Mis amores fraternales (02: El Camino)

“El Camino”. Segundo capítulo de la historia de mis relaciones con mi hermana. Ha transcurrido un año desde el inicio de mi obsesión con Elena. El camino hacia el incesto se acorta pero en mitad surgió María. El escenario será la ruta peregrina compostelana, el Camino de Santiago que recorrí acompañado de mi hermana y de mis dos mejores amigas..

MIS AMORES FRATERNALES (02 El Camino)

Desde mi infancia a mi juventud, el verano siempre ha sido la época anual más esperada pero creo que ninguna estación estival fue tan ansiada como la de aquel año. Y la razón era clara, las anteriores vacaciones habían sido demasiado impactantes para mí. Fue cuando brotó en mi cerebro el deseo de mi hermana, cuando descubrí su cuerpo de mujer, sus sensuales pechos, su voluptuoso trasero, sus carnosos labios, su atractiva personalidad, en definitiva, su belleza. Desde las pasadas vacaciones era incapaz de ver a Elena sólo como mi hermana, se había convertido en algo más, en una mujer anhelaba por mí. Seguramente, pensaba yo, nunca llegaría a pasar nada entre nosotros, pero aunque sólo fuera una fantasía, la idea me tenía completamente absorbido.

Fantasía o no yo veía el inminente verano como una nueva posibilidad de intimar con mi hermana, aunque sólo fuera para compartir tiempo y espacio con ella. Íbamos a pasar, además, las primeras vacaciones organizadas por nosotros, sin supervisión paterna. Todo surgió gracias a la inseparable amiga y vecina y en cierta manera, como ya sabe los lectores, también "hermana". Es decir gracias a María.

Este iba a ser el último verano antes de que María ingresara en la universidad. De no haber repetido curso yo hubiera estado en su misma situación, pero eso ya no tiene remedio. El caso es que María quería hacer de estas vacaciones las mejores de su vida. Había organizado un Interrail por Francia y el Benelux con sus amigas en agosto, iba a pasar también otra quincena en San Juan de Alicante y tenía pensado en los primeros días vacacionales irse de camping con otro grupo de amistades. Lo tenía todo ocupado excepto la segunda quincena de julio. Para esas fechas pensó en nosotros, sus queridos amigos de la infancia. Nos propuso a Elena y a mí, y también a su hermana Ana, que nos fuéramos a recorrer el Camino de Santiago y aceptamos encantados. Solo faltaba obtener el permiso paterno.

Afortunadamente yo en aquel curso saqué buenas notas (ya me valía después de haber repetido), por tanto mi rendimiento escolar no fue impedimento para que mis padres me dejaran irme de vacaciones a donde yo quisiera. Pero mi hermana tuvo algún que otro problema más. Mis padres consideraban que sus 16 años no eran todavía una edad aceptable como para marchar hacia aquellos lejanos senderos gallegos. Afortunadamente con el esfuerzo de los dos, y alguna que otra ayuda externa, les convencimos.

Elena utilizó como argumento en su defensa su carácter responsable y sus buena notas (lo del carácter responsable no se lo creía ni ella pero ya se sabe que los padres suelen ser tener una imagen distorsionada de los hijos) Yo aduje que su edad era más que suficiente porque aunque tenía 16 cumpliría los 17 en unos meses, concretamente en diciembre, y que además yo cuidaría de ella (No colaron ninguna de las dos razones, mis padres sí consideraban que yo era un auténtico irresponsable). Finalmente utilizamos el cartucho de la comparación. Les informamos de que los padres de nuestras vecinas sí que habían dado permiso a sus hijas para hacer el Camino de Santiago y que aquello creaba jurisprudencia porque María era de mi misma edad y Ana de la de Elena. Tampoco terminó de convencerles ese argumento pero al final una conversación con los progenitores de nuestras vecinas terminó por hacerles ceder. Nos costó pero obtuvimos el permiso paterno para irnos de vacaciones los cuatro a Galicia.

Una vez salvado este obstáculo y cada vez más ilusionados con nuestra aventura, sobre todo yo, planeamos meticulosamente el viaje. Disponíamos de 15 días para realizar el recorrido pero como no teníamos afán de batir ningún record elegimos salir desde la localidad de Ponferrada. En teoría desde allí sólo serían nueve etapas pero pensábamos que así podríamos hacer el camino de forma tranquila y sin prisas, y además, si nos sobraban días los gastaríamos de juerga en Santiago de Compostela. Habíamos oído hablar de la mítica ruta de bares compostelanos conocida como París Dakar. Cuando tuvimos planeado el trayecto nos ocupamos de la equipación. Compramos mochilas, sacos, botas, material para el botiquín, comida para el viaje, porros y yo condones. Oye, nunca se sabe.

