Mis chicas (01)
Voy a contar algunas de las andanzas de mis putas, y de mi, que soy su chulo.
Aquel viernes noche tenía un buen negocio. La pervertida familia había solicitado otra vez los servicios de mis dos putas Beatriz y Laura. También querían un hombre como siempre, pero habida cuenta de la descripción que mis putas me hicieron de la espléndida belleza de la señora, esta vez decidí ser yo el gigoló.
Pasé pues a recoger a mis putas como a las ocho de la tarde. Mientras ellas se acicalaban conversé con Julián, el marido de Beatriz sobre el próximo partido de fútbol del Real Madrid. Julián está casado con Beatriz pero no es el padre de Laura a pesar de que ésta si es hija de Beatriz. Beatriz no sabe quien es el verdadero padre, o sea que Laura es una verdadera hija de puta con todas las características de tal.
Beatriz tiene 42 años y es una mulatona caribeña de rompe y rasga. Abundancia de carnes, enormes tetas, enorme pandero bien levantado y unos muslazos para perderse entre ellos toda la vida. Ni pizca de grasa, todo carne magra.
Laura, como hija suya también es mulata, pero de piel más clara, lo que es indicativo de que su desconocido padre era blanco. Tiene 17 años y ya un cuerpazo de mujer adulta. Maciza y bien dotada de curvas como su madre pero más estilizada.
Ambas presentan una piel brillante, suave u tersa y unas manos deliciosas y bien cuidadas, con unas uñas rojas que resaltan su belleza al contrastar con su moreno piel cuando deslizan sus dedos por tan apreciable superficie.
Las tengo hermosamente decoradas con sus tatuajes indicativos de mi pertenencia y sus anillos dorados en los pezones, clítoris y labios vaginales, lástima de algún burdo tatuaje que les puso Julián cuando eran sus putas.
Julián no las explotaba debidamente, las tenía callejeando individualmente, cuando producen mucho más a domicilio u hotel y en pareja, pues el morbo de follar con madre e hija es irresistible. Además tenía demasiados miramientos con ellas y se le subían a las barbas. Su cuadra de putas se componía exclusivamente de ellas dos, con lo cual no existía apenas competitividad en la calidad y cantidad de los servicios que prestaban. Además se acostaba con ellas frecuentemente y les mostraba mucho cariño, cosa fatal para administrar debidamente el negocio. Y encima se casó con una de ellas. El colmo. Se las adquirí a buen precio para él y un chollo para mi. Las amorticé en menos de seis meses.
Cuando Julián y yo habíamos llegado a la conclusión de que el Real Madrid no ganaría la liga, aparecieron mis dos putitas debidamente acicaladas y listas para el trabajo. Me confirmaron que tenían sus intestinos limpios tras inyectarse dos enemas cada una, sus montes de Venus sin un solo pelo y suaves como la seda y sus anillos al completo. El maquillaje correcto, de puta sin excesos, el peinado acorde a sus labores del día, y la vestimenta delatora de su hermosa profesión. Le dieron un beso cada una a su marido y padrastro respectivamente y colgadas de mi brazo salimos a ganarnos el salario, no sin antes decirle Beatriz a Julián las instrucciones sobre su cena, ya que regresarían muy tarde.
Llegamos a la lujosa mansión cuyos propietarios nos habían contratado. Se trataba de una familia compuesta de padre, de 50 años, madre, de 40 e hijo, de 19, que nos recibieron muy amablemente invitándonos a tomar unas copas antes de entrar en faena. Las tomamos en un gran salón muy despejado de muebles. Sin duda sería el escenario de la orgía.
Mientras bebíamos evalué a la señora a la que iba a trajinarme. Las chicas tenían razón, pese a su edad la señora era una verdadera belleza muy bien conservada. Se notaba que el dinero permite buenas técnicas de mantenimiento. Mostraba una seguridad y una calma aristocrática, con su toque de altanería y de menosprecio hacia unas putas y su chulo.
Los caballeros pronto comenzaron a sobar a mis chicas pero éstas se lo impidieron diciendo que antes se desnudasen. Nos desnudamos todos, aunque la señora conservó sus medias. Pude apreciar entonces su cuerpo clásico, casi antiguo: Curvas acentuadas, caderas amplias, pecho repleto con elegante caída, piel impoluta, ni una sola estría en la barriguilla y monte de Venus cuidadosamente depilado por completo, como mis chicas.
