Mis amores fraternales (03: Compostela)

“Compostela”. Tercer capítulo de la historia de mis relaciones con mi hermana. Concluida la vía láctea, la aventura continúa. Las dos parejas de hermanos pasamos tres días inolvidables en Santiago. Será en la ciudad compostelana donde María me devuelva el favor que me debía.

MIS AMORES FRATERNALES (03 Compostela)

Aquellos tres días en Santiago fueron la dulce guinda a la inolvidable aventura peregrina que María, Ana y Elena y yo habíamos emprendido días antes. Sin embargo no sería la ciudad compostelana el destino final del viaje, a algunos de nosotros nos aguardaba todavía la traca final, pero ya llegará el turno más adelante de contar esa parte.

Los cuatro nos hospedamos en el seminario menor, el lugar donde los peregrinos son acogidos de forma gratuita. Eso sí, sólo una noche podíamos pernoctar allí. El resto, o bien pagábamos para dormir en alguna pensión o hacíamos uso de la picaresca. Como nuestros fondos a estas alturas eran ya más bien escasos, nos decidimos por esta última opción. No fue difícil camuflarnos en el seminario, un lugar demasiado grande y con poco personal como para que se dieran cuenta de que llevábamos más de un día durmiendo allí.

Con el problema del alojamiento solucionado nos dedicamos a disfrutar de la noche compostelana. Recorrimos todas las tascas del casco viejo, nos bebimos la cosecha de ribeiro, de albariño y de cebada. Comimos empanada, pulpo y lo que nos pusieran. Bailamos, reímos, nos colocamos y muchas cosas más. Ah bueno, y también conocimos los encantos culturales de la ciudad, claro.

Pero de aquellos tres días hubo una tarde que recordaré especialmente. Fue el segundo de nuestra estancia en Santiago. Nos habíamos retirado a descansar al seminario. Buscábamos recobrar fuerzas para seguir la fiesta nocturna. En el seminario por cierto tuvimos mucha suerte, y no me refiero a que nos coláramos tres días de gorra, sino al habitáculo que nos ofrecieron. El seminario menor de Santiago tenía habilitadas grandes salas a modo de barracón para que los peregrinos durmiéramos allí, pero el día en el que llegamos estaba todo ocupado. Era 27 de julio y hacía sólo dos días que se había celebrado la festividad de Santiago, por tanto estábamos en la época de mayor afluencia peregrina. Pero hasta en esto nos sonrío la suerte. Los amables responsables del seminario nos dejaron un cuarto anexo sólo para nosotros cuatro. La desventaja era que no había camastros pero a cambio nos facilitaron unas colchonetas sobre las que dormir. Desde luego que no nos importó la incomodidad de esos lechos porque preferíamos la independencia respecto al resto de hospedados.

La mencionada tarde las tres chicas y yo dormimos una buena siesta. Cuando despertamos decidimos asearnos antes de salir a comer algo barato a las tascas gallegas. Ana y yo nos duchamos los primeros, cuando regresamos fue el turno de Elena y María. Las chicas tenían ya tanta confianza conmigo (como decía María yo era "una" más) que no dudaban en cambiarse de ropa delante de mí. Simplemente me pedían, como mucho, que me diera la vuelta mientras se quedaban desnudas.

Así lo hizo Ana esa vez. Cubierta solamente con una toalla me pidió que no mirara mientras descubría su cuerpo. Yo normalmente respetaba las normas y no solía fijarme en ellas, ni siquiera de reojo, cuando se cambiaban. Pero aquel día estaba especialmente cachondo y además el cuerpo de Ana era el que menos conocía de las tres, solamente había visto sus pequeñas tetas el año anterior en la playa. Quizá fuera esa la razón pero, el caso, es que no pude contenerme y volví mi cabeza encontrándome con el cuerpo desnudo de la pequeña de las Pereda. Descubrí su culo precioso, muy pequeñito y firme y con unas nalgas blancas que contrastaban con el moreno del resto de su cuerpo. Observé como con toda tranquilidad se colocaba sus bragas y más tarde el sujetador. Aproveché mientras la miraba para colocarme yo los calzoncillos y un pantalón corto, más que nada para disimular el empalme que me había provocado su desnudez. Luego de forma un tanto cínica, sí, lo reconozco, pregunté:

  • ¿Puedo mirar ya?

  • Estoy todavía en ropa interior pero mira si quieres, no creo que te asustes.

Me sorprendió la permisividad de Ana. Se ve que estaba aprendiendo de su hermana, porque María no tenía ningún complejo a que yo la viera en ropa interior, incluso ya antes de habernos enrollado.

