Minifalda y Botas (1)
Una adolescente con una vida no muy agraciada comienza a desandar un camino de lujuria y placer de la mano de su....algo más que profesora.
Minifalda y Botas
- A ti te parece que tu abuelo y yo nos merecemos esto .
La voz de la abuela tenía una mezcla de amenaza y de reproche. Estaba parada en el medio del living, con una libreta en la mano, la que agitaba hacia arriba y hacia abajo mientras recriminaba a Grace. La muchacha hizo lo de siempre: agachar la cabeza y aguantar la reprimenda. Había sido educada bajo normas muy estrictas y si algo había aprendido era a obedecer. Y en esos momentos, una muestra de obediencia era callarse y escuchar.
- Claro, si estuvieran tus padres el problema sería de ellos. Pero no están, nunca estuvieron. ¿Y sabes porqué tú no estás internada en un colegio? ¿Lo sabes, no?
Claro que lo sabía. Nunca iba a poder olvidarlo, aunque lo había intentado muchas veces su abuela se encargaba de recordárselo siempre. Grace no tenía padres. Bueno, en realidad los tenía, pero ausentes. Su madre se había ido con otro hombre a vivir a Estados Unidos y su padre , bueno su padre era un perfecto desconocido. Nunca había sabido de él. Por eso, desde muy pequeña Grace fue criada por sus abuelos. Personas ya mayores, con una estructura mental obsoleta para los tiempos que corren y con un sentido de la disciplina y la obediencia más cercanas a un cuartel que a una casa de familia.
- .bueno, si lo sabes peor todavía. Quiere decir que no te importa hacerme pasar esa vergüenza que pasé ante tu directora. ¡Claro, ella debe pensar que soy una vieja idiota a la que le da lo mismo si su nieta estudia o no! ¿Tienes idea el disgusto que le darás a tu abuelo cuando tenga que firmar este boletín de calificaciones?
Sabía que eso era lo peor. La abuela era protestona, a veces muy cruel en sus palabras, como ahora por ejemplo, pero el abuelo era distinto. Ya imaginaba la escena. La abuela esperaría que terminara el almuerzo, serviría el café, se levantaría muy despacio como acentuando el dramatismo de la situación y le alcanzaría el boletín en silencio, o, lo que es peor, acompañando con una frase del tipo "Aquí tienes un regalo de tu nieta". Él se quedaría interminables minutos mirándolo, levantaría la cabeza, la miraría a los ojos, como quien mira un producto fallado o en mal estado, respiraría profundo y se levantaría. Se iría a su pieza y la dejaría sola, allí sentada, con la cabeza gacha y decenas de lágrimas recorriéndole las mejillas. Luego pasarían días, semanas quizás, donde se acentuarían las penitencias, que siempre consistían en hacer todas las tareas del hogar, la limpieza de la casa, el lavado de su ropa y la prohibición de cualquier salida con amigos.
Bah, eso último era lo que menos le importaba. Porque Grace no tenía amigos. Justamente de ellos era la máxima responsabilidad de sus tormentos. Grace nunca había sido aceptada en el grupo. Ella era diferente. Era sumisa porque nadie le había enseñado a hacerse valer y por eso era el blanco de todas las burlas de todos sus compañeros. Había recibido todo tipo de humillaciones y nunca había tenido la posibilidad de que su mamá o su papá la defendieran. Ellos no estaban. Y sus abuelos nunca sacaron la cara por ella. Además, fuera de la escuela tampoco tenía amigos. Sus abuelos eran mayores y el círculo de amigos que frecuentaban, que de por sí era muy reducido, era gente de su edad, con hijos de la edad de sus padres que ya habían formado una familia y se habían alejado del hogar paterno.
A esto podemos sumarle que el aspecto de Grace tampoco era muy agraciado. Y no por su físico, porque era realmente hermosa, tenía unos ojos muy vivaces, a pesar de la tristeza con que los ocultaba regularmente. Su pelo era ondulado, pero muy desaliñado. En sus 17 años de vida no había conocido una peluquería. Era su abuela la que se encargaba de recortarle las puntas, por lo tanto ella lo llevaba siempre recogido, porque había vivido en carne propia las burlas de sus compañeras las pocas veces que lo había liberado. Las contadas veces que le preguntó a su abuela porque las chicas de su edad iban a la peluquería y ella no, recibió como respuesta:
- Las que van siempre a la peluquería son las PUTAS.
