¿Militares o putas?(I): Una polla para la coronel

Amanda Santos Martínez es la coronel de un acuartelamiento que rige con puño de hierro; sin embargo, ciertos acontecimientos podrán en jaque su posición actual.

Buenos días, tardes, noches. Hace mucho que no escribo un relato, por lo que lo primero que quiero es disculparme si hay algún fallo grave de ortografía o gramática. Por lo démas, decir que no acompaño la idea de violación, tortura y extorisión; esto es un relato y en la fantasía cada uno es libre de imaginar lo que quiera, siempre y cuando no lo cometa en la vida real. Dejando a un lado las excusa, os invitó a que me escribaís tanto en los comentarios como por mensaje, para indicarme los fallos, quejas, sugerencias o indicaciónes que ustedes estimen oportuno siempre que seá con educación y respeto. También decir que en esta saga habrá alto contenido en otros temás, como puede ser interracial, dominación, y algo de amor filial. Por mi parte nada más, que disfruten del relato tanto como yo he disfrutado escribiendolo.


Los tacones de los zapatos resonaban sobre el suelo del pasillo, marcando un ritmo como si fueran tambores de guerra.

-¡Atención, el coronel!- Gritó una voz al entrar en la sala.

-¡Firmes!- Todos en la sala quedaron tensos, como barras clavadas en el suelo. Un hombre de uniforme se cuadró ante ella- A sus órdenes, mi coronel.-

-Manda descanso.- Una voz fría y pétrea salió de sus labios carmesíes.

Continuó andando hasta entrar en su despacho, dejando respirar con tranquilidad a los hombres que trabajaban en la sala. Se quitó la guerrera de su uniforme, dejándola sobre la percha y se sentó en su sillón. Recogió las hojas sobre la mesa y comenzó a leerlas minuciosamente, observando cada detalle con sus ojos, verdes como el jade, en busca de alguna irregularidad. Al finalizar su lectura, llamo con el teléfono de su despacho.

-Soy la coronel Amanda Santos Martínez.- La voz dura y fría que la caracterizaba se detuvo un momento para recibir cortesías correspondientes a su rango.- Dile a la teniente Silvia Rodríguez Santos que se presente inmediatamente.- Colgó el teléfono casi sin dejar contestar a su interlocutor.

Recogió los papeles y abrió una carpeta voluminosa con miles de papeles de temas burocráticos. Lentamente, fue repansandolos mientras hacía tiempo. Sabía que no tardaría mucho en aparecer. Nadie la hacía esperar. A los pocos minutos, una mujer entró en su despacho. Era alta, de complexión atlética, aunque tenía las curvas acentuadas en la zona del busto y la cadera. Su tez era morena, bronceada por el sol y no genético. Su cabello, castaño brillante y sedoso, formaba un moño en la parte trasera de su cabeza. Los labios carmesíes y carnosos se encajaban en un rostro triangular delgado, con una pequeña nariz ligeramente curvada hacia dentro. Sus ojos almendrados, de un  verde intenso, miraban directamente a los ojos de la coronel.

-¿Da usted su permiso para entrar, mi coronel?- Una voz fuerte pero jovial y llena de energía salió de la mujer, a la vez que saludaba llevándose la mano a pocos centímetros de su boina.

-Pasa.-

Al hacerlo, la mujer se quedó clavada en el suelo, cuadrada sin moverse. Vestía un uniforme de instrucción, con ropa de camuflaje y botas color arena. El cuerpo se le marcaba ligeramente, como si la ropa hubiera sido entallado para ella.

-Je.-Sonrió la coronel.- Eres exactamente igual que yo con tu edad, hija.- La voz imperante paso a una voz más calurosa y tierna.

La mujer no mentía. Incluso ahora eran iguales, aunque la coronel tuviera unas pocas e invisibles arrugas en su rostro, los senos más abultados y la piel más tostada, parecían casi gemelas. Pero no. Ellas eran madre e hija. Y este encuentro no había sido casual. La coronel le ordenó que estuviera en una posición más relajada para hablar.

-Así que mandas una de las secciones de mi regimiento. Quien me lo diría cuando solo eras una niña.- La mujer se levantó y se puso frente a la teniente.

-Bueno, tampoco es que haya sido casualidad.-

-Cierto, pero aun así es curioso.-

-Mamá, si no te importa, tengo mucha prisa...-

-¿No tienes tiempo para la coronel del regimiento?- Una trampa mortal se ocultó tras aquellas palabras, algo que inconscientemente hacía.

-No, mi coronel.-Su voz se tensó al notar una sensación de peligro recorrer su espalda.- Solo que he de incorporarme a mis ejercicios.-

-Claro, sin problema. Solo una cosa. Esa sección que diriges tiene un pelotón bastante… peculiar. Si tienes alguna queja de ellos dimela.-

-N… no no. Todo va perfecto.- La voz le tembló ligeramente, casi desapercibible para alguien que no estuviera entrenado para verlo.

-¿Segura?-

-Segura, mama.-

-Vale, Silvia. Puedes retirarte.- Le dio un beso en la frente y la dejó marcharse.