El día 14 de julio a las 10 de la noche los cuatro "hermanos", es decir, mi verdadera consanguínea Elena, mis vecinas María y Ana y yo, subíamos al tren que debía de llevarnos hasta Ponferrada. La primera etapa de nuestra aventura.

Pero antes de adentrarnos en la narración de nuestra experiencia por la ancestral ruta peregrina haremos un pequeño paréntesis para referirnos a ciertos hechos de interés ocurridos durante el concluso curso escolar.

Algunos de ellos serían de capital importancia para nuestras vidas, sobre todo para nuestras biografías sexuales. Y es que aquel año los cuatro nos habíamos desvirgado. Yo en el otoño anterior me eché una novieta, se llamaba Silvia, con la que estuve unos cinco meses. La chica me gustaba bastante y me ayudó a sobrellevar, que no a olvidar, la atracción que yo sentía hacia mi hermana. Con ella supe por primera vez lo que es hacer el amor. Nos estrenamos a los tres meses de relación y, hasta que cortamos, lo hicimos unas cuatro veces más. Pero en fin, aquello no estaba destinado a ser el amor de nuestras vidas y por circunstancias que no vienen al caso la relación terminó.

Casi tan impactante para mí como la pérdida de mi virginidad fue enterarme de la de mi hermana. Aquello sí que no me lo esperaba. Ella también se había emparejado tras el verano. El chico en cuestión se llamaba Luis y aunque no tuve la oportunidad de conocerle mucho me caía bastante mal. Cuando mi hermana me contó que se había desvirgado con él, definitivamente le odié. Fue una noche en la que estábamos estudiando los dos en la misma habitación. En un momento de hartazgo de libros ella en tono confidente me dijo:

  • David te tengo que contar una cosa...

  • ¿El qué?

  • Que me estrenado con Luis.

  • ¿Qué quieres decir? ¿Que te has acostado con él?

  • Sí.

Me quedé blanco. Por un lado me alegró que mi hermana tuviera la suficiente confianza en mí como para confesarme aquella experiencia pero, por otro lado, una especia de celos filiales invadieron mi cerebro.

  • Pero si eres muy joven- dije en un tono protector que no me pegaba nada.

  • Bueno, ya no soy tan joven.

  • No sé. Yo creo que debes tener cuidado. Los chicos somos muy cabrones y ese tal Luis se puede aprovechar de ti.

  • Bueno... Ya da igual, le he dejado.

  • ¿Sí?- dije, ya sin intentar ocultar mi satisfacción por la noticia.

  • Sí. Verás, después de hacerlo por primera vez, hemos follado un par de veces más. Pero el se ha vuelto un pesado y estaba todo el día pidiéndome que fuéramos a su casa cuando no había nadie o a un hotel y cosas así. Me hartó un poco y le he dejado.

  • Pues creo que has hecho bien. Oye y... ¿usaríais condón?

  • Sí claro, no soy tan descerebrada

Estaba impactado con mi hermana. Mi pequeña Elena se había acostado ya con un chico, y encima su primera vez fue casi al mismo tiempo que la mía a pesar de que yo tenía un año más que ella. Mi orgullo de hermano mayor se encontraba también algo herido con aquella noticia. Me quedé unos segundos en silencio mirándola. Qué guapa era. Finalmente me atreví a sobrepasar el límite de la correcta discreción.

  • ¿Y dónde lo habéis hecho?

  • En casa de sus padres. Cuando no estaban, claro.

  • Bueno ¿y te gustó la experiencia?

  • Pues la primera vez, la verdad, no fue muy allá. Pero las otras veces han estado bien. Disfruté bastante. Tengo que decir que Luis no es nada malo... aunque tampoco tengo de momento con quien comparar.

  • Bueno mejor que no compares con nadie que todavía eres muy joven para acostarte con chicos

  • Oye, que tú también te has acostado ya con Silvia.

  • Bueno pero yo soy mayor.

El argumento no acabó de convencer a mi hermana. Pero ahí se quedó el asunto porque ella, aun siguiendo con el tema, cambió de protagonista.

  • Oye, ¿y sabes lo de Ana?

  • No, no sé nada.

  • Pues ella también se ha estrenado.

  • ¿Con Enrique?

  • Claro ¿Con quién iba a ser si no?

Enrique era el novio de Ana desde hacía ya ocho meses. Lo suyo no fue tan impactante para mí como lo de Elena pero aún así no dejaba de ser también otra bomba.

El caso es que en pocos meses los cuatro habíamos perdido la virginidad, porque María había sido la primera de nosotros en lograrlo. Fue el verano pasado justo después de su visita a nuestro apartamento de Cullera. Se echó un ligue en San Juan y lo hizo por primera vez sobre las arenas blancas de aquella playa alicantina. Más tarde, ya en Madrid, se enrolló con un chaval con el que mantuvo una desenfrenada relación. Nosotros lo sabíamos porque María nunca ha sido reticente a contar este tipo de cosas. Ella misma me reveló sus experiencias una tarde tomando café. María era, por tanto, no sólo la primera en estrenarse sino además la más experimentada de nosotros en materia sexual.

