Mini market: hiper gordo (2)

CAPÍTULO II: ALCOHOLIZADO. No vi a Pedro, pero escuché ruidos muy fuertes que venían del interior de la vivienda. Sonaban como si se estuvieran peleando un oso y un león, rugiendo ambos ferozmente.

MINI MARKET: HIPER GORDO (2)

CAPÍTULO II: ALCOHOLIZADO.

Como acostumbro hacer un balance de mi vida cada tanto, me pareció que éste era el momento más oportuno como para hacerlo nuevamente.

Estuve de acuerdo en que mi vida seguía siendo un desastre, por lo menos en la parte sentimental.

Debo reconocer que no tenía problemas de salud. Tampoco con mi trabajo, todo lo contrario, me iba muy bien allí.

Del mismo modo, tampoco tenía problemas de dinero.

Pero eso no me conformaba.

Me faltaba algo y muy importante.

Amor además de sexo.

Estoy seguro que si yo fuera una de esas personas que sólo busca tener sexo diariamente, casi con seguridad no tendría inconvenientes en encontrar a alguien diferente cada noche.

Pero yo soy de los que buscan otra cosa.

La parte afectiva es muy importante para mi.

En alguna oportunidad, me he acostado con algún que otro gordo ocasional, pero esa era la excepción que confirmaba la regla, por más que yo siempre intentaba crear vínculos afectivos con todos los gordos, que a veces no me eran correspondidos.

Ahora específicamente, tengo un amor en España, Juan, con sus problemas de inciertas soluciones. Tengo otro, Eduardo, que por más que sé que siempre puedo volver con él, no me gustaría comprometerlo, y mucho menos ahora que Junior, su hijo, parece haberse dado cuenta en parte de nuestra relación. Tengo otro amor que nunca se va a extinguir por alguien que está felizmente casado en Argentina, Daniel, con quien nos juramos que jamás nos volveríamos a ver. Y tengo también un nuevo amor, Gerardo, a quien sólo lo voy a amar como amigo. Supongo que debería contar también a Edson, mi amor de Brasil, aquel, el de mis vacaciones.

También cuento con una relación extraña con el que aún me sigue llamando por teléfono, y que ya comprobé que por lo menos no es nadie de la familia "Gordínez", pero por más que ya hasta me resulta anónimamente conocido, pienso sinceramente que esa relación no va a prosperar, y no es porque yo no lo desee, sino porque parece que es su decisión la de buscar solamente satisfacerse con una paja mientras escucha mi voz por la línea del teléfono.

Bueno, aún sigo intentando averiguar quién es esa persona, aunque ahora no puedo descartar a los hijos de dos clientes que me miran medio extraño cada vez que van por la tienda, y que posiblemente puedan ser los autores de esos llamados.

En realidad no puedo siquiera pensar en tener alguna relación, por más que mataría por tenerla, con Pedro, el hiperobeso, ni curiosamente tampoco con Cristina, su mujer, a pesar de que también estaba muy apetitosa. Simplemente porque como muchas veces me negaba a tener otra relación complicada ya fuera con gente casada o con compromisos, daba por descartado que cualquiera de estos dos gordos entraba dentro de esa categoría. Aunque para ser sincero nunca se me ocurrió que podía sentir atracción por ambos miembros de una misma pareja.

En realidad si por grados de originalidad se trataran mis relaciones, creo que si tuviera algo con ellos, ésta ganaría con creces el primer lugar.

Pero de acuerdo a mis experiencias, que siempre habían terminado mal para mí, hasta llegué a pensar que si tan sólo intentaba avanzar con cualquiera de los dos obesos del almacén, esta historia seguramente terminaría trágicamente.

Entonces, decidí hacer lo que siempre acostumbro en estos casos.

Sacar el lado bueno de las cosas.

En esta oportunidad no dejar de deleitarme la vista y el oído y si me lo permitieran también el tacto. No descartando permitirle a mi olfato sumarse a ese placer. Realmente me quedé con las ganas de entrar a ese baño.

Y sobre todo decidí dejar que el destino me marcara nuevamente los próximos movimientos a seguir.

Sé en forma fehaciente que estoy siendo inconscientemente atraído por obesos cada vez más gordos. Es como que cada vez quiero más.

Aunque eso se debe a caprichos del destino.