La coronel Santos se quedó unos segundos mirando la puerta tras la salida de su hija. No era tonta. Sabía que algo pasaba. De todas las unidades que había, su hija tuvo que acabar en una con un pelotón de despojos dentro del ejército: moros, sudamericanos, yonkis, y gente de la misma calaña. Si bien era cierto que la educación conservadora de la coronel le hacía tener reticencias contra estos grupo, lo cierto era que su opinión no solo se basaba en un racismo o clasismo obvio. Aquella gente gozaba de mala fama en general, tanto dentro como fuera del acuartelamiento; por ello, no era de extrañar que se evitará cualquier contacto con ellos.

Amanda respiro. Estaba preocupada, no podía negarlo; pero tenía que tener confianza. Su hija era un reflejo de ella, una persona férrea, inflexible, dura y resistente. No debía preocuparse. Pero los sentimientos de una madre hacia su retoño siempre serán latentes quiera o no.

Se sentó en su sillón y continuó con el papeleo, dejándose engullir en la monotonía de la rutina.


El ritmo constante de la carrera empezaba a crearle un coste en sus fuerzas. Las gotas de sudor caían por su frente, uniendose a la sudada camiseta que se ceñía al cuerpo como una segunda piel. Su paso ininterrumpido durante más de 40 minutos, empezaba a flaquear con la última cuesta. Junto a ella,  un joven corría a su mismo ritmo, con la misma meta. No podía flaquear.

Tirando de donde tenía, comenzó a aumentar el ritmo, tratando de distanciarse. El joven por un momento se quedó atrás, pero pronto la alcanzó otra vez, comenzando un sprint cuesta arriba. Le miró con irritación y apretó los dientes. No le iba a dejar ganar. Sacó sus últimas fuerzas y aumentó el ritmo, iniciando una velocidad que superó al joven. No era capaz de seguirle el ritmo, y al llegar al final de la cuesta ya le sacaba un par de metros.

Lentamente bajaron el ritmo hasta que se detuvieron. Su respiración entrecortada, fue paulatinamente recuperando el ritmo. El joven la miró con una sonrisa.

-Ja, has ganado.- Respondió con una voz a la que casi le faltaba el aliento.

Era un chico alto, delgado y muy fibroso. Tenía su pelo rubio muy corto, rapado por los laterales, con un flequillo en punta que parecía que se lo hubiera lamido una vaca. Era muy blanco, como si fuera de orígenes germanos. Vestía una camiseta que se ajustaba a su cuerpo, dejando ver sus definidos músculos. El pantalón le caía suelto hasta las rodillas, aunque Amanda era capaz de adivinar el bulto que escondían.

-No lo dudaba.- Rio la mujer, conectando sus ojos verdes con los ojos azules del joven.-Pero has sido un digno rival.-

-¿Digno? Es obvio que le he dejado ganar, señora.- Respondió marcando la última palabra sílaba a sílaba.

-Ja, que amable la juventud de hoy en dia. Y yo que pensaba que solo tratabas de mirarme el culo.-

La frase dejó sin palabras al joven, tiñendo su rostro de un rojo tomate. Pero era justificable en este caso. Amanda vestía solo una camiseta deportiva sin mangas que se ajustaba a ella hasta un poco por encima del ombligo y una mallas hasta las rodillas que marcaban toda su curvatura. Tenía el cabello recogido en una coleta que le llegaba hasta el inicio de la espalda. Su figura, visible, era un manjar. Su cuerpo era atletico, no musculoso pero si se podía apreciar un poco marcados sus hombros y sus piernas. Su vientre plano mostraba alguna estría blanca del embarazo que afeaba la zona. Pero lo que más llamaba la atención eran sus senos, que el sujetador deportivo no acababa de oprimir lo suficiente como para evitar su balanceo y su culo redondo y firme sin llegar a ser demasiado.

-¿Que pasa, chico? ¿Te ha comido la lengua el gato?- Amanda sonreía al ver a aquel joven tan cortado ante una figura como la suya.

-Ja.-El joven río nerviosamente hasta poder mantener una compostura.- No, señora. Es solo que me sorprende lo creído que lo tiene.- Recalcaba la palabra señora como si fuera un insulto.

-¿Creído?- Amanda se hizo la ofendida- Encima de que te doy una salida digna.-

-¿Como? Pero si me has acusado de mirarle el culo a una treintañera.-

-46-

-¿Qué?-

-Tengo 46 años.-

-Imposible. No puedes tener más de 35.- El joven la miró incrédulo por la conversación que estaban manteniendo.

-¿Me acusas de mentirosa?- Una pícara sonrisa se dibujó en los labios de Amanda.

-Si, lo hago.-

-Oh, qué osado.-

-Aún así, mejor me lo pones. No voy a mirar el culo de una mujer que podría ser mi madre.-

-Pues entonces, explicame porque he ganado-

-Ya lo he dicho. Por educación.-

-Ah, ya veo. La misma educación que se atreve a llamarme mentirosa y a negarme saber tu edad cuando yo te lo he dicho.-

-Ja, ja. Vale, vale. Tengo 23 años.-

-Je, solo un niño.- Amanda se acercó a la pared y comenzó a estirar, tratando de hacer aquellos estiramientos que le marcarán más sus curvas para provocar al chico.

El joven comprendió rápidamente su juego y trato de no hacerle caso, pero no pudo evitar mirarla de reojo. Amanda sonreía, percatandose de los infructuosos intentos del joven por disimular.

-Me llamo Bruno.-

-Bruno… bonito nombre.- Repitió el nombre un poco con desgana.

-¿No vas a decirme el tuyo?-

-No te lo has ganado.-

-¿Ahora quien está siendo la maleducada?- Bruno sonrió.

-¿Y ahora me llamas maleducada? A ti no te han dado educación ninguna.- Amanda dejo de estirar y puso las manos en la cintura, haciéndose la indignada.

-No tergiverses la verdad, señora. Aquí la que no le han enseñado educación es usted, y creo que alguien debería hacerlo.- Una sonrisa ligeramente perversa se dibujó en el rostro de Bruno.

-Vale, eso no ha sido gracioso.- Amanda se puso sería. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver aquella sonrisa, algo que decía peligro.

-¿Eh? Oh, perdón. Lo siento.- Un rostro inocente y asustadizo sustituyó aquello que alertaba a Amanda; relajandola inconscientemente.

-No pasa nada, tranquilo.- Sin embargo, el seco sonido de su voz daba a entender lo opuesto.

Durante unos segundos se quedaron en silencio, un silencio incómodo para Bruno.

-Bueno… yo me voy, que tengo cosas que hacer.- dijo medio sonriendo, esperando una respuesta amable o algo con lo que acabar bien esta situación.

-Muy bien.- Amanda cerró la conversación sin siquiera mirarle, haciéndose la concentrada.

El joven la miró un momento y se alejó con la cabeza gacha.


Amanda acabó de revisar el último informe que quedaba. Estaba exhausta, pero, por fin, había terminado aquel burocrático trabajo. Se echó hacía atrás en su silla, reposando su cuerpo de la constante postura en la que se había encontrado en las últimas horas. Su mente buscaba algo con lo que distraerse, recordando la conversación con Bruno aquella mañana.

“Que bueno que estaba” pensó la mujer, cerrando los ojos a la vez que se mordía el labio “Tal vez debería haberle castigado por su arrogancia… ¿Pero, que piensas Amanda? Podría ser tu hijo” abrió los ojos de golpe para encontrar sus manos sobre su pecho, acariciando sus pezones por encima de la camisa. Su rostro se enrojeció al acto y se detuvo ¿Y si la llega a ver un soldado? Qué vergüenza. Pero no se podía controlar. Hacía mucho de la última vez y era normal que se comportara como una colegiala, ¿no?

Miró la hora y vio lo tarde que era. Se había saltado la comida y ya casi era la hora de la cena. Hacía horas que debería haber abandonado su lugar de trabajo, pero el deber implicaba sacrificios. Se levantó, colocándose la chaqueta nuevamente y salió por la puerta. Se dirigió hacía los vestuarios para cambiarse a ropa civil, lo que le obligó a pasar por casi todo el acuartelamiento. A penas había una patrulla por las calles del cuartelillo, dándole un aspecto tétrico, como una película de terror.

Mientras caminaba, Amanda recordó la conversación que tuvo con Silvia. Su niña era una mujer decidida, y salvó cuando mentía no titubeaba. Cuando era una niña era hasta descarado, pero con el tiempo los gestos se iban puliendo y si no llevabas una vida entera viéndolos, no los detectabas nunca ¿Por que su hija le mintió? Era algo que no adivinaba aún.

Al entrar en el vestuario pudo notar dos cosas. La primera, antes de entrar, que las luces del edificio estaban encendidas, lo que molestó a Amanda ya que si alguien se las había dejado encendidas, quería decir que alguien estaba derrochando el dinero del ejército. La segunda, nada más entrar, que las luces no se las habían dejado encendidas, sino que alguien estaba dentro, ya que podía oír como si alguien gritara. La verdad es que no era un grito, sino parecido pero no se daba cuenta de qué ya que se oía muy bajo. Se oía también un golpeteo contra madera a la vez.

Amanda se quedó desconcertada, y la curiosidad la movió a adentrarse un poco más. En un momento la duda se reemplazó por certeza e ira. El edificio de vestuario se dividía en dos estancias: una para los oficiales y otra para los soldados. Por supuesto, ambas zonas estaban bien diferenciadas, ya que mientras la zona de oficiales estaban diferenciadas en taquillas con ducha propia cada una, la de los soldados parecían los vestuarios de un instituto, con bancos, taquillas sin cerraduras y duchas comunes. De este último vestuario era de donde venía el ruido, y Amanda entró por la puerta de este con relativo sigilo.

Los sonidos que había oído eran sin duda los gemidos de una mujer. Una mujer teniendo sexo con alguien. Algo prohibido dentro del cuartel, y como máxima autoridad, Amanda no lo podía permitir. La coronel entró por la puerta y encontró a un hombre desnudo dándole la espalda. Tenía la piel oscura, como la de un marroquí, y una panza de mala vida. Su cabello estaba rapado al cero y con sus manos sujetaba las caderas de una mujer que se apoyaba sobre el banco.

No distinguía a ver a ninguno, ya que pillaba la escena de espaldas, pero Amanda sabía perfectamente quién era el hombre. Farid era uno de los famosos despojos del segundo pelotón de la sección de su hija. Mal militar, mala persona e incluso mala chusma. No se le daba bien nada salvo dar excusas, cosa que le servía ya que siempre tenía excusa en caso de que le pillaran con la primera. Durante años había intentado pillarle con algo: tráfico de droga, venta de material, violencia… lo que sea; pero nunca imaginó que podría expedientarlo por tener sexo en el cuartel.