Total que comenzamos aquel verano habiéndonos ya iniciado en las prácticas amatorias, aunque a esas alturas de año ni Elena ni María ni yo conserváramos pareja. Solamente Ana continuaba saliendo con su chico.

Pero dejemos ya las interpolaciones para centrarnos en el que fue nuestro Camino de Santiago.

El tren nos dejó en Ponferrada muy temprano, todavía casi madrugada, y tras desayunar fuerte iniciamos el largo camino. Por delante nos esperaban casi 200 kilómetros a pie. Las primeras etapas fueron muy duras físicamente. No estábamos acostumbrados a caminar tanto tiempo aunque por suerte los cuatro estábamos en buena forma y de muy buen humor. En la primera jornada recorrimos 22 kilómetros que para estrenarnos no estaban nada mal. Llegamos a Villafranca del Bierzo donde encontramos un albergue repleto de curiosas gentes a su cargo. Las condiciones de nuestra hospedería no es que fueran de lujo, más bien lo contrario, pero el ambiente era bastante divertido. Grupos de jóvenes y no tan jóvenes con espíritu aventurero y, sobre todo, mucha camaradería.

Pero si la primera jornada nos resultó dura, la segunda fue diez veces peor. La subida al Cebreiro se nos hizo eterna. Menos mal que encontramos un acogedor albergue en la cima donde el personal nos animó a seguir adelante. La tercera jornada también fue larga, 20 kilómetros hasta Triacastela. La suerte es que nuestros cuerpos empezaban a adaptarse al esfuerzo y además la mayoría del recorrido fue cuesta abajo y por impresionantes parajes boscosos cercanos a los Ancares.

El refugio de Triacastela era el mejor de los tres visitados hasta el momento. Allí fue donde conocimos a tres chicos asturianos que a partir de ese día iban a compartir con nosotros una parte del viaje. Eran Adrián, un chaval rubio y delgado, el más callado de todos; Juan que era alto, feo y con el pelo largo y Pedro, el más bajo, también moreno y el que parecía el líder del trío, al menos era el que más hablaba. Los tres de la misma edad que Elena y Ana.

Se fijaron en nosotros, no por mí, claro, sino más bien por mis tres compañeras. Cuando yo acabé de ducharme me los encontré hablando con Elena y Ana. Me los presentaron e intenté ser correcto aunque como todo varón que osara acercarse a mi hermana no me caían bien. En cualquier caso me mostré cordial y aguanté las manidas bromas del tipo "tres tías para un tío, déjanos una".

El caso es que a mi hermana y a Ana les cayeron simpáticos y aquella noche hubo que pasarla en su compañía. María se mostraba más distanciada, quizá porque les veía demasiado inmaduros para ella. Compramos unas cuantas botellas de vino y mezcla para kalimotxo y aprovechamos la buena temperatura nocturna para montarnos una fiestecilla a la intemperie. La verdad es que nos lo pasamos bien aunque ellos no ocultaran sus pretensiones de ligarse a alguna de mis compañeras. Yo observé que mi hermana no le hacía ascos a Adrián, el rubito. A Elena siempre le han gustado los que tienen aspecto de misteriosos y como hablaba poco el chaval encajaba con esa imagen. En cualquier caso no pasó nada pero noche nos acostamos bastante más tarde de lo habitual.

Al día siguiente la resaca hizo sus efectos en todo el grupo de siete que habíamos formado. Sobre todo porque en el albergue nos obligaron a levantarnos a las ocho de la mañana. Según nuestra planificación inicial aquel día teníamos previsto recorrer 24 kilómetros, los que distanciaban Triacastela de un pueblo llamado Rente, pero debido a nuestro lamentable estado, causado por los excesos de la noche, aceptamos la sugerencia de los tres asturianos de acortar el camino. Iríamos sólo hasta Sarria donde estaba situado el albergue más cercano. Aún así solamente ahorraríamos cinco kilómetros.

Aquel día nuestro ritmo fue lentísimo. Cuando llegamos a Sarria ya no había camas libres en el albergue de peregrinos. Afortunadamente en aquel pueblo, uno de los más grandes en esa parte del camino, habían instalado una especie de tiendas militares enormes con capacidad para unas 20 personas. Era el hospedaje previsto para los peregrinos más lentos como nosotros. Nos instalamos los siete en aquel precario refugio, sin nadie más en la tienda.

A pesar de la resaca que habíamos padecido esa misma mañana nuestros recientes amigos propusieron montar otra fiesta. Ana y Elena aceptaron con entusiasmo la idea, María mostró su indiferencia y a mí, la verdad, es que no me desagradaba la propuesta. Total estábamos de vacaciones, no habíamos venido a sufrir y en las tiendas no había horario para levantarse.

