Mis alumnos (2)
Siguen las aventuras con mis alumnos
El haber roto la barrera de las relaciones sexuales con un alumno me dio una cierta confianza en mis fantasías y un considerable aumento de la libido. Empecé a ver a mis pupilos como machos dotados de pollas capaces de llevarme al paraíso y pude comprobar que había un importante porcentaje de ellos que estaban realmente buenos. También observé que la mayoría de ellos me veían más como mujer que como profesora. Me miraban las tetas sin mucho disimulo e incluso se peleaban por ponerse en la primera fila frente a mí para intentar, ya que yo solía usar faldas, verme las bragas. Capricho que empecé a concederles de vez en cuando como por descuido. A su vez yo me imaginaba atrevidas fantasías eróticas con sus cuerpos adolescentes cargados de hormonas.
Cuando era pequeña, recuerdo un día en el colegio de monjas al que iba por entonces, que una compañera se hizo pis en la clase. Aparte del consiguiente alboroto y risas de todas nosotras, la hermana se la llevó al convento para secarle las ropas con un secador de pelo. Al día siguiente, al empezar la clase, la monja nos mandó ponernos en pie y bajarnos las bragas para comprobar que no nos habíamos meado. Después fue pasando una por una tocándonos el coñito con la alucinante disculpa que se había inventado. A la mayoría les tocaba levemente y pasaba a la siguiente, pero en algunas se quedaba un ratito más y a mí me tocó el más largo de todos. Cuando puso su mano sobre mi vulva me produjo una extraña sensación. Nadie, salvo mi madre, me había tocado nunca el coño y sentí algo que no sabría clasificar. No me resultó molesto e incluso diría que me gustó. Masajeó con círculos mis labios mayores y presionó con el dedo corazón desde el inicio de la vagina hasta el clítoris mientras me sonreía libidinosamente. Seguro que después de la clase se iría corriendo a su cuarto a masturbarse salvajemente.
A partir de aquel día, yo empecé a tocarme con notable frecuencia y a intentar sacar el máximo placer de aquello que me había descubierto mi profesora. Pero si yo misma me proporcionaba placer, mucho mayor era el que me proporcionaban otras manos, así que, ante cualquier ocasión, yo siempre estaba dispuesta a que me sobasen el coño. Recuerdo una vez yendo en autobús a clase, me puse al lado de un señor sentado que al poco rato, como descuidadamente, rozó mi rodilla con los nudillos de su mano. Yo no le di importancia al principio pero el señor lo volvió a repetir sin retirar la mano. Al ver que yo no me inmutaba, fue subiendo lentamente por mi muslo hasta llegar a mi braguita. Yo separé las piernas para facilitarle el magreo e inmediatamente metió sus dedos por la pernera y fue directo a tocar mi vulva que en ese momento estaba completamente mojada. Después intentó meter un dedo dentro de mi vagina, pero entre que yo era virgen y me estaba haciendo daño y ya llegaba mi parada, me fui de su lado para ponerme en la puerta de salida.
Recordando la anécdota de la monja, me imaginaba yo en mi clase haciendo lo mismo, diciendo a los chicos que se bajasen los pantalones y el calzoncillo para ver si se había meado. Después iría uno por uno tocando sus hermosas pollas y metiendo en mi boca las más apetitosas de todas, saboreando su excitación, viendo cómo crecían en mi boca hasta llenarla por completo, recorriendo con mi lengua esos capullos rosados que tanto me gustaría tener dentro de mi coño.
Después de nuestra aventura, a David se le notaba más decidido y con dominio de la situación, incluso se permitía meter su mano bajo mi falda cuando pasaba por su mesa en la parte de atrás a corregir el tema sobre el que estábamos trabajando. Como es algo que no me molesta en absoluto, un día le hice el regalo de quitarme las bragas antes de entrar en clase y estarme un buen rato junto a él. Ya había aprendido cómo es el coño de una mujer y no dudó en meter sus dedos en mi vagina, aunque con evidente inexperiencia. A mí me excitaba muchísimo hacerlo en clase, allí mismo me lo hubiese tirado si no fuese porque me jugaba el puesto.
Lo que sí observé fue que su compañero de pupitre y amigo inseparable estaba al tanto de todo. Miraba disimuladamente por detrás de David para ver como su brazo se perdía dentro de mi falda. Carlos, que así se llamaba, era un chico que en nada tenía que envidiar a su amigo, tremendamente guapo y se le intuía bien dotado. Mientras sentía los dedos de David penetrando mi vagina, pensé que sería maravilloso tirarse a los dos, así que les dije a ambos que, como iban muy flojos en la asignatura, que se quedasen después de clase para organizar un repaso.