-¿Qué coño está pasando aquí?- Dijo Amanda con un tono de voz firme pero sin parecer alterado.

El hombre se detuvo de inmediato, soltando la cadera de la mujer que se escurrió sobre el banco. Se dio la vuelta con cierto miedo, imaginando lo que le deparaba. Ante él se encontraba su coronel, la mujer que lo había amargado tanto y ahora le había pillado con las manos en la masa.

-¿Qué coño está pasando aquí, Farid?- Continuó pinchando en el mismo punto, creando más tensión.

-Coro…-

-Te diré que es lo que veo.-Le cortó antes de que pusiera cualquier excusa.- Veo a un soldado realizando una práctica sexual en una instalación militar con una prostituta ¿O estás forzando a una pobre chica con tu po…?- Se cayó al bajar la mirada.

Hacía tiempo que no veía una polla, pero aún así, Amanda nunca había visto una como esa… bestia que tenía el moro. Era la polla más larga que había visto, fácilmente de longitud, pero sobretodo era gruesa. Su cabeza apuntaba directamente a la cara de Amanda, hipnotizandola con el movimiento de balanceo que realizaba.

-Coronel, yo no istoy follando in il cuartel. Esto ser un mal intendido.- Se excusó sin darse cuenta de que la mujer frente a él se había callado.

Durante unos segundos que parecieron minutos, ninguno hizo nada hasta que la mujer que estaba sobre el banco comenzó a moverse.

-Papi, ¿por qué has dejado de follarme?- Preguntó con una voz seductora a la vez que se daba la vuelta.

Amanda salió de su trance para hundirse aún más en la miseria al ver el rostro de la mujer sobre él banco.

-¿Silvia?- Preguntó extrañada sin saber qué decir.

-¡Mamá!- Su voz pasó de un ronroneo al pavor absoluto al ver a su progenitora frente a ella.

La tensión se palpaba y ninguno decía nada. Amanda tenía frente a ella a una de las personas que más odiaba desnuda junto a la persona que más amaba. Una mezcla de sentimientos se fue acumulando en su estomago hasta que no pudo más y vomitó en una esquina. Se limpió la comisura de los labios y les lanzó una mirada de odio absoluto.

-Os quiero ver en mi despacho en cinco minutos, o mandaré a la guardia aquí para que os metan en el calabozo.- Salió por la puerta con paso acelerado y se dirigió al vestuario de oficiales, no para cambiarse, sino para continuar devolviendo. Cuando vació el estómago, se limpió la boca con agua y uso un colutorio que tenía para quitarse el sabor ácido en su boca. Los sentimientos competían por dominar su mente. La ira y la tristeza llevaban la voz cantante, pero había otros como la amargura, la inseguridad y la vergüenza que no distaban muchos.

Por el rabillo del ojo pudo ver como su hija salió corriendo ya vestida por el pasillo. Una calma la tranquilizó al ver aquello. “Al menos no se han puesto a follar otra vez.” Temía que al dejarles solos volvieran a su práctica, por lo que o no hacía nada, lo que le hacía perder autoridad, o le obligarían a enviar a la guardia, con lo que arruinaría la vida de su hija. Ambas acciones no eran tentadoras y decidir aquello si que le hubiera hecho dudar, cosa que casi nunca hacía.

Se arregló lo mejor que pudo hasta que tuviera un aspecto aceptable, y salió por la puerta. Farid ya había salido también, aunque no se dió cuenta de ello hasta que salió al pasillo. Se dirigió al edificio principal a paso acelerado, tanto como le permitían sus tacones. Las dudas le empezaron a nublar la mente, abriendo paso a un terror que no había barajado “¿La había violado? Seguro… pero, ¿entonces por qué le llamó papi? ¿Le gustaría a Silvia aquel moro? No, eso era imposible ¿Como se iba a enamorar Silvia de un mono? Tenía que ser algún motivo más.” Mientras daba vueltas a las múltiples preguntas que iban apareciendo en su cabeza, llegó al edificio.

Subió por las escaleras, a la vez que oía a una persona hablar. Era Farid, pero Amanda no conseguía adivinar que decía hasta que estuvo más cerca.

-...y tu decir iso, puta ¿Tu intindes?- su dedo señalaba directamente la cara de Silvia a la vez que esta mantenía la cabeza baja. Antes de que contestara, Amanda subió la escalera, viendo durante un segundo la escena antes de que cambiaran a una mal disimulada escena de tranquilidad.

-Silvia, a mi despacho.- Hizo un gesto a la vez que no quitaba su mirada de Farid, la cual lo hubiera fulminado si fuera posible. Al entrar en el despacho cerró la puerta y se dirigió a su asiento.

-Mama, yo…-

-Calla.- Cortó a su hija hasta que se pudo sentar en su asiento. Se echó hacia atrás y apoyó su mano sobre los reposabrazos. Durante unos minutos no dijeron nada, mientras las dos trataban de evitar mirarse. -¿Qué es lo que te ha dicho que me digas?- Preguntó directamente, sin ni siquiera mirarla.

-La verdad.- Dijo Silvia timidamente, avergonzada de decirlo. Aquello cayó como un cubo de agua fría sobre Amanda, suponiendo la respuesta.

-¿Tienes una relación con él?- Dijo, maldiciendo porque suponía la respuesta.

-¿Qué? No.-

-¿Como?- Una luz se iluminó en la mente de Amanda, cambiando la cara a alegría.

-No, mama. Le odio. El me chantajea.- Silvia seguía mirando al suelo, mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.

-Sigue, ¿como te chantajea?- Amanda sacó una grabadora y le dio al play.

-Ha… hace unas semanas… los hombres del primer pelotón se juntaron en el vestuario.- Silvia sollozaba mientras lo decía, deteniéndose casi en cada palabra. -E… entré y les encontré consumiendo alcohol… y pastillas. Les dije… les dije que les metería en el agujero por esto y… les apunté con mi arma. Ellos se rieron, y me preguntaron… me preguntaron…-

-Sigue, Silvia ¿Qué te preguntaron?- Amanda se levantó y se acercó a ella, poniendo su mano sobre el hombro.

-Mama, yo no… no puedo…-Miró a los ojos a Amanda, pero en ellos no había más que la firmeza del mandato. Resignada, ella continuó.- Me preguntaron… que ¿qué hacía un conejito tan delicioso allí? Antes de que pudiera hacer nada se abalanzaron sobre mí… me quitaron el arma… y me dijeron que era hora de que la novata pasara un bautismo de fuego.- Las lágrimas corrían por su mejilla, lo que le creaba un nudo en el estómago.

-Silvia, acaba la historia.-

-M...me desnudaron… y… y me violaron los diez. Uno tras otro. A veces más de uno. No se cuantas veces fue… pero cuando perdí mi razón… me grabaron con una videocámara… y me hicieron correrme… me hicieron suplicar por sus pollas…-Justo al decir aquello. Cayó sobre sus rodillas y comenzó a llorar desconsoladamente. Su madre la abrazó y trató de confortarla lo mejor que pudo…

-Ya pasó, Silvia. Ya pasó. Escuchame. Vas a irte a casa, y no vas a volver al cuartel hasta que te diga ¿Has entendido? Vas a estar de baja hasta que te diga.- Repetía las frases para cerciorarse de que le entendía.-Ahora, sal de mi despacho y dile a Farid que entre.-

Silvia se levantó lentamente con ayuda de su madre y se secó las lágrimas antes de salir. Dijo algo a Farid y luego salió de la vista de Amanda, la cual ya se había sentado en su asiento otra vez. Farid entró con paso decidido. La actitud tímida había desaparecido, y la coronel pudo ver una pequeña muestra de arrogancia en su mirada.

Al entrar, se dirigió directamente al asiento frente a Amanda y se sentó, apoyando los pies en el otro asiento. Lé intento ordenar que se levantara, pero sus palabras se ahogaron en su cabeza. Sus ojos se cruzaron, aguantandose la mirada hasta que Amanda apartó la cara con un gesto de asco. Al mismo tiempo Farid habló.

-¿Ya ti hi dicho la tiniente il porqué lo hace?- La frase sorprendió a Amanda, no solo porque tomará la iniciativa, sino porque se atrevía a tutearla sin respeto ninguno.

-¿Cómo te atreves a…-

-Aquí las priguntas las hago yo.- Dijo cortandola en seco, lo que amedrentó durante un instante a Amanda, hasta que se puso de pie.

-Yo soy aquí la coronel de este acuartelamiento, y tu solo un saco de mierda al que no le he metido una bala entre ceja y ceja porque tengo todas las de ganar, así que si no quieres que todo esto vaya a peor, te sugiero que…- Amanda le empezó a increpar, marcando cada frase con su dedo, el cual señalaba la cara achatada del marroquí.

-Tu no mi has disparado, porque sabes que sino los vídios de tu hija saldrán a la luz.- Farid le volvió a cortar sin alzar la voz, con mucha suavidad.

-¿Vídeos? ¿Tienes más de uno? Bueno, eso da igual.- Amanda se trató de recomponer, pero escuchar de que tenía varias pruebas contra su hija podía dificultar la situación. -El testimonio de Silvia es que la violaron; así que en cuanto pongas en circulación los vídeos solo agravaras tu pena.-

-Ja, ja, ja. Tu no tienes ni idea, coronel ¿No sabes que yo fui il qui mando los vídeos de la tiniente López?- La risa burlona de Farid hizo palidecer el rostro de Amanda al oír a la teniente López.

Esperaba no tener que rememorar aquello. Rememorar una decisión que tomó y ahora se había vuelto en su contra. Si bien, el caso no era similar, la hipocresía que suponía no haber escuchado a la teniente López ahora se había convertido en una debilidad.

-¿Q...qué?- Su voz temblaba al darse cuenta de que había estado contra la espada y la pared todo este tiempo.

-Ji, ji, ji.Ya no somos tan valientes, ¿ih? Mi prigunto qui dirán los medios sí doy los vídeos de forma anónima.- Rió, sabiendo que tenía la sartén por el mango.

