Mis aventuras (II)

El primer día de instituto.

La primera parte se encuentra aquí: https://www.todorelatos.com/relato/160851/

Las vacaciones pasaron volando. Estuve unos días en la playa, con mis padres y sin mi hermana, y disfruté como hacía mucho que no lo había hecho. Hice castillos de arena, me bañé, corrí por la arena y pude mirar todo lo que había a mi alrededor, incluidas las chicas, sin ese miedo persistente a la erección que siempre me había acompañado y dirigido.

La verdad es que no recuerdo haber hecho muchas cosas especialmente. Me volví a poner en forma, llegué a adelgazarme 7 kilos, y disfruté de la casa en la que vivía. Antes me pasaba todo el día en la habitación. Era mi cueva y nunca salía, estaba cómodo ahí dentro. Al empezar a salir descubrí que mi hermana acostumbraba a llegar tarde por las noches, siempre vestida con falda corta, y que no comía nunca con mis padres, una cosa que compartía conmigo.

Mis padres notaron mi cambio de actitud. La verdad es que nunca se habían atrevido a hacer nada conmigo, ya se esforzaron suficiente con mi hermana y les salió rana, así que decidieron dejarme hacer mientras aprobase y no hiciese cosas raras. El cambio, pero, causó un efecto positivo en ellos. Empezaron a sonreír más, en especial mi madre, e incluso llegaron a salir un día a cenar los dos solos.

Los días pasaron y llegó un aviso del instituto. En él ponía la fecha de inicio del curso, el material que debíamos comprar, como los libros, y algunos consejos varios. La verdad es que me había olvidado del tema por completo; iba a empezar en un sitio nuevo, sin conocer a prácticamente nadie. La reflexión me causó un poco de vértigo. Sabía que había algunos excompañeros del club de atletismo que iban allí, pero no sabía si compartiríamos grupo.

Para olvidarme de la tensión que me sobrevino, me pasé la semana anterior a empezar el curso corriendo como un desesperado. Llegaba a pasar tres o cuatro horas corriendo y, después de cenar, caía en la cama exhausto.

El día llegó y, con los nervios a flor de piel, fui incapaz de engullir ni un bocado del desayuno ni de mirar la tele con atención. Mi padre me llevó en coche de camino al trabajo y me dejó en la puerta casi a la hora en punto. Bendita mi suerte, no tendría que esperar solo. Sonó el timbre, se abrieron las puertas y una multitud de gente arrancó el descenso a la rutina.

Andaba hacia mi clase, un poco perdido, cuando vi una chica de pelo negro, largo y liso que me miraba fijamente. Estaba en la taquilla, poniendo unos libros que salían de una mochila sin fondo; sonrió un poco y levantó la cejas. No sabía porque lo hacía, pero me causó un poco de pánico, agaché la cabeza y escapé a paso ligero.

Llegué a la clase. La puerta estaba abierta y la gente estaba entrando. Esperé un poco a fuera, a ver si todo el mundo se sentaba y me quedaba con el último asiento libre, pero algunos compañeros se quedaron a fuera, charlando, imagino que esperando a que el profesor les obligara a entrar, y decidí no hacer el bicho raro y entrar. Justo cuando cruzaba la puerta oí una carcajada.

Un tiarrón que debía medir metro noventa levantó la mano con una sonrisa y me hizo un gesto para que me acercase. Poco a poco me acerqué a él y me dijo.

  • ¡Hombre Juan! No sabía que venías a este instituto. ¿Te quieres sentar a mi lado?

Con bastante vergüenza asentí, dejé la mochila en el suelo y me senté. Me quedé mirándolo sin saber muy bien qué hacer ni qué decir.

  • ¿Qué te pasa? ¿No te ha sentado bien empezar?

El ruido de fondo era de mucha gente hablando.

  • Verás… es que no me acuerdo de quién eres. Lo siento. – Dije con la boca pequeña, mirando hacia abajo.

