Mis adorados perros

Los dos perros del jefe mi papá me dieron mi primera e inolvidable tunda de pollazos. Me abotonaron toda la noche, haciéndome su putita, y un par de indeseables lo vieron todo.

Era toda una tortura sentarme en las clases y sentir un dolor punzante en mi cola, pues el proceso de recuperación tras el ensanchamiento que me habían hecho era lento, y no mágico como algunos creen. Pero peor aún era mi situación social y académica tras mi experiencia con el dóberman: no podía concentrarme durante las clases, temía por mis amigas que las sentía cada vez más distanciadas y temía por mí misma, pues me preocupaba más por hacerme dedos en el baño de la facultad, viendo los videos de zoo que me mandaban los compañeros de mi papá por whatsapp.

Ni mi novio me hacía caso y el jefe de mi papá no tenía muchas ganas de intimar conmigo desde que estuve con su perro, así que yo estaba como un hervidero todos los días. Y lo peor de todo es que últimamente no podía involucrar a los hombres en mis fantasías; no, solo me imaginaba siendo montada por un can.

Lo único “bueno” que podía rescatar era que por fin mi maduro amante me dio permiso para debutar con uno de sus perros. Al terminar las clases iría a su casa y me dejaría follar, lo había decidido tras pensarlo detenidamente, investigar en la web y prepararme tanto física como mentalmente. Tal vez por eso me resultaba imposible concentrarme en mis horas de estudio.

Andrea, una de mis amigas que conocí en la facultad, estaba notando mi “ausencia” durante las cátedras y por eso se animó a acercarse para hablar conmigo. Es una rubia que destaca por ser muy bonita de cara pese a sus gafas, aunque no tiene senos muy insinuantes y el trasero tampoco es que se robe miradas; es religiosa y se le nota bastante en su manera recatada de vestir y en la forma tan inocente de ver la vida.

—Rocío, me tienes que decir qué te pasa, últimamente te veo muy “ida”, estás muy rara y apenas hablas.

—Hola Andrea, no me pasa nada, solo estoy con un montón de problemas en la cabeza.

—Bueno, me tienes para cualquier cosa que necesites. Si quieres, cuando terminemos las clases, te puedo acompañar hasta tu casa para platicar.

—Noooo, en serio no es necesario, Andrea. Eres un sol, sé que estoy rara últimamente, no sé, será que estoy ovulando o yo qué sé.

—Bueno, estaré disponible para cualquier cosa que quieras.

Y se volvió a su asiento porque el profesor ya entraba para dar cátedra (ella se sienta adelante, yo al fondo). La verdad es que sí quería hablar de mis fantasías zoofílicas con alguien, sobre todo porque iba a debutar, pero una chica religiosa, amorosa y solidaria no es el tipo de persona que buscaba.

Terminada las clases, fui a la casa del señor López. Ya sabía dónde guardaba su llave así que ni siquiera toqué el timbre. Ingresé y lo vi sentado en su sillón viendo un partido de fútbol junto a su amigo don Ramiro. Los más guarros, groseros y detestables de todo el grupo estaban juntos.

Se me erizó la piel al ver cómo equiparon la sala: dos cámaras en trípode, un colchón desgastado en el centro, cerveza, condones en la mesita e incluso una peluca rubia que me causó curiosidad.

Me desnudé y me quedé con una escandalosa tanga que me habían comprado, no sé si para probar cuánta humillación puedo soportar o simplemente para reírse de mí, porque ese pedacito de tela apenas me cubría algo. Con la cara colorada me paré frente al televisor; no me miraron a los ojos, sino a mi pezón anillado, mis tetas marcadas por un par de mordiscos de la otra noche, y luego bajaron la vista para ver el pequeño triángulo que me cubría.

—Pero qué buena estás, zorrón —dijo don Ramiro e inmediatamente me abrazó y metió su lengua en mi boca.

—Deje de llamarme así, don Ramiro… ufff…

—Te pondré el nombre que se antoje, puta. Mira el tanga que llevas, deja que lo voy a mover para ver tu chochito…

—Ufff, diossss… ¿Pero cuándo aprenderá a ser caballeroso, señor?

—Caballeroso lo soy con mi señora. Mira, López, la marrana se depiló tal como le pedimos.

Don López encendió su cigarrillo y me ordenó:

—Acércate, Rocío, quiero verlo bien.

Me aproximé para que comprobaran cómo me quedaba el chumino pelado, lo hice en un centro de belleza que ellos mismos costearon. Se encargó de palpar cada recoveco mío mientras su amigo me volvía a meter lengua y jugaba con mi piercing bucal.

Don López plegaba mis labios vaginales para revelar mis carnes interiores, amagaba penetrarme con sus dedos pero solo jugaba conmigo para calentarme. Y la verdad es que lo conseguía, tenía unas ganas de lanzarme sobre uno de esos maduros. Don Ramiro se arrodilló detrás de mí y groseramente me separó las nalgas para besar y chupar mi culo, era su fetiche, ya lo sabía, y por eso todas las mañanas me limpiaba con una manguera en mi baño.