Dejé de contemplarla cuando Beatriz le soltó un manotazo al hijo de matrimonio, Luis, que le afectó a todo su paquete.
- Luis, No! -Le dijo- que no se te levante porque después tenemos problemas para ponerte el aparato. Y seguidamente se fue a un rincón de donde regresó portando dos cinturones de castidad masculinos.
Entregó uno de los cinturones a Laura y ambas se apresuraron a colocárselos a los dos hombres antes de que se les levantase el miembro.
Los penes quedaban alojados en dos pequeñas jaulitas de malla metálica. De suficiente volumen para contenerlos en reposo pero me imaginé el sufrimiento cuando comenzasen a hincharse. Los cinturones tenían un diseño que permitía el acceso al ano.
Una vez enjaezados las chicas ya permitieron que los hombres les metiesen mano al tiempo que ellas comenzaban a excitarlos contoneándose, ofreciendo sus pechos y haciendo todo tipo de gestos lascivos. Mi propio pene comenzó a levantarse, pero yo estaba instruido para no abordar a la señora, María Eugenia, hasta que ella no me invitase. Por el momento estaba muy atenta al espectáculo de mis putas con sus parientes.
Vi como Luis y su padre, Guillermo, mostraban sus penes ya retorcidos y comprimidos en su estrecho cubículo, síntoma de su exigencia de expansión que no verían satisfecha. Debía ser dolorosa y exasperante esa restricción.
Las chicas les excitaban también con expresiones invitándoles a meter sus miembros en sus acogedores agujeros que les mostraban impúdicamente abriéndolos con sus dedos e introduciéndose algunos dentro, tanto en los delanteros como en los traseros. Después, empapados con sus jugos e los ofrecían a chupar a sus masculinas víctimas. Pronto mis putitas se prestaron a que les lamieran el coño o el ano y a ser sobadas por sus soberbios muslos y nalgas o ver estrujadas sus espléndidas tetazas. Tampoco se opusieron a que les estirasen pezones, clítoris y labios mediante sus lindos anillos.
Como mis putas ya se sabían el gusto y el protocolo de estos clientes pasaron a la siguiente fase de la labor. Trajeron dos cepos donde aseguraron a los dos hombres por cuello y muñecas y los orientaron para ver el espectáculo que, según me habían advertido, empezaríamos a ofrecer María Eugenia y yo. Igualmente arrastraron otro armatoste de madera al centro de la sala que consistía esencialmente en un tablero vertical de madera con un gran agujero en el centro, asentado sobre una plataforma, también de madera, y una barra de acero atravesando el agujero que se fijaba en sus bordes por unos cáncamos.
Invitaron a la señora a colocarse en el aparato cuya función yo no acababa de comprender, aunque sabía que era para sujetarla y hacerle perrerías. La señora se colocó ella misma con gran dignidad acostándose sobre la plataforma horizontal boca arriba, levantó las piernas hasta tomarse los tobillos con las manos muy cerca del cuello. Entonces las chicas la desplazaron de manera que todo su culo se introdujo en el agujero del tablero vertical hasta la cintura. Pasaron la barra transversal por encima de su tripa y entonces comprendí: Su culo estaba atrapado en el agujero y sujeto por la barra, mientras que su torax y las extremidades estaban al otro lado del tablero. De esta forma estaba con sus dos agujeros inferiores totalmente expuestos e indefensos. El tercero, la boca, no tardó en quedar igual de indefenso. Mis putas le colocaron un collar y unas pulseras y tobilleras que trabaron al mismo. En la boca le colocaron un separador de mandíbulas abierto al máximo.
De ver el espectáculo ofrecido por mis rameras y la situación de aquella familia yo tenía mi polla al máximo de erección, por cierto muy bonita, porque yo me depilo como lo exijo a mis trabajadoras, y mi capullo, de igual forma que ellas van anilladas, está horadado por una barra metálica con una bola a cada extremo que produce mucho placer durante la coyunda. En este caso las bolas de mi prepucio no iban a provocar placer, porque Beatriz me dijo que comenzase a golpear en su chumino a la señora con mi miembro.
