Mírame ~ Parte II: Novios

¿Eres virgen? -no contestó-. Más que eso -su mano bajó lentamente hasta su cintura y se metió bajo su kimono-. Ni siquiera te tocas -mordió su oreja-. Eres el sueño de cualquier hombre.

¿Y si todo tu mundo se basase en el control? ¿Qué pasaría si se rompiese?

La habían invitado a una fiesta, y aunque se había dicho a sí misma mil excusas para no ir, se trataba del cumpleaños de Shara y era casi una obligación. Sin embargo tenía un mal presentimiento, probablemente el peor que tuvo en años, pero no sabía de qué podía ser. Agitó la cabeza para alejar de si misma esos pensamientos y se vistió con un kimono angura kei rojo y negro, con cientos de lazos, unas medias de rejilla que terminaban en sus muslos y unas botas altas llenas de cadenas. Además llevaba unos mitones negros y un anillo que parecía una garra.

Definitivamente Laeti era el ser más extraño del mundo, pero también tenía muy buenos sentimientos. Ella sabía perfectamente qué le gustaba a Shara, y había conseguido para ella un CD de un grupo que le encantaba, firmado por todos y cada uno de los integrantes. A ella le iba la música alternativa, especialmente la japonesa, pero respetaba los gustos de su amiga.

Salió a la calle y recorrió la ciudad hasta llegar a la otra punta, a casa de Shara. En cuanto llegó se dió cuenta de que muchos iban disfrazados, de hecho casi todos excepto ella... y Everet. No tenía ni idea de qué hacía allí pero todos los que llevaban disfraz tenían una cosa en común: dos piercings en el labio. No dijo nada, simplemente le mostró el CD a Shara, que lo miró con ilusión, y lo partió en sus narices.

-¿Por qué has hecho eso?

-Ahora que estás saliendo con Kyle te has vuelto como ellos -intentó abrazarla, pero Laeti retrocedió-. No se te ocurra tocarme. Hablaremos más tarde -entrecerró los ojos.

-No te acerques a Kyle.

-Yo no soy una zorra que se dedica a cambiar según le conviene, no soy como tú.

No dijo ni una sola palabra más, simplemente le dió los trozos del CD y salió de allí intentando mostrarse serena, pero una vez dobló la esquina, una vez se aseguró de que nadie la veía, se sentó en un banco y enterró la cabeza entre sus manos. Había perdido a una amiga, probablemente a su única amiga, por darle lo que más feliz le había hecho.

-¿Quién iba a decir que eres capaz de llorar? -levantó la mirada-. No derramaste ni una sola lágrima cuando te quité los cristales del brazo.

-No estoy de humor.

-Intenté evitarlo pero no me hicieron caso.

-No importa. Está claro que vaya a donde vaya todo el mundo intenta hacerme daño.

Everet se acercó a ella y la abrazó, y aunque al principio se mostró reticente a ello, el chico no se rindió y a Laeti no le quedó más remedio que dejar que siguiese, permitir que la rodease con sus brazos y cerrar los ojos.

-A mi me gustas como eres.

-¿Te gustan las chicas como yo?

-Me gustas tú -la agarró de la mano-. Ven, vamos a mi casa. Nos lo pasaremos mejor que en esa fiesta.

Recorrieron el parque caminando y atravesaron un par de calles hasta llegar a casa de Everet. La última vez que había estado allí había sido por los cristales. Desde entonces habían hablado mucho y se saludaban cada vez que se cruzaban en los pasillos del instituto. La herida que había sanado el chico se había convertido en cicatriz y a Laeti le gustaba observarla durante horas.

-¿Sabes jugar al ajedrez?

-Mi padre me enseñó un poco, ¿por qué lo preguntas?

-Mientras veníamos se me ha ocurrido una idea -sonrió-. Sé lo de tus ojos.

-No sé de qué me hablas.

