Mis compañeros de trabajo se comen a mi madre

Se empeñó en llevarme la comida al trabajo y fue a ella a la que se comieron.

Tenía diecinueve años y, con el fin de ayudar a pagar mis estudios, llevaba poco más de un mes trabajando los fines de semana y festivos como guardia jurado en unas instalaciones.

Aquella mañana, como era festivo, las instalaciones permanecían cerradas, aunque no por ello la seguridad dejaba de funcionar, por lo que estaba con Garrido, un compañero de trabajo, en la sala de control observando las imágenes que, tomadas por las cámaras de vídeo repartidas por todas las instalaciones, aparecían en las distintas pantallas de la sala.

Entre el aburrimiento y la rutina de que no pasaba absolutamente nada fuera de lo normal, es decir, nada, fue mi compañero el que me indicó que en una de las pantallas aparecía una mujer detenida frente a la puerta de entrada a las instalaciones.

Miré a la pantalla que me indicaba y observé a la mujer. Era de mediana edad, pelo más bien oscuro, gafas de sol, con senos generosos y caderas más bien anchas. Me pareció un pibón, aunque fijándome en su rostro, sorprendentemente, se parecía a mi madre, aunque pensé inicialmente que no era ella.

Pulsó el interfono que, sonó con un agudo pitido, en nuestra sala.

Contestó mi compañero:

  • ¿Sí? ¿Qué desea?
  • ¡Ah! ¡Hola! Espero no molestar.

Respondió jovialmente la mujer y su voz me resultó muy familiar.

  • Está cerrado. Las instalaciones están cerradas y no se puede pasar.

Cortó Garrido al tiempo que se abría la puerta de nuestra sala y aparecía Montes, nuestro coordinador, por ella.

  • ¿Qué sucede?

Nos interrogó Montes con cara de pocos amigos, cerrando la puerta tras él, respondiéndole el compañero.

  • Una mujer está en la puerta y nos ha llamado por el interfono.
  • ¿Qué quiere?

Volvió a preguntar Montes acercándose a la pantalla, mirándola detenidamente, y, antes de que alguno respondiera, pulsó el botón del interfono. Acercándose al micrófono, repitió la pregunta, pero no a nosotros sino a la mujer.

  • ¿Qué quiere?
  • ¡Hola! Le comentaba a su compañero que …

Desconectó Montes el sonido sin escuchar la respuesta y nos dijo, mientras salía apresuradamente de la sala.

  • Voy a ver. Ésta quiere marcha.

Nos miramos mi compañero y yo un segundo, volviendo nuestras miradas a las pantallas, fijándonos especialmente en la que aparecía la mujer.

  • Está buena la tía.

Comentó Garrido.

  • Sí que lo está, sí.

Respondí yo, dudando si era o no mi madre la que aparecía en pantalla.

  • ¡Vaya cubana me hacía yo entre esos melones!

Continuó diciendo el compañero y, ante mi silencio, añadió, sonriendo lascivo:

  • ¡Y con esos labios una buena mamada!

Apareció en pantalla Montes que, abriendo la puerta, se dirigió a la mujer que cada vez más me recordaba a mi madre.

La conversación no se escuchaba bien, solo palabras entrecortadas, mientras la mujer señalaba una bolsa de plástico que llevaba con algo dentro.

  • Hijo … taper …comida …

Aunque mi compañero no debía enterarse de nada, yo confirmé mis temores. ¡Era efectivamente mi madre! ¡Me traía la comida en un taper! Más de una vez me había preguntado si comía bien en el trabajo y yo siempre la respondía:

  • ¡Que sí, mamá, que como bien! ¡No te preocupes!

Y, como no se fiaba, me proponía insistentemente que llevara un taper con la comida, a lo que yo siempre me negaba para no hacer el ridículo con mis compañeros de trabajo que me sacaban una media de más de treinta años.

Al final la cabezota de mi madre se había empeñado en llevarme ella misma la comida, sin ni siquiera avisarme, a pesar de que la había dicho en varias ocasiones que no la quería.

Las orejas y el rostro me ardían de vergüenza. Era mi primer trabajo y mi madre ya me había puesto en evidencia. Quedaba ante mis compañeros como un niñato mimado que siempre está pegado a las faldas de su madrecita. ¿Cómo iban a confiar en mí si era mi madre la que me protegía como si fuera un niño pequeño?