Y su vestimenta tampoco se quedaba atrás. Faldas largas, blusas dos talles más grandes, muchas de ellas compartidas con su abuela. Nunca supo lo que es ponerse un pantalón jean y mucho menos una minifalda.
- Las que usan minifalda son las PUTAS
Y su rostro siempre lavado. Ni una gota de maquillaje. En la casa no existía el maquillaje. Desde que tenía uso de razón no había visto nunca a su abuela ni con rimel, ni con sombra de ojos, ni siquiera con los labios pintados.
- Las que necesitan embadurnarse la cara son las PUTAS
¡Y cuantas veces deseó ser PUTA! Si ser Puta era lucir los peinados que ella veía en sus actrices favoritas o, sin ir más lejos en sus compañeras de escuela. Si ser Puta era lucir minifaldas o pantalones de Jeans, si ser Puta era resaltar sus ojos o sus labios .¡Por todos los cielos que quería ser Puta!
Ese era el pensamiento que cruzaba por la mente de Grace cuando la situación movilizaba su interior. Pero la férrea moral con la que había sido criada era más fuerte. A los pocos segundos de pensar eso, se persignaba, se encerraba en su pieza y comenzaba a rezar, a pedir perdón, a pedirle a su Dios, que le quitara esos malos pensamientos.
Se había quedado dormida, de rodillas y con los brazos sobre la cama, como quien reza sus oraciones nocturnas antes de irse a dormir. Y es que eso era lo que había hecho. Desde chica le enseñaron que debía mantener un contacto casi permanente con Dios, que era el único que podía guiar a sus abuelos para que la condujeran por el buen camino.
¡Ese era el buen camino!, pues como sería el malo entonces. Sin embargo su Dios parecía olvidado de ella, nunca le había dado una señal de que su vida cambiaría para bien. Se recostó en la cama. Ese era el momento del día, donde podía pensar sin ser observada, molestada, criticada. Sus abuelos se recostaban a dormir la siesta y tenía, por lo menos dos horas para poder pensar. Aunque, quizás no era lo mejor que le podía suceder. Siempre acudían a su mente pensamientos perturbadores: ¿Dónde estará su madre? ¿Por qué no la había llevado con ella? ¿Quién fue su padre? Pero por sobre todo acudían a su cabeza las burlas de sus compañeros, las más crueles, la que nunca podría olvidar.
Como la tarde del vestuario del colegio. Se había convertido en una pesadilla que acudía siempre a la cita con los malos recuerdos. Lo recordaba tan nítidamente. Esa tarde, al término de la clase de Educación Física, decidió ducharse en el vestuario del colegio. Nunca lo hacía, siempre se colocaba la ropa estando toda transpirada y se volvía a su casa. A su abuela le parecía poco higiénico y hasta pecaminoso que se bañara junto a otras mujeres, exhibiendo su cuerpo y su desnudez. Pero esa tarde sus abuelos habían salido y ella quiso cometer esa "travesura". Además todavía tenía esperanzas de poder mejorar la relación con sus compañeras y pensó que compartiendo el vestuario podía comenzar a forjar un vínculo más amistoso.
Cuando llegó a las duchas estaban todas ocupadas. Sus compañeras corrían al término de la clase para ser las primeras en ducharse. Se quedó esperando que alguna se desocupe. Casi abandona el intento ya que las chicas se entretenían charlando en las duchas y ella veía que la hora iba pasando y que si sus abuelos llegaban y no la encontraban iba a tener problemas. Entonces las duchas se desocuparon casi todas juntas. Sus compañeras la miraron extrañadas. Nunca se había quedado. Grace no percató ciertas miradas cómplices que se cruzaron delante de ella. Ingresó a la ducha con la idea de bañarse rápido de manera de poder compartir un momento con las chicas mientras se cambiaban.
Mientras enjabonaba su cuerpo, casi sin mirarse porque le habían enseñado que había zonas que no era muy sano observarlas mucho rato, escuchaba a sus compañeras hablar en el vestidor.
- Pero a ti te parece. ¿A quién se le ocurre dejar los trapos de la limpieza entre nuestra ropa? Vaya uno a saber que mugre estuvieron limpiando con esto y lo dejan aquí. Mira si nos contagiamos una enfermedad. Ya mismo los voy a tirar en la calle cuando salgamos, es hora que compren trapos limpios.
