Milagros
La chica recibe la visita del amor.
Milagros, joven de 25 años, cuyos padres habían fallecido recientemente, dormía o, por lo menos lo intentaba, aquella noche del 23 de enero, en el gran lecho de matrimonio del cuarto que ocuparan los progenitores de la chica. Desde que le sobreviniera la soledad y dado que Milagros no conocía varón, era virginalmente intacta y ningún hombre la pretendía, la joven imploraba al cielo la oportunidad de conocer, antes de perder la belleza de sus jóvenes carnes, lo que debía ser el amor.
Aquella noche era en extremo fría y lluviosa. La tormenta que descargaba en el exterior de la gran casa, dibujaba una instantánea tenebrosa, un invierno atroz, que en los últimos días, ya había dejado incomunicados varios pueblos de los alrededores. El viento componía, en su furia, in creschendos lúgubres contra las contraventanas de la casa. La lluvia era en extremo persistente, y a ráfagas, poderosamente temible; En el salón, el viejo reloj de cuco había cantado ya las cuatro de la mañana, cuando Milagros, despertada por los secos ruidos del vendaval, se levantó del lecho y, desnuda, se acercó hasta la ventana. Los pies blancos y descalzos agradecían el acogedor tacto del parqué.
Casi notó salírsele del pecho el corazón cuando la luz cegadora de un relámpago lo iluminó todo como un gigantesco flash fotográfico. El rayo había caído cerca de la casa, en el molino de viento con el que se extraía el agua para la finca. Y al efímero día provocado por su luz, siguió un poderosísimo trueno que hizo retumbar todo. Lo más escandaloso fue el tintinear de las copas de cristal que guardaba el aparador, ordenadamente dispuestas, chocando las unas contra las otras.
La vieja casona estaba a las afueras del pueblo, separada de cualquier otra edificación. Milagros vivía sola y se extrañó al oír el ding dong del timbre de la entrada, coincidiendo con un aumento del mal humor de aquella maldita tormenta.
La prudencia aconsejaba desoír aquella llamada. Estaba sola en casa y la oscuridad cerrada de la noche, junto a la tempestad desatada, hacía casi imposible que ninguna persona de bien estuviese a semejantes horas a la intemperie.
Cubrió su desnudez con una bata larga, de felpa amarilla y bajó precavidamente las escaleras, procurando atisbar cualquier noticia sobre la persona que había llamado. Una vez estuvo junto a la puerta Milagros preguntó con voz débil y temerosa.
-¿Quién es?-
-Señora, soy viajero y la tormenta me ha sorprendido en mi camino-
Jamás había oído Milagros más dulce y atractiva voz que aquella. En tal forma era seductora, dulce y acompasada, que al momento disipó los temores de la joven y, sin cuestionarse ningún otro impedimento, descorrió el cerrojo y abrió al extraño.
Era un chico joven, más joven que ella. De unos veintidós años aproximadamente. Saludó educadamente sacudiendo el agua de su chambergo. Después tomo asiento junto al fuego que aún crepitaba en la chimenea del amplio salón de la casona. Milagros dejaba antes de acostarse varios troncos sobre la lumbre, y la chimenea con muy poco tiro, para que perdurara su calor toda la noche.
Se disculpo el joven ante Milagros por las inoportunas horas de llamar a una casa. Pero Milagros no quiso aceptar las disculpas.
-¡En modo alguno! ¡Faltaría más con la que está cayendo!- Y ella misma se extrañaba de sus palabras, ya que las pronunciaba como si otra persona, otro espíritu las pusiese en su boca.
Le preparó algo de comer, algunos embutidos con el pan del día anterior y fruta. Miraba al chico mientras le servía el refrigerio. Pelo rubio, muy atractivo de cara, piel blanca y pecosa, ojos claros. Por sus maneras educadas habría jurado que se trataba del hijo de una familia adinerada, acostumbrado a una vida cómoda y llena de lujos.
Le mostró la que fuera su habitación y se despidió del chico deseándole buen descanso. Volvió a su lecho, asustada de su forma de proceder. No pegó ojo en toda la noche, esperando con impaciencia que regresasen los claros del día para despedir a aquel extraño. Pero por la mañana aquel querubín hermoso y bello, ya relajado, bien dormido y sonriente bajó a desayunar como si la casa fuese suya y conociera a Milagros de toda la vida.
No dijo nada, ni habló de marcharse, tampoco mencionó nada sobre su partida a la hora de comer, ni en la noche tampoco.
Milagros pasaba las horas, entretenida y embelesada con su labia y sus historias. Se encontraba a gusto con la presencia de aquel mozo que había venido a remediar la soledad en la que estaba sumergida desde la muerte de sus padres y no tuvo valor para decirle que su casa no era hotel ni ella lo suficientemente adinerada como para soportar los gastos de mantenimiento de un gorrón sin término.
Y, en esas, transcurrió toda una semana. Y aquel mozo se hizo dueño y señor de la voluntad de Milagros. Cualquier capricho que al forastero se le ponía en gana, Milagros lo satisfacía sin rechistar ni cuestionarse en modo alguno si debía cumplirlo o no. Milagros actuaba como si estuviese aducida por una especie de hechizo.
Aun así Milagros era feliz en su presencia, y tan solo cuando se ausentaba de la casa para realizar alguna compra o alguna tarea con el ganado o las tierras la joven volvía a tener remordimientos y se cuestionaba a donde iría a parar todo aquel despropósito.
Aquella mañana Milagros había preparado el desayuno para el chico como todas las demás y se reclinó en el sofá blