Mis cuernos crecen sin parar (capítulos 15 y 16)

Miguel se encuentra en una situación cada vez más tensa con su estudiante mientras Laura aprende lo que es ser de verdad la puta de Carlos.

Diculpen la tardanza, esto del coronavirus nos está afetando a todos, de una forma u otra. Gracias por la paciencia y los mensajes de ánimo.

Cap tulo 15***

Estar allí, de pie, con los pantalones y los calzoncillos bajados frente a una estudiante, era lo más humillante que me había pasado en la vida. ¿Qué quería decir Carolina con pasarlo bien? ¿No pretendería ir más allá? Respiré hondo y saqué lo poco de dignidad que me quedaba a reducir. Me subí los calzoncillos y los pantalones e intenté razonar con Carolina.

Miguel: Carolina, ya está. ¿Contenta? Es algo privado entre mi novia y yo y no me parece bien lo que estás haciendo.

Carolina: Mire profe, primero llámeme Caro, ya se lo he dicho. Segundo, me gusta usted desde que estuve en su primera clase el año pasado. Cuando escuché a mi padre contarle lo de su aparato de castidad a mi madre, pensé que una oportunidad como ésta no podía dejarla pasar.

Miguel: Carolina…Caro, me halaga que te guste, pero venir a mi oficina a amenazarme y humillarme no es la forma. Por favor, abre la puerta y márchate.

Carolina: Profe, ni usted ni yo queremos problemas. Lo siento por amenazarlo, era la única manera de comprobar si era cierto lo que decía mi padre. Sé que esos aparatos se los ponen a los hombres cuyas parejas tiene sexo con otros. ¿me equivoco?

Miguel: Caro, eso es algo personal. Por favor, sal de mi oficina.

Carolina: Por muy personal que sea no me parece justo que un profesor tan bueno lleve eso. Y con tan bueno me refiero a que es el mejor profesor que he tenido y a que está bueno. Le propongo un trato. Si usted me deja ver de cerca ese aparato para comprobar una cosa, le prometo que, si usted quiere, yo me voy de su oficina y no vuelvo a hablar del tema nunca más.

Aquellas palabras de Carolina me hicieron ver una salida a todo aquello. Es verdad que Carolina siempre había sido una estudiante muy directa y se vestía siempre con ropa ajustada, pero nunca me había parecido una mala estudiante y mucho menos una mala persona. De ahí mi sorpresa con lo que estaba sucediendo. Quizá fuera verdad y le gustara mucho, si bien era muy raro que cualquier estudiante confesara su atracción por un profesor o profesora, era bastante común que algunos estudiantes sintieran atracción por su profesor o profesora. Había leído algo al respecto sobre la atracción por una figura de autoridad o la sapio atracción, donde una persona se siente atraída por otra con mayores conocimientos. De cualquier modo, aquello podía ser el fin de la situación tan comprometida en la que me encontraba, así que decidí acceder a su curiosidad y poner fin a aquello de una vez por todas.

Miguel: Está bien, lo miras y te vas.

Carolina: Gracias profe, no se va a arrepentir.

Con una gran sonrisa de victoria, se levantó de la silla, cogió un pequeño estuche de su mochila y se dirigió hasta donde estaba. Yo, nuevamente con vergüenza, me levanté y me bajé la ropa de nuevo. Al llegar frente a mí, se arrodilló con su cara frente al aparato de castidad. Tener a una chica atractiva arrodillada frente a tu polla era la fantasía de muchos hombres, pero yo, en aquellos momentos, solo quería que todo acabara. Me sorprendí al ver que sacaba dos especies de ganzúas del estuche.

Miguel: ¿Qué haces?

Carolina: Luchar por la libertad profe, ja, ja, ja.

Con una habilidad sorprendente y en unos pocos segundos, Carolina, mi estudiante, una persona con la que solo había hablado de literatura, comunicaciones o globalización en contadas ocasiones, acababa de abrir el candado del aparato que encerraba mi polla.

Sacó todo el aparato, lo dejó caer al suelo y empezó a masajear mi polla y mis huevos. El tacto de sus manos en mis genitales hizo que me olvidara por un momento de todo lo que rodeaba la situación. Me empecé a calentar y antes de que se me pusiera dura, intenté parar aquello. En el mismo momento en que abría la boca para pedir que se detuviera, Carolina abría la suya y se metía toda mi polla en su boca. Me quedé petrificado, sin moverme, no entendiendo qué cojones había pasado en los últimos 30 minutos. ¡La estudiante más atractiva de una de mis clases me la estaba chupando en la oficina! No podía créelo, pero la sensación de su boca en mi polla era demasiado deliciosa como para parar aquello ahora. Estaba caliente y ya no me importaba nada, solo quería que siguiera chupándola, que siguiera con ese baile a tres maravilloso entre mi polla, sus labios y su lengua. Instintivamente, puse mi mano sobre su cabeza y la presioné suavemente para que se metiera mi polla más profundamente en su boca. Lejos de rechazarlo, Carolina parecía estar disfrutando con todo aquello. Cuando más dura lo tenía, Carolina se apartó de mi polla, me miró sonriente, se sacó las bragas, se subió la falda y se sentó en mi escritorio.

Carolina: Creo que es su turno profe.

Se tendió en el escritorio y abrió sus piernas dejando al descubierto un precioso coño con el vello recién recortado. Yo, ya estaba tan caliente, que el pensamiento racional era algo tan alejado de aquella oficina, que ni siquiera se podía intuir que existiera. Me senté en mi silla, la acerqué al escritorio y metí mi cabeza entre sus piernas. Empecé a lamerle el coño con ganas, desesperado por ponerla caliente para que quisiera follar allí mismo. Después de un par de minutos lamiéndola, con la polla todavía dura por la mamada y cuando ya tenía la esperanza de poder follármela, se escuchó un golpe brusco en el techo de mi oficina. Probablemente sería algo que se le caería a alguien en la planta de arriba, pero fue suficiente como para darnos un susto de infarto. Yo retiré rápidamente mi cabeza de entre las piernas de Carolina mientras ella se levantaba como un resorte sobre mi escritorio. Se bajó del escritorio, arregló su falda y se agachó a recoger sus bragas del suelo. Se levantó con las bragas en la mano y se las metió en el bolsillo al mismo tiempo que yo terminaba de subirme los calzoncillos y pantalones.

Carolina: ¡Menudo susto profe! (dijo ya sonriente después del susto inicial y mientras me abrochaba el pantalón).

Miguel: Sí, una putada, te hubiera follado ahora mismo. (dije sin tener ningún filtro)

En aquel momento, me daba ya igual todo, Una estudiante me la había chupado en la oficina y yo le había comido el coño, era estúpido hacerse el tonto ahora. Recogí las partes del aparato que estaban por el suelo y las metí en uno de los cajones de mi escritorio.

