M.i.l.f (1)

Un placer regresar, como siempre, espero disfruten de esta lectura. Besos

M.I.L.F.

I

Hace años de esta historia, es una de las miles locuras que he vivido. Esto sucedió mucho antes de conocer a Valeria, durante un

break

con Mercedes; apenas acababa el bachillerato, ya me había ido de casa, vivía con Andrea; quien como siempre, manteniendo el orden perfecto de su vida, ya había trazado miles de planes a seguir, mientras yo era un átomo pululante y experimental.

Andrea estaba laborando de cajera en un supermercado de extranjeros, asiáticos para ser más específicos. Ya iba para un año allí, entro recomendada por una prima suya, quien también labora allá; en fin este trabajo le proveía de sustento y estabilidad mientras estudiaba, en realidad los chinos eran muy chéveres y hasta le cuadraron un horario de acuerdo al de sus clases en la universidad. Al final del semestre decidió escaparse con su novio, un par de meses, viaje romántico lleno de arcoíris y unicornios, fuera del país. Para no quedar mal en su trabajo me pidió la cubriera y tras su infinita ternura no me quedo de otra que aceptar.

Jamás he sido muy fanática de los uniformes, de ser parte del sistema y laborarle a alguien más, pero me topé con la sorpresa de un excelente ambiente laboral, y un trabajo por demás interesante, sencillo pero a la vez complejo.

Mi compañero de caja, Alberto, era muy agradable, en realidad teníamos el mismo tipo de humor, era receptivo y hasta cómplice de mi homosexualidad, ambos nos hallábamos a menudo comparando la belleza de algunas clientas, que debo decir, no conocía que una mujer se podría ver tan hermosa haciendo un simple mercado.

La supervisora, una taiwanesa bastante desabrida y seria, se había ganado a pulso el odio de la gran mayoría de mis compañeros, por el solo hecho de hacerlos respetar las normativas y no dejarlos “echar carro” (perder el tiempo), para mi más allá de ser un objetivo de odio me parecía una persona normal, hasta agradable en ciertos momentos, de vez en cuando lograba sacarle alguna tímida sonrisa con alguna payasada. Su vestuario bastante discreto ocultaba lo poco que su anatomía poseía, en su rostro solo colgaban un par de gafas. La mayoría comentaba que hasta era posible que fuese virgen, ya que nunca le habían conocido ningún tipo de pareja; otros la tildaban de

asexual.

Yo oía sin hacer caso, creo que la mayoría de las personas no sabe ver lo que yo sí, sinceramente soy de las que cree que mientras más reservada y callada son mejores, desinhibidas en otras áreas de su vida, capaces de llevar acabo un mejor performance sexual que una buena cantidad de mujeres boconas que he conocido. Lejos de cualquier conclusión o imaginación loca que se me haya ocurrido durante mi tiempo de trabajo, estaba más que segura que jamás ocurriría nada, ni intente nunca buscar nada.

Hasta que un día todo cambio.

Llegue a mi turno de las ocho, como de costumbre pase a los vestidores, no solía partir de casa con el uniforme puesto y mucho menos salir del laburo usándolo, rara vez me iba directo a casa. El uniforme consistía en un jean azul, ceñido al cuerpo, camisa manga larga igual de ceñida, de color amarilla con el logo de la empresa. Sin esconderme en ningún vestidor cambie mi pantalón, nadie solía entrar a esa hora y además nunca he sido muy recatada que se diga. Me ponía la camisa cuando veo entrar a Cintia, mi supervisora hizo entrada al vestuario, helada se quedó observándome, abotone mi blusa con cierta lentitud, notando como se fijaba en cada uno de mis movimientos. Termine de acomodarme y ella seguía aun junto a la puerta, deje mi chaqueta en el

locker

, para culminar saliendo, pasando lentamente por su lado, susurrándole los buenos días a mi paso, tras un segundo aclaro su garganta y me respondió.

