Miriam. Capítulo 1: Escenas

Madre e hija, protagonistas de un fetiche alrededor del tabaco que poco a poco va materializándose. No hay nada como que tu madre fume delante de ti.

Hola, me llamo Miriam. Tengo 18 años y estudio segundo de bachillerato. Vivo estresada de la vida por la maldita EVAU (Evaluación Acceso a la Universidad). Además, necesito una nota alta para poder entrar en enfermería, que desde pequeña ha sido mi trabajo preferido. Soy buena estudiante, confío en que todo saldrá bien, pero menudo estrés tenemos que soportar los estudiantes. Justo estoy de vacaciones de Navidad y a la vuelta tenemos exámenes. Ya quedan pocos días. Suelo estudiar en casa, además ahora con todo lo de la pandemia del coronavirus, todavía con más motivo.

Mi padre, Miguel, trabaja prácticamente todo el día, es ingeniero de telecomunicaciones. Mi madre puede teletrabajar algunos días a la semana; otros días va a la oficina. Es directora de márketing. Mi madre, Olivia, es la que más me ayuda con los estudios, no tanto en ayudarme con las asignaturas, que ya se le han olvidado, si no en trucos a la hora de estudiar o me ayuda haciéndome preguntas. La verdad es que me gusta mucho cómo es ella y siempre nos hemos llevado bien. Soy hija única así que os podéis imaginar lo mimada que he estado desde que soy pequeña. Mi padre siempre ha sido y es un poco duro conmigo, siempre me está exigiendo lo máximo, lo cual luego agradezco, pero parece que la única relación que tengo con él es de autoridad. Dicen que las sonrisas y los abrazos de las personas serias, como mi padre, son caras pero muy gratificantes cuando aparecen. Mi madre es todo lo contrario. Es una mezcla entre poderío y dulzura, sabe cambiar de rol de manera increíble. Tiene 45 años y la verdad es que ojalá yo llegue a su edad cómo está ella. Va al gimnasio, come sano, lee mucho, en su trabajo le va bien…Eso sí, mi madre tiene un hábito no muy saludable: le encanta fumar.

Tengo una relación extraña con el tabaco y con el fumar en general. Y tengo que hablar de mi madre para poder contaros todo. Tengo 18 años y como toda chica joven, he visto cómo empezaban a fumar algunos de mis amigos, lo he visto en películas y series, lo he visto en las redes sociales con las llamadas influencers… Y lo he visto en casa. Mi padre no fuma; tampoco es antitabaco y sé que alguna vez ha fumado en casa en alguna situación especial o algo así. Mi madre fuma habitualmente. Eso sí, solo 3 cigarros al día, creo que nunca la he visto fumar más que eso. Los 3 cigarros son después de desayunar, comer y cenar. Siempre así, siempre ha sido así, por lo menos desde que tengo uso de razón. Mis padres siempre me han dado la típica charla de que el tabaco es malo y que antiguamente era un elemento de revolución porque las mujeres lo tenían prohibido y toda la retahíla de argumentos típicos. Siempre he sido muy deportista y me he rodeado de amigos que no tiraban por los malos hábitos en general, salvo algún botellón. Sí que conforme han ido pasando los años, más amigos, y sobre todo amigas, han empezado a fumar, siempre en un contexto de fiesta y con amigos. A mí alguna vez me han propuesto pero la verdad es que no me llamaba la atención y tenía claro que era malo y que engancharse podía traer consecuencias muy negativas para la salud. Parece que soy una superviviente ante tanto estímulos humeantes, parece un milagro que no fume.

Según iba pensando en cómo he sido de pequeña y cómo he ido creciendo, parece que estaba destinada a ser una antitabaco de manual. Pero ocurrió algo en esas navidades de 2021. Como os decía, yo estaba estresada por los exámenes. Mi padre tuvo los días de rigor de vacaciones de navidad, por lo que ha seguido trabajando casi como siempre. Mi madre sí que se ha cogido vacaciones, aunque a decir verdad, sigue trabajando no oficialmente. Total, que estábamos las dos solas en casa y tenemos una mesa grande en el salón y ahí nos solíamos poner, cada una con lo suyo. Había días que nos pasábamos prácticamente todo el día en esa mesa, quitando algún rato en el sofá o haciendo ejercicio en la planta de arriba (vivo en un dúplex). Uno de esos días me levanté yo antes que ella y me puse a estudiar en la mesa. Y al rato apareció ella y parecía que quería estar conmigo, que ya estaba acostumbrada a ponerse conmigo y hacernos compañía. Normalmente, desayuna, come y cena en la cocina, por el tema del tabaco. Yo no he sido cascarrabias nunca con el tabaco, simplemente lo tengo normalizado desde siempre y nunca le he pedido a mi madre que fume en la terraza, en la ventana o cosas así. Ella lo hace por voluntad propia. Pero ese día, no sé por qué, le dije:

—Mamá, puedes desayunar aquí si quieres.

