Miradas: Traseros mentirosos
Su posición me obligaba a lanzar miradas furtivas constantemente. No quería molestar, pero no podía evitarlo y no sabía cuanto iba a durar esa posibilidad de disfrute.
Andaba con la mirada distraída, vagando desde la enorme cristalera que dejaba apreciar un cuidado jardín a los traseros de dos chicas que charlaban animadamente y también, como yo, apuntaban sus miradas hacia el frescor del patio. Desde que recuerdo, siempre que he ocupado asiento en una sala de espera médica he prestado más atención a lo que me enseñaba el oído que a lo que me decía la vista. Esta vez no me llegaba nada interesante y andaba ensimismado, sólo los dos cuerpos femeninos me sacaban de las profundidades por momentos.
Una de ellas se giró para buscar asiento y pude comprobar que era de una belleza turbadora. Uno de esos rostros a los que cuesta mantener la mirada, duele tanta perfección. En este caso, además, el resto del cuerpo, sin alcanzar la perfección de la cara, acompañaba más que dignamente. La chica, de unos 25 años, lucía unas piernas duras y morenas a través de una falda que le subía por encima de la rodilla. Una camiseta de tirantes dejaba intuir unos pechos voladores y untuosos. Vino a sentarse en la bancada situada frente a mi. Su posición me obligaba a lanzar miradas furtivas constantemente. No quería molestar, pero no podía evitarlo y no sabía cuanto iba a durar esa posibilidad de disfrute.
Su amiga se había quedado frente al ventanal hasta que la chica la llamo - Mamá, ven a sentarte -. No podía creer lo que acababa de oir. ¿Mamá? es imposible pensé. El cuerpo de la “mamá” era aún más espectacular que el de su hija, algo más alta y con una falda más corta que dejaba ver unos muslos imposibles. Al darse la vuelta, comprobé que no era su amiga, pero su rostro combinaba el frescor de la belleza de su hija con una madurez que lo convertía en una hermosa pintura.