Alberto trataba de indagarme sobre mi sonrisa tan tempranera, yo solo le decía que había iniciado bien mí mañana, a ratos seguía sus movimientos supervisando tras nosotros, las mujeres en poder siempre serán sensuales. Esta chica no era nada de mi estilo, era alta, casi mi propia estatura; pero tenía cosas a su favor, el cabello lacio asiático, negro azabache era hermoso, su rostro sin maquillaje no era lo común pero no me era despreciable, tenía una linda sonrisa. Seguía mirándola y detallándola, pensando en si podría tal vez hacerla caer, por momentos nuestras miradas se cruzaban y la notaba nerviosa, creí tener buenas probabilidades.

Sábado en la tarde, conocí a mi M.I.L.F (acrónimo en inglés para “madres con las que me gustaría tener sexo” (

moms i like to fuck

)). Era una señora, como de cuarenta y algo, perfectamente conservada, seguramente de esas madres que hacen yoga, estaba en una licra y franelilla, todo en su cuerpo lucia tenso, nada perecía ante la elasticidad característica de su edad, poseía un caminar seguro, una actitud elegante, su rostro repleto de picardía y sonriente seducía desde kilómetros de distancia, su cabello rubio se bamboleaba libremente a sus costados y contrastaba con unos maravillosos ojos azules. Sin reparo seguí sus movimientos por todo lo que me permitió la organización arquitectónica del supermercado. Se acercó a cancelar su compra, yo ocupada con un inoportuno cliente no pude ser quien la atendiera, paso por la caja de mi derecha, la de Alberto. Olvide por completo a mi cliente en curso cuando escuche su bella voz, no tenía un acento de mi ciudad, era un hablado valenciano, más suelto que el de los nativos de acá, lo cual me hizo temer que no la volvería a ver, deseaba fuese cliente habitual y no turista; volví a ignorar repetidas veces al cliente que se mantenía importunándome cuando la notaba inclinarse para sacar los productos de su carrito de mercado, tenía unas piernas maravillosas, perfectamente tonificadas y unos glúteos aún mejores. La belleza y presencia de aquella dama me dejo atontada el resto de la tarde, ni el

bullying

de Alberto logro sacarme de mis oscuros deseos de poseerla.

Mientras en la otra mano, ocurrieron tres eventos con mi supervisora que me hicieron notar lo loquita que estaba. Tarde de viernes, salía de mi turno, me cambiaba, ella entro de nuevo, esta vez cerró la puerta, nos observamos a los ojos un instante; ¿para qué decirnos nada?, sí ambas sabíamos lo que buscaba.

Me coloque la blusa particular que traía para mi salida, a unos centímetros de su cuerpo, quería que me detallase de cerca, observo con anhelo como cubría mi pecho, bajando la blusa hasta su lugar al final de mi abdomen, subió su mirar al mío, lo sostuvimos el instante que me pegue a ella, como si fuese a besarla, no pensaba hacerlo, quería ver si lo hacia ella primero; pero su decisión fue mejor aún, salió casi corriendo del vestidor. Me reí.

Una compañera entro.

  • Y… ¿a la loca que le pasa?

  • No sé, seguro olvido su cepillo dental o algo – sonreí.

Segundo acto, volvió a meterse al vestidor en mi momento de cambio, su voyeur me estaba excitando la verdad, no nos decíamos nada, solo le gustaba observarme y a mí me gustaba provocarla.

La tercera es la vencida me dije, mientras mi diosa M.I.L.F no volvía a aparecer me decidí a pasar la barrera con Cintia, un par de días sin chicas y su vaciladera en el vestidor me tenían ansiosa. Volvió a meterse mientras me cambiaba, esta vez no culmine de ponerme la blusa, aproveche mi estatus solo en jean y sujetador para distraerla y así poder acercarme a ella. No reaccionó hasta ya tenerme a un centímetro de sus labios, me empujó y salió de nuevo. Fruncí el ceño y tensé mi mordida. Me estaba volviendo loca. ¿Qué carajos quería de mí?

Lunes, media mañana, soledad en el súper, Alberto libre, mi supervisora loca pululando por ahí, mi aburrimiento al máximo y de pronto una iluminación en el local, mi radiante M.I.L.F hacia aparición. Cogió un yogurt light y paso por mi caja, me era imposible no mirarla con deseo, todo en su actitud alborotaba cada milímetro de mi ser. Tras una amena y oportuna conversación conocí que se llamaba Melisa, mi cuarentona diosa ya tenía nombre. Más tarde esa semana, volvió, hizo su habitual mercado y siguió optando por mi atención, buscaba hablarle, la hacía reír, eran un deleite sus gestos.