Enseguida Montes la hizo pasar al interior de las instalaciones, desapareciendo de la pantalla y apareciendo en otra.

  • ¡Coño, la deja pasar!

Fue el comentario que Garrido dejó escapar por sorpresa.

Quitándose las gafas, mi madre las guardo en el bolso, y siguió a Montes que caminaba delante de ella.

Debían ir conversando por la forma que tenían de mover la boca y los gestos que hacían con las manos, pero no podíamos escucharlos a pesar de que las cámaras les seguían en todo momento aunque fuera a distancia.

  • Parece que vienen hacia aquí.

Comentó en voz alta Garrido.

Iban en dirección a donde nos encontrábamos por lo que supuse que la llevaría a verme, a ver a su hijo, y entregarle el taper con la puñetera comida.

¡No sabía dónde esconderme! Si hubiera podido habría echado a correr para que mi madre no me avergonzara delante de todos, pero iba a ser peor así que aguanté haciendo de tripas corazón. Ya la cantaría las cuarenta a mi madre cuando llegara a casa.

  • ¡Ah! Pues no.

Exclamó mi compañero mirando hacia la pantalla y, siguiendo su mirada, me percaté que efectivamente se habían desviado y no venían hacia donde yo estaba.

  • ¡Qué extraño! ¿A dónde irán?

Pensé pasmado.

Entrando en el edificio de dirección, subieron caminando las escaleras, y Garrido, soltando una escandalosa risotada, gritó exultante en voz alta:

  • ¡Qué cabrón! ¡Será putero! ¿No se la va a tirar, el muy joputa?
  • ¡No jodas!

Pensé horrorizado ante la más que vergonzosa perspectiva mientras escuchaba las risotadas del compañero y mi corazón saltaba desbocado a punto de reventarme el pecho.

Sin apartar la mirada de la pantalla ríos de sudor empezaron a brotar de mis sienes, de cada poro de mi rostro, inundándolo.

  • ¡Y no parece una puta! ¡Aunque con ese cuerpazo … quien pudiera meterse entre sus muslos!

Caviló Garrido en voz alta mientras, baboso, se relamía de gusto imaginándolo.

Abriendo una puerta, Montes, muy caballeroso, dejó pasar primero a mi madre, cerrando la puerta tras él, e introduciéndose en una zona donde no estaba vigilada por ninguna cámara, o … al menos eso pensaba yo hasta que escuché a Garrido.

  • ¡Qué cabrón! ¡Se esconde para que no le veamos cómo se la tira! ¡Pero con el hijo de mi madre no puede! ¡Sí, señor, no puede! ¡El ojo que todo lo ve, que todo sabe!

Trasteando con los mandos varias escenas aparecieron sucesivamente y todo tren en una de las pantallas hasta que se quedó en blanco. Agachándose debajo de la mesa de control, Garrido trasteo con los cables hasta que, de pronto, como por arte de magia, apareció en pantalla una sala del edificio de dirección donde no había nadie. Incorporándose del suelo, se sentó Garrido en su silla y, con los mandos, fue cambiando de sala una y otra vez hasta que … ¡aparecieron dos cuerpos en movimiento!

  • ¡Ahí, ahí están!

Grito Garrido triunfante, y, haciendo zoom, acercó los cuerpos que inundaron toda la pantalla.

¡Estaban sobre una mesa de billar! ¡Ella tumbada bocarriba, con el vestido abierto por delante y enseñando las tetas! ¡Él, de pie en el suelo, frente a ella, moviéndose adelante y atrás! ¡Follando, se la estaba follando, se estaba follando a mi madre! ¡A mi madre!

¡No me lo podía creer! ¡Se estaba follando a mi madre! ¡El coordinador se estaba follando a mi madre!

Con las pupilas dilatadas no podía apartar la mirada de la pantalla hasta que escuché a Garrido, carcajeándose, decirme sarcástico:

  • ¡Tú no mires esto, nene, que eres muy joven para ver cómo se trajinan a una real hembra!

Jugueteando con los mandos, mi compañero enfocaba el polvazo desde distintos ángulos con varias cámaras, acercando y alejando el objetivo, hasta encontrar las mejores y más explícitas tomas, activando para esto no una sino varias pantallas.

Tumbada bocarriba, con el culo al borde de la mesa de billar, tenía mi madre el vestido totalmente abierto por delante, mostrando las enormes y redondas tetas que se balanceaban desordenadas adelante-atrás, adelante-atrás, al rito de las embestidas del tipo que se la estaba tirando.