Aquella noche en lugar de montarnos nuestro propio botellón decidimos aprovechar que estábamos en una localidad mediana, es decir que había bares, e irnos a tomar algunas cervezas y copas. Nos tomamos bastantes pero como nuestro dinero se evaporaba con demasiada facilidad finalmente compramos nuevamente material para kalimotxo y nos fuimos a nuestras tiendas. Yo estuve observando todo ese tiempo como Adrián y Elena se habían hecho cada vez más amigos. También comprobé que Ana se mostraba encantadora con Pedro. Me sorprendió su actitud porque ella decía estar enamoradísima de su novio. Juan intentó un par de acercamientos hacia María pero ella no se mostró muy receptiva y él, escarmentado, decidió no tantear más.

En la tienda, cuando nuestro nivel etílico alcanzaba cotas ya poco tolerables, la noche comenzó a desfasar demasiado. En un momento dado Adrián y Pedro nos anunciaron que iban a orinar fuera. Al rato, cuando todavía no habían vuelto, Elena y Ana se salieron también de la tienda sin exponer motivo alguno. Nos quedamos solos Maria, Juan y yo. Pasaban los minutos y allí no aparecía nadie. Juan se puso a preparar una nueva mezcla de kalimotxo y María aprovechó para proponerme ir a investigar lo que ocurría con los ausentes.

Cuando María y yo salimos no tardamos en encontraremos a Elena y a Adrián morreándose tirados en la hierba, y unos metros más alejados a Ana y a Pedro en idénticas maniobras.

María sonrió divertida ante la escena pero yo sentí un pinchazo en el corazón, claro síntoma de celos. De nuevo era incapaz de olvidarme de mi hermana. El deseo oculto que mantenía hacia ella me provocaba aquel inadecuado sentimiento. En cualquier caso intenté disimular para que María no se diera cuenta de mis sensaciones. Ella permanecía distraía observando a su hermana y a la mía hasta que me dijo...

  • Estoy mareada por tanto vino ¿Me acompañas a dar un paseo?

No me disgustaba su propuesta porque así me alejaría de Elena, pero Juan nos esperaba en la tienda.

  • ¿Y le decimos a Juan que se venga?

  • No. Es muy pesado y no me apetece estar con él. Déjale ahí. Si esta borracho, seguro que se queda dormido.

Me convenció y nos dispusimos a dar el paseo. Fuimos en silencio. Mis pensamientos estaban todavía centrados en mi hermana y María tampoco estaba muy habladora. Me dio la impresión de que ella también mantenía ocupada la mente con sus propias disquisiciones. Casi sin darnos cuenta andamos hasta el final del pueblo, de hecho, prácticamente nos salimos de Sarria. Llegamos a una especie de prado. Fue María quien avistó, ayudada por la escasa luz lunar, unas enorme piedras.

  • Vamos hasta allí a sentarnos.

Una vez acomodados en nuestros improvisados sillones pedestres seguimos en silencio. María sacó el material necesario para liar un porro y se puso a ello. Yo observaba callado como se afanaba en su tarea.

  • Estás muy callado- me dijo finalmente.

  • Estoy cansado.

  • Pues yo diría que no te ha sentado muy bien que tu hermana se liara con Adrián.

María tenía siempre la extraña habilidad de leer mis pensamientos. Quizá fueran los muchos años de amistad, prácticamente nos conocíamos desde la cuna, pero el caso es que siempre solía poner el dedo en la llaga.

  • Bueno, como hermano mayor no me gusta que se despendole, pero básicamente es que estoy cansado—le dije ocultando mi verdadero estado.

María no cuestionó mi respuesta. Se terminó de hacer el porro y nos lo fumamos sin intercambiar muchas más palabras. Al acabar de aspirar la última calada María me sorprendió afirmando mientras pisaba la colilla...

  • Pues a mí estas dos me están dando envidia.

  • ¿Por qué?- pregunté distraídamente.

  • Porque se lo están motando cada una con un tío y a mí también me va apeteciendo.

Esa noche yo estaba bastante descentrado y no me enteré muy bien de lo que me estaba sugiriendo María, así que pregunté...

  • ¿Y por qué no te enrollas con Juan? Le tienes enamoradísimo de ti.

  • Es un pesado y es horrible. Yo lo que quiero es echar un polvo, y ya está, sin más complicaciones. Si me enrollo con Juan le tengo babeando hasta Santiago de Compostela. Y además tiene una cara de virgen que no puede con ella.

Yo no respondí pero me quedé pensando en la forma de ser de María. Era una chica con carácter. Sabía atar en corto a los tíos. Me gustaba su personalidad. Ya desde niña denotaba esa actitud de marisargento. Mis reflexiones las interrumpió bruscamente con una pregunta que al escuchar me provocó un auténtico vuelco al corazón.

  • Oye David ¿tienes condones aquí?

