Miriam y las mazmorras

MIriam era mi sumisa y mi sumisa amaba verme en mazmorras. Así fue nuestra última vez

Lo bueno de someter casadas es que nunca quieren nada más que el ser sometidas.  Parece una tontería, pero no lo es.  Una soltera a pesar de ser una rara avis amante de ser la sumisa de alguien que ha encontrado, una rara avis que le gusta dominar, en el fondo siempre quiere montar una pareja o al menos hacer algo más fuera de la mazmorra de tortura.  Buscan el amor, el amor la casada ya lo tiene en casa.

Miriam es una ejecutiva de una importante entidad financiera.  Cuando nos conocimos Miriam tenía un amo.  Acababa de volver al mundo BDSM después de dos años sin ninguna sesión y solo tres con un antiguo amo en los últimos cuatro años.

La conocí en una web del sector, básicamente pensó que tardaría más en encontrar amo, pero una semana después de poner el anuncio ya estaba de rodillas siendo sintiendo un flogger en sus nalgas.

Nunca me contó si es que ese amo no la llegaba o buscaba más en la web, pero el caso es que aparecí yo.  Simplemente le hice un comentario simpaticón sobre el texto en su perfil y ella contestó.

Tiempo después me dijo que le había hecho gracia la foto de mi perfil, lo que le dije en mis primeras dos frases y que fuese el consejero delegado la una importante empresa de publicidad sobre todo dedicada a la banca.

Nos pasamos casi un mes con mensajes para aquí y para allá.  Nos contamos nuestras vidas, nuestros gustos y nuestras preferencias sexuales.  Miriam me contó que su marido ni se la imaginaba sometida, era una arrogante fuera del ambiente y nadie se lo podría imaginar.

Supe por ella que siempre había sido una sumisa, desde pequeña, pero por esas cosas de la vida, un día se cruzó en su vida un dominante y le dio una vuelta a su vida.

La primera vez vi a Miriam era desnuda, de rodillas y expectante ante mi llegada,  yo leí un libro tranquilamente en mi habitación mientras oía como llegaba, abría la puerta de mi casa (la llave estaba debajo del felpudo) y se preparaba.   Aquella fue una noche genial.

Después de esa ha habido cinco sesiones más.

Yo siempre he sido más de traerme a mis amantes a casa, pero Miriam ama las mazmorras, y Barcelona tiene un huevo de ellas.

Había quedado con ella en una mazmorra en el Rabal, son curiosos esos sitios, los hay en lugares cojonudos y los hay en lugares que nunca te imaginarias.  Un piso normal puede ser una, un local comercial en un barrio de la periferia puede ser otro.  Incluso puedes vivir encima de uno y no saberlo.

Yo salía de una reunión con un cliente que tuve que interrumpir con antelación para llegar a tiempo.  Una cosa es ser el dominante, el amo de Miriam y otra hacerla esperar.

No conocía el sitio y el barrio no es bueno por lo que a pesar de ir en taxi cogí el casco de la moto de repuesto que tenía en la oficina.  El taxista no las tenía todas consigo, primero en ir al Rabal y segundo en dejarme bajar del vehículo.

No me costó nada encontrar el portal, llame a al telefonillo y este se abrió sin preguntar nada.  LA casa tenía una de estas cerraduras de código, marqué el 34829 y un clic indicó que la puerta se abría.

Como toda mazmorra, aquella era un poco hortera.  La entrada repletas de fotos de estudio de mujeres atadas deba paso a un salón y unas escaleras. Que subían hacia una planta superior.  Deje mi gabardina, el casco, mi americana y mi mochila en una silla.  Me remangué las mangas de la camisa y bajé con decisión.

Miriam estaba de rodillas, mirando al suelo, con las palmas de las manos mirando hacía arriba apoyadas sobre sus piernas.  Sabía que yo estaba allí pero sabía que mirarme sin permiso sería considerado como una falta grave y las falta graves se pagan caro.

