Miradas: la corriente de aire
Sus pezones recibieron la caricia y respondieron elevándose de nuevo frente los impedimentos de la vestimenta.
Bajó la mirada, azorada, y con un movimiento estudiado y firme cerró los brazos sobre sus pechos para ocultar la excitación que demostraban sus pezones. Yo pensé que había sido una ligera corriente de aire fresco la que se había aliado conmigo para endurecer su pezón hasta el extremo de asomarse desafiante, moldeando la tela de su sujetador y su camisa azul. Respeté su pudor y desvié mi atención, pero un desasosiego turgente me impelía a dirigir de nuevo la mirada hacia esos pezones. Una lucha interior entre mi deseo carnal de mirar y mi deseo racional que reclamaba respeto hacia su decisión de ocultar la excitación. Al fin y al cabo, sólo era una ráfaga de aire la que había elevado hasta un tamaño visible unos pezones de los que desconocía todo.
La siguiente vez que sucedió no había aire. Hacia calor. Me encontré con ella y no pude evitar mirar hacia sus pechos. Sólo distinguía la forma redondeada y abultada y tierna que pugnaba por liberarse de la opresión del sujetador. Llevaba una camisa cerrada casi hasta el cuello. Ella, lógicamente, notó que mi mirada descendía de sus ojos a sus pechos. Sus pezones recibieron la caricia y respondieron elevándose de nuevo frente los impedimentos de la vestimenta. Me desafiaban; y a ella también. Pero esta vez se rindió. Sus brazos no buscaron ocultar la excitación que enseñaban sus pezones, su mirada tampoco se agachó. Toda ella se mantuvo firme, enhiesta. “Esto es lo que hay” parecía decirme su cuerpo “si te gusta mirar no te lo voy a impedir”,... pero, claro, yo estaba soñando ya el paso siguiente.