Me quedé estupefacto ante su pregunta. Casualmente sí llevaba condones. Me había traído dos que guardaba en mi cartera ¿Acaso María me iba a proponer echar allí, en pleno campo, un polvo?

  • Sí, ¿por?- pregunté ingenuo.

  • Para hacer globitos, no te jode ¿Pues para qué va a ser? Para echar un polvo.

  • ¿Conmigo?- Parecía gilipollas con tanta pregunta tonta.

  • Pues hombre, no veo a nadie más. Claro que si no quieres no.

Yo estaba cada vez más aturdido. Eso sí, mi polla ya había reaccionado por su cuenta iniciando un leve empalme.

  • No, no. Por mi sí, claro- respondí sin lograr quitarme el tono de estúpido aplatanado- Es que me ha pillado por sorpresa tu idea.

  • En todo caso no sería la primera vez que nos enrolláramos.

María se refería a la ya mencionada ocasión, cuando teníamos 14 años, en que compartimos algunos besos con lengua. Pero aquello no pasó de unos calientes morreos, desde luego nada de acostarnos o algo parecido.

  • Si bueno, pero follar, lo que se dice follar, no hemos follado mucho tú y yo.

Ella no dijo nada, se limitó a sonreírme. A continuación se levantó, se desabrochó sus pantalones cortos, y se los quitó sin ninguna vergüenza. Sin detenerse se sacó la camiseta de tiras negra que llevaba y se mostró ante mí en bragas y sujetador, ambos negros. Estaba preciosa. El cuerpo de María, como ya he contado en alguna ocasión, es prácticamente perfecto. Yo la miraba embobado mientras mi polla decididamente se elevaba ya hacia una completa verticalidad. Ella se tumbó en la hierba húmeda, con su ropa colocada a modo de precario camastro.

Por fin reaccioné. No iba a desaprovechar aquella oportunidad. Me quité la camiseta y me coloqué a su lado. Directamente fui a buscar sus labios y fui bien recibido. Nos fundimos en un largo beso con lengua, un contacto caliente húmedo, un beso lento y bonito entre dos grandes amigos. Así estuvimos un buen rato. Yo ya estaba pensando en iniciar otro tipo de caricias, pero María fue quien se adelantó.

Se incorporó para quitarse el sujetador y enseñarme sus preciosas tetas que yo no veía desde el verano anterior cuando las tres me deleitaron con una sesión de top less. Me incliné hacia ella para besarlas y casi al mismo tiempo María dirigió su mano hacia el interior de mi pantalón corto donde mi pene pugnaba ya por liberarse. Mientras yo besaba sus pezones, cuantas veces había imaginado hacer esto, ella manoseaba con dulzura mi verga provocándome las primeras dosis de placer sexual de la noche. La imité. Puse mi mano en el interior de sus bragas. Noté su chochete mojado. María estaba caliente, eso era un hecho. Con suavidad fui tocando su vulva hasta que ella, una vez más, cambió las tornas.

Detuvo sus caricias y se dispuso a bajarse las bragas y quedarse completamente desnuda. Cuando terminó se dirigió hacia mi pantalón y me lo bajó a tirones. Como no llevaba calzoncillos nos quedamos igualados, es decir, ambos completamente en pelotas. Una vez los tuvo en su poder metió la mano en el bolsillo de mi pantalón para sacar la cartera. La abrió y sin pedir permiso buscó y encontró un condón. Ella mismo lo desenfundó.

Se dispuso a colocármelo pero antes con su boca cogió mi pene y lo succionó con habilidad. Tras esa leve chupada puso el preservativo en su lugar natural. Yo pensaba que directamente iba a iniciar el polvo pero antes se colocó sobre mi cara, obligándole prácticamente a lamer su vagina. Lo hice encantado. Primero lo besé suavemente, luego saqué mi lengua y recorrí la ranura de arriba a abajo, disfrutando de su sabor. Cuando me encontré con el clítoris me detuve allí un buen rato. Ella estaba disfrutando de aquello, jadeaba con cierta fuerza sujetando sus manos en mis hombros. Seguí lamiendo unos minutos sin que ella hiciera ademán de retirarse, aunque finalmente lo hizo. Se colocó a horcajadas sobre mi polla que prácticamente se introdujo sola en su agujerito.

Comenzó a cabalgarme con furia, casi gritando de placer.

  • Me has puesto muy cachonda David- me dijo mientras me follaba.

  • Joder, y tú a mí- acerté a responder.

  • Fóllame, David, que morbo me da hacerlo contigo... mmmmmm

Sus palabras me estaban poniendo completamente a mil. Tanto es así que mi eyaculación anunció su llegada. La cogí del culo e intensifiqué mis movimientos acompasándome con los suyos. Ella también aumentó el nivel de jadeos. Apreté sus nalgas con mis manos, pellizcándola y noté que me iba de forma irreversible. Afortunadamente ella gritó ya de manera incontrolable. Se estaba corriendo, y por tanto, yo pude también dar rienda suelta a mi gozo.