  • Ostias! Jajajajajaja! – El tío se descojonó. – He cambiado un poco, pero tanto como para no reconocerme… Soy Borja, hicimos la comunión juntos. Siempre estabas hablando, nunca te callabas, y el padre Justino te daba capotes. Yo me sentaba a su lado muchas veces.

Hice un gesto de pensar, como quien está recordando algo poco a poco, pero la verdad es que ni pajolera.

  • Sí hombre, era un poco gordito y bajito.

En ese momento me vino su cara. Nunca hubiera dicho que el otro Borja dejaría de ser el gordito. Había pegado un buen estirón; tenía barba, pelos en los brazos, la espalda ancha… y qué decir del metro noventa que se gastaba. Se sentaba a una cierta distancia del pupitre, ya que las piernas, recogidas, le hacían tope.

Entró el profesor y, mientras descargaba sus cosas, el ruido fue disminuyendo paulatinamente. Fue en ese rato en el que me fijé en el resto de la clase. Estábamos sentados en la parte derecha del aula, que daba a la ventana. Delante y detrás teníamos dos parejas de chicas y, al final del todo, parecía que había un par de chicos con más ganas de juerga que de estar en clase. Al otro lado estaba la chica que me había sonreído en el pasillo.

Empezó a hablar el profesor que había entrado, de lengua, y a los cinco minutos Borja decidió que ya no le interesaba el tema. Empezó a preguntarme cosas sobre mi vida, y yo le conté muy superficialmente. Empezamos a reír un poco y, justo antes de que el profesor nos llamase la atención, oí que decía “… además del Quijote, referencia de la literatura universal… “.

  • Usted debe de ser nuevo. ¿Cómo se llama? – Cortó la explicación el profesor mirando hacia nuestra mesa, con cara de molesto.

  • Juan. – Contesté con una severidad inaudita en mí.

  • ¿Y me podría decir que le estaba contando a nuestro querido Borja, que, para variar, no calla ni debajo del agua?

  • Pues estaba haciendo referencia a lo que ha dicho usted, sobre el Quijote, y le he dicho que me gustó mucho más el libro que la película.

A Borja se le escapó una carcajada y la mitad de la clase se echó a reír. Una de las chicas que tenía delante, rubia, se giró y me sonrió. Me sentí muy bien, era una sensación que nunca había vivido.

  • Muy agudo. Aunque a ninguno os suene, a verdad es que sí que ha habido algunos proyectos cinematográficos basados en el Quijote, pero ninguno de calidad. – Habló un poco sobre ello y cerró el tema. - Sigamos…

La clase discurrió sin muchas más novedades. Pasaron un par de horas y sonó el timbre del recreo. Borja me acompañó, me dijo qué se acostumbraba a hacer, y me llevó a la puerta del bar donde había algunos de sus amigos y amigas. Me presentó. Qué sorpresa me llevé cuando vi a la chica que me había sonreído en el pasillo acercarse a Borja. Este sonrió, abrió los brazos y le comió la boca como si fuese un bistec. Un trozo de bocata la cayó en la cabeza y un “buen provecho” sonó de fondo. Borja se giró e hizo un poco de broma con sus compañeros. La chica me sonrió y se presentó:

  • Hola, soy Alba. Encantada.

  • Hola, soy Juan. – Dije moviéndome hacia delante y atrás sin saber si dar un par de besos, un abrazo, la mano o nada.

  • Tu corres mucho, ¿no? – Preguntó.

  • ¿Que si me corro mucho? – No entendí la pregunta y me puse rojo. Me pareció fuera de lugar y no me dio la impresión que hiciese broma.

  • Noo, que si corres mucho, de salir a correr. Te he visto varias veces pasando cerca de mi casa. Paseo el perro y te veo súper concentrado.

  • Ah… sí, la verdad es que cuando corro no me fijo en nada. – Me daba una vergüenza increíble que me hubiese reconocido y yo a ella no. Y más mirándola más de cerca, que me parecía guapísima.

Sonrió y se giró hacia Borja, que ya la cogía del hombro y me dijo:

  • Bueno, te dejo aquí con estos que me voy a cogernos unos bocatas.

