Mis cuentos inmorales. Capítulo 8
El trío con Celia y Josefa
Capítulo 8
El trío con Celia y Josefa
Dos días después del polvo
inacabadocon Celia, en el cuarto trastero de la finca donde servía, hice
guardia en la puerta principal del Ministerio; y como de costumbre, asomada a
la ventana junto a Josefa, la cocinera; me dijo que sí, con la cabeza. Entendí
que lo del trío que le propuse era aceptado por las dos, por lo que saque tres
dedos de mi mano derecha con disimulo para que me lo confirmara; me volvió a
decir que sí.
He dicho muchas veces, que, para los
solteros el folleteo en esos años era casi un milagro; o te casabas o te
ibas de putas. Por lo que hacer un trío (por la cara) de dos mujeres y un tío,
ni se pensaba, era inalcanzable para un chaval de 20 años, y sin un duro en el
bolsillo.
Me entró cierto temor. ¡Hosti tú!
eso de estar con dos titis a la vez me parecía demasié, una
pasada, y la verdad, que me preocupaba. Me inquietaba, pues al no ser un follador
natode esos que se les pone dura ante una escoba con faldas ; ya que
buscaba a una mujer más espiritual que material: o dicho de otra forma: buscaba
que me inspiraba una cadena de sentimientos, aunque sin ser amor, si fueran más
místicos que prosaicos. Por eso temía dar un gatillazo a pesar de tener
20 años. Y Celia y Josefa mal comparado, eran más cardos que rosas.
Pero un orgasmo es un orgasmo
conseguido con amor o sin amor, y da el mismo gustirrinín, por lo que
aparqué mis misticismos, y me dispuse a disfrutar de cuerpos sin almas.
Además me pregunté a mi mismo:
-Vamos a ver Félix, no tienes novia,
no estas enamorado de ninguna mujer. Entonces ¿Por qué te la meneas día sí, y
día también? y no me digas que lo haces pensando en los ángelitos.
Qué me convencí a mí mismo, y volví
a decirme:
-¡Es verdad! Celia y Josefa serán
como mis manos, que cuando me canso de "sacudírmela" con la derecha,
me la "sacudo" con la izquierda.
Convencido por mí mismo, me dispuse
a preparan el plan a seguir para " cepillarme" a los dos nenas (o ser
"cepillado"por ellas)
El problema era doble: primero, el
lugar del encuentro, porque en los hoteles pedían el libro de familia a las
parejas, y el segundo, que no sabía donde podía llevarlas, ya que no conocía
habitaciones clandestinas para parejas.
Quedé con Josefa en un momento que
no estaba de servicio, para comunicarle los inconvenientes que tenía, pero ella
me dio la solución; sus señoritos, un matrimonio de mediana edad, iban a hacer
un viaje de negocios al extranjero, por lo que se quedarían solas durante una
semana. Sólo bastaba saber el día que no tuviera servicio, y a partir de las
diez de la noche, que cerraban los portales, y sin que me viera el sereno, me
abrirían la puerta, para acceder al piso. Y así sucedió una cálida noche del
mes de Mayo.
¡Qué poca responsabilidad se tiene a
los veinte años! Me estaba jugando un consejo de guerra, ya que la España de
1960 era una Dictadura represiva, y además yo era militar, por lo que la pena
podría ser muy dura. Pero cuando el sexo domina al seso, no se pueden controlar
las pasiones. Y llegó la gran noche
Tuve que salir del destacamento por
la puerta que da a la calle Fernando el Santo, y sortear a la patrulla que
hacía ronda por el exterior, ya que de verme algún compañero tendría que darle explicaciones.
¿Y que explicación iba a darles? ¿Qué iba a follar?
Eran las diez y cuarto cuando llegué
al portal, allí estaba Celia oculta tras las rejas esperándome. Abrió sólo lo
suficiente para que pudiera entrar.
-¿Qué te ha pasado cariño, que has
tardado tanto? Pensé que ya no venias.
-Lo siento, pero me las he tenido
que ingeniar para poder llegar hasta aquí, a pesar que son menos de veinticinco
metros los que separan los dos edificios.
-Me lo imagino, he visto a la
patrulla de guardia recorrer la calle. Pero vamos para arriba, no sea que vaya
a venir el sereno y nos vea.
Subimos por la escalera del servicio
hasta el tercer piso, ya que el ascensor no funcionaba. Celia iba delante unos
tres o cuatro peldaños; y aunque la iluminación era tenue, si me daba para
contemplar como su hermoso tafanario se movía a cada peldaño que subía a través
de una sutil falda azul que llevaba; pero lo que me llamó la atención fue, que
se la marcaba la raja del culo de una forma muy descarada.
-Celia: ¿no llevas bragas? Le dije
muy bajito.
-¡Calla¡ que nos pueden oír. No, no
las llevo.
-Vale. Me callo. Pero me sobrevino
una erección.
Josefa estaba asomada con la puerta
entreabierta unos centímetros vigilante y esperando nuestra llegada.
-¡Por fin llegáis! Ya me estaba
poniendo nerviosa. Dijo nada más llegar al rellano del piso.