  • Me corro David... aaaaaah.

  • Y yo... uuuuuhhgggg.

El orgasmo fue simultáneo. Los dos nos quedamos abrazados el uno al otro, ella encima de mí. Buscó mi boca hasta encontrarla y darme un beso sereno y tranquilo, jugoso y caliente.

  • ¿Te ha gustado?- me preguntó.

  • Claro- respondí convencido además de que había sido el polvo de mi vida. Tampoco es que hubiera echado muchos antes. Éste fue el quinto (todavía los contaba).

María se retiró de encima de mí para colocarse a un lado. Yo me pregunté si este polvo cambiaría nuestra relación. A mí siempre me había gustado María, aun considerándola casi una hermana (esto, está claro a estas alturas, no era un impedimento para mis deseos sexuales). Pero desde que comenzó mi obsesión por Elena, María había pasado a un segundo plano. En cualquier caso la cosa hubiera sido distinta de haberme enrollado con Ana, por ejemplo. María es la típica chica capaz de echar un polvo con un amigo sin que la amistad se viera afectada lo más mínimo. Aún así decidí tantearla.

  • Me alegro de haberte ayudado a desfogarte. Cuando te encuentres en una situación parecida no dudes otra vez en acudir a mí.

Pero su respuesta fue la que me temía.

  • Eh, no te acostumbres. Lo de esta noche ha sido un polvete entre amigos. No sé si se repetirá alguna vez, pero ahora nada de ponerte cachondo conmigo ¿eh?

Al menos no había cerrado las puertas del todo. Le había quedado premeditadamente indefinido eso de "no sé si se repetirá".

  • Vale. Oye, y si yo tengo un día una necesidad acuciante ¿me ayudarás como he hecho yo hoy?- pregunté sonriendo.

Y ella con igual sonrisa dijo...

  • No te prometo nada, pero no lo descarto.

Los dos nos quedamos felices un buen rato más desnudos en la fresca hierba.

Cuando regresamos a la tienda. Los cuatro amantes debían de haberse cansado ya de besarse y magrearse porque los encontramos en la tienda riéndose de Juan que dormía profundamente, seguramente, víctima de la borrachera que había pillado. Nos preguntaron de dónde salíamos pero María y yo nos limitamos a responderles que habíamos ido a dar un paseo para despejarnos. Al final todos nos acostamos cada uno en su saco. Ana y Elena cerca de sus respectivos ligues, yo junto a María y Juan alejado de los demás. Aquella noche escuché en la oscuridad como Elena se besaba con Adrián. Pero por una vez no me importó. El polvo con María me había sentado realmente bien.

Cuando desperté estaba de muy buen humor. María, Elena, Adrián y Juan seguían dormidos. Ana y Pedro debían de haberse levantado porque no estaban en la tienda. Efectivamente me los encontré cuando salí. Ellos a mí no me vieron porque estaban concentrados en una conversación que parecía seria. No pretendía espiarles pero el caso es que pude escuchar lo que se decían.

  • Mira Pedro, no insitas, lo de ayer estuvo bien pero no nos vamos a enrollar más.

  • Pero que más da tu novio ¿Es que no te gusto?

  • Pero si no es cuestión de si me gustas o no. Ayer estaba algo borracha y me enrollé contigo. Pero ya no habrá más porque no quiero ponerle cuernos a mi novio.

Decidí dejarles solos, cogí el neceser y me acerqué al albergue de peregrinos a ver si allí me dejaban ducharme. Sabía yo que Ana se iba arrepentir de haberle puesto los cuernos a su querido Enrique.

Aquel día partimos bastante tarde, casi a la hora de comer. Pensábamos llegar hasta Portomarín a más de 20 kilómetros de distancia, pero dado el retraso nos vimos obligados otra vez a reducir nuestras expectativas iniciales. Acabamos en Ferreiros, otra pequeña aldea donde por suerte encontramos cama. Nos ofrecieron una habitación con capacidad en literas para ocho personas. Encantados, nos acomodamos allí junto con un peregrino de nacionalidad suiza con el que no hablamos mucho. No sabía nada de español.

Ana siguió marcando distancias respecto a Pedro aunque éste no se rendía y continuó insistiendo para que se volviera enrollar aquella noche con él. En cambio Elena parecía encantadísima con Adrián. No pararon de besarse en toda la jornada.

En cuanto a María, se mostró muy simpática todo el día conmigo. A ella también le había sentado bien el polvo de la pasada noche. Estuvimos los dos de muy buen humor lanzándonos alguna que otra indirecta sobre nuestra aventura que sólo pillábamos ella y yo.