Apoyadas estiradas las desnudas y torneadas piernas sobre el pecho de Montes, éste, sujetándola por las caderas, se la follaba sin descanso, mete-saca-mete-saca.

Escondido bajo las enormes tetas estaba el sostén, prácticamente desaparecido, mientras sus bragas, rotas por un lateral, descansaban sobre uno de los tobillos de mi madre. De los zapatos y del bolso no se tenía constancia, desaparecidos en combate y nunca mejor dicho.

Con los brazos apoyados sobre la mesa, estirados a lo largo del cuerpo, se realzaban sus ya de por sí enormes tetas mientras, entregada, se dejaba follar sin oponer ninguna resistencia, sino es por un pequeño moratón que tenía en uno de sus ojos reflejo de su posible resistencia pasada.

Su rostro arrebatado por el placer mantenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, deslizándose juguetona su lengua carnosa y sonrosada entre sus voluptuosos y húmedos labios.

Montes, con el pantalón y los calzones bajados hasta los tobillos, se balanceaba adelante y atrás, una y otra vez, embistiéndola violentamente con la fuerza de sus caderas y piernas, follándosela sin descanso, con el automatismo mecánico de un péndulo, de un frío follador experimentado.

En estado de shock, solo miraba obnubilado la pantalla sin poder apartar la mirada, hipnotizado no solamente por el rítmico bamboleo de los melones de mi madre en cada arremetida sino por la vergonzosa situación de que mi jefe directo se estuviera follando a mi madre ante la lúbrica mirada de uno de mis compañeros.

Cuando Garrido se bajó la bragueta y empezó a machacársela a lo bestia, el machacón ruido que provocó me sacó de mi letargo, y, terriblemente angustiado, me di cuenta de la situación y dudé qué hacer.

Levantarme e impedir que siguiera follándosela fue la primera opción que me ocupó la mente pero que enseguida descarte, ya que de hecho ya se la estaba tirando, ¿qué más daba que fuera más o menos follada?, además, cuando yo llegara, ya se habría corrido dentro de ella y seguramente perdiera no solamente la honra delante de mis compañeros sino también el trabajo. La siguiente opción era quedarme donde estaba, disimulando cómo si gozara contemplando el polvo, de forma que nadie se enterara de que era mi madre a la que se estaban follando. Esta última opción me pareció la más razonable así que sin levantarme de mi asiento, contemplé como se la follaban y, asqueado, como Garrido se masturbaba frenéticamente como un puto mono en celo.

A pesar del empeño que ponía, no debía alcanzar Montes el orgasmo así que, desmontando a mi madre, la levantó de la mesa y, cogiéndola primero por las caderas y luego por las tetas, la obligó a voltearse, colocándola de espaldas a él e, inclinándola hacia delante, la hizo apoyarse en la mesa de forma que su culo quedara ahora expuesto y en pompa.

Como el vestido y el sostén de mi madre le estorbaban, se los quitó sin miramientos, arrojándolos al suelo y dejándola completamente desnuda.

Alguna resistencia encontró esta vez en mi madre, quizá temiendo que la diera dolorosamente por culo, pero enseguida el hombre la venció, empujando con una de sus manos sobre la espalda de ella para colocarla bocabajo sobre el tapiz verde de la mesa, al tiempo que la propinaba fuertes azotes en sus prietas nalgas.

Separándola las piernas, se colocó entre ellas, y, dirigiendo su verga erecta al coño de ella, la penetró sin problemas, comenzando nuevamente a cabalgarla.

Aliviada de que no la diera por culo, mi madre respiró aliviada y, apoyando sus brazos cruzados y sus tetas sobre el tapiz verde de la mesa, se dejó follar, disfrutando cada vez más del polvo que la estaba echando.

Sujetándola por las caderas, Montes continuó follándosela de forma mecánica, propinándola cada par de embestidas un fuerte azote en una de las nalgas, provocando que ésta estuviera cada vez más encarnada con la marca visible de toda la palma del tipo.

Mientras que en una pantalla se podían observar los dos cuerpos desde un lateral, en otra se enfocaba frontalmente el rostro arrebatado de mi madre y cómo sus tetas se restregaban insistentemente por todo el tapiz. Desde arriba también se podía ver la cópula en otra pantalla como si la cámara estuviera colgada en el techo sobre los dos cuerpos follando.