Así lo empecé a hacer mientras las chicas les ponían a los dos varones un enema sellándoles inmediatamente la válvula de escape mediante un tapón anal. Entonces me dijo Beatriz que ya podía hacer con la señora lo que quisiera con los instrumentos que estaban en una mesa cercana, y que ellas harían algo similar a lo que yo hiciese a ella con sus hombres.
Mi mayor apetencia fue de inmediato lamer aquel coño tan abierta y generosamente ofrecido. De inmediato mis rameras se pusieron a excitar la constreñida polla de sus respectivas víctimas.
Tras ello le introduje un rato el miembro en la forzada boca mientras que las chicas se hacían comer el chumino por los hombres.
Bea me indicó que la señora tenía poco uso del culo, pero que actuase despacio porque para seguirme tenían que vaciar a sus hombres los intestinos y colocarse los arneses con la polla artificial. Así, mientras ellas hacían su labor yo me dediqué a ensanchar el ano de la dama con mis dedos. Debo decir que, contra mi costumbre, fui delicado con ella y lubriqué bien su agujero y mi miembro con un tubo de vaselina que encontré sobre la mesa de artilugios. De reojo vi un aparato interesante que anoté en mi mente para uso posterior. Como las chicas demoraban me dio tiempo a colocar un consolador en su ano para mantener la amplitud conseguida y a amarrar fuertemente las lujosas tetas de la mujer y mordisquear sus pezones, erguidos orgullosamente sobre sus oscurísimas y amplias aréolas.
- Señora le dije- si estas tetas fueran mías en lugar de ser de su marido ya estarían majestuosamente adornadas como las de mis putas. Su hombre no sabe embellecer sus posesiones. Creí percibir una fugaz mirada de consenso en sus ojos mientras colocaba unas pinzas mortificando los jugosos pezones.
Las chicas ya estaban sodomizando a sus hombres, así que rodeé el tablero vertical y emprendí similar labor en el culo asignado tras retirar el consolador temporal. Después de meter el miembro en el sedoso y lujoso agujero la entrada era una preciosidad, de lo mejor que he visto- y antes de empezar a moverme, coloqué otras dos pinzas en los labios vaginales unidas a una cadena de la que daba tirones conforme cabalgaba aquel culo.
No tardé en percibir, para mi sorpresa, que la fría aristócrata había tenido un fuerte orgasmo. Sus contracciones fueron fortísimas y, como tiraba con las pinzas de un labio vaginal para cada lado, sus jugos no encontraron obstáculo para salir impetuosamente y derramarse por mi ingle. ¡Vaya calentura que se escondía tras aquella aparentemente imperturbable hembra!
Bea me indicó que si no pensaba utilizar de momento el agujero trasero de mi dama se lo cerrase como ellas querían hacer con sus varones otra vez. Pero antes quería probar el aparato en que me había fijado. Lo fui a buscar junto con Bea y Lauri y en aquel aparte coordinamos mejor la actividad. Ellas encontraron aparatos similares pero tuvieron que ingeniárselas para adaptarlos a un empleo sobre hombre.
El aparatito consistía en una fuente de alimentación eléctrica a frecuencia y potencia regulable. El que yo me apropié era adecuado a lo que pensaba hacer: Se introducía un polo metálico en forma de pene en la vagina de la mujer, otro de opuesta polaridad en el ano y un tercero, de la misma polaridad del primero, dividido en dos contactos se colocaban en los pezones.
En poco tiempo entendí el manual de uso y lo expliqué a mis mulatas, que se apresuraron a acondicionar otro para sus chicos. Mientras ellas estaban a lo suyo coloqué a mi hermosa mujer madura el chisme y empecé a experimentar conforme al manual. No tardé mucho en averiguar con la inestimable ayuda de sus gestos- qué combinación de frecuencia y potencia le proporcionaba mayor placer. Y por supuesto cual mayor incomodidad.
Pude afinar al pedirle que me dijese de su boca no podía exigir más que vocales- A si le afinaba el placer, y O si se alejaba de él.