Al finalizar, ellos se acercaron a mi mesa y les dije que deberían trabajar un poco más si querían aprobar y que yo estaba dispuesta a darles una clase extra, si querían, esa misma tarde en mi casa. Aceptaron sin dudarlo pues seguro que imaginaron que la cosa iba de temas más divertidos.
Cuando esa tarde llegaron a mi casa, les ofrecí un refresco antes de empezar a trabajar. Nos sentamos en el salón. Yo me senté en el sofá y ellos uno a cada lado y, en pocos minutos, David puso su brazo en mi cuello y me besó. Me dejé besar sin ninguna resistencia y, al cabo de un rato, Carlos empezó a tocarme la pierna que, al llevar faldas, estaba desnuda y se ofrecía en su plenitud. Subió su mano hasta el borde de las bragas e intentó meterla entre la tela. Separé las piernas para facilitarle la operación pero, como me estaban bastante justas, le estaba resultando complicado. Decidió entonces quitármelas. Tuve que levantar el culo del asiento para que pudiese bajármelas y empezó a magrearme con ganas. David había metido su mano bajo mi camiseta y me tocaba las tetas con lascivia. Me quitó la camiseta y ambos se pusieron a chuparme los pezones. Se fueron desnudando con más o menos rapidez y, cuando aparecieron sus pollas, comprobé que eran ligeramente diferentes. David la tenía de tamaño medio, como ya había comprobado, pero dura y fuerte como una roca, y Carlos, notablemente más grande. Me lancé a por ella y la acaricié con gusto. También agarré la del otro y me encontré con una polla en cada mano mientras ellos magreaban mi cuerpo con entrega. Carlos se puso de pie en el sofá y acercó su polla a mi boca, que abrí todo lo que pude para que la metiese dentro. Mientras, David se arrodilló entre mis piernas y se puso a lamerme el coño. Separé mi culito del sofá y abrí bien mis piernas para que chupase con comodidad y recorrió con placer todos los rincones de mi vulva. Después metió su lengua en mi vagina haciéndome disfrutar con locura y en mi culito, que masajeó con esmero. Se puso encima de mí e introdujo su pene hasta el fondo de mi coño ardiente y chorreante y noté la dureza de su polla, fuerte y con decisión, en el interior de mi vagina. Bombeó con ganas durante unos minutos y alcancé un maravilloso orgasmo que me transportó al paraíso. Ellos seguían sin parar y, en pocos minutos, mi cuerpo se encontraba ardiente y con ganas de repetir. Sacó su pene de mi vagina y se intercambiaron. David la metió en mi boca, y Carlos, acercándose a mi coño, la fue introduciendo lentamente hasta que la metió entera. ¡Qué placer! me sentía completamente inundada por dentro, rellena hasta el último resquicio de mi vagina. Estábamos disfrutando con voluptuosidad.
Después de un nuevo orgasmo y recuperados de nuevo, le pedí a David que se sentase en el sofá. Me puse de espaldas a él y cuando pensaba que iba a meterme su polla en mi coño, la cogí y me la llevé al borde de mi culito. Poco a poco y con suavidad fui bajando mientras su polla se iba introduciendo en mis entrañas y, aunque con un leve dolor, mi cuerpo ardía de pasión con aquel pedazo de carne dentro de mi cuerpo. Cuando sentí que mi culo se había adaptado a la polla de David, le pedí a Carlos que me la metiese por el coño. ¡Qué maravilla! ¡Dos pollas adolescentes follándome sin piedad! Les expliqué que tenían moverse con ritmo cambiado, es decir, uno la metía mientras el otro la sacaba y viceversa. Aquello era un delirio absoluto, yo estaba a punto de tener otro orgasmo e intentaba esperarles a ellos, hasta que, al poco rato, noté como sus pollas se endurecían y me dejé llevar por el instinto. Aquello fue el paraíso. Nos corrimos los tres a la vez, contagiados unos por otros, en una orgía de placer infinito. Me noté inundada de semen por todas mis entrañas y mis contracciones parecía que nunca terminarían. Poco a poco nos fuimos relajando. Carlos sacó su polla chorreante, yo me levanté con calma de la que penetraba mi culito y me fui al baño a adecentarme un poco.
Como ya era tarde, decidimos dejarlo por ese día. Les recordé que si contaban algo yo perdería mi trabajo y a ellos les expulsarían del colegio y tendrían una bronca tremenda con sus padres. Con lo cual aseguraba su silencio.