Carolina: ¡Tranquilo profe! ¿Quién le ha dicho que iba a dejarlo que me follara? Prefiero tenerlo así de caliente, para que me recuerde. (dijo guiñando el ojo)

Miguel: Mira Caro, deja ya los jueguecitos. Nos divertimos los dos y espero que no hables de esto nunca.

Carolina: Primero, gracias por lo de Caro, profe. Me hace feliz que me llame así. Segundo, ¿ha leído usted mi composición?

¿Su composición? En esos momentos en lo que menos estaba pensando es en la tarea de los estudiantes, pero no me fue difícil acordarme de su composición, después de haber estado analizándola tanto tiempo en casa. Me paré unos segundos a recordar lo que había escrito exactamente, pero Carolina me sacó rápidamente de mis pensamientos.

Carolina: Si la ha leído habrá visto que hablaba de usted, que lo admiro, desde la primera clase que tomé con usted y que jamás lo hubiese denunciado por nada. Pero me alegro de que se asustara y me obedeciera, porque los dos hemos pasado un buen rato, ¿no es así? (dijo sonriente)

Miguel: Pues sí, pero no me gusta que me amenacen Caro.

Carolina: Ya le he dicho que lo siento profe. De todas formas, ya sabe que si hace lo que le pido usted también se lleva recompensa.

Intenté pensar las cosas más racionalmente, si es que eso era posible en aquella situación. Poco a poco volvía a la realidad del momento y había que acabar con aquello.

Miguel: Caro, ya hice lo que pediste y lo pasamos bien como dices, pero ya está, esto no se puede repetir.

Carolina se quedó con por unos segundos con un rostro, mezcla de extrañeza y pensativo. Se metió la mano en el bolsillo de la falda y sacó sus bragas.

Carolina: ¿Seguro que no quiere volver a jugar? Hace un momento que dijo que estaba deseando follarme.

Miguel: Caro, tengo novia y este jueguecito me puede costar el trabajo.

Carolina: Sí, una novia que deja encerrado algo tan precioso como eso. (dijo señalando al bulto de mi pantalón). ¿Mientras ella se folla a otros? Mire profe, puede que solo tenga 22 años, pero sé perfectamente de qué va lo del aparato de castidad. Lo mire por donde lo mire es totalmente injusto. Creo en las relaciones abiertas y si su novia folla con otros, ¿por qué no va a poder usted follar con otras mujeres?

Miguel: Caro, eso es algo personal y tú eres una estudiante no cualquier mujer. No es ético.

Carolina: ¡Ay profe! De verdad, que es usted un poquito inocentón. Somos dos adultos y en cuanto se acabe el semestre dejo de ser su estudiante. ¡Anda! Deje de poner escusas a lo que sabe que desea. Lo veo en clase, pero aquí le dejó un regalito para que se lo piense.

Me lanzó sus bragas encima del escritorio, abrió la puerta de mi oficina y se fue sin mirar atrás. Me senté en mi silla y me quedé quieto, callado, sin entender todavía qué había pasado y sobre todo cómo había pasado. Por una parte, me sentía avergonzado por lo que había pasado, era poco ético a nivel profesional y le estaba siendo infiel a Laura. No obstante, me sentía de cierto modo halagado por el hecho que una mujer como Carolina se sintiera atraída por mí hasta el punto de admirarme. Era un festín para mi ego que la vergüenza apenas conseguía tapar.

Mientras estaba perdido en estos pensamientos contradictorios, como casi todo en la vida, escuché la puerta principal del edificio abrirse. Ya estaban empezando a llegar profesores a sus oficinas. Miré las bragas de Carolina que todavía estaban encima del escritorio y, como un rayo, me apresuré a cogerlas y guardarlas en el mismo cajón donde había puesto el aparato de castidad.

Encendí el ordenador e intenté centrarme en preparar las clases que me faltaban. Era imposible, por mucho que una persona quisiera aislarse de una situación así de estresante, la realidad siempre te da una bofetada que te deja marcada la cara por unas horas. Abrí el cajón del escritorio y miré las bragas de Carolina junto a las piezas del aparato de castidad. Parecía la portada de una novela erótica de los años 80. Me quedé un rato mirando esa portada, como si necesitara ese recordatorio de lo que acababa de ocurrir. El saludo de un profesor al pasar por la puerta de mi oficina me sobresaltó y di un pequeño salto en la silla mientras cerraba el cajón de golpe. Contesté como pude y agradecí enormemente que pasara de largo y no se diera cuenta de mi reacción. Volví a poner mi atención en la pantalla del ordenador, si mirar a una pantalla fijamente sin leer absolutamente nada de lo que tienes delante se puede considerar poner atención. Mi cerebro estaba en otras cosas y no podía importarle menos la información que los ojos le transmitían. Mi cerebro se había encerrado en su pequeño cuarto de análisis y resolución de eventos recientemente ocurridos y lo que quedaba expuesto de mí al mundo en ese momento, era mi cuerpo descerebrado como maniquí de tienda.

Pensé en Laura, en cómo afrontar lo que había ocurrido. Si bien es cierto que ya habíamos hablado muchas veces de acostarnos con otras personas, la verdad es que, por una cosa u otra habíamos acabado con Laura acostándose con otros mientras yo esperaba en casa a que regresara y me contara. Obviamente, no creía que Laura fuera a molestarse porque quisiera acostarme con otras, pero tendría que hablarlo antes y lo que había pasado, había pasado a sus espaldas. Tendría que hablar con ella y decirle que yo también quería acostarme con otra para, de alguna forma, quitar gravedad a lo que había pasado en mi oficina minutos antes. No es que tuviera ninguna intención de volver a hacer nada de eso con Carolina o ninguna otra estudiante, pero que haría sentirme mejor saber que tenía la aprobación de Laura. Estos pensamientos me relajaron bastante y mi conciencia volvió a la oficina. Terminé como pude de preparar algo bastante cutre para las clases, cerré la puerta de mi oficina y subí a mi aula.

Laura llegó al trabajo temprano, entró al edificio donde se encontraban las oficinas de la empresa y saludó a los guardas de seguridad y a la recepcionista de la entrada principal. En los últimos años la compañía dónde trabajaba Laura había experimentado un gran aumento en ventas y clientes con la adquisición de varias pequeñas empresas alrededor del mundo. De tener una pequeña oficina en un barrio de clase media a sus comienzos, pasaron a ocupar toda una planta en uno de los mejores edificios del centro de la ciudad. Mostró su identificación al guarda del pasillo que da a los ascensores y subió hasta la planta donde estaba su oficina. La recepcionista de la empresa todavía no había llegado, así que se dirigió directamente a su oficina. Pasó por delante del despacho de Carlos y se puso nerviosa. Sabía que Carlos probablemente todavía no había llegado, pero ver esa puerta, le trajo a la memoria los recuerdos de todo el juego que se trajo con Miguel para provocar y excitar a Carlos, y cómo había acabado aquello. Se apresuró a llegar a su oficina, se sentó en la silla e intentó tranquilizarse. “Todo va a ser normal, así que no hay por qué ponerse nerviosa Laura” se dijo a sí misma. Encendió su ordenador, sacó su móvil del bolso y puso el bolso en una esquina de su extenso escritorio. Mientras el ordenador reiniciaba todo para estar listo, Laura decidió mirar las noticias en su móvil. Encendió el móvil y antes siquiera de poder abrir la aplicación del periódico, vio que tenía dos mensajes de Carlos. Se le aceleró el corazón al instante, miró a su alrededor nerviosa, esperando ver allí a Carlos, pero no se veía ni a Carlos ni a ninguna otra persona a esas horas. Se levantó de la silla y se dirigió a la ventana dejando el móvil en el escritorio como si fuese un instrumento peligroso que le fuese a estallar si se quedaba cerca de él. Miró por la ventana a los edificios del centro y a gente empezando el día moviéndose de un lado para otro. Se quedó un rato pensando en la monotonía de aquellas vidas que veía caminar, en la suerte que había tenido al encontrar a Miguel que le había abierto la puerta a nuevas y excitantes experiencias. No importaba lo que pasara con Carlos, siempre habría la posibilidad de tener nuevas experiencias con Miguel a su lado. Ya más tranquila, pero sabiendo que se estaba mintiendo a sí misma sobe la importancia de lo de Carlos, volvió al escritorio y se sentó. Respiró profundamente como la que va a abrir una correspondencia importante sin saber si el contenido de ella va a ser muy bueno o malo, y abrió los mensajes.

Carlos: ¡Buenos días puta! Me alegro de que recapacitaras. No obstante, te negaste a hacerlo al principio y eso requiere un castigo. Podemos hablar de eso más tarde cuando llegue a la oficina. Por cierto, buena foto de tus tetas. Estoy deseando poder jugar con ellas cuando recibas lo que pediste. Espero que lo pidieras por correo exprés, no me gusta esperar.

Carlos: Con respecto a lo de la llave, la verdad ya me imaginaba algo así, solo quería que me lo confirmaras. De todas formas, no me creo que sea un jueguecito inocente. Creo que Miguel sí sabía que ibas a salir conmigo y que follamos. Te lo preguntaré en persona y sabes lo que odio que me mientan. Mientras tanto quiero que vayas hoy al trabajo sin bragas. Nos vemos pronto puta.

Casi se le cae el móvil al escritorio de lo nerviosa que estaba mientras leía los mensajes. Se sintió aceptada, que volvía a estar a las órdenes de Carlos. Volvió a sentir esa excitación que sentía cada vez que pensaba en Carlos dominándola. Si no fuera porque la recepcionista y otros empleados ya estaban llegando a sus escritorios se hubiese masturbado allí mismo. No sabía a qué hora llegaría Carlos, pero si la pillaba con bragas tendría problemas y la castigaría, y ya tenía un castigo pendiente, así que, no quería más. Se levantó y se dirigió a los baños. Al pasar por delante de los empleados que acababan de llegar vio de reojo cómo la miraban, con esa cara de deseo y al mismo tiempo de reprobación por la ropa que llevaba puesta. En realidad, lo que les molestaba, era no poder follársela. No tenían ningún problema con la ropa que vestía, al contrario, les encantaba que se vistiera así, pero como buenos machistas que todavía existen en muchos lugares de nuestro país, si se viste provocativa y no quiere tener sexo conmigo, es una puta.

Llegó al baño de la oficina, se encerró en uno de los inodoros y se quitó las bragas como le había ordenado Carlos. Las puso en su bolso y salió del baño. En la vuelta a la oficina se sintió desnuda, avergonzada. A vista de los empleados y la mirada de desaprobación de la recepcionista, no había cambiado nada, pero Laura era consciente de que, por primera vez en su vida, no llevaba bragas en su trabajo. Se sintió la puta que los empleados decían a escondidas que era desde que empezó a vestirse provocativa. Llegó de vuelta a su oficina y metió las bragas en su bolso. Era una puta sí, pero la puta del jefe. Sonrió al darse cuenta lo gracioso que era pensar con orgullo ser puta. Cogió el móvil y escribió a Carlos:

Laura: Gracias jefe por darme una segunda oportunidad. Por supuesto, no llevaré bragas al trabajo. Soy suya .

Envió el mensaje y se puso a trabajar. Una cosa era ser la puta de su jefe en el trabajo y otra muy distinta no trabajar. Sabía que, si no cumplía con su trabajo, Carlos acabaría el juego y volvería a la normalidad por el bien de la empresa. Se concentró en todo lo que tenía pendiente y en pocos minutos ya estaba concentrada en su trabajo.

Carlos llegó a la oficina un par de horas después. Desde que tenía que quedarse tarde para las conferencias con las sucursales en diferentes países de Latinoamérica llegaba más tarde a la oficina. Saludó a la recepcionista y a algunos empleados y se metió directamente en su oficina. Laura escuchó los saludos desde su oficina y se puso tontamente nerviosa. Después de un par de minutos de eterna espera a ver si entraba en su oficina, se dio cuenta que ya estaría en su oficina trabajando y que no iba a ir a verla por el momento. Se sintió un poco decepcionada, pero volvió a concentrarse en su trabajo. Tenerlo tan cerca, a un corto pasillo de distancia no hacía fácil enfocarse en las tareas que le quedaban pendientes por hacer. Unas tres horas más tarde sonó el teléfono de su oficina. Era Carlos.

Laura: Sí jefe, ¿en qué puedo ayudarle?

Carlos: Necesito el informe anual de ventas de la oficina de Colombia.

Laura: Enseguida se lo envío a su correo electrónico.

Carlos: No, quiero que imprimas una copia y la traigas a mi oficina.

Laura: Claro que sí jefe. En seguida se la llevó.

Colgó el teléfono y sintió su corazón latiendo con fuerza. Normalmente mandaba a su asistente a hacer las copias de los informes, pero Carlos dijo “quiero que imprimas” y sonaba a orden que Laura estaba encantada de cumplir. Imprimió el informe en la impresora de su oficina y se dirigió rápidamente a la oficina de Carlos. Llamó a la puerta y entró al escuchar a Carlos decir “pase”. La oficina de Carlos era diferente a todas las demás en la empresa. Las ventanas desde donde se podía ver la ciudad estaban tintadas por motivos de seguridad. El escritorio de Carlos estaba cerca del ventanal y la pantalla de su ordenador daba de frente a él. Cualquiera que tuviera un pequeño telescopio o una muy buena cámara fotográfica podría ver informacional confidencial a gran distancia. La puerta de su oficina no tenía ventanas al igual que tampoco tenía panales de vidrio como pared. La decoración de su oficina al gusto de Carlos también resaltaba con el aspecto sobrio del resto de la empresa. Cuando se entraba a la oficina de Carlos, daba la sensación de que se dejaba atrás la empresa, lo comunitario y que uno estaba en los dominios privados de Carlos.