-¡Callate!- Gritó Amanda y se sentó en su asiento. Durante unos segundos nadie dijo nada. “Estos hijos de puta mandarían los vídeos donde solo sale mi hija, y cuando diga que la violaron, nos acusarán de que les discriminamos y les acusamos sin pruebas...” pensó, y resignada tuvo que decir- Muy bien, manda los vídeos.-

-¿Quí?- Dijo sorprendido Farid a la vez de que se enderezaba poniendo los pies en el suelo. -Creo qui no intiedes la situación...-

-No, Farid. Eres tu quien no lo entiendes.- Su voz volvió a ganar fuerza.- Mi hija hace tiempo que no está bajo mis faldas. Lo que haga ella, es de su incumbencia, por lo que sí tiene que ser expulsada del ejército, que así sea; pero te aseguro que no descansaré si lo hacéis en echaros-

-Ji, ji. No entiendes, coronel.- Rió Farid tan fuerte que dejó ver la hilera de dientes amarillentos que aún mantenía en su boca.- No sólo malo para tu hija, sino también para ti, ¿o cries qui van a dijar ascender a gineral?¿Cries siquiera qui vas a poder mantener tu puesto aquí?- Amanda se sorprendió en oír aquello. Era algo que no había barajado, y se notó que al entrar en su mente su cuerpo comenzó a temblar.- ¿a alguien con una hija tan putita como su madre?-

-¿Qué me has llamado?- Amanda clavó sus ojos en Farid, sorprendida por cada frase hasta la última.

-Lo que ires, ¿o cries qui no lo sabemos in el cuartel?-

-¡Eso es una mentira…! ¡Eso…! ¡Eso…!- Apartó la mirada con ira, dando un puñetazo en la mesa. Respiró profundamente y se relajó. -¿Y ahora qué? ¿Qué pasa si me sigo negando a ceder? No voy a permitir que me extorsiones.-

-Ji, ji. Lo intiendo, coronel; piro ni siquiera ti hi dicho lo qui quiero.-

-Lo obvio, extorsionarme con…- Amanda comenzó a hablar, pero se dió cuenta de que no sabía exactamente qué quería Farid. -Vale, Farid. Dime que te voy a negar.-

-Ji, ji. No ti negarás, coronel.- Volvió a poner sus piernas sobre el otro asiento y se reclinó un poco. - Quiero hacer un trato.-

-¿Un trato? ¿Qué trato?-

-Ji, ji. Fácil, coronel. Quiero qui mi des algo a cambio di no publicar los vídeos. Quiero qui mi des tu cuerpo.-

Amanda abrió los ojos de par en par. La indecencia del comentario fue suficiente como para romper la última neurona de su cerebro. Abrió el cajón de su mesa y sacó una pistola. Le apuntó directo a la cara y fue a accionar el gatillo… pero no podía. Le temblaba la mano y aunque apretaba los dientes, no era capaz de controlarla.

-Dispara, joder, ¡dispara!- Se repetía para sí mientras la furía se acumulaba en su mente.

-No harías porque sabes qui solo ti joderas a ti misma.- Rió el hombre manteniendose impasible a la vez que se colocaba en una distancia más corta. -Y prifieres qui ti joda yo.-

Amanda giró la cabeza, cerrando los ojos con fuerza. En una cosa tenía razón, meterle un balazo en la frente solo la condenaría. Si a él le pasaba algo, los demás miembros del pelotón subirían el vídeo; además, no podía estar segura de si él les había avisado por el móvil de lo que pasaba. Estaba acorralada y el primer zarpazo que diera sería el último… por lo menos hoy.

-V… vale.- Miró a los ojos otra vez a Farid, tratando de aparentar lo más desafiante posible.- Aceptó con una condición.-

-Tu no istas in posición di…- Fue a quejarse pero se lo replanteó antes de decir nada. Farid se reclinó hacia atrás y preguntó.- ¿Qui condición?-

-Dejaréis en paz a mí hija. Ella queda al margen de esto y… y… y podrás tenerme.- Las palabras se le atropellaban en la boca al decirlas.

-Ji, ji ¿Ahora ti priocupas por tu hija? Un poco tarde para ser buena madre.- Se reía a carcajadas, devorandola con la mirada. -Ista bien. Trato hecho… siempre y cuando seas tan puta como ella.-

Amanda suspiró y bajó la pistola, dejándola sobre la mesa. Se agachó y abrió un armario del que sacó una botella de whisky. Destapó la botella y dio un largo trago tras el cual puso la botella en la mesa.

-Bien, ahora sal de mi despacho. Quiero estar un momento sola.- Preguntó a la par que se deshacía el moño y dejaba su cabello caer hasta debajo de los hombros.

-¡Oh, coronel! Mi parece qui no.- Se levantó y dio la vuelta a la mesa hasta situarse al lado de Amanda.-Tu mi has interrumpido antes, así qui ahora tienes una risponsabilidad.-

Cuando acabó la frase se bajó los pantalones, dejando la polla erecta a unos centímetros de la cara de la coronel. Amanda se quedó muda y sus ojos quedaron hipnotizados al ver su verga. Su boca comenzó a segregar saliva y su mente se nublo.

-Livantate.- Farid ordenó y ella obedecía, levantandose como un resorte y sin quitar la vista de aquel pedazó de carne. - ¿Ti gusta, coronel?-

Amanda despertó de golpe al oir la palabra coronel. Le dirigio una mirada de odio a Farid, al cual le sacaba unos centímetros gracias a los tacones.

-Callate, imbécil ¿Como me va a gus…? ¡Mmm!- Amanda le intentó responder, pero antes de acabar su frase Farid le comenzó a comer la boca.

