Mis amores fraternales (04: Ortigueira)
Ortigueira. Cuarto capítulo de la historia de mis relaciones con mi hermana. El más grande festival de música celta será el escenario de la consumación de un amor fraternal. El sonido de las gaitas será la banda sonora de un sueño hecho realidad.
MIS AMORES FRATERNALES (04 Ortigueira)
El autobús fue lento, casi tres horas tardamos en llegar al Concello de Ortigueira desde Santiago. Nada más pisar tierra comprobamos si nuestros padres habían cumplido su promesa de ingresarnos dinero. Afortunadamente sí. Disponíamos de fondos, y menos mal porque llevábamos ya unas cuantas horas sin comer. Para celebrarlo Elena y yo nos regalamos un copioso desayuno en una cafetería de Ortigueira. En aquel mismo establecimiento nos informaron de donde coger los autobuses que transportaban al recinto donde se iba a celebrar el festival.
No tuvimos que esperar mucho, los buses partían cada media hora y el trayecto era corto. Una vez allí descubrimos el fenomenal ambiente del festival celta. Había gente de todo tipo, condición y edad, jóvenes, algo más mayores, mujeres, hombres, hasta algún niño e incluso perros andaban por ahí. Nuestro aspecto no es que fuera muy cuidado. La ropa que nos habíamos traído al viaje era más bien escasa con el objetivo de que las mochilas no nos pesaran durante el camino peregrino. Afortunadamente pudimos lavar nuestras prendas en el seminario de Santiago. Aún así sólo disponíamos de unas tres camisetas roídas cada uno. Pero no desentonábamos, el ambiente era sano y nadie se fijaba en el aspecto de la gente. Además los asistentes iban ataviados con ropa informal, hippy o campista. Así que tampoco dábamos el cante, más bien íbamos como todo el mundo.
Una vez allí nos guiaron hasta la zona campista. Estaba repleta. La parte de las tiendas alquiladas estaba bien situada, no muy alejada de los escenarios. La tienda que haría las funciones de hogar en los próximos tres días era un iglú, pequeño pero nos era suficiente. Una vez instalados lo primero que hicimos fue irnos a duchar, que ya tocaba después de tanto trajín y de, entre otras cosas, haber pasado la noche en una estación de autobuses.
Las actuaciones en el escenario principal no comenzarían hasta la tarde pero todo el festival estaba salpicado de pequeños conciertos de modestas bandas gallegas o asturianas que alegraban al personal. Nos dedicamos por tanto a recorrer todo aquel pequeño mundo celta. Mi hermana y yo estábamos de tan buen humor y con espíritu sociable que enseguida hicimos amigos. Unos asturianos treintañeros nos invitaron a sidra. Luego estuvimos comiendo con dos parejas madrileñas que debían tener unos 20 años. Y más tarde nos juntamos con un grupo de locos gallegos de nuestra edad que compartieron ribeiro y cerveza con nosotros. No es que fuéramos de aprovechados por la vida pero la gente iba muy preparada al festival cargados de provisiones para aquellos tres días y nosotros, al haberlo improvisado todo, no habíamos tenido tiempo de abastecernos. Aún así, en las caras tiendas de suministros instaladas en el recinto compramos cerveza y vino para agradecer la generosidad de nuestros amigos gallegos.
Pero lo mejor fue cuando comenzaron los conciertos. Actuó una banda asturiana, una gaitera gallega, un grupo irlandés, otro galés y terminó con el plato fuerte de Milladoiro una reputada banda de la terriña. Yo me lo pasé fenomenal, y estuve muy animado pero Elena estaba mucho más exultante. Influyó en su estado el alcohol ingerido durante el día pero creo también que aquella sensación de estar viviendo una aventura improvisada lejos de los padres le provocaba una dosis extra de alegría desbordada. No paró de saltar, bailar y cantar en todos los conciertos, donde por cierto coincidimos otra vez con el grupo de asturianos. Estos tomaron a mi hermana como mascota y no pararon de subirla a hombros, voltearla y bailar con ella. A mí también me hicieron caso, pero menos.
