Mío
De cómo preparo a mi esclavo para penetrarle el culito de putito caliente que tiene... y me lo follo con un arnés.
Mío.-
En mi relación con mi esclavo no puedo dejar de tener emociones y sentimientos hacia él. Yo, que siempre me creí por encima de esas debilidades, tengo que confesar que a medida que se vuelve más dócil, mi dulce y tierno rubio, me va robando el corazón. Cuando pienso que no me ve me detengo a mirarlo con cariño, con verdadero amor. Me acerco a oler su sueño como si de un bebé se tratara y paso mis dedos a dos centímetros de su barbilla, los arrastro sin tocarlo por su pecho hasta la cruz misma de su sexo dormido, inconsciente. Si no me puedo resistir lo despierto para que me coma, pero la mayor parte de las veces le dejo dormir, que nunca sepa la clase de emociones que despierta en mí. Que no sepa mi secreto me hace desearlo más, a cualquier hora y en cualquier momento mis ansias de él no se sacian porque de alguna manera ocultarle mi amor es dejarme a mí constantemente insatisfecha. De un modo extraño y total nuestras actitudes se complementan: él me desea y no puede tocarme hasta que yo se lo permita y debe hacerlo en las condiciones que yo le impongo, a cambio él puede expresarme su amor sin avergonzarse y tiene mil formas de hacérmelo saber, cada día lo hace mejor. Mi tortura es que yo debo esconder mis emociones para tenerlo siempre controlado y ansioso, para que no se canse ni aburra de adorarme, y puedo usar de él, satisfacer mi loca lujuria siempre que quiera, que es constantemente, porque es mi única forma de manifestarle todo lo que le quiero.
También yo contengo mis apetencias, mis fantasías, porque le preparo para que las satisfaga y mi placer se acrecienta si voy despacio, paso a paso. El delicioso culito de mi esclavo es mi más preciado objetivo, aún está cerrado, esperando para mí el momento mejor de hacerme con su presa. En los últimos días no he parado de tocarle, de obligarle a posturas en las que me enseñara su dulce trasero; para que fuera más sexy su caminar le obligué a llevar zapatos de tacón y a que moviera sus caderas por la casa. Me volvía loca su cadencia, porque él se da cuenta de que me excita así y no para de contonearse como una putita, mareado de excitación de verme mirarle con lujuria desaforada. Tengo que contenerme para no echarme sobre él en ese instante y violarlo allí mismo abriéndole sus piernas y follándomelo de cara para verle bien, sus gestos de dolor y su cara de placer. Él sabe que me contengo y su respeto es mayor y sus ganas de ser mío son cada día más grandes. Se arrastra desde su diván hasta mi cama y me mira lánguido esperando una señal para que le deje tocarme el pelo o los pies.
No le he dejado penetrarme nunca, porque si eso ocurre deberá ser después de que yo le haya poseído a él y siempre que su situación sea de sumisión, y aún no ha llegado ese momento. Mi esclavo sabe que algo se avecina, está excitado, nervioso, más pendiente de mí que nunca y eso me abre todas las fuentes y ando todo el día fluyendo líquidos.
Le tuve una semana de castidad completa, pero rozándolo yo constantemente, exhibiéndome para él, pellizcándolo y dándole cachetadas en el culito cada vez que lo veía pasar contoneándose por mi lado. En ocasiones le mordía los labios y tiraba de ellos con mis dientes y luego se los curaba con lametazos de mi lengua. Se quedaba erecto y temblando mientras yo me alejaba. Pero mi deseo se fue haciendo enorme y una noche mientras dormía no pude más.
Desde mi cama le veía la espalda, los movimientos de su respiración pausada, aparentando dormir, porque sé que sólo lo aparentaba, porque dándome el culito escondía su erección, la excitación por lo que esperaba, por lo que siempre había ansiado y no se atrevía ni a imaginar; mi esclavo había aprendido mucho y sabía que mi tortura hacia él tenía el efecto rebote de la agitación inmensa que me daba su espera.
Me levanté sin ruido y, tras abrir el cajón, saqué el arnés doble, que tiene una preciosa cinturilla de seda color burdeos que contrasta espectacularmente con mi piel blanca, que no me ciñe, ni me aprieta, ni da calor. El arnés, en su parte interior, tiene un pene de buen tamaño y cuando lo introduzco en mi vagina deja fuera una pequeña protuberancia rugosa que coincide con mi clítoris, al moverme, el pene interno, excita todo mi interior y desde fuera, sin tener que tocarme, me roza el clítoris y toda la zona alrededor de la vagina, los labios y el punto G quedan perfectamente estimulados. El arnés por fuera tiene un pene adaptado, de pequeño tamaño y regular grosor. Es un consolador para novicios en la penetración anal.
