Mírame ~ Parte IV: Trenzas rojas (Resubido)
Nada más atravesar la puerta principal del instituto tuvo que apoyarse en la pared. Se sentía mareada, muy cansada y le dolía mucho la cabeza. Sabía que tendría que tener cuidado, pero tenía que mantener las cosas así un poco más.
Una sola mirada puede cambiar el punto de vista de todo lo que conocemos, una sola mirada... ¿hasta qué punto es eso bueno?
A la mañana siguiente, y pensando en lo que Everet le había dicho, abrió la puerta del armario y sacó su kimono favorito, una bella prenda roja y negra, con el obi lleno de lazos negros y las mangas rematadas en trenzas rojas. A juego con este unas medias de red hasta los muslos y unos botines negros decorados con una fina cadeneta.
Cuando llegó al baño para peinarse iba a atarse las dos coletas, pero recordó el fetiche del profesor y peinó su pelo dividiéndolo en dos trenzas que caían sobre su cuello desnudo. Visto esto buscó en su joyero una gargantilla negra de terciopelo fino, decorada con una cruz celta. Estaba encantada con su estilo, y antes de salir del baño se encontró con su hermana, que la miró de pies a cabeza, repasando su vestimenta.
-¿Pararás algún día?
-Tú no lo entiendes.
-Entonces explícamelo.
-Tengo que hacerlo, sino Everet es capaz de contarle mi secreto a todo el mundo y tendríamos que marcharnos otra vez.
Leyre sabía que no era culpa suya, que todo eso había empezado una tarde de verano en la que Laeti, que adoraba el helado de vainilla, convenció a su madre con una mirada para que se lo comprase por tercera vez. A la buena mujer no le gustaba que su hija de siete años comiese tanto helado, sabía que podía hacerle daño, pero no había podido resistirse a los ojos de gato de su hija menor. Desde entonces Laeti había ido desarrollando sus poderes hasta que pudo llegar a controlarlos casi por completo, y recordando eso Leyre se apartó para dejarla pasar, y vio marchar a su hermana con la mochila sobre sus hombros que, a simple vista, parecían frágiles. Laeti era mucho más fuerte de lo que parecía a simple vista, no en vano había estado practicando taekwondo desde que era muy pequeña.
Al llegar al colegio, mucho antes de lo previsto, subió al despacho de Raphael Wilder, el profesor que enseñaba historia a Everet. Raphael, al verla vestida de aquel modo y con las trenzas tan largas que llegaban casi a su cintura, abrió la puerta y la dejó entrar, a pesar de que a ella no le daba ninguna asignatura.
-¿Usted es la señorita Tiala?
-Prefiero que me llame Laeti.
-¿En qué puedo ayudarla?
Solo una mirada, solamente una y tendría de él todo cuanto quisiese. Repasó a aquel hombre ya entrado en la cuarentena, de cabello cano aunque un poco oscuro y que siempre vestía de traje y mocasines. No tardó ni medio segundo en darse cuenta de que había logrado excitarle, el bulto en su pantalón era más que evidente.
-Se trata de mi amigo Everet.
-Ah, ese chico.
-Corren rumores sobre usted -se acercó despacio-, rumores bastante nocivos, y al parecer ciertos.
-¿Qué tiene eso que ver con el señor Delanay?
-Todo. Según se cuenta le excitan las mujeres que llevan trenzas, así que los chicos a los que da clase lo tienen bastante difícil para aprobar -lo miró fijamente, y sus ojos amarillos brillaron un momento-. Quiero que le ponga la asignatura incluso más fácil que a las chicas. A él y a sus amigos... Ponga la clase al mismo nivel y todo irá bien, ¿lo hará?
-Se lo juro.
-Muy bien.
Y dicho esto Laeti salió del despacho. Nada más atravesar la puerta principal del instituto tuvo que apoyarse en la pared. Se sentía mareada, muy cansada y le dolía mucho la cabeza. Sabía que tendría que tener cuidado, pero tenía que mantener las cosas así un poco más. Cerró los ojos un momento y, cuando volvió a abrirlos, se encontró con la mirada preocupada de Everet.
-¿Estás bien?
-Sí, no te preocupes. Lo de Wilder está solucionado.
-Sabía que podías hacerlo -muy despacio soltó sus cabellos y los ató en las coletas que normalmente llevaba-. Mucho mejor.
Ese simple gesto consiguió aliviar casi por completo a Laeti, que en poco tiempo volvió a recuperar el tono que su piel había perdido ante la fatiga que había experimentado momentos antes. Para ser completamente sinceros las dos coletas tenían doble función: la primera era darle el toque extraño e infantil a su extraño estilo, y la segunda controlar su salud. Parecía extraño, pero así evitaba que se marease.
-Vamos al ala norte.
Esa zona del colegio había sido clausurada, así que nadie pasaba por allí. Everet tomó a Laeti de la cintura y la condujo por los pasillos hasta llegar a la zona deshabitada del instituto.
-¿Por qué querías venir aquí?
-Te mereces un premio.
Everet la hizo apoyarse en una pared y bajó sus bragas azules muy despacio. Adoraba ver el sexo de Laeti completamente depilado. Laeti, además de ser un ser que podía controlar todo cuanto quisiese, gustaba de llevar siempre todo igual, como si tuviese algo en contra de la perfección. Nada más terminar de abrir su kimono con cuidado y dejarlo a un lado, lamió sus muslos hasta la humedad que emanaba ya su lugar, recorriéndolo despacio con la lengua, lamiendo los jugos que salían de su cuerpo. Laeti no podía evitar gemir, y cuando estuvo lista, Everet la penetró de golpe y comenzó a moverse muy rápido, arrancándole gemidos que no podía acallar.
Una mano fue a sus pechos y apretó sus pezones duros como piedras, retorciéndolos y jugando con ellos, mientras que la otra comenzó a masturbarla. No tenían mucho tiempo así que tenía que ser rápido. Gimió al sentir que se apretaba, estaba a punto de correrse y sabía que tampoco aguantaría más. Solo unas estocadas después dejó dentro de su cuerpo su leche. Laeti, al sentir el cálido fluido dentro de su cuerpo, se estremeció un segundo y acabó por correrse también, cerrando los ojos en ese momento al que empezaba a volverse adicta.
-Everet, ¿significo algo para ti?
-Mucho más de lo que crees. Sé que te parecerá una locura, pero quiero que seas mi novia, casarme contigo, tener hijos tan especiales como tú y vivir a tu lado para siempre.
No sabía si le mentía o no, pero le daba igual, esas palabras la hicieron más feliz de lo que nunca lo había sido, a pesar de tener siempre todo cuanto quería.