Los conciertos acabaron bien entrada la noche pero la fiesta no se terminaba. Estuvimos un buen rato bebiendo con los asturianos en la carpa instalada para tal función. Luego, cuando nos íbamos ya para la tienda nos encontramos con los gallegos de nuestra edad que nos invitaron a ir a la zona donde estaban ellos acampados para quedarnos hablando y fumando un rato más.
Yo me lo pasé estupendamente pero tengo que reconocer que cuando, a eso de las seis de la mañana, llegó la hora de irnos a dormir fue el momento más esperado por mí. Deseaba pasar la noche con mi hermana a solas. Los dos íbamos bastante borrachos pero seguramente no pasaría nada. Yo desde luego no me atrevería ni siquiera a tocarla pero, aun así, no pude evitar alegrarme de irnos a la tienda. Por cierto, que dado nuestro estado nos costó bastante encontrarla.
Una vez hallada la tienda y dentro de ella, mi hermana se desnudó sin ningún complejo. Yo evité fijarme directamente en Elena pero alguna mirada furtiva dediqué a contemplar aquel cuerpo que me volvía loco. Los dos nos pusimos los pijamas y nos dispusimos a meternos en el saco, pero antes mi hermana volvió a sorprenderme. Se acercó a mí gateando de rodillas y me dijo:
- Qué gran idea tuviste cuando se te ocurrió venir aquí. Eres lo mejor que hay en el mundo.
Y dicho esto me agarró la cara con las dos manos y me dio un beso en la boca, labio con labio. Cuando me soltó estaba empalmado e impactado. Aquel beso no fue como el de Cullera, del verano anterior, fue mucho más sentido. Para adornar todavía más aquel momento mi hermana exclamó:
- Cuánto te quiero hermanito.
Sin más se metió en el saco y se quedó dormida casi de inmediato, dejándome en un estado donde la excitación superaba a la borrachera. Al final, tras unos minutos parado reflexionado sobre lo bonito de aquel momento que acababa de vivir, me metí yo también el saco. En circunstancias normales aquella noche, después del beso, no habría dormido nada pero el cansancio acumulado y el estado ebrio de mi cerebro ayudó a que finalmente pudiera abandonarme al sueño.
Desperté de la manera más dulce posible. Todavía en sueños escuchaba una voz a lo lejos que se introducía en mi letargo pero que me fue llevando al reino de lo vivos poco a poco. Ya en un estado de semiinconsciencia noté perfectamente como me besaban la mejilla, abrí los ojos y allí estaba ella. Elena me miraba con una sonrisa y me decía...
- Son las tres de la tarde, levántate ya, hombre, que llevo dos horas despierta y sola esperándote.
Qué mejor forma de levantarse que con la voz melodiosa de mi hermana y con sus caricias y besos. Me sentía en el paraíso.
La segunda jornada del festival de Ortigueira transcurrió parecida a la primera. Mi hermana y yo comimos tarde, creo que como casi todos los asistentes. Hicimos nuevos amigos y continuamos divirtiéndonos con los del día anterior. También bebimos mucho y nos sumamos a las diferentes fiestas de los grupos de conocidos.
El concierto, quizá no fuera tan intenso como el del día anterior. La música era bastante más tranquila pero estuvo bien. Al finalizar, eso sí, seguimos la fiesta en la carpa que servía de bar y en las tiendas de campaña de la pandilla de los gallegos.
Alcanzamos nuestro iglú sobre las cinco de la mañana. Yo esperaba con ansia aquel momento, el de ver otra vez a Elena desnuda y el de recibir, por lo menos, otro beso tan dulce como el de la noche anterior. El primer deseo se cumplió. Mi hermana exhibió sin ninguna vergüenza sus tetillas adolescentes y su precioso culete. También pude ver aquella noche y por primera vez, al menos desde que nuestros cuerpos se habían desarrollado, el monte de venus de Elena. Como se ha venido narrando, yo ya había podido disfrutar de la visión de sus pechos, de sus nalgas y de su cuerpo en general, la había visto incluso siendo lamida por un chico, pero hasta entonces su vulva era un misterio para mí. Aún así cuando la pude admirar me di cuenta de que era tal y como lo imaginaba, con pelitos muy cortos que dejaban entrever su carnosa hendidura. No quise, sin embargo, fijar demasiado la mirada en ella, aunque aun así debió de darse cuenta de hacia donde apuntaban mis ojos.