A base de Aes, encontré la configuración óptima de placer y las Oes me indicaron las de dolor. Configuré conforme a Aes y la llevé al borde del orgasmo para cambiar de inmediato a Oes. Así jugué buen rato alternando mientras las chicas lo hacían con los chicos, a quienes habían prendido un polo en la bolsa del escroto mediante unas pinzas y otro en la lengua. Ellas -desconsideradas- solo utilizaron las Oes.
En un pronto que me dio una vena de caridad con María Eugenia. Le dejé el aparato en posición óptima de Aes y me consagré a atender su salida vaginal, que aún conservaba las pinzas, separando sus labios y atadas a los portaligas que ella misma había decidido conservar desde un principio.
Mi espera tuvo el premio deseado, la calentorra de ella entró en una serie de orgasmos encadenados que provocaron la expulsión del néctar que yo ya había probado antes. Esta vez tan caudalosamente que me dio ocasión para comparar la dulzura del suyo con el agrio pero igualmente agradable de mis putas. No había diferencia de calidad sino de apreciación y ocasión, como comparar un Rioja y un moscatel.
Solo después de que aquella sensual hembra agotó su flujo sobre mi boca fui consciente de que mis chicas habían llevado al marido y al hijo a extremos de incomodidad inaguantable. Decidí cambiar y, para acompasar la actividad, le inyecté un enema a mi marquesa y se lo cegué con un tapón anal. Mientras ellas les hacían lo propio sus clientes, como me sobraba tiempo, husmeé sobre la mesa de herramientas y encontré un globo que de inmediato introduje e inflé al máximo dentro de la cavidad vaginal de la señora. Mis chicas, desconcertadas, solamente acertaron a poner a sus chicos una mordaza inflable.
Las putas me hicieron una señal de descanso y mientras me sentaba en un sofá con mis testículos a punto de reventar ellas desaparecieron a buscar algo. Aunque mi virilidad estaba al límite de sus posibilidades y absolutamente tentado a vaciar mis gónadas en el interior de aquella acogedora señora, mi profesionalidad me hizo desistir. Esta vez no actuaba como chulo sino como puto. Había que aguantar. Al igual que nuestros clientes masculinos, cuyo paquete desbordaba, con color amoratado, por entre la malla metálica que los retenía.
Mis chicas regresaron con dos cajas de botes de cerveza, 48 botes en total y, ante mi cara de sorpresa, me recordaron que el resto del contrato exigía mucha meada. Y me acordé, claro. Cada día soy más torpe y olvidadizo. Un mal día cualquier otro chulo me soplará todas mis furcias.
Seguimos charlando hasta que Lauri se percató de que nuestros clientes se encontraban en situación preocupante. Rápidamente entraron en acción para permitir el vaciado intestinal de sus parejas y yo el de la mía, en cuyos ojos volví a percibir una extraña expresión muy lejana a aquella de soberbia y superioridad que aprecié cuando nos recibió.
Vaciados los intestinos de la señora, y ante la visión del lanzamiento de un enorme chorro parabólico alcanzando dos metros de distancia, no me pude contener y, desoyendo las instrucciones de mis expertas rameras, metí la polla en la garganta de la honorable dama y vacié mis testículos sin ninguna contemplación y sin dar lugar a protesta alguna habida cuenta de su impedimento para cerrar la boca.
Después de eyacular me di cuenta de que, de alguna manera había metido la pata. Bea me contemplaba con mirada de censura y Laura de incredulidad. Anoté para ellas unos cuantos azotes en las nalgas porque unas putas no pueden juzgar las decisiones de su chulo. Si las dejas hacer eso pueden llegar a discutir contigo hasta el fin de la eternidad y después quedarse hasta con el 50% de la recaudación.
Las dos me arrastraron a un rincón y me recordaron que en el contrato se estipulaba que los únicos que podían verter el semen en el interior de la señora eran su marido y su hijo, ya que ella era renuente a recibir esperma de gente desconocida. Al requerir la causa me contaron que la señora quería quedar preñada antes de llegar a la menopausia, pero que solamente lo quería de su marido o hijo, para conservar la limpieza de sangre de su estirpe.
Bueno, les dije. No me he vaciado en su útero, solo en su boca. Mejor dicho, en su esófago, porque se la metí hasta la campanilla.
