Miriam. Capítulo 3: Deseo
Miriam consigue robarle un cigarro a su madre antes de que se marche a trabajar. ¿Qué hará con él? Le espera un día intenso.
Las ocho y ya estaba en la mesa estudiando. Hoy: lengua castellana y literatura y química. Mi padre se había ido hace justo quince minutos y en su mirada noté una señal de orgullo por su hija. Una hija aplicada que ni en vacaciones se tomaba descanso. Me enfrasqué en Federico García Lorca y disfrutaba el estudio; este autor me resultaba sencillo de estudiar. De hecho, me gustaba bastante, tanto que incluso conocía a Ian Gibson, un historiador irlandés que había estudiado mucho a Lorca, el contexto de su fallecimiento y su condición de homosexual en medio de la Guerra Civil Española.
Eran ya las nueve y estaba mirando constantemente hacia el pasillo para ver si aparecía mi madre. Tenía abstinencia de nuestro bucle matinal. Ese día mi madre tardó un poco más en aparecer por el salón pero enseguida entendí el porqué. Se había arreglado bastante para salir, tenía una reunión sobre el nuevo proyecto y quería ir arreglada. Normalmente, ella viste muy casual y lleva el estilo por dentro. Además, llevaba el pelo suelto y planchado, cuando normalmente se pone una coleta. Estaba especialmente guapa. Llevó su desayuno a la mesa. Empezaba el bucle.
No me quiso interrumpir mi (supuesto) estudio y se puso a desayunar mientras miraba el móvil. Sí, mi madre era esa típica persona a la que le llegan veinte correos electrónicos al día como mínimo y si podía contestar alguno mientras hacía de vientre, lo hacía. Productividad le dicen. Yo hacía como que estudiaba, aunque en realidad estaba repasando; lo tenía bastante controlado todo. Había desarrollado ya una velocidad de reacción exquisita para mirar a mi madre sin que se diera cuenta; estaba proyectando en ella una sensualidad nueva para mí. ¿Seguía siendo mi madre? ¿Quién fantasea con su madre y más aún, con el tabaco? Sí, tenía esas preguntas pero hasta disfrutaba haciéndomelas.
Aproveché que mi madre apartó el móvil de su vista para terminarse el café para preguntarle por las vacaciones de verano. Ya me imaginaba haciendo el maldito examen de la EVAU y siendo libre durante casi tres meses. Me gustaba viajar con mis padres pero por el contexto de la pandemia no sabía si iríamos a algún sitio.
—En principio habíamos pensado en ir a Isla Canela, a un hotelito muy bueno que hay ahí y estar tranquilos una semana.
—Espero que se pueda…
—¿No habéis pensado nada tú y tus amigas para el verano?
—Sí, a ver…la última vez que hablamos queríamos mirar ir a Conil, pero no sé si coincidía con las fechas en las que solemos ir juntos nosotros.
—Bueno, ¡pero es un año especial!, termináis el bachiller. Vete con ellas en todo caso, hija —dijo mi madre volteando los ojos hacia arriba como rememorando su adolescencia.
—Me gustaría ir con vosotros.
—¿Qué pasa, que ellas no fuman o qué? —preguntó mi madre en tono recochineante.
—…
—Te estoy vacilando, cariño. Es el café, que me eleva la tensión.
Mi madre me estaba vacilando, está claro. Las soltaba así, ¡pam!, esperando no se qué respuesta en mí. Supongo que quería hacerme aumentar el deseo de fumar con ella. Recogió el desayuno y lo llevó a la cocina y vi que dejaba el paquete de tabaco sobre la mesa, no me había fijado cuando lo había sacado. Y en un acto de rebeldía, cogí el paquete, saqué un cigarro y me lo guardé en el bolsillo de la sudadera. Mi frecuencia cardíaca aumentó en cuestión de segundos, como si lo que hubiera hecho fuera algo durísimo.
Mi madre volvió a la mesa y se despidió de mí.
—Me voy. Me espera un día largo, deséame suerte. A ver si nos vemos a la tarde, ¿vale? Quiero enseñarte algo.
Se fue a toda prisa y ahí me quedé yo, con esa intriga. De nuevo, mi madre jugando conmigo y lo curioso es que me excitaba mucho eso, a la vez que la parte moral de mi cerebro me medio regañaba por esas pulsiones. Sonó la puerta y me sumergí en ese silencio brutal que parecía que me empujaba a decidir qué hacer con ese cigarro que me había guardado.
Intenté seguir con mi estudio y me ocurría eso que les ocurre a muchos estudiantes: mucho subrayar el texto, mucho mover los ojos de izquierda a derecha, pero no entendía nada de lo que estaba leyendo. No estaba leyendo, vaya. Una y otra vez volvía a lo que tenía en el bolsillo. Saqué el cigarro y lo dejé encima del cuaderno. Una vez más, parecía que estaba ante alguna piedra preciosa, la cual poder observar desde diez ángulos distintos para admirar su belleza. ¿Belleza? ¿Un cigarro?
