Mis amores fraternales (09: Piso de solteros)

“Piso de solteros”. Noveno capítulo de la historia de los relación entre dos hermanos. El incio de curso depara una sopresa agradable para Elena y David.

Piso de solteros

Cómo cambiaron nuestras vidas en los días finales de agosto. Fueron sólo dos noticias pero las dos me dejaron sin habla. Sobre todo porque, aunque una no tenía nada que ver con la otra, las consecuencias de ambas me llevaron al mismo lugar: a los brazos de mi hermano.

El día de 15 de agosto David llegó a casa. Después de la acampada con su novia Marta, regresaba para preparar los exámenes de septiembre. Para mí fue un alivio volver a estar con él y compartir su tiempo y el mío. Nada más regresar me sorprendió con la primera de las noticias que cambiaron mi vida. Marta y él habían decidido cortar su relación. Me quedé blanca cuando me lo contó. Fue una mezcla de pena, porque ambos hacían muy buena pareja, pero para que negarlo, también abrigué un cierto sentimiento de satisfacción interior. Desde que dejé a mi novio Carlos, mi mente sólo deseaba a mi hermano. Volver a besarle y a sentir su piel en la mía.

Al parecer, según me explicó David, Marta y él se seguían queriendo pero la rutina había acabado por apagar la magia en la pareja. Los 15 días que habían compartido ellos dos solos en Cantabria de acampada, en lugar de cimentar su amor había servido para que ambos reflexionaran sobre su futuro. El resultado de aquello fue que David y Marta decidieron darse un tiempo de descanso. Continuarían como amigos pero sin las ataduras de un noviazgo.

La otra noticia la conocí sólo una semana después. Una noche nuestros padres nos llamaron a David y a mí. Querían hablar con nosotros de algo importante. Una vez estuvimos los cuatro en el salón fue mi padre quien tomó la palabra. Nos informó de que en su trabajo le habían ofrecido una gran oportunidad. Querían que dirigiera la delegación de su empresa en París. Le habían prometido que el traslado sólo sería de un año de duración, luego regresaría a Madrid. Mi padre nos contó que realmente era una oferta suculenta porque, además, a su vuelta a España sería ascendido. Mi madre dijo que ella estaba dispuesta a pedir una excedencia en su trabajo y a acompañar a mi padre a Francia. Por tanto sólo quedaba por conocer nuestra opinión. Fue mi padre quien nos expuso la situación:

  • El problema es que vosotros estáis en plena carrera universitaria y sería problemático mudaros a París porque además no sabéis francés. Vuestra madre y yo hemos pensado en que os quedéis los dos a vivir juntos en casa. Tú, David, ya tienes 21 años, y Elena, tú 20. Los dos sois ya mayores para vivir solos. Pero será si queréis. Si estáis dispuestos a hacerlo nosotros nos iremos a París, y si no nos quedaremos con vosotros. Ya surgirán otras oportunidades. Tengo que responder en una semana. Tomaos dos o tres días para pensarlo y nos contáis vuestra decisión.

David y yo nos miramos y nos leímos el pensamiento ¿Que si queríamos estar un año solos los dos, sin padres? ¡Pues claro! No necesitábamos dos o tres días para pensarlo, lo supimos en milésimas de segundo. Aun así hubo que ser diplomático. Fui yo quien tomó la palabra.

  • Hombre, yo creo que os echaremos mucho de menos. Pero pienso que no debemos ser un obstáculo. Creo que debéis aprovechar la oportunidad y nosotros nos las arreglaremos aquí solos en casa.

  • Sí, yo opino lo mismo que Elena- terció mi hermano.

Y dejamos vía libre a mis padres. El diez de septiembre partían entre lágrimas a París. David yo fuimos a despedirles al aeropuerto. No creo que sea mala hija pero he de confesar que aquella tarde mi alegría era grandiosa. No me lo podía creer. Una casa para mi sola, bueno para mí y para David. Sin padres, sin control, si acaso con la mínima vigilancia de nuestros vecinos los Pereda. Pero a ellos, a quien considerábamos casi de la familia, les podríamos manejar sobre todo con la complicidad de sus hijas Ana y María, nuestras grandes amigas.

Y sobre todo mi júbilo se desbordaba porque iba a vivir sola con mi hermano a quien tanto quería y cada vez más deseaba.