  • ¿No hay embolsadores? – pregunto observando la gran cantidad de productos que llevaba.

  • Pa’ eso estoy yo – sonrió.

La escolte a ella y a sus compras hasta su camioneta. No se supone que debamos hacer eso, pero es mi clienta favorita. La ayude a subir todo en su lugar, agradecida intento darme propina, de inmediato me negué a recibirla.

  • ¿Orgullo?

Reí – no hay necesidad de propina – vi el tren pasar y me subí en el – con ver tu sonrisa es suficiente.

Algo aturdida me sonríe.

  • ¿Lo ve?, justo a eso me refiero.

Le guiñe el ojo y partí. Había plantado una tímida semilla. Llegue a mi estación de trabajo con una sonrisa, Cintia me observaba pensativa.

El domingo Cintia estaba más enojada de lo normal, cosa que me gustaba; en una que otra oportunidad pude hacerle gestos picaros a lo que ella me respondía alejándose, tratando de disimular lo rojo en sus mejillas. Los muchachos no paraban de hablar de futbol y se me ocurrió una idea genial.

  • Alberto, manda a tu hermano por el balón de futbolito.

  • Pero si no habíamos planeado nada.

  • ¡Hazlo! – dudoso atendió mi llamado.

Rafael, era hermano de Cintia, también supervisor, y más venezolanizado que ella, llevaba más trato con los muchachos, le encantaba cualquier deporte, así que quise distraerlo con un balón, cual mascota caería directo a la trampa, sí se quedaba a jugar tras el cierre del supermercado a las 3:30 pm, dejaría a Cintia sin transporte a su casa y a merced de que yo pueda raptarla.

Cerro el súper, los muchachos jugaban en el estacionamiento, solo quedábamos nosotros, Cintia enojada discutía con su hermano en su idioma, su rostro colorado del enojo abandono la conversación, por lo visto no permanecería viendo a su hermano jugar, decidió partir a casa caminando. Conocía que su residencia no se encontraba lejos, la deje caminar una cuadra y media y fui tras ella en mi moto.

  • Sube – le dije luego de detenerme a su lado – te llevo.

Miro dudosa mi moto.

  • Tu hermano también tiene una, sé que no le tienes miedo a las motos.

  • Tal vez te tengo miedo a ti.

  • Ja! – Hasta que al fin dijo algo cuando nos hallamos a solas – tendrás miedo a que te guste, tal vez. Sube, ¡no muerdo!

Accedió y en el semáforo gire en dirección contraria a la que su camino requería.

  • Alexandra este no es el camino.

  • Vamos por un té, tranquila.

  • No solicitaste mi permiso para eso.

  • No te hará daño un poco de diversión, trabajas todos los días, ¡relájate!

  • ¿Significa esto que me secuestras?

  • En realidad te rapto

  • ¿Cuál es la diferencia?

  • ¡Pronto lo sabrás!

Aceleré, para que el viento nos golpeara un poco más y ella dejase de pelear.

Llegamos a casa, esto de no tener a Andrea cerca era un tanto positivo, podía hacer lo que quisiera, en cualquier lugar de la casa.

Saqué un par de cervezas.

  • Y ¿el té?

Mire la cerveza sonriendo, - es amarillo, imagina que es té.

Sus ojos se fueron al blanco – ¡No beberé esa cosa!

Se giró cruzando sus brazos a la altura de su pecho, mirando unos cuadros en la pared, me acerque a su espalda, la blusa dejaba ver un poco debajo de su cuello, en ese pequeño triangulo libre pose mis labios en un beso fugaz. Se quedó tiesa.

  • Tal vez deba irme.

  • Tal vez no quieras.

Posé el vidrio frio de la botella de cerveza en el mismo lugar, dio un pequeño salto, relajando sus brazos y dejándolos caer, aun a su espalda deje que mis manos traviesas buscasen su abdomen bajo la blusa, inmóvil me permitía hacer, besando su espalda subía mis manos, buscaba su pequeño pecho, bajo la copa del sujetador jugaba a erectar sus pezones. En par de segundos sentí era el momento adecuado, baje una mano y sin resistencia alguna la escurrí dentro de su pantalón, bajo su panty. Con sorpresa me topé con un estilo setentoso, y bajo la cubierta de vello un precioso lugar repleto de calor y humedad. Mis dedos se abrían paso entre los labios para acariciar su clítoris, la oía gemir en un tono bajo y desquiciantemente rico.