Laura: Buenos días jefe. (dijo mientras cerraba la puerta a sus espaldas)

Carlos: Buenos días puta. Trae el informe.

Laura se acercó al escritorio de Carlos, le entregó el informe y se sentó en una de las dos sillas que había frente a él como había hecho miles de veces anteriormente.

Carlos: ¿Quién ha dicho que puedes sentarte? Eso es para los empleados y tú eres mi puta.

Laura: Lo siento mucho jefe. No volverá a ocurrir. (dijo levantándose como un resorte de la silla y con la cara roja de vergüenza)

Carlos: Mucho mejor. Ven aquí a mi lado y me explicas las cifras del último trimestre del año.

Laura se acercó a Carlos y empezó a explicarle el retroceso en ventas que había ocurrido en el último trimestre en Colombia. Mientras Laura hablaba, Carlos metía su mano debajo de la falda de Laura y apretaba su culo. Un par de minutos más tarde los dedos de Carlos acariciaban el coño ya húmedo de Laura. Estaba tan mojada que Carlos no tuvo que hacer mucho esfuerzo para meter un dedo hasta el fondo de su coño. La rapidez con la que metió el dedo pilló de sorpresa a Laura, que dejó de explicar el informe y lanzó un gemido al mismo tiempo que se inclinaba un poco más sobre el escritorio.

Carlos: No te he dicho que dejes de hablar. Está visto que habrá que enseñarte a obedecer como es debido. (dijo con el dedo todavía metido en el coño de Laura).

Laura: Perdón jefe, me pilló desprevenida. No volverá a ocurrir.

Carlos: Eso espero, sigue leyéndome el informe, puta.

Laura siguió explicando el informe como podía mientras Carlos seguía metiendo dedos en su coño, dos, tres hasta cuatro. La voz de Laura apenas se escuchaba, hablaba de forma entrecortada aguantando los gemidos que estaba deseando dar. Sacó los dedos del coño de Laura llenos de jugos vaginales.

Carlos: ¡Arrodíllate a mi lado!

Laura: Como usted ordene jefe (dijo sumisamente mientras se arrodillaba frente a la silla de Carlos).

Carlos: ¡Mira cómo me has dejado los dedos! ¡Límpialos con tu lengua!

Laura cogió la mano de Carlos y empezó a lamerle los dedos tragando sus propios jugos vaginales. No es que no lo hubiera probado antes, de hecho, cuando se masturbaba, muchas veces se llevaba los dedos a la boca para probar su sabor por pura curiosidad. Pero está vez era diferente, era una orden de Carlos y quería que estuviera orgulloso de ella. Se esmeró por lamerlos de forma lasciva, con la lengua por fuera recorriendo sus dedos uno por uno mientras miraba a Carlos esperando su aprobación.

Carlos: Vaya, parece que te gusta el sabor de los coños. Eres más puta de lo que pensaba, pero ya encontraremos formas de que expreses la puta que llevas dentro en todo su esplendor. ¡Levántate!

Laura: Gracias jefe, espero que esté contento. (dijo mientras se levantaba frente a él)

Carlos: Por el momento sí, pero no creas que se me olvida el castigo. Hoy te vas a quedar tarde a trabajar y como los resultados a nivel general de la empresa este mes han sido muy buenos voy a decirle a todos los empleados que pueden irse a su casa un par de horas antes. En cuanto se hayan ido todos del trabajo quiero que vengas a mi oficina inmediatamente, ¿entendido, puta?

Laura: Por supuesto jefe, como ordene usted.

Carlos: Bien, ahora sigue trabajando hasta esta tarde. Quiero que prepares todos los documentos para una auditoria en la sucursal de Colombia. Aquí tienes el código de acceso.

Escribió el código en una hoja de papel en blanco y lo dobló varias veces. A Laura le extraño que usara toda una hoja para escribir un código teniendo bloques de notas adhesivas de diferentes tamaños en su escritorio, pero tampoco le dio mucha importancia. Alargó la mano para recoger el papel que Carlos acababa de doblar, pero Carlos negó con la cabeza mirándola fijamente.

Carlos: ¡Súbete la falda y abre las piernas!

Laura, aunque no entendía muy bien lo que iba a pasar, obedeció de inmediato. Se subió la falda y abrió las piernas. Estaba nerviosa y no dejaba de mirar la puerta del despacho. Sabía que nadie osaría abrir la puerta del jefe sin llamar primero, pero si alguien, por lo que fuera, lo hiciera en ese momento, se la encontraría con la falda levantada, sin bragas enseñando el coño al jefe en su escritorio. Estaba nerviosa, pero al mismo tiempo excitada por el riesgo que la situación poseía. Cuando su mirada volvió a Carlos, éste ya estaba restregando el papel por su coño. Una vez estuvo lo suficientemente mojado, lo enrolló en forma de cigarro y se lo metió en el coño dejando una pequeña parte por fuera.

Carlos: Quiero que te lo lleves a tu oficina y no te lo saques hasta que estés sentada. ¿Entendido?

Laura: Sí jefe, como ordene.

Carlos: Ahora vete que estoy muy ocupado… y una cosa más, a partir de ahora, te vestirás como yo diga. No quiero que llames mucho la atención entre los empleados. Nos vemos esta tarde.

Laura: Por supuesto, jefe. (dijo mientras abría la puerta y salía de su oficina).

La vuelta a su propia oficina fue un calvario. Ahora no solo no tenía bragas, sino que estaba mojada con un papel dentro de su coño, rezando para que con la humedad se le pegara al coño y no se le cayera en frente de los empleados. Caminó despacio esperando no llamar mucho la atención y cuando llegó a su oficina respiró aliviada. Su corazón no paraba de latir con fuerza. Cada orden de Carlos conllevaba un asalto brutal a la tranquilidad, la hacía sentirse excitada en todo momento y eso la hacía feliz.

Se sentó frente a su escritorio y mientras miraba fijamente el panel de vidrio de su oficina para asegurarse que nadie estaba mirando en aquella dirección, metió su mano por dentro de la falda y se sacó cuidadosamente el papel de su coño. El papel estaba totalmente empapado, pero como Carlo lo había doblado varias veces, al abrirlo vio que el código podía leerse bien. Lo apuntó en una nota adhesiva y el papel de Carlos lo pasó por la trituradora de papel de su oficina. Se puso inmediatamente a trabajar para tener todo listo para Carlos, pero a los pocos minutos se dio cuenta que tenía que decirle a Miguel que llegaría tarde a casa. Podría decirle que tenía mucho trabajo en la oficina como lo había hecho multitud de veces, pero ya se sentía bastante culpable por ocultarle la verdadera relación que tenía con Carlos. Si le decía que iba a intentar volver a ligar con su jefe, probablemente le gustaría la idea. Recordó en ese momento las palabras de Carolina sobre no tener que contarle absolutamente todo a Miguel. Pensó cuidadosamente qué escribir y le mandó un mensaje.