—Don Ramiroooo… Suéltemeeee… me va a volver locaaaa…

Mientras ese beso negro me derretía, don López se inclinó para chuparme la concha de manera magistral. Succionaba mis labios para que se hincharan y se humedecieran, movía la carne con su lengua, la lengua en mi grutita, la sacaba remojada y buscaba mi clítoris para pasarle lengua. Yo estaba lagrimeado del placer, vaya dos lenguas más expertas la de los señores, creí que me iba a desmayar pero don López dejó de comerme mi enrojecido chumino y me habló:

—Te gusta que te traten duro, perra.

—Diossss, no es verdad…

—Qué coño tan rico, a ver si un día te lo mandas anillar.

—Ufff, está loco, no le es suficiente con que me haya perforado la lengua y un pezón…

—Pues estaría muy bonito un par de anillos, para estirarlos y jugar con ellos de vez en cuando.

—Aníllese las bolas y ya veré si me lo hago yo también, mmfff…

—¡Jaja, tranquila! Escucha, hoy vamos a transmitir tu debut con mis perros por internet, vía webcam.

—¿Qué dice? ¿Lo va a ver todo el mundo?

—Claro que no, niña. Solo lo verán algunos compañeros que no pudieron venir hoy. Ahora vete al jardín y tráete un perro. No te olvides de ponerles las fundas.

Don Ramiro dejó de chuparme el culo y me dio un sonoro bofetón en las nalgas.

—¿Te sigue doliendo la cola, Rocío?

—Ufff, sí, señor Ramiro…

—Pues dentro de poco continuaremos ensanchándotelo, no veo la hora de follarte con mi puño y hacerte llorar, putón.

Mojadísima como estaba fui al jardín para el elegir al perro con el que debutaría. Estaba temblando de miedo y por el morbo, pero tenía que pensar con claridad: con el dóberman no sería bueno repetir porque me demostró tener mucha fuerza y yo aún no estaba del todo preparada, así que fui a por lo más seguro y elegí al labrador, que parecía menos salido que su amigo.

Me arrodillé frente a él para ponerle las fundas. El dóberman estaba cerca y forzaba su cadena porque quería montarme; a mí me ponía a mil pensar que el cabroncito podría romper su rienda y follarme, pero obviamente eso no iba a pasar. Sin darme cuenta retrocedí un par de pasos hacia el dóberman, y él aprovechó para lamerme desde del culo hasta la concha.

Me dio unas ganas terribles de quitarme el tanga y dejarme montar allí mismo, mandar al traste al jefe de mi papá y sus cámaras de alta definición, desbaratar su plan de transmitirlo por internet para sus colegas y demás guarradas. Pero ladeé ese pedacito de tela y me hice unos dedos para tranquilizarme; por más que el dóberman deseara hacerme su puta, tenía que mantener la calma y hacer lo que los humanos me pedían.

Finalizada la faena, me levanté y guié al perro de su cadena para ingresar a la sala.

—Bien, Rocío, veo que quieres estrenarte con el labrador.

Afirmé tímidamente pero don Ramiro me habló con voz fuerte:

—Pero dilo fuerte, puta, ¿quieres follar con ese perro o no?

—Sí, don Ramiro —la verdad es que me costaba decirlo.

—¿Qué te he dicho de comportarte como una niñata consentida? Eres una puta y deberías actuar como tal.

—Pero no me hable así de rudo…

—Tal vez deberíamos dejar a los perros de lado y reventarte el culo esta noche, ¿qué dices, don López?

—¡Valeee! ¡Sí, se lo acabo de admitir, quiero hacerlo con el maldito bicho!, el dóberman fue muy bruto la otra vez, por eso he elegido al labrador.

Don Ramiro tomó un pote de mantequilla y lo destapó. Se embardunó los dedos con la crema y me habló:

—Bien, bien. Ahora ponte de cuatro, perra, te la voy a meter hasta el fondo.

—Pero, ¡me la quiero poner yo!

—No me vuelvas a hablar así. O te pones de cuatro o te vas de la casa así como estás.

Últimamente a don Ramiro no le estaba gustando mi manera de hablarle. Me repetía una y otra vez que a esa altura debería dejar la altanería y darme cuenta de mi verdadero rol. Como castigo, una noche me folló con condón delante de todos sus compañeros, y nada más correrse, me hizo masticar y comer ese asqueroso forro con el que me la metió. La verdad es que aprendí a respetarle, y cuando notaba su cambio de voz, me volvía más permisiva:

—Madre mía, lo siento don Ramiro.

—Eso es, vamos que no tengo toda la noche.

Me puse tal como me pidió, con mi cola apuntándolo. Con una nalgada muy fuerte me ordenó que curvara mi espalda y sacara más el culo para poder facilitarle su metida de mano. Estiró la tela de mi tanga para pasarla fuertemente entre mis labios vaginales, estimulándome, fue incomodísimo pero a él le encanta jugarme así, abultar mis carnes y darles tironcillos. Era un bruto, no quería imaginarme si realmente me anillaba mis labios vaginales, me las iba a desgarrar de tanto tironear.

No obstante, cuando metió su mano dentro de mi gruta fue una experiencia muy gratificante; sentir sus gruesos dedos con manteca, restregándose fuertemente por mi coño y pasando luego por mi ano me hicieron babear por un rato. Yo arañaba el suelo y me mordía los labios, mirando de reojo al labrador que ya quería montarme, pero el jefe de mi papá lo sostenía de la cadena.