Los primeros días en el hogar sin padres fueron tranquilos. David y yo nos comportamos como siempre. Pero ya desde el primer día, cuando alguno de los dos regresaba a casa saludaba al otro con un beso en los morros como, por otro lado, veníamos haciendo siempre que estábamos a solas.

David estuvo algo melancólico esos días a causa de su ruptura con Marta. Él me contaba sus penas y yo le intentaba consolar. Le aseguraba que Marta y él se arreglarían algún día porque ambos se querían mucho. Lo suyo, le decía yo, era la típica ruptura pasajera de una pareja.

En realidad yo esperaba que no fuera así, al menos durante un tiempo. Marta me caía bien y, en cierto modo, sí que pensaba que los dos volverían algún día a estar juntos. Pero yo sólo pedía tener a mi hermano para mi sola un tiempo. Y luego que volviera con Marta.

Lo cierto es que aquellos primeros días fueron más bien normales. Hasta octubre no comenzarían las clases en la universidad por lo que una vez que concluimos los exámenes de septiembre, yo con mejores resultados que David, ambos nos dedicamos a salir de juerga con nuestros respectivos amigos. Había que aprovechar el final de las vacaciones. Montamos las primeras fiestas en casa, eso sí, con pocos invitados para no molestar a nuestros vecinos, pero aun así muy divertidas. En esas celebraciones, claro, no solían faltar ni Ana ni María.

Para ellas también fue una gran noticia la marcha de mis padres. Casi se pasaban más tiempo en nuestra casa que en la suya. Además convirtieron nuestro hogar en su nidito de amor. Venían con sus respectivas parejas y nosotros, gustosos, les dejábamos una habitación para que desfogaran sus ansias amatorias.

Pero todo lo bueno se acaba y el curso comenzó. Si bien los primeros días en al facultad no suelen ser excesivamente estresantes, mi hermano y yo tuvimos que claudicar ante la dictadura de los horarios impuestos. Se acabó lo de levantarnos cuando el cuerpo lo pidiera. Ahora sería el despertador quien nos diera la orden inapelable.

Y claro, todo tiene también su lado bueno. Qué buen recuerdo guardo de aquellas noches en las que David y yo dormitábamos viendo la televisión, solos en casa, aguardando el momento en el que debiéramos acostarnos para dormir las horas necesarias. Yo en pijama, él todavía con la ropa de calle que no se suele quitar hasta ir a la cama. Según avanzaba la noche, yo me iba acurrucando en sus piernas, a veces incluso me quedaba dormida sobre ellas mientras él me masajeaba la cabeza. Cuando la programación nocturna dejaba de interesarnos, él me ayudaba a incorporarme. Nos lavábamos y nos íbamos a nuestros cuartos, pero antes siempre reservábamos unos instantes más para quedarnos charlando. Normalmente en mi habitación. Yo metidita en la cama y él a los pies. Eran sólo cinco o diez minutos para compartir como hermanos y hablar de nuestras cosas tranquilamente. Y para despedirnos con un tierno beso en los labios.

El ritual pasó a convertirse en rutina y, con ello, ese momento de irse a dormir se convirtió en la parte de la jornada más esperada para mí.

También las mañanas gozaban de su encanto. Quien primero se levantaba, normalmente yo, preparaba el desayuno al otro. Nos saludábamos con otro besito en los morros y nos tomábamos nuestro café antes de ducharnos. Mientras uno se remojaba el otro solía entrar al baño sin ningún problema. Aunque en casa disponemos de dos aseos, mi hermano y yo tenemos nuestros enseres higiénicos en el mismo, y a pesar de la ausencia paterna no alteramos las costumbres, llevábamos años considerando aquel baño como el nuestro y, por tanto, continuamos ambos utilizándolo. A mí me gustaba, e incluso me excitaba ya de buena mañana, que mientras yo me duchara David, por ejemplo, se lavara los dientes. Mientras, conversábamos animadamente y exponía mi desnudez ante él sin ningún rubor al igual que él la suya ante mí.

