Mis amores fraternales (01: Cullera)

“Cullera”. Primer capítulo de la historia sobre las relaciones con mi hermana Elena. Un largo proceso en el cual mis dos amigas de la infancia Ana y María, a las que también considero “hermanas”, desempeñarán un papel crucial. En esta primera parte se narra el despertar de mi deseo hacia Elena.

MIS AMORES FRATERNALES (01 CULLERA)

Uno no desea acostarse con su hermana así como quien va a comprar pan. Es un camino largo, difícil, turbulento, lleno de dudas; así es al menos en mi caso. Creo que Elena y yo siempre hemos mantenido una relación fraternal normal, como mínimo hasta los hechos aquí narrados, como cualquier pareja de hermanos, con sus peleas, amistad, buenos momentos, peleas, juegos, confidencias, más peleas... Pues eso, una relación de hermanos. Sin embargo, esos deseos, los de tener sexo con ella, han aparecido en mí y lo tengo que asumir. A ello han ayudado diversos factores, si es que podemos llamar así, factores, a María y a Ana de quienes ahora os hablaré.

Pero para entenderlo todo hay que analizar lo que han sido nuestras vidas y experiencias. Quizá la historia sea demasiado extensa pero sin conocer los precedentes es difícil comprender esto. Ya advertía al principio que uno no se despierta una mañana y se quiere tirar a su hermana. Es algo más complicado.

Quizá uno de los primeros factores que han influido en mis inconfesables anhelos sea la diferencia de edad. No hay tal diferencia. Yo nací en octubre del 1979 y ella en diciembre del 80. Es decir nos llevamos 14 meses, o sea, nada. Además yo en mi adolescencia no fui buen estudiante, a diferencia de ella. Repetí un curso del bachillerato y acabamos yendo a la misma clase. En resumen, mi hermana y yo siempre hemos mantenido una estrecha relación.

Y los otros dos factores ya mencionados de los que tendremos tiempo de hablar detenidamente son María y Ana Pereda. Nuestras vecinas puerta con puerta. Nos hemos, como se suele decir, criado juntos. A mí me gusta pensar que no tengo una hermana sino tres. María es de mi misma edad y Ana de la misma que Elena, así que se podría considerar que somos dos parejas de mellizos. Desde que éramos pequeños hemos convivido los cuatro. Nada más llegar del colegio siempre nos juntábamos en una de las dos casas a merendar y a ver los dibujos animados. Los cuatro hemos ido juntos a la piscina, hemos aprendido en grupo a montar en bici, estudiábamos en la misma habitación y muchas noches hasta dormíamos todos en el mismo cuarto. Con la llegada de la adolescencia cada uno ha ido montándose su vida de forma más independiente, formando su propio grupo de amigos, aunque Ana y Elena que son inseparables compartían también pandilla. En cualquier caso a pesar de que tuviéramos nuestras propias amistades los cuatro vecinos hemos seguido estando muy unidos durante nuestra juventud.

También juntos, ellas y yo, hemos ido descubriendo los secretos del sexo opuesto. Ellas han sido mis maestras y yo el suyo. Cuando éramos niños una de nuestras diversiones preferidas era la típica variante del juego de los médicos. Así aprendimos a conocer nuestros cuerpos. Ya más mayorcitos mis vecinas se han mostrado más prudentes a la hora de mostrarme sus encantos, en cualquier caso no han faltado juegos en los que hemos acabado dándonos piquitos o quedándonos en ropa interior.

Hasta ahí, hasta esos juegos en el fondo inocentes, habría llegado el asunto con mis vecinas si no llega a ser porque yo tuve un rollete juvenil con María. Tendríamos catorce años cuando ella me sedujo. Fue una tarde en la que no sé por qué estábamos solos en mi casa. La conversación derivó en nuestra experiencia en relaciones. Ella me preguntaba si yo había morreado a alguna chica, yo si a ella le habían metido mano, en fin, cosas así. El caso es que María, siempre muy lanzada ya desde pequeña, se acercó a mí y me pegó un morreo de órdago. Ya puestos estuvimos practicando aquellos besos toda la tarde y un par de días más. Hasta que al tercero ella dijo que se había cansado de mí y que ya no habría más besos. Nuestra amistad se mantuvo intacta pero ya sin el privilegio de compartir lengua.

Con Ana nunca tuve una experiencia parecida. Ella siempre fue un poco más infantil y, la verdad, nunca la miré bajo el prisma del deseo sexual. Tampoco ella mostró mayor interés hacia mí que el de la relación fraterno vecinal que nos unía.

En cualquier caso, como ya comentaba antes, sobre los quince años María tenía su pandilla, yo la mía y Ana y mi hermana Elena compartían la suya. Nuestra relación se mantenía pero cada uno disfrutaba de su propia vida social. Eso no era impedimento para que de vez en cuando los cuatro saliéramos a tomar algo, al cine o de excursión, por ejemplo.

A mí me gustaba bastante salir con las tres. Y en parte porque en la adolescencia la imagen es muy importante y dejarme ver con esas tres chavalas provocaba más que envidias entre los chicos de mi edad (no faltó quien dijo que era gay por tener tantas tías a mi alrededor). Y es que las tres eran, y son, unas auténticas bellezas.