Grace escuchó lo que decía su compañera e intentó recordar donde estaban los trapos. Ella había estado allí en el vestidor, esperando que se desocupara alguna ducha y no había notado nada raro. Pero, ella era muy distraída, quizás .
Las voces de sus compañeras se fueron perdiendo, entre risitas tontas, y Grace sintió una doble desilusión. Por un lado había fallado su intento de relacionarse con ellas y por otro envidiaba no poder estar riéndose ella también. ¿Cuánto hacía que no se reía.? ¿Lo volvería a hacer alguna vez?
Salió de la ducha envuelta en su toalla y se dirigió al vestidor. Inmediatamente dirigió su mirada hacia el lugar donde había dejado su ropa. ¡No había nada!. Entró en pánico. Comenzó a revisar por todo el vestidor, debajo de los bancos y nada. Estaba totalmente desnuda, cubierta solamente por una toalla, sola y sin su ropa. Entonces, como un eco, su mente comenzó recordar ..
"- ..Pero a ti te parece. ¿A quién se le ocurre dejar los trapos de la limpieza entre nuestra ropa? Vaya uno a saber que mugre estuvieron limpiando con esto
¡Sus compañeras se habían llevado su ropa!
Presa de un temor indescriptible salió del vestidor, envuelta en su toalla y cruzó todo el patio del colegio. No le importó las miradas de los chicos que se encontraban por allí, ni escuchó las risas y carcajadas que despertaba a su paso. Llegó a la calle. Su ropa estaba hecha jirones, junto a unas bolsas de basura. En la vereda opuesta, algunas de sus compañeras fingían sorpresa:
Ey, miren a Grace. ¿Tienes calor? ¿O te han querido violar en el vestuario? ¿Quién puede tener semejante estómago?
¿Por qué hicieron esto con mi ropa? preguntó sollozando.
¿Tu ropa? No nos vas a decir que esos trapos eran tu ropa. Perdona corazón pero pensamos que eran los trapos viejos que usan las porteras para limpiar. ¡Qué lástima que no voy para mi casa que si no te regalaba alguna de las camisolas o de las polleras que le sobran a mi bisabuela!
Todas rieron a carcajadas. Grace supo que seguir allí era seguir alimentando la crueldad de sus compañeras. ¿Pero donde ir así? No tenía otro remedio que presentarse en su casa de esa forma.
Lo que siguió, para que recordarlo. Castigos, reprimendas, reproches. Toneladas de palabras hirientes. Grace sabía que sus abuelos no eran malas personas, pero también sabía que nunca habían imaginado su vejez criando una adolescente. Era mucho para ellos. Por eso sólo tenía que hacer lo que le pedían, a pesar de sus gustos, de sus ideales, ella debía obedecerlos.
Grace salió de su ensueño y miró el reloj. Ya pronto se levantarían de dormir sus abuelos. Se levanto y fue a la cocina, a prepararles la merienda. Pensó que de esa manera podría remediar, al menos, el disgusto que le había dado a su abuelo al tener que firmar el boletín. Ella no se consideraba mala alumna. Estudiaba, hacía sus tareas, pero se distraía mucho. Estaba siempre volando, pensando, tratando de vivir con su mente una vida mejor. Más de una vez esas distracciones eran aprovechadas por sus compañeros, quienes aprovechaban la ocasión y robaban de la valija de Grace trabajos prácticos que ella había hecho toda la tarde anterior. Sus compañeros le cambiaban la carátula y lo entregaban con sus nombres, acreditándose la autoría. Y ella ya ni siquiera protestaba. Hasta los profesores la ignoraban. En su curso había muchos estudiantes de padres adinerados, quienes hacían muy buenos regalos a los profesores, con el doble mensaje de que faciliten el paso de sus hijos por la escuela. Y con ella era tan distinto.
El agua hirviendo la sacó del letargo. En la pieza de sus abuelos se percibía movimiento. Era hora de prepararles la merienda.
La preceptora se paró en la puerta del aula. La mayoría siguió haciendo la suya, sin prestarle atención. Sólo Grace sabía que cuando la preceptora adoptaba esa postura era porque algo les iba a decir. Fue la única que se puso de pie al lado de su banco, el primero de la columna del medio. Ella estaba acostumbrada a seguir las normas. Sólo sabía obedecer.
