Mírame

Y píerdete conmigo.

"Mírame", me ordenó una voz de tono profundo y seductor. Yo le obedecí y fue lo último que hice en mis cinco sentidos, por voluntad propia, siendo verdaderamente yo y no una sombra.

Regresaba de casa de mi abuela. La pobre estaba muy enferma y, siendo yo su única pariente, me quedé a su lado hasta que concilió el sueño. Se me hizo un poco tarde y no alcancé el último autobús. No tenía dinero suficiente para un taxi, así que decidí caminar hasta mi casa, después de todo no estaba muy lejos.

El rumbo por el que vivo no es lo que se dice seguro. Hay decenas de pandillas y crímenes todos los días, pero no tenía miedo. Cuando conoces a la gente, por más mala que ésta pueda ser, sientes un no se que por el cual no temes que te hagan daño. Tal vez sea el que te ven a diario o el que no quieren meterse en problemas con alguien que sea su vecino, pero un delincuente suele respetar sus territorios y a los que en él viven. Era por eso que, así el reloj marcara las dos o las tres de la madrugada y el alumbrado público no funcionara, no me atemorizaba el caminar sola a altas horas de la noche, a pesar de mi provocativo vestuario, mi arrolladora belleza capaz de despertar las más bajas pasiones o lo indefensa que de seguro estaría si, de repente, alguien decidiera romper esa ley no escrita acerca de respetar el lugar donde vives y su gente.

Con lo que no contaba, era que no todos los que aquella noche se encontraban, al igual que yo, caminando por las oscuras y casi vacías calles de la colonia, habitaban alguna de las casas cercanas. Se me olvidaba que los criminales, al respetar su barrio, salen a cometer sus fechorías a lugares apartados y por eso no todos me conocían, razón por la cual no me encontraba tan a salvo como yo creía. El peligro me asechaba como si fuera mi sombra.

Pensaba en la salud de mi abuela cuando lo sentí. Fue como una extraña y escalofriante brisa que recorrió mi cuerpo y erizó mi piel. Podía sentir la presencia de alguien, siguiéndome, pero no veía absolutamente nada. Hacía ya dos cuadras que no me cruzaba con nadie y, aparentemente, estaba sola. Entonces sí me aterroricé.

Aceleré el paso como reacción lógica, pero ese ser invisible era tan rápido como el viento. No escuchaba sus pasos, pero sabía que aún estaba ahí, esperando su oportunidad para atacarme. No sabía quien o que era, pero estaba segura que no era humano. Su vibra se respiraba diferente, como llena de melancolía y sangre podrida. Todo el ambiente estaba lleno de ella, parecía una densa masa de desesperadas emociones que te hacían arder por dentro y te producían yagas en la piel. No podía verlo, pero se metía por mi boca, mis oídos y mi nariz. Algo dentro de mí me decía que no había forma de escapar, que el final estaba cerca, en la siguiente esquina. El miedo comenzaba a corroer mis nervios y, justo cuando estaba por llorar, fue entonces que lo escuché: "mírame", me dijo una voz de tono profundo y seductor y yo le obedecí. Giré mi rostro y frente a mí, se encontraban dos pequeñas estrellas de azulado brillo.

En cuanto observé su destello, mi cerebro dejó de obedecerme y esa voz que parecía provenir de los luceros, pero que en realidad estaba dentro de mi cabeza, fue, desde ese preciso instante, la encargada de mis movimientos. Era como si me hubiera reducido de tamaño y viviera dentro de mi cuerpo, el cual estaba siendo controlado de una extraña manera por otra persona, una que no podía entender y me asustaba incluso el saber.

Me sentía como flotando y, siguiendo ese par de diminutos cometas, me fui adentrando en calles mucho más oscuras de las que no tenía conocimiento, por las que jamás había caminado. Era todo muy confuso, pero simplemente no podía parar mis piernas, ya no me hacían el más mínimo caso.

Se detuvieron hasta que ellas así lo desearon, cuando llegamos a las afueras de una vieja casona que de tan sólo mirarla te helaba la sangre o, al menos, la sangre del cuerpo que alguna vez te había pertenecido. Sin necesidad de tocar, la puerta se abrió y entré a aquella aterradora finca, aunque mi deseo era otro por completo diferente. Dentro sólo encontré más oscuridad y al dueño de esas estrellas y esa inquietante presencia que en un principio, cuando volvía de casa de mi abuela, comenzara a asecharme.

Se trataba de un hombre sumamente guapo y, magnéticamente, atractivo. En su rostro esos luceros se veían más bellos y brillaban con mayor intensidad. Me miraba de tal forma, que no tuve que esperar a recibir una orden suya para actuar. Como si pudiera volar, me le acerqué con los pies despegados del suelo y lo besé en los labios, con una pasión tan desesperada que parecía haber estado guardada en mi alma por ya varios siglos. Era como si le perteneciera y necesitara de sus besos para seguir. Con cada segundo que pasaba prendida de su lengua, mi voluntad se hundía más y más en el fondo de mis adentros. Ese hombre controlaba mi mente y yo no podía hacer nada para evitarlo. De hecho, era como si yo no deseara hacer algo para oponerme, como si todo aquello me estuviera gustando.