-Venga ya, ¿de verdad piensas que me tragaría que Kyle ha dejado a Cinthya por Shara únicamente por tener el pelo azul? Kyle estaba realmente enamorado de ella e iba a pedirle matrimonio, me lo dijo muchas veces.

Se le congeló la sangre en las venas. Nunca se había parado a pensar que Kyle si tuviese sentimientos reales por Cinthya. Podía ser un farol, pero ¿cómo sabía que eran concretamente sus ojos? No, Everet sabía su secreto.

-¿Se lo dirás a alguien?

-No, pero a cambio quiero dos cosas -estuvo a punto de protestar, pero no era buena idea-. Lo primero es que quiero que me ayudes con un problemita, mis estudios y los de mis amigos. Nuestros profesores no nos tienen mucho cariño y espero que puedas cambiarlo.

-¿Y lo segundo?

-Tú. Quiero que seas mi novia -sonrió-, y quiero que mis amigos te conozcan y que podamos pasarlo bien todos juntos.

-Está bien.

Realmente no le molestaba. No sabía qué quería decir con lo de sus profesores, pero le daba igual. Se sentía feliz de ser la novia de Everet aunque tuviese la sensación de que la estaba utilizando. A penas se había dado cuenta pero Everet la había acorralado en la pared y no podía escapar, solo se percató de ello cuando el cabello largo le rozó la nariz y sintió sus labios en su cuello, recorriéndolo despacio. Laeti era muy sensible, y ese simple contacto hizo que se estremeciese de pies a cabeza, hizo que se sintiese débil y tuvo que apoyar todo el cuerpo en la pared, dejando sin querer espacio para que Everet pudiese moverse como más le gustase.

-¿Eres virgen? -no contestó-. Más que eso -su mano bajó lentamente hasta su cintura y se metió bajo su kimono-. Ni siquiera te tocas -mordió su oreja-. Eres el sueño de cualquier hombre.

Lentamente fue tirando de los corchetes que unían el vestido por la cintura y la dejó desnuda, dejando ver su cuerpo demasiado perfecto para ser real. Pálida, de piel suave y con un piercing de calavera en el ombligo. No se fijó demasiado en los detalles, solo dejó que su mano se colase bajo sus bragas negras de encaje y hurgasen en su sexo. Estaba muy mojada y que jugase con sus dedos en su clítoris la volvía loca. Tuvo que apoyarse en él para no caerse y aprovechó para morderle una oreja.

-Que sensible -la tomó en brazos-. Mejor vamos a mi habitación.

A Laeti no le apetecía nada discutir, estaba demasiado excitada como para pararse a pensar y no dijo nada. Everet subió las escaleras hasta la segunda planta y la llevó a una habitación completamente pintada de negro y con cientos de posters de grupos de heavy metal. No tuvo mucho tiempo para examinar la habitación, antes de poder siquiera fijarse en algo estaba tumbada en la cama y Everet no la dejaba escapar, y de todos modos tampoco quería. Dejó que terminase de quitarle el kimono y lo observó un segundo. Él sonrió y bajó hasta su sexo, para lamerlo profundamente, metiendo su lengua por todas partes, arrancándole gemidos con cada espacio que recorría. Metió un dedo, y se tensó por dentro a causa del dolor. Everet no se rindió, siguió investigando los rincones de su sexo con la lengua y empezó a mover su dedo dentro de ella. Tardó en que se acostumbrase, en oirla gemir de nuevo, y metió otro más. Siguió así durante un buen rato, llegando hasta tres dedos, y cuando al fin se aflojó lo suficiente se separó de ella y la besó.

-Pídemelo -el sonrojo por tenerle tan cerca se hizo más intenso-. Vamos, ya hemos llegado muy lejos -se acercó a su oído-. Dí "quiero que me folles".

-Yo...

-Te daré un pequeño aliciente.

