Mis alas (2)
A modo de microrelato, nuestro despertar de la primera mañana.
Me despertó el sol en los ojos y en ese mismo instante antes de abrirlos del todo, se apoderó de mi un ramalazo de miedo y angustia, ante la súbita idea de haber vivido sólo un sueño, muy real tal vez, pero nada más que un sueño. ¡Había sido tan bello!. Me incorporé en la cama y giré mi cabeza y ¡Oh Dios!, allí estaba Axel, aún dormido y bien de carne y hueso, para hacerme desechar esa horrible sensación.
Me dediqué a contemplarlo en actitud de muda adoración. Acerqué mi mano a su cuerpo, pero temi despertarlo y quería estirar esos instantes de infinito regocijo, por lo cual me limité a pasear mi mirada por cada milímetro de su piel.
Me parecía mentira estar viviendo esa realidad. Nunca había sido consciente de esperarla y de un día para otro, su fuerza me abrumaba a la vez que me henchía de placer y alegría.
Recorrí su cara, reviví el momento del primer roce de sus labios la noche anterior. De nuevo me sentí poseído por el vigor de sus brazos aprisionándome. Corrí lentamente la sábana y admiré su pene ahora descansando casi dulcemente entre sus piernas. ¡Si parecía increíble que algo tan blando, tan suave, apenas unas horas atrás me había horadado, se había apoderado de mi, me había llenado con sus jugos, había sido caramelo en mi boca, hierro en mi culo y el querido instrumento donde dejé miles de mis besos.
Me tapé la boca para ahogar mi sorpresa y mi sonrisa, porque advertía que sus cuerpos cavernosos, por vaya a saber que motivo, se estaban llenando de sangre, con lo cual iba despertando lentamente de su letargo para mostrarse otra vez como objeto de pasión.
Miré los ojos de Axel, pero seguían cerrados, aparentemente sumido aún en profundo sueño. Me animé entonces y moviéndome muy despacio, me acerqué hasta apoyar apenas mis labios en el glande que se me ofrecía irresistiblemente tentador.
Cuando repetí el gesto, un estremecimiento recorrió el cuerpo de mi amado y me di cuenta que se estaba despertando. Sonrió sin abrir aún los ojos y tomando mi cabeza me indicó su deseo. No me hice para nada el desentendido y me metí el caramelo en la boca, empezando a lamerlo suave y lentamente, demorando el recorrido de mi lengua, haciendo mi movimiento claramente más excitante y provocador.
Él nada decía, pero su cuerpo, los ligeros estremecimientos de sus músculos me decían de cuanto le gustaba el juego que variándolo en sus movimientos, prolongué largamente. Ya la hermosa pija estaba nuevamente en todo su esplendor y yo la movía por el interior de mi boca a mi entero placer. Tanto la hacía entrar hasta mi garganta, casi ahogándome, como frotaba su cabeza contra los lados de mi boca o enroscaba mi lengua como si quisiera abarcarla en todo su grosor. Casi cruel, trataba de hurgar en su abertura con la puntita de la lengua, para luego resbalar hasta sus huevos, lamiéndolos, chupándolos y metiéndolos de a uno en mi boca, absorbiendo como si quisiera tragarlos. Cuando sentí que él lo esperaba, aceleré mis movimientos, pajeándolo solamente con la boca, la lengua y los labios mientras me acariciaba mis pezones, duros a enloquecer.
Abracé luego sus nalgas, dejé que mis dedos hurgaran en la puertita del agujero de su culo y lo sostuve contra mi, mientras sentía que llegaba a su culminación mi tarea. Y si, de pronto una contracción y cuatro o cinco chorros que se hundían por mi garganta, me cegaban los ojos, y dejaban la leche divina corriendo por mis mejillas, a las que no podía dedicar mi lengua, golosamente desesperada por secar hasta la última gota del glande.
El me atrajo hacia si, y nuestros labios se fundieron en el primero y largo beso de la mañana.