María, era quien en esa época más pensamientos libinidosos me provocaba. De piel oscura y con unos bonitos ojos verdes, María llama la atención también por sus caderas muy marcadas y un atractivo culo respingón. Sus pechos ya a esa edad eran bonitos y redondeados. Su cara no es especialmente bella pero a mí me atrae y es que María siempre ha tenido una fuerte personalidad que se deja notar en sus facciones, quizá algo duras. En cuanto a su pelo moreno siempre le ha gustado llevarlo largo y suelto. Le queda bien cayendo sobre sus hombros porque María es una chica alta, llega al metro setenta.

Ana es completamente diferente. Para empezar su carácter no tiene nada que ver, ya he comentado que era bastante más aniñada que su hermana y eso se trasluce también en su físico. El pelo no es liso y moreno sino ondulado y castaño y su rostro es la dulzura personificada con unos clarísimos ojos azules. También es más baja que María, unos cinco centímetros menos, y más delgada. La pena es que no tiene casi pechos. El caso es que las dos hermanas siempre han tenido mucho éxito con los chicos y no han tenido nunca problemas para ligar.

Tampoco mi hermana los ha tenido. Su belleza es muy natural. Siempre sin maquillar tiene un rostro juvenil que gusta a los varones, con unos pequeños y picarones ojillos marrones, una pecosa nariz que se enmarca muy bien en su contexto y un pelo castaño muy fino a media melena. Su cuerpo, además, está muy bien proporcionado; tiene unos senos perfectos, un culete en su justa medida y unas largas piernas. De piel no es tan morena como las hermanas Pereda pero cuando toma el sol se pone realmente exótica.

Mi hermana y yo sí que nos parecemos. Se podría decir que soy una versión masculina del físico de mi hermana (o más bien ella del mío que para eso soy el mayor). Mi cara pecosa y traviesa siempre ha gustado a las chicas sobretodo porque, además, mis ojos verdes suelen ser un complemento extra que ayuda a cautivar al sexo femenino. Y de cuerpo tampoco estoy nada mal. Ni gordo ni delgado. Quizá sea falta de humildad, pero creo que estoy en mi justa medida.

Si algún lector ha llegado hasta aquí pensará que no he contado nada pero es que, amigos, ya dije en su momento y no me cansaré de repetirlo que mi fraternal historia está repleta de vericuetos.

Para empezar intentaré transmitir cómo fueron los inicios del cambio de mi actitud hacia mi hermana. Durante la infancia, lógicamente, no había nada en ella que me atrajera sexualmente. Nos veíamos, como todos los niños, desnudos con naturalidad, nos bañábamos juntos y en alguna ocasión mantuvimos algún que otro juego que pasaba por toquetearnos los genitales. Pero nada fuera del otro mundo. Cuando yo cumplí los 13 años y ella los 12 ampliamos las distancias. Desde luego cerrábamos las puertas del baño y nos cambiábamos a solas. Aún así en la rutina diaria era inevitable que se dieran circunstancias accidentales en las que yo me encontrara los pechos de mi hermana o ella me pillara orinando. No le dábamos mayor importancia. Supongo que como en la mayoría de las familias.

Como yo era el mayor, ella solía preguntarme cosas sobre sexo. A mis 14 o 15 años poco podía yo explicarle aunque exagerara mi experiencia pero, en cualquier caso, hablábamos del tema con naturalidad y nos servía, por cierto, para aprender. Yo le contaba lo que le suele gustar a un chico del sexo opuesto y ella me revelaba algún secreto inconfesable sobre los deseos femeninos con los varones.

Fue quizá por culpa de aquellas conversaciones que yo descubriera a una hermana como ser potencialmente sexual. Es decir, hasta ese momento, por supuesto, no me había propuesto ningún tipo de práctica sexual con ella pero es que tampoco me había planteado que mi hermana pudiera estar con otros chicos. El caso es que desde los inicios de su pubertad ha ligado bastante. Como yo le contaba sin tapujos mis aventuras con chicas cuando ella empezó con las suyas propias también me las confesaba. Y la verdad, no es que me gustara aquello. Cuando escuchaba sus historias con jóvenes imberbes sentía algo parecido a los celos. Sin conocer a aquellos chicos me caían mal ¿Cómo osaban besar o tocar a mi hermana pequeña? En fin, aquella reacción tampoco se puede decir que fuera anómala. Los hermanos mayores siempre nos hemos sentido algo protectores.

Hasta aquí, por tanto, todo normal. Todavía no había llegado el momento en el que mi mente cambió, en el que empecé a ver a mi hermana como una mujer atractiva y deseable. Aquello se inició en el verano de mis 16 años, 15 tenía Elena.

Las vacaciones de verano siempre solían consistir en lo mismo. A mi hermana y a mí nos mandaban un mes a algún campamento y luego nos íbamos con nuestros padres un mes de turismo por regiones de España o por el extranjero. Pero aquel año mis progenitores no andaban tan bien de dinero como para montar uno de esos viajes. Además fue el verano en el que yo llevaba camino de repetir curso (todavía me quedaba la que más tarde fue la frustrada oportunidad de septiembre) y mis papás no estaban por la labor de invertir en mi disfrute en aquellas vacaciones. Al final unos amigos suyos se ofrecieron a prestarles un apartamento en la localidad valenciana de Cullera para pasar el mes de agosto y mis padres aceptaron.

A mi hermana y a mí no nos disgustó la idea. Además estábamos relativamente cerca de San Juan, donde veraneaban Ana y María. Los cuatro habíamos quedado en visitarnos mutuamente durante aquel mes.