Con todo, los primeros meses sin nuestros padres yo no percibí en ningún momento ni un atisbo de deseo sexual por parte de mi hermano hacia mí. Creo que seguía pensando en Marta y en la posibilidad de volver a con ella. Yo también me llegué a plantear arreglarme con Carlos, aunque día a día aquello se hizo más imposible, la relación con mi ex definitivamente iba a peor. También pensé en iniciar una nueva aventura, oportunidades no me faltaban, pero hubiera sido engañarme a mi misma. Yo con quien quería estar era con David, pero como no vi en mi hermano ningún afán porque se repitiera el incesto intenté esconder mis sentimientos. Aunque mi hermano me conoce demasiado bien como para que no vislumbrara los senderos por donde se dirigían mis pensamientos.

Fue en diciembre cuando algo cambió. David finalmente pareció descartar volver con Marta. Y yo no es que me alegrara pero algo sí me alivié. En ese mes estaba previsto que mis padres regresaran unos días para pasar con nosotros mi cumpleaños, la nochebuena y la nochevieja. Por ese motivo David, Ana, María y yo decidimos adelantar nuestra tradicional cena navideña. Una celebración que los cuatro amigos y vecinos habíamos convertido ya en una tradición. Con los años a esa cena se ha ido sumando gente ajena a las dos parejas de hermanos. Normalmente los novios y novias de turno. Ese año David y yo no aportaríamos invitados pero Ana y María sí traerían a sus parejas. Esta vez la novedad era la ausencia de nuestros progenitores así que pensamos en cenar en nuestra casa en lugar de en un atestado restaurante. Y es que ya se sabe que en Madrid en el mes de diciembre no hay quien reserve mesa. Además habría otra ventaja, Ana y María dirían a sus padres que se quedaban a dormir en nuestro hogar con lo que aprovecharían para compartir cama con sus chicos, es decir Enrique y Javi. Lo bueno para mí es que María y Javi dormirían en el inhabitado cuarto de mis padres y Ana y Enrique en el mío. Por tanto yo tendría que compartir cama con David. Y encantada de la vida.

La cena fue un éxito. Cocinaron las hermanas Pereda y Javi. Mi hermano yo nos encargamos de adornar la casa y Enrique de colocar la intendencia necesaria en la mesa y de mantenernos a todos con el vaso lleno. Brindamos por todo lo brindable y reímos sin parar. Invitamos incluso a los padres de Ana y María a que cruzaran el estrecho descansillo que separaba nuestra vivienda de la suya para que se tomaran una copa con nosotros. Pasado un tiempo prudencial, claro, les despedimos amablemente porque las presencias paternas nunca deben ser excesivas en una cena de amigos. Nos tomamos unas cuantas rondas más y nos fuimos a dormir.

Aquella noche, con tanto brindis junto a la ya de por sí excitante idea de dormir con mi hermano, yo estaba exultante. Cuando llegó la hora, me desnudé delante de él en un santiamén. Me quedé en bragas y camiseta mientras él casi no se había ni descalzado. No es que quisiera provocarle con tal indumentaria nocturna pero es que la calefacción de mi casa es demasiado intensa como para ataviarse con mas prendas en la noche.

En cuanto nos metimos en la cama me abracé a él en un gesto más fraternal que otra cosa. Estuvimos hablando y riéndonos un buen rato hasta que un momento de silencio escuchamos un jadeo procedente de mi cuarto, claramente de Ana, que debía de estar gozando de lo lindo con Enrique.

  • Joder con Ana parece que se lo está pasando bien- observó mi hermano.

  • Sí, qué envidia-añadí yo.

  • ¿Ah sí? ¿Tienes envidia?- preguntó indiscreto David.

  • Pues mira sí. Quieras que no, desde que lo dejé con Carlos hace ya cuatro meses no he practicado el sexo, al menos con otra persona.

David se quedó en silencio mirándome, sonriente, con cara de haberme pillado en una confesión impulsiva.

  • ¿Acaso me estás proponiendo algo, hermanita?

La pregunta me pilló desprevenida. Claro que quería algo. Deseaba en ese momento agarrar su pene metérmelo en la boca y que luego me chupara él a mí. Y hacer otra vez el amor. Pero no tuve valor de decírselo...

  • Pues no, no te estoy proponiendo nada- le dije para a continuación darme la vuelta y ofrecerle mi espalda.

  • Vaya que pena- añadió él manteniendo el tono de broma.