Entró con Alba y me dejó en la puerta, con sus amigos. La verdad es que no conocía a ninguno, pero parecían majos y desde el primer momento me sacaron temas de conversación. En ese momento pensé que había sido muy estúpido al darle tantas vueltas a mi situación.

Pasaron por la puerta las dos chicas que se sentaban delante en clase. La rubia me miró y la otra, que tenía el pelo moreno y liso y me sacaba un palmo, se paró, se giró y se acercó a mí.

  • Hola, eres Juan, ¿verdad? – Dijo con cara seria.

  • Sí. – Contesté seco.

  • Yo soy Sandra y ella es Erika. – Dijo señalando con la mano.

Asentí y dije que encantado, con una sonrisa bastante forzada. Me fijé bien en ellas. Sandra era alta, corpulenta y tenía unos pechos que no le cabían en la camiseta apretada que le marcaba un poco la tripa. No obstante, el centro de gravedad desviaba la mirada hacia ahí. Erika, por otro lado, era más bajita, de mi estatura. Como ya he dicho era rubia y tenía unas mejillas bastante voluminosas y rojizas.

  • Una pregunta, ¿vienes del Cervantes? – Preguntó haciendo referencia al instituto donde hice la ESO.

  • Sí, ¿cómo lo sabes?

  • Nos lo dijo Borja.

  • Pero si no sabía que vendría, nos hemos encontrado hoy en clase. – Dije extrañado.

  • No, tonto, Borja Castillo. – Era el Borja de mi otro instituto.

  • ¡Ah! Qué casualidad, ¿le conocéis?

Algunas risas se oyeron de fondo en el grupo que estaba a mi espalda.

  • Sí, un poco. - Dijeron las dos.

Sandra se adelantó a Erika y me dijo:

  • Erika y yo hemos quedado en su casa para hacer la redacción que nos ha puesto el de inglés. Sabiendo que eres Juan nos preguntábamos si querrías venir… ya sabes, para conocer gente del instituto.

Otra vez carcajadas de fondo.

  • Sí, vale. Ya me diréis la dirección. – Dije con un poco de vergüenza.

  • Sí, Erika te la escribe después en clase. Bueno, vamos hacia dentro. Chao.

Las dos se fueron cogidas de la mano.

Me giré esperando a ver qué me querrían decir, pero Carlos, uno del grupo, se adelantó a mi pregunta.

  • Vaya, el primer día y ya has conseguido quedar con Sandra.

  • ¿Qué pasa con ella? – Pregunté extrañado.

  • Pues que es repetidora y un poco guarrona. – Dijo Fer, otro del grupo. – Dicen que le hizo una paja a uno del club de atletismo en cuarto de ESO, en las duchas, y que se enrolló con Borja Castillo una noche de botellón. Se quedaron a dormir en su casa y sus padres no estaban.

El timbre que indicaba el final del receso me permitió tragarme el nudo que se me estaba formando en la garganta.

Pasaron las tres horas restantes y, al final de clase, Erika me pasó una nota con su dirección y una hora. Borja me miró, me sonrió y me dio un pequeño codazo.

El camino de vuelta fue monotemático. Monotemático en mi cabeza. No podía dejar de pensar que dos chicas me habían invitado a su casa a estudiar el primer día de clase. Eso no pasaba ni en las películas americanas. No quería dejar volar mi imaginación, pero eso podía terminar en un trio. Y qué pechos tenía Sandra…

La verdad es que me preocupaba un poco qué dirían, suerte que estaban las dos. Mis sentimientos eran contradictorios; por un lado, estaba deseando sacar a pasear mi cosa con las dos chicas, por el otro, no quería que pasase nada, no estaba preparado y no me iba a dar tiempo ni a hacerme una paja para relajarme. Pero tenía que pasar algo, sino iba a quedar como un pringado.

En ese momento de tensión empecé a sufrir por si tenía otra erección incontrolada. Con las dos manos en los tirantes de la mochila y la cabeza gacha, empecé a respirar profundamente. Pensé en los mecanismos que me había dado la doctora Pérez. Anduve durante 10 minutos y, al llegar a casa, me calenté la comida. No había nadie, así que me forcé una erección. A la que subió, me la volví a bajar.