Yo también me desnudé delante de ella y también percibí su mirada en mi pene no del todo flácido. Ella no dijo nada al verlo pero yo me avergoncé un poco mostrando mi desnudez ante ella, y más en aquel estado semierecto.
Lo que no tuvo lugar aquella noche fue el beso que yo esperaba. Elena se acostó deseándome con una sonrisa en la boca que durmiera bien. Pero me supo a poco. Hubiera dado mi mano entera porque se hubiera repetido aquel contacto entre nuestros labios.
Aquella noche metido en el saco me planteé si, a pesar de lo bien que lo estábamos pasando, el viaje a Ortigueira había sido una correcta decisión. Me estaba dando cuenta que el deseo me consumía, aquel sentimiento hacia Elena se me estaba escapando de las manos. Se estaba haciendo incontrolable.
Mi despertar tampoco fue tan dulce como el del día anterior, entre otras cosas, porque fui yo quien abrió los ojos antes. Cuando me incorporé Elena yacía todavía durmiendo profundamente con su cara de ángel malo. Me fui a duchar y cuando regresé ya estaba levantada.
Era el último día de festival así que nuestros amigos gallegos se habían gastado todas sus provisiones. Tuvimos todos que comer en el bar, y la verdad es que fue divertido aquello. La cerveza corrió a raudales y en mucha más cantidad que los alimentos sólidos. También andaban por ahí la panda de treintañeros asturianos. Habían cogido un especial cariño a Elena. Supongo que estaban embelesados por la belleza de mi hermana, aunque la vieran como una cría, pero creo que, además de eso, ella les caía bastante bien, les gustaba reírse con su locuacidad y de sus agudas ocurrencias y bromas. Y es que, por si no lo he dicho nunca, mi hermana además de preciosa sabe ganarse a la gente con su femenino sentido del humor.
Total que pasamos la tarde bebiendo, ora con gallegos ora con asturianos, lo cual, nueve de cada diez médicos lo desaconsejan. El único de la decena de doctores que no secundó esa recomendación murió de cirrosis.
Al comenzar el concierto mi hermana y yo estábamos bastante alegres ya. Sin duda fue el mejor de los días en cuanto a música se refiere. Cantamos con gaiteros gallegos, bailamos con los escoceses y al final vino la traca final: Carlos Núñez y sus gaitas y flautas que nos hicieron vibrar a los miles de personas del público.
Acabamos el concierto bastante destrozados físicamente. Aun así, como era la última noche y a pesar de que debíamos abandonar antes del mediodía el camping nos tomamos otras cuentas cervezas con gallegos y asturianos. Yo me lo estaba pasando bastante bien pero fue Elena quien pasadas las tres de la mañana me dijo:
- Estoy que me caigo ¿Nos vamos a acostar? O sí quieres quédate tú y me voy yo a dormir.
Por supuesto yo le dije que me iba con ella. Nos despedimos por tanto de aquellos juerguistas amigos que habíamos hecho en estos tres días no sin antes darnos teléfonos y direcciones.
En la tienda de campaña se repitió el ritual del pijama de aquellas noches. Elena se volvió a desnudar con total normalidad delante de mí. Yo en cambio ese día, quizá porque el nivel de alcohol era menor, tenía un empalme más acentuado que otras noches por ver el cuerpo de mi hermana. Ante esa situación decidí darme la vuelta para ponerme el pantalón del pijama.
Era una noche calurosa así que nos quedamos los dos fuera de los sacos hablando. Hicimos balance del viaje y, desde luego, las conclusiones eran muy positivas. Empezamos por lo último y los dos coincidimos en que el festival había sido una experiencia inolvidable. Luego recordamos los momentos vividos con María y Ana durante el Camino de Santiago y nuestras aventuras en la capital compostelana. Y claro, el tema no tardó en surgir. Elena se acordó de cuando nos pilló a María y a mí terminando aquel glorioso polvo.
