Mis compañeras de piso me alegran la vista
Siempre es agradable compartir piso con dos chicas sin demasiados complejos.
A Julia y Sara las conocía de mi barrio. Eran un año mayores que yo, pero en el barrio más o menos nos conocíamos todos. Ellas habían marchado a estudiar lejos de casa el año anterior y vivían en un piso compartido con una chica italiana, pero esa chica había vuelto ya a su país y estaban buscando otra chica para llenar el hueco.
Como, precisamente, yo iba a ir a estudiar a la misma ciudad que ellas y aún no habían encontrado compañera, les pedí quedarme yo en su piso. Al principio no querían, porque preferían ser tres chicas, pero tras mucho insistir, presiones de nuestras madres (un poco triste, pero así es) y viendo que no si no encontraban ellas pronto un reemplazo el casero metería en el piso a quien le diera la gana, decidieron permitirme compartir su morada.
Debo decir que nunca nos habíamos llevado especialmente bien. Teníamos un trato cordial, no es que nos cayéramos mal ni mucho menos, pero entre que había ese año de diferencia y que nos movíamos en pandillas distintas, no nos conocíamos mucho en realidad.
Julia es una chica normal, es decir, ni alta ni baja, ni delgada ni gorda, ni guapa ni fea, ni con grandes tetas ni plana, normal. Se cambia el color del pelo a menudo y, aunque no la trate mucho, suele ser agradable.
Sara es una chica más bien alta y bastante delgada. Se tiñe de pelirroja, tiene la piel bastante clara, y su delgadez hace que se vea huesuda y tenga un aire frágil.
Yo me llamo Jon, soy moreno, tengo sobrepeso y normalmente la gente me considera buena gente y divertido.
Cuando me mudé con ellas, aunque compartir piso con dos chicas tenga un morbo especial de por sí, la verdad es que ni me había pensado por la cabeza tener nada con ninguna de las dos. Debo decir que a mí me gustan más las chicas con curvas, es decir, con carnes. Con muslos que son muslos, con tetas que son tetas, con barriguita incluso, con culos generosos... Por eso, aunque sí me hacía ilusión lo de vivir con ellas y si me hubiera gustado tener algún momento erótico-festivo, la verdad es que no me atraía especialmente ninguna de las dos.
Sin embargo, ellas lo veían de otro modo. Al principio, ellas iban un poco de divas inalcanzables y me miraban como si fuera un lobo que las quisiera cazar, sobre todo Sara. A mí eso me molestaba un poco, porque ni era el caso ni me gusta la gente que va de creída, pero no me quedaba otra que vivir con eso o buscarme otro sitio, así que nada, cuando se ponían estúpidas pasaba de ellas.
Con el tiempo, se les pasó la tontería y llegamos a llevarnos bastante bien. Al llevar ya un año en la ciudad y en la universidad, aunque en facultades distintas, me pudieron asesorar bastante en algunos temas y me simplificaron mucho el acceso al mundo universitario. Tanto a nivel académico como en materia de fiesta.
En el piso, no era extraño que fueran vestidas solo con una camiseta y unas bragas. Yo tengo algo de complejos físicos y solía ir algo más vestido, pero no negaré que era agradable disfrutar de la vista de los cuerpos de mis compañeras.
Lo malo es que al principio de curso, cuando aún hacía calor y las chicas iban más "veraniegas", fue también la época en la que estaban más estúpidas con eso de ir de creídas, así que lo disfrutaba a medias. Aunque procuraba ser disimulado, más de una vez me pillaron mirándoles las bragas, cosa que era inevitable por cómo iban vestidas, y me echaban miradas y comentarios de reprobación que me ponían de mal rollo.
Conforme fue llegando el frío, la vestimenta también fue cambiando y, con ella, su actitud borde.
El curso fue avanzando y no pasó nada interesante ni con ellas ni con ninguna otra. Intenté ligar varias veces, pero no tuve suerte ninguna. Cuando el calor empezó a volver, volvieron los tirantes, las minifaldas, los shorts a la calle, y las camisetas y bragas en la casa.