Realmente nunca estoy buscando gordos. Ellos son los que desfilan como si fuera por una pasarela y yo simplemente estoy allí, en el momento justo en el lugar apropiado para conocerlos, tratarlos y tener distintos grados de progreso en las relaciones.

Hasta ahora todo me había ido medianamente bien, salvo que casi siempre los finales de las historias individuales me habían dejado un sabor amargo tras haberse roto casi todas las relaciones en forma abrupta, o sencillamente por habernos alejado el uno del otro.

Todas esas distintas experiencias hasta ahora habían tenido de parte mía una fuerte carga amorosa que combinada con la erótica hacían de esas relaciones una bomba de tiempo que finalmente estallaba cuando cerraba la puerta del dormitorio estando a solas en compañía de mis gordos.

En esta ocasión, el comienzo mismo de la relación con el gordo de turno no había sido la apropiada.

Justamente el gordo más gordo, el que con sólo verlo me hizo expulsar gran cantidad de esperma sin siquiera tocarme, me estaba evitando. Ni siquiera me había aceptado el saludo, que para mí era imprescindible para sentir su piel y dejarme embriagar con el sacudón que seguramente iría a sufrir también en esta oportunidad, a causa de la electrocución que despediría ese obeso tan sólo con su apretón de manos.

En realidad, como ya sabía de mi atracción hacia ellos, lo que medía con el contacto físico era la que ellos podrían sentir hacia mí. Esto era simplemente una suposición, pero de acuerdo a las experiencias anteriores, nunca me había fallado el pálpito.

Ese lunes en mi trabajo no pude concentrarme en todo el día. Tanto que la llamada habitual de las 6 ni siquiera me hizo tener ni la más leve erección. Sin embargo, mientras repasaba los stocks de algunos artículos para preparar los pedidos del día siguiente, no dejé de facilitarle la tarea.

"Si, si... Cómo me gustaría chuparte todo... Me encantaría pajearte con mi mano... Quisiera lamerte el culito..." Y tras escuchar los grititos siempre disimulados que me hacían adivinar que ya había acabado. "Mmmmm, cómo me gustaría tragarme toda tu lechita... Bueno, te espero mañana para hacerte otra de éstas."

Y colgué.

No era que esta acción del misterioso llamado anónimo no me excitara más, pero es cuando tienes un plato más delicioso al lado del otro, optas por ese en detrimento de aquél.

Continué con mis notas y luego de cerrar la tienda, fui al edificio y antes de subir al departamento, pasé por el almacén.

MINI MARKET: HIPER GORDO.

No podía dejar de esbozar una sonrisa cada vez que veía ese cartel.

Entré al local y la gorda estaba de espaldas acomodando unas latas en el estante. No vi a Pedro, pero escuché ruidos muy fuertes que venían del interior de la vivienda. Sonaban como si se estuvieran peleando un oso y un león, rugiendo ambos ferozmente.

"Buenas noches, Cristina." Le dije.

"Hola." me contestó dándose la vuelta e impidiéndome deleitarme con la visión de ese culo gigante que gustosamente lamería sin pensarlo dos veces.

"Cómo está?" Pregunté.

"Muy bien, gracias." Contestó. "El que no está muy bien es Pedro. Hoy tuvo un poco de temperatura y se fue a la cama temprano."

Hmmmmm. Cómo me gustaría acompañarlo por allí!

"Qué es lo que está viendo por televisión?" Pregunté porque la lucha entre los animales feroces no cesaba. "Por casualidad es adicto a ver National Geographic?"

"No." Me dijo riéndose a carcajadas. "Mi marido está durmiendo y eso que escuchas son sus ronquidos."

Ay, mi Dios. Te juro que nunca más te voy a pedir nada, pero por favor, lo único que deseo es pasar una noche con ese obeso. Sólo te pido una noche con él en la cama y poderme dormir con esos ronquidos salvajes al borde de mi oído, mientras le chupo la teta como si fuera un bebé.

Hice un esfuerzo supremo para no caerme al piso de espaldas de la emoción, aunque indefectiblemente se me aflojaron las piernas. Por suerte la gorda no se percató de ello, sino seguramente sospecharía que yo tendría algún problema de salud muy serio, ya que cada vez que iba al almacén me descomponía.

Su carcajada se extinguió lentamente mientras me conseguía mis provisiones.

Presté atención a su cara. Era agradable, en realidad muy bonita.

Ni una pizca de maquillaje manchaba su bello rostro. Sus cachetes gordotes no obstaculizaban para nada que se viera su casi constante sonrisa; muy por el contrario, la realzaban.