El apartamento en cuestión no era nada del otro mundo pero nos fue suficiente. Cada uno tenía su cuarto y además disponíamos de un salón-cocina y una terraza para relajarnos. Lo mejor es que estábamos a sólo trescientos metros de la playa.

Los primeros días fueron muy familiares. Íbamos todos a la playa, comíamos juntos, salíamos por la noche a cenar y a tomar algo. En fin, tranquilos estábamos, aunque no es lo que yo definiría como trepidantes vacaciones. El cuarto día mi hermana y yo empezamos a ir a nuestro aire. El periodo estival también debe servir para descansar de padres así que decidimos ir solos a la playa distanciados de nuestros progenitores. Nos solíamos alejar de la masificación y acudíamos a una zona menos transitada, cercana a la desembocadura del río Júcar.

El primer día de independencia mi hermana y yo disfrutamos tranquilos de la playa. Tomamos el sol, unos refrescos, jugamos con las raquetas y nos bañamos un buen rato. Pero fue al acercarse la hora de regresar al apartamento para comer cuando se encendió en mi mente una leve chispa de lo que luego habría de ser el fuego del que hablo en esta historia. Ocurrió después de que Elena propusiera darnos un último baño para volver fresquitos a casa. Yo acepté encantado su propuesta porque la temperatura aquel día llegaba a los 35 grados.

Nos metimos en las templadas aguas mediterráneas, y así estuvimos un buen rato hasta que caí en la cuenta de que no había cumplido la tradición familiar: hacerle una aguadilla a mi hermana. A ello que fui, la cogí a modo de llave de judo y sin escuchar sus súplicas la sumergí bajo el agua. Normalmente mi hermana no suele revelarse ante tan ancestral costumbre pero ese día estaba revoltosa. Yo me confié, creí que no iba a intentar ninguna represalia, pero pasados algunos minutos cuando yo ya nadaba a mi aire, ella se acercó por detrás y de una me bajó el bañador de un fuerte estirón. Afortunadamente pude reaccionar a tiempo y defenderme. Pude sujetar el bañador con el pie antes de que me despojara de él completamente, si no, me hubiera dejado totalmente desnudo en el agua. Por suerte en aquel momento había poca gente cerca de mí y nadie se dio cuenta de que me había quedado unos segundos con mi trasero al fresco. Ella, mientras, se reía a carcajadas por el éxito de su venganza.

  • Eso por hacerme la aguadilla.

La venganza creo que fue desproporcionada. Al fin y al cabo yo sólo la había sumergido unos breves segundos en el agua, así que decidí impartir justicia. Nadé hacia a ella pero advirtió el peligro e intentó huir hacia la orilla. Mi hermana nada bastante bien y me costó alcanzarla, pero como nos habíamos alejado de la arena hubo suficiente terreno para pillarla. La pude atrapar de un pie. Ni corto ni perezoso la arrastré hacia a mí y tuve a mi disposición su culete cubierto solo por su fina braga de bikini. Me sentí con derecho de aplicar el ojo por ojo, y así lo hice, tiré de su braga dejando sus blancas nalgas al aire.

Aquello lo había tomado como un inocente juego. Ella me había bajado el bañador y yo hice lo propio. Pero al ver su culo al aire, un culo que, por otro lado, hacía años que no veía, al menos así, tan de cerca, me invadió una extraña sensación. Tardé unos instantes en reconocer lo que me ocurría, pero mi pene no engaña. Se empalmó de una y yo concluí que me había excitado con aquella contemplación ¡Mi verga había reaccionado ante la desnudez de mi hermana! ¿Qué me estaba pasando?

Absorto yo en estas reflexiones ella reaccionó y se subió rápidamente el bañador. No estaba enfadada, lo delataba su sonrisa, pero aún así me gritó:

  • Eres un cabronazo.

Yo seguía absorto en mi turbación pero para que no se notara me obligué a responder...

  • Sólo me he limitado a utilizar tus mismas armas.

Pero ella no se daba por vencida y se abalanzó hacia mí. Se me abrazó con brazos y piernas, como un koala agarrado a un árbol, y se dirigió directa a mi moflete para mordérmelo. Aquello fue demasiado. Estaba sobre mí y yo era incapaz de quitármela de encima porque mi excitación crecía y crecía. Notaba sus tetillas presionadas sobre mi pecho y su boca muy próxima a la mía, demasiado. Toda mi preocupación en aquel momento no era la de librarme del mordisco sino que no notara mi empalme. Al final logré deshacerme de ella de un empujón y por fin se dio por vencida.

  • Ahora estamos en paz- me dijo.

Yo también di por concluida la pelea, más que nada para que no se enterara de mi estado. Ella se dio la vuelta y se fue nadando a la orilla. Yo preferí quedarme un rato para ver si se me pasaba el calentón. Aproveché para analizar la situación. Vaya culete tenía mi hermana. Pero no, no podía tener este tipo de pensamientos. Es mi hermana, sangre de mi sangre. No la puedo ver como una mujer sino como una hermana. En fin, el caso es que con tanta reflexión mental se me acabó bajando y pude así salir del agua.

En las dos siguientes jornadas no volvió a ocurrir nada semejante y yo tampoco le di muchas más vueltas al tema. Al fin y al cabo mi hermana era una chica preciosa y yo la había visto el culo, en cierto modo mi excitación ante aquélla imagen estaba justificada.

Después de aquello Elena y yo continuamos con nuestra rutina veraniega pasando el día juntos en la playa y por la noche saliendo a tomar algo por los bares de Cullera.

No solíamos llegar muy tarde a casa, no es que Elena y yo nos aburriéramos juntos pero no conocíamos a nadie en Cullera y nos gustaba levantarnos pronto para coger un buen sitio en la playa. Una noche cuando entramos en casa mi madre todavía estaba levantada y al vernos se dirigió a nosotros...

  • Ah, qué bien que os veo antes de acostarme porque os tengo que pedir algo.

Elena y yo con la mirada nos dimos a entender que ambos nos temíamos alguna petición materna tipo mañana hay que hacer la compra o lavar el coche. Pero no iban por ahí los tiros.

  • Mañana va a venir mi amiga Inmaculada a pasar un par de días con nosotros. Así que hay dos opciones o Inma duerme contigo, Elena, o tú te pasas al cuarto de David y dormís los dos juntos. Vosotros veréis.

Inmaculada es una amiga de mi madre que se acababa de separar de su marido hacía escasos meses y estaba un poco sola. No es que sea una mujer antipática pero supongo que mi hermana no tenía el más mínimo interés en compartir cama con ella. Me pregunté qué elegiría Elena, si dormir con ella o conmigo.

  • ¿Pero cómo voy a dormir con ella si sólo hay una cama en mi cuarto?

  • Claro, tendríais que compartir cama. Por eso he pensado que lo mejor es que durmáis juntos vosotros dos.

Elena se quedó mirándome con cara de tener pocas ganas.

  • ¿Con David?

  • Si, bueno no creo que os pase nada por dormir dos noches juntos. La otra opción es el sofá del salón.

  • Joder, bueno pues dormiré con él. Siempre me toca a mí fastidiarme- bufó claramente enfadada.

  • Si queréis duermo yo con Inmaculada. A mi no me importa- dije riéndome pero la broma no le hizo mucha gracia a mi madre que me miró con expresión de cierra la boca y vete ya a la cama.

Ya acostado me quedé un buen rato pensando en lo que me esperaba en la noche siguiente. Después de la escena del culo en la que me sorprendí a mí mismo excitándome con mi hermana iba a dormir con ella. Quizás no fuera el mejor momento para compartir lecho con Elena pero no pude evitar que la idea me agradara. Ciertamente me apetecía pasar la noche con ella.

Sin embargo no hubo que esperar a la llegada de la noche para que mi cuerpo volviera a traicionar a mi cerebro.

Al día siguiente en la playa estábamos Elena y yo como siempre tostándonos tranquilamente al sol. Yo estaba con los ojos cerrados medio dormitando cuando su voz interrumpió mi letargo.

  • ¿Me haces un favor?

Giré vagamente la cabeza para mirarla, estaba tumbada boca abajo con los brazos extendidos y con el sujetador desabrochado para que el sol no dejara marca en la espalda. Antes de responder me fijé en los laterales de sus pechos que sin la parte de arriba del bikini se veían fácilmente a pesar de su postura.

  • ¿Qué quieres?

  • Que me eches crema porque noto que se me está quemando la espalda.

  • Tú si que me quemas a mí. Estaba medio dormido y me has despertado- le dije en tono algo malhumorado a causa de mi mal despertar.

  • Hijo, que desagradable eres.

Me incorporé sin decir nada y cogí el bote de crema. Todos los días mi hermana y yo nos embadurnábamos de protector en nuestras respectivas espaldas, no había nada raro en su petición. La diferencia es que nunca lo había hecho con su sujetador desabrochado.

Empecé a masajearla lentamente. La verdad es que había sido un tanto tosco en la respuesta a mi hermana así que se lo compensaría con un dedicado masajito. Apreté sus hombros, pellizqué sus clavículas y fui bajando amasando su piel hasta el borde de la braga del bikini. Allí me detuve y volví a subir despacio.

  • mmmm- musitó relajada mi hermana en señal de que aquello le estaba gustando.

Yo seguí con el masaje por sus costados, cubriendo también de crema sus laterales hasta que llegué a la zona peligrosa. Me acercaba a sus pechos. Si subía un poco más se los podría tocar a placer. No me lo pensé demasiado, fue casi un gesto instintivo. Con las manos le rocé los bordes descubiertos de sus pechos. Fue algo rápido sin detenerme mucho en las sugerentes carnes pero sí dio tiempo a que yo apreciara aquella suave e inexplorada piel. Ella no dijo nada. Ni protestó ni se movió, pero mi pene sí. Volvió a ocurrir. De nuevo me había empalmado a causa de mi hermana. Aquello se me podría notar en cualquier momento y me habría muerto de vergüenza si Elena se hubiera dado cuenta de mi erección, así que di por terminado el masaje y volví a mi toalla tumbándome boca abajo para ocultar mi estado.

Estuve en esa posición un buen rato enfadado conmigo mismo por haber rozado, aunque solo hubiera sido un poco, los pechos de mi hermana. Al rato noté como ella se movía. Yo no la estaba mirando, tenía la cabeza hacia el lado opuesto para evitar encontrarme otra vez con aquel lateral de teta. Escuché como abría de nuevo el bote de crema y supuse que ahora iba a tomar el sol boca arriba y que por lo tanto ya se habría abrochado la parte de arriba del bikini, así que me di la vuelta hacia ella.

La sorpresa fue cuando me encontré a Elena en top less y untándose sus tetas de crema.

  • Pero ¿qué haces?

  • ¿Pues no lo ves? Echarme crema para tomar el sol.

  • Pero hombre, ¿sin sujetador?