La ignoré y me di una vuelta por la mazmorra.  Era perfecta salvo que le faltaba un potro en condiciones y que las muñequeras y tobilleras fueran de cuero.  Me imagino que hay demasiado gente con la mano demasiado larga.

Volví a donde Miriam me esperaba, le hice bajar aun más su cabeza y le coloqué el collar que descansaba a su lado.  Miriam agitó su respiración.   Le puse las muñequeras.  Cogí a la chica del pelo y la hice levantarse.  La dirigí tirándole del pelo hacia una de las cadenas que caía techo.  Coloqué las muñequeras atadas a la cadena que colgaba y ahí la dejé.

Miriam estaba desnuda, con tacones como única prenda.  Su pezones estaban duros, según ella le sobran seis kilos.  A mi me gusta así.

Le puse una pinza en cada pezón, ella suspiró a cada una de ellas.  Luego le puse otra en el clítoris.

-       tócame el coño – suspiró Elena.

Me alejé, me saqué el cinturón, lo doblé y le di un latigazo con él en sus nalgas.

-       no te he dicho que hables – le dije

-       tócamelo por dios – otro golpe.

Acerqué mi cara a su oído y empecé a susurrarle.

-       eres una perra, me pones mucho, pero tengo que educarte – mientras pasaba mis manos por su cuerpo casi sin tocarla.

-       Tócame el coño – yo sonreí, seguí acariciándole sin decir nada pero dejándole excitarse – tomarme el coño – y volví a darle en su culo con mi cinturón.

Miriam ya tenía la respiración a gritada, yo dude entre seguir con el cinturón o pasar la flogger, el látigo de mil colas.

Miriam me miró desafiante, ella marcaba los tiempos en estos momentos.  Cogí el flogger y le di diez latigazos.  Miriam suspiraba.    Deje que se repusiese y dejé el látigo.  Cogí el vibrador en forma de bola y se lo puse en el coño.  Miriam puso los ojos en blanco y empezó a gemir mientras me daba las gracias.

No pasaron ni tres minutos cuando a Miriam le empezó a cambiar la cara.

-       amo, déjeme correrme.

-       No

-       Por favor

-       No

-       Por favor – aguanté dos minutos más y le di permiso.

Córrete cerda – y Miriam y se derrumbó mientras un squirt inundaba mi mano y el vibrador.  Me imagino que otro le diría que era una puta, pero a mi me complacía que se corriese así.

La solté y la hice tumbarse en el suelo.   Cogí cuerdas y até por un lado su brazos y por otros sus rodillas dejándola abierta de piernas y mostrándome ese coño calvo que ella tiene.

Miriam me seguía mirando con altanería, le clavé un vibrador en su coño.  Encendí el pollón y encendí el estimulador del clítoris.

-       córrete sin preguntármelo – le dije

Miriam se corrió como una tigresa y no paró hasta que le di la vuelta y le clave un vibrador en el culo, culo virgen por cierto.

Miriam empezó a moverse, yo le di unos azotes y unas ordenes para que parase, Miriam paró y yo seguí, le saqué el vibrador y empecé a dilatarla primero con un dedo después con dos y de nuevo volví a meterle el vibrador.  Estuve así un rato y finalmente saque el pollón rojo de goma y metí mi polla. Miriam dio un grito y aunque esperaba que dejase de protestar en unos minutos y a pesar de que lloraba pero no se quejaba acabé por darlo por imposible.  Miriam lloraba desconsoladamente.  Me hubiera encantado correrme en ese culo, pero era imposible.

La desaté para poder abrazarla como se merecía, llevábamos 45 minutos y se había comportado como una leona.   Descansamos un poco y hablamos por primera vez, sin avisarla la cogí y cerré una muñequera con la otra, jugándose el tipo protestó y más cuando la subí a un columpio.  Abrí sus piernas y le puse el vibrador de bola en el coño.  Dejé que se corriese.  Me encantaba verla correrse.  No tardó tres minutos en hacerlo, no tardó 2 minutos más en correrse una tercera vez y a partir de ahí fueron una tras otra.