Mi mente estaba intermitentemente deseando a ambos miembros de la pareja de obesos. Pero no podía dejar de pensar en la parte moral de la situación.

Supongo que como muchas veces me sucedía con innumerables clientes gordos, esto no pasaría de gratos encuentros en ese local, para despertar y encender mi imaginación y miembro dormido, y volver al departamento para pajearme salvajemente hasta extraer hasta la última gota del envase.

Una y otra vez pensaba en hacer algo, pero no sabía qué. Y nuevamente una y otra vez me resignaba a pensar que ello no iba a funcionar.

Nuevamente dejé todo en manos del destino y del azar.

Me despedí de Cristina con un apretón de manos que nuevamente casi me electrocuta y dejándole un saludo para Pedro, deseándole que se recupere pronto de su fiebre.

El sonido de sus ronquidos me siguió desde el almacén hasta el baño de mi casa, donde cerré los ojos y me la sacudí hasta explotar de gozo y semen sólo con pensar que estaba parado al borde de la cama de Pedro, simplemente viéndolo dormir emitiendo esos rugidos salvajes y por dentro de la sábana que lo tapaba íntegramente pero que me permitía distinguir el contorno de su enorme figura.

Durante toda la semana viví prácticamente la misma rutina con algunos matices de diferencia.

Siempre era igual en mi trabajo.Gordos de distintos tamaños que me solicitaban para ser atendidos por mi. Aunque no me quejo, ya que eso siempre me alegraba el día.

Siempre la misma llamada de las 6 de la tarde. "Hola, habla Zesna... te chupo todo... dame toda tu leche... ah, ah, ah...bueno adiós... nos hablamos mañana."

Siempre la misma visita al MINI MARKET: HIPER GORDO. Ahora con la leve diferencia que Pedro aparecía intermitentemente por el local como para controlar todo y se volvía a internar en el interior de su vivienda. No lograba aún que me diera ni siquiera la mano. Sólo me lanzaba cada tanto alguna mirada de desconfianza, o por lo menos notaba que cada vez que me veía me estudiaba como preguntándose "Qué mierda quiere este tipo de nosotros que viene todos los santos días?"

Siempre la misma paja una vez que llegaba al departamento, ahora con la participación de la gorda en mi imaginación.

Primero suponiendo estar presente mientras Pedro se la cogía. Estaba casi seguro que para lograrlo, el gordo debía estar acostado boca arriba sobre la cama y que Cristina debería hacer todo el trabajo, descontando que Pedro siempre llevaba la parte pasiva del acto.

Del mismo modo me sacaba el esperma pensando que también el obeso culeaba a la gorda, y siempre de la misma forma. Ella tomando el corto pero grueso pene de su marido, y ensartándoselo en su agujero para cabalgarlo hasta hacerlo explotar de leche dentro de ella y lograr así la satisfacción del gordo.

Sobre el jueves, comencé a imaginarme también que la obesa me chupaba el miembro, y me refregaba sus inmensas tetas por los testículos, y todo en pos de volver a vaciar mis líquidos.

Y eso a dónde me estaba conduciendo?

Qué iba a lograr con todo esto?

Nada.

Absolutamente nada.

Noté también durante toda la semana que Cristina y Pedro comenzaron a discutir primero y pelearse después, por problemas laborales. Estaban muy preocupados por la pérdida de clientes ya que el hipermercado de unas cuadras más adelante los estaba llevando a la ruina total y ella siempre le recriminaba a él su hosco y antipático comportamiento, que perjudicaba aún más la relación con los clientes.

El viernes, Cristina estaba llorando cuando llegué al local y Pedro nuevamente se había acostado a dormir temprano. Otra vez escuchaba a la National Geographic a todo volumen.

"Qué te sucede, Cristina?" Ya la estaba tuteando, ya que mi visita allí era diaria con puntualidad londinense y sin llegar a ser amigos, el vernos en forma cotidiana nos obligó a pedirnos por favor que no siguiéramos tratándonos de "usted".

"Nos estamos fundiendo. Cada vez tenemos menos clientes y Pedro no reacciona. No sé qué hacer. Estoy desesperada. Lo amo, pero está resignado. No quiere hacer más nada. Se la pasa durmiendo y comiendo." Y lanzó el llanto tras haber compartido con alguien toda su angustia.