- Señores, presten atención por favor. Quiero presentarles a Miss Lucía, la nueva profesora de Inglés. Ella tomará las horas hasta fin de año, en reemplazo de Miss Alice ya que ésta última ha solicitado una licencia por razones particulares. Espero que la reciban bien y que hagan placentera su estadía en la escuela.
Todos miraron hacia la puerta, con curiosidad. Vieron entrar a una persona de edad mediana, unos 32 años aproximadamente, delgada, buen porte, pelo largo y lacio de color negro, una musculosa negra y pollera escocesa, bastante corta para ser una docente. La escuela no hacía hincapié en la vestimenta de los profesores pero a los ojos de Grace era todo un acontecimiento. Pero lo que más le llamó la atención fue su determinación al caminar, su mirada desafiante y actitud para nada quedada, como suele suceder con todo profesor que se hace cargo de un curso por primera vez. Esta profesora parecía no achicarse ante nadie y eso lo habían detectado sus propios compañeros que habían comenzado a hacer silencio.
- Buenos Días, como les dijeron soy Miss Lucía, pero pueden llamarme Lucía a secas. Estoy segura que nos vamos a llevar muy bien.
En pocas palabras y con pocas palabras ya se había ganado el respeto de la clase. Las chicas la miraban con el respeto que se le tiene al de la propia clase, ya que Lucía era muy elegante, su ropa era de buenas marcas y su maquillaje, aunque discreto, era impecable. Los varones, mientras tanto, se preocupaban más en observar las piernas de Lucía. Unas piernas delgadas, bien torneadas, sin nada de celulitis ni várices, como la mayoría de sus profesoras. Y una minifalda devastadora que insinuaba una cola redonda y bien trabajada. A Lucía, sin embargo, todo esto la tenia sin cuidado. Ella había quedado prendada de su mirada.
Como todo profesor nuevo, Lucía hizo algunas preguntas de diagnóstico. Todo el curso, en pos de ganarse la confianza de la nueva docente, se superponía tratando de contestar. Sólo Grase, sentada en su banco, levantaba la mano pidiendo autorización para responder.
- A ver, tú ¿cómo te llamas?, ¿Grace? Te felicito, Grace, eres la única que solicita autorización para hablar. ¿Sabes la respuesta?
Grace contestó y lo hizo bien. Lucía la felicito nuevamente. Era la primera vez en muchos años que recibía dos felicitaciones en pocos minutos. Hasta sus compañeros se miraron azorados. La clase continuó y hubo otra oportunidad para contestar. Esta vez, los ojos de Lucía fueron directos a los ojos de Grace. Y la chica levantó la mano, nuevamente, como impulsada por un resorte.
- Bien, Lucía. Nuevamente tú y respetando nuevamente las normas. Me impresiona mucho que seas tan obediente. Me gusta la gente obediente.
Era la primera vez en su vida que Grace podía sentir que la palabra obediencia le causaba un poco de placer. Siempre la había relacionado con la obligación, el sacrificio, el deber. Ahora, gracias a esta nueva profesora, sentía de manera diferente.
Al finalizar la clase, mientras todos se peleaban para salir primero y llegar a la puerta del colegio. Lucía se quedó acomodando unos papeles. Cuando Grace, siempre la última en salir, se dirigía hacia la puerta, la llamó:
Grace, ¿Puedo hablar contigo?
Por supuesto profesora. ¿Hice algo malo?
No, ni mucho menos. Sólo quería hacerte una pregunta
Sí, profesora.
Te he estado observando, durante toda la clase, y he notado que eres una chica muy lista. Sabes del tema, pero sin embargo tus notas dicen lo contrario. Y veo en tu mirada un halo de tristeza. ¿Te sucede algo malo?
Si la vida de Grace era bastante tormentosa, ese momento era un oasis de gozo. Alguien le estaba diciendo que se había fijado en ella y que era muy lista. No recordaba haber recibido alguna vez elogios de ese tipo. Pero que sentido tenía contarle su vida a la profesora. Pensó que la ahuyentaría. Decidió negar.
No profesora, no me pasa nada. Es solo que me siento un poco cohibida porque es su primera clase y ..