Qué vergüenza me dio. Creí que me moría.
Pues para mí también fue un corte, no te creas.
Además es que...- y Elena interrumpió la frase que se disponía a pronunciar.
¿Además qué?
No, nada.
No, dímelo ¿Qué ibas a decir?
Nada, nada.
¿Cómo que nada? Ibas a decir algo.
Me da vergüenza decírtelo- dijo con un susurro de voz.
Pues ahora me lo dices. No se puede tirar la piedra y esconder la mano.
Bueno... pues que...- pero seguía sin decidirse a terminar la frase.
¿Pues qué? Venga, no seas pesada, dilo.
Pues que me puso súper cachonda veros así- dijo por fin apartando su mirada de la mía.
Yo no supe que decir. Me quedé callado unos segundos y al final me decidí a preguntar.
Pero exactamente... ¿Qué te puso cachonda?
Pues ¿qué va a ser? Verte a ti follando con María y ella a cuatro patas, creo además que os pillé cuando estabais en pleno orgasmo.
Pues sí, la verdad es que fue justo en ese momento.
Se hizo un tenso silencio entre los dos. Yo me había quedado un tanto impactado tras la confesión de Elena de que se había excitado al verme. Decidí abrirme yo también con ella.
Bueno, yo reconozco que también me puse cachondo cuando te lo montaste con Adrián en aquel albergue.
Pero si estábamos a oscuras ¿Cómo nos pudiste ver?
Bueno, más que veros os escuché y además yo estaba muy cerca y algo se intuía. Pude ver perfectamente como te chupaba tus partes bajas.
Qué vergüenza
Y ya puestos a sincerarnos dije algo más.
Me excité viéndoos pero también sentí algo de celos.
¿Celos por mí? ¿Te da celos qué un tío se lo monte con tu hermana?
Quizá me había excedido en mi sinceridad y me vi obligado a matizar mi afirmación.
Bueno, celos no es la palabra, más que nada preocupación. Ya sabes que soy tu hermano mayor y no me gusta que los tíos se aprovechen de ti
Si no se aprovechó. Me lamió mi cosita muy bien, me volvió loca, vamos. Si llego a estar sola habría gritado del gusto que me dio.
Aquella expresividad de mi hermana contando lo que sintió mientras le comían el coño me puso ya completamente caliente. Ella, mientras, siguió hablando...
- Vaya, vaya, mi hermano celoso. No me extraña ¡Con los empalmes que te coges cuando me ves desnuda!
Ahora enrojecí pero no del calentón sino de la vergüenza que me dio comprobar que mi hermana era consciente de mis erecciones con ella.
No... yo...
Tú nada. Reconócelo, te empalmas con tu hermanita- dijo mientras se acercaba a mí.
Me puso la mano en la cabeza haciéndome leves caricias. Yo la miraba sin poder decir nada. Aquella conversación no sé a dónde nos iba a llevar pero pronto se desvelaría.
Yo reconozco que el otro día me agradó mucho el beso que nos dimos- me dijo.
¿Qué nos dimos? Si me lo diste tú- afirmé para intentar defenderme.
Bueno, pues eso. Mi intención era la de darte un beso de hermana, pero se me fue la mano y me calentó un poco.
Ya me habías besado así. Fue en Cullera, pero quizá no te acuerdes porque llevabas un buen pedo aquella noche.
Sí que me acuerdo, tonto. También me gustó aquel beso.
O sea, que ahora me enteraba de que mi hermana también tenía atisbos de excitación conmigo y que además recordaba todos aquello momentos que para mí se habían convertido en inolvidables.
Se quedó junto a mí mirándome. Las manos que acariciaban mi pelo las puso en la frente. Las siguió bajando y me acarició los labios mientras me miraba sonriente. Aquello era demasiado, si fuera un animal irracional hubiera saltado sobre ella pero, no sé ni cómo, me contuve. Ella seguía acariciando mis labios introduciendo un poquito la punta del dedo en mi boca, me miraba fijamente sin dejar de apagar su media sonrisa. Al final yo le dije...