Ana siguió vistiéndonos mientras me comentaba...

  • Tengo los pies destrozados. Todavía no me he recuperado de las caminatas.

Sin duda que para recuperarse de caminatas no es conveniente bailar hasta las siete de la mañana, que es lo que Ana y todos nosotros habíamos estado haciendo la noche anterior. Yo me ofrecí a ayudarla.

  • Si quieres te doy un masaje en los pies.

  • ¿Sí? ¿Lo harías?

  • Sí, claro. Túmbate en la colchoneta.

Ana se había puesto una camiseta pero seguía sólo con sus bragas blancas en la parte de abajo. Aún así, definitivamente, no le importaba que yo la viera en este estado. Se tumbó, yo me senté en la parte final de la colchoneta y ella colocó sus piernas sobre mí.

No es que sea especialmente fetichista con los pies, pero el toqueteo que le estaba dando a aquellos pequeños y rosados apéndices me estaba produciendo una considerable erección. Y es que ya he dicho que ese día yo estaba peculiarmente caliente, si a eso sumamos que había visto hace escasos segundos el cuerpo desnudo de Ana y que ahora estaba tumbada frente a mí en bragas, pues comprenderán mi estado. Además Ana hacía cometarios que no ayudaban precisamente a mí relajación.

  • Aaaay, qué gustó me estás dando. Sigue, sigue, no pares, jajajajajaja.

Me hicieron gracia sus ocurrencias pero seguía empalmado. Continué con un masaje esforzado. Palpando la suave planta de su pie y sus deditos. A los pocos minutos María y Elena regresaron a la vez de la ducha. Los comentarios no se hicieron esperar. La primera fue mi hermana:

  • ¿Pero qué haces ahí tumbada en bragas y dejándote toquetear por David?- preguntó simulando estar escandalizada.

  • ¿Qué pasa hermana envidiosa? Como yo me he tirado a David tú quieres hacer lo mismo ¿no?- añadió María, también en un tono de falso enfado.

  • Callaos ya las dos. ¿No veis que me está haciendo un masaje en los pies para ayudar a que se recuperen?

  • ¡Ay, qué buena idea!- exclamó Elena- Yo quiero que me des a mí otro.

  • Y yo también- dijo María sumándose.

  • Si claro, voy a ser vuestro masajista oficial.

  • Venga no seas malo- dijo Elena con voz melosa mientras me acariciaba con gesto de gatita.

Estaba a punto de claudicar ante tanto encanto femenino pero se me ocurrió una idea. Suponía que no saldría adelante pero yo la solté por si acaso colaba.

  • Yo os masajeo los pies si vosotras os quedáis desnudas mientras os lo doy- propuse con una amplía sonrisa.

  • Pero que salido estás- respondió María.

  • Paso, paso- añadió Elena.

  • Pues nada, os quedáis sin masaje.

Pero Elena lanzó una contraoferta:

  • Como mucho te dejamos que nos mires mientras nos cambiamos- propuso mientras guiñaba un ojo a María.

  • Por mi vale, total ya me ha visto desnuda- aceptó María.

  • Y yo soy su hermana y también me ha visto ya alguna vez.

La oferta me encantó y acepté. Las dos bellezas se dieron la vuelta, se quitaron la toalla y ¡tachán! Me mostraron sus lindos traseros. Como estaban juguetonas no se limitaron a cambiarse, sino que de vez en cuando también movían provocativamente sus traseros o se colocaban las manos sujetando las nalgas. Como podrán imaginar mi erección era ya hasta dolorosa. Yo seguía con el pie de Ana en mis manos, pero la verdad es que el masaje había perdido todo el interés, estaba embobado con los culos de Elena y María, e incluso, de vez cuando, alguna se giraba de más y me dejaba admirar sus tetas también. Finalmente se pusieron las bragas y el sujetador pero mi estado era ya irreversible. Me habían excitado y ansiaba urgentemente una descarga.

  • Me lo habéis distraído. La calidad del masaje ha perdido mucho desde que habéis llegado- protestó Ana.

  • Bueno, bueno, deja de protestar que se acabó tu turno. Me toca a mí- exigió Elena.