"Oh, Cristina. Lo siento mucho." Dije en forma muy sincera. "Si hay algo que yo pudiera hacer, por favor, me encantaría ayudarlos."

"No, Zesna, ni se te ocurra. Pedro no te quiere. No sé cuál es el motivo, pero no le caíste bien desde el primer momento y creo que sería una pésima idea que siquiera lo intentaras. Es que tengo miedo que se ponga violento." Dijo sin dejar de llorar. "De todas formas te agradezco mucho. Aprecio mucho tu preocupación, pero lamentablemente no quisiera que aún las cosas puedan empeorar más. Cuando cierre el local, le voy a dar un ultimátum. Esto no puede seguir así."

"Lo lamento muchísimo, Cristina." Dije. "Por favor, si se te ocurre alguna forma en que yo pueda ayudar, sinceramente me gustaría poder hacerlo."

Me agradeció nuevamente y compré más de lo que tenía pensado, sólo por el simple hecho de dejarles más dinero.

Llegué al edificio, subí por el ascensor, esta vez mucho más triste que de costumbre y al llegar al departamento, me senté en el sofá mientras comía algunas frutas, y medité sobre qué podría hacer yo para ayudar a esta pareja de obesos.

No dejaba de retumbarme lo que había dicho la gorda: "Pedro no te quiere. No sé cuál es el motivo, pero no le caíste bien desde el primer momento."

Varias lágrimas se escaparon de mis ojos.

Por qué?

Por qué no me quiere?

Estaba sonando el timbre del portero eléctrico.

Me desperté sobresaltado y noté que me había quedado dormido sobre el sofá con la ropa puesta.

Miré el reloj.

2:10:22 AM

"Quién?" Pregunté aún medio dormido.

"Zesna, soy Cristina!" Su voz la dejó en evidencia de que estaba llorando." Perdona que te moleste, pero no tengo a nadie más a quién acudir. Puedes bajar por favor?"

Muy asustado, demoré lo que un suspiro en bajar a la planta baja.

Estaba lloviendo y Cristina estaba empapada.

"Pasa." El llanto no cesaba. "Por amor de Dios, qué sucedió?"

Mientras subíamos por el ascensor, Cristina me contó que había discutido con su marido y que él había comenzado a tomar alcohol hasta que se emborrachó.

"...y en determinado momento, se puso muy violento. Se acercó como una fiera a donde me encontraba y levantó la mano para pegarme una bofetada. Cerré los ojos pidiéndole por favor que no lo hiciera..."

"Te pegó???" Pregunté rogando por el amor de Dios que no tuviera que estar en medio de una acción de ese tipo.

"No, cuando abrí los ojos, él se puso a llorar tan sólo por haber tenido el impulso de hacerlo. Zesna yo lo amo, pero no lo puedo ver así. Me dije que me iba para siempre de su lado, que ya no lo aguantaba más. Por Dios, Zesna. Qué le pasa a mi gordo?" Cristina estaba desesperada. Era muy notorio el amor que sentía por él y que la promesa de que lo abandonaba para siempre no había sido más que una mera amenaza, o mejor dicho un impulso momentáneo dicho sin pensar realmente en hacerlo realidad.

"Quieres que te acompañe y hablamos juntos con él?" Pregunté.

"No, no quiero volver con él mientras esté así." Confesó.

"Y qué quieres que haga? Quieres que vaya yo a hablar con él?" Realmente quería hacer algo por ellos, pero no sabía qué.

"No, Zesna. Ya te dije que él no te quiere." Dijo.

"Entonces?" Pregunté sorprendido.

"Puedo quedarme esta noche aquí?" Me rogó. "Por favor, no tengo adonde ir."

Esto seguramente no era lo yo que pensaba.

O sí?

"Es cierto que tu marido está borracho?" Pregunté.

Ella me miró sorprendida por la pregunta.

Yo la miré a los ojos.

Nos miramos sin parpadear.

De pronto me pegó una bofetada.

"Qué te piensas?" Me dijo y se dispuso a irse nuevamente. "Creo que fue un error haber venido hasta aquí."

La tomé del brazo y le pedí perdón, y le dije que ella era una mujer muy atractiva y que en un momento había pensado en otra cosa.

"Por favor, Cristina. Perdóname por estar pensando siempre como un verdadero idiota." No podía creer que hubiera tenido siquiera esa idea.