Palpé su entrada buscando desesperarla un tanto, se giró, desato su pantalón y comenzó a llevarme hacia atrás, se tumbó en el sillón, sus ojos me invitaron a entrar, sin perder tiempo lo hice, un grito agudo salió de su boca al sentir mi par de dedos entrar en ella, con vigor, con intensidad, dejando la estorbosa panty a un lado, sin tiempo para quitarla, intente besarla y me alejo, sucedió un par de veces, comprendí con rapidez que está bien que este dentro de ella, pero no que nuestros labios tengan contacto.

La folle durante toda la tarde, extraje de ella cada fluido q me fue posible, y pronto sin darnos cuenta estábamos haciendo lo mismo cada domingo, luego de cerrar el establecimiento la buscaba en algún otro lugar, ella no quería que nadie lo supiese y a mí me daba igual.

Tras un par de días Melisa volvió, la atendí de nuevo, y sin escrúpulo alguno le dije que estaba hermosa, y diablos que lo estaba, se fue formal, venia saliendo de su oficina supongo, divina falda, elegante blusa, perfecto rostro, no sabía cómo evitar brincarle encima.

Ella sin saber muy bien cómo reaccionar me agradeció y marcho.

Alberto quien escucho mi cumplido hacia ella, tras su partida, me pregunto que si no temía haberla ahuyentado, se necesita lanzar la red para poder pescar algo, fue todo lo que respondí.

Mis riesgos siempre han dado frutos, y esa tarde no fue la excepción. Melisa volvió en la noche, compro algunas tonterías, paso por otra caja. Casualmente finalizaba mi turno, me di prisa y la espere afuera.

  • ¿Qué haces aquí?

  • Quiero invitarte a cenar.

En risas paso por mi lado, dejándome varada. Me gire, observando sus glúteos sobre la falda no tuve más remedio que excitarme.

  • Un café al menos.

  • ¿Siempre acosas a todas las clientas que vienen acá?

  • Solo a ti porque eres extremadamente irresistible.

Extendí mi mano con un papel – llámame si cambias de opinión – no recibió mi papel, lo deje en su parabrisas. Claro que en esa época, venia saliendo de la adolescencia y era extremadamente descarada, la observe de arriba abajo, - ni si quiera imaginas lo que te haría - le dedique un guiño y me coloque el casco, me fui en mi moto.

Siguiente sábado en la noche, me preparaba para una fiesta cuando recibí un texto.

“Villa Ricardo, Hab 72, 10 pm”

Numero privado.

Afuera del hotel villa Ricardo observaba con cierta duda, el cachondeo de este juego me hizo entrar. En recepción me dieron una llave, un sobre y nada de información de quien era.

Ya dentro del ascensor abrí el sobre.

“Espero estés preparada”

Esta situación me tenía en exceso caliente, ni idea tenia de quien era.

Frente a la habitación, en el suelo otro sobre un poco más grande. Halló un antifaz y otra nota.

“Entra, desnúdate, colócate el antifaz y recuéstate sobre la cama”

“Demonios esto es una locura”, pensaba mientras sacaba mi última prenda, ni loca hubiese huido de este interesante cachondeo. Observe la cama antes de ponerme el antifaz. Obedientemente me recosté.

Ansiosa espere un par de segundos, oí pasos, unos tacones altos, sentía como se me aceleraba todo al escucharlos más cerca. Una mano cálida tomo la mía y la guio a un redondeado pecho, suspirando palpe la dureza de su pezón, me hizo tocarlo y apretarlo en círculos, no tenía ni la mínima pista de quien era, solo que su aroma a sexo me embriagaba. Alejo mi mano de su seno, pregunte quien era sin obtener la mínima respuesta. Llevo mi mano hacia atrás y la sentí caer presa en unas esposas, bruscamente busque quitármelas con la otra mano, pero también fue presa, “debí quitarme el antifaz” – pensé tardíamente.