Resoplando cada vez con más fuerza, Garrido se masturbaba furiosamente como si estuviera en una disputada final olímpica de lucha libre con su polla y, si no se la arrancó, fue porque debía tener ésta la resistencia de un cuero bien curtido.

Gritando como un poseso, no tardó mucho en correrse, esparciendo abundante esperma de color amarillo mostaza no solo por su ropa y silla, sino también sobre el teclado e incluso sobre más de un monitor.

Toda la sala se inundó con un fuerte olor a lefa rancia. El denso ambiente enrarecido me provocó arcadas y a punto estuve de vomitar allí mismo.

Los gritos y resoplidos se transformaron en suspiros una vez Garrido alcanzó el orgasmo.

Los ya rutinarios balanceos de Montes tirándose a mi madre se detuvieron.

¡Montes al fin alcanzó también él el orgasmo!

No se apartó ni sacó la polla del coño de mi madre sino que aguantó con ella dentro, descargando todo el contenido de sus huevos en la vulva de ella.

Un par de minutos después la desmontó y, propinándola un nuevo azote en una de sus coloradas nalgas, dio por terminado el folleteo.

Subiéndose el pantalón y el calzón, se arregló el uniforme mientras dejó que mi madre se incorporara.

Ésta, levantándose lentamente, recogió su ropa del suelo y, sin atreverse a mirar a Montes, se vistió, recogiendo sus bragas rotas y metiéndolas en su bolso.

Fue Montes el que cogió la bolsa de plástico con la tartera que mi madre traía y, muy caballeroso, abrió la puerta para que ella saliera.

Mientras tanto Garrido viendo que su jefe había acabado de follársela, limpió como pudo el esperma que había derramado con papel de la impresora, y, agachándose por debajo de la mesa de control, colocó las conexiones de los monitores como estaban antes, recuperando las pantallas las imágenes fuera del edificio de dirección.

Ahora se podía observar cómo Montes acompañaba a mi madre hasta la salida de las instalaciones, dejándola salir por donde había entrado.

Minutos después se abrió la puerta de la sala de control donde Garrido y yo observábamos las imágenes emitidas por las cámaras.

Era Montes que, entrando en la sala, colocó en la mesa frente a mí una bolsa de plástico, la misma que había traído mi madre, con la tartera dentro, y me dijo en voz alta:

  • De parte de tu madre.

Sin añadir nada más, salió a continuación de la sala, dejándome a mí mirando fijamente la bolsa de plástico, sin atreverme a moverme ni a tocarla.

Escuché de pronto las fuertes carcajadas de Garrido, gritando a continuación:

  • ¡No jodas! ¡Qué cabrón!

Estuvo Garrido jodiéndome toda la tarde con sus chanzas y risotadas, llamando incluso a algún coleguita para comentarle la jugada y carcajearse todos de mí y de mi follada madre.

No me fue posible comerme el contenido del taper, de hecho lo tiré a la papelera y fue Garrido el que de allí lo rescató y se lo comió, comentando entre risotadas mientras se lo zampaba:

  • ¡Joder, nene, que buena está la comida de tu madre! ¡Está como para encularla!
  • ¡Mmmmmmm ... que sabrosa que está! ¡Sabe a la concha de tu mamacita! ¡Como para comérsela a bocados!
  • ¡Y de postre un buen par de melonazos como los de tu mamá! ¡Cómo disfrutaría con ellos en la boca! ¡Saboreando esos pezones hinchados como cerezas maduras! ¡Mmmm ... que rico!

Aquella humillante experiencia fue la última que tuve en esa empresa de seguridad ya que esa misma tarde me llamaron al móvil, indicándome que estaba despedido, alegando como motivo:

  • Pérdida de confianza.

Motivo que me descolocó un poco. ¿Qué tenía que ver la pérdida de confianza con que jodieran a mi madre? Posiblemente temían que me tomara la confianza de joder yo a la empresa. “Quid pro quo” como dirían los culturetas.

Nunca comenté con mi madre lo que la sucedió ni mencionamos el taper. Fue como si nunca hubiera sucedido.

Y sobre mi despido, mi madre guardó silencio, aunque mi padre sí que comentó desdeñoso:

  • ¡Vigilante! ¡Venga ya! ¡Esos no valen ni pa follar!

Evidentemente estaba equivocado porque a su mujer bien que se la follaron los muy hijos de mala madre.