- Con esta conversación, tu mirada y estas caricias en mi boca, si no fueras mi hermana, pensaría que te quieres enrollar conmigo.
Ella mantuvo la sonrisa mirándome a los ojos pero no contestó a mi reflexión. Y entonces ocurrió aquello con lo que tanto he soñado, mis anhelos prohibidos, el gran pecado de conciencia se hizo realidad, se materializó...
Elena acercó su boca a la mía y me introdujo su lengua. Qué sabor. Aquella ansiada lengua estaba ahora en mi boca. Era dulce, blanda, jugosa. Nos dimos un beso eterno, y nuestras salivas de hermanos se intercambiaron por primera vez.
Cuando aquel beso terminó ella despegó su cara y me miró otra vez pero ya sin su sonrisa en los labios, más bien, con una expresión preocupada. Quizá se estaba arrepintiendo de lo que había hecho. No la dejé pensárselo más. Me abalancé sobre su boca, ella se dejó caer y yo encima de ella la volví a besar devolviéndole lo que antes me había dado.
Estuvimos besándonos y revolcándonos mucho tiempo. Disfrutando el uno del otro. Fue Elena quien detuvo unos instantes aquello para preguntarme:
¿Está seguro de lo que estamos haciendo, David?
No, pero prefiero disfrutarlo. Hazlo tú también- y volví a besarla sin que ella me rechazara. Más bien lo contrario.
Cuando terminó aquel beso me deslicé hacia su vientre. Levanté su camiseta y besé su ombligo. Por primera vez llevé la mano hacia su monte. Se lo acaricie por encima del pijama. Ella dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Se estaba dejando llevar. Bajé sus pantalones y me encontré de cara con aquella deseada cueva. Dirigí mis labios hacia su entrada, la besé, saqué mi lengua y la recorrí humedeciendo su ya mojada zanja. Lamí delicadamente sus pliegues hasta que subí por instinto hacia su clítoris. Fue entonces cuando ella comenzó a removerse y a jadear. Estaba definitivamente entregada a mí.
Estuve un buen rato regalándola dosis de placer. Pero detuve aquella lamida para preguntar:
Elena ¿Quieres que lo hagamos?
No me preguntes eso- me dijo jadeante.
Y quizá tuviera razón. Era mejor dejarse llevar sin hablarlo. Seguí masajeando su vagina pero esta vez con la mano. Mientras, con la otra busqué en la mochila los preservativos. Afortunadamente los encontré con facilidad. Volví a bajar mi cabeza hacia su clítoris para lamerlo y al tiempo me colocaba el condón. Cuando estuvo listo me incorporé, me puse sobre ella en la clásica misionera. Besé su boca. Ella sacó su lengua para introducirla en mí. Y entonces ocurrió...
Mi pene entró sin dilación en aquella abertura fraternal. Fue la sensación más intensa de mi vida. La follé con ansia, con pasión y con amor. Ella levantó sus piernas en un gesto de placer, presionando mis nalgas con ellas. No duró mucho, ella empezó a jadear, casi a gritar. Seguramente alguien nos escucharía en el camping. Espero que los posibles oyentes no supieran que éramos hermanos.
Ella vibraba debajo de mí, noté sus convulsiones y jadeos histéricos, y no pude más. Llevaba demasiado esperando aquello como para aguantar mucho tiempo más. Me corrí en el que estoy seguro que será el mejor orgasmo de mi vida por muchos polvos que eche. Y mientras el placer alcanzaba su máxima expresión la besé con todas mis ganas.
Me deje caer hacia su lado. Así nos quedamos, los dos callados.
Apenas transcurrió un minuto cuando ella se volvió hacia a mí abrazándome con su brazo derecho. Volví la cabeza hacia ella y le di un pequeño piquito en la boca. Ella me correspondió con otro y estuvimos un buen rato besándonos despacio en la boca. Aquellos besos en los labios tornaron en sentidos y lentos morreos y acabaron en apasionados y voraces cruces de lengua, mezclando nuestros fluidos de fluidos. No habían pasado más de 10 minutos y ya sentía de nuevo crecer la excitación en mi cuerpo. Pero ella se detuvo.