Cuando me di cuenta, estaba excitada. La silla que utilizo, aunque sea en el salón, es la de mi cuarto, que es más cómoda que las sillas de comedor. Me gusta la luz que da en el salón, por eso estudio allí, pero me gusta sentarme en mi silla reclinable. Es casi como una silla gamer . Total, que me puse cómoda en mi silla, espatarrándome un poco y cogí el teléfono. Fui a YouTube y puse en el buscador “Smoking Fetish”. Coloqué un filtro de vídeos publicados en la última semana, me daba morbo saber que eran recientes. Hice scroll hacia abajo y toqué sobre un vídeo que me parecía bueno. Y así era, era una modelo fumando recostada sobre un sofá, con el pelo recolocado sobre su pecho. De alguna forma, copiaba su posición pero en la silla, y cogí el cigarro con la mano izquierda, con el dedo índice y corazón por la parte más cercana a las uñas, como mi madre me había enseñado. Con la otra mano, comencé a masturbarme; ya estaba un poco húmeda. La chica del vídeo daba caladas profundas, dejando unos segundos para notar el humo dentro de los pulmones y luego lo echaba con mucha delicadeza, con un soplido tenue y progresivo. En la escena, tenía colocado un foco detrás y un fondo negro, lo cual realzaba el humo e incluso la calada se tornaba más potente y densa. Eso me ponía a cien. Seguía masturbándome, acelerando el ritmo cada vez más. Estaba compenetrada con la modelo, hasta el punto de que cuando daba las caladas, yo también hacía el gesto de dar una calada, aunque tenía el cigarro apagado y lo que inhalaba era aire. Estaba al borde del clímax. Cuando estaba a punto de correrme, la modelo dio tres caladas seguidas al cigarro para terminárselo, sin echar el humo entre cada una, y al final no echó el humo tampoco. O sea, que se tragó el humo de tres caladas seguidas. Eso fue el summum de la excitación y terminé por correrme a lo bestia, empapando parte de mi ropa. Solté un grito ahogado de placer, dejé el cigarro en la mesa y me fui al baño a limpiarme.
Una vez limpia, volví a la mesa del salón, cogí el cigarro y lo metí en un cajón de mi cuarto, para no tenerlo delante y poder concentrarme en el estudio. Y a duras penas, gracias a un poco de jazz con auriculares, pude volver a concentrarme en el estudio.
La mañana transcurrió con efectividad para el estudio, al final llevaba las asignaturas bastante bien. Era 29 de diciembre, aún me quedaban unos días antes de los exámenes y estaba tranquila. Decidí echarme una pequeña siesta antes de ponerme con Química. Como con matemáticas, era pura mecánica: hacer ejercicios hasta saber resolver todo tipo de problemas ácido-base y todo eso. Eran las cinco de la tarde y ya había terminado con el estudio del día. Me apetecía hacer ejercicio, me venía bien además, así que conecté el móvil con la TV y puse una clase de Zumba para hacer ahí mismo en el salón. Justo cuando estaba acabando la media hora de clase, llegó mi madre a casa. Entró como un rayo al salón y como si fuera un espectáculo, se puso a bailar conmigo sin decirnos palabra. Fue un minuto muy divertido. Yo estaba jadeando del cansancio pero muy contenta por el día tan intenso que estaba llevando. Mi madre parecía contenta también y justo cuando paró la clase en el vídeo, me contó lo bien que le había ido la reunión para el nuevo proyecto. La felicité por ello y le conté que mi estudio también había ido muy bien.
Me fui a duchar cuando vi de reojo que mi madre se preparaba un copa de vino blanco. Sí que tenía cosas que celebrar. Quizás incluso algo más.
Cuando salí del baño con el albornoz para ir a la habitación y ponerme ropa limpia, mi madre me hizo un gesto de ir hacia ella.
—¡Ven, corre! –dijo mi madre con los ojos muy abiertos.
—¡Espera, que me visto!
Me vestí a toda prisa, poniéndome un chándal-pijama que solía ponerme para las tardes, y fui hacia el sofá donde estaba mi madre. Había puesto música bajita en la TV.
—¿Qué pasa? -pregunté a mi madre, casi jadeando aún del ejercicio físico.
Mi madre me enseñó una conversación de Whatsapp.
—Mira, ¿te acuerdas de Sergio, mi compañero de trabajo? ¡Está intentando ligar conmigo! Llevamos unos días trabajando más mano a mano y ya está colado por mí.
—Baja del Olimpo, ¿eh? -le dije con tono sarcástico.
—Algunos hombres no tienen creatividad…Se les ve venir a kilómetros.
—¿Y qué vas a hacer? -le pregunté, distanciándome un poco del rol de hija.
—Seguirle un poco el rollo, me viene bien para el proyecto. Tenerlo contento va a ser importante. Si llega a más, cortaré el rollo. Pero…a veces hay que jugar un poco.
—Llevas el marketing en los genes, qué tía.
—Puede…—dijo mientras tecleaba sin parar en su móvil.