Se hizo en silencio entre los dos al tiempo que seguíamos escuchando los jadeos de Ana y Enrique. A los pocos minutos ellos también se callaron, sin embargo, debieron de pasar varias horas hasta que logré conciliar el sueño recomiéndome por mi falta de valor para volver a tirarme a mi hermano.

A la mañana siguiente nos levantamos todos tarde, desayunamos y nuestros invitados se fueron yendo a sus respectivos hogares. Una vez solos David me informó de sus intenciones inmediatas.

  • Elena, voy a ducharme.

Yo me quedé en la cocina recogiendo los vasos del desayuno, sin evitar que mi mente evocara continuamente la imagen de mi hermano, desnudo, introduciéndose en la bañera. Realmente mi nivel de deseo sexual estaba alcanzado cotas hasta entonces inimaginables.

Empujada por una incomprensible decisión me acerqué al cuarto de baño. Sin reconocerme a mi misma abrí la puerta y me metí dentro. David estaba ya duchándose.

  • ¿Qué haces?- preguntó él.

  • Vengo a mear.- No era nada extraño que mi hermano y yo compartiéramos baño, con lo cual, mi presencia no debió de parecerle sospechosa.

Levanté la tapa del urinario, me bajé los pantalones del pijama y las bragas y me senté, pero de ahí no salía nada. Realmente yo no había entrado para mear. Espoleada por tanto deseo reprimido, decidí dejarme de maniobras de distracción. Me quité el resto del pijama y me acerqué a la ducha, descorrí la cortina y me encontré con el cuerpo de David, mojado y reluciente.

-¿Qué haces?- volvió a preguntar David entre sorprendido y divertido.

  • ¿No me dejas ducharme contigo?- Y sin esperar respuesta de David me introduje en la bañera.

Él se quedó mirando, sujetando distraído el mango de la ducha. Se lo quité de las manos y sin decir palabra mojé mi cabeza y mi cuerpo. Pero yo tampoco estaba allí para lavarme. Había dado el paso definitivo y ahora no era cuestión de entretenerme. Dirigí el agua hacia su pene, que para mi tranquilidad, mostraba ya señales de cierta excitación. David cada vez más atónito miraba el chorro con cara de no comprender bien lo que estaba ocurriendo.

Pronto le saqué de dudas. Me abalancé hacia su boca y le metí la lengua con una furia inesperada tanto para él como para mí. Reaccionó. Su lengua respondió a la mía, mientras sus manos poco a poco se acercaban a mi trasero. Las mías las llevé hacia su polla ya definitivamente erecta. No duraron mucho estos besos. Yo deseaba más y rápido. Llevaba tres años esperando un nuevo encuentro con mi hermano.

Me agaché a lamerle su pene. Lo hice con mezcla de cariño y voracidad. ¡Cuánto había deseado volver a tener ese pene en mi boca! Y él parecía responder encantado a mis estímulos.

  • Joder, hermanita, cómo me pones- acertó a decir.

Yo centrada en lo mío seguí chupando con hambre su miembro. Pero ansiaba más, deseaba tener una vez más su pene en mi concha.

Me incorporé mientras el agua saliente del hidroteléfono abandonado en el suelo chocaba contra mi cuerpo desnudo. Ofrecí a mi hermano un rápido beso húmedo y le di la espalda, apoyando los brazos en la pared de la ducha y mostrando mis nalgas desde donde se debía de atisbar mi coño.

No tardó David en ponerse en marcha. Lentamente fue metiéndome su tan esperada verga. No fue tanto el placer físico que me provocó como el goce que supone mitigar un acto tan codiciado durante tanto tiempo. Me sentía feliz de por fin entregarme otra vez a David, ser tomada por mi amado hermano.

Su penetración fue suave, intensa y húmeda, muy húmeda. Pero poco a poco fue incrementando sus movimientos alentado por mis jadeos, sonidos podría decirse casi de júbilo. Me sujetaba con fuerza las caderas y yo me dejaba hacer. Pero el también debía estar muy excitado por la situación porque no tardó en decirme...

  • Elena me corro.

Noté como abandonaba mi rajita. Inmediatamente me di la vuelta, cogí su polla y la meneé con premura mientras le besaba. No tardé en percibir en mi mano un líquido más denso que el agua al tiempo que sus gemidos se intensificaban. Sacudí un poco más lento su pene y lo dejé para concentrarme en el beso a mi hermano.