Ella, sorprendida pero con cara de ángel, me dijo:

—Cariño, sabes que fumo después de desayunar.

—No me importa, mamá, ya estoy acostumbrada y me gusta que estés aquí.

—Vale, cariño —me dijo mientras se giraba hacia la cocina.

No sé por qué le dije eso. Me sorprendió que no me rebatiera con cualquier argumento del tipo “el salón va a oler mal” o “no quiero que te tragues el humo”. No suelo verla fumar normalmente, porque cuando yo me levanto para ir al instituto, ella o ya se ha ido o ya ha desayunado y fumado. Y lo mismo para comer y cenar. Cuando más la veo fumando es después de cenar, porque a veces me quedo hablando con mis padres de algo o estamos viendo la tele en la cocina. Pero sí, me sorprendió mi propia respuesta de decirle que se quedara en la mesa y desayunara (y fumara) a mi lado.

Yo seguía con mis apuntes de literatura, como si nada. A los pocos minutos, mi madre se acerca a la mesa y apoya en ella un café con leche, unas galletas con fibra y una manzana. Y un paquete de Marlboro y un mechero. Me quedé mirando el paquete de Marlboro. Mi madre, justo al sentarse, me preguntó:

—¿Seguro que no te molesto?

—Qué no, mamá, en serio.

Mi madre se puso a desayunar mientras miraba en el móvil las noticias. Yo a lo mío, sudando la gota gorda estudiando La casa de Bernarda Alba . En diez minutos, mi madre había terminado de desayunar y justo cuando iba a echar mano del paquete de tabaco, me miró, se fijó en mis apuntes y me dijo:

—¿Qué tal llevas el estrés? Ya queda poco para los exámenes.

—Puff, la verdad que estoy bastante agobiaba. Osea, lo llevo bien, pero es que como no puedo sacar menos de un 9…Es la presión de hacerlo todo bien.

Mi madre sacó un cigarro del paquete que, por cierto, era nuevo, y poniéndoselo entre los labios me dijo:

—Acuérdate de lo que te dije el otro día: palabras clave. Quédate con las palabras clave y a partir de ellas elabora el comentario de texto.

—Sí, sí las tengo subrayadas…—solté un suspiro y miré hacia el techo como en señal de agobio.

Justo cuando bajé la mirada, mi madre estaba encendiéndose el cigarro con una elegancia que no me había parado a observar. ¿Qué me está pasando? De repente toda mi atención se fue a los movimientos que hacía mi madre con el cigarro sobre el cenicero y sobre el aire. Era como si estuviera danzando con el cigarro, incluso el humo hacía sus contorneos y no podía parar de mirarlo. Mi madre seguía mirando el móvil. Había momentos donde contestaba algún mensaje con el cigarro en la mano y otras veces lo dejaba sobre el cenicero. El cenicero estaba justo colocado enfrente de mi mirada y cuando mi madre dejaba el cigarro en el cenicero, subía la vista de mis apuntes y lo miraba. Cada vez se iba haciendo más pequeño y la ceniza se iba acumulando en la parte terminal. Justo en ese momento, mi madre, con una especie de intuición, lo cogía y le daba unos toquecitos sobre el cenicero para quitarle la ceniza sobrante y así poder darle una calada.

Me sorprendía a mí misma porque nunca me había fijado en esos detalles. Fumar para mí era casi como un acto burocrático: la gente empieza a fumar, se vuelve adicta y fuma ya por necesidad, como un acto mecánico. Pero mi madre no era así. Mi madre fuma 3 cigarros al día y siempre me dice que ella no está adicta, que podría dejarlo en cualquier momento y, de hecho, por circunstancias varias, ha habido días en los que no ha fumado nada y no ha estado con abstinencia ni nada de eso. Entonces, mi madre me estaba asombrando con su delicadeza a la hora de fumar y nunca me había parado a mirarla de ese modo.

Llevaba el cigarro por la mitad cuando me quedé mirándola, parece que ya no podía fingir levantando constantemente la mirada de los apuntes. Ella estaba mirando el móvil así que la escena no era violenta. Entonces vi como le daba una calada profunda al cigarro, de unos 4 segundos y cómo abría la boca bastante pero despacio y dio un impulso con la boca tragándose el humo. Me quedé impactada. ¿Mi madre siempre ha fumado así? Claro, nunca me había parado a mirarla fumar. Fumar para mí era el acto tonto de chupar el cigarro y echar el humo. Ya está. ¡Y más impactada aún me quedé cuando vi que no echaba el humo! Estaba por decirle: “mamá, respira”. Al cabo de unos 4 o 5 segundos, echó el poco humo que le quedaba, ya que el resto lo debía tener en los pulmones.

Justo cuando acabó de echar todo el humo, levantó la mirada del móvil y me pilló mirándola, no pude volver la mirada a mis apuntes. Entonces, con una sonrisa pícara, me dijo:

—¿Qué, tengo mocos en la cara?

