Mirando el techo
Una hermosa y enigmática mujer, me ofrece sus servicios mientras camino por la calle y acepto acompañarla. Dios mio como me arrepiento de haberlo hecho.
Escenas de pasión
No sé si la historia que voy a narrarles ha ocurrido en realidad o la he soñado, lamentablemente nunca lo sabré. Creo que sus protagonistas han muerto, aunque tampoco puedo asegurarlo. Todo resulta tan confuso, tan extraño.
Aquel día de Noviembre, era martes. Había salido del trabajo un poco antes, porque tenía la intención de comprar algunas cosas para la cena y luego ir al cine, solo, a ver la última película de Zverische, creo que se escribe así.
Hacía frío, no demasiado, sentía en mi cara el azote del viento, por lo que incliné la cabeza para protegerme. Caminaba deprisa. La calle estaba vacía, prácticamente. Un tendero cerraba la puerta corrediza de su negocio, y una pareja iba abrazada por la acera de enfrente.
Todavía me quedaban quinientos metros hasta el supermercado, iba escuchando música en el mp, recuerdo que era una canción de U2, me gusta la música de este grupo.
Al cruzar una pequeña calle, miré por si venía algún coche y entonces vi a una mujer en el suelo, parecía inconsciente, me acerqué cuando comenzaba a levantarse, la cogí del brazo y se desprendió de mi mano con rabia, pronunciando unas palabras que no logré entender.
¿Qué quieres? -, me dijo, mientras acababa de incorporarse. No respondí, pero ella insistió.
Quieres venir conmigo, guapo,...., por cincuenta euros te puedo acercar al paraíso con mi lengua, y no te digo con mi cuerpo -, mientras sonreía como si no hubiera pasado nada, creo que estaba borracha, y me iba a dar la vuelta por donde había venido, cuando vi sus ojos, eran grises, verdes y grises, era una mujer preciosa, su cuerpo erguido haría que me diera la vuelta al verla pasar por la calle, su pelo le cubría parcialmente el rostro. No lo tenía pensado, pero me oí decir.
Por qué no, donde vamos-, ella me cogió de la mano, y caminamos por la estrecha calle hasta una pensión mugrienta que estaba a unos cien metros de donde la había encontrado. Llamó al timbre del segundo piso. Habló por el intercomunicador con alguien que debía conocerla y la puerta se abrió. Tiró de mi y cruzamos el umbral. Mientras yo comenzaba a reaccionar y preguntarme que hacía allí.
Tras salir del ascensor, una puerta estaba abierta al final del pasillo, no había nadie, entramos y nos dirigimos a otra puerta que la chica abrió sin llave. Dentro había una cama y un aguamanil, entonces me dijo que la habitación costaba 20 euros la hora, le pagué los setenta euros y ella sacó del bolso un preservativo, diciéndome, que la goma la ponía la casa. Empujándome sobre la cama, me iba besando en la cara de forma mecánica y yo le dije que fuera más despacio.
Su rostro estaba tenso, me pareció que sentía deseo, pero no tengo mucha costumbre en discriminar las expresiones de las putas, no frecuento sus servicios. Comenzó a bajarme el pantalón que hábilmente me había desabrochado. Puso su mano en mi polla, que ya estaba medio tiesa. La acarició sobre el calzoncillo sonriendo, besándome y desvistiéndose con la otra mano.
De pronto se alejó, levantó su falda y pude ver su ropa interior negra, un liguero sedoso precintaba unas medias brillantes en unas largas piernas, iba sin bragas, o con un tanga muy estrecho no lo sé. Se pasó la mano por el coño, y luego se la chupó sacando una lengua que hacía del lamer un arte, mi polla ya estaba completamente tiesa.
Se dio la vuelta, y comprobé que sí llevaba un tanga negro, porque la tira se perdía entre sus nalgas pero vi que aparecía más arriba. Estaba realmente caliente. Ella dijo algo que no entendí, muy bajo, tal vez que si me gustaría encularla. Mis ojos estaban clavados en su coño y entonces me di cuenta de que seguía oyendo música, arranqué los auriculares y ni siquiera apagué el mp, mientras me abalanzaba sobre ella, con aquella sonrisa de puta experta me estaba poniendo muy cachondo pensando en lo que ocurriría.
Le di la vuelta, la eché sobre la cama, le levanté el culo, mi polla ya había salido por la bragueta del calzoncillo y cuando iba a penetrarla una mano salió entre sus piernas con un condón preparado para ser enfundarme la polla, todavía no sé como retiró el envoltorio. Me lo puse y la penetré, ella me dijo que me quedara quieto, y comenzó a mover su culo despacio, acariciándome la polla que entraba y salía con ritmo preciso, muy despacio, cada vez más despacio, hasta que descendiendo su columna para dejar su culo en posición comenzó a dar golpes secos, fuertes, yo no hacía nada, bueno, sí, trataba de no correrme mientras la muy puta gemía como una niña que hubiera perdido su muñeca, para inmediatamente jadear con un ruido gutural extraño como si fuera una vieja.
Estaba consciente de que este era el polvo de mi vida, y hacía lo posible por no correrme, sudaba como un perro, mientras todos los sentidos se iban uniendo para alcanzar el final, entonces me corrí, al mismo tiempo que se abría la puerta.
Un tío entró, me dio un golpe en la cabeza y caí, perdí el conocimiento, cuando desperté sobre la cama ella estaba con un pañuelo en el cuello, creo que muerta, sus ojos abiertos mirando el techo, y él colgaba de una cuerda de la viga del techo sobre una silla rota en el suelo. Cogí la ropa, me vestí y salí corriendo, mirando a todas partes para que nadie pudiera verme. Bajé por las escaleras para ir más deprisa, abrí la puerta de la calle, y comencé a apresurar el paso hasta que terminé corriendo, vi un taxi, y le llamé, le dije que fuera a cinco manzanas de mi casa, iba a pagarle cuando al introducir la mano en el bolso del pantalón encontré una nota, la arrugué en la mano le di diez euros al taxista y le dije que se quedara con la vuelta.
La nota decía simplemente: "capullo, esta puta me pasó el sida, hazte las pruebas dentro de tres meses".
Me eché en la cama y me quedé dormido, estuve durmiendo diez horas seguidas. No fui a trabajar, llamé y dije que no me encontraba bien y era cierto. No salí de casa en todo el día. No sé ni lo que hice.
Al día siguiente baje a comprar el periódico y comencé a leer directamente las noticias de sucesos, decía que un narcotraficante había asesinado a su novia con la que vivía en una pensión, suicidándose más tarde. No decía nada más.
Busqué la nota pero no la encontré, me miré la cabeza en el espejo y no tenía ningún golpe, en la mesilla de noche había una botella de güisqui pero yo no recuerdo haber bebido. Todo resultaba tan extraño. Con el paso del tiempo llegué a pensar que tal vez hubiera soñado lo ocurrido, no lo sé, ciertamente no puedo confirmar de ninguna forma que estuviera en la escena de aquel horrendo crimen.
A los tres meses me hice las pruebas, y no tenía nada, pero desde entonces no he vuelto a empalmarme, ni siquiera pienso en el sexo, ni siquiera miro a las tías, ni siquiera me he hecho una paja. Solo recuerdo aquellos ojos, no sé si grises o verdes, mirando al techo, con un pañuelo enroscado en el cuello.