"Oh, Zesna, lo siento. Yo amo a mi esposo. Nunca le haría algo así." Confesó y se volvió a disculpar por la cachetada.

"Puedes quedarte. Pero me gustaría ir a ver si Pedro está bien y no necesita algo." Le dije.

"No Zesna, por favor." Me volvió a rogar. "Te lo suplico. Tengo miedo que si vas puedan aún empeorar más las cosas."

"Sinceramente, no podría quedarme aquí tranquilo si no confirmo que él está bien y no está necesitando algo." Dije y le pregunté cómo podría hacer para entrar allí, y ella me entregó las llaves del almacén.

Llegué a la puerta del local, abrí, entré y volví a pasar llave.

Escuché quejidos con una voz gruesa y llorosa.

"Ay...ay....ay..."

Pobre Pedro. Ya estaba arrepentido por la amenaza de su mujer y seguramente ya hubiera surtido efecto lo que ella le había dicho.

Corrí la cortina para pasar hacia la parte trasera y me asusté al ver al obeso tirado boca abajo en el pasillo de camino al baño.

"Pedro? Qué te sucedió?" Pregunté desesperado.

"Quién mierda eres tú?" Cuestionó con su voz de borracho y aún de cara contra el piso.

"Soy Zesna, Pedro." Dije rogando que no se violentara.

"Vete de aquí! Vete de aquí! No quiero que estés aquí!" Gritó.

"Pedro, por favor. Te quiero ayudar. Tu esposa no está." Le dije para decirle que no había nadie más que yo para ayudarlo.

"Cómo sabes que no está aquí? Ya te la cogiste, verdad?" Me preguntó.

Ahora caía en la cuenta.

El temor de Pedro era que me acostara con su esposa.

Me vino a la mente la discusión que había tenido con Cristina en mi primera visita, cuando ella me ofreció el caso con agua.

Claro, su miedo era que yo le quitara a su mujer. O en el peor de los casos que fuera su mujer la que quisiera meterle los cuernos conmigo.

"No Pedro. Si ese es tu temor, deberías quedarte tranquilo." Dije y de pronto sentí un terrible "olor a rosas".

Y esto? Se habría echado un pedo?

"Qué es lo que te está pasando, Pedro?" Dije.

"Llama a mi mujer. La necesito." Me gritó, y lo que agregó a continuación, aunque lo hizo en voz baja, me hizo dar real cuenta de lo mucho que necesitaba que su esposa volviera realmente. "Por favor."

"Pero qué es lo que sucedió, Pedro?" Volví a preguntar nuevamente.

"Iba hacia el baño y me caí, y por más que lo intenté no me pude levantar. Estaba teniendo unos retorcijones en el estómago y no pude resistirme y me cagué y me oriné encima." Dijo sollozando.

Por amor de Dios.

Preso de pánico, tomé el tubo del teléfono sobre el mostrador para llamar a mi departamento y pedirle a Cristina que volviera lo antes posible.

"Por favor, no le digas que me cagué encima. Por favor. Es que es la primera vez que me pasa algo así. Sólo dile que venga." Me repitió.

"Hola, Cristina. Por favor, ven que Pedro te necesita." Dije rogándole ya que no podía darle ninguna explicación de lo ocurrido.

"No, el castigo no le vendrá nada mal. Hoy se va a tener que dormir sólo." Dijo y sin permitirme decir más, colgó la llamada dejándome con el tubo en la mano.

Me acerqué a Pedro que continuaba tirado en el piso, ahora levantando la cabeza para poder verme.

"Qué dijo?" Preguntó intrigado. "Vendrá?"

"No." Contesté.

Rompió a llorar nuevamente con alaridos de oso enfurecido.

"La culpa es sólo mía." Reconoció.

"Sí, pero ahora debes concentrarte en solucionar esta situación." Dije.

"No puedo hacerlo sólo." Se amargó.

"Aquí estoy yo!" Dije, remangándome las mangas y no sabiendo si saltar de alegría como loco por lo que estaba a punto de hacer en forma no planificada.

"Qué?" Preguntó atónito.

"Que yo te voy a ayudar." Dije.

"Ayudarme con qué?" Preguntó sin salirse de su asombro.

"Con tu limpieza." Dije e intenté hacerlo ponerse de pie, pero fue inútil.

Por supuesto que no lo pude levantar, ni mucho menos arrastrar hasta el baño, por lo que improvisé una tercera opción.

