Miro el reloj (1)

Historia de romántica de dos personas que han perdido la esperanza de encontrar a alguien. Amor salpicado de sexo (que no al revés). Primer relato de la saga. Sin sexo. Todo comentario constructivo es bienvenido, aquellos que quieran dejar por donde desean que vaya la historia, también.

Miro el reloj, son las ocho de la mañana, ya me ha vuelto a despertar mi compañero de piso, se ha vuelto a traer a alguien para follar. Sin duda tiene un problema, bueno, al menos yo lo veo así. Cada día del fin de semana se trae a uno distinto para echar un polvo y tras eso no vuelve a saber nada de él. Luego viene llorando de que está muy solo…

Bueno, he dicho compañero de piso, pero en realidad no es exactamente así. Es un compañero de trabajo al cual le he alquilado una habitación para unos días mientras que encuentra un piso para él, no me gusta mucho compartir piso.

Soy profesor de formación profesional, hace un par de años conseguí una plaza tras opositar en un instituto de una ciudad media española, ahora tengo 28 años. Mi vida cambió radicalmente desde entonces, tuve que mudarme lejos de la casa de mis padres y mi expareja decidió quedarse en nuestra ciudad natal donde tenía un buen trabajo, la distancia y la desidia por su parte hicieron el resto. Así que llevo más de un año soltero y sin pretensiones de nada.

Creo que no voy a poder a dormir más, los ruidos me han desvelado, Juan, así se llama mi compañero, claramente no conoce el término discreción, y ha decidido hacer partícipe a todo el vecindario de su encuentro sexual, sin tener la más mínima consideración en que los domingos me gusta descansar de los madrugones semanales. Creo que va a tener los días contados.

Me levanto y voy hacia la cocina. He tenido la suerte de encontrar un buen apartamento en el centro, tres dormitorios, cocina americana con salón, dos baños… Y con mi sueldo fijo de profesor he podido embarcarme en el compromiso más sagrado que existe la unión de un trabajador y un banco por medio de la firma de una hipoteca a 25 años.

Preparo el café y unas tostadas. Voy a desayunar tranquilamente mientras hago planes para el día. Quizá llame a una amiga para comer por el centro, vaya a visitar una exposición de fotografía que tengo pendiente de un exalumno y pase la tarde delante de la tele disfrutando de las series de Netflix o jugando con la videoconsola. Enfrascado en mis pensamientos no me doy cuenta, pero el chico que había estado con Juan sale de su dormitorio de forma sigilosa, lleva los zapatos en la mano y su camiseta en el antebrazo, el pantalón a medio poner.

Unn chico normal, bastante diferente a los que solía traerse a casa, no parece una de las “disco locas” que encontraba en el garito local o por algunas de las aplicaciones de ligoteo gay. 1,70 de estatura, su cuerpo delgado, aunque no de gimnasio, pelo oscuro y ojos verdes, un poco de barba pero no cerrada que le da aspecto aniñado, aunque por su ojos se percibe que no es un niño, debe rozar los 30.

  • Buenos días – digo.Asustandólo de sobremanera, no se esperaba mi temprana presencia en la cocina.

  • Buenos días – Contesta – No sabía que había nadie más en el piso, siento si te hemos molestado. Juan debería haberme avisado.

  • Bueno, a mí también, pero nunca lo hace, no te preocupes, no es tu culpa. -  Digo intentando ser lo más cortés posible.

Comienza a vestirse en silencio. Hay algo de él que me llama la atención, pero no sé que es, ¿Su tono de voz? ¿Sus ojos? Tiene algo magnético. Intento parecer indiferente, aunque noto como él lanza miradas de soslayo a cada ocasión.

  • ¿Te apetece un café o algo de desayunar? – Le pregunto.

  • mmmm – se queda pensativo – La verdad es que huele bien ese café, no te diría que no.

  • Claro hombre – río – Hay que reponer fuerzas tras el ejercicio.

Se pone colorado. Está claro no es el típico que tío que termina a la primera ocasión en el dormitorio de otro. Aunque claro, a veces las impresiones engañan.

Resulta que se llama Andrés, y en nuestra conversación se van mezclando distintos temas, el trabajo, los hobbies, he intentamos no tocar el tema parejas, relaciones y demás. Pero él rompe el tabú, se fija en mi mano y me pregunta directamente si tengo novia.

Obviamente me río – No, no tengo novia, soy gay – le respondo – Estuve con un chico mucho tiempo, y aunque hace más de un año que lo dejamos no me he quitado la alianza. – apostillo. – Obviamente, entiendo que tú tampoco tienes nada, ¿no? – se queda serio. Quizá sea uno de esos “heteros curiosos” que engañan a sus novias con hombres, o que su novio está fuera y ha querido echar una canita al aire.