Esa noche nos acostamos relativamente pronto, sobre todo en comparación con las anteriores jornadas. Elena y Adrián decidieron compartir cama, lo cual a mí no me hizo mucha gracia. Los celos habían regresado a mi mente.

Pero lo peor estaba por llegar. Poco tiempo después de que se apagaran las luces y de que la oscuridad se apoderara de aquel barracón, se escucharon las primeras respiraciones profundas. Casi todo el mundo se había dormido de inmediato. Yo no, siempre suelo tardar en conciliar el sueño y cuando los acontecimientos se agolpan en mi mente mucho más. A causa de ese insomnio fui testigo auditivo de los juegos entre Elena y Adrián. Yo dormía en una litera de abajo y ellos estaban también en la parte baja de un camastro colindante al mío.

Hablaban en susurros, no entendía lo que se decían pero escuchaba perfectamente la risa apagada de mi hermana. También percibí el soniquete empalagoso de sus labios mezclándose con los de Adrián. Aquello me estaba sacando de quicio. Yo siempre duermo de lado pero me puse boca arriba para poder observar sus movimientos. Reconozco que fue una actitud de curiosidad innata pero a la par también algo masoquista. Sufría viendo a Elena retozar con un chico.

Entre sombras y ayudado por los ilustradores sonidos me fijé en los movimientos bajo los sacos que hacían las veces de manta. Claramente se veían sus manos en acción. Yo diría que se estaban masturbando mutuamente. Los leves y disimulados gemidos, sobre todo de mi hermana confirmaban mi tesis. Estuvieron largos minutos practicando movimientos lentos y pausados pero coincidiendo con un aumento en la intensidad de sus respiraciones los brazos dejaron de disimular. El de Elena se elevaba subiendo de arriba abajo y el de Adrián en un plano más horizontal.

Estuvo claro el momento en el que el chico asturiano comenzó a correrse. Sus jadeos los pudo escuchar todo aquel que no estuviera ya profundamente dormido y más de uno en la habitación seguro que se despertó. Mi hermana debía de hacer muy buenas pajas porque el tímido Adrián no se lo pensó dos veces a la hora de hacer público el orgasmo que le vino.

Yo cada vez estaba más furioso, pero también, por qué no reconocerlo, excitado ante la escena que más que viendo estaba intuyendo. Lo que sí observé perfectamente fue como Adrián se deslizó hacia la parte baja de la cama, como se colocó sobre el pubis de mi hermana y como inició un cunnilingus que a Elena pareció agradarla enormemente. Ya ni siquiera se tapaban con los sacos y sus siluetas desnudas se podían adivinar entre la oscuridad.

Elena no tardó en correrse. Sus jadeos fueron más discretos que los de su amante pero aún así pude escuchar unos pequeños grititos muy agudos que señalaban el orgasmo de mi hermana. Aquello me dejó pálido. Había sido testigo indiscreto del acto que yo deseaba protagonizar más que nada en el mundo. Qué daría yo por provocar en mi hermana un éxtasis similar al que había alcanzado aquella noche gracias a las manos y lengua de Adrián.

No pude apenas dormir y cuando llegó la hora de levantarse mi humor era radicalmente opuesto al del día anterior. Y por lo visto no era el único que se había levantado de malas pulgas. Cuando fui hacia la ducha Pedro y Ana seguían discutiendo, esta vez, más acaloradamente.

  • ¡Qué me dejes en paz de una vez!- gritaba contundente Ana.

Y una vez duchado y vestido a quien me encontré discutiendo fue a Ana pero esta vez con mi hermana Elena.

  • ¿Y porque tú no aguantes a ese tío me tengo que joder yo?- le decía enérgicamente Elena a Ana.

  • ¿Qué pasa? ¿Tanto te gusta ese chaval como para que no puedas hacer un favor a tu mejor amiga? Si sólo hace dos días que le conoces...

Las dejé solas y me acerqué a María para que me explicara lo que estaba pasando.

  • Pues Ana se ha agobiado con Pedro. Por lo visto no la deja en paz pidiéndola que se enrollen otra vez. El chaval es mazo de plasta. Mi hermana quiere que les demos esquinazo y les perdamos, y claro, Elena dice que no, que quiere seguir con Adrián. Por eso discuten, para ver si seguimos con los asturianos o les dejamos de lado.

A mí me venía bien que triunfara la idea de Ana pero decidí mantenerme ajeno a la discusión. Que lo resolvieran ellas.

Estuvimos un buen rato esperando el resultado de la negociación entre Ana y Elena mientras los chicos asturianos nos metían prisa por partir ya. En ese momento entraron las dos contendientes y Elena les dijo a los chicos.

  • Nosotros vamos a salir más tarde porque a Ana le duele el tobillo. Id vosotros caminando y ya os alcanzaremos. Y, si no, nos vemos en Gonzar (Ésta era la localidad donde en principio teníamos previsto pernoctar esa noche).