Estuvimos en silencio unos minutos; mi madre no paraba de escribir en el teléfono, intercalando el correo electrónico con los mensajes de Whatsapp. Cuando apagó el teléfono, me acordé de que por la mañana me había dicho que tenía algo que enseñarme.
—Oye mamá…ejem, a la mañana me has dicho que tenías algo que enseñarme -pregunté con la cabeza medio cabizbaja.
—¡Ah, sí! ¡No se me olvida! -exclamó mientras rebuscaba algo en su cazadora que estaba reposando sobre el cabecero del sofá.
De repente, mi madre saca su paquete de Marlboro y me lo enseña, como queriendo que yo avance en la conversación.
—…
No entendía la situación. Empecé a pensar que era que me ofrecía un cigarro, así que me dispuse a coger uno del paquete.
—¡Encima quieres quitarme otro! -dijo mi madre, en tono burlesco. ¿Crees que no me he dado cuenta esta mañana de que has cogido un cigarro? ¿Te lo has fumado?
Las preguntas no sonaban mal, no sonaban a reproche. El tono de las preguntas era más de picaresca.
—Me has pillado, mamá. Perdona. Solo quería tener uno para curiosear, no lo he encendido —le dije mientras me levantaba del sofá para ir a mi cuarto a por el cigarro para devolvérselo.
—¿A dónde vas? -me preguntó levantándose ella también.
—Al cuarto, a por el cigarro. Para devolvértelo.
—Tráelo, pero no hace falta que me devuelvas. Vamos a hablar.
Fui al cuarto a por el cigarro y lo llevé hasta el sofá. Lo mantuve en la mano, sin saber qué hacer con él. Entonces mi madre, para animarme, sacó otra copa, echó un poco de vino blanco y me la dio. Yo no suelo beber alcohol y con esto del COVID hace ya meses que no salgo y no bebo. Pero confieso que me gusta más beber con este estilo, una copa tranquila que beber de botellón con a veces hacen los chicos de mi edad.
—Gracias.
—Vamos a relajarnos, ¿vale? Ha sido un día intenso para las dos.
Sí, de veras que lo había sido, no sabía hasta qué punto. Mi madre bebió un sorbo de su copa y con una tímida sonrisa inició una conversación que nunca olvidaré.
—Veo que tu curiosidad por el tabaco no para. No seré yo quien frene esa curiosidad, ¿eh? Puedes tener confianza conmigo. Esa curiosidad te llevará a querer fumar, seguramente. Lo entiendo.
Así era, mi curiosidad por fumar estaba aumentando, hasta el punto de que esa misma mañana me había masturbado con un vídeo de una modelo fumando mientras yo imitaba el acto de fumar.
—Yo empecé a fumar a los diecisiete, tarde para mi edad en aquel entonces. Tenía, como tú, mucha curiosidad por el humo y por la estética. La abuela fumaba mucho, no sé si te acordarás porque eras pequeña cuando ella murió. Un día que la abuela había salido a comprar al mercado, saqué un cigarro de su paquete y lo encendí. Le di una pequeña calada y enseguida tosí; no me gustó nada. ¡Nada de nada! Me resultaba asqueroso, pero intentaba imitar las poses que hacía mi madre con el cigarro en la mano, los movimientos armoniosos del brazo, el aura del humo y eso me encantaba. Así que seguí fumando, le seguía robando cigarros de vez en cuando a la abuela e igual le daba tres o cuatro caladas al cigarro y lo apagaba. Me mareaba rápido y eso me daba miedo. Poco a poco le fui cogiendo el gustillo y justo empecé la universidad y ahí ya fue imposible no entrar dentro de la dinámica de fumar en los descansos o de fiesta. Así hasta hoy.
—¿Qué te dijo la abuela? ¿Se enfadó? -le pregunté.
—Para mi sorpresa, no. Le parecía hasta raro que no fumara ya. Como te digo, yo era un caso raro para la época; todos los chavales de mi edad fumaban ya. Así que solo me dijo que intentara fumar lo menos posible y que cumpliera con mis estudios.
—Parece que lo has cumplido.
—Sí, y no me ha ido mal. Y ahora quiero que tampoco te vaya mal a ti. Si tienes curiosidad por fumar, lo entiendo. Déjame guiarte. Yo te lo haré más fácil para que disfrutes del proceso. A partir de ahora, no me quites cigarros, pídemelos. Hasta que puedas comprarlos tú.
Parece que mi madre estaba convencida en su rol de guía, me sorprendía su apertura de mente. Yo aún estaba en fase de confusión. Por una parte, me apetecía un montón esa experiencia de empezar a fumar con mi madre y que me guiara pero por otra parte me daba vértigo esta nueva relación madre-hija alrededor de algo negativo para la salud como es fumar.
—¿Y qué vamos a hacer? -le pregunté con cierta intriga.
—Lo importante es que no cometas los errores que cometí yo, ¿vale? Podemos empezar ahora mismo, si quieres.
—Sí, por mí perfecto.
—Vale, vamos a ello.
Mi madre cogió el cigarro que tenía yo en mi mano y lo puso en vertical justo delante de mí, sujetándolo por los dos dedos del fumar. Empezaba todo.