Cap tulo 16***

Empecé mis clases un poco perdido después de lo que había pasado en mi oficina con Carolina. Mi cerebro trataba de procesar todo aquello mientras daba clases asignando actividades en grupo que no requirieran una atención permanente a toda la clase. La verdad es que ya me había acostumbrado a llevar la jaulita todos los días y no tenerla puesta ahora me daba una sensación de libertad, me sentía, en cierto sentido, desnudo. Tener a los estudiantes enfocados en su grupo me dio el tiempo necesario para acostumbrarme a caminar entre las mesas sin pensar que se me marcaba demasiado la polla en los pantalones al no tener la jaulita. De todas formas, lo que más tranquilidad me dio fue ver que Carolina no había entrado a clase. Probablemente viniera a la última clase que era otra sección del mismo curso, pero por el momento aproveché ese regalo para volver a la normalidad.

Terminé la clase con normalidad y ya bastante relajado y tranquilo la siguiente clase se me pasó volando. Ahora tocaba empezar la última clase y estaba deseando que Carolina no apareciera, pero sabía que eso no iba a pasar. Volví a ponerme un poco nervioso y salí a la fuerte a beber un poco de agua. Cuando levanté la cabeza de la fuente, me encontré de frente con la cara sonriente de Carolina. Me sobresalté un poco, pero creo que no se me notó mucho.

Carolina: Hola profe, ¿podría asistir a su clase ahora? Es que esta mañana tuve que ir al gimnasio a ducharme porque estaba un poquito acalorada y ya no llegaba a tiempo a clase. (me dijo como si fuera el comentario más inocente del mundo)

Yo no sabía dónde meterme. Miraba a los lados para ver si alguien se sorprendía de lo que Carolina me estaba diciendo, pero claro, nadie sabía nada y todos pasaban a nuestro lado sin prestar la más mínima atención. ¿Era esto lo que me quedaba de semestre? Tener a una estudiante lanzando frases con doble sentido y yo rezando para que nadie se diera cuenta. Necesitaba terminar aquel día lo más rápido posible e irme a casa a pensar tranquilamente en la situación.

Miguel: Claro, no hay problema. (dije nerviosamente)

Carolina: Gracias profe, es el mejor. (me volvió a sonreír y se dirigió a la clase)

Volví a beber agua como un intento irracional de retrasar mi entrada en clase, respiré hondo y me dispuse a terminar mi última, pero probablemente eterna, clase del día. Al entrar al aula, cerré la puerta, saludé y me puse a organizar los grupos para la actividad de debate. Carolina se había sentado en la primera fila, así que su grupo era el que estaba más cerca del escritorio. Los primeros 15 minutos Carolina parecía no prestarme mucha atención y eso me alegró. Estaba participando activamente en el grupo y yo podía respirar tranquilo. Paseé entre las mesas para escuchar el tema que cada grupo había elegido para su debate y ver si estaban usando los conectores que les había enseñado. Les hacía preguntas para hacer el debate más profundo e interesante e intentaba resolver sus dudas. Como empecé a propósito por la parte de atrás de la clase, el último grupo al que llegué era el de Carolina. Cuando me senté al lado del grupo, lo hice asegurándome que estaba a la mayor distancia posible de Carolina. Para mi sorpresa, Carolina se había erigido en la moderadora y portavoz del grupo.

Miguel: ¿Qué tal equipo? ¿Cómo va el debate?

Carolina: Bien profe, elegimos el tema del feminismo y me tocó hacer de moderadora y portavoz del grupo.

Miguel: ¡Ah qué bien! (dije fingiendo entusiasmo) ¿Tienen alguna pregunta?

Carolina: Sí, hemos hablado de los diferentes aspectos de la opresión que sufren las mujeres en la sociedad, como sueldos más bajos, puestos de menor responsabilidad y violencia de género. Nos estábamos preguntando si deberíamos incluir también como tema dentro de la violencia de género, la opresión de algunos hombres por las mujeres.

Yo sabía por donde iban lo tiros, y no estaba para nada cómodo con aquella situación. Cuanto antes contestara las preguntas, antes saldría de allí.

Miguel: Es un buen tema, pero sería mejor ceñirse al feminismo que es su tema principal.

Carolina: Sí, pero no me parece justo que hablemos de un tema sin mencionar el otro. Por ejemplo, ¿no está en la misma situación un hombre al que controle su pareja mientras ella tiene toda la libertad para hacer lo que quiera? ¿No sería justo que él también hiciera lo que deseara?

Sus compañeras asentían tímidamente al alegato de su portavoz mientras sus compañeros la apoyaban más claramente pensando inocentemente que Carolina estaba defendiéndoles frente a un tema que todavía era muy espinoso en muchos lugares del mundo. Yo sí sabía perfectamente que estaba hablando de mí, pero no podía cortar el tema bruscamente delante de todo el grupo. Opté por validar sus comentarios y terminar la discusión.

Miguel: Me parecen unos comentarios acertados y si el grupo, por mayoría, quiere añadirlo al debate, por mí no hay problemas. Están haciendo un buen trabajo, sigan así.

Sin darle tiempo a Carolina a insistir en el tema, me levanté rápidamente y me fui a otro grupo cuyo portavoz tenía la mano levantada para hacer preguntas.  Unos minutos más tarde di por concluido el debate y les entregué los formularios para que en silencio evaluaran el desempeño que habían tenido sus compañeros durante el debate. Una vez dadas las instrucciones sobre cómo rellenar el formulario, todos los estudiantes se pusieron a hacerlo. A los pocos minutos, Carolina se levantó y se acercó a mi escritorio fingiendo tener preguntas.

Carolina: Profe, necesito ayuda con esta duda. Me puede escribir la respuesta en este papel. (dijo entregándome un papel doblado y regresando a su asiento).

Me quedé extrañado. No me había hecho ninguna pregunta ni expresado ninguna duda. Cogí el papel que había dejado en el escritorio y lo abrí. Había escrito en el papel: “Profe, como me dejé las bragas en su oficina, no sé si se me nota mucho que no llevo debajo de la falda. ¿Podría decirme si se nota mucho?” Doblé el papel nerviosa e instintivamente no fuera a ser que algún estudiante se acercara y pudiera leer aquello. Miré a Carolina y en cuanto ésta se dio cuenta de que ya lo había leído, se levantó nuevamente y pasando por mi lado me dijo: “Voy a beber agua”.

Mientras se dirigía a la puerta no pude evitar mirar hacia su culo, intentar distinguir si se veía o no que no llevaba bragas. Tardé unos segundos en darme cuenta de que, con esa falda, era imposible saber si alguien llevaba o no bragas debajo. Y, probablemente, Carolina lo sabía, pero quería provocarme. ¿problema?, que lo consiguió. Una vez salió del aula recordé su coño y el delicioso sabor que tenía, lo que provocó que me empalmara de inmediato. La muy hija de puta había conseguido lo que se proponía. Cuando regresó a clase no quise ni mirarla, lo que ella tomó como una victoria, al juzgar por la sonrisa que tenía al sentarse frente a mí. Como era mucho menos que recomendado que me levantara de mi escritorio con la polla empalmada, pedí a los estudiantes que dejaran el formulario en mi escritorio y di por concluida la clase. Todos los estudiantes iban entregando sus formularios uno por uno y, como no podía ser de otra forma, Carolina se esperó para ser la última en entregarlo.