No -  Me responde de forma tajante – Hace unos meses descubrí a mi exnovio en mi cama con otro. Llevaba meses siéndome infiel. Llevábamos tiempo viviendo juntos. Así que me he vuelto a casa de mis padres y me he puesto a trabajar en una empresa que mi padre tiene. No quería hacer nada que me recordara a él.

Me he quedado a cuadros, no sé muy bien que decir excepto murmurar un lo siento casi inaudible. Él me sonríe, me dice que no pasa nada, que no me preocupe, que es normal preguntar algo así. Seguimos desayunando en silencio.

Mira el reloj - Son casi las 10 -  Me dice – Voy a tener que marcharme, si te digo la verdad no sé dónde he dejado la moto y tengo que volver al pueblo donde viven mis padres.

Está lloviendo bastante – le digo – te vas a calar como cojas la moto ahora, pero si quieres te puedo llevar a donde sea en coche.

Te lo agradezco – responde – pero no quiero molestarte, tendrás planes.

Nada, tranquilo, no es problema, no tengo ningún plan. – digo mientras en pie empiezo a recoger las cosas del desayuno – Recojo, me visto y te llevo donde necesites.

Me visto rápidamente, un vaquero, una camiseta y un abrigo. Al salir me está esperando en el sofá y se incorpora de forma rápida sonriéndome. – Ganas mucho vestido de calle – bromea.

  • Gracias – le respondo – el pijama nunca favorece.

  • Si, eso parece. Estas mejor sin él – dice serio, a lo que empiezo a reírme, aunque no entiende porqué.

Una vez en el coche le pregunto dónde quiere que lo lleve, dónde tiene la moto aparcada. A lo que me responde que el día está muy cerrado y que no sabe si es buena idea marchar en moto. La verdad es que estaba lloviendo a cántaros y que es mejor que se espere antes de coger la moto.

  • No sé si te apetecerá -  me lanzo a decirle – pero si quieres podemos hacer algo juntos. Tenía pensado ir a una exposición fotográfica y comer algo por el centro.

  • Claro, ¿por qué no? – me responde.

Arranco y vamos hacia la exposición. Allí estamos viendo la obra de mi alumno un buen rato. Me pregunta sobre mis clases y le explico lo que hacemos con los chavales, desde diseño a fotografía, pasando por edición de vídeo. Mis alumnos son bastante alternativos en general lo que suele llamar mucho la atención. Tras una hora en la que Andrés demuestra sus conocimientos sobre objetivos, enfoques, perspectivas y color no tengo menos que preguntarle a qué se ha dedicado todo este tiempo. Ha estudio empresariales y estuvo trabajando para una gran empresa en Madrid desde que terminó sus estudios. Ahora en la empresa de su padre dice que se encuentra más cómodo. Me da apuro preguntar más sobre el trabajo ya que él no indaga mucho sobre el mío.

Vamos a comer, le llevo a uno de mis restaurantes favoritos, un asiático donde no ponen sólo sushi o el típico cerdo agridulce sino que tienen comida variada de varios países como India o Taiwán. Resulta que le encanta ese tipo de comida y empezamos a desviar la conversación hacia videojuegos, mangas, animes, y todas esas cosas que hacen que nos encasillen en frikis, resulta ser todo un experto.

Sin darnos cuenta ya han dado las cuatro y media de la tarde y los trabajadores educada y pacientemente han comenzado a invitarnos a irnos. Nos montamos de nuevo en el coche, ya ha dejado de llover.

  • ¿Dónde quieres ir ahora? – le pregunto sin mucho ánimo, temiendo que me diga que debe irse ya.

  • No sé. La verdad es que debería irme ya – confirma mis temores – Te indico donde tengo la moto.

Vamos llegando a dónde la ha dejado y sin mucha ceremonia, e incluso un poco serio me da la mano y se despide rápidamente. Veo cómo se pone el casco y la chaqueta, se monta en su moto y se marcha.

Me quedo pensativo. Su despedida ha sido fría no sé qué le ha pasado. Miro hacia el sillón y veo una servilleta con algo escrito.

“Gracias por el día de hoy. Vine buscando olvidar y empezar de cero. Y me encontré con la peor cara de mí. Has sido muy amable al tratarme tan bien, y aunque tendrás la imagen de mí de ser un salidillo espero volver a saber de ti.

Un saludo,

Andrés”

Al final ponía su número de teléfono. ¿Me atreveré a llamarle?