¿Tú crees que nos arrepentiremos de lo que hemos hecho esta noche?
Yo creo que somos hermanos, nos queremos, sentimos amor el uno hacia el otro, y hoy, eso es lo que hemos hecho, el amor. No creo que seamos ni los primeros ni los últimos hermanos que hacen esto.
Mi sentencia era impecable desde el punto de vista de la lógica aristotélica, pero no me la creía ni yo... o sí, no sé.
Quizá tengas razón porque yo te quiero mucho- me dijo con una tierna sonrisa.
Y yo a ti.
Ella me dio otro beso en la boca sin evitar que su lengua se tocara levemente otra vez con la mía. Luego me propuso:
De todas formas creo que lo de esta noche no debe repetirse.
Quizá sea lo mejor- asentí aunque mi pene no estuviera conforme.
Nos quedamos otra vez en silencio. Ella recostada sobre mi pecho y yo abrazándola y acariciando su espalda. No estuvimos así mucho tiempo. Elena no tardó en incorporarse y mirándome pícaramente susurró...
- Lo de esta anoche no debe repetirse... pero la noche todavía no ha terminado.
Sus palabras terminaron por revitalizar a mi pene. Elena se fue directa hacia él. Le dio unos besitos en el glande y luego extrajo su lengua y rodeó con ella mi verga. Lamió también la base y bajo hasta mis testículos. Mi cuerpo volvía a temblar por el placer que me daba mi hermana. Tras dejar empapados todos mis genitales se metió el pene entero en su boca. Dio así inicio a una mamada increíble, cambiando de ritmos, de lento a rápido, del romántico al frenético. Mi hermana había logrado aumentar el calentamiento previo al nivel de la lava. Si no me hubiera corrido solamente minutos antes ya había llegado al borde del orgasmo con aquella chupada.
Pero me dejó con ganas de más. Apartó su boca y se colocó encima de mí. Montada sobre mi pene pero dándome la espalda. No veía su carita ni sus pechos, pero a cambio me ofreció una contemplación privilegiada de sus nalgas. Ella misma se metió la verga en su coño y empezó a cabalgarme a lenta velocidad pero aumentándola progresivamente. Aquella postura, inédita para mí hasta entonces, me gustaba. No sólo por el placer que me daba sino también porque la imagen de su trasero aumentaba mi excitación.
Ella se movía hábilmente apoyando sus manos en mis piernas. Yo sujetaba el talón de un pie con una mano y con la otra alcancé una nalga y la acaricié. Elena no dejaba de moverse con mi pene en su interior. Hasta que volvió a cambiar. Estaba claro que a mi hermana no le gustaban los polvos de una sola postura.
Dejó, por tanto, mi polla erecta al aire libre otra vez y se colocó a cuatro patas.
- Quiero que me folles en la misma posición en la que os pille a María y a ti en Santiago- me dijo sin ni siquiera mirarme.
Por supuesto yo acepté encantado su petición. Me incorporé y poniéndome de rodillas me situé en el lugar adecuado para penetrarla en esa postura. La metí el pene lentamente y ella pareció disfrutar con todo el proceso de inmersión.
- mmmmm- musitó.
Ella no tardó en llevarse la mano hacia su clítoris y masturbarse al tiempo que yo la penetraba. Seguramente había aprendido ese truco de María, de la tarde en la que nos pilló a ella y a mí follando en Santiago. Desde luego a Elena también le gustó porque era evidente que estaban aumentaron sus jadeos y sus temblores.
- Aaaah... ay, David me estás dando mucho placer.
Y yo que me alegraba.
- Eres muy bueno conmigo hermanito.
Aquella forma de llamarme hermanito era un exceso para mí. Caí entonces en la cuenta de que no llevaba condón puesto. Si ya es un riesgo con cualquier chica, con mi hermana no quería ni pensarlo. Pero debía controlar mi eyaculación porque no era cuestión de apartarse a ponerme un preservativo ahora que Elena estaba en tal estado de lujuria.