Carolina: Entonces profe, ¿se nota o no se nota?

Miguel: Caro, no debes hacer esas cosas. Te lo pido, por favor.

Carolina: ¿El qué? ¿Pedir ayuda al profe? Usted siempre ha dicho que le preguntemos todas nuestras dudas.

Miguel: Eres imposible Caro. No. No se nota. (dije después de mirar que todos habían salido ya de la clase).

Carolina: Ve, no era tan difícil. Gracias por mirarme el culo profe (dijo guiñándome el ojo). Seguro que a usted sí se le nota. Piense en lo que le dije esta mañana. Prometo no volver a molestarlo esta semana. (y salió del aula).

Me quedé un momento sentado en el escritorio pensando en todo lo ocurrido. Estaba más tranquilo después de que Carolina dijera que no iba a molestar en toda la semana, pero seguía pensando en lo incómodo de la situación, en tener a una estudiante hablándome de aquella manera. En casa, ya más tranquilo seguro que encontraría una solución a todo esto. Me di cuenta de que ya no estaba empalmado, así que me levanté y me fui a mi oficina.

Entré en mi oficina y me senté a pensar en todo lo que había ocurrido ese día con Carolina. Era totalmente surrealista, algo que jamás hubiese pensado que me podría ocurrir.  Había tenido sexo oral con una estudiante en mi oficina, la hija de otro profesor, y encima sabían ambos lo de la jaulita. Si lo pusiera contar a alguien no se lo hubiese creído. Pensé en irme a casa a descansar y olvidarme de todo aquello, pero todavía me quedaba una hora de tutoría, así que, encendí el ordenador y esperé a ver si llegaban estudiantes a mi oficina.

Mientras esperaba a algún estudiante, miré el móvil. Tenía un mensaje de Laura. Me puse nervioso, me sentía culpable por lo que acababa de ocurrir, pero no tenía ninguna intención de contárselo a Laura. Había pasado una vez y no iba a volver a ocurrir.

Laura: Hola cariño. Hoy puede que me quede un poco más tarde en el trabajo. Me gustaría tontearle un poco a Carlos, a ver cómo reacciona. ¿Qué te parece? Cuando vuelva a casa te cuento todo en detalle.

Leí el mensaje y, honestamente, me sentí un poco aliviado. Si ella iba a volver a ligar con su jefe, yo no tenía por qué sentirme tan mal por lo que acababa de ocurrir. Me extrañó que no pidiera la foto diaria de la jaulita. Desde que me la puso la primera vez, siempre me había pedido una foto, pero seguro estaba más interesada en ligar con su jefe que en ver una foto de algo que ya había visto decenas de veces. Instintivamente, abrí el cajón donde estaba la jaulita y vi las bragas de Carolina encima de ella. Recordé las palabras de mi estudiante “no es justo”. La verdad es que las palabras de Carolina me afectaron más de lo que quería admitir. Necesitaba hablar con Laura y nivelar un poco las cosas, así que, le escribí para que no se quedara en la oficina hasta tarde.

Miguel: Pues, la verdad, me gustaría que te fueras a casa temprano para pasar un tiempo juntos y hablar de todo esto.

Miguel: Te espero en casa. Te amo.

En realidad, Laura había enviado aquel mensaje más para informar a Miguel de que se iba a quedar que para pedir permiso, porque no tenía ninguna intención de volver a desobedecer a su jefe. Bastante tenía con el castigo pendiente.

Escuchó el sonido de su móvil y vio los mensajes de Miguel. No sabía qué hacer. ¿Se habría dado cuenta de que le había ocultado algo con Carlos? Pensó Laura al instante. ¿De qué querría hablar? En esos momentos, lo único que pasaba por la mente de Laura era complacer a su jefe y que Miguel estuviera de acuerdo con que se quedara hasta tarde. Maldijo el no haberle mentido sobre el motivo de quedarse tarde en el trabajo. Hubiese sido mucho más fácil. Ya no tenía otra alternativa que negociar con Miguel, así que, escribió lo primero que se le ocurrió.

Laura: Cariño, podemos hablar cuando llegue. Te juro que lo único que voy a hacer es coquetearle un poco para ponerle nervioso. Es algo gracioso. Si me dejas que lo haga, te hago lo que quieras, lo que desees, te lo prometo.

Miguel miró la respuesta de Laura y se quedó pensativo. Por un lado, le molestó que Laura insistiera tanto con lo de su jefe, pero, por otro lado, le daba una oportunidad única de renegociar el acuerdo no escrito que tenían. Merecía la pena esperar a Laura y tener la ventaja de su promesa y el hecho de que llegaría después de ligar con su jefe. Era una gran ventaja negociadora que no iba a dejar escapar. Escribió un mensaje para dejar claro el compromiso y lo envió.

Miguel: No entiendo tanto interés por tu jefe, pero si te quieres quedar, no hay ningún problema. Eso sí, acepto tu promesa y no me puedes decir no a nada que te pida. ¿Trato hecho?

Laura recibió el mensaje con alivio y algo de alegría. Si, en ese momento, se hubiese puesto a pensar en todas las implicaciones de esa promesa y todo lo que Miguel podría pedirle, se habría arrepentido al instante y, asustada, hubiese vuelto a casa inmediatamente para no tener que cumplir dicha promesa. No obstante, el cerebro de Laura no estaba en esos momentos para pensar en algo más allá que no fuera la visita al despacho de su jefe por la tarde. Inconscientemente y sin saber lo que le esperaría en casa contestó a Miguel.

Laura: Muchas gracias mi vida. No te vas a arrepentir. Te veo en casa. Te amo.

Tras enviar el mensaje abrió el cajón de su escritorio y vio sus bragas en él. Sonrió y se calentó al mismo tiempo al saber que tenía vía libre para verse con su jefe esa tarde. Sabía que de algún modo tendría que decirle a Miguel que le gustaba follar con Carlos y que le gustaría seguir haciéndolo. Si no le confesaba al menos eso, se haría imposible seguirle el juego a Carlos sin que Miguel lo supiera.

La situación era bastante cómica y dramática al mismo tiempo. Ni Miguel ni Laura se imaginaban que la misma imagen, unas bragas en el cajón de sus respectivos escritorios, iba a desencadenar una serie de conversaciones y acontecimientos que ninguno de los dos preveía.