Cuando nos separamos nos miramos sonrientes. Pero yo necesitaba más. Me senté en el borde de la bañera y animé a mi hermano, con un leve pero claro gesto, a que se agachara. No hubo que insistir, su disposición fue inmediata. Abrí mis piernas y dejé que me besara y lamiera hasta desembocar en un orgasmo intenso, como hacía mucho tiempo que no gozaba.

Al terminar me quedé unos segundos con los ojos cerrados y con la cabeza apoyada en la pared. Por eso no pude ver como mi hermano me introdujo la lengua como buen final de la fiesta fraternal que nos acabábamos de montar.

  • ¿Qué te ha pasado hoy? ¿Qué has desayunado para estar tan marchosa?- me preguntó.

  • Anoche me dejaste con ganas y hoy me he resarcido- respondí yo.

  • Pero si me dijiste que no pretendías nada anoche.

  • Pues te mentí.- Y para acallarle volví a besarle.- ¿No te habrá molestado?

  • Hermana hacía tiempo que no follábamos pero para mí nunca será molestia hacer el amor contigo.

Su respuesta me dejó tranquila. Sólo me faltaba sentir remordimientos por haber presionado a David para que me follara. Pero veo que no, mi hermano siempre será un encantador calentorro.

Aquel día ambos tuvimos compromisos sociales que nos alejaron de casa. No nos volvimos a ver hasta la noche. Y lo volvimos a hacer. Otro polvo entre hermanos apasionado y amoroso. Nuestra voracidad filial, invernada durante tres años, había salido del frasco.

Repetimos los tres día siguientes sin ningún remordimiento ni sensación de culpa, ya habíamos superado esa fase. Ahora David y yo podíamos follar tranquilos sin darle demasiadas vueltas a lo que hacíamos.

Pero al cuarto fue la fecha en que nuestros padres regresaban a casa. Al día siguiente era mi cumpleaños y se acercaban las navidades. No es que no me alegrara volver a ver a mis padres después de tres meses, pero ahora que había logrado retomar la relación sexual con mi hermano no era el mejor momento. En fin, todos nos debemos a ciertas obligaciones familiares.

David y yo tuvimos que hacer una pausa en nuestra fogosidad. Con los padres en casa nuestros encuentros se ceñían a los besos con lengua y toqueteos que nos regalábamos en cuanto nos quedábamos solos.

En nochevieja decidimos quebrar la tregua. David y yo fuimos a fiestas diferentes pero con la disculpa de volver juntos a casa quedamos a desayunar antes del regreso. Borrachos y drogados como estábamos al comenzar el año, el encuentro sexual fue inevitable. Tuvimos la lucidez de no perpetrarlo en casa. Lo hicimos en un parque de nuestro barrio y fue quizá uno de los polvos más morbosos que recuerdo.

Aquella noche llevaba un vestido, me senté levantándome la falda encima de David que previamente se había bajado los pantalones y me aguardaba en un banco del parque. Hicimos el amor ajenos a todo lo que ocurría a nuestro alrededor, que no era otra cosa que un desfile de borrachos regresando a sus casas. Cuando nos dimos cuenta teníamos al menos a cuatro chicos mirando como follábamos. Me daba igual. El alcohol me desinhibió lo suficiente como para seguir montando a mi hermano. La presencia de los mirones incluso acrecentaba mi excitación, y David por lo que noté, debió de sentir sensaciones parecidas. Ambos nos corrimos a la vez, él dentro de mí, con condón claro. Y al terminar los voyeurs nos despidieron con aplausos. Supongo que al llegar a casa se harían una paja en nuestro honor. Menos mal que no sabían que éramos hermanos porque hubieran flipado.

El día tres de enero mis padres regresaron a París. David y yo solos de nuevo en casa nos convertimos en prácticamente una pareja de enamorados. Cada noche dormíamos juntos no sin antes follar sin tapujos.

Así estuvimos unos 20 días. Tuvimos que detener nuestra actividad sexual por otro motivo, los exámenes de febrero. Pero hubo otras causas, el regreso de nuestras ex parejas Carlos y Marta. Sin embargo David y yo supimos afrontar la nueva situación con un fin de fiesta espectacular.

CONTINUARÁ

En caso de que queráis comentarme algo mi correo es:

jaimecorreo2000@yahoo.es