Puedes llamarme Lucía. Y la agradecida soy yo. Me has ayudado mucho participando en clase.
Gra .gracias, pro fesora, Lucía. Muchas Gracias.
Por nada, Grace Lucía observó que Grace miró el reloj con preocupación.
Si se te hace tarde vete. No quiero retenerte.
No, pro , ehh, Lucía. Es que vivo con mis abuelos y si llego un poco tarde, se preocupan
Ahh, claro. Bueno no te hagas problema. Te llevo en el auto.
Noooo, por favor yo no quiero abusar usted no tiene por qué
Grace, cálmate. Te he dicho que me ha gustado tu sentido de la obediencia. No vaya a ser cosa que ahora me demuestres lo contrario. Déjame hacer algo por ti y alcanzarte hasta tu casa.
Ehhhhh, .. bueno, si usted así lo quiero.
Así lo quiero.
Esa frase cayó como una maza sobre la mente de Grace. Si siempre había obedecido a cosas que generalmente no eran de su gusto, porque no hacer caso a algo placentero. Nuevamente, Lucía hacía que la obediencia le provocara placer.
Llegaron hasta el coche y Grace se sentó en el asiento del acompañante. Se la notaba un poco incómoda.
¿Qué te sucede? Si te incomoda viajar conmigo no quiero que lo tomes como una obligación.
No, para nada. Pero usted va a pensar que estoy loca. Pasa que si llego muy temprano mis abuelos van a sospechar que me trajeron en automóvil y no van a creer que me trajo una profesora.
Bueno, podría hablar con ellos y explic ..
No, no, no. No hace falta, no, no. Quizás en otro momento.
Grace no quería arruinar ese paraíso en el que se encontraba. Sabía que lo peor que podía pasar era que sus abuelos, especialmente su abuela, conocieran a Lucía. No era el tipo de mujer que su abuela respetase. Rápidamente la tildaría de Puta y le prohibiría que tuviese contacto con ella fuera de la escuela. ¡Dios! Si ser una Puta era ser como Lucía, ella quería ser una Puta.
- De acuerdo. Entonces haremos una cosa. Como yo no tengo apuro, nos quedaremos haciendo tiempo en el auto y luego te llevaré a tu casa. Si quieres te dejaré una calle antes para que tus abuelos no se incomoden. ¿Estás de acuerdo?
Esta vez Grace ni intentó contradecirla. Sólo se limitó a hacer lo que hacía siempre, pero esta vez con alegría. Agachó la cabeza, bajó la mirada y dijo:
- Como usted diga, Lucía.
Lucía estiró su brazo y abrió la guantera del vehículo. Sacó una caja que al abrirla contenía diversos chocolates de diferentes formas y sabores. Le ofreció a Grace y advirtió en su mirada que moría por comerlos.
Oh, no, gracias, Lucía. No acostumbro comer cosas dulces.
¿No acostumbras o tus abuelos no te dejan?
No, ellos dicen que todo lo dulce provoca caries y que es preferible evitarlo que gastar dinero en el dentista.
Lucía no quería dar un paso en falso. Por ahora no era el momento de poner a Grace en contra de sus abuelos. Simplemente tenía que limitarse a mostrarle otra realidad, pero en uno y otro caso no debía provocar la rebeldía de Grace. Ella tenía que seguir siendo obediente.
- Es verdad. Tus abuelos no dejan de tener razón, pero lo que quizás no sepan es que el exceso de dulces es dañino a la dentadura. Con uno o dos que comas no te pasará nada. Sino, yo ya no tendría dientes y sin embargo me parece que tan mal no me fue.
Lucía sonrió y mostró una dentadura impecable. Dientes perfectos, blancos, brillosos. Grace quedó deslumbrada y su mente no puso ningún reparo en aceptar un chocolate.
Al cabo de unos minutos, Grace se encontraba totalmente relajada. Hablaba locuazmente, como casi nunca antes lo había hecho. Era una persona de muy pocas palabras y generalmente ni siquiera podía cruzarlas con nadie, porque nadie le daba importancia. Pero con Lucía era diferente. Ella la escuchaba. Le había contado parte de su infancia y el suplicio de su adolescencia. Ya había comido un segundo chocolate que le había parecido aún más delicioso que el anterior. Aunque quizás se daba cuenta que el chocolate en si no era lo que la maravillaba. Estaba relacionando el dulce con Lucía. A Lucía con lo que siempre hubiese querido hacer con su madre. A Lucía escuchándola y dándole ánimos. Escuchándola, como nunca lo había hecho ese Dios a quien ella le hablaba todas las noches.