El sabor era amargo y desagradable, como si estuviera podrido y la lengua se movía por toda la cavidad bucal de Amanda, que se sentía indefensa. La mano del marroquí empujaba desde detrás de la cabeza de la mujer, por lo que le era imposible separarse. Su otra mano agarró la de amanda y la dirigió lentamente hasta su polla.

Amanda se asustó al notar la gruesa y venosa polla de Farid, y al intentar envolverla con sus dedos se dío cuenta de que no le era posible. Era demasiado ancha. La mano de Farid le comenzó a guiar para que le pajeara la polla, sin darle un segundo de paz en su boca.

Amanda se encontraba en una situación extraña. La boca del moro, con su sabor que se le pegaba al paladar y el olor a sudor y suciedad le producían náuseas, sin embargo, notar su polla entre sus dedos le parecía excitante… ¿excitante? No. No podía ser. Ella no era así. Tenía que haberle hecho algo.

Farid le soltó la mano, la cual ya actuaba de forma automática, y aprovechó para situar la suya sobre las nalgas de Amanda. Durante unos segundos estuvieron así, hasta que Farid rompió el beso. Amanda tenía los ojos cerrados, con la mente completamente nublada.

-Quitate la guerrera.- le ordenó a la vez que el se quitaba su uniforme.

Amanda se quitó la chaqueta y la tiró al suelo al igual que la corbata. Farid contemplo la vista de la camisa, la cual aunque era ancha, quedaba algo apretada por el tamaño de los pechos de Amanda. Sin poder controlarse, agarró la camisa y rompió los botones, lo que dejó a la vista los pechos de amanda tras un sujetador blanco. Sacó uno de sus pechos y lo agarró con fuerza a la vez que se llevaba el pezón a la boca.

Amanda puso sus manos sobre los hombros de Farid para empujarlo, pero al notar su lengua sobre su pezón se detuvo. Se mordió el labio a la vez que cerraba los ojos, notando como la otra mano sacaba su otro pecho por encima del sujetador y su boca cambiaba de pezón.

Cuando los tuvo totalmente erectos, Farid los pellizcó a la vez que volvía a comerle la boca a Amanda. Ella se dejaba hacer, devolviendole el beso inconscientemente. Sus manos comenzaron a buscar su polla, y al alcanzarla comenzó a pajearla con las dos. Farid rompió el beso y volvió a sus pechos, mordisqueando sus pezones a la par que sus manos bajaban hasta su falda. Amanda soltó un suave gemido, casi entrecortado.

-¿Ti gusta, guarra?- Preguntó con sorna Farid a la vez que levantaba su falda hasta la cintura, despertando a Amanda del trance donde está entrando.

-C...calla..., imbécil.- Dijo con voz entrecortada, girando la cara con vergüenza.

Farid dejó sus pechos y se irguió. Agarró la cara de Amanda y le dio un guantazo que movió los dientes de Amanda.

-Si tu mi llamas imbecil, yo ti pego ¿Intendido?- Farid hablaba con una voz más agresiva que antes, lo que, junto con el golpe, disminuyó la hostilidad de Amanda, que solamente asintió.

Farid hizo una mueca y comenzó a la chuparle el cuello a la vez que sus manos bajaban a la entrepierna de Amanda. Ella había dejado de masturbar la polla de Farid, usando sus manos para apoyarse en la silla que tenía detrás. Los dedos de Farid rompieron los pantys de Amanda, y comenzarón a rozar su coño por encima de sus bragas.

-Istas mojada, putita.- Rió Farid- Ti gusta qui ti trate como una guarra.-

Amanda no le hizo caso, pero no pudo evitar darle la razón. Estaba completamente excitada, deseando que la follaran; aunque fuera por aquel moro de mierda… y eso era lo que no entendía. Cerró los ojos mientras notaba el roce de sus dedos en sus hinchados labios, los cuales ya estaban expuestos al ladear sus bragas. Podía notar las callosidades que los frotaban, disparando un electrizante estímulo por su cuerpo.

Farid la empujó, cayendo sobre su silla, y la levanto por las piernas. Su cabeza y hombros quedaron apoyados sobre el asiento, quedando el resto del cuerpo suspendido entre la silla y sus piernas. Farid empezó a rozar su coño con su polla, avanzando muy lentamente.

-¿Tu quieres polla, puta?- Preguntó, a la vez que ponía las piernas de Amanda sobre sus hombros.

Amanda no contestaba, solo gemía. Sus manos se agarraban a los reposamanos, para tratar de mantener el equilibrio, lo que cada segundo le era más difícil. Farid entonces la sacudió violentamente, captando la atención de Amanda.

-Contesta, puta ¿Quieres polla?- Volvió a preguntar Farid, esta vez con fuego en los ojos.

-S… si.- Respondió Amanda, casi inaudible.

Eso le bastó a Farid… por ahora, con lo que comenzó a introducir su polla en el coño de Amanda. Sus ojos se abrieron de par en par, al notar como sus paredes se dilataban para dejar pasar su polla. Un gemido salió de la boca de Amanda que duró toda la penetración.

Farid tocó con la punta de su polla la entrada del útero de Amanda y comenzó a hacer movimientos circulares dentro de ella. La polla se pegaba a su pared vaginal superior, que con la suma de su peso aumentaba la fricción. Amanda comenzó a bufar, y gemir. Una corriente de estímulos la invadía. Entonces, Farid comenzó a sacarla, lentamente. Cada centímetro era un estimulo de placer en Amada, que gemía descontroladamente.

Farid soltó las piernas de Amanda y agarró su cadera, y entonces comenzó a bombear. Era un movimiento rítmico, sin una velocidad exagerada. Amanda empezó a respirar entrecortadamente, a la vez que gemía y poco a poco comenzaba gritar de placer. Farid por su parte se deleitaba de su cuerpo, de la hermosa visión de aquella puta. Aumentó paulatinamente el ritmo, y entonces Amanda le envolvió con las piernas. Había perdido la razón completamente, y se había entregado al placer.

-F… folla… ¡Follamé!- Empezó a gritar una inconsciente Amanda, que poco a poco comenzaba a voltear los ojos.

Sus pechos bailaban encima de su cuerpo, incontrolables, marcando el ritmo de las embestidas. Su coño chorreaba, apretandose a la vara que lo atravesaba, aunque no hiciera falta para notarlo. Las sensaciones provenientes de él pronto se agravaron creandose una espiral que subía por su columna.

-M… me… ¡Me corro!¡Me corro!- Comenzó a gemir Amanda, con una sonrisa estúpida en su cara.

Farid seguía follandosela, ignorando completamente a la guarra que tenía en sus manos; por lo que Amanda llegó al orgasmo, gimiendo con fuerza a la vez que su cuerpo temblaba. Sus piernas no aguantaron y se soltaron, al igual que sus brazos. Amanda se escurrió, pero Farid no dejo de follarla hasta que se cayó completamente al suelo. Parecía casi un cadáver ahí tirada, por lo que sacó su polla para que quedara tendida en el suelo.

Amanda respiraba entrecortadamente, agotada por la sensación. No reaccionó hasta que notó que alguien la agarraba del pelo y la levantaba. Cuando abrió los ojos, notó un golpe en su cara, otro guantazó, el cual la dejó medio despierta. Le soltó del pelo para que callerá pesadamente al suelo, con un aspecto de desgracia total.

-Date la vuelta, puta.- Dijo Farid, y ella obedeció sin voluntad, apoyandose en la silla con sus manos y rostro para ayudarse.

Cuando estaba casi colocada, Farid la agarró de la cintura violentamente, empujado su cara contra el asiento. Su polla se colocó en la entrada de su coño, y la metió del tirón, sacando un espasmo a Amanda que derivó en un grito de placer. Comenzó a bombear, esta vez con más violencia que antes. Amanda trataba de mantenerse en posición, pero sus piernas le fallaban, y apenas podía soportarse con los brazos y la cabeza.

Entonces Farid agarró su pelo y esta vez le apretó el rostro en su asiento, ahogando los gemidos de ella en el cojín. Sus pechos se balanceaban, golpeándose contra la madera, lo que la empezaba a irritar, pero también la excitaba. Su coño palpitaba violentamente, hasta que comenzó a mandarle otra vez estímulos a Amanda. Se iba a correr otra vez, pero esta vez estaba demasiado cansada para avisar siquiera. Su cuerpo comenzó a vibrar, y en ese instante, Farid comenzó a correrse, vaciando sus bolas en el útero de Amanda.

Soltó un fuerte gruñido y después la soltó, dejando que Amanda se desparramara en el suelo. Amanda se quedó inconsciente después de aquello, por lo que pudo mirarla detenidamente. A pesar de su estado, seguía siendo una mujer hermosa, seguramente sacaría un buen dinero por ella. Miró a la mesa y cogió la grabadora que estaba en ella, dandole al botón de stop. Una sonrisa perversa se dibujó en su rostro, con lo que se vistió y salió por la puerta, dejando a Amanda allí sola.


Amanda se despertó con un gran dolor de cabeza. Su coño le ardía, al igual que los pechos la cadera y otras partes. Se levantó lentamente, y notó como tenía restos secos de semen entre sus piernas. Agradeció a Dios que se hubiera hecho la ligadura de trompas, aunque comenzó a preocuparse por si le había pegado el SIDA o alguna enfermedad de esa índole… hasta que pensó un poco más. Había sido derrotada por aquel moro de mierda, se hubiera corrido antes o después dentro de ella.

Se sentó en la silla y comenzó a llorar en silencio. No entendía porque había disfrutado aquello. La había tratado como un animal, y ella se había corrido. Había adorado la sensación en su cuerpo, lo había anhelado. Buscó excusas en su mente, y lo único que se le ocurrió es que haberse relacionado con Bruno aquella mañana y la falta de sexo era lo que la había encendido.

Amanda miró el reloj y vió que aún le quedaba una hora antes de que fuera el toque de queda en el cuartel. Suspiró con alegría por su “suerte” y abrió la botella de whisky que aún estaba encima de su mesa. Mientras la vaciaba, se acordó de la grabadora, la cual comenzó a buscar hasta que vio que no estaba. Continuó bebiendo, mientras pensaba en cómo había acabado aquello. La noche había salido mal en todos los sentidos. Incluso la prueba con la que podría haber contraatacado ahora estaba en posesión de aquel moro.

Vació la botella, se colocó la ropa lo mejor que pudo y salió por la puerta, rumbo a su casa. Mientras andaba comenzó a urdir alguna respuesta, algo con lo que responder… sin saber que aquello no había hecho más que comenzar.