Eso no importa me soltó Bea- . En el contrato se estipulaba claramente que ella no recibiría semen en su interior de ninguna manera. Vamos a perder el dinero por tu culpa. Debiste enviar a un profesional.
Bueno. Ya veremos el resultado. (Y para mis interiores anoté un castigo adicional para Bea)
NOTA: No crean que es fácil dirigir una cuadra de putas, porque generalmente las de mejor rendimiento se crecen y exigen más de lo debido. En mi caso, y no hay mas que ver la conducta de Beatriz en esta prestación concreta, mis putas más disciplinadas son esta madre e hija, imagínense ustedes a Lola, una española sevillana que casi va por libre. Le tengo que pegar casi a diario. Ivana, que es rusa y Nwin, que es nigeriana, también me crean conflictos. Y eso que ni tienen papeles ni apenas salen a la calle más que para trabajar. Esto no es vida.
En fin, mi atención se fijó en las moradas tetas de la señora y se las desaté de inmediato desprendiendo a continuación las pinzas de los pezones. Desde luego su gesto de dolor al recuperar el riego sanguíneo no era buen auspicio de que nos pagasen el precio establecido.
Pero seguimos adelante. Una consulta con los enmudecidos clientes a esa altura del encargo de trabajo podría romper el ritmo y ser contraproducente. Así que pasamos a la siguiente fase: Meadas.
Le quité a María Eugenia el globo que albergaba en su nicho vaginal, del que me había olvidado pese a la evidencia de su abultado abdomen otro fallo- y le coloqué un embudo en la entrada para mearla dentro tal y como se había acordado. Pero ella me hizo señales con la cabeza para que me acercase. Más o menos entendí absolutamente nada y, ante el temor de quitarle el mecanismo abrebocas y que me pidiese la hoja de reclamaciones, decidí huir hacia delante.
Mientras mis furcias ya se meaban a discreción sobre la cara, el culo o la espalda de sus hombres, a mi se me había cortado la gana, así que mientras me llegaba, me entretuve pellizcando fuerte el clítoris de mi correspondiente retrete por delante del embudo.
Me retiré en busca de una cerveza para facilitar la fabricación del pis y, sobre la marcha se me ocurrió darle otra a la señora. Se la vacié por el embudo que tenía insertado en la vagina y la cerré con un consolador. Después la comencé a dar fuertes palmadas y apretones en el bajo vientre para agitar la cerveza. Cuando estuvo bien batida me agaché a la altura de su coño y le quité el cierre para disfrutar del chorro que soltó.
Mientras bebía de mi bote, para entretenerme le puse a la dama una pinza en el clítoris estirando hacia arriba. Era encantador contemplar el estirado apéndice sin que los dos labios, igualmente estirados aún hacia los lados por las otras pinzas, obstaculizasen la visión.
En eso se me ocurrió hacerle un favor a la mujer procurándole un clítoris mayor, lo que redundaría en proporcional placer para ella. Así que traje de la mesa de herramientas una bomba de vacio cuya cápsula acoplé al dulce órgano y regulé a buena potencia de succión. Encantador ver aquel pepitin envasado en la cápsula y engordando a ojos vista.
Las putas habían agotado sus meadas y estaban trasegando cerveza para fabricar más. Mientras la naturaleza actuaba, para no defraudar a los clientes y habiéndoles dado yo la idea con María Eugenia, Bea vertió cerveza por el embudo dentro del coño y del culo de Lauri y se los cerró con sendos tapones. Después Lauri hizo lo propio con su madre y se pusieron a bailar para agitar el contenido. Los dos hombres recibieron la cerveza en sus caras a buena presión, aunque un poco caliente.
Para entonces yo ya tenía ganas y me puse a vaciar mi vejiga en la forzada boca de mi señora. Lo hice despacio para que pudiera beber lo más posible, cosa que hizo sin remedio so pena de ahogarse.
Después de beber más cerveza, mientras hacía su efecto, me follé el culo y el coño de María Eugenia mientras mis chicas hacían un número lésbico para mantener calientes a los chicos. Era encantadora la entrega que madre e hija se hacían entre si para procurarse el máximo disfrute. Ni que decir tiene que durante toda la acción procuraban la máxima visibilidad para sus hombres.