Él seguía negándose y tratando de impedírmelo, pero su estado alcoholizado lo volvía un poco torpe, por más que me agarraba en forma muy fuerte, lo que igualmente me provocaba un traspaso de energía muy poderoso.

"Pedro, escúchame bien. Te voy a contar un secreto y me gustaría que no lo divulgues. Yo no quiero a tu esposa, por lo que nunca le tocaría un pelo. A mí me gustan los muy gordos como tú." Dije y cuando tuve toda su atención, no sabiendo su grado de conciencia debido a su estado etílico, continué. "Por lo tanto de acuerdo a tu situación actual y viendo que soy la única persona disponible, voy a darte toda la ayuda que tú quieras. Absolutamente toda. Ahora, si quieres que me vaya y te deje todo meado y cagado en el piso, me lo dices y me iré, aunque sinceramente eso me partiría el alma porque no me gustaría dejarte así. Si por el contrario quieres que te ayude, debes entonces colaborar conmigo para que logre hacerlo, porque ya te supondrás que no va a ser un trabajo fácil de realizar."

"Tú eres puto?" Fue lo único que me dijo.

Me causó gracia, porque no prestó atención a todo lo demás que le había dicho.

Se lo repetí.

No contestó, pero no volvió a ofrecer resistencia.

Fui al baño para ver qué podía encontrar allí que me pudiera servir.

Volví al pasillo con dos baldes llenos de agua, un par de toallas, un jabón y una esponja gigante. Claro, ninguno de ellos podría usar en su ducha la esponjita diminuta que yo solía utilizar en la mía.

Me paré delante de él, que ahora me miraba fijamente.

Le pedí que se diera la vuelta para quedar boca arriba. Lo intentó pero no lo pudo hacer sin mi ayuda, por lo que lo empujé para hacerlo girar.

Me mordí el labio inferior y me agaché para desatarle el nudo de la cuerda que llevaba sosteniendo sus pantalones.

Le desabotoné el botón superior de la bragueta, y luego los siguientes.

Fui por sus zapatos. Era la primera vez que me detenía en ellos. Debían ser de talla 47 por lo menos, pero al quitárselos, vi que sus pies no eran tan grandes sino que los tenía extremadamente gruesos.

Le saqué las medias, que aunque no era estrictamente necesario hacerlo, sí lo era para mí.

Le acaricié el pie gordo desnudo con ambas manos, y lo besé.

"Qué estás haciendo?" Me preguntó sorprendido.

"Te dije que me gustaban los muy gordos, así que no perderé la oportunidad de disfrutar de esto." Le confesé y sonreí.

Sacudió su pie para soltarlo de mis manos.

Me volví a agachar y tomé sus pantalones por los bajos y los empecé a tironear pidiéndole que levantara el culo del piso para dejarme quitárselos.

Lo hizo aunque con bastante dificultad.

Mi Dios.

Nunca había visto unas piernas más hermosas. Sus rodillas eran más grandes que dos balones de fútbol y sus muslos me derretían todo, y casi me voy al piso con él.

Sus calzoncillos estaban todos rotos, aunque sus tremendos rollos me impedían verle más allá de ellos.

Sus pantalones estaban terriblemente pesados y muy mojados además de sucio en toda la parte trasera.

"Pedro, lo que pase hoy aquí vamos a mantenerlo en secreto, verdad?" Pregunté sin esperar una respuesta que nunca salió de su boca. "Preferiría que ni siquiera tu esposa se enterara."

Del mismo modo, le terminé bajando también sus calzoncillos mientras continuaba sin quitarme la vista de mis ojos.

"Date la vuelta, por favor." Le pedí, y otra vez lo intentó pero también necesitó de mi ayuda para lograrlo.

Nuevamente se la di.

Tomé la esponja, la embebí con agua y comencé a limpiar.

El panorama parecía como si hubiera estallado una bomba atómica por allí. Barro y escombros por todos lados; y a mi que me gustaba sentir un aroma "a jardín de rosas" cada vez que un obeso así estaba cerca de mí, esto era lisa y llanamente un auténtico "rosedal."

Lo curioso fue que en vez de darme náuseas, como ya daba por descontado que no me ocurriría, tampoco me excité pensando en lo sexual por estar limpiándole el culo a un obeso de algo más de 300 kilos de peso. Muy por el contrario y para mi sorpresa total, estaba emocionado hasta las lágrimas por estar ayudando de alguna forma a este hombre, por quién había sentido algo muy fuerte por él desde que lo vi por primera vez y sin siquiera haberle dado nunca la mano para confirmar los grados de atracción que pudiéramos sentir el uno por el otro.