—¿Qué? No…no —le respondí mirando por la ventana a mi lado.

—Ya…

Mi madre volvió a mirar el móvil y yo volví a mis apuntes. Después de quitar la ceniza en el cenicero, mi madre se disponía a darle la última calada al cigarro. Disimulando, alcé la mirada para verla y de nuevo, una gran calada tragándose todo el humo con un gesto de la boca que me parecía super complejo, como abriendo la boca lentamente y luego rápidamente cogiendo aire (humo, claro), seguido de una pausa de unos segundos, para finalmente echar el humo restante. Apagó el cigarro y llevó el cenicero y las cosas del desayuno a la cocina, no sin antes abrir las ventanas para despejar el salón de humo.

El resto de la mañana y del día transcurrió con normalidad. Por la mañana seguimos cada una a lo nuestro y al mediodía salió a comer con una amiga, así que comí sola en casa. Estuve estudiando todo el día prácticamente en el salón y por la noche cenamos los tres juntos en la cocina, como cualquier día.

Ese día me había cundido bastante, lo había dedicado a literatura al completo y sentía que había sido un día productivo. Así que me dije a mí misma “me merezco un baño calentito”. Y así lo hice, tenemos una bañera grande con burbujas y todo eso y ese baño llegaba en el momento perfecto, justo después de cenar y antes de dormir. Me puse música suave mientras me relajaba en la bañera. Estaba con los ojos cerrados, pensando en nada. Disfrutando de la música, la relajación…Después pensé en el plan del día siguiente, qué asignaturas iba a estudiar y cómo me iba a organizar. Mi memoria y planificación es totalmente visual, necesito imaginarme la escena de la actividad que voy a hacer para, de alguna manera, prepararme para ir más tranquila. Y pensando en estudiar en el salón me vino un flash de mi madre fumando. Escenas como las de esta mañana: mi madre encendiéndose el cigarro, sacando el cigarro fuera del paquete, el toqueteo sobre el cenicero, las caladas profundas…No podía quitarme esas escenas de mi cabeza. Intentaba poner la mente en blanco…pero nada. Me volvían esas imágenes. Llegó un momento en que dejé de luchar contra esas imágenes y dejé que se quedaran. Una y otra vez las mismas escenas que había observado por la mañana. De hecho estaba intentando magnificar los detalles para ¿disfrutar? de mi imaginación. Ni me estaba dando cuenta de que mis propias manos estaban en mi clítoris y de que me estaba poniendo cachonda. Me estaba excitando, imaginándome a mi madre fumando. ¿Qué me está pasando? Hacía unas semanas que no me masturbaba y sentía que iba todo muy rápido, que si seguía con esas escenas en mi cabeza, acabaría teniendo un orgasmo y corriéndome. Además, que yo a veces me corro modo squirt, a lo grande. Iba todo muy rápido y decidí parar en seco mis pensamientos, abrí los ojos y me salí de la bañera medio asustada, me sequé, me puse el albornoz y me fui a mi cuarto. Llegué a mi cuarto, me puse el pijama y me metí en la cama. Dejé la luz encendida porque iba a leer un poco, ya que me había propuesto leer un poco cada día antes de dormir. Ya estaba más tranquila y en breves me iba a dormir.

Estaba leyendo cuando de repente escucho la llamada a la puerta, con toquecitos sutiles.

—¿Sí?

Era mi madre.

—Soy mamá, ¿puedo?

—Sí.

Mi cama está pegada prácticamente a la puerta. Mi madre ni siquiera entró a la habitación, solo se asomó un poco.

—Cariño, te has dejado la bañera sin vaciar. Acuérdate de vaciarla, ¿eh?

Con las prisas, había olvidado quitar el tapón de la bañera.

—¡Ostras, perdón! Se me ha pasado, estoy super cansada…

—No te preocupes, pero para la próxima…

—Sí, sí, vale, vale. No me olvidaré.

Mi madre me echó una sonrisa y se disponía a cerrar la puerta cuando me dijo:

—¿Mañana desayunamos juntas?

Me quedé paralizada. ¿Y esa pregunta? Pretendía en ese momento entender la pregunta pero con el sueño que tenía, simplemente le dije:

—Vvv vale, sí, genial.

—Pues hasta mañana, cariño. Que descanses.

—Hasta mañana.

Mi madre cerró la puerta y ahí estaba yo, echa un lío. ¿Por qué me había preguntado eso? Desde luego es por algo que había pasado esa mañana porque es una novedad, realmente. Vaya día, pensé. Decidí no preguntarme nada más. Justo el día anterior estuve estudiando filosofía y aparecía la idea de la navaja de Occam, la idea de que hay que pensar primero en la opción más sencilla, no hay que complicar sin necesidad. Pues eso pensé: simplemente quería que desayunásemos juntas otra vez, a modo de chascarrillo para despedirse de mí en la puerta.