Olía claramente a estratagema. Ana debía de haber convencido finalmente a Elena para deshacernos de los asturianos.

Aquel día, lógicamente, no llegamos al lugar previsto, sólo andamos nueve kilómetros. Nos quedamos en la bella ciudad ribereña de Portomarín. Suponíamos que los tres asturianos habrían ido hasta más lejos, con lo que Ana se había salido con la suya. Mi hermana había cedido pero ni mucho menos por las buenas. Estuvo toda la jornada sin dirigir la palabra a su amiga del alma. Su enfado era tal que tampoco a María y a mí, que no teníamos culpa de nada, nos habló ese día. En la siguiente etapa tampoco caminamos mucho, sólo 10 kilómetros hasta Hospital de la Cruz. A esas alturas los asturianos debían de haber puesto ya tierra de por medio porque nuestro ritmo era lentísimo. Elena continuaba enfadada con Ana.

Al octavo día de ruta alcanzamos Palas del Rey. Aquel bonito pueblo sirvió para destensar algo el ambiente. Comimos la mejor empanada del mundo y salimos a tomar unas copas. María y yo estábamos de mejor humor pero Elena y Ana, aunque ya no tan enfadadas, seguían sin arreglarse del todo. Al final fue María quien ejerció de casco azul.

  • Chicas os propongo un trato- dijo María mientras tomábamos una cerveza en una terraza.

  • ¿Qué?- Contestaron ambas al unísono.

  • Si os dais un besito y os hacéis amigas otra vez os cuento el cotilleo del año.

En ese momento yo no supe a qué se estaba refiriendo.

  • Pues ya tiene que ser gorda la noticia para que yo perdone a ésta- dijo Elena enfurruñada.

  • Es bastante impactante, pero bueno, si no queréis saberla, no pasa nada, me lo guardaré para mí- Dijo enigmáticamente María, y yo empecé a atisbar ya por donde iba...

  • Yo por mi sí. Te doy un beso y hacemos las paces- propuso Ana.

  • Sí, claro para ti es muy fácil, no te jode- replicó Elena.

  • Venga Ana pídele perdón y dale un besito- propuso María.

  • Y en la boca a ser posible- añadí yo en tono jocoso, para cortar el hielo vamos.

Ana puso su mejor sonrisa y dijo:

  • Querida Elena: Te pido perdón por haberte dejado sin rollete. He sido una mala amiga y sólo he pensado en mí. ¿Me perdonas?

Elena mantuvo su ya poco creíble cara de enfadada, pero finalmente no pudo dejar escapar una sonrisa.

  • Bueno, te perdono pero sólo para que ésta suelte la noticia bomba esa.

  • Vale y ahora un besito en la boca- dije yo poco convencido de que mi propuesta saliera adelante.

Pero estaba equivocado, las dos muy sonrientes se dieron un tierno beso en la boca, que por cierto provocó un empalme inmediato en mi pene. Cuando despegaron sus labios ambas dijeron casi al unísono:

  • Venga y ahora suelta lo que ibas a decir.

  • Vale. David y yo echamos un polvo el otro día en Sarria mientras vosotras os enrollabais con vuestros niñatos- María soltó la bomba sin mayores preámbulos dejando a las dos con la boca abierta y a mí colorado como un tomate.

A Ana y a Elena, tras la sorpresa inicial, les dio un ataque de risa. Nos preguntaron si seguíamos enrollados y les dijimos que no, que fue un polvo de amigos. Parecían contentas por la noticia. Tras unas cuantas bromas y preguntas sobre la circunstancias del polvo Elena soltó:

  • Pues ya me contarás, María, como folla mi hermano.

Contesté yo mismo.

  • Muy bien, por supuesto- y ya de paso contraataqué- Y tú, por cierto, a ver si eres más discreta cuando le hagas una paja a tu rollete y él te coma los bajos.

Elena enrojeció súbitamente. Por lo visto, no había sido consciente de que yo me había enterado de todos sus juegos sexuales con Adrián. Las otras dos casi se caen de la silla de las carcajadas que les provocó mi poca delicada réplica.

La divertida situación que se creó esa noche volvió a unir al grupo y el buen rollo ya no desaparecería hasta el final del viaje.

De Palas del Rey llegamos a Melide, de Melide a Arzúa y de ahí hasta Arca. Y por fin, en la etapa número 12 alcanzamos el ansiado Monte do Gozo. Y desde allí divisamos la catedral más bonita del mundo, el Obradoiro anunciaba nuestra meta final. Estábamos cansados, enfermos y con los pies llenos de heridas, pero nada nos dolía. La euforia y alegría ocupaba todo sin dejar espacio para nada más. Los cuatro nos fundimos en un abrazo inolvidable.

Y lo mejor es que aquel viaje todavía iba a dar mucho más de sí. Mi sueño secreto estaba a punto de hacerse realidad.

Continuará...

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