Elena también se colocó en la colchoneta sólo con camiseta y bragas. Yo estaba dispuesto a disfrutar del masaje a mi hermana. Cogí su pie izquierdo y lo recorrí suavemente con los dedos de arriba a abajo. Ella no pudo contener una leve risa por de las cosquillas que le causaban mis tocamientos. Fui apretando todo el pie, mientras ella cerraba los ojos y se dejaba llevar por las sensaciones. Yo me había dado cuenta de que también me encantaban los pies de mi hermana. Pequeñitos y bien formados. Le toqueteé los deditos un buen rato ante de cambiar de pie y repetir la operación. Y mientras masajeaba el pie no pude dejar de mirarla, con su dulce cara disfrutando de mi masaje, estaba preciosa y además en bragas.

Cuando llevaba ya más de 10 minutos de masaje fue María quien reclamó sus derechos.

  • Ahora me toca a mí, ya te estás levantando, que me lo cansas.

  • Qué pena, con lo relajada que me estaba quedando.

  • Pero no tardéis mucho que nos van a cerrar los supermercados y no vamos a poder comprar mezcla para el kalimotxo- recordó Ana

Teníamos pensado hacer un mini botellón tras la cena, más que nada para ahorrar, y Ana tenía razón, se nos iba a hacer tarde. Afortunadamente María aportó una solución.

  • ¿Y por qué no vais vosotras mientras David se encarga de mis pies?

  • Ni hablar, que morro- protestó Ana.

Pero Elena quizá intuyendo que nos harían un favor dejándonos solos terció en la polémica:

  • Venga Ana, vamos nosotras comprar, así compensamos a David por el masaje.

Ana pilló el sutil mensaje de Elena y finalmente accedió. Las dos terminaron de vestirse y nos dejaron solos a María y a mí.

En un principio me centré en el masaje de pies a María pero yo ansiaba desquitarme de la excitación que sufría desde que salí de la ducha. Ella ni siquiera se había puesto la camiseta como las otra dos y estaba tumbada solamente con braga y sujetador. Pero, por otro lado, María no parecía compartir mis ansias de sexo. Estaba relajada con los ojos cerrados y disfrutando del masaje que le estaba regalando. De vez en cuando ronroneaba como señal de que estaba disfrutando por mi habilidad manual en los pies femeninos.

Sus pies también eran preciosos igual de bien proporcionados que los dos pares masajeados anteriormente. Muy negros por delante que contrastaba con el rosadito en la planta. Cuando ya llevaba un par de rondas de toqueteos en ambos pies mi empalme continuaba indemne. No se había bajado ni un milímetro. Y es que estaba estupenda tumbada con los ojos cerrados y exponiendo su cuerpo sólo cubierto por unas pequeñas bragas verdes y un sujetador a juego.

Tenía unas ganas tremendas de follar de nuevo con María y la situación era ideal. Tuve una especie de impulso y me llevé uno de sus pies a la boca y empecé a chupar su dedo pequeño. Ella abrió los ojos y sonrió.

  • ¿Esto también es parte del masaje?

  • ¿Te acuerdas lo que me dijiste al terminar nuestro polvo de Sarria?

  • No, ¿el qué?

  • Que si alguna vez me encontrara en una situación de extrema excitación me ayudarías a aliviarla.

  • ¿Y ahora estás en una situación de extrema excitación?

  • Sí- dije y a continuación volví a besar su pie.

  • Pero yo no dije que lo haría, dije que no lo descartaba.

Ante esa respuesta me vengué mordiendo el pie que tenía ya en la boca.

  • Aaaaay- gritó exageradamente- eres un cabrón.

Yo no dije nada simplemente volví a besar su pie, luego lo solté y me deslicé hacia ella. Me aproxime tanto a su cara que su nariz y la mía casi se tocan pero una vez en ese punto me quedé parado, mirándola sonriente.

  • Bueno, pues aquí estoy, esperando tu respuesta- le dije.

Y su respuesta fue comerme los morros con pasión. Me metió la lengua hasta el fondo y la revolvió dentro de mí con explícito ardor. En un momento de descanso de nuestro fogoso beso ella me dijo:

  • Vale, te voy a aliviar, porque tu me aliviaste a mí y porque me caes bien, pero no te acostumbres.

  • Bueno vale.

Y dicho esto nos volvimos a besar hasta que ella dejó mi boca y se fue hasta mi cintura. Allí se quitó su ropa interior y me despojó de las únicas prendas que yo llevaba puestas, es decir, las bermudas y los calzoncillos, dejándome completamente desnudo. Cuando finalizó su operación se abalanzó sobre mi erecto pene y se lo metió directamente en la boca. Lo chupó con decisión, comiéndolo de arriba a abajo y sin dejar un trozo de verga sin repasar con su boca. Entre mi estado de excitación y su habilidad en la felación yo me sentí como si nadara en un océano de placer para mi solo.