Laeti vio cómo se desnudaba, dejando ver su cuerpo tallado por el gimnasio, la piel bronceada, y su miembro duro y grande. Se estremeció al verlo y cerró los ojos, lo cual fue un error porque Everet aprovechó ese pequeño descuido para agarrarla de las manos, dejándolas por encima de su cabeza, y empezó a frotar el duro y cálido rabo frente a su entrada, sin penetrarla en ningún momento. Eso la volvía loca, pero no lo suficiente como para no desear más. Al final ese deseo instintivo pudo con la vergüenza y cerró los ojos.

-Quiero que me folles.

-Buena chica -soltó sus manos y la besó despacio, agarrando su cabeza por el cuello-. No era tan difícil.

Por más que Everet la desease sabía que siendo virgen iba a tener que ir con cuidado, al menos al principio, y la penetró poco a poco, moviendose un poco según entraba más, hasta que entró por completo. Jadeó al sentirla tan apretada, pero pronto dirigió sus ojos a los dorados ojos de la mujer que, al menos en ese momento, le volvía loco. Empezó a moverse despacio, y aunque le costó mucho controlarse, no fue más duro ni más profundo hasta que logró arrancarle el primer gemido de muchos otros que vendrían. Al final acabó por moverse ella también, haciendo que el placer de ambos fuese inmenso.

Lamió su piel despacio y mordió sus pezones. Con algo tan simple y la follada brutal y caótica que estaban teniendo, logró que su cuerpo se tensase un momento y acabase por correrse antes que él, justo como había deseado desde el principio. La sensibilidad de Laeti era en ese momento mucho mayor, y ante el primer movimiento gimió muy fuerte. No iba a parar, su cuerpo húmedo y apretado le volvía loco y deseaba follársela más, mucho más.

-¿Te gusta? -respondió un "sí" mezclado con un largo gemido-. ¿Quieres que me corra dentro de tí?

No sabía qué decir. Por una parte deseaba sentir su leche recorriéndola por dentro, buscando en lo más profundo de su ser, aunque sabía que eso podía dejarla embarazada y no quería.

-Vamos Laeti, no aguantaré eternamente -lamió su cuello antes de volver a morderle la oreja-. Aunque me gustaría. Esto es el cielo.

De los hombres sabía lo que su hermana le había enseñado: que una chica linda hacía que perdiesen el norte, que muchos tenían fetiches, y cómo saber cuándo iban a correrse. A Everet le quedaba poco menos de un minuto y lo miró con los ojos vidriosos antes de asentir despacio. Ese gesto hizo que perdiese el control, y con dos fuertes estocadas se corrió dentro de ella, dejando sus fluidos en el cuerpo de Laeti.

-Para ser virgen eres una fiera en la cama.

-Pero si no he hecho nada.

-Es un cumplido, acéptalo.

-¿Y en qué quieres que te ayude?

-Mañana lo sabrás, ahora deberías irte -fue a buscar sus bragas pero Everet las agarró primero-. Me las quedo -sonrió-. Vístete y vete a casa.

Accedió a su petición y, tras terminar de colocarse bien el kimono y asegurarse de que su pelo estaba lo mejor posible, volvió a su casa evitando las calles transitadas para que nadie se diese cuenta de lo que había pasado. Entró al edificio rápidamente y subió por el ascensor, cosa que nunca hacía. Justo antes de poder sacar las llaves Leyre abrió la puerta y la miró sonriendo.

-Voy a tirar la basura, ahora vengo -acarició su mejilla-. Espero que quien sea que te haya desvirgado no haya sido muy bruto.

-¿Cómo sabes...?

-Estas roja como un tomate.

Leyre dejó que entrase a casa y bajó la basura rápidamente, tiempo que ella aprovechó para ponerse algo más cómodo. En cuanto su hermana volvió se sentaron ambas en el sofá y Leyre la miró sonriendo.

-Voy a sacarte hasta el más mínimo detalle.