Tras un par de minutos, el gordo dejó de untarme y me hizo chupar sus dedos llenos de mis jugos con mantequilla. Luego me cegó con una pañoleta negra muy gruesa, me hice de la asustada pero en verdad me calienta no saber qué van a hacer conmigo. Sentí luego que tomó de mi cabello e hizo una coleta.

—¿Qué está haciendo, don Ramiro?

—Vamos a ponerte la peluca. Vas a ser rubia esta noche, Rocío.

—De todas las perversiones que usted tiene, esta parece la más normal…

—Me da igual que seas rubia, pelirroja o morena. Si estás así de buena hasta te lo puedes pintar de verde manzana o fuxia, ¡jajaja!

Al terminar de ajustármela, me puso un headset en la oreja y lo ocultó con el cabello. Me dijeron que sus colegas querían escucharme siendo montada por el perro, aunque cuando quise decirles que el headset era innecesario porque el micrófono de las cámaras sería suficiente, me habló don López:

—¿Sabías que tu papá va a ver esta transmisión, Rocío?

—¿Quéeee?

—Tranquila, no te va a reconocer, simplemente trata de no hablar alto, no sea que reconozca la voz de su adorada hija.

—¡Me está jodiendo, don López, se trata de mi papá!

Quise quitarme la pañoleta y salir corriendo de allí, pero el señor López me tomó del mentón y susurró:

—Eres tonta del culo por lo que se ve. Me pregunto qué dirá tu padre si alguien le mandara un vídeo de su hija participando en orgías con hombres de rostros borrosos.

—Madre mía, ¿me quiere volver loca o qué? Por favor, no a mi papá, me quiero moriiiir…

—Te va a gustar, ya verás… ¡Estamos transmitiendo! Veo que Javier está conectado también, ¿qué tal estás recibiendo la señal?

“¡Lo veo perfecto! ¡Vaya putita habéis conseguido! Veo que ya está de cuatro patas, lista para la fiesta”.

Se me cayó el alma al suelo. ¡Mi papá estaba viéndome! Casi me desmayé, quería gritar pero tenía miedo de pronunciar una maldita sílaba porque podría reconocerme. A mí, su santa y adorada hija. No sabía dónde estaba la cámara, podía estar viéndome casi de frente, lo cual sería terrible porque solo una pañoleta gruesa y una peluca rubia me separaban de revelarme, o por el contrario podrían estar filmándome por detrás, lo cual me tranquilizaría pues no me iba a reconocer, pero de todos modos me iba a mirar la cola, el coño húmedo e hinchado, así como mis tatuajes obscenos.

“¡Qué culo tiene la rubia, cómo quisiera estar ahí para reventarle ese agujerito!”- exclamó mi papá.

Me tranquilicé un poco. Me estaban filmando por detrás. Mientras ellos gozaban con la visión, estaba pensando en cómo vengarme de don López y don Ramiro, menudos sinvergüenzas y mal intencionados, no tenían derecho a mostrarme así frente a mi adorado padre.

—Sí, Javier, ¡contratamos carne de primera! ¿Quieres que hagamos algo con ella antes de ¿la con el perro?

“¿Cruzarla? ¡Jajaja, qué imaginación, Ramiro! Ufff, si mis hijos supieran lo que estoy haciendo”.

—¡Bah!, no pasa nada Javier, si nuestras señoras supieran también… ¿Desde dónde estás viendo la transmisión?

“Vine a la habitación de mi hija, mi ordenador tiene un virus”.

—¿Tu hija? ¿Y dónde está Rocío, Javier?

“Estudiando con sus amigas. En fin, no hablemos de ella, ¿sí? Ramiro, dale un buen par de nalgadas de mi parte”.

—¡Con gusto, Javier!

Me mordí los labios para soportar los dos tremendos guantazos que me dio, uno en cada nalga, me las dejó hirviendo, seguro que ya estaban al rojo vivo.

“¿Podéis enfocar ese coñito tan precioso?”.

—Yo te acerco la cámara –dijo don López—. Le voy a dar al zoom, fíjate en los detalles, Javier…

Me quería morir de vergüenza. Estaba congelada, solo podía escuchar a mi papá diciendo cosas como “mmm”, “joder, qué ganas” con una voz irreconocible. Se me partió el corazón cuando siguió con sus órdenes:

“Sepárale esos labios, Ramiro, a ver cómo tiene la carnecita adentro…”.

—Ufff, dios santo –susurré porque quien fuera que me los separaba era un desconsiderado con poco tacto. Ya estaba entendiendo por qué querían anillármelo, seguro que así les sería más fácil abrirme y filmar sin ningún tipo de pudor todo mi sonrojado interior.

“Madre mía, espera que me saco la polla…. Ufff, qué preciosidad, sepárale más, quiero ver la carne tierna que tiene… Mfff, eso es, puedo verlo todo y en HD, vaya detallazos… Lo estoy grabando, las pajas que me haré ¡jaja!... Venga, métele dedos, Ramiro…”.

—Como ordenes, Javier. Mira cómo me encharca los dedos la muy puta.

—¿Es precioso, verdad Javier?

Vaya sinvergüenzas, no eran formas de tratar a una chica por más “ligera” que me pensaran, ¡y menos frente a mi progenitor!

