Milky Ros...
Ella apretaba los dientes y se aferraba al heno, mientras...
Ros es la Nieta de Joe de 22 años. Aunque realmente no es su nieta de sangre, ya que su hijo se casó con la madre de Ros y así fue como esta entró a formar parte de su familia. Pero eso fue hace mucho tiempo, ahora Ros y Joe están solos…
Recientemente ha tenido un niño lo que ha provocado cambios drásticos en su vida. El padre se ha desentendido de ella y de su hijo, por lo que ha tenido que dejar la universidad. Huérfana de padre y madre, su única familia es su abuelo Joe, a quien no ve hace años y a quien ha tenido que recurrir por cuestiones de necesidad….
Al día siguiente volvió a nevar, tras varios días de sol intenso, que había comenzado a derretir la nieve que cubría campos y caminos en torno a la cabaña. El cielo amaneció plomizo aquella mañana y ocultó el sol durante todo el día.
En el desayuno el ambiente era algo tenso, tras el luctuoso episodio de la noche anterior. Se respiraba una calma tensa aunque pueda parecer una contradicción, pero no hay otras palabras capaces de describirlo adecuadamente. Cada cual era amable con el otro, sonreía levemente y parecía despreocupado, pero por dentro, sus pensamientos recordaban el caliente encuentro de la noche anterior. En el interior de sus pensamientos íntimos, tal vez ella pensase en que deseaba haber hecho algo más con él y él que tal vez le hubiese gustado complacerla más íntimamente a ella.
En cualquier caso sus masturbaciones compartidas tuvieron final feliz, como suele decirse y ahora la duda era si aquél tórrido encuentro, tras la caliente confesión de Joe, iría hacia algo más preocupante y al mismo tiempo placentero, o haría mella el sentimiento de culpabilidad que a ambos envolvía tras el incidente.
Por un lado Ros era nieta de Joe, política eso sí, tras la unión de su hijo con su madre divorciada, pero eso sonaba a excusa consentidora de aquella relación que se estaba fraguando en las largas y frías noches de aquel invierno, en la soledad de aquella cabaña, cobijados bajo el calor de la hoguera.
Por otro Ros nunca le había llamado abuelo a Joe, pues era consciente de que realmente no era su nieta de sangre sino política, fruto de la unión de su madre y del hijo de Joe. Y aunque éste la había criado como a una hija, Joe no los aceptó en un primer momento y desde aquellos tiempos ella siempre se había referido a él como Joe.
Nada que ver con su abuela Amy, tan cariñosa desde el primer momento que la hizo sentir como su nieta desde el primer día, tal vez porque deseaba ser abuela y Ros era el regalo que tanto tiempo estuvo esperando.
El caso es que Joe tampoco era tan malo y bien que lo había demostrado al acogerla tras su embarazo imprevisto en la universidad. Es más, le había encargado el moisés antes de su llegada, consciente de esa necesidad.
Tras el desayuno Ros amamantó a Pay y Joe comenzó a sentirse incómodo sin nada que hacer frente a ella más que mirar cómo le daba la teta. Así que se levantó y se fue al establo.
Ros terminó de dar el pecho a Pay y le acostó, luego fue a ver a Joe, pues se dio cuenta de dicha incomodidad por parte de este y quería aclarar las cosas. Fuera la nieve caía plácidamente y aunque el golpe de frío fue importante, ésta se quedó extasiada viendo los miles de copos caer formado conglomerados sobre el cielo plomizo mientras miraba como sus pesadas ropas de abrigo comenzaban a cubrirse con ellos.
Reaccionó tras el momento de asombro y cruzó el espacio que separaba la casa del establo, viendo cómo tras de si quedaban las huellas de sus botas marcadas en la nieve fresca. Al entrar el viento gélido se coló en el relativamente cálido interior.
—¡Oh qué bonito es ver nevar! —dijo Ros nada más entrar.
Joe estaba dando un poco de heno a los caballos, cuando la vio entrar cubierta de copos de nueve sobre su ropa oscura.
—Si, es bonito. De eso no tenéis en la ciudad, ¿verdad?
—No, en absoluto. ¿Qué tal estás Joe? No has estado muy hablador esta mañana —dijo Ros comenzando la conversación para la que había venido hasta allí.
—¡Oh bien Ros! No tienes por qué preocuparte.
—Verás, lo de anoche fue culpa mía, me emocioné escuchándote narrar tu caliente historia con Eda —dijo Ros arrojándose toda la culpa.
—Bueno, admito que tampoco puse mucho de mi parte para parar el momento —dijo Joe.
Ros ya estaba junto a él frente al semental al que había servido una horca de heno.
—Sólo quería decirte eso, que no te sientas culpable como te pasó con Eda, yo contribuí a lo que pasó.
—Ya lo sé, pero en el fondo también lo deseaba… Ros, eres tan joven y bonita que el tomar la leche de tus pechos es ya en sí mucho más de lo que nadie podría soportar como tentación carnal. El hecho además de que tú te sintieses atraída por este viejo creo que es algo de lo que debería sentirme orgulloso, y no quise dar ese paso porque luego me sentiría culpable, ¿entiendes?