Acorté mis embestidas. Las suavicé, pero aún así tuve que hacer enormes esfuerzos cerebrales por retasar mi orgasmo. Ella, ajena a mis esfuerzos por contenerme, seguía gimiendo y ladeándose de un lado a otro.
Pero era inútil. Aquello era demasiado arriesgado. Estaba a punto de correrme. Decidí sacar mi polla del agujero de Elena, pero sin darla tiempo a reaccionar puse mi boca en su chochete, sin dejarla cambiar de postura. Lo lamí con hambre de él. Ella seguía tocándose también. Dada su postura de cuatro patas, su ano estaba muy cerca de mi boca. Decidí ir a por él para comérmelo también. Chupe aquel pequeño orificio mientras mi mano se unía a la suya en la masturbación. Debió de excitarle muchísimo aquello porque gritó:
- Sí, sí... sigue...
Ella apartó su mano y se reclinó hacia abajo posando la cabeza en la colchoneta. Yo seguía chupando el coño y el culo alternativamente mientras mi mano no dejaba tampoco de manosearla. Cuando sus temblores eran ya más que evidentes, intercambié las caricias. Mi lengua se concentró en su clítoris y con la mano masajeaba su ano llegando a introducirle un dedo en aquel secreto agujero. Para ella fue el éxtasis. Gimió como una posesa, sus jadeos eran continuos y al final se corrió en mi boca mientras yo me tragaba gustoso todo su jugo.
Cuando terminó dejó caer su cuerpo y se quedó tumbada boca abajo.
Hermanito te han dicho alguna vez lo bien que lo haces- me dijo desde esa misma posición.
No como tú me lo dices.
Elena se dio la vuelta y me miró con una sonrisa que a mí me pareció de agradecimiento. Se incorporó hacia mí y me empujó obligándome a caer de espaldas sobre la colchoneta. Directamente se fue a por mi polla. Volvió a lamerla con ganas. Se la metió hasta el fondo la sacó y repitió la operación varias veces. Se puede decir que mi hermana me estaba follando con su boca.
Yo no dejaba de mirar como mi propia hermana me estaba practicando aquella memorable felación. Lo había deseado tanto. Enseguida me llevó a donde quiso. El semen se acercaba a su objetivo. Noté como el placer recorrió todos mis genitales hasta que al final salió con fuerza de mi pene. Ella siguió chupando sin importarle que aquel líquido fuera directamente a su garganta, a su boca o a su lengua. Yo me revolvía de placer. Era demasiado. Ella mantuvo sus lamidas y cuando vio que ya no salía nada, tampoco se detuvo. Delicadamente continuó chupando hasta limpiar todo el semen.
Ella misma dio por terminada la mamada cuando consideró que era suficiente. Me miró. Tenía las comisuras de sus labios mojada de mi líquido, pero no le importaba. Se acercó a mí y me dio un nuevo beso en los labios, mojándome con mi propio semen. Luego se recostó sobre mí, regresó a la posición inicial, ella sobre mi pecho y yo abrazándola. Si la felicidad fuera una imagen de mi vida, habría elegido aquella.
Dormimos los dos abrazos el uno al otro, sin meternos en los sacos. Aquel acto de amor fraternal debió de ser una descarga emocional para mí porque aquella noche tuve un sueño muy profundo. Descansé como nunca junto a mi hermana.
Cuando desperté me encontré con su mirada. Estaba seria y con sus ojos clavados en los míos. Pero su gesto cambió. Recibió mi amanecer con una de sus sonrisas y con un beso en los labios primero y su lengua en mi boca después. Luego se levantó y me dijo:
- Creo que nos van a echar ya del camping así que más vale que nos duchemos y recojamos para irnos.
Seguía desnuda, exponiendo su bello cuerpo, su natural hermosura. Me dio pena cuando se colocó una camiseta y un pantalón y cogió la bolsa de aseo para irse a duchar. Antes se volvió a acercar a mí y me dio otro besito en los morros. Luego desapareció dejándome allí desnudo y todavía en estado de shock por lo ocurrido.