Esta vez tuve cuidado y no me corrí dentro de la señora de la casa, me derramé sobre su cara, aunque me di cuenta de que ella maniobró para procurar que mi caldo resbalase hacia su boca, relamiéndose y tragando cuando logró su objetivo. Eso me alivió, porque me confirmó que no habría problemas a la hora de pagarnos.
Ya me aburrí de ver aquel cuerpazo soberbio boca arriba y con las voluminosas tetas desparramadas a los lados, así que la liberé de su cepo para apreciar su tipo en pié. Tardó un buen rato en desentumecerse durante el cual sopesé sus pechos y seguí con mis manos las curvas de sus amplias caderas y nalgas. No le había soltado las muñecas atadas a su collar ni le había quitado el abrebocas ni las pinzas del clítoris y los labios vaginales. La hice arrodillar ante mi y sujetando la cabeza la comencé a follar la boca como si fuera cualquiera de sus otros agujeros. La muy zorra aguantaba bien que mi prepucio con sus bolitas superase su garganta. Después de un rato bombeando en su boca la apoyé contra el cepo de su hijo con uno de sus brazo rodeando la cabeza de él y se la introduje en su poco usado ano. Después la llevé donde su marido y ahí la follé la vagina hasta que estuve a punto. En todo el rato no dejé de tironear de su pinza del clítoris. La volví a arrodillar y me vacié nuevamente sobre su cara. Ella repitió la maniobra para hacer que el semen se dirigiese a su boca. No la dejé levantarse y empecé a orinar en su boca pero corté a la mitad. La hice inclinarse con la frente apoyada en el suelo y, endosándole un embudo en el ano, terminé en él mi meada.
Yo, por el momento, y tras tres orgasmos, necesitaba descanso, así que entregué la señora a mis chicas para que continuasen ellas mientras yo me dedicaba a las cervezas. Las chicas acogieron con gran placer a su nueva víctima a quien volvieron a inflar una bolsa dentro de su cavidad delantera y después a dilatarle el ano con un spéculum de inspección ginecológica. No olvidaron reponerle las pinzas en los pezones y estirar más de los cordones que ligaban las de los labios vaginales a las ligas de las medias. Era encantador ver en la entrada de su vagina el enorme globo que la ocupaba. Cuando tuvieron bien dilatado el ano, le introdujeron un rosario de bolas que después sacaron de un tirón. Repitieron esa maniobra varias veces.
Con actividades similares pasamos una hora más con aquella familia hasta el total del tiempo acordado y por fin les liberamos. El alivio de las pollas de los dos varones constreñidas todo el tiempo se manifestó con un gran dolor. Tuvieron que sentarse un buen rato hasta que se les pasó mientras yo obligaba a la señora a mamarme la polla mientras Bea y Lauri masajeaban las de los chicos para aliviarles y ponerles a punto.
Cuando lo estuvieron se tumbó el hijo en el suelo, Bea y Lauri ayudaron a la señora a clavarse en su ano el miembro del chaval y por último el padre se la clavó en el coño. Bombearon hasta que se corrieron los tres casi al mismo tiempo.
Después de pagarnos, al despedirnos, María Eugenia, con el ano y el coño chorreando el esperma de sus parientes, tomó mi mano, me la besó y, delante de sus dos hombres me dijo:
- Quiero ser una de tus putas durante un mes, Mañana te llamo para pactar las condiciones.
Pasada mi sorpresa le respondí:
- Las putas no pactan conmigo. Yo impongo las condiciones: 50% de las ganancias para cada uno y, aunque sea puta temporal tendrás que llevar mi marca de pertenencia y perforarte los pezones y el clítoris como éstas.
Tras una pequeña vacilación accedió:
Sea, mañana quiero comenzar a trabajar.
Pasaré a buscarte a las seis de la tarde.
Pasé a dejar a madre e hija a su casa, donde Julián ya dormía. Como estaba caliente otra vez me cepillé a Bea en su cama de matrimonio ante Julián que, con la actividad se despertó.
Dejé a la puta con el coño lleno de semen mientras Julian la decía que fuese al bidet procurando no manchar las sábanas al incorportarse.
En el siguiente capítulo os contaré los comienzos de María Eugenia como ramera y la preparación de Bea y Lauri para el próximo concurso de retretes humanos.
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