Ros escuchó con atención y pensó su respuesta.
—Me excita que tomes leche de mis pechos Joe, la primera vez que lo hiciste por necesidad ante el dolor que tenía ya me gustó mucho —le confesó Ros—. Pero las otras veces lo he hecho por puro placer, ¿me entiendes?
—Si Ros, te entiendo, tal vez hemos pasado solos mucho tiempo, ¿verdad? —dijo de manera tan sencilla para expresar a la perfección lo que ambos sentían.
En aquel momento Ros tuvo una vívida ensoñación, quizás una visión… en ella Joe le decía:
«—¡Oh Ros, sé que tú también lo deseas!
La giraba allí mismo y la echaba sobre una de las pacas de heno, luego la echaba hacia adelante hasta que esta se apoyaba sobre la hierba fermentada y metiendo su mano entre sus cachetes acariciaba los suaves pliegues de su sexo con su mano, para despertar la humedad de su interior.
Ros se quejaba, pero Joe insistía, la empujaba y no la dejaba incorporarse.
—¡Oh Joe, creo que esto es un error! —le decía Ros sintiendo el vértigo del deseo que llamaba a su puerta.
El pantalón de Ros caía hasta sus rodillas, arrastrando sus bragas y su blanco culo quedaba expuesto a la vista de Joe, quien también se bajaba el suyo y liberaba su perfecto miembro erecto, con el que frotaba el sexo peludo de Ros haciéndola gemir de placer, con tan sólo sentir su caliente glande rozándose por entre sus labios vaginales.
—¡Oh Ros, cómo te deseo! —decía una vez más Joe.
Y con un ardiente empujón hacía entrar toda su erección en su vagina, arrancándo un gran alarido de sus labios.
Ella apretaba los dientes y se aferraba al heno, mientras Joe, desde atrás, comenzaba a follarla salvajemente. Provocándole una deliciosa mezcla entre dolor e intenso placer.
Ros sentía su miembro bien adentro, mientras Joe empujaba sin apenas sacarlo de su caliente interior. Su unión era plena y la lubricidad de su sexo era más que patente, se dejaba follar como una perra y disfrutaba enormemente con ello.
Podía oír las enérgicas culadas de Joe resonando como palmas en el establo donde, únicamente eran testigos de su fornicación, los animales de granja y los caballos. La pareja se aferraba con fuerza en un intenso coito con gran deseo y lujuria, sin guardarse nada, entregándose al mil por cien.
Ros sentía oleadas de placer que venían a su cuerpo, también sentía el gélido ambiente en torno a sus muslos y la parte descubierta de sus caderas. Pero allí, en su cálido sexo, aquel acto obsceno la calentaba lo suficiente para derretir toda la nieve que había sobre el establo. ¡Oh qué delicioso calor manaba del aquel acto sexual! Tan desenfrenado que Joe no se esperó para correrse, aunque aguantó lo suficiente para que Ros se excitara tanto que deseara que el momento llegase lo antes posible.
Entonces él estalló dentro de ella y siguió follándola con ganas mientras se corría. Al tiempo que Ros intuía que su final llegaba y notando al macho correrse dentro, la hembra no pudo ser menos y también estalló en su particular frenesí mientras se frotaba íntimamente desde abajo. Así continuaron follando mientras ambos se corrían intensamente, hasta apurar la última gota de placer que aquel acto descarnado pudo darles.
Bien querría la pareja haber permanecido por tiempo indefinido en aquel estado de éxtasis tras un fenomenal orgasmo, sintiéndose tremendamente felices por dentro a causa de su unión…»
—¿En qué piensas Ros? —preguntó Joe sacándola de su ensoñación.
—En qué me alegro de haber venido aquí Joe —dijo esta para sorpresa de su hospedador.
Y habiendo terminado sus tareas en el establo, Joe y Ros salieron de él para buscar calentarse en la hoguera de la casa, sirviéndose un vaso de licor para entrar en calor en aquella fría mañana del invierno…
Por la tarde hubo suerte y unos rayos de sol les permitieron salir al exterior. Momento en el que Joe aprovechó para cortar un poco más de leña mientras Ros, con Pay en brazos le observaba. Entonces ella cayó en la cuenta de que Joe se mostraba más acertado que nunca en los tajos sobre los troncos, y casi siempre los hacía saltar en astillas al primer golpe.
—Parece que hoy va mejor, ¿no Joe?
—Si, Ros me siento más fuerte, ¡me siento bien! —dijo Joe sorprendiéndose a sí mismo.
—Yo también te veo mejor Joe, tal vez sea la compañía, como te dijo Eda: no es bueno estar solo.
—Tal vez Ros, tal vez… —dijo Joe dejando caer el hacha con precisión sobre el último tronco, partiéndolo en dos de un solo tajo.
La vida transcurre tranquila en la cabaña del bosque, extrañamente Joe parece recuperar las fuerzas día a día y Ros comienza a sospechar el porqué de tan extraño suceso, el porqué del Extraño caso de Mr. Bottom …