Comí mientras trabajaba ese vaivén. Si me hubiese visto alguien se habría quedado loco. Me puse a jugar a la play y, cuando faltaban quince minutos para la hora, me dispuse a preparar la mochila. La cogí y me di cuenta de que pesaba muy poco. Demasiado poco, de hecho. La abrí y no había nada. Completamente vacía.

Me cagué en mis muertos cinco veces. Nunca me había pasado eso, nunca había estado tan centrado en algo como para dejarme cosas. Con las erecciones siempre me llevaba material de más, para tapar. A saber si me lo robarían, tendría que hablar con el tutor.

Pasé cinco minutos intentando encontrar algo que llevarme a casa de Erika, pero no conseguí encontrar nada que hiciese el apaño, así que salí a la calle con la mochila igual de llena que había entrado.

Llegué a casa de Erika cinco minutos tarde. Llamé, con la vergüenza que le da a todo el mundo llamar a una casa que no has visitado nunca, y me abrió la puerta una mujer blanca como la leche. Rubia, con dos trenzas, cuerpo ancho y unos pechos que no se escondían ni debajo del suéter, me saludó y me indicó que pasara.

Me dijo que se llamaba Erika también, y que era la madre de Erika. Me quede un poco atorado y, con una sonrisa; me dijo que era alemana. Como seguí sin decir nada, plantado en medio de la entrada, me dijo que Erika estaba arriba y que me esperaba.

Subí las escaleras y entré en una habitación de color amarillo, de ese tipo de amarillo como pasado. Cuando uno es un chico no sabe nada sobre nada en absoluto, pero ahora sé que se trataba de un amarillo caramelo, confesado por la propia Erika. En ese momento lo que me sugirió el color fue un Oktoberfest rodeado de jarras de cerveza llenas.

Erika se giró y, con cierta tranquilidad, me dijo que me sentara. Había preparado 3 sillas que, bien juntas, ocupaban prácticamente todo el escritorio. Me dijo que Sandra acostumbraba a llegar tarde, de modo que no me preocupase. Se sentó, me invitó a sentarme a su derecha y, girando la cara como quién posa para una foto, me empezó a hablar.

Nunca había visto a nadie hablar tanto. Con lo tímida que parecía, ella modosita, me contó prácticamente toda su vida desde el nacimiento hasta que entré en su casa. No pasaron ni diez minutos y tenía ya la cabeza como un bombo. De tanto hablar y gesticular, imagino, le entró calor y se quitó el jersey. Llevaba un jersey de lana y, cuando se lo quitó, me di cuenta de dónde me había metido.

La chica tenía un par de melones que no cabían en mi mano. Con el jersey puesto ya se veía que tenía pecho, pero al lado de Sandra, que las enseñaba como si llevase un escaparate encima, pasaban un poco inadvertidas. En ese momento decidí que empezaría a fijarme más en los detalles.

Justo cuando había empezado a arrancar a hablar, otra vez, llamaron al timbre. Dijo que debía ser Sandra y que era raro que llegase tan puntual. Se oyó una voz que daba las gracias, unos pasos rápidos que subían las escaleras y apareció por la puerta.

No se había maquillado, ni peinado ni nada en especial, pero parecía que estaba más guapa. Quizás era su predisposición al entrar en la habitación, sacando pecho, contoneándose como una modelo en la pasarela y haciendo bailar el vestido que le quedaba por encima de las rodillas. Nos saludó, me dio un par de besos, el segundo muy cerca de la boca, y se sentó en la silla libre.

Empezaron a sacar cosas de la mochila, en especial Erika, que parecía que estaba preparada para pasar un curso entero en casa. Sandra sacó el estuche y, de este, sacó un boli bic azul. La tapa estaba muy mordida, casi se caía a trozos y tenía algunos agujeros, e instantáneamente se lo puso en la boca. Me miró y desvié la mirada rápido hacia el montón de libros que había sacado Erika.