Casi ni se dio cuenta que Lucía había puesto en marcha el automóvil y que ya estaban llegando a su casa. Sólo se percató cuando la profesora le preguntó por donde tomar. Una cuadra antes el coche se detuvo. Grace, instintivamente, comenzó a pasar la lengua por sus dientes con el propósito de barrer con cualquier resto de chocolate que pudiese comprometerla con su abuela. Lucía se dio cuenta y vio la oportunidad.
- Grace, dejame ayudarte. Me doy cuenta que te sientes culpable de haber comido esos chocolates y no quiero sentirme responsable. Toma un poco de este jugo que llevo siempre conmigo, así tu boca no te delatará.
A esa altura, Grace no tenía la menor intención de contradecir a Lucía. Llevaba poco más de dos horas de conocerla y ya la consideraba su mejor amiga, su única amiga, y la viese elegido, de haber podido, como madre y como Dios. Tomo un poco de jugo y repitió ante la insistencia de Lucía. Dejo el líquido un rato en su boca, lo agitó lentamente como haciendo un buche y lo trago. Notó curiosa que la mirada de Lucía se iluminó, como si estuviese esperando ese momento pero su mente, relajada, no ofreció ninguna señal de desconfianza.
Y entonces Lucía empezó a hablar.
Al principio le escuchaba atentamente. Le hablaba de que ella era una chica muy bonita, muy lista, que tenía mucho para darle a los demás, que era muy obediente y sumisa y que eso no era malo, si se lo usaba correctamente, que eso podía provocarle placer a ella misma . . ..
Luego, lentamente la voz de Lucía comenzó a hacerse más lejana. Intentaba concentrarse en sus palabras pero le resultaba difícil, casi imposible. De pronto había comenzado a sentirse pesada, lenta, pero a su vez relajada y despreocupada. El asiento del coche parecía tener un imán que la obligaba a no poder dejarlo. Estaba cómoda, al punto de haberse servido dos veces del jugo de Lucía, sin siquiera pedirle permiso.
Fue entonces cuando sonó un teléfono celular. Lo escuchó como en la lejanía. Seguramente era el de Lucía ya que ella ni siquiera había tenido uno en sus manos. No podía escuchar en absoluto lo que su profesora debido en parte al ensueño en que se encontraba y además porque Lucía casi le estaba dando la espalda y había bajado ostensiblemente la voz. No le importó en absoluto. Lo último que recordó es un dedo de Lucía en su frente, jugando suavemente frente a sus ojos. La última palabra que recordó fue ." .Duerme "
Con Grace durmiendo y seguramente soñando con una felicidad que ya no recordaba, Lucía pudo hablar más tranquila.
- Creo que ya lo tengo. Es un buen ejemplar. Hasta el sábado tengo tiempo para prepararla. Confía en mí. Te llamo luego.
Cortó y se quedó mirándola. Luego se acercó a su oído y con una voz dulce, seductora, pero a la vez firme y decidida, comenzó a hablarle a una Grace exteriormente dormida pero con un inconsciente totalmente alerta y preparado a recibir todo tipo de sugestiones.
Cuando despertó lo primero que hizo fue ver el reloj. Se sobresaltó. Era demasiado tarde para lo que acostumbraba en llegar a su casa. Miró a su izquierda y buscó a Lucía. Ella la estaba observando, desde su asiento, con una mirada maternal. ¡Qué bueno que ella estaba allí! ¡Seguramente a ella se le iba a ocurrir algo para poder decirle a su abuela y evitar el castigo! En otro momento ni se le hubiera ocurrido hacer intervenir a una tercera persona porque decididamente no existían esas terceras personas. Siempre se las había tenido que arreglar sola. Sin embargo, ahora sentía una necesidad imperiosa de hablarlo con Lucía, de preguntarle que tendría que decir, como tendría que proceder. No podía entender como en forma tan repentina había comenzado a depender de otra persona. Pero le agradaba, vaya si le agradaba. Era la primera vez que se sentía contenida por alguien.
