Mis aventuras en Chochilandia

Mis aventuras en Chochilandia/Tierra de polvos inolvidables.

Primera parte de mis aventuras en Chochilandia / Tierra de memorables polvos. (Primera parte)

En los ratos libres que me dejaba la Abadesa pude poco a poco conocer todas las interioridades de aquella casa de lenocinio que era el convento de San Bernardo Martirizado. Aunque algo escocido por las interminables cabalgatas que se metía la ninfomática abadesa sobre mis ingles, se me despertaban las ganas de picotear alguna de aquellas novicias cachondonas que pululaban por los pasillos del convento lanzándome miradas de curiosidad y lascivia mal contenida.

En los jardines del convento trabajaba como mozo para todo un gañán de cuerpo pequeño, membrudo,  cabeza enorme y monstruosa,  cortada al rape,  cejijunto y con los ojos siniestros y huidizos. Le llamaban el Euse por Eusebio y era mayormente conocido por el tamaño gigantesco de su verga. Era retrasado mental cuasi profundo, malo por naturaleza y muy vengativo. El enorme falo con el que la naturaleza le había dotado debía tener unos 45 cm,  completamente cubierto de cerdas negras hasta el glande. Lo llevaba, por lo largo, a guisa de cinturón o bién colgando,  hecho éste que azoraba a las novicias –todas de por sí muy putas- viendo menearse cual campana aquella tremenda alcaparra.

De buena tinta me habían contado que el Arcipreste,  bujarrón empedernido,  andaba ya de a tres meses sín poder sentarse sobre superficie dura. Había sucedido lo siguiente: El vicioso Arcipresete había requerido los servicios del Euse para que le cegara el ojo que no tiene niña,  y para ello le había ofrecido en pago los restos de la cena del día anterior,  unos huesos de liebre roidos y un trozo de panceta. El bestial fámulo no tuvo por justo el pago y enculó al curata sarasa de tal manera que tuvieron que internarle en urgencias con el resultado de 23 puntos de sutura más el curamiento de tres o cuatro almorranas, reventadas éstas durante el nefando acto.

Al ser interpelado en el hospital el Arcipreste por el origen de las culares lesiones,  alegó una difusa promesa zaragozana y dijo algo de un cilicio mal controlado.

Por aquellos días mi benefactora, Sor Gúndula, tuvo que irse a bautizar a unos infieles marroquíes y yo aproveché para reponer fuerzas y cremas,  pues andaba necesitado. Una soleada mañana observé bajo una higuera a un grupo de novicias sentadas con el Euse. Estaban en la parte más frondosa de huerto, rodeadas de lujuriosa vegetación y, sabiéndose no vistas, tenían las sayas arremangadas hasta los muslos,  pues era mucha la canícula. Estuve escondido unos minutos, admirando los amorcillados muslamenes de las fámulas,  que estaban en toda su sazón,  siendo carnes jóvenes y cuasi-virginosas.

-Vamos,  Euse, saca la polla, peazomaricón. -le decía una zamorana gorda y colorada. -Que tu con tanto dar por culo a las autoridades eclesiásticas te nos estás volviendo homosesuá. – Uhhhhhh,  nooooo,  queee yyyo quiero tammbién folllllla a toas vosotrasss-contestaba el Euse mientras le brillaba de baba la huidiza mamola. Dicho y hecho, se zafó de la cuerda que le servía de cinturón y en un santiamén tenía la polla en la mano. Las novicias,  dando grititos como de putas de salón-son todas lo mismo-había formado una cola que a mi me hizó pensar en un banco de semen. -Yo primero –gritaba la zamorana-que paeso le calentao!!!!-Se puso de espaldas al Euse,  y levantandose completamente los faldones dejó al descubierto un bul blanco y lechoso, surcado de venillas azules y del tamaño de una mesa camilla. A pesar de encontrarme a unos diez metros, pude percibir un olorcillo penetrante que procedía de las partes pudendas de la santona. Una mezcla de sardinas pasadas con gambas al ajillo. Apenas habían transcurrido unos instantes y ya estaba empalada la novia de la iglesia en todo lo alto del nabo del Eusey berreando como una vaca recién marcada. El Euse,  debajo de aquel ballenato y con el bul en las narices,  tenía los ojos puestos en blanco y a cada caderazo de la zamorana escupía unos espumarajos de color amarillento. Yo que entretanto me habia puesto bastante cachondón y gaseoso,  me acerqué sigilosamente por detrás a una de las novicias que observaba la escena con la boca abierta y,  con sumo cuídado,  le levanté el sayo por detrás y le coloqué un rejón de muerte como Dios manda,  recto y en toda la bola. Era una monja joven, de no más de 18 o 19 primaveras muy bien alimentadas,  que agradeció la suerte cojiendome los huevos y estrujándomelos como si me quisiera arrancar toda la simiente. Yo la estuve bombeando un rato y cuando no pude más,  para no preñarla, le dí la vuelta y le eché todo el lefón en los morros, que ella ponía en forma de corazoncito-Ay, mi vida,  cuanto me gusta, vente luego de anochecida a mi celda. -decía la guarrona.