“Ufff, qué vagina tan hinchadita, se nota que quiere guerra, muchachos. Me gustaría verlo anillado ja ja”.

—¡Eso es lo que yo decía! A ver si la convencemos.

“¿Por cierto, cómo se llama la puta?”

—Le decimos Escarcha.

“Qué apodo más raro, pero bueno, sí que estás muy caliente y buena, Escarcha”.

Don López me dio un zurrón en la cabeza y me ordenó:

—No seas maleducada, puta, y contesta a mi amigo.

—Aham –dije asintiendo.

—Javier, una condición que nos pidió esta rubia es que no le filmemos el rostro. Tiene miedo de que lo grabemos o algo así y se quede inmortalizada, ¡jajaja!

“Me da igual... Hace rato que no me ponía como una moto, amigos… Ramiro, pásale la lengua por la línea de la espalda, ufff”.

Sentí la respiración del gordo en mi espalda, y gemí cuando su tibia lengua me recorrió desde entre los hombros hasta bajar hasta la raja de mi culo. Me quería desmayar del gusto, vaya experto el cabrón, por un momento sentí envidia de su señora por disfrutarlo todos estos años. Disimuladamente puse mi cola en pompa cuando finalizó su recorrido, y sin dudarlo, como si entendiera lo que secretamente deseada, me metió dos dedos en la concha y hundió su lengua en mi culo. Debo confesarlo, me estaba acostumbrando a eso del beso negro.

—Diossss… don Ramiroooo….

Su lengua dibujaba círculos adentro de mí. Parecía plegarse y replegarse dentro de mí, me ponía como muy cachonda.

Sentí la mano de don López acariciarme el vientre, subiendo luego hasta llegar a mi pezón anillado para jugar con mi piercing, estirándola y creo que mostrándosela a mi papá, porque el infeliz estaba jadeando diciendo “estíralo, estíralo, gran puta”, cosa que hacía de buen agrado su jefe.

Estaba que me moría de vergüenza, vaya pervertido de padre tenía, pero no podía hacer nada al respecto sino quedarme callada y tratar de aguantar los pellizcos, besos negros y estirones.

“Menudo putón, anillada y tatuada, ¿tu familia sabe que eres una perra pervertida, Escarcha?”

Negué con la cabeza, no sé si me vio, pero don López le aclaró que nadie en mi familia sabía que yo era la más puta del país. Aunque la verdad es que mi hermano sí sabe cositas.

“Ramiro, te veo por la cámara dos, qué puto pervertido eres… Mierda, jamás en la vida se me ocurriría besar el culo a una tía… Aunque si está tan buena como Escarcha… no sé, no sé… fíjate cómo el jugo de su coño moja sus muslos. Métele dos dedos en el culo y sacúdelos con fuerza, verás cómo se corre la puta”.

Menudo cabronazo mi papá. Don Ramiro sacó su lengua de mi culo, no sin antes darme un sonoro beso con palmadas en mis sufridas nalgas. Gemí como cerdita ante ese maestro, y luego casi me caí cuando sentí sus dedos haciéndome una estimulación anal, la verdad es que me estaban calentando muy bien, o mejor dicho, mi papá y sus amigos me estaban calentando bastante bien.

Don López interrumpió aquella fiestita con su voz potente:

—Llegó el momento, voy a traer al perro. No te preocupes, Escarcha, estaremos aquí. Yo sujetaré del collar al perro todo el rato.

Mi corazón se aceleró, me habían puesto a tope y yo quería carne. Carne humana o perruna, me daba igual.

Casi al instante sentí una sorpresiva y rugosa lengua metiéndose entre mis piernas. Cuando el labrador repasó mi clítoris me corrí inmediatamente y chillé, ya no me importaba que mi padre me reconociera la voz, me caí sobre el colchón muy sonriente.

—Uffff, diossssss….

—¡Se acaba de correr la rubia!

—Venga, putón, ponte de nuevo de cuatro patas –dijo don Ramiro con un bofetón que me devolvió a la realidad.

—Dame un momento, señor… —susurré retorciendo mis piernas.

—Y una mierda, si tuviera un fuste te ponía rojo el culo, venga.

Sentí que me puso un collar muy frío en mi cuello y oí el “click” de una cadena enganchándose. Al igual que el labrador, yo también estaba encadenada a un collar. Probablemente don López sujetaba la rienda de su animal y don Ramiro sujetaba la mía. Y así, a tirones, me obligaron a reponerme de cuatro patas.

Cuando el labrador se montó encima de mí, me volvió ese cosquilleo excitante que parecía ser como una corrida extendiéndose por mi cuerpo. Empezó su vaivén, el bicho quería metérmela pero le iba a resultar imposible sin mi ayuda, tan solo conseguía golpear su polla en mi cola.

A mi alrededor, mis dos amantes me hablaban, tironeando el collar del perro para traerlo más contra mí, tironeando también de mi collar para que yo dejara de balbucear y respondiera sus preguntas:

—Ya está embistiéndote, ¿te gusta, Rocíiii… Escarcha?

—Ufff, aham…

—Es más controlado que el dóberman… Hiciste una decisión correcta.

—¿Quieres que te penetre, puta?

—Ughhh… Aham…

—Pues Javier va a tener el honor de darte la orden. Adelante, Javier.