Miguel esperó a que terminara su hora de tutoría y se marchó a casa, no sin antes enconder las bragas de Carolina ente los libros que tenía en el cajón y poner las piezas de la jaulita en su mochila. Al llegar a casa, decidió abrir una cerveza y ponerse a ver una película. Laura no llegaría hasta tarde y pensaba disfrutar de su tiempo libre. En otras circunstancias se hubiese calentado, pensando en Laura ligando con su jefe, pero en aquellos momentos necesita relajarse y pensar en qué le iba a decir a Laura. Estaba nervioso, pero sabía que de esa conversación podría salir algo positivo para él.

Laura, por su parte, ya tranquila, pasó el resto del horario laboral trabajando como todos los días. Un par de horas antes del final del horario laboral normal, Laura vio como los empleados empezaban a abandonar sus puestos de trabajo y se iban a sus casas. Carlos había escrito un correo electrónico a toda la plantilla felicitándolos por su buen trabajo y dándoles un par de horas libres para que pudieran irse a sus casas temprano. Laura salió de su despacho y recorrió nerviosa las oficinas asegurándose que no quedaban empleados trabajando. Siempre había algún empleado que quería impresionar a sus jefes quedándose tarde a trabajar, pero como era víspera de puente, parece que prefirieron dejarlo para otro día. Una vez se aseguró de que todo el lugar estaba vacío y la entrada cerrada, fue a su oficina a por los documentos que quería Carlos y se dirigió posteriormente a su despacho. Respiró profundamente, llamó a la puerta y esperó a que contestara.

Carlos: ¡Pasa!

Laura: Buenas tarde jefe, le traigo toda la información que quería.

Carlos: Muchas gracias puta. Quítate toda la ropa y déjala en esa silla (dijo señalando a la silla en la que Laura se había sentado antes sin permiso de Carlos)

Laura: Lo que usted ordene jefe.

Más nerviosa de lo que esperaba, Laura se fue quitando la ropa y poniéndola cuidadosamente en la silla. No es que le importara que Carlos la viera desnuda, ya había follado antes con él y su cuerpo era a tractivo, tetas mediadas, pero bien levantadas, culo tonificado y un coño totalmente afeitado, pero el trabajo siempre había sido un lugar sagrado. Terminó de desnudarse y se quedó de pie frente a su jefe. Era consciente de que no había nadie en allí excepto Carlos y ella, pero, aun así, se sentía como si estuviera expuesta en un lugar público.

Carlos: Como ya has visto, he dado un par de horas libres a todos como recompensa por el buen trabajo. Sin embargo, contigo tengo un castigo pendiente, así que, tu buen trabajo solo servirá para que el castigo sea menos severo. Además, es el primer castigo, por lo que seré bueno esta vez.

Abrió un cajón de su escritorio y sacó unas esposas. Laura se excitó al verlas. No es que las hubiera usado nunca con Miguel, pero había fantaseado muchas veces con estar esposada mientras se la follaban.

Carlos: Ven aquí y pon las manos en la espalda puta.

Laura se dirigió obediente hacia donde estaba su jefe, se giró dándole la espalda y puso sus manos hacia atrás. Carlos se levantó de la silla, le agarró los brazos, le puso las esposas y le dio la vuelta.

Carlos: Ahora ponte de rodillas y abre la boca que me voy a follar tu boca.

Laura se arrodilló como pudo mientras Carlos la agarraba del pelo para que no se cayese hacia delante. Le encantaba chupársela a su jefe y, si ese era el castigo, iba a disfrutarlo mucho con él.

Carlos se bajó los pantalones y calzoncillos y metió su polla todavía media flácida en la boca de Laura y ésta empezó a chupársela y lamerla hasta ponérsela dura. Después de unos segundos de chupada, Carlos enrolló el pelo largo y castaño de Laura en su puño y tiró de él para meter su polla hasta el fondo de la garganta de Laura. Si bien Laura ya tenía la habilidad de meterse la polla de Miguel hasta la garganta de vez en cuando y después de acostumbrarse a metérsela poco a poco, la rapidez con la que Carlos se la metió, la pilló desprevenida y le entraron pequeñas arcadas. Empujó la cabeza hacia atrás para poder apartarse un poco y respirar. Carlos, sin soltarla del pelo, se inclinó hacia ella y le dijo:

Carlos: Las putas como tú no deciden cuando dejar de chupar, eso lo hago yo. La próxima vez que te saques la polla de la boca sin mi permiso, te puedes levantar y marcharte. No me interesa una puta desobediente.

Laura: Lo siento, jefe, me pilló de sorpresa, no volverá a ocurrir. No estoy acostumbrada a estas cosas.

Carlos: Más te vale, no me gustan las escusas. Tu boca, al igual que todo tu cuerpo es mío y yo decido qué hacer con él.

Nada más pronunciar esas palabras y sin miramientos, volvió a meterle la polla en la boca. Laura se esforzaba por aguantar los embistes de la polla de Carlos en su garganta, y cuando pensaba que iba a desmayarse por falta de oxígeno, Carlos sacaba su polla y la dejaba respirar unos segundos mientras se le caía la baba al suelo, para volver a metérsela mientras la humillaba con sus comentarios.

Carlos: Una puta tiene que obedecer siempre, si no, hay que castigarla como corresponde y me parece que, a ti, te van a caer muchos castigos hasta que aprendas tu lugar. ¿Entendido?

Laura: Ef…den…di..o, e..fe (balbuceaba con la polla en la boca).

Carlos le estaba literalmente follando su boca, ella ya no hacía nada más que dejar la boca abierta y dejarse tirar del pelo para que le ensartara su polla una y otra vez. Suerte que con los nervios de aquel día no había comido nada en absoluto, por lo que las arcadas que daba provocaban que, lo que caía al suelo cada vez que Carlos benevolentemente sacaba la polla de su boca, no fuera más que una mezcla de saliva y jugo gástrico. No hace falta decir que Laura no estaba disfrutando para nada con el castigo que su jefe le estaba aplicando en esos momentos. Se imagina unos castigos de película erótica, como unos azotes, unos pellizcos en los pezones o estar atada mientras la follan salvajemente. En su lugar, recibió un golpe de realidad. Tenía ya la cara roja por la falta de oxígeno, las arcadas y el calor que sentía en esos momentos, mientras por la nariz ya empezaban a salirle mocos transparentes. Tras un par de minutos con ese suplicio, que a Laura le pareció una eternidad, Carlos sacó la polla de su boca, se volvió a inclinar sobre ella mientras le tiraba del pelo para que levantara la cabeza y le ordeno que abriera bien la boca. Allí, sin esperárselo, Carlos escupió en el interior de su boca y le dio una bofetada que, si no estuviera sujetada del pelo, hubiese perdido el equilibrio y se hubiera caído al suelo.

Carlos: Levántate e inclínate sobre la mesa puta. (le dijo mientras la soltaba del pelo)

Laura obedeció enseguida y se puso sobre la mesa de su jefe, dejándole a la vista su hermoso culo. No es que fuera un culo tonificado de gimnasio, pero, la verdad, es que tenía un culo que resaltaba cuando llevaba algo ajustado, un poco más grande que la media.