Yo cogí su culo y lo atraje hacia mí. La coloqué encima e iniciamos un ardoroso 69. Ella se revolvía sobre mi boca cada vez que yo mordía, chupaba o rozaba su clítoris. Así estuvimos un buen rato disfrutando lo dos de nuestras caricias de lenguas.

Fue María quien se separó y me pidió un preservativo. Lo busqué rápidamente y me la enfundé sin mayor dilación. Ella me esperaba en la colchoneta con una amplía sonrisa. Cuando me acerqué se dio la vuelta y me mostró sus nalgas. Nunca hasta ese día había penetrado a una chica en aquella posición (recordemos que era mi sexto polvo y mi segunda mujer) y la verdad es que me excitaba enormemente sobre todo admirando el poderoso culo de amiga. Me puse a su altura agarré sus caderas y fui metiendo mi falo en su vagina lentamente. Una vez dentro con leves empujones fui marcando el ritmo. Ella bajó la cabeza como consecuencia de retirar uno de los brazos que mantenía de punto de apoyo, ese brazo se lo llevó hacia sus clítoris. Mientras yo la penetraba ella se masturbaba intensificando su placer. Aquello no podía durar mucho más. Ambos estábamos excesivamente excitados. Cerré los ojos y me corrí al tiempo que percibía sus convulsiones. Descargué todo mi semen pero aguanté dentro de ella hasta que noté que también había quedado plenamente satisfecha.

Todavía quedaba una sorpresa. Fue cuando al abrir los ojos me encontré en la puerta de la habitación a mi hermana mirándome fijamente y con la boca abierta.

  • Perdón, os dejo solos.

Elena se dio media vuelta y cerró la puerta. María y yo nos miramos. Me quedé un poco cortado por la situación. A ella, en cambio, no pareció afectarle mucho que mi hermana nos hubiera visto en tan comprometido acto.

-Vaya pillada ¿eh?- me dijo sonriente.

-Joder y tanto. En plena corrida además.

-Bueno, peor habría sido que hubieran llegado antes, jajajaja.

Las risas de María me relajaron. A estas alturas ya importaba poco que mi hermana me hubiera visto. Además yo también la pillé cuando se masturbaba con Adrián en aquel albergue de mitad del camino, se puede decir que estábamos en paz. Abandoné estas reflexiones y me acerqué a María. Ella y yo concluimos aquel fogoso encuentro con un bonito beso con lengua.

Cuando ya estábamos completamente vestidos, llamaron a la puerta, al abrirla nos encontramos a Elena y Ana. La pequeña de las Pereda con cara divertida, en cambio, mi hermana con expresión avergonzada.

  • Yo... lo siento. Tenía que haber llamado pero pensé que ya estaríais listos.

Yo no supe que decirla pero María se me adelantó.

  • No pasa nada tonta. Luego nos ofreces tú un espectáculo porno como el que hiciste con Adrián y estamos en paz.

Todos nos reímos con la ocurrencia de María y nos marchamos tan contentos a cenar y a divertirnos.

Al día siguiente y tras otra noche desenfrenada nos enfrentábamos a las que creíamos que iban a ser nuestras últimas horas en Galicia. Debíamos regresar porque María partiría hacia Francia en Interrail en dos días. Vaya vacaciones se había montado la niña.

Ese día, por tanto, estábamos un tanto deprimidos, sobre todo Elena y yo que no teníamos más plan que quedarnos la mayoría de las vacaciones restantes en Madrid. Ana se iba también en un par de días a su apartamento de San Juan con sus padres y nos había invitado a pasar unos días con ella, pero su gentileza no nos consolaba.

Nos dirigimos hacia la estación de tren para comprar los billetes de regreso y de camino nos encontramos con una especie de agencia de viajes para jóvenes. Fue a Ana a quien se le ocurrió entrar para ver si allí nos vendían los billetes del tren sin necesidad de ir a la estación. Entramos en la agencia y nos dijeron que no había problema pero que debíamos esperar unos minutos a que atendieran a otros clientes. Nos sentamos los cuatro. Mientras esperábamos yo me fijé en unos carteles publicitarios en los que leí...

" FESTVAL DE ORTIGUEIRIA DE MÚSICA CELTA DEL 30 DE JULIO AL 1 DE AGOSTO. Reserva aquí tu plaza en el camping"

Mi cerebro empezó a funcionar ¿Qué necesidad teníamos de volver a Madrid? No es que yo fuera un experto en música celta pero sí que me gustaba escucharla y la idea de ir a un festival de este tipo siempre me había atraído. El problema era que no teníamos suficiente dinero como para alargar las vacaciones, a no ser que...