Eso era muy fuerte.

En ese momento no pensaba en nada más que prestarle toda la ayuda posible que fuera capaz.

Perdí la cuenta todas las veces que fui al baño a volcar el agua sucia de los baldes, enjuagarlos y volverlos a llenar.

Cada vez que parecía que había quedado limpia una zona, tocaba con el dedo y se movía un rollo que contenía más suciedad en su interior.

Parecía como que nunca iría a terminar y eso en realidad me tenía sin cuidado. No me importaba en absoluto mientras siguiera con él dejándose limpiar por mí.

"Esto te pasa muy seguido?" Pregunté para tan solo escuchar su voz que me ponía la piel de gallina. "Siempre te limpia tu mujer cuando te sucede?"

"No. En realidad esta es la primera vez que me cago encima. Nunca antes ni siquiera me había emborrachado." Me dijo. "No me hubiera pasado si no me hubiera caído. Es que no me pude levantar, y simplemente sucedió."

Sonreí, por ser la primera persona en el mundo en haberle limpiado el culo a este gordo amoroso.

No me quitaba los vista de encima. Cada vez que le miraba al rostro, él me estaba viendo directamente a los ojos.

"Por qué estás haciendo esto?" Me preguntó de repente.

"Porque lo necesitas." Contesté.

"Pero, por qué? Apenas me conoces y para ser sincero, yo no me he portado muy bien contigo." Dijo de su comportamiento anterior reconociéndolo por cierto bastante antipático.

"Eso me tiene sin cuidado, en realidad no es de importancia. Lo único que lo es en este momento, es que yo estoy aquí para ayudarte en todo lo que necesites. Me alegro mucho por haberme decidido a venir." Dije con total sinceridad.

"Estoy muy avergonzado." Dijo un poco apenado, y agregó. "No sé como agradecerte por esto."

"No necesitas estar avergonzado conmigo. En cuanto a la forma de agradecérmelo..." Hice una pausa. "...ya encontraremos una forma de que lo hagas."

Casi una hora después, sus nalgas, raja y agujero estaban relucientes. Como nuevos, diría yo. Bueno, lo que quiero decir es que estaba todo limpio y me tuve que contener para evitar zambullirme para que mi lengua se diera un festín.

Todo limpio, aunque no totalmente.

Aún faltaba la parte delantera.

"Quieres darte la vuelta nuevamente?" Le pregunté y fui a brindarle mi ayuda porque daba por descontado que tampoco en esta oportunidad lo lograría él sólo.

Una vez que quedó nuevamente boca arriba y después que retorné al baño para traer más agua limpia, metí la esponja en el balde, le pasé el jabón y con mi mano le alcé el vientre. No alcanzó con eso y tuve que levantar dos grandes rollos más para poder acceder a sus testículos enormes del tamaño de los de un toro. En el lugar de su miembro, sólo había un agujerito con piel arrugada alrededor. También toda esa zona tenía gran parte de su propio excremento.

Mi erección comenzó a aparecer lentamente, mientras Pedro seguía sin quitarme los ojos de encima.

Pasé la esponja suavemente.

Noté que el gordo se puso en tensión, pero no dijo nada. Sólo seguía viéndome a los ojos cada vez que yo le miraba el rostro, como para estudiar mis reacciones.

Limpié cuidadosamente cada pulgada de su entrepierna con la esponja y tuve que acompañar el trabajo con mi mano libre, mientras le pedía que él mismo se sostuviera la panza.

Mi pene ya estaba duro como la roca, y mis dedos le alzaban esas bolas tremendas para permitir un correcto aseo.

En determinado momento, cuando moví los testículos para un lado, y luego para el otro, Pedro comenzó a sacudirse espasmódicamente por tres veces consecutivas.

"Qué te sucede?" Pregunté mirándolo a los ojos, ya que parecía que era víctima de una ataque o algo así.

No tuve que esperar su respuesta ya que algo caliente comenzó a bañarme la mano con la que le estaba sosteniendo los testículos.

Miré sorprendido y del agujero por encima de sus bolas, brotaba un chorro tremendo de esperma.

No pude salir de mi asombro.

CONCLUIRÁ.

Me gustaría que pusieran más comentarios a mis relatos.