  • Yo empezaría con la redacción y ya, luego, nos ponemos con el repaso de gramática, ¿qué os parece?

  • Bien. – Dijimos los dos.

Sandra se echó un poco hacia atrás y puso la silla en diagonal a la mesa, mirando hacia los dos. Erika se giró y le dijo:

  • ¿Como siempre?

  • Claro, escribes mejor y eres más constante. Yo te doy ideas y tu las completas. – Contestó con una sonrisa Sandra.

Erika se giró hacia mí, con cara seria. Miró hacia mi rincón de escritorio y giró hacia mi mochila. Se quedó con la mirada fija unos segundos y preguntó:

  • ¿No vas a sacar tus cosas? – Relajó un poco el gesto, pero el tono de voz continuó seco. - No quiero dos Sandras en el grupo. Aunque seas nuevo tienes que hacer algo.

Me eché un poco para atrás como para enseñar la mochila. La abrí y, como un tonto, mostré que estaba vacía.

  • No soy un pasota, es que no quería llegar tarde y me lo he dejado todo en casa. – Mentí, no sé por qué. Me salió sola.

  • Ay, qué mono. – Dijo Erika con la cabeza un poco ladeada. - Tranquilo, si ya ves que Sandra no es la más puntual.

Sandra me miró con decepción. No sé por qué, pero lo que dije también me salió solo.

  • Bueno, pero ningún problema, ahora Sandra me deja el boli este que tiene en la boca y empiezo a escribir.

Cuando estaba terminando la frase ya me di cuenta de lo que se podía llegar entender de mi insinuación. El corazón me empezó a latir muy fuerte. ¡Qué atrevimiento el mío! Parecía que se me saldría del pecho y los latidos me llegaban a retumbar hasta las orejas. Sandra sonrió, lamió un poco la punta con los labios y me lo alargó. “Toma cariño”.

Lo cogí y me lo puse en la boca. Erika ni se había dado cuenta, como si el momento no fuese con ella se había volcado en la redacción y había empezado a escribir con una lentitud pasmosa. El gesto era ciertamente tierno, con la cabeza a dos milímetros del papel e intentando hacer la mejor letra posible.

Sandra me hizo un gesto con la cabeza. La miré y vi que se abrió de piernas. Quedaba su pierna izquierda tocando con la silla de Erika y la falda se le subió un poco, de modo que vi ensombrecido lo que había debajo. O lo que no había, para ser más exactos. La sombra que proyectaba la falda no dejaba ver bien claro si llevaba un tanga de color carne o realmente no llevaba nada.

Me quedé mirando un rato hasta que un gesto de Erika, subiendo la cabeza, me descentró y me aparté rápidamente hacia atrás. Volvió a su papel y yo volví a girar mi cabeza hacia Sandra. Me sonrió y metió su mano en el agujero de la falda. Empezó a moverla suavemente, sin hacer mucho ruido. El silencio era absoluto, sólo se oía el ruido del bolígrafo contra el papel y la respiración de cada uno.

Sandra movía su mano dentro de la falda, pero no conseguía ver nada. Supuse que estaba disfrutando, porque dejó de estar en estado de tensión y, sin ningún tipo de reparo, se puso a mirarme la entrepierna.

Pasaron unos segundos, quizás algún minuto, que se me hicieron horas. Los movimientos de Sandra cada vez eran más exagerados y ya empezaba a escucharse la fricción húmeda cuando una voz sonó a través de la puerta. Como no sé alemán no sé qué dijo, pero Erika levantó la cabeza y la magia se rompió. Sandra sacó la mano, cerró las piernas y yo me volví a echar para atrás.

  • Qué pesada. – Dijo Erika. – Ahora subo, no sé qué querrá.

Erika se levantó y salió de la habitación. Justo cuando se cerro la puerta, Sandra se cambió de silla y, frente a mí, volvió a abrir las piernas. Me miró, me cogió la mano y la llevó bajo la falda.

  • ¿Sabes que hablé con Borja? Me contó que, aunque parezcas muy tímido, sabes mucho de mujeres. Y que tienes una polla enorme. Me gustaría vértela entera.