“Diosss… me he corrido una vez y todavía tengo ganas, amigos… la puta madre, Escarcha, que te folle el perro pero ya, esta paja te la dedico a ti y al bicho ese, jajaja”.

Mi papá me dio permiso. Estaba calentísima, bajé mi mano bajo mi vientre y tomé la palpitante y cálida polla del perro. Se me resbaló un par de veces pero con pericia logré sujetarla al tercer intento. Era la primera vez que la tenía en mis manos, mis temblantes y descontroladas manos. Se sentía tan rico, caliente, húmedo, lo acaricié un momento para palpar esa extraña forma y textura.

Y decidí levantarlo hasta posarlo en mi entrada; todo terminaría, casi dos semanas de preparación en donde me negaron sexo para tenerme loca y caliente por pollas iba a terminar. Dos semanas viendo videos de zoo en el baño de la facultad, en mi habitación y hasta repitiendo las escenas en mis sueños. Me habían emputecido, y me gustaba.

Se resbaló la verga, por lo que tuve que volver a rebuscarla mientras mis amantes y mi papá se morían a carcajadas, para colmo era difícil buscar su verga pues estaba cegada y tironeaban de mi collar para mi martirio. Hasta que por fin lo agarré de nuevo, fuerte para no soltarlo, y lo llevé para restregarlo entre mis labios vaginales. Puse la cola en pompa y empujé contra él aprovechando su vaivén para que lograra metérmela.

Y el labrador por fin hizo lo suyo, metió otra porción que me arrancó un gemido de sorpresa muy característico mío. A saber cuántas veces le estaba revelando a mi papá que la puta que estaba siendo montada por un perro era yo.

Ya no había necesidad de seguir guiándole al labrador; había metido una buena cantidad de carne así que me dediqué a acariciarme mi clítoris lentamente para poder disfrutar de cada segundo, pues sé que no íbamos a follar precisamente veinte minutos o más, como don López o don Ramiro.

El can era un bicho bastante caballeroso a diferencia de su amigo el dóberman. Podía sentir su aliento y jadeos entrecortados en mi oído izquierdo pues allí reposaba su hocico; a veces se le ocurría dar envites muy fuertes para meter más carne, y tenía que morderme los labios para no volver a gritar.

Aquello no era como follar con un hombre que sabe cómo regular el ir y venir, en ese sentido me hubiera gustado que el labrador supiera cómo tener sexo, pero supongo que el encanto de hacerlo con un bicho es que todo lo hace por instinto, más guiado por su placer que para darme a mí el éxtasis que buscaba. Por eso me acariciaba el clítoris, para compensar esa falta de destreza.

Y llegó el momento más esperado desde que me emputecí por los perros. Sentí cómo quería meter un una bola hinchadísima, se trataba de su bulbo y lo supe inmediatamente, era de temperatura mucho más caliente que el resto de su polla, y me volví loquísima al sentirlo en la entrada. Dejé de tocarme el botoncito y llevé mi mano para abrir más mi coño, para que el perro pudiera metérmela toda, y tras un par de envites muy fuertes que casi me hicieron caer, por fin logró ingresar y forzar las paredes de mi concha.

—Mmmfff… diossss…. Está adentroooo…. –balbuceé.

Se quedó ensanchado, vibrando y arrancándome palabras inentendibles. Me volví a acariciar mi puntito con más fuerza, mi cintura acompasaba el ir y venir del can una y otra vez en señal de que me consideraba su puta, y justamente en ese instante sentí cómo empezaba a derramar toda su leche en mi interior.

Me corrí fuertísimo sintiendo cómo su polla palpitaba, cómo me llenaba de su líquido hasta el cuello uterino. Era impresionante e incluso podía sentir su leche espesa queriendo rebasar mi coñito, pero era imposible, estaba todo contenido adentro, su enorme bola impedía que nada saliera de adentro.

En medio de aquel infierno sabroso, mientras me sacudía y gemía como una marrana debido a las pulsaciones ricas del bicho, escuché un sonido electrónico en mi oído: habían activado el headset. El cabronazo de don López estaba llamando con mi móvil a alguien mientras yo estaba en plena faena.

—¿Hola? –escuché. Era la voz de mi papá.

—Dioss…. Papáaa…

—¿Qué quieres Rocío?

Podía escuchar su respiración agitada, seguro que se pajeaba en mi honor. ¡Y en mi habitación!, vaya cabrón estaba hecho. Don López se acercó y me susurró al otro oído:

—Acabamos de apagar el audio de la transmisión, no nos está escuchando. Si logras conversar con él durante un minuto, terminaremos la noche. Si no, como castigo, te haré follar con mi dóberman inmediatamente luego de que el can termine.

—Rocío, ¿estás ahí? ¿Qué quieres?

—Papáaa… Esto… te llamaba para preguntarte… diosss… diossss míoooo... cómo estás, quiero saber cómo estás, papiiiii…

—Uffff… Rocío, no es un buen momento… uffff…

—Papáaa… ¿dónde estássss?

—Ufff… estoy en casa, Rocío, voy a cortar…

—¡Noooo! Maldita sea… soy tu hijaaaa… háblemeee…

—¡Gran puta, Rocío, no es el momento!

—¡Grosero!… diossss santoooo… –seguro que se la estaba cascando duro. Y de hecho yo estaba también acariciándome mi puntito, vaya coincidencias del destino.

