Miradas: el culo

Estaba en esa etapa en que las mujeres han perdido el brillo fulgurante de la juventud pero aún no se han cubierto de la belleza serena e inteligente de la madurez.

Dicen que no hay nada inmutable en este mundo, algunos matizan que salvo la muerte. Yo no lo tengo claro, de momento no me he muerto. Lo que sí tengo claro es que hasta el día de hoy no he encontrado nada más mutable, nada más variable que el culo de mi compañera de oficina. Se transforma de diversas maneras, a veces por el tiempo, otras por las dietas y el deporte y casi a diario por la ropa que usa. Una vez conocí a un “sociólogo” que con indisimulada retranca afirmaba viajar por el mundo fotografiando culos para su posterior clasificación y estudio de la personalidad de su poseedora. Con mi compañera habría podido elaborar una tesis doctoral que a buen seguro habría obtenido el cum laude.

Cuando empecé a trabajar con ella éramos muy jóvenes los dos, ella más que yo. Estaba en esa etapa en que las mujeres han perdido el brillo fulgurante de la juventud pero aún no se han cubierto de la belleza serena e inteligente de la madurez. Esto no es una norma, pero lo he visto en muchos casos. No llamaba la atención. No era especialmente guapa, ni tenía un cuerpo que te hiciera volver la cabeza para seguir su paso. No me fijé demasiado en ella, lo confieso. Era un mujer de belleza retardada, que me fue calando con el paso de los meses e incluso de los años.

Al principio su culo se ocultaba a diario bajo vaqueros, faldas anchas o jerseys largos. Me fijé, siempre lo hago, pero aparentaba ser un trasero grande y flojo, de esos que se llenan de hoyos, de poca profundidad, eso sí. Un culo que necesita mucho atrevimiento de su propietaria para llamar la atención y ella no lo tenía. Un día nos contó que se casaba en unos meses y a partir de ahí la cosa empezó a cambiar. Se veía que trataba de perder peso y eso seguramente la llevó, poco a poco, a sentirse más a gusto con su cuerpo.

Una mañana captó mi atención. Sin ella pretenderlo, supongo. Llevaba un vaquero y una camiseta corta, de las que dejan ver la tripa si levantas un poco los brazos. Estaba sentada en su mesa y me pidió ayuda con una operación. Me situé detrás de ella para ver mejor la pantalla de su pc y quedé colgado de la sonrisa vertical de su trasero. El pantalón y las bragas, por su postura inclinada sobre la pantalla, dejaban asomar el inicio y algo más de su culo. Era blanco y parecía suave, muy suave, inmaculado. A partir de ese día no le quité el ojo de encima.

Tras la boda las redondeces de su trasero se elevaron, sin perder del todo la rotundidad que les dio la genética. Comenzó a utilizar mallas con jerseys cada vez más recortados, que dejaban asomar la tibieza de su trasero en el trasiego de la jornada laboral. No es que fuera provocando, pero se veía que andaba a gusto con su nuevo cuerpo y no se molestaba por ocultarlo como antes.

Un embarazo vino a frenar su espiral y cuando sus formas se redondearon de manera generalizada el trasero perdió su atractivo y fueron sus pechos, llenos, los que llamaron la atención durante unos meses. Pero tras su regreso al trabajo, volvió a recuperar su anterior esplendor, más maduro y elocuente que antes. Más atrevido. Más hipnótico para mi mirada admirada.

Siempre he pensado que ella no notaba el calor de mi mirada en su culo cada vez que se daba la vuelta. Siempre he creído que era un secreto que guardaba con cuidado. No soy de los que comentan estas cosas. Las disfruto sin más.

Hace unos días volvió a utilizar esas mallas ajustadas y finas que tanto gustan ahora a las mujeres. Las cubría con un chaleco de lana largo, hasta medio muslo. Se veía que no eran mallas muy gruesas. Tras ellas se adivinaba el color de su piel. Se acercó a mi mesa, me pidió algo, no recuerdó qué. Se dió media vuelta y avanzó unos pasos. Entonces, no sé.. levantó su chaleco y se recolocó las mallas, tan transparentes que su culo asomaba orgulloso agazapado sólo tras unas breves bragas de color negro con lunares blancos diminutos. Una vez bien acicalada, volvió la cabeza y con una sonrisa me dio las gracias. Y yo a ella.