Llevó mi mano hacia sus labios y me la apretó. Mis dedos, que hasta el momento habían estado muertos, se activaron con el contacto. Noté que la zona estaba húmeda y caliente y empecé a deslizarlos. Oí un ruido que salía de su boca, pero no me fije en nada porque estaba concentrado mirando su falda.

Toqué en círculos, moviendo los dedos por los labios, y Sandra me apretó la mano hacia dentro. Un dedo se deslizó y noté como se mojaba de flujo. Empecé a moverlo arriba y abajo al compás del ruido que hacían los labios al separarse. Mi dedo cada vez estaba más hacia dentro y eso parecía no tener fondo.

  • Jooooder… - Dijo. Se abrió un poco más de piernas.

Saqué el dedo y puse otro. Empecé a mover también arriba y abajo hasta que hizo un ruidito. Paré y me miró. Volví a mover, esta vez con los dos dedos dentro, y volvió a hacer ese ruidito. Parecía como un gemido muy breve y agudo. Volví a parar y, disimulando mi nerviosismo, hice un gestó para que me dejara la mano libre.

Se relajó, me sonrió y se me quedo mirando fijamente. Volví a mover y a la que oí ese ruido por tercera vez descubrí qué pasaba; estaba pasando por encima de una zona que parecía gustarle en especial. Decidí poner los dos dedos encima, presionar con un poco de fuerza y deslizar por encima de aquella zona. Sandra empezó a gemir tapándose la boca. La fricción me estaba calentando a mi también. Me gustaba ver como mis dedos causaban ese efecto en ella, y la sensación de tenerlos mojados me llevaba a pensar en ponérmelos en la boca y chupar.

Oí un ruido detrás, Sandra abrió bastante los ojos y se apartó rápidamente de mí. Me giré, asustado, pero no vi nada. Sandra se levantó, se sentó en su silla y la puerta se abrió. Erika entró, se sentó y miró hacia Sandra. Sandra hizo cara de resignación y se puso mirando hacia el escritorio.

La situación no cambió en cinco minutos, en los que nadie dijo nada, y Sandra, mirando el móvil, dijo:

  • Ostras, me tengo que ir, se me ha hecho tarde ya.

Con una velocidad pasmosa, cogió su estuche, la puso en la mochila y se levantó. Rodeó las sillas y cogió el boli que me había dejado.

  • Esto me lo llevo para el camino. – Sonrió, se lo puso en la boca y se fue.

El silencio fue sepulcral. Erika casi ni levantó la mirada del papel. Yo estuve mirando como escribía, pero no me pidió nada así que estuve unos minutos en los que reflexioné si eso que me había pasado era normal. Sandra era una chica mayor, sí, pero unos dedos… El día de conocerla…

Erika levantó la cabeza del papel y con cara satisfecha me dijo:

  • Ya he terminado. ¿Quieres que nos tiremos en la cama para leerlo?

No tuve mucho tiempo para contestar ya que ya se había levantado y me había cogido del brazo. Nos tiramos en la cama, de matrimonio, por cierto, y se puso a mi lado, cerca. Me alargó el papel como para que lo revisara. Lo cogí y empecé a leer, pero vi que sus brazos estaban muy apretados contra sus costados, alzando, de paso, sus pechos, que sobresalían y me distraían.

Intenté terminar la redacción sin parecer muy descuidado, aunque mis ojos se desviaban constantemente hacia su canalillo. Cuando terminé le devolví el papel.

  • Está muy bien, la verdad. Va a ser la primera buena nota que saque desde primaria. – Dije con una sonrisa.

Erika rio, dejó el papel en el suelo y poniendo su mano encima de mi brazo dijo susurrando, como si no quisiera que nadie la escuchara:

  • Oye, ¿te puedo dar un beso?

Me pilló de sopetón. No sabía qué hacer, así que dije que sí.

Acercó su cara a la mía y noté su respiración en mi piel. Puso sus labios encima de mi labio superior. Instintivamente empecé a moverlos. Estaba más concentrado en respirar por la nariz que por como movía los labios, y mis manos, que estaban pegadas a mi cuerpo, se fueron a buscar su cintura.