El Euse seguía fornicándose a las monjillas con precisión de relojero suizo, y aunque sólo metía la puntilla de su miembro, era más que suficiente para hacerlas gritar de dolor y placer,  tal era el tamaño y grosor del falo.

En estos trabajos nos dieron la hora del almuerzo. Con el meneo me había entrado un hambre de Eritreo y me fuí ligero a los comedores. Noté que había mucha más algarabía de lo normal. Sucedía que un grupo de Teresianas de la Congregación del Corazón Incorrupto y Divino de Don Onofre Salvatierra hacían un alto en su camino al Santuario de Lourdes. El grupo estaba compuesto por un cucaracha presbote llamado Don Anselmo de la Madrid y un grupo de monjas ya veteranas,  duchas en el arte de cuidar a los pobres tullidos que se acercaban a Lourdes con la esperanza de una curación.

El curata aquel poseía una cara alargada, cejas estrechas, con ojos amarillentos como si tuviera fiebres de Malta. Tenía los labios finos y morados,  la tez pálida, y unas patillas ralas que le daban el aspecto de lacayuelo de Mefistófeles. Me di cuenta de que observaba a las monjas con manifiesta concupiscencia y que era cura fornicador y porculizador,  acostumbrado a la vida relajada y lujuriosa de los conventos franquistas.

Me enteré que la comitiva se quedaría a dormir aquella noche y comencé a elaborar un diabólico plan. Yo sabía de las debilidades carnales de Don Anselmo así que reuní a dos novicias putorras y que me debían algunos favorcillos y les ordené que cuando el canónigo se hubiera retirado en su celda le visitaran y le ofrecieran sus servicios. Así lo tendría ocupado y yo podría poner en funcionamiento mis pecaminosos planes.

A eso de media noche comencé en mi celda con los preparativos. Con un carboncillo y un poco de pintura azúl me tizné el rostro. Una de mis monjas colaboradoras me había proporcionado unos cuernos de cabra unidos por una goma y que me ajusté a la cabeza. Me embocé en una pelliza negra y me observé en el espejo-rediez!, Pero Botero en persona!!-Con paso quedo salí de mi celda y me dirigí sigilosamente a las estancias donde pernoctaban las monjas viajeras. La puerta no estaba cerrada con llave asi que entré en completo silencio,  mientras escuchaba los ronquidos de las santonas

-Levantaos!!!!las inquirí con vozarrón poderoso. Las monjillas estaban tan asustastadas que casi se caen de los camastros

-Dios mío,  Dios mío, que quiere de nosotros, el mismo diablo nos visita!!!-susurraban entre ellas sudorosas, las mejillas,  temblando y con los ojos saliéndose de sus cuencas. Observé que al lado de una de las rollizas hermanas se estaba formando un charco de pises, producto del miedo a mi persona

-A ver –susurré con voz cavernosa-limpiaros los pecadores chochos,  rápido!

Ellas, temerosas de mi,  comenzaron a hacerse abluciones entre las amorcilladas piernas,  y dadas las flatulencias que de allí salían,  debían de ser muchos los meses que aquellos velludos chochos no conocían jabón.