Entramos, tenía Josefa la luz
apagada. Sólo la conocía de lejos o a través de la venta; pero quedé embobado
al ver el pedazo de culo que tenía. Si el de Celia era hermoso, el de Josefa
era descomunal.
Aquello me produjo tal excitación que
se me puso a tope, y suspiré...
-¡Menos mal! Porque temía que la
situación me superara, y no pudiera empalmarme. Como dije antes, hacer un trío
en aquella época, por la cara y en nido ajeno, no estaba al alcance de
cualquiera, y temía que los nervios me jugaran una mala pasada.
¡Mira Celia! Le dije a la vez que le
tomaba de su mano derecha y se la llevaba a mi bragueta.
¡Cómo la tentaría que dijo!
-¡Jo Félix! que dura la tienes,
esperamos que no se te baje en toda la noche.
-¿Tienes hambre Félix? Me dijo
Josefa, que como ya saben es la cocinera.
La verdad que no tenía hambre, pero
al ver aquel jamón de pata negra que colgaba de un gancho de la pared, me
entraron de repente.
Seguía empalmado a tope porque las
caderas y el culo de Josefa me impresionaban. Nunca podría imaginar, que una
mujer tuviera tanta carme por ahí. Se dio cuenta y me dijo la muy picarona.
Por la cara que pones, seguro que
prefieres mejor mis jamones ¿a que sí? Dijo subiéndose la falda hasta
más arriba del vientre. Desde que has entrado no me quitas los ojos del culo.
La verdad que sí, que miro muy
descarado a las mujeres, pero sin darme cuenta; ya me lo advierte mi hermana
María.
-¡Jolín Félix! ¡Miras con un descaro
a las mujeres..!
Celia se reía al contemplar la
escena ¡Menos mal que no era celosa!
-¡Joder... Joder... Joder..! los
muslos de Josefa no eran unos muslos cualquiera. Impresionaban, y más en
aquellos años de tantas carencias.
-¿Donde te parece que vayamos? Le
dijo Celia a Josefa, por lo bajito.
-¡Qué mejor que en el cuarto de los
señores! Ni están ni se les esperan.
De súbito me entró un cierto temor,
quizás debido a que tomé conciencia de la situación: follar a la criada y a la
cocinera en aquella habitación tan lujosa me parecía una profanación. Luego
supe, que el señor, era un alto cargo del Régimen, y marqués para más señas.
-Tranquilo Félix. Me dijo Celia al
observarme, que sabemos lo que hacemos. No va a pasar nada.
Me acordé de las escaleras, cuando
subíamos al piso, y le alcé la falda. Efectivamente, no llevaba bragas.
-¡Ponte unas bragas Celia! Le dije
con un autoritarismo simulado.
-¿Pero para qué?
-Porque lo que más me gusta, es
bajar las bragas a la mujer que me follo en el tálamo del amor.
Josefa reía. A la vez que le dijo:
-¡Anda mujer! dale ese placer a
Félix, y ponte esas bragas rojas que te compraste ayer.
-¡Rojasssss! Exclamé casi en un
grito. Mi color preferido de bragas.
Al poco, aparecía Celia con unas
braguitas rojas, de esas que van por debajo del ombligo y transparentes, y ese
maravilloso tetamen de 120 cm. al aire, libres.
Desde ese momento empezaba a
comprender, y a la vez se derribaban todos los mitos que yo creía que portaban
las mujeres decentes. ¡Cómo si a las decentes no les picara el chumino igual
que a las otras ! ¡No te jode!
Josefa se desprendió de su bata ¿o
era un vestido? No me acuerdo, y también se quedó en bragas. Eran de las
llamadas de cuello alto. Pero es que a ese pedazo de culo, unas bragas
de cuello bajo quedarían ridículas.
Las tumbé a las dos en la cama del
Marqués; boca abajo; el espectáculo era deslumbrante y maravilloso, aquellos
dos culos juntos causaban asombro e impresión, pero sobre todo, emoción.
Las dos hembras no me inspiraban ninguno de los sentimientos
afectos al corazón, pero la polla me daba golpes contra el ombligo. Aquí rompí
la barrera que me separaba mentalmente entre el sexo por amor en toda su
pureza, del sexo por puro placer.
Y una vez mentalizado que los
cuerpos están concebidos para el deleite de los humanos; que el alma y el corazón
sólo pertenecen a la espiritualidad, me dispuse a gozar de aquellos dos, a
través de la lujuria y la voluptuosidad, que al fin y al cabo son sentimientos del
animal,porque animales somos.
Describir minuto a minuto lo que
aconteció en la habitación del Marqués, desde las once de la noche hasta las
cinco de la madrugada que me quedé dormido, es complicado, porque hubo momentos
en que me abandoné a las caricias de las dos sicalípticas cerrando los
ojos dejándome hacer.
En algunos momentos no sabía si la
que me comía la polla era Celia o Josefa, porque las dos mamaban
al unísono; y la vulva que yo lamía, de cual de las dos era. Me encontraba en
el reino de los lujuriosos. Y cuando las cataratas de semen se
desbordaban por aquellos glúteos y pechos, era tal el placer que sentía todo mi
ser, que comprendí que el espíritu es un obstáculo que ponen aquellos que
aseguran que el desenfreno y la liviandad es un pecado mortal.