Se movieron desde las caderas hacia arriba. La mano derecha tocó con un pecho y Erika se apartó.

  • ¿Qué pasa? – Dije.

  • Nada, me ha sorprendido.

Siguió besándome y mi mano empezó a tocar su pecho. ¡Qué grande era! No podía cogerlo entero con la mano y, a medida que lo tocaba, me gustaba más su tacto. Empecé a apretarlo un poco y noté una mano en mi entrepierna. “Mierda”, pensé. No sabía en qué momento debía tener la erección. Erika se encargó de darme la señal.

  • ¿Qué te pasa? ¿No te gusta?

  • Sí, claro que sí. No voy a empalmarme con los pantalones puestos, espera que me los quito.

Me saqué los pantalones y pensé en mi pene erecto. Fue subiendo poco a poco y las pupilas de Erika se dilataron al ritmo que crecía la erección. Se me salió de los calzoncillos y puso la mano rápidamente encima.

  • Dios mío, ¡Borja tenía razón! – Lo apretó con los cinco dedos y me miró. – Es enorme.

Sin darme tiempo a decir nada bajó su cabeza hacia mi entrepierna. Noté un poco de frío en la punta, seguido de un calor húmedo que cada vez llegaba hacia más abajo. Noté una lengua mojada que lamía la punta y los labios que la cerraban y apretaban, sin dejar salir la saliva.

Noté como empezaba a acumularse la sangre. Movía los labios sólo por la punta y, aunque hacía bastante presión, no me clavaba los dientes. No sabía como ponerme. Hice un gesto con la cadera, hacia su cabeza, pero se apartó y tosió un poco. Le pedí perdón, pero ya estaba con la cabeza gacha otra vez.

Con la gran eficacia que se espera de los germanos, volvió a ponerse el glande en la boca y a subir y bajar con los labios mientras la lengua bailaba como loca chocándose con mi pene dentro de su boca. Con una mano tenía agarrado el tronco y cuanto más se acumulaba la sangre en él más fuerte apretaba.

No tardé mucho en terminar. No sabía qué hacer, si correrme o avisarla, pero imagino que lo debería estar esperando ya que cuando estaba a punto de terminar empezó a mover la mano y dejó de mover los labios. La lengua seguía moviéndose por la punta, en círculos. Descargué y dejó de mover la lengua. La notaba caliente, apoyada y mojándomela, y con el movimiento de la mano acompañó las descargas que cada vez eran menos potentes. Se levantó corriendo y salió de la habitación.

No sabía qué había hecho mal, así que hice que terminase la erección y me puse calzoncillos y pantalones. Me estaba levantando de la cama cuando volvió a entrar.

  • ¿Qué te pasa? ¿Qué he hecho? – Pregunté medio asustado.

  • Nada, tenía que ir al lavabo a soltar lo tuyo. No me lo voy a tragar.

Me relajé. No sabía dónde ponerme ni qué hacer, así que me senté en la silla y, con las manos encima de las pantorrillas, esperé.

  • Bueno… Pues ya estamos por hoy, ¿no? – Dijo ladeando su cuerpo hacia la puerta.

  • Oh… sí, claro. Ahora recojo.

  • No hay prisa, tranquilo. – Dijo esperando al lado de la puerta.

Recogí mis cosas, que eran casi nada, y me levanté. Dudé un poco, no sabía si darle un beso, la mano, si no acercarme… Despejó mis dudas.

  • De esto no digas ni una palabra, porfa. – Puso cara de pena. – Tengo un novio en la playa y algunas de clase lo conocen. No pueden enterarse, por favor.

Me quedé de piedra. No me lo esperaba.

  • No, claro, ni una palabra. Tranquila.

Me dirigí hacia la puerta y la abrí. Me giré y dije adiós. Me devolvió el saludo y se sentó en la cama. Me fui, bajé las escaleras, dije adiós a Erika madre y me dirigí hacia casa. Estuve todo el camino de vuelta pensando en lo que me había pasado.