La saqué del columpio y la hice arrodillarse y comerme la polla.

-       folláme por favor.

Me tumbé en la cama y ella me desnudó, se subió encima mía.  Deje que votase hasta que se corrió un par de veces.  Me fui a levantar pero me pidió comérmela.  Miriam la come de fabula, es de las que la chupa hasta que le dices que paré y no hasta que te corres.   Le llené la boca de lefa.

Miriam me dio un largo masaje hasta que se me volvió a poner dura, me di la vuelta, la cogí del pelo y la lleve a otras cadenas a donde la até.  Estas cadenas subían o bajaban por un sistema de poleas, dejé a Miriam casi de puntillas.   Le dejé un poco así y me vestí por que tenia frio.

Volví a las cadenas y el azoté diez veces con las manos, pasé del cinturón y directamente cogí el flogger.  Le di con toda mi rabia.  Miriam no se había comportado con yo esperaba de ella los días antes y le debía un correctivo.  Su culo se iba marcando.  A cada azote le dejaba mil pequeñas marcas en el culo.  Le di duro hasta que empezó a ponerse muy rojo.  Cambié por la espalda, aunque en seguida pase hacía su culo.  Fui cambiado de flogger a paleta e incluso metí en algún momento una paleta con pequeños pinchos.

Miriam estaba en algún lugar entre el paraíso y el infierno.  Yo le daba, ella gemía.  Estábamos en el mayor éxtasis cuando sonó la puerta abajo.  En principio no le hice caso, pero la puerta siguió sonando e incluso siendo golpeada.  Dudé, pero finalmente bajé a abrir.  Miriam estaba atada, no le venía mal descansar un poco y yo estaba vestido y podría despedir al pesado.

Bajé y abrí, un tipo como un armario me cogió del cuello y me tiró contra la pared.

-       ¿donde esta? – me dijo  mientras con el dedo en sus labios me indicaba que permaneciese en silencio.

-       ¿quién? – suspiré

-       Mi mujer, Elena, mi mujer Miriam Corso.

Me lo pensé, estaba dentro, me podía partir en dos.  Señale para arriba.

-       lárgate o te mato me dijo.

El monstruo subió las escaleras de dos en dos.  Miriam dio un grito y oí una bofetada romper el silencio.  Cogí mi casco, mi mochila y mi chaqueta y dude antes de salir.  Creí oír un latigazo cuando cerraba la puerta.

Pensé no volver a saber nada de Miriam, pero me llamó a los pocos días.

-       hola amo, perdone que le llame a su teléfono.

-       No te preocupes.  Tuviste mucho lio con tu marido.

-       Pues la verdad fue un flash verlo.  Me dio una bofetada cuando me vio y en vez de seguir o reprocharme algo cogió el flogger y estuvo dándome más de una hora mientras me llamaba de todo, no tuvo piedad de mi pero he de reconocer que me corrí mil veces.

-       Conmigo nunca te has corrido siendo azotada.

-       Con él si.  No paró hasta que me fallaron las piernas y quedé  colgada de mi brazo.  Como no sabía como funcionaban las poleas, me soltó la muñequeras.  Ya en el suelo mientras le pedía piedad me puso el culo en bomba y me folló como en su vida lo había hecho.

-       Joder, me fui preocupado.  No sabes que descanso.

-       No te preocupes.

-       ¿y el día después?

-       Desde que llegamos a casa me tiene sometida, aparte de tenerme como una esclava y me jode casi cada par de horas.

-       ¿quieres que quedemos a tomar un café y lo hablamos?

-       Te llamaba por eso.

-       Ah, bien.

-       Bueno, te llamaba por que no creo que nos volvamos a ver más.  Si te soy sincero me gustó mucho más el castigo de mi marido que el tuyo.  Necesito una mano firme y me he dado cuenta que mi marida sabe como hacerlo.  Nos vemos.

Y colgó.  Nunca más supe de ella salvo por noticias de trabajo.