—Perdón, Rocío… en serio, vuelve a estudiar con tus amigas…

—Mmmfff… madre mía me voy a moriiiirr…

—¿¡Qué dices, hija!?

—Es tan ricoooo… los bocaditos... los bocaditos que ordenamos…

—Pues trae algo a casa para invitarme. Rocío… ufff… debo irme…

—Te quiero papi… madre del amor hermosoooo….

—Igualmente cariño–cortó.

—No cortes cabróoooon…. Mierdaaaa….

Inmediatamente don Ramiro le habló a mi papá desde el ordenador:

—Lo siento, Javier, se me fue la cámara…

“No importa, Ramiro, se quedó enfocando el coñito siendo penetrado por el bulbo… ufff… Me interrumpieron un rato aquí también, mmmfff…”.

—¿Quién te interrumpió, Javier? ¿Era tu hijo o Rocío?

“Joder, amigos, no mencionéis a Rocío.”

—Ah, perdón, Javier. Mira, te enfocaré cómo el pollón del perro está atascado dentro de Escarcha.

Mientras le mostraban las cerdadas a la que era sometida, don López me dijo que perdí la pequeña apuesta pues no sostuve la conversación el tiempo suficiente. Mierda, iba a joder también con su otro perro.

El labrador, aún dentro de mí, se levantó de encima y quiso irse hacia la cocina, o sea, al lado opuesto de donde yo estaba “mirando”. Pero como el bicho estaba atascado, me hizo arrastrar un par de pasos hacia atrás. Estaba desesperada, esas cosas no pasaban en las películas, ¡en ninguna! Para colmo el infeliz no dejaba de correrse en mi grutita, yo no sabía si tanto semen era posible, iba a reventarme, iba a llenarme de leche y no había forma de librarme de él.

—¡Está atascado, jajaja!

“Qué morbo, la gran puta que te parió, Escarcha… dios me estoy corriendo en tu honooorrrr”.

—Quédate quieta aquí, puta —dijo don Ramiro, tirando de mi collar para que no siguiera al can. Se reían como malnacidos.

No supe qué tenía de gracioso ni de morboso, ¡era desesperante! Su pollón se agitaba con brutalidad dentro de mí y parecía hincharse más y más. El labrador quería arrastrarme a algún lugar pero don Ramiro forzaba mi cadena con fuerza, iban a partirme en dos joder, me iba a volver loca: me corría del gusto y que me desesperaba su maldito e hinchadísimo bulbo forzándome dolorosamente el coño.

“Escarcha, cuidado que si no se desabotona te van a llevar a un hospital para sacártelo, jajaja” –bromeó mi padre. Esperé que haya bromeado.

Escuché la voz de don López:

—Puta, no sé si te has dado cuenta, pero traje al dóberman. Está frente a ti, lo tengo bien sujeto.

—Uffff… tengo miedo, señor –le susurré—. ¿Cuánto tiempo voy a estar abotonada, madre mía?

—No sé, cerda, pero cuando se salga, voy a arrimarte mi dóberman. Esta va a ser una larga noche.

—Diosss…. Ufff… Su perro no para de correrse, don López, puedo sentirlooo… mmmfff esto no puede ser buenoooo…

—Baja la voz, marrana. Papi te puede reconocer.

—Voy a chorrear semen un buen rato joderrrr… Y me queréis meter otro bicho en seguida, no tenéis cabeza cabronessss…

—La gran puta, Roc… Escarcha, ¡que te calles! Ahora estimula a mi otro perro, no me hagas perder el tiempo.

Pude sentir el aliento del dóberman a centímetros de mi rostro sudoroso y jadeante. Llevé mi mano torpemente hacia adelante, alguien me la tomó y me guió hasta la polla del perro. Con cuidado acaricié su verga, tratando de no tocar el forro porque tenía entendido que se sentirían muy incómodos si lo palpaba. Por suerte su amigo el labrador estaba tranquilizándose “allá” atrás, prendado dolorosamente a mí, eso sí. La polla del dóberman se sentía un poco más grande que la que estaba dentro de mí esparciendo leche sin parar.

La idea era no estimularlo mucho tiempo; podía correrse y con ello se iría una gran oportunidad de debutar también con él. Dejé de acariciarlo y me dediqué a apoyarme fuertemente, meneando un poco la cintura para adelante y atrás, a ver si podía hacer que el otro animal terminara de correrse, o en todo caso, para ver si su polla trancada podría ceder y salir de una vez, porque ya me estaba incomodando su gigantesca bola hinchada adentro de mí.

—Te vas a lastimar si quieres salirte a la fuerza, Escarcha.

—Ufff… me está empezando a doleeeer… ufff…

Y cuando menos lo esperaba sentí una cadena de orgasmos incontrolables imparables. El maldito can por fin salió de mí derramándome sus últimas reservas. Estaba llena de semen, lo sentía, ese líquido viscoso y caliente que se escurría de mí sin cesar, seguro que el colchón estaba manchándose y yo parecía una maldita canilla de leche. A don Ramiro le excitó, espantó al perro que se fue para lamerse el pene en el jardín, y me tiró del collar para que me levantara. Yo estaba temblando de miedo y placer, abracé a mi gordo amante, esperando que tuviera algo de compasión por mí:

—Vas a manchar mi traje, puta. Aléjate… Eso es, abre las piernas, Escarcha. Esto es impresionante, fílmalo López, mira cómo se escurre la lefa de su coñito depilado…

—¿Lo estás viendo, Javier? Joder, qué asco. Sale sin parar…

“No para de chorrear leche la muy puta… Ese perro tiene más semen que un hombre, es increíble… ufff, me he corrido tres veces viéndolo, chicos. Mejor me piro porque mi hijo llega en cualquier momento”.