Pedí me dijese quien era, pedí me soltara, en silencio disfrutaba del espectáculo de verme atada pude entender. Por un segundo creí que era Mercedes vengándose de mí por haberla dejado, pero la proporción de ese seno era desconocida para mí.

Oía los pasos de los tacones dar vueltas a mi alrededor, respiraba con excitación y temor, ¡que rayos sucedía!, si no hablaba tal vez temía que yo reconociera su voz así que la conocía. Trataba de resolver el acertijo al instante que algo rozo mi pecho, algo de cuero, partía del centro entre mis senos hasta abajo, a la punta de mi clítoris, recorría mi cuerpo y se recreaba tras mis suspiros inevitables, no podía soltar mis manos, no podía liberarme del antifaz, y me sentía locamente húmeda, mi ser hervía por la situación.

Perdí la razón cuando la sentí subirse a mí, me cabalgaba, su vagina rozaba mi clítoris en una danza enloquecedora que me hizo olvidar por completo que desconocía la identidad de mi habilidosa jinete. La locura de no poder ver ni tocar nublaba mi mente. El cuero reapareció en mis piernas, dejo de cabalgarme, subía y bajaba por mi anatomía con lo que ahora podía entender era un fuete.

La sentí subirse de nuevo a la cama, la presión de la punta de su tacón en mi pecho excitantemente me asfixiaba, el cuero pasaba por mis brazos, lo alejo bruscamente y con prontitud lo sentí de nuevo, me azotaba, una desconocida estaba azotándome y clavándome su tacón en el medio de mi pecho y me encantaba.

Sentí sus rodillas hundirse en el colchón a los lados de mi cara, en menos de lo que me dio tiempo de pensar tenía su sexo en mi boca, justo cuando intentaba lamerlo lo alejaba, y así lo hizo repetidas veces hasta desquiciarme.

  • ¡Por Dios suéltame! – suplique al sentirla levantarse. Mi boca quedo impregnada de un delicioso sabor por el roce con su vagina.

Tras un minuto de quietud, ansia y silencio la sentí sobre mí de nuevo, se rozaba contra mí con furia, la oí suspirar, introdujo su dedo en mi boca, haciéndome chuparlo, luego paso sus uñas por el centro de mi pecho, marcándolo sin piedad, me ardía la piel en dolor y excitación, la desgraciada no paraba de moverse enloquecedoramente, estaba a reventar, ya no podría resistirlo más, quería alcanzar el clímax con ella moviéndose así, no me importaba quien era solo quería más de aquello.

Gemí con mayor intensidad al acercarse el momento, sin prevenirlo sentí como libero mi mano derecha, la cual al sentirla mía de nuevo lleve inmediatamente a sus glúteos, ella al darse cuenta que no fui por el antifaz libero mi otra mano, la cual dirigí a sus senos, con los ritmos deliciosamente acoplados seguimos rozándonos al tiempo que la acariciaba con un anhelo incontrolable, tras un par de segundos me sentí estallar en uno de los orgasmos más fuertes que he tenido, note de inmediato su gemido intenso, estaba llegando conmigo, los fluidos recorrían mis labios vaginales, los míos y los suyos amenazaban con empapar el edredón bajo nosotras. Su rostro se pegó al mío, mis labios rozaron los suyos por primera vez.

Mis manos continuaban conociendo su anatomía antes que mis ojos, hasta que tras el largo beso francés decidió quitarme el antifaz.

Mis ojos como platos observaban la sensual anatomía que palpaba hasta hacia unos segundos, y la cual le pertenecía a Melisa, complacida solo me observo con su divina picardía, se levantó, la seguí con mí mirar, deje de verla para ver el detalle sangriento que había hecho en mi pecho.

Volví a verla, se colocó una bata de baño negra, me fije en sus tacones, era lo más sensual que había visto, la vi coger la manija de la puerta.

  • ¿A don… - balbucee

  • Tu no imaginas lo que yo te haría – me arrojo un beso y partió con una sonrisa burlona.

Saliendo de mi paralización me levante rápido, abrí la puerta mire a ambos lados del pasillo, no se encontraba por ningún lado.