Miradas: la mujer del cabello negro

El calor le hacía perder el recato, o le daba la excusa para guardarlo en el cajón sin que su compañía pensara mal de ella. Una razón para inclinarse hacia mi.

La melena negra, larga, fresca. Cada giro de su cabeza desprendía ese olor. Sólo podía imaginarlo. La distancia no me permitía más que soñar.

El aire se templaba desde hacía unos días. No lo suficiente para abandonar el abrigo, pero sí para que calentara en exceso la mañana. Ella iba de negro, con unas pinceladas blancas. Pantalón negro, camiseta negra, escotada, y una camisa blanca remangada y al cabo de unas horas abierta.

El cabello recogido en una cola descuidada, con mechones descolgados que caían perezosos, largos, virtuosos sobre sus hombros y velaban el brillo de su cuello. Se sentaba, se giraba, volvía a acodarse sobre la valla, miraba de soslayo y se levantaba de nuevo para reanudar la letanía.

Estaba seguro de que sabía que me había prendido. Uno siempre tiene dudas pero esta vez, a pesar de que mi mirada no era la única que podía posarse en ella, algo me decía que la chica del cabello negro se movía para mi.

El calor le hacía perder el recato, o le daba la excusa para guardarlo en el cajón sin que su compañía pensara mal de ella. Una razón para inclinarse hacia mi. Mi posición elevada me ofrecía un imagen redonda y suave de sus senos, mucho más allá de lo pudoroso. Un segundo, diez, otros diez, veinte más.

El tiempo se movía perezoso, ondulante, dejándose llevar por la cadencia sedosa de los blancos pechos de la mujer morena, solo sujetos por la fina tela negra de su camiseta escotada. Tanto se paró el reloj que fui yo quien se sonrojó y desvió la mirada buscando algo de frescor lejos del calor que me abrasaba.