—Adiós Javier, para otra ocasión repetiremos.

“Sin duda. Adiós Escarcha, ojalá tuviera una chica como tú en cama para pasarla cañón”.

“Si tú supieras, cabrón” pensé. Suelo dormir con mi papá algunas noches porque desde chica estoy acostumbrada a hacerlo. Evidentemente la cosa no volvería a ser la misma, joder.

Me quitaron la pañoleta y la peluca, y tardé un rato en acostumbrarme a verlo todo claro nuevamente. Mis dos maduros amantes tenían las pollas a reventar tras sus pantalones, miré abajo y me desesperé al ver que el semen del labrador seguía escurriéndose de mí. Me sentía como un monstruo,  manchado, emputecido, asqueroso y sucio.

—A ver, marrana, de cuatro patas de nuevo, mi dóberman está esperando.

Me dolían las rodillas pero tuve que acceder. Sin darme tregua, don López le encadenó del collar y lo montaron detrás de mí. Don Ramiro me habló mientras que con una mano se pajeaba y con la otra tensaba nuevamente mi collar.

—Dentro de una semana te irás a mi casa de campo, Rocío, ve preparando las maletas.

—¿Qué dices, viejo verd… don Ramiro?

—Cuidado con volver a faltarme el respeto, puta. Y no hagas esperar al perro, maleducada.

Cabreada, llevé la mano otra vez bajo mi vientre para guiar la verga del dóberman hasta mi gruta repleta de semen. Cuando entró una porción de carne, la leche de su amigo salió de golpe y se escurrió por mis muslos, me puso muy caliente sentirme tan puta pero debía seguir escuchando atentamente:

—No te preocupes por tu papá, mañana le avisaremos que se irá a Brasil para concretar una fusión con un negocio de allí. Estará fuera por un buen rato, así que estarás libre para acompañarme.

Y mientras el bicho metía otra porción de carne, volví a tambalearme. Tal vez el placer, tal vez miedo de estar a solas con ese gordo pervertido. Don López me dijo que era verdad, y que me iba a convertir en su putita personal por unos buenos días.

Pero no pude pensar mucho más al respecto, cuando el bulbo caliente del dóberman empezó a forzarme las paredes internas, me volví loca de placer y solo quería gozar.

Y mientras estaba abotonada, don López me dijo que ni en broma me iba a dejar dormir esa noche con él, tras las cochinadas que estaba haciendo. Me dijeron entre risas que me iban a amarrar de un collar al jardín junto a los perros para pasar la noche. Lo decían con sarcasmo, pero la verdad es que no me importaría pasar la noche junto a esos bichos que, después de mucho tiempo, me estaban haciendo gozar.

El dóberman fue más brutal, más violento y demostró tener mayor cantidad de leche que el labrador. La cama estaba hecha un desastre, y yo también quedé como una puerca. Mis amantes se corrieron en condones y, sujetándome de la mandíbula, me dieron de cenar sus malditos forros repletos de lefa, filmándome mientras los masticaba y chupaba entre lágrimas debido al excesivo sabor rancio.

El perro estuvo mucho más tiempo abotonado a mí, por lo que mis amantes se aburrieron. Conectaron mi cadena y la del dóberman a la pata de un sillón cercano y se fueron para mirar un partido de fútbol, dejándome a solas con ese excitadísimo dóberman, estaba dale que te pego y no aminoraba sus salvajes arremetidas.

Tras finalizar el partido de fútbol notaron que yo ya había terminado de follar con el perro, y estaba acostada sobre el asqueroso y manchado colchón, con la cara perdida, la boca babeando y toda sudada pues el dóberman se dedicaba a repasarme el clítoris y a veces el culo, y yo no podía hacer mucho para atajarlo.

Se llevaron a los perros al jardín, y lejos de dejarme descansar, tuve que limpiar toda la sala, así como de llevar el colchón al sótano y las frazadas al lavarropas. Estuve luego en el baño por casi una hora limpiándome, y cuando salí me di cuenta que don Ramiro ya se había ido mientras que don López probablemente ya se había acostado en la cama de su habitación.

Cuando terminé de pasar trapo por el piso de la sala, me di cuenta de que ya estaba amaneciendo. Tenía un sueño brutal y me fui a la habitación de don López. Comprobé que no bromeaba cuando me dijo que no quería estar conmigo, por lo que me mandó a la mierda cuando amagué entrar en su cama, me ordenó de manera poco cortés que le trajera un desayuno.

Como una zombi, lo preparé y lo llevé a su cama, ¡y en bandeja! Ni siquiera me lo agradeció, estaba demasiado metido en una discusión de teléfono, pero bueno era solo agua de inodoro con café y azúcar. A los perros sí que les cociné un desayuno mucho mejor sin que su imbécil dueño se diera cuenta.

