Miriam. Capítulo 2: En bucle

Continúa la relación madre-hija y el tabaco de por medio. Miriam empieza a interesarse más y más por el mundo del humo y la sensualidad que le transmite su madre. ¿Dará el paso Miriam a probar el tabaco?

Me desperté temprano, como siempre. Soy una persona de rutinas y no me cuesta comenzar a hacer cosas. Eso sí, trato de organizarme para hacer lo más tedioso al comienzo del día y lo más sencillo o que me gusta más al final. Desayuné y como siempre, fui hacia la mesa del salón a preparar mis apuntes. Por la mañana me tocaba estudiar matemáticas y biología y por la tarde historia de España e inglés. Eran las 8 de la mañana y yo ahí estaba ya, hincando codos.

Mi madre se levantó a eso de las ocho y media y tan pronto se aderezó un poco, hizo lo mismo que hizo el día anterior, desayunar conmigo en la mesa. De nuevo, el paquete de tabaco en la mesa. A mi madre las matemáticas se le daban bien y le encanta echarme una mano. En este caso, no había mucho misterio: tenía que hacer un montón de problemas para coger soltura y mecánica con las ecuaciones. Aun así, dejaba que mi madre me ayudara, hacía como si me costara un poco algún problema. Así la podías ver arrimándose a mi lado mientras masticaba la tostada de mantequilla.

—¡Cuidado! ¡Que vas a manchar las hojas! —le dije.

—Tranquila, que yo controlo. Si es que…todas esas matemáticas luego no valen mucho para la práctica. Te ayudan a desarrollar el pensamiento, a ser sistemática, pero luego, en cosas como en mi trabajo, las matemáticas te bailan.

—¿Tienes que aplicar matemáticas en tu trabajo? Yo pensaba que era más cosa de pensar cómo engañar a la gente —le dije con tono jocoso.

—¡Muy graciosa! Pues sí, sobre todo hay que saber estadística y no, no engañamos a la gente. Solo…la sugestionamos.

Mi madre se volvió hacia su sitio y siguió con su tostada. Yo ya vislumbraba el final del desayuno y sabía lo que venía después. Qué raro, pensaba. Estaba entre asustada y excitada por ver qué pasaría. Tenía aún el run run de la pregunta del día anterior por la noche en mi cuarto (“¿mañana desayunamos juntas?”).

El momento llegó. Cogió su paquete de Marlboro y sacó un cigarro. Se lo puso en la boca y se lo encendió, quitando rápidamente los dedos del cigarro y dando la calada con el cigarro en la boca, cosa que me impactó ver. Yo estaba disimulando, claro. Como el día anterior, se puso a mirar el móvil y cada veinte segundos aproximadamente, le daba una calada al cigarro. Después de observarla dos días seguidos, podía ver cómo mi madre suele dar casi siempre la misma calada, con varios segundos y con un movimiento de la boca súbito para tragar el humo, incluso se podía ver cómo el humo salía un poco de la boca para, súbitamente, volver a entrar. Era ciertamente estético. Ella siempre trataba de echar el humo hacia un lateral, para no echármelo a la cara. Estábamos una enfrente de la otra y si echaba el humo hacia delante, literalmente me lo tragaba todo. La verdad que el olor ni me gusta ni me disgusta, sin más. Era como una indiferencia general.

No podía concentrarme en los problemas de matemáticas y tenía ganas de preguntarle cosas sobre fumar. Era la primera vez que me causaba curiosidad el saber qué era fumar, porque me parecía un acto mecánico, fruto de la adicción a la nicotina. Así, sin poder inhibirme o filtrar mis palabras, le solté:

—Mamá, ¿qué notas cuando fumas?

Mi madre me miró sorprendida.

—¿Qué? ¿Cómo que qué noto cuando fumo?

—Sí, o sea, tú no tienes adicción, fumas muy poco. Algo sentirás, ¿no?

Mi madre esbozó una sonrisa, mirándome como quien mira a una niña inocente que le tiene que explicar algo complejo de forma simple.

—A ver cómo te lo explico, cariño…Es como mi momento, un momento de relajación, de paz. Por eso fumo después de las comidas, es como mi momento de soltar tensión o de relajarme para el día de trabajo, cosas así.

Entendí sus respuestas. Las había escuchado antes, incluso a amigas mías cuando dicen que fuman para quitarse estrés de los exámenes. Pero me chocaba un poco con la de idea de fumar de fiesta, por ejemplo, donde no busca una relajarse, sino animarse, soltarse. Entonces, le seguí preguntando para entenderla mejor.

—Sí, eso lo entiendo, Algunas amigas mías dicen que fuman para quitarse estrés, aunque bueno, luego también fuman de fiesta y ahí no quieren precisamente relajarse. Lo que quiero decir es que…a ver cómo lo digo…

Mi madre captó el sentido de mi pregunta antes de que pudiera verbalizarlo y me cortó:

—Sí, ya sé lo que quieres decir. Quieres saber qué se siente cuando fumas en el sentido del humo, ¿no? Cuando lo trago.

En ese momento me sorprendió que mi madre me dijera “cuando lo trago”. No acababa de entender lo de “tragarse” el humo. Tenía que quitarme esa duda de encima:

—Supongo, aunque no entiendo lo de “tragarse” el humo. Osea, el humo no puedo ir al estómago.

—Ja ja ja. ¡Claro que no! Es una expresión para decir que inhalas el humo, que lo respiras hacia dentro.

—¿Hacia los pulmones? —le pregunté sabiendo la respuesta.

—Sí.

Justo en ese momento, le dio una gran calada al cigarro y se tragó el humo con un efecto casi mágico. Al dar la calada, abrió la boca lentamente, salió toda una bola de humo hacia fuera y de un golpe respiratorio lo succionó hacia la boca sin dejar rastro de humo. Me quedé mirándola fascinada porque justo lo que me había respondido lo estaba llevando a la práctica.

—Joder…Ya entiendo.

Mi madre hizo un gesto con la mano como de perspicacia, expresando que habíamos conectado en el significado de “tragar” el humo.

—¿Y no…te ahogas? Es que me llama mucho la atención…Parece como si estuvieras respirando aire —le dije asombrada.

—Cariño, llevo veintiocho años fumando, mi cuerpo está acostumbrado.

Claro, no había caído yo en la cuenta de que llevaba tanto tiempo fumando. Sí que es verdad que ella alguna vez me había dicho que tuvo épocas sin fumar, por ejemplo, cuando estuvo embarazada de mí y también cuando empezó a salir con mi padre. Es mucho tiempo, pensaba. Ya que estaba con matemáticas, hice los cálculos de cuando empezó a fumar y me salía que empezó con diecisiete años, los años que yo tengo.

—O sea, que me empezaste con diecisiete años…

—Sí, justo la edad que tienes tú. Y para aquel entonces, ya era tarde, porque había amigas que habían empezado a los catorce.

—¿A los catorce? ¡Madre mía! —exclamé.

—Sí, sí. Yo porque era una santa y además con las gafas de culo de vaso que tenía... En esa época si no fumabas eras la pringada, ¿sabes?

Me parecía increíble el ritmo de la conversación. Nunca había hablado con mi madre de este tema y eso que solemos hablar de prácticamente todo, hasta de sexo.

—¿Y por qué empez…?

Sonó el timbre, que está en el hall. Mi madre dejó el cigarro casi terminado en el cenicero y salió pitando a ver quién era. En ese momento, me fijé en el cigarro y en el humo que echaba. Lo miraba casi como una científica que está mirando algo extraño en el microscopio y quiere fijarse en todos los detalles. Tenía diecisiete años y ahí estaba, como si no hubiera visto un cigarro en mi vida. Me entró la curiosidad por cogerlo, casi por inercia. Vivimos en una casa grande así que el hall está lo suficientemente lejos como para que me diera tiempo a acometer mi misión. Extendí mi brazo y con dos dedos cogí el cigarro y traté de imitar a mi madre. Flexioné un poco el codo, dejándolo apoyado sobre la mesa y dejé caer la muñeca un poco hacia atrás. Miraba el cigarro con curiosidad cuando justo mi madre apareció por el salón.

—Te queda bien.

Menudo susto me dio. Casi con un automatismo, dejé el cigarro sobre el cenicero, pensando que, por alguna razón, mi madre no recordaría haberme visto con el cigarro. Me quedé muda.

—…

—Era el repartidor de Amazon. ¡Ay que ver ya lo temprano que reparten! No son ni las nueve y ya están dale que te pego. Toma, es el humidificador que pediste.

Mi madre trataba de escurrir el bulto aprovechando el tema del paquete.

—Oh, gracias. Luego lo pongo en el cuarto.

Se hizo un silencio sepulcral en el salón. Yo tenía la salida de mirar a mi cuaderno y seguir haciendo problemas. Pero mi madre, en lugar de mirar el móvil como forma de escapar a la situación incómoda, se quedó mirándome. Apagó el cigarro en el cenicero y me dijo:

—Cariño, es normal que sientas curiosidad.

—¿Eh? ¿Qué? —le respondí, para ganar tiempo.

—Te digo que es normal que tengas curiosidad por fumar, por el cigarro. Tienes diecisiete años y seguro que muchas amigas tuyas fuman, lo ves por la tele y en las redes sociales…

Carraspeé un poco, ocultando mi vergüenza, mi timidez ante este asunto. La conversación se estaba volviendo intensa.

—Sí, no sé, nunca me ha llamado la atención el tabaco. Pero ahora, no sé por qué, me causa curiosidad, es como que ya no lo veo como un acto tonto de respirar humo.

Me estaba poco a poco sincerando con mi madre, en la linea de nuestra relación madre-hija, pero no sabía dónde acabaría la conversación.

—Ya, Miriam. Muy tarde te ha surgido la curiosidad. Tu padre y yo ya te dijimos en su día lo que implica fumar y que es malo para la salud.

—Sí, es algo que no puedo controlar, la curiosidad. Y ya sé que es malo, pero no sé, es como que hay un halo que rodea el fumar que…me resulta curioso.

Mi madre me llamó por mi nombre, cuando solo lo hace cuando está enfadada, así que algo pasaba. Pero no era enfado para nada. Me miraba con ternura, como quien sabe perfectamente todo lo que va a suceder. No se cortaba con el tema y ella era la que iba escalando en la conversación.

—Ayer me mirabas muy atenta. No te tienes por qué sentir mal por ello.

Mientras me decía eso, extendía su brazo hacia el paquete de tabaco y sacó un cigarro. Yo no entendía ese movimiento, no entraba en mi esquema mental. ¿iba a fumarse otro?

—No sé qué me pasó ayer, es como que nunca me había fijado en alguien fumando y me pareció que…

Justo cuando estaba terminando la frase, mi madre encendió el cigarro y dio una calada profunda. Tuve que pausar la frase porque me quedé absorta mirándola.

—¿Sí? —me preguntó mi madre mientras echaba el humo.

—Me pareció que…lo hacías muy bien, como con mucho estilo.

Estaba roja como un tomate. No sé quien tiene este tipo de conversaciones con sus familiares, pero desde luego, yo me moría de vergüenza. Y eso que con mi madre he hablado del satisfyer. Entonces mi madre hizo algo espectacular. Le dio una calada profunda al cigarro, de tal forma que se hincharon sus carrillos hasta el máximo, y después abrió la boca lentamente e inspiró el humo por la nariz, saliendo el humo desde la boca pasando por el surco nasolabial hasta los agujeros de la nariz. Este truco lo hizo justo cuando estaba acabando mi frase diciéndole que me parecía que fumaba con mucho estilo.

—¿Así? —me preguntó tras echar el humo y quedándose en una pose muy estética con el brazo flexionado y el cigarro horizontal.

Estaba en shock. No podía creer lo que había visto.

—¡Jo-der! ¿Cómo has hecho eso? —le pregunté absolutamente fascinada.

—Se llama “french inhale” o “inhalación francesa”. No me preguntes por qué se llama así.

—¿Es tragarse el humo también, no?

—Sí, solo que por la nariz es diferente, no es tan fuerte como por la boca.

Me parecía surrealista estar hablando de trucos con el humo con mi madre, cuando literalmente hace dos días, el tabaco me generaba una indiferencia brutal. Mi madre me seguía mirando como sabiendo que tenía el control sobre mis sensaciones, como si ella ya hubiera vivido esta situación. Entonces, hizo algo que ya sí que no me lo esperaba.

—Toma, sujétame el cigarro, que tengo que ir al baño—me dijo, sin dejarme opción dada la rapidez con la que salió pitando hacia el baño.

“No podía haberlo dejado en el cenicero”, pensé. Ella quería que yo tuviera el cigarro en la mano. Lo que ya dudaba era si realmente tenía que ir al baño o era algo planeado para que yo explorara aún más el cigarro como estaba haciendo antes. Seguí por donde lo había dejado antes y me atreví a quitarle la ceniza al cigarro sobre el cenicero, probando diferentes toquecitos, como hacía ella. Notaba que me estaba excitando el simple hecho de tener el cigarro en la mano. En esa excitación, me llevé el cigarro justo a un centímetro de mi boca y justo apareció mi madre.

—Hoy no, cariño. No es el momento.

—No, no, solo estaba viéndolo —le dije convencida, estaba solo explorando.

—La verdad es que te queda genial el cigarro, ¿eh?

—¿Sí? ¿Tú crees?

—Sí, se nota que me estás imitando.

Le pasé el cigarro a mi madre y parecía que estábamos entre amigas en una cafetería charlando de nuestras cosas. Apagó el cigarro nada más se lo pasé, aún cuando quedaba prácticamente medio cigarro. Entonces entendí que lo había encendido solo para pasármelo y alimentar mi curiosidad. Mi madre cogió el desayuno terminado y lo llevó a la cocina.

—Bueno, voy a dejar esto y tengo que salir, ¿vale? Tengo que hacer unos recados.

—¡Vale! Yo aquí me quedo con mis vectores.

Mi madre salió de casa y ahí estaba yo, sin entender nada de lo que justo acaba de pasar. Todavía se podía oler el humo del tabaco pero no quise abrir la ventana; una parte de mí quería seguir en ese ambiente creado por mi madre. Había sido increíble ver fumar a mi madre. Pero, ¿por qué? ¿Qué me está pasando? ¿Todas las vivencias relacionadas con el tabaco, que me eran indiferentes, ahora me están volviendo todas juntas para…que empezase a fumar? Había estado a punto de darle una calada al cigarro y vaya, es un acto sin más, no tiene tampoco mayor trascendencia, pero entre ese día y el anterior se me estaba creando un aura de misticismo y estética en lo relacionado con fumar. Mi madre estaba siendo el vector de esa estética de la que yo no me había percatado.

La mañana transcurrió estudiando matemáticas y biología. Hice una videollamada con una compañera de clase para preguntarnos cosas sobre el examen de biología y también para preguntarnos qué tal estábamos. Al final, esa videollamada duró dos horas, por lo que cuando me quise dar cuenta, ya eran las dos de la tarde y tenía que comer. Mi madre tenía que estar al llegar. Sin embargo, recibí un mensaje suyo diciéndome que se quedaba a comer con un compañero de trabajo que le había escrito para hablar de un proyecto nuevo. La comida ya estaba hecha, así que comí sola.

Después de comer, me senté en el sofá a mirar un poco el móvil. Casi era el único rato que me daba para ver mis redes sociales y hablar con algunas amigas por Whatsapp. Chequeé mi Instagram y para qué mentir, gran parte de las historias de mis amigas eran relacionadas con estudiar: que si fotos con los apuntes, que si caras tristes, que si filtros por aquí, filtros por allá… También suelo seguir a algunos famosos, influencers…que no me influyen nada, pero me gusta ver la ropa que llevan y los viajes que se pegan. Y me impactó una foto que vi de Sara Fructuoso, una influencer de moda y belleza. Salía con un cigarro en la boca y con la boca entreabierta. Y aquí es donde intenté racionalizar la situación.

—Vale, esto es que estoy pensando todo el rato en lo de ayer y hoy. Ahora voy a empezar a ver cigarros por todos lados, pero ya estaban ahí. ¡No caigas en la trampa, Miriam!

Trampa o no, me gustaba lo que veía. Me parecía sensual, estético. Casi de manera traviesa, puse en el buscador de Instagram el hashtag #smoking para ver qué salía. Pues que iba a salir. Gente fumando. Me metí en algunas fotos, algunas eran de chicos, otras de chicas y curiosamente las de chicos no me llamaban mucho la atención y eso que me gustan los chicos. En cambio, me gustaban las de chicas, algunas fotos eran muy estéticas. Además es que el humo me parecía muy dado a la estética. Entrando en algunas fotos, vi que solía repetirse mucho otro hashtag que era #smokingfetish. Eran fotos similares pero también había vídeos donde salían chicas fumando. Y ahí me quedé de piedra. ¡Qué manera de fumar! O yo no me había fijado nunca, que es posible, o esas chicas fumaban de una forma muy bestia! Cuando yo veía fumar a la gente, lo que veía era, básicamente, que aspiraban humo y lo sacaban. Ya está. Pero en estos vídeos que digo, veía trucos, caladas super largas, fumar dos cigarros a la vez…

Estaba descubriendo un mundo nuevo. Y me causaba una sensación extraña de placer prohibido y de cohibición. Yo era una chica muy normal, muy estudiosa y saludable y me estaba fascinando ver fumar a otras personas, sobre todo chicas. Entré en YouTube y ni hizo falta que buscara vídeos. ¡Me salían en el feed! O Google me escucha o se entera de todas las búsquedas que haces para intentar venderte algo o que estés enganchado en sus páginas. Y así era, me salían vídeos más largos que en Instagram donde salían chicas fumando. Y ahí es donde me percaté de que no eran chicas sin más, eran modelos. Eran auténticas profesionales. Después de un rato viendo varios vídeos, vi que algunas modelos que salían en muchos vídeos y eran como más “famosas”, como Ava Grey o Pink Angel. Eran unas bestias fumando. Al final estuve viendo vídeos durante casi una hora y me di cuenta de que tenía que volver a estudiar, así que apagué el móvil y me puse a ello: historia e inglés.

Llegaron las ocho de la tarde y llegó mi madre, toda acalorada.

—¡Madre mía, qué calor que tengo! —cerró la puerta y se quitó la bufanda y el abrigo.

—Pero si estamos en invierno, mamá.

—¡Sí, claro! ¡Para el marketing no hay invierno! Para qué me habré yo juntado con Sergio…

Mi madre es muy propensa a aceptar todo tipo de propuestas laborales y meterse en auténticos berenjenales de los que luego no puede salir.

—¿Otro proyecto?  —le pregunté con todo condescendiente.

—Sí, hija, no paro. Pero es que este es la leche, no podía rechazarlo. Sergio, ya sabes quien es, me ha hecho una propuesta y me parece buenísima, así que, para delante.

—¡Genial!

Se la notaba estresada y se tiró al sofá. En un rato llegaría mi padre y cenaríamos juntos. Estuve hablando con ella un rato sobre lo que había estudiado y ella me estuvo contando un poco sobre el proyecto. Nos levantamos al poco rato y preparamos la cena. Llegó mi padre y cenamos juntos los tres.

Al terminar de cenar, suelo dejarles solos en la cocina para que hablen de sus cosas y tengan su espacio. Al final, es el único momento del día en el que están juntos. Me fui directa a mi cuarto y después de ver un capítulo de una serie, me acosté. Estaba muerta, pero tenía que leer un poco, así que desde mi móvil mismo leí unas cuantas páginas del libro que estaba leyendo. Me dormí y caí en un profundo sueño.

Me desperté a las seis de la mañana. Ya lo que me faltaba. Había soñado con la misma situación de la mañana anterior. Soñé que tenía un cigarro en mi mano y mi madre me miraba de manera pícara. Me pareció que esa secuencia duraba horas, esa secuencia en la que estaba en la mesa con un cigarro entre mis dedos mientras hablaba con mi madre de lo que significa fumar para ella. Solo recuerdo una frase del sueño: “Todavía no, Miriam”. Todavía no, Miriam. Miriam, mi nombre. No “cariño”. Miriam. Eso tenía que significar algo. Ya me quedé rememorando una y otra vez esa escena y no pude volver a dormirme. Di vueltas en la cama hasta que miré el reloj y vi que eran las siete y media. Me levanté y fui a prepararme el desayuno. El bucle no para.

—Buenos días, cariño.

—Buenos días, mamá.

Mi madre no había traído el paquete de tabaco a la mesa. Necesitaba mi dosis de humo pasivo. Empecé a buscar el paquete por algún lado pero nada, no estaba. Mi madre, se percató de mi incesante búsqueda visual.

—¿Buscas algo? —me preguntó.

—¿Eh? No, nada.

Mi madre siguió desayunando su bol de frutas cortadas y su tostada. Me estuvo contando que esa mañana tenía una reunión con un representante de una marca muy importante para que participase en el proyecto que Sergio le había presentado ayer. Por eso iba tan arreglada.

—Parece que vas a utilizar tus atributos de mujer.

—Hombre, claro. Una cosa es ser feminista y otra es ser tonta.

Habíamos hablado en incontables ocasiones sobre el feminismo y los roles de género. Aunque yo sabía que en realidad está aplicando las mismas reglas del márketing para influir sobre el interlocutor. Está todo estudiado ya.

Mi madre estaba acabándose el desayuno y yo ya solo tenía la hipótesis de que tuviera guardado el paquete en un bolsillo de la chaqueta. Sin embargo, no fue así. Mi madre acabó de desayunar y sin más, se dispuso a llevar su desayuno a la cocina. Justo cuando se fue a levantar, me salió preguntarle de sopetón:

—Mamá, ¿hoy no fumas?

Mi madre se levantó y me miró con la misma cara pícara de los días anteriores.

—¡Pero bueno! ¿A ti qué te pasa? ¿Estás adicta a verme fumar o qué?

Ya no había marcha atrás. Lo sabía. No hay recogida de cable posible. Había que seguir.

—Pues…a ver…me gusta verte fumar, sin más. No sé explicarlo…

—Tengo la reunión en nada y no quiero oler a tabaco, ¿entiendes?

Su respuesta sonaba razonable y no supe qué replicar. Me quedé en silencio y volví la cabeza hacia los apuntes. Mi madre ahí seguía de pie con la bandeja en la mano y tras unos segundos, la llevó a la cocina. Cuando volvió hacia la mesa, me dijo algo que cambiaría para siempre mi vida.

—Si quieres te enciendo uno y así te veo yo, que también me gusta verte.

No me esperaba esa respuesta, claro. Y la vez anterior me encantó la sensación de tener un cigarro en los dedos. Así que parecía bien la idea.

—Vale, pero no voy a fumar. Aún no.

—No, aún no.

Mi madre trajo su bolso y sacó de él la cajetilla de Marlboro y de ésta un cigarro. Me lo pasó y ella lo encendió con el mechero.

—Tienes que sujetarlo con dos dedos, recuerda.

Eso hice. Apoyé el codo en la mesa y miraba el cigarro y cómo salía de él el humo. De repente sacó el móvil. Justo me pilló mirando hacia la ventana como si estuviera posando. De repente, veo que me saca una foto fumando. Algo dentro de mí se indigna pero también se deleita en la rebeldía de ese acto. Me enseña la foto y me dice:

—¡Anda que no! Te queda bien, ¿eh?

—Sí, me gusta cómo me queda.

—Te hace adulta.

Mi madre se estaba animando, cuando al comienzo del día estaba muy seria, concentrada en la reunión que iba a tener. Mientras yo estaba sujetando el cigarro, mi madre fue de un sitio a otro de la casa buscando cosas para llevarse. Cuando ya tenía todo, parece que el pecado le poseyó cuando se acerco a mí y con un gesto entre los brazos y la cabeza me hizo estirar mi brazo para que ella pudiera darle una calada al cigarro. Había caído en la tentación. Total, podía mascar chicle y se le quitaba el olor a tabaco. Estaba atenta por la calada para ver si hacía algún otro truco sorpresa como ayer. Lo que sucedió es que dio una calada larguísima, de unos seis segundos y, como otras veces, hizo el truco de sacar un poco el humo hacia afuera y luego tragarlo. Cuando se tragó el humo, se agachó un poco, se puso enfrente de mi boca y me echó el humo.

Me dejé llevar. No aparte la cara ni nada, si no que me quedé quieta, esperando a ver qué pasaba. Me pasó todo el humo; no se retiró hasta que no quedara nada en su cuerpo. Yo no aspiré ni nada, simplemente no cerré la boca y algo de humo entró, porque luego espiré y algo de humo residual salía. Me quedé paralizada, con el cigarro en la mano.

—Miriam, la ceniza.

Era verdad, la ceniza estaba a punto de caerse del cigarro y había que echarla. La eché de inmediato. Entre mi madre y yo no intercambiamos ninguna palabra más. Ella cogió su bolso y me dijo adiós con la mano. Y ahí me quedé yo, con el cigarro en la mano, que mantuve hasta que se terminó y lo apagué en el cenicero.