.

De verdad cuña… -, contestó, - podrías hacer una pachanga si quisieras y él, seguiría dormidote… -, sus últimas palabras traían una intención muy extraña.

Marcelo se puso de pie y se me acercó, lo vi mucho más grande de lo que en realidad era. Puso una mano en mi hombro y me dijo en voz baja.

Si no quieres, pues ni modo, cuñada, pero no te pedimos mucho… Mira, solo déjanos ver tus calzones, ¿va?... –

Su petición me dejó sin habla. Traté de escabullirme pero me detuvo de un brazo… -

No seas malita, es solo un juego… -

Miré a Luis pero sus ojos estaban posados en mis piernas. Mil cosas pasaron por mi cabeza, pensé que estaban demasiado borrachos… Además, nadie había sido tan directo nunca conmigo. Estaba nerviosa pero por alguna razón, la situación me parecía cachonda. Luis me miró a los ojos y dijo sin vacilar.

No te cuesta nada cuñada, te prometo que después nos vamos a dormir tranquilitos… -

Los miré a cada uno tratando de ocultar la excitación que empezaba a apoderarse de mí

¿Cómo creen?… Son mis cuñados… -

¿Y qué?... Cuñadita, tienes una nalgas, que para que te digo más si ya los sabes… -

Además, algún día mi esposo se puede llegar a enterar… -

¡Epa!... Nos podrán acusar de una y mil cosas, pero nunca de maricas o chismosos… -

¿Prometen, que esto quedaría entre nosotros?... -, dije no muy segura de que eran mis palabras.

Ellos parecieron encantados

Vamos cuña, danos ese gusto… -

¿Una miradita nada más?... –

¡Claro que si, cuña!... –

Caminé hacia el sofá que estaba justo frente a la mesa del comedor, donde estaban instalados. Me senté y lentamente abrí la gabardina. La bata azul se moldeó a mis piernas y el roce de la tela con mis senos hizo que mis pezones se endurecieran automáticamente. Me miraban como si nunca hubieran visto a una hembra radiante de sensualidad. Sus caras de tontos me ayudaron a relajarme y pensé para mis adentros: «Así que quieren ver algo, pues lo van a ver… »

Comencé a separar las piernas lentamente, casi podía oír sus respiraciones. Dejé caer la gabardina, como al descuido pasé la mano por mis senos; sentí mis pezones hinchados y deseosos de ser succionados, y eso me hizo estremecer. Comencé a levantar la bata, acaricié mis muslos y los miré de reojo. Parecían niños asustados, sin embargo, pronto comenzaron a sobreponerse; sus miradas de machos volvieron a aflorar. Abrí más los muslos y les dejé ver que no traía pantaleta, resaltando mis vellitos ensortijados. Vi cuando Luis puso su mano sobre el bulto que amenazaba con explotar entre sus piernas pero no me di cuenta en que momento, Marcelo había sacado su erecto animal.

Eso me hizo olvidar el pacto que habíamos hecho. En ese momento supe que no podría detenerme. Metí mi mano derecha entre mis piernas y comencé a acariciar mi conchita mientras la izquierda subía y bajaba por mis pechos. Había olvidado por completo a mi esposo… En ese momento solo era una hembra en celo esperando el momento en que esos dos machos se decidieran a hacer lo suyo y me montaran. Y cuando estaba a punto de pedir a gritos que dejaran de verme y tomaran las riendas, Luis pareció adivinar mis pensamientos; se levantó y vino hacia mí. Se paró a mi lado y comencé a abrir la bragueta de su pantalón. Ante mis ansiosos ojos apareció su enorme verga.