En esos momentos Laura pensó en acabar con todo aquello, esa humillación había sido demasiado para ella. Se sentía sucia, literalmente una esclava y le estaba empezando a dar miedo. No obstante, seguía obedeciéndolo, porque en realidad deseaba que se la follara, mientras su mente se ajustaba y se decía a sí misma “mañana le digo que se termina el juego”.

Una palmada dura en su culo la sacó de sus pensamientos. Sintió como los dedos de Carlos jugaban con su coño.

Carlos: ¡Vaya, vaya! Si ya está húmeda mi puta. Parece que le gustó el castigo. Voy a tener que ser más estricto la próxima vez.

Laura se avergonzó de inmediato, ¿cómo era posible que su cuerpo la traicionara de esa manera?, no le había gustado, casi vomita, iba a acabar con aquello al día siguiente y su coño parecía no hacerle ni puñetero caso. ¡Es que va a resultar que soy una puta de verdad! Se dijo a sí misma.

Después de unos minutos con los dedos de Carlos jugando dentro de su coño como si fuera su particular patio del recreo, sintió como los sacaba de golpe y empezaba a meter su polla. Se asustó de inmediato, no lo había visto ponerse ningún condón y, a pesar de asustarle el volver a llevarle la contraria a su jefe, soltó en tono de súplica:

Laura: Jefe, por favor, el condón.

Carlos agarró a Laura del pelo y, pegando su cuerpo al de Laura, le metió la polla hasta el fondo mientras le susurraba al oído.

Carlos: Mira puta, aquí el que va a usar condón es el cornudo de tu novio y todo aquel al que te ofrezca. Así que, planea como quieras, pero contigo no voy a volver a usar un condón en la vida. ¿Entendido?

El cerebro de Laura le pedía vehementemente que saliera de allí de inmediato, pero la polla de Carlos ya estaba dentro de su coño, y se había apoderado de su sentimiento más fuerte, el deseo. Se volvió a mentir a sí misma diciéndose que por una vez no pasaba nada y que al día siguiente acabaría con aquella locura, mientras su coño gritaba, ¡fóllame! Como era de esperar sucumbió al deseo sin importarle nada más.

Laura: Sí jefe, como usted ordene.

No había ni terminado de decir la frase cuando Carlos ya se la estaba follando sin miramientos. La embestía salvajemente y cada vez que la empujaba hacia el escritorio, sus caderas se golpeaban con la madera. Para no hacerse daño, Laura se apartó un poco de la mesa y levantó el culo, lo que le daba a Carlos una posición perfecta para penetrarla hasta el fondo, que no desaprovechó. A pesar de la follada de boca, de escupirla, de abofetearla y de estamparla contra el escritorio, las embestidas de Carlos le provocaron el mayor orgasmo que había tenido en su vida. Gritó y gimió como si no hubiese un mañana. Deseaba tener esa polla en su coño todo el día, no quería estar sin ella y, muy a su pesar, se dio cuenta que había nacido para ser la puta de Carlos.

Carlos siguió penetrándola mientras le daba palmadas en el culo. A los pocos minutos, levantó a Laura del escritorio tirando de su pelo y ordenó que se arrodillase y abriese la boca. Laura, muy obediente, abrió la boca y Carlos se corrió copiosamente en ella.

Carlos: Trágatelo todo puta. Te voy a convertir en la mejor esclava puta que haya existido.

Laura se tragó la corrida de su jefe con gusto, agradeciendo el enorme orgasmo que acababa de darle. Carlos volvió a meterle la polla en su boca para que terminara de limpiársela y una vez terminada la tarea, se subió los calzoncillos y los pantalones.

Carlos: ¡Levántate! Como ves si te portas mal, recibirás su castigo correspondiente, pero si te portas bien tendrás todo el placer que has deseado en tu vida. Ahora agradece que te esté educando puta.

Laura: Muchas gracias jefe por educarme.

Carlos: Y ahora cuéntame la verdad. ¿Tú novio sabía que estabas follando conmigo el otro día?

Ya no tenía sentido ocultarlo más, se iba a dar cuenta tarde o temprano, y no quería que volviera a castigarla.

Laura: Sí, jefe, lo sabía.

Carlos: ¿Y lo tienes con un aparato de castidad?

Laura: Sí, pero solo como un juego para que se caliente más.

Carlos: ¿Para que se caliente mientras follas conmigo? ¿has follado con otros teniendo novio?

Laura: Solo con un par de amigos jefe.

Carlos: Es obvio que eres una puta, lo supe desde el primer día que te vi con ropa ajustada. Vamos a dejar una cosa clara. A partir de ahora, follarás solo con quien yo diga, nada de ir por ahí como una zorra barata. Eres MI PUTA y de nadie más. ¿Entendido?

Laura: Sí jefe, como usted ordene.

Carlos: Así me gusta. Ahora vete a tu casa y no te limpies hasta que llegue tu novio y te bese. Quiero que huela y saboree que has estado conmigo. Ya hablaremos más delante de la siguiente parte de tu entrenamiento.

Laura: Así lo haré. Gracias jefe.

Recogió la ropa de la silla, se la puso y se dirigió a la puerta.

Carlos: Una cosa más. A partir de ahora no quiero que lleves sujetador ni bragas en el trabajo. Y vístete formal, ya te diré yo cuando vestirte de puta.

Laura: Lo que usted ordene jefe. Hasta mañana.

Salió de la oficina de Carlos, se fue a su oficina, sacó las bragas del cajón, se las puso, cogió el bolso y salió a prisa de la oficina. Mientras bajaba en el ascensor y llegaba hasta su coche en el garaje, sus neuronas empezaron a volver a tener conexión con ella. Estaba loca, no la habían humillado así en la vida, y lo peor era que le gustaba sentirse poseída. Pero ¿la mejor esclava? ¿seguir el entrenamiento? ¿follar con otros? Hasta dónde quería llegar Carlos con ella y, lo más importante, hasta dónde estaba dispuesta a llegar ella con Carlos. Lo único que quería ya era llegar a casa y poder estar con Miguel. Era el hombre de su vida, lo amaba con locura, pero Carlos sacaba la puta que tenía dentro y lo disfrutaba como nadie. Tenía que convencer a Miguel de que la dejara seguir follando con Carlos, pero no creía que eso fuera a ser muy difícil.

Un par de minutos antes de llegar a casa se puso nerviosa, no sabía qué iba a contarle a Miguel. Espero que le contara con detalles cómo le había ido con Carlos y, claro, no tenía ninguna intención de contarle todo lo que había pasado en la oficina de su jefe y mucho menos de decirle que Carlos sabía lo de la jaulita.

Aparcó en frente de la casa, respiró profundamente, y salió del coche. Solo unos metros separaban a una pareja nerviosa, con cosas que ocultar, muchas cosas de las que hablar y el deseo dirigiendo toda la operación. ¿Saldría ganando alguno de ellos de esa conversación? ¿los dos? ¿ninguno?