- Espero que no te enojes conmigo, Grace. Noté que te quedaste dormida y me dio mucha pena despertarte. Se te veía tan tranquila, tan relajada, tan placidamente dormida que preferí dejarte descansar.
Era verdad, había dormido poco pero profundamente. No podía recordar si había soñado pero en su mente sonaban palabras que se repetían incesantemente durante el sueño: "Señora", "Obediencia", "Sumisión" "Entrega". No podía relacionarlas pero no le eran para nada desconocidas. Toda su vida había sido de obediencia, sumisión y entrega, pero ahora recordaba que durante el sueño, la obediencia le daba placer, la sumisión le daba seguridad y la entrega le daba felicidad. Notó que su garganta estaba reseca, como si hubiese hablado estando dormida, y le pidió a Lucía un poco de jugo.
Entre las dos lo hemos terminado mintió Lucía.
No importa. Cuando llegue a casa tomaré agua.
Desvió su vista hacia la caja de chocolates y la invadió un deseo irrefrenable de comer uno más. Lucía se dio cuenta.
¿Quieres otro chocolate?
Sí fue la respuesta directa y sin vacilar de Grace.
Bueno, veo que ahora no andas con vueltas. Déjame decirte algo. Me has caído muy bien, Grace. Te he visto tan indefensa, tan sola, tan hermosa detrás de una apariencia que oculta toda tu belleza, que he decidido que seamos algo más que profesora y alumna. ¿Podríamos decir .amigas?
Grace estaba absorta escuchando las palabras de Lucía. Se perdía en sus ojos, en sus labios, sus oídos recibían música en vez de palabras. Pero no era la palabra "amigas" la que su mente parecía estar esperando.
- ¿Quizás la diferencia de edad dificulte que podamos ser amigas? prosiguió Lucía como intuyendo los pensamientos de Grace- pero me gustaría ser tu confidente, la persona a la que le confíes todo, la persona que pueda darte los mejores consejos ..como si fuera tu madre, si me permites el atrevimiento.
"Madre". Esa era la palabra que, como si fuese una llave, terminó de abrir la cabeza y el corazón de Grace. Ella necesitaba una madre. Alguien en quien confiar, con la que se pueda hablar, alguien que te pueda escuchar, y por sobre todo alguien a quien escuchar. Y obedecer. Obedecer ciegamente porque quien mejor que una madre para decirte lo que tienes que hacer.
Sí .lo que tu digas .me encantaría fue la respuesta vacilante de Grace mientras pensaba en la bendición de haber conocido a Lucía.
Respecto a los chocolates, haremos un trato. Te regalo la caja, pero con una condición. Deberás comer uno a la mañana y uno a la tarde, ni antes ni después, uno a la mañana y uno a la tarde ., mañana y tarde repetía Lucía con voz monótona y decidida mientras miraba fijo a los ojos de Grace. Ésta, como magnetizada por sus ojos, no notaba que esa sugestión se grababa a fuego en su mente.
Claro, -repitió Grace mecánicamente- uno a la mañana y uno a la tarde. Ni antes ni después.
Lucía sonrió. Grace ni siquiera se había resistido por cortesía a aceptar el regalo. Era mucho más receptiva de lo que había previsto. Como siempre sucedía, no se había equivocado en la elección.
No quiero que tu abuela se de cuenta y se enoje contigo por los chocolates. Recuerda, uno a la mañana y uno a la tarde, nunca antes, nunca después.
Nunca antes, nunca después fue la respuesta de Grace.
Lucía se acercó y besó cariñosamente su mejilla. La cara de Grace se encendió. Además de no estar acostumbrada a recibir besos, ese beso en especial la había desarmado totalmente. Era el beso de una amiga, el beso de una madre, el beso de una Diosa. Pero sobre todo ese beso había despertado en ella un sentimiento que no conocía. Ese beso había movilizado sus fibras internas. Apretó sus piernas. Se sintió humedecida.
Hasta mañana Grace. Nos vemos en la clase.
Hasta mañana, ..mi ..Señora fue lo primero que vino a la mente de Grace y que la confundió al escucharse decirlo. Pero había vivido tantas cosas nuevas y bellas en ese par de horas, que a poco de bajarse del auto y comenzar a caminar hacia su casa, lo olvidó por completo.