Cuando me tocó ir a las duchas evité cruzarme con las miradas de la gente. No percibí que llamara especialmente la atención pero pensar que alguien pudo oírnos me daba mucha vergüenza. Cuando regresé, Elena prácticamente había preparado las dos mochilas y recogido todo, así que directamente nos fuimos a coger el transporte público que debía llevarnos a la estación de autobuses de Ortigueria.
Hablamos poco, pero tiempo tendríamos. Nuestra ruta pasaba por llegar en autobús a La Coruña y de ahí coger un tren a Madrid. Nos esperaban muchas horas de viaje y espera.
La verdad es que el cúmulo de sensaciones y pensamientos que había en mi cerebro estaban a punto de provocar un colapso circulatorio de mis neuronas. Era todo muy contradictorio. Lo de anoche para mí fue maravilloso. Se había cumplido mi gran sueño. Además estaba contentísimo de que Elena tuviera sentimientos parecidos a los que yo durante tanto tiempo había mantenido escondidos.
Por otro lado estaba claro que nos habíamos metido en un buen lío. Un polvo entre hermanos no es cualquier cosa. Ahora se abría un periodo de incertidumbre ¿Qué pasaría entre nosotros? ¿Nos comportaríamos como si nada hubiera ocurrido? ¿Se estropearía nuestra relación de hermanos? ¿Follaríamos como leones siempre que surgiera la oportunidad? Demasiadas preguntas para nuestros inexpertos cerebros. Y si yo mantenía tantas dudas, Elena, que es mujer y por tanto un ser más complejo ¿Cómo estaría? Sin duda con muchos más quebraderos de cabeza.
Costó que saliera el tema. En el trayecto a Coruña intenté hacer alguna broma al respecto. Ella se rió pero tampoco dio para más. En la estación de trenes aprovechamos para comer algo, comprar revistas y distraernos leyéndolas. No hablamos mucho ni de ese ni de otros asuntos.
Una vez en el tren todavía nos aguardaban unas siete horas de viaje. Notaba a Elena cada vez más seria y preocupada. Sin duda se estaba comiendo mucho la cabeza.
¿Qué piensas? Pregunté.
Nada- dijo escuetamente.
Claro que sí. Le estás dando vueltas a lo de anoche.
Bueno, un poco.
Ella no me miraba y sus respuestas eran claramente esquivas. Decidí acabar con aquello y plantarle cara a la situación.
- Mira, creo que esto no debe afectarnos para mal. Te propongo un trato.
Yo estaba dispuesto a todo con tal de que Elena no se fustigara. Ella me miró para escuchar mi propuesta pero siguió seria.
- Mira Elena, hacemos una cosa. Nunca volveremos a dejar que pase lo que de anoche. Pero a cambio tenemos que prometer una cosa: Nunca nos arrepentiremos de haberlo hecho y además guardaremos un buen recuerdo. Porque ¿lo pasamos bien no?
Ella por fin esbozó una leve sonrisa.
Lo pasamos muy bien.
Entonces estás de acuerdo con mi propuesta y zanjamos el tema.
Si estoy de acuerdo- me dijo.
Por fin había logrado que Elena sonriera. Ella se quedó un buen rato mirándome, luego acercó su boca a mi mejilla y dejó pegados sus labios en ella. Aquel beso fue también de amor aunque no fuera con lengua o en la boca. Finalmente reposó su cabeza en mi hombro y pasados los minutos se quedó dormida.
Me sentía bien por haber aliviado la carga de Elena. También yo descargué tensión, en cierto modo, después de aquel pacto. Por otro lado seguía deseando a Elena tanto o más que antes. Pero por ella estaba dispuesto a sacrificarme y a aguantarme mis ganas de tenerla. Debía acostumbrarme. Al menos siempre tendría ya el recuerdo de la noche de Ortigueira.
En cualquier caso, en mi interior, aunque fuera de forma inconsciente, continuaba encendida la llama de la esperanza y del deseo. Nos quedaba mucho por vivir todavía como para que nuestros retozos no volvieran a repetirse...
Continuará...
Si queréis hacerme cualquier comentario será bienvenido: jaimecorreo2000@yahoo.es