Con esa misma sensación de ser movidas por una fuerza externa, mis manos se deslizaron por toda su anatomía y lo despojaron de toda su ropa. Por lo oscuro del sitio, ya que la luz de sus ojos no iluminaba más allá de su rostro, no pude ver con claridad su cuerpo, pero al palparlo me pude dar cuenta de que era perfecto, el mejor. Para emparejar la situación, también me desnudé, a pesar de que él no me lo había pedido y de que tenía un novio que me esperaba en casa. No podía despegarme de él, la atracción que sobre mí ejercía era más fuerte que todo. No podía oponer resistencia a la profundidad con que, conforme el tiempo transcurría, me estaba controlando. Era tal su influencia, que empecé a dudar de su existencia y me convencí de que era yo la que deseaba estar a su lado, la que lo necesitaba para poder vivir.

Ya sumergida hasta el fondo del océano de mi dependencia, iniciamos una interminable cesión de caricias que fortaleció el lazo invisible que unía a nuestras mentes, a nuestros cuerpos.

Sus manos, de largas y filosas uñas, recorrieron mi piel haciendo pequeñas y delgadas heridas a lo largo de ella, cortadas que después limpió con su lengua, excitándome de sobremanera al mismo tiempo que, poco a poco, me arrebataba la vida y la razón. El placer inmenso que me proporcionaba, bloqueó cualquier advertencia de mi subconsciente acerca de que ese hombre me estaba matando.

Estaba acabando con mi existencia y yo no podía hacer nada al respecto. Le bastaba con mirarme a los ojos y sus dos brillantes estrellas penetraban mi cerebro para ordenarle que hiciera lo que él me pidiera, cualquier cosa que eso pudiera ser.

Con sus manos continuaba cubriéndome de infames caricias y cada vez me parecía más irresistible. Su enorme y petrificado pene se presionaba contra mi sexo y cada célula de mi cuerpo lo deseaba dentro. Ni siquiera había puesto uno solo de sus dedos sobre mi vulva, lo único que en condiciones normales lograba encenderme, pero ya me tenía chorreando de lujuria. Era algo inexplicable, como si me estuviera preparando para ponerle fin a la unión que existía entre nosotros para, después, volverme parte suya, pertenecerle por completo y para siempre. Era como si esas voces que retumbaban en mis pensamientos, entrenar a mi interior para recibirlo, para hacerme suya en toda la extensión de la palabra.

No tardé mucho en estar lista, cuando más, un par de minutos. Cada poro de mi piel destilaba placer y sensaciones que ni siquiera sabía como llamar me inundaban al sentirlo cerca, al sentir la punta de su verga intentando atravesarme. Salté contra la pared y me colgué de ella como una araña. Abrí las piernas de par en par, invitándolo a que me penetrara de una vez por todas. Observé el destello de sus ojos acercarse, a toda velocidad, hacia mí y su espada desgarró mi entrepierna con una profunda y contundente estocada que partió mi alma, la cual empezó a vaciarse con cada nueva embestida.

El ritmo feroz y despiadado de su follada me tenía en el infierno. Mi mente se comenzó a llenar con su nombre, a pesar de no saberlo. Mi piel se fue tornando pálida, conforme mi gozo aumentaba. Y cuando finalmente alcancé el clímax, sentí sus colmillos clavarse en mi cuello y su miembro eyacular sangre. Con aquel intenso orgasmo se me escapó literalmente la vida y su esencia derramándose en mi interior me llenó con su eterna muerte, condenándome a por siempre sufrir.

Ese estado de no poder controlar mis movimientos, de no tener voluntad propia, se incrementó mil veces con el sello de nuestro encuentro, con la mezcla de nuestras sangres. Mi conciencia se perdió para siempre en el vacío y la oscuridad en que mi interior, al momento del clímax, se transformó. Dejé de ser libre, dejé de ser yo para pasar a ser una extensión de su cuerpo, con todo y esos luceros azulados brillando en mi cara. Ya no controlaba mi mente porque ya no tenía una, él lo había arrancado todo y era la inercia o su energía lo que me mantenía en pie, a pesar de estar muerta, a pesar de no respirar y sólo sangre necesitar.

No todos los que aquella noche caminaban por las oscuras calles de mi colonia eran delincuentes. No a todos los conocía. Uno de ellos, uno peor que el más desalmado de los criminales, llegó a quitarme la vida y me sumergió en una gris y densa atmósfera en la que permaneceré, si nadie se apiada de mí y me despoja de mi muerte, eternamente. Mi personalidad se había esfumado y de mi novio o de mi abuela...ni pensar. Las tinieblas era mi nuevo hogar y no podía ni siquiera quejarme pues, desde el momento en que obedecí a esa voz de tono profundo y seductor, había dejado de existir. Desde que miré ese par de pequeñas estrellas que sometió mi razón, me olvidé de vivir para, en la oscuridad y a su merced, por siempre morir.