  • ¿Qué pasa? Yo veo a muchas chicas en top less. No creo que nadie se escandalice.

  • Pero tú tienes 15 años

  • Bueno ¿y qué? Además no conozco a nadie y me da igual.

  • ¿Y yo?

  • Tú eres mi hermano. No creo que te asustes de verme las tetas.

Pues sí, yo era su hermano y estaba muy asustado o excitado o ambas cosas a la vez. Decidí quedarme boca abajo y girarme de nuevo para no ver a mi hermana. Aún así la imagen ya se me había quedado grabada. Sus tetas eran maravillosas. No muy grandes pero sin con una forma de erótica pera. Tenían un aspecto delicioso, con una piel brillante, lisa y aspecto suave coronadas por unos rosados y pequeños pezones.

Transcurrió una buena tanda de minutos sin que yo me atreviera a moverme ni un milímetro ni a cambiar de postura. Suponía que mi hermana seguía mostrando sus tetas a todo el que quisiera verlas. Al final volví a notar como se incorporaba de nuevo.

  • ¿Te vienes a bañar? Hace calor- me propuso.

La miré y comprobé que se estaba colocando de nuevo la parte de arriba del bikini. Su atrevimiento no incluía entrar en el agua con los pechos al aire. Aún así opté por ser prudente. No me había recuperado todavía del calentón y preferí no tentar a la suerte en el agua con mi hermana porque podría acabar percibiendo mi continuo estado de excitación.

  • No me apetece. Ve tú.

  • Bueno.

Elena se levantó y se dirigió hacia el mar. Yo me quedé observando su marcha. La verdad es que mi hermana estaba muy buena. Tenía un trasero precioso. Disfruté admirando su contoneo al caminar y sus temerosos movimientos mientras se iba adentrando poco a poco en el agua. Cuando por fin se sumergió me esforcé por dejar de pensar en ella. Eché un vistazo a mi pene y me felicité por no haber acompañado a mi hermana al agua. Estaba completamente izado y se notaba perfectamente su estado a través del bañador y así llevaba ya tres días ¿Qué me estaba pasando?

Al llegar al apartamento me introduje rápido en el baño, en teoría para ducharme y deshacerme de la sal y arena de mi cuerpo pero en realidad mi prioridad era la de descargar aquel estado de excitación permanente. Me masturbé intentando no pensar en mi hermana pero me engañaba a mí mismo si obviaba que aquel calentón de los últimos días me lo estaba provocando ella.

Después de comer me fui a mi cuarto con la disculpa de la siesta. Pero de nuevo me dediqué a pajearme. La masturbación anterior no había reducido mi ardor. Me corrí por segunda vez en el día para, finalmente, quedarme dormido.

A las dos horas mi madre entró en mi cuarto.

  • David sal a saludar a Inma que acaba de llegar.

Efectivamente, la amiga de mi madre estaba en casa. Hicimos los saludos protocolarios y ayudé a mi hermana a trasladar sus objetos más necesarios (ropa, pijama, neceser) a mi cuarto. Por dos días compartiríamos aquellos cinco metros cuadrados, y lo que era más interesante, aquella cama de matrimonio, ancha, eso sí. Más tarde salimos toda la familia a cenar fuera en honor a la invitada. Yo estuve callado toda la velada absorto, pensando en la inminente noche que me esperaba. Me estaba empezando a obsesionar con Elena.

Y finalmente regresamos a casa. Era ya tarde así que toda la familia y la invitada nos dispusimos a irnos a la cama. Compartí baño con Elena para lavarnos los dientes pero cuando yo terminé ella se quedó allí. Aproveché para ponerme el pantalón corto de pijama que era la única vestimenta que yo utilizaba para dormir. Mi hermana llegó ya cambiada del aseo. Vino vestida con un pequeño camisón blanco corto y de tiras. Se le transparentaban perfectamente las bragas rojas que llevaba y, sobre todo, sus pezones libres ya de sujetador. Mal empezábamos. Mi pollita tuvo un primer intento de elevarse. Afortunadamente se quedó a medio camino, en lo que se viene a conocer como estado morcillón, vamos.

Aquella noche lo pasé bastante mal. Bueno, mal no es la palabra adecuada. Yo me sentía extraño pero la verdad es que bien pensado de mala no tuvo nada ¿Desde cuando la excitación sexual es algo negativo aunque sea con tu propia hermana? En cualquier caso quien espere un ardoroso encuentro sexual está equivocado. Siento decepcionarles.

Mi hermana y yo nos quedamos hablando un rato en la cama con la luz apagada pero Elena enseguida se fue quedando dormida y con ello la conversación se fue agotando. Yo no. Yo estaba muy despierto a pesar de que el único roce que tuve con su cuerpo fue el de pie con pie. Y aquello bastó. Mi pene estaba incontroladamente en erección sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. A pesar de las dos corridas de la tarde mi empalme no parecía estar dispuesto a desaparecer.

Y en realidad poco más comentable pasó (Ya he avanzado que algún lector se sentirá decepcionado). Si acaso algún que otro abrazo de mi hermana. Ella se mueve mucho a lo largo de la noche y en una de sus vueltas por la cama se quedó abrazada a mí posando sus pechos sobre mi torso. Pero aquella postura no duró mucho, hacía demasiado calor como para que aguantara tan pegada a mí. Pero claro, yo continué excitado un buen rato más tras el abrazo. Aún así pasaron los minutos de desvelo y poco a poco fui cayendo adormilado.