A esas alturas ya teníamos más confianza y ya ni eran tan bordes como al principio ni yo estaba tan cortado, así que si sentaban ofreciendo una visión perfecta y nítida de sus bragas y yo las miraba un poco, no pasaba nada. Incluso podía bromear y se lo tomaban bien.
En el piso no teníamos aire acondicionado, cuando hacía calor, la única opción para refrescarse era abrir ventanas y esperar a que pasara aire y un par de ventiladores. Esto contribuyó a que las camisetas encogieran y se volvió normal llegar a casa y encontrarme a Julia y Sara en tirantitos y bragas haciendo cualquier cosa. Sara, además, debido a su poco pecho, nunca usaba sujetador, con lo que no era infrecuente poder verle las tetitas por el escote. Aunque no fuera mi tipo, eso me ponía a mil, ver esos pequeños pechitos con unos pezones que en proporción se veían enormes, casi siempre erguidos hacia afuera.
Julia tenía una talla normal y solía usar sujetador, aunque no siempre. De vez en cuando también podía deleitarme viendo como se asomaban sus pechos, de pezones y areolas reducidos. Pero lo que era un espectáculo eran las bragas. No era lo más habitual, pero a veces incluso usaban tangas y me podía recrear la vista con sus panderos. El de Sara debo decir que era tan fino que me excitaba más el morbo de la situación que el culo en sí. El de Julia era un culo normal, lo que en esas circunstancias lo convertía en un culo apetecible. Cuando no usaban tanga, que era casi siempre, igualmente me podía recrear porque tarde o temprano se les recogía más tela de la cuenta y asomaba media nalga.
Encima, con el calor, el sudor y eso, ver su piel desnuda, sus ombliguitos, y luego llegar a su bragas, que se pegaban y marcaban sus montes de Venus, sus labios incluso. Había días que no había manera humana de refrescarme. Pero lo mejor aún tenía que llegar.
Y es que al final de las clases, hacía un tiempo veraniego ideal. Era una pena estar en una ciudad de interior y, sobre todo, tener que empollar para los exámenes finales. En casa el calor era sofocante, así que pasaba mucho tiempo estudiando en la biblioteca, con el aire acondicionado.
En casa, me acostumbré a ir en bañador, a pesar de mi complejo. Las chicas seguían con tirantitos mínimos y bragas, poco más se podían quitar, y empezaron a tomar el sol en la terraza las horas que pegaba el sol ahí.
A mí, sinceramente, pese a que había una tensión por mi parte de ver a mis vecinas en bragas a diario, lo de verlas en bikini no me parecía tan morboso, así que yo iba igualmente a la biblioteca mientras ellas se quedaban en su plan de estudios y sol.
Sin embargo, un día volví a casa al mediodía, que es cuando el sol empieza a dar en la terraza, y ese día hice "el descubrimiento". Llegué y, como era de esperar, las chicas estaban en lo suyo, aprovechando el ratito de sol. La verdad es que no les hice ni caso y fui para la cocina a hacerme algo de comer. Después salí a la terraza para comer charlando con ellas un rato y me las encontré tal que así: Julia estaba tumbada boca arriba, la cabeza hacia la puerta de la terraza, donde estaba yo, tomando el sol en topless. Sara estaba igual que Julia, pero ¡completamente desnuda!
Quedé paralizado a medio "hola" y estuvimos un par de segundos que parecieron minutos sin saber cómo reaccionar ninguno. Aunque había podido ver sutilmente sus tetas antes, ahora las tenía ante mi vista en todo su esplendor. Las de Sara, pequeñitas, destacaban por sus pezones, que se veían muy grandes pese a ser, en verdad, normales. Las de Julia, en comparación, parecían unas tetas generosas, y tenían una areola más bien pequeña. Las chicas se incorporaron y se sentaron frente a mí. Hubo un rato de incomodidad, que se medio tapaban con las manos, pero al final decidieron internamente que no pasaba nada y siguieron tal como me las había encontrado. Sara ni siquiera se puso las bragas, así que pude contemplar su sexo completamente depilado.
A partir de ese momento, había días que iba a la biblioteca y días que me quedaba en casa con mis compañeras. No me lié con ninguna de las dos, pero la vista me la recreé a base de bien.