-Soy el arcangel Penetrabienel, he venido a castigaros por putas y por lascivas!!-No,  mi amo,  no, no nos castigues,  tenemos la carne débil,  somos seres humanos ¡!,  me suplicaban. -

A ver,  tú,  cómo te llaman?-pregunté a la más gorda. -Soy la hermana Eusebia,  no me delate. . . -imploraba- se que he cometido pecado de fornicamiento. . . y he mantenido relaciones pecaminosas con varios curas, incluso con un Arcipreste. . pero si me concedeis la dávida del perdón os estaré eternamente agradecida. . haré todo lo que deseeis. . . -mientras decía esto miraba hacia el suelo avergonzada.

-Ya se que sois putas redomadas y que incluso os gusta que os trabajen el bul, pero ahora teneis que hacer lo que yo diga y mande –dije. -Tú,  -dije señalando a la otra,  algo mas joven. Qué pecados tienes tú? Sí,  mi amo,  me acuso de haber practicado con varios curas a la vez. . . incluso pase una noche con dos seminaristas asturianos, muy burros y degenerados, que usaron mis agujeros repetidas veces para descargar su lujuria lefal. . . perdón, amo. . . . haré todo lo que querais. . .

-bién,  se acabó la hora de las confesiones!!!!!-dije poniendo la voz cavernosa. -Ahora quiero que os afeiteis los chochos y los laveis a conciencia. Después os poneis unos polvos de talco. cuando hayais terminado, poneros en los catres de espaldas,  con las piernas abiertas para que pueda ver vuestros rosados botones. -Las monjas se pusieron rápidamente a la obra y en cinco minutos ya tenía dos regordetes culos a mi disposición

-Amo-dijo la monja Eusebia-qué vais a hacer con nosotras?????Estaba algo alterada y su culo blanco temblaba ligeramente haciendome recordar a un merengue. -A ti, eusebia, te voy a empalar por el ojete. - diciendo esto saqué mi verga endurecida como una piedra y lentamente comenzé a introducirla por el caliente ano de la Eusebia

-ahhhh,  amo, qué gusto me daisssss, qué pedazo de instrumento !!!Aquella puta monja estaba fuera de sí,  se veía que padecía una ninfomanía en grado terminal. Observé que le salían espumarajos por la comisura de los labios y que las pupilas de los ojos se había desplazado hacia atrás,  como si estuviera en trance o endemoniada.

Para la otra monja me había reservado la parte final. Habia observado que era aún bastante joven y que tenía unas tetas más que considerables. El culo era grande pero bien proporcionaddo y tenía unos labios gordos y carnosos que incitaban a la práctica de la felatio, tan amada por mí.

Saqué mi polla del culo de la monja Eusebia haciendo un sonido como si descorchara una botella del mejor cava catalán. Al descubrir nuevamente el infecto ojete, dieron en liberarse multitud de gases que allí se concentraban, y entre los olores que se expandieron por la estancia pude adivinar el aroma del cocido madrileno que las hermanas se habían zampado al mediodia. Bién es sabido el poder gaseoso de las leguminosas. Yo no me dejé alterar el ritmo por los apestosos fuegos artificiales de la monja Eusebia y con una orden seca hice sentar a la otra monja en la cama, tomé sus cabellos con mi mano izquierda y le introduje mi miembro en la boca. Empecé a moverme a adelante atrás,  como si la estuviera follando en el chocho. A ella le gustaba,  porque enseguida empezó de motu porpio a moverse más rápido-Ah, zorra,  qué gusto me das,  sigue,  chupa,  chupa más rapido. . . asi. . . -si mi amogggggg, yoggggg la chupoooogg para tí siempre queggquieras. . .

Llegó un momento que ya no pude más y metiendo todo lo que pude el miebro me corrí violentamente sobre algo que,  después recapacitando un poco,  no pudo ser otra cosa que las amígdalas de la fámula.

Usé a mis nuevas esclavas 2 o 3 veces más,  antes de que enmprendieran de nuevo su peregrinación. . .

Os seguiré contando más rocambolescas historias de mis aventuras en Chochilandia

Salmantino puto y fino