Cuando desperté por la mañana me aguardaba otra sorpresa. Adormilado y con el cerebro sin enchufar todavía al abrir los ojos no recordé por unos instantes que estaba compartiendo cama con mi hermana. Al darme la vuelta me la encontré todavía dormida. Y vaya estampa. El camisón se le había subido hasta prácticamente los pechos. Tenía ante mí una imagen encantadora de Elena espatarrada, mostrándome sus pequeñas y sugerentes braguitas rojas. Al habitual empalme mañanero se sumó rápidamente el calentón que me produjo aquella visión. Disfruté algunos minutos más de ella pero al oír movimiento en la casa decidí despertarla. De haber entrado mi padre o mi madre en el cuarto encontrándose así a mi hermana seguramente la noche siguiente uno de los dos hubiera dormido en el salón.

Una vez que abrió los ojos ella se desperezó sin mostrar ninguna vergüenza por tener el camisón subido. Desconocía esa faceta tan naturista de Elena. El caso es que me apresuré a meterme en la ducha dispuesto a aplacar mi estado. Tantas horas de empalme no pueden ser nada sanas.

Debido a la visita de Inma mis padres nos pidieron que esa mañana fuéramos todos juntos a la playa como deferencia a la invitada. Yo me he preguntado siempre quien inventó estas extrañas normas de protocolo familiar. Qué mas les daba a la amiga de mi madre y a mis padres que Elena y yo nos fuéramos por nuestro lado. El caso es que aquella mañana no pude disfruta de mi hermana a solas. Por supuesto delante de mis padres no se le ocurrió ponerse en top less. Al menos le vino bien a mi pene que por un día se pudo tomar un descanso.

Y por la noche todo transcurrió más o menos como la anterior. Yo tardé en dormirme fruto de la excitación que me produjo el contacto con los pies de mi hermana o simplemente con su brazo. Pero sobre todo mi empalme aumentaba cuando surgía la oportunidad, y fueron varias en la madrugada, de observar sus piernas, sus pezones saliéndose del camisón o sus bragas que esa noche eran azul pastel.

Pero Inma se fue y todo volvió a la normalidad. Elena a su cuarto y yo solo en el mío. Tras ese día el verano regresó a unos cauces correctos, es decir, yo pude más o menos controlar aquellos ardores causados por mi hermana.

El fin de semana siguiente estaba previsto que visitáramos a María y a Ana en San Juan. Allí pasamos tres días. Yo dormí solo en una habitación y las tres chicas juntas en otra. Fueron tres día de juerga y desenfreno. Nuestros hábitos consistían en volver tarde a casa y el resto de la jornada recuperarnos de los excesos en la playa. Aunque siempre estábamos los cuatro juntos formábamos una especie de dobles parejas. Yo compartía más tiempo con María mientras que Ana y Elena se mostraron igual de inseparables que siempre. Me vino bien descansar un poco de mi hermana y hablar con alguien del sexo opuesto que no fuera ella.

Nos lo habíamos pasado tan bien en San Juan aquellos tres días que decidimos continuar la fiesta en Cullera. Esta vez fueron María y Ana las que se vinieron a nuestro apartamento. Y en esos días tuvieron lugar los dos últimos antecedentes de mi camino hacia el incesto. Definitivamente, tras aquellos hechos, la mecha del deseo hacia mi hermana quedó prendida para siempre.

La primera noche en Cullera con María y Ana salimos también hasta tarde pero no bebimos mucho porque teníamos previsto aprovechar la jornada siguiente para pasarla entera los cuatro en la playa. Y efectivamente a eso de las 11 de la mañana ya estábamos ubicados en la arena de Cullera provistos de comida suficiente para aguantar la jornada sin tener que regresar a casa. Lo pasamos bien esa mañana todo el día en el agua o en la arena. Yo me sentía feliz acompañado de aquellas tres hermosas chicas incluyendo a mi hermana.

Pero fue con la llegada de la tarde cuando se dio la primera de las dos situaciones que debo comentar. Habíamos comido nuestros bocadillos y nos habíamos quedado medio adormilados en las toallas. Cuando desperté debían ser sobre la cinco de la tarde. La playa se mantenía ocupada por un buen número de veraneantes pero al menos ya no era un paisaje tan atestado como en las horas previas. Elena, mi hermana, estaba también despierta leyendo un libro pero María y Ana seguían centradas en su siesta. Decidí irme a dar un baño para espabilarme.

Ya cuando llevaba un buen rato en el agua pude ver que las hermanas Pereda se habían despertado también. Cuando regresé a la arena las tres charlaban animadamente sobre nuestros planes para la noche. Si debíamos ir a tal o cual local de marcha. Tras un nuevo baño, esta vez los cuatro juntos, volvimos a las toallas para aprovechar los últimos rayos de sol.

Debían ser ya cerca de las siete de la tarde cuando mi hermana, supongo que sin pretenderlo, me produjo una nueva erección.

  • Chicas yo voy a hacer top less ¿os animáis?

María y Ana la miraron con cara de extrañeza.

  • Sí claro, y que David nos vea las tetas- dijo Ana.

  • Por mi no os preocupéis. No me molesta en absoluto que me enseñéis las tetas.

No se rieron demasiado ante mi comentario.

  • Bueno pues yo me voy a quitar el sujetador. El otro día lo hice y se estaba estupendamente bien, fue una liberación. Y además ya no queda casi nadie en la playa.