Sin mayor demora, comencé a mamársela sedienta de sexo. Él agarró mi cabeza y me obligó a tragarla toda. Marcelo se acercó e hizo lo mismo. Con un tolete en cada mano comencé a alternar mis caricias. Mi excitación era incontrolable en ese momento, quizá por el hecho de que nunca había tenido dos vergas en mi boca; por otro lado, el tener a mi marido a la vista lo hacía más interesante

Marcelo se detuvo y me ayudó a ponerme de pie. Su actitud no permitía ninguna réplica. Deslizó por mis hombros los tirantes de mi bata, dejándola caer al piso y dejando mi cuerpo desnudo ante sus ojos. Sentí que me decoraban con su mirada. Luis caminó detrás de mí y comenzó a besar mi espalda, recorriendo palmo a palmo cada centímetro hasta llegar a mis nalgas. Sentí una fuerte nalgada y de inmediato una mano empezó a separar mis pompas, su lengua empezó a lamer entre ellos. Me agaché hacia Marcelo quien sostenía su endurecida y venosa macana en las manos. Apoyé mis manos en sus muslos y volví a mamar su tranca que parecía estar más grande aún.

La sensación era inigualable. La lengua de Luis entraba y salía de mi vagina y de mi ano a su antojo, provocándome escalofríos de placer. Después de unos minutos, abrió mis nalgas con ambas manos y comenzó a penetrarme. Cada embestida era acompañada de comentarios obscenos que hacían crecer mi lujuria.

¡Qué culote tienes mamacita!... -, decía Luis mientras me empalaba una y otra vez.

Mi hermano no sabe la clase de putota que tiene en casa… -, dijo Marcelo al tiempo que sacaba su chile de mi boca.

Yo no me atrevía a hablar pero casi me obligaron con sus preguntas.

¿Verdad que te gusta cuñadita?... ¿Verdad que te cogemos mejor que tu marido?... –

¡Si, me gusta más!... -, mis palabras salieron con algo de temor pues no sabía de lo que eran capaces, pero también lo dije porque era cierto, mi esposo jamás me había cogido con tanta determinación.

Me acosté en el piso y se me vinieron encima como machos en celo. Cada uno se apoderó de mis tetas y comenzaron a mamarlas con tanta fuerza que tuve que morder mis labios para que mis gemidos no despertaran a mi marido. Mientras tanto sus manos recorrían mis muslos y sus dedos entraban en mi cuevita que pedía a gritos más verga… Marcelo se acostó en el piso y no tardé en montarme y cabalgarlo, metiendo hasta el fondo su enorme estaca. Parado a mi lado, Luis me ofreció su fierro. Se alternaron y llegó un momento en el que estando Luis en el piso y yo encima de él, dijo:

Esta cabrona quiere algo más duro… -

Ni lo digas, se ve que es bien puta y le rete-encanta la verga… -

Paty, ¿quieres sentir las dos vergas a mismo tiempo?... -, no entendí a que se refería así que solo moví la cabeza afirmativamente.

Marcelo pasó detrás y comenzó a expandir mi culo con los dedos. Después de un momento, un dolor me los clavó en mi fundillo pero en vez de pedir que lo sacara, le supliqué que me diera más duro. Me volvió a nalguear y siguió expandiendo mi culito, que si bien había probado la verga de mi marido, no estaba preparado para alojar semejante garrotes de carne

¡Así papito, no pares!... -, me vino un orgasmo como nunca antes. Me sentí en ese momento como una gran puta.

No sé cuánto tiempo estuvimos cambiando de posiciones, sentí sus vergas en cada uno de mis orificios. Me llamaron puta, perra, cabrona cogelona, y no sé cuantas veces les dije que si, que me gustaba más como me cogían ellos que mi marido. Me obligaron a mamar sus vergas hasta que se vinieron en mi boca. Me hicieron prometerles que cada vez que vinieran a la ciudad, me tendrían a su disposición

Casi amanecía cuando se fueron a la recámara de huéspedes y yo me metí a la ducha. Cerca de las diez de la mañana me levanté y fui a la sala. Mi esposo despertó y por su actitud supe que no se había enterado de nada. Llamó a la oficina y fue a darse una ducha. Mientras tanto me dirigí a la cocina y preparé un suculento desayuno. Sentados a la mesa, mis cuñados, mi esposo y yo platicamos como si nada. Él se disculpó por haberse quedado dormido y mis cuñados y yo cruzamos una mirada de complicidad.

Ellos debían salir al mediodía así que nos despedimos pero en una oportunidad aprovecharon para invitarnos al rancho. Aceptamos por supuesto y por mi mente pasó la idea de que la invitación era especialmente para mí

Paty

la_hembra@yahoo.com