  • Elena, mira, lee esto.

Y Elena leyó el mismo cartel que yo había descubierto

  • ¿Y?

  • ¿No te apetece ir?

Se quedó pensando unos segundos y me dijo:

  • Como apetecerme, claro que me apetece, pero ni tenemos dinero, ni tienda de campaña, ni permiso de nuestros padres.

Yo ya había pensado en todos aquellos problemas y más o menos había encontrado solución excepto para uno ¿de dónde sacamos las tiendas? Se me ocurrió preguntar a una de las encargadas de la agencia.

  • ¿Usted sabe si en el festival de Ortigueira alquilan tiendas de campaña?

  • Sí claro, las hay de dos, cuatro y seis plazas.

Vaya, eso sí que era organización.

  • ¿Y con los padres que hacemos?- me dijo Elena.

Eso era más fácil y yo ya había trazado un plan. Debía ser mi hermana, que gozaba de mayor credibilidad ante mis padres, quien hablara con ellos. Les diría que solo quedan dos plazas de tren y que se las cederíamos a María y a Ana que son quienes tienen prisa por llegar a Madrid. Luego les contaremos que hay un festival de música folclórica, una palabra más adecuada para los padres que el adjetivo celta, y que nos apetece ir. Seguro que lo logramos con un poco de ruegos. En la distancia siempre es más fácil convencer a los padres. Una vez superada esa fase mi hermana y yo nos gastaríamos el dinero que reservábamos para la vuelta en las entradas para el festival. Entonces volveríamos a llamar a nuestros padres y les diremos que hicimos mal las cuentas y que no tenemos una sola moneda para gastar. Nuestros progenitores se verán obligados a ingresarnos dinero si quieren vernos de vuelta en Madrid alguna vez. Claro que lo mismo nos hacían volver en autostop, pero era improbable. El plan era bastante simple y tonto pero seguro que funcionaría.

Y así fue. Cierto es que en un principio mi padre y mi madre se negaron en redondo, nos gritaron y nos llamaron irresponsables como calificativo más amable. Pero tras apelar al chantaje emocional con sentencias tipo: "No vamos a tener más vacaciones", "Hemos estudiado mucho este año", "Somos fans de la música folclórica" (esto último no coló), nuestros padres cedieron.

Compramos las entradas al festival, los billetes de autobús a Ortigueira y reservamos una tienda de dos plazas. Nos gastamos el resto de nuestro dinero y Ana y María todavía nos tuvieron que prestar. Cuando llamamos a nuestros padres a darles la noticia los insultos se escucharon en todo Santiago de Compostela. Pero tal y como suponía no se pudieron negar a hacernos un ingreso extra en nuestras cuentas, eso sí, prometiendo que no nos iban a dar un duro en el resto del año. Bueno, eso es un problema del que ya nos ocuparíamos en su momento.

La locura estaba en marcha. Mi hermana y yo seguiríamos de vacaciones y nos iríamos a ver un festival en donde no conocíamos a ninguno de los artistas que tocaban, pero eso era lo de menos. Mi hermana estaba encantada con esa aventura adolescente y yo entusiasmado con la idea de pasar unos días con ella. Solos los dos.

Pero antes llegó el momento de la despedida. En al estación de trenes y casi con lágrimas tuvimos que decir adiós a nuestras "hermanas" Ana y María. Nos dio pena, mucha pena separarnos, habíamos vivido una experiencia intensa, pero bueno, nos consolamos pensando que en solo unos días nos veríamos de nuevo. Al fin y al cabo éramos vecinos. Tampoco había que montar un drama.

Cuando mi hermana y yo nos quedamos solos caímos en la cuenta de que no teníamos lugar para pasar la noche ni dinero porque el ingreso de nuestros padres no estaría disponible hasta el día siguiente. En el seminario sería difícil volver a colarnos porque al final ya nos habían fichado. Así que lo único que se nos ocurrió fue irnos a la estación de autobuses. Allí tuvimos que dormir. No fue cómodo pero Elena y yo nos habíamos puesto el chip de aventura total, así que tampoco nos importó demasiado. En un rincón discreto de aquella estación colocamos nuestros sacos y logramos incluso dormir algunas unas horas.

A las nueve de la mañana del día siguiente, cansados, con sueño y hambre, partimos hacia nuestro siguiente destino: Ortigueira.

Continuará...

Si queréis hacerme cualquier comentario será bienvenido: jaimecorreo2000@yahoo.es