Y dicho y hecho mi hermana se desprendió de la parte de arriba del bikini dejándome ver otra vez sus bellos pechos y de paso empalmándome al máximo, un estado que en aquel verano podría ser calificado ya de crónico.

La siguiente en animarse fue María.

  • Pues venga yo también. Total tú hermano es ya como una más de nosotras. Hay confianza.

  • Oye, eso de como una más...

No hizo caso a mi protesta. Se desabrochó el sujetador y exhibió unos hermosísimos pechos juveniles. Redondos, perfectos y en un estado envidiable por cualquier mujer. Con unos pezones grandes y morenos. Un 10 pondría de nota.

Para terminar de alcanzar un estado de calentón agudo, Elena y María se pusieron a darse crema en las tetas. Me obligué a mí mismo a dejar de fijarme directamente en los pechos. Hice como que miraba al mar pero cada pocos segundos era inevitable echar un vistazo de reojo.

  • ¿Qué pasa Anita no te animas?- le preguntó María a su hermana.

  • No sé. Es que con éste aquí me da vergüenza.

  • Pero si es David, es como de la familia.

  • Bueno, venga.

Y Ana también dejó libres sus tetillas casi infantiles. Eran bastante pequeñas pero con unos pezones muy sugerentes.

Y ahí que estaba yo, rodeado de seis pares de tetas. Me enfrentaba a un problema al que ya empezaba a acostumbrarme. Disimular mi erección. Me puse boca abajo y al menos durante un rato me propuse no mirar a ninguna de mis compañeras de playa. Pero María no estaba por la labor de dejarme en paz.

  • ¿Qué pasa David, te has empalmado y por eso tienes que darte la vuelta?

Enrojecí de forma casi instantánea ¡Pero qué provocadora tiene que ser siempre esta chica! Y encima no hay quien la engañe.

  • Déjame en paz, anda- dije como torpe respuesta a su comentario.

Pero la que contraatacó fue mi hermana.

  • ¿En serio te has empalmado?

  • No, no me he empalmado. Simplemente quiero que me dé el sol en la espalda.

  • Ahora que caigo, el otro día cuando hice top less también te pusiste boca abajo. Mucha causalidad ¿no?

  • O sea que te empalmas con tu hermana. Qué fuerte- Añadió María con el único fin de tocarme un poco más las narices. Y lo estaba logrando.

  • Pero queréis dejarme en paz- las dije muy serio mientras levantaba la cabeza, por cierto, que fui incapaz de evitar, ya de paso, volver a mirar sus tetas.

  • Mirad, mirad como se le va la mirada a nuestras tetas. Serás gorrino- dijo divertida María- Vamos a ver si está empalmado, démosle la vuela.

Las tres me cogieron e intentaron volcar mi cuerpo. Afortunadamente soy más fuerte que ellas y pude resistirme un rato. Pero no sé si fue peor. Con tanto forcejeo sus tetas me rozaban por todo el cuerpo, las de mi hermana, las de Ana y sobretodo las de María. Mi empalme alcanzaba ya su máxima expresión. Como vieron que no podían darme la vuelta cambiaron de táctica a propuesta de María:

  • Bajémosle sus pantalones y por lo menos le veremos el culo.

Fueron muy rápidas y no pude reaccionar a tiempo. Tirando las tres lograron dejarme mi trasero al aire. Fueron pocos segundos, enseguida me subí el bañador, pero ellas triunfantes se reían a carcajadas de su victoria.

Había poca gente en aquel lugar pero cuando pude mirar a mi alrededor observé que éramos el objeto de atención de la playa. Había caras curiosas y divertidas ante tal escena y otras que reflejaban cierta indignación por la exposición y comportamiento de mis "hermanas".

  • Mirad tías. Nos está mirando toda la playa. Estamos montando un espectáculo- Mi advertencia dio resultado. Las chicas se cortaron y volvieron algo avergonzadas cada una a su toalla. Logré una pequeña tregua aunque mi empalme seguía ahí en su sitio. Sin ningún atisbo de desaparecer.

Sin mayores percances regresamos al apartamento cuando ya casi era de noche. Fui el primero en meterme en la ducha. Y allí, claro, tuve otra vez que desahogarme. Ahora no sólo tenía que expulsar la excitación provocada por mi hermana sino también por las vecinitas Pereda.

Yo fui quien más tardó en salir del baño, las otras tres se asearon y se vistieron con rapidez. Cenamos también sin entretenernos mucho y nos fuimos muy animados de copas. Fue una noche divertida, bailamos, bebimos, nos reímos y ellas incluso ligaron. Fueron muchos los tíos que les tiraron los tejos pero tuvieron el detalle de no aceptar a ningún pretendiente. Menos mal porque si no me hubiera quedado colgado. Por cierto que fue la primera vez que fui testigo directo del efecto que mi hermana provocaba en los hombres. No me extraña, hasta a mí que soy sangre de su sangre me calienta.

Cuando regresábamos, ya casi al amanecer, yo iba bastante contentillo, pero pude comprobar que nada comparable al estado de las chicas que estaban completamente ebrias. La más lamentable, por cierto, mi hermana que apenas podía andar.

Llegamos al apartamento. A mí me tocaba otra vez dormir con Elena. Qué bien, me dije. Cuando me hube lavado los dientes entré en el cuarto y vi que mi hermana a causa de su borrachera se había quedado dormida sin ni siquiera desvestirse. La quité las sandalias y la dejé con el resto de su ropa. Me hubiera gustado desvestirla pero pensé, en un achaque de moral casi paterna, que eso no sería del todo correcto.

