Mis alumnos (1)
Mis aventuras eróticas con mis alumnos
Tengo que comentar que soy profesora de literatura en un colegio del Opus de chicos y aunque siempre ha sido para mi un principio básico no mezclar el trabajo con asuntos de placer, había un precioso adolescente que me tenía cautivada desde el primer día que le vi. Todos los días entraba en el aula un poco antes que los alumnos para poder ordenar mis papeles y tener todo preparado para cuando empezase la clase; pero en el momento en que David, que era como se llamaba aquel chico, aparecía por la puerta, no podía remediar seguirle con la mirada y observar su precioso culito perfectamente marcado bajo sus ajustados jeans.
Mil veces me repetía que aquello no podía ser, que tenía que dejar de mirarle con ojos de deseo porque un día alguien se iba a dar cuenta y entonces empezarían los cotilleos, pero era superior a mí. Incluso me había atrevido, con la disculpa de comentar alguno de los ejercicios de literatura que habitualmente solía encargarles, que se acercase a mi mesa, justo a mi lado, y me explicase el criterio que había seguido en su clasificación de los distintos apartados del trabajo. En ese momento, un hormigueo recorría mi cuerpo y ese aroma mezcla de gel de ducha y hormonas adolescentes hacía que se me formase un nudo en el estómago generando una voluptuosa sensación que descendía hasta el bajo vientre provocando que mojase levemente las braguitas. A pesar de su timidez, rozaba uno de mis pechos contra su brazo para ponerlo nervioso. Y seguro que él notaba cómo se endurecían mis pezones, como me movía para disfrutarlo con más intensidad, sobre todo en días calurosos en que tan solo una fina blusa me separaba de sentir su piel desnuda. Esos días, en cuanto acababa la clase, iba directa al cuarto de baño de las profesoras, me cerraba y, discretamente, aliviaba mi excitación jugueteando con mis dedos y la imaginación.
Un día se quedó al final de la clase y me preguntó si me apetecía ir con él a ver una película que, casualmente, estaba basada en una novela que habíamos comentado días atrás. Evidentemente no pude resistir la tentación y acepté sin dudarlo. Cuando entramos en el cine, vi que nuestras localidades, a pesar de estar el cine medio vacío, eran de la última fila y apartadas del centro. ¿Pensaba meterme mano? Yo creía que esas cosa ya no existían, que eran algo del pasado, pero no, ahí estaba el valiente dispuesto a intentar meterme mano. Me parecía, además de excitante, realmente gracioso, así que decidí probar. Fue todo normal y hasta más de un cuarto de hora después de haber empezado la película no me rozó con su mano la rodilla. Yo llevaba una falda suelta que había dejado que se subiese al sentarme y además, al rozarme, separé un poco las piernas para facilitarle la labor, pero parece que no era consciente de ello y pensaba seguir todo lo que en su imaginación había repetido cientos de veces. Como yo no le opuse resistencia, David fue subiendo la mano por mi muslo. Temblaba manifiestamente mientras su paquete se iba haciendo más grande. Le miré para sonreírle y que se tranquilizase, pero ni me miró; estaba como una estatua. Deslicé levemente mi trasero hacia afuera para facilitarle la aventura, y por fin llegó a mis braguitas. Con su mano temblorosa tocó mi vulva blanda y cálida sin atreverse a meter la mano dentro. Estaba empezando a aburrirme de la lentitud, así que cogí su mano y la metí dentro de mis braguitas, e inmediatamente puse mi mano en su paquete y acaricié su pene duro y a punto de la eyaculación.
Le desabroché el pantalón con un poco de esfuerzo y saqué su miembro para que se desarrollase en plenitud. Creció más mientras le masturbaba hasta convertirse en un mástil duro y vigoroso. David estaba a punto de sufrir un infarto mientras con su mano daba palos de ciego en mi vulva. Era más que evidente que no sólo no había tocado un coño en su vida, sino que era virgen. Como estábamos solos en la última fila y nadie nos podía ver, le pedí que se bajase el pantalón para hacer más cómodo el magreo. Me obedeció sin decir nada y aproveché para quitarme las braguitas antes de que me las destrozase. Le volví a coger la mano, la puse sobre mi coño para que lo sintiese en su totalidad y, con suavidad, conduje su dedo corazón al interior de mi vagina. El pobre estaba acojonado, aquello era muchísimo más que lo que su imaginación había fabricado mientras se masturbaba en su cama por las noches. Si no se corrió inmediatamente fue más por la tensión que le tenía paralizado que por la carga erótica de la situación. A pesar de todo, gracias a mi colaboración, disfruté bastante del magreo. No quise asustarle más y no le chupé la polla, me conformé con tocársela. Como David me gustaba un montón, decidí hacerle el mejor regalo que le habían hecho en su vida. Me incorporé, me puse a horcajadas de espaldas a él y lentamente me fui metiendo su polla en mi coño. Me puse a subir y bajar con suavidad, pero su excitación era tan grande que inmediatamente derramó todo su semen en mis entrañas. Me quedé un ratito quieta con su miembro dentro de mí y, cuando se relajó, le pedí que me acercase mi bolso, cogí unos pañuelos y limpié mi vagina y su polla mientras la sacaba lentamente de mi interior.
Terminamos de ver lo que quedaba de película y salimos a que el aire fresco de la calle despejase nuestra calentura. Vi a David rojo como un tomate y sin saber qué decir. Le dije, con cierta picardía, que me había gustado mucho su invitación y que si se lo había pasado bien. Me dijo que sí y siguió en silencio terriblemente cortado. Ni por asomo hubiese pensado que terminaría así. Había ido a tocar un muslo o, como máximo, un coño por encima de las bragas, pero nunca se hubiese imaginado que terminaría echando el primer polvo de su vida.
Seguirá.