Con el arnés puesto, me calcé unas sandalias de tiras de color rojo y me acerqué taconeando hasta el diván de mi esclavo. Él se vuelve y su expresión ya me sofoca, está tembloroso, con la boca semiabierta y una actitud lánguida, como de animal vencido. Le tomo por su mano y le obligo a levantarse, a que me siga a la cama. Cuando está de pie cambio su mano por la polla enhiesta, está húmeda, dura y tan caliente que mi mano a su lado parece fría. Tiro de él a través de su miembro y él, indolente, se deja llevar echando el cuerpo para atrás de forma que se haga más patente que yo soy la que mando en su cuerpo, la que lo lleva. Me sorprende que sea capaz de aguantar por mí esa molestia, que sin duda lo será, para mostrarse más entregado y sensual, para que mi deseo de él se haga mayor. Y es tan fuerte que nada más llegar a la cama le beso apasionadamente, le introduzco mi lengua en su boca abierta, le muerdo los labios con saña, le como la mandíbula, las orejas y el cuello. Una bestia se apodera de mí, lo quiero hacer mío allí mismo, me tiembla todo el cuerpo y nunca tuve tanto furor, nunca me sentí tan salvajemente atraída por nadie. Le tiro sobre la cama y le muerdo el cuerpo entero dejándole marcas por todas partes, las huellas de mi furia incontenible, sobre los brazos, los pezones duros y negros, las caderas y sin pensar siquiera que un ama nunca debe hacer algo así, empiezo a chuparle violentamente su lubricado capullo, rojo y caliente. No me he dado cuenta, no me medido el gesto y él sin poder contenerse se derrama por completo en mi boca, sollozando de miedo y de placer.
Me gusta este ataque de testosterona de mi dulce esclavo; ha sido demasiado para él, tanta pasión y tanta lujuria de repente tras esa castidad a la que lo someto tan sensual y libidinosa. Él piensa que me voy a enfadar, no lo estoy, pero no debo defraudarle. Su emisión de semen no ha hecho más que encenderme más. Hago que estoy furibunda y le grito que eso merece un castigo inmediato. Le vuelvo boca abajo y le digo que voy a barrenarle su culo de puta caliente, de perra en celo, que le meteré mi polla y que lo mataré a empujones.
Entierra su cara en la almohada, parece que llora, pero cuando le abro ese delicioso culito se está contrayendo, dilatándose, estrechándose rítmicamente. Es demasiado, le supongo duro otra vez. Sin contenerme le escupo directamente en el agujero y pongo la punta del pene de mi arnés, de un empujón se la meto toda. La única forma de que yo reciba el placer con el otro lado del arnés es impulsar a ritmo y con fuerza la parte exterior sobre mi víctima. Ya me olvidé de él, no sé si le hice daño, me volví loca por la fiebre de sexo, borracha de sensualidad y perversión. Cada movimiento de penetración me derrite por dentro, me estimula y acrecienta mi placer, se expande en ondas por todo mi cuerpo. Verlo boca abajo, debajo de mí, penetrado por mí, unidos ambos por la misma corriente de placer, aumenta mi climax. Le muerdo en la nuca como hace el águila con su presa, mordisqueo cada prominencia de su columna, dejándole una marca oscura en la piel por cada lugar por donde pasó mi boca. No he posado mi pecho en su espalda, me mantengo a distancia, unidos sólo por el eje del arnés. Y entonces él vuelve a medias su cara, me deja contemplarle el perfil congestionado, donde todavía hay restos de lágrimas, y donde ha nacido violentamente el enrojecimiento del deseo, del climax sexual. Sé que disfruta.
Cambio entonces el ritmo, me dejo caer sobre él, mis tetas duras sobre sus dorsales, y me bebo la sal de su cara, lamo sus ojos y beso sus labios. Empiezo a moverme quedamente. Acoplados como delfines sincronizamos nuestros movimientos y me fundo con él, me sumerjo en un mundo libre, a meced de unas sensaciones cada vez mas grandes de plenitud y placer. Me dice:
Ama, soy tuyo.
Y yo me dejo vencer por su marea, moviéndome despacio, para provocar mi orgasmo, venciéndome con él para que goce de nuevo el suyo. Ambos muy juntos, muy suaves, muy lentos. Y mientras me corro le digo al oído:
- Mío.