A los pocos minutos de haber pagado la luz escuché unos leves ruidos procedentes de mi hermana. Caí en la cuenta. Le estaban dando arcadas y su vomitona era inminente. Encendí la luz pero fue demasiado tarde. Mi hermana sin apenas incorporarse había echado ya los restos de su estómago. Se manchó toda su ropa, camiseta y pantalones incluidos. Su aspecto era lamentable. Me levanté de la cama y fui a por un trapo húmedo y a por agua para que bebiera. La limpié lo que pude y le di el vaso.

  • Tienes que cambiarte. Como papá y mamá te pillen la vomitona nos hemos quedado sin salir el resto del verano. ¿Dónde tienes el camisón?

Ella apenas podía hablar pero mediante gestos me hizo saber que el camisón estaba en su habitación ahora ocupada por María y Ana. Busqué un pijama mío pero estaban todos en el cesto de la ropa sucia. Finalmente encontré una camiseta ancha que podría hacer las funciones de camisón.

Me dispuse a desvestirla con la intención de hacerle un favor, aunque tengo que reconocer que aquella operación me agradaba, es más, se podría decir que me ponía a cien. La quité sus pantalones y la dejé en braguitas, blancas en esa ocasión. Al bajárselos la braguitas se habían también deslizado un poco y pude ver el comienzo de su bello pubiano. Aquello realmente me estaba excitando. La incorporé un poco para quitarle la camiseta. Ella dócil se dejaba hacer. Se quedó en sujetador. El siguiente paso era, si cabe, más interesante. Desabroché, no sin ciertos problemas, su sostén dejando libres las ya plenamente conocidas tetas de mi hermana. No quise deleitarme mucho en aquélla escena a pesar de que era espectacular para mis ojos, Elena solamente con sus braguitas blancas. El caso es que mi hermana estaba borracha pero aún así se podría dar cuenta de mi admiración por sus pechos y yo ya había pasado bastante vergüenza en la playa. Le puse la camiseta escogida como pijama que aunque larga no llegaba a taparle sus braguitas. Aquella estampa me terminó de convencer: Qué preciosidad de hermana tenía y qué daría yo porque se entregara a mis brazos. En fin, había que contenerse.

Me llevé su ropa manchada de vómitos al baño e intenté limpiarla para que mi madre no descubriera el percal. Hice lo que pude aunque la sagacidad de las madres suele ser implacable ante estas situaciones. Cuando concluí eché la ropa al cesto de lo sucio. Al volver mi hermana estaba despierta aunque seguía atontada

  • ¿Qué hacías?

  • Limpiar los vómitos de tu ropa- le dije mientras me acostaba.

Apagué la luz dispuesto a intentar dormir aunque después de ser testigo activo de la desnudez de mi hermana sabía que iba a ser difícil. Pero sin que hubiera transcurrido apenas un minuto mi hermana se abalanzó sobre mí abrazándome, castamente, eso sí, pero yo no estaba para contactos de ningún tipo. Aquello de nuevo me excitó. Su brazo sobre mi pecho, su pierna sobre las mías con nuestros pies rozándose bajo las sábanas, su pubis cubierto sólo por aquellas braguitas blancas muy cerca de mis genitales. Para terminar de arreglarlo mi hermana me susurró en voz baja:

  • Cuando quieres eres el mejor hermano del mundo.

  • Gracias- dije yo sorprendido por aquel arrebato de cariño fraternal.

Lo qué ocurrió a continuación no lo olvidaré jamás. Mi hermana se acercó a mi cara y me dio un beso en la boca. Fueron sólo unos segundos pero noté sus carnosos labios juntarse con los míos. Un beso dulce, sentido... y más que fraternal, fue un beso, a mí me al menos así me lo pareció, con un alto grado de sensualidad.

Me quedé completamente paralizado. Como se suele decir, no sentía las piernas. Mi pene, autónomo como siempre, se elevaba intentando romper la tela del pantalón del pijama. Y mi hermana como si tal cosa se dio media vuelta y comenzó casi al instante a emitir unos sonidos similares a unos leves ronquidos. ¡Después de besarme se queda inmediatamente dormida! En fin, será fruto del alcohol. Yo lógicamente esa noche apenas pude conciliar el sueño.

Aquello fue el último de mis antecedentes incestuosos de aquel verano. Pero terminó de convencer al resto de mi cuerpo (Mi pene lo supo desde el primer día) de que deseaba a mi hermana.

No sé si afortunadamente o desgraciadamente el verano llegó para mí a su fin. A los pocos días regresamos a Madrid para que yo entre otras cosas estudiara las cinco asignaturas que me habían suspendido. Por supuesto en septiembre no aprobé. Mi cerebro, ya de por sí vago, estuvo muy ocupado en analizar mis sensaciones estivales.

El repetir curso tuvo su lado bueno y es que me tocó ir a la misma clase que mi hermana. Nuestra relación se fue normalizando, aunque mi deseo hacia ella no mitigara. Pero al menos lo fui controlando y creo que durante aquel curso ella no notó nada. No llegamos a hablar de aquel beso. Quizá ella ni lo recordara.

Hubo de llegar otro verano para encontrar de nuevo la senda que debía guiarme hasta Elena, y de paso también hasta María y Ana, mis otras dos "hermanas"...

Continuará...

Si queréis hacerme cualquier comentario será bienvenido: jaimecorreo2000@yahoo.es