Recordé cuando conocí por primera vez a esos dos bichos, me daban miedo, pero ahora la historia era muy diferente: yo era su putita y ellos mis adorados perros. Sé que nunca mencioné sus nombres, eso lo prefiero guardar para mí.

Me hice de mis ropas (había llevado ropa nueva en la mochila) y me preparé para ir al campus mientras le mandaba un mensaje de buen día a mi papá. Pero escribirle fue muy incómodo, y más aún los besos y abrazos que me mandó.

Nuevamente en clases, y a punto de caerme dormida, mi amiga Andrea se acercó a mí. Se ajustó sus gafas y respiró profundamente:

—Rocío, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que quieras.

—Gracias Andy –le digo “Andy” cariñosamente.

—Rocío, ayer te seguí y vi que no fuiste a tu casa, sino a la de otra persona.

Se me abrieron los ojos como platos. La chica religiosa me había pillado, me iba a denunciar a la iglesia, o al párroco del barrio, o incluso al Papa, dios santo.

—¿Quéeee, y qué viste, Andrea?

—No estoy orgullosa de lo que hice, pero subí la muralla gracias a un barril de basura. Vi que adentro había un coche cerca de la muralla que me serviría para salir si decidía ingresar. Así que pedí fuerzas y bajé. Rocío… lo vi todo… ¡todo!

—¿Entraste a una propiedad privada para espiarme?

—Bueno, para ser sincera, te he estado siguiendo bastante durante estos días. Solo que ayer estaba harta, y decidí entrar para ver qué hacías allí.

—¡Tienen perros, Andy, te podrían haber matado!

—¡Pues por lo que vi, no parecían perros muy violentos, Rocío!

—¡No puede ser, cabrona! –dije a punto de desmayarme.

—Rocío, no se lo diré a nadie.

—¿Qué quieres, Andrea?

—Rocío, cuando volví a mi casa, me pasé toda la noche viendo vídeos e informándome sobre esas cosas…  Orgías, zoofilia, ufff… Me pareció asqueroso, en serio. Te están arrastrando por el mal camino.

Obviamente Andrea no conocía al labrador y al dóberman como yo les conozco, porque de asquerosos no tienen nada. Me ofendió cómo les mencionó, como si fueran monstruos; ¡son mis adorados perros! Pero me llegó un mensaje de whatsapp del señor López que tuve que revisar. Decía:

“Rocío, una chica nos estuvo observando. La captamos con la cámara de seguridad”.

—¿Qué te pasa, Rocío, por qué estás temblando tanto?

“¿Era esa chica tu compañera? Se parece a una con la que sueles hablar. La vamos a denunciar”.

La tomé de la mano y la llevé conmigo a los baños de la facultad. Le expliqué la situación, que soy una maldita puta de un grupo de ocho hombres maduros para que mi papá y mi hermano puedan trabajar en una gran empresa y percibir salarios desorbitados.

—Rocío, ¿eres algo así como una esclava sexual?

—Bueno, Andy, creo que soy algo peor que una esclava, no estoy segura. Mira, ¡te traje aquí para decirte que te han filmado entrando en su propiedad, y amenazan con denunciarte!

—¿Denunciarme? —hizo la señal de la cruz—. ¡Imposible!

—Andy, ¡no sé qué te pasó por la cabeza para entrar en esa casaaaa!

—¡Diles que soy tu amiga!, ¡ no entré para robar nada, por el amor de cristo!

Le envié un mensaje al señor López, explicándole que efectivamente era mi amiga y que por favor no la denunciara. Su siguiente mensaje casi me hizo desmayar.

“Tráela esta noche y hablaremos”.

—Rocío, ¿qué te dijeron?

—Dijeron… Dijeron que vengas conmigo esta noche para hablar… —dije mareada.

—¡Perfecto! De paso, les convenceré de que dejen de usarte para practicar actos obscenos.

—¡Ja ja ja ja ja!

—Eso de obligarte a tener relaciones con esos asquerosos perros…  ¡Me pasé toda la noche llorando por ti! –me abrazó con fuerza.

—No vuelvas a decir que esos perros son asquerosos, Andy. Ve a clases, ya te alcanzaré.

—¿Qué? ¿Estás bien, Rocío?

—Sí, no pasa nada, solo quiero lavarme la cabeza.

Una gran amiga estaba a merced de ser emputecida como yo. No sabía qué hacer: O reírme de mi mala suerte y la de ella, o huir a otro país y no mirar para atrás. Pero ella estaba muy confiada de que les convencería. Evidentemente no conocía a mis amantes y no sabía de lo que eran capaces. Esos viejos cabrones son muy hábiles usando sus bocas. Lo digo en ambos sentidos.

Cuando se fue con una gran sonrisa, me encerré en un cubículo. Y sentándome sobre la tapa del váter, le escribí a don López con una mano mientras que con la otra me acariciaba el pezón anillado. Sí, estaba convertida en una chica con la cabeza podrida, lo admito. Pero tenía la concha hecha agua: primero debía ocuparme de mi calentura, luego podría seguir preocupándome por mi adorada amiga. Estirando un poquito mi piercing, gemí débilmente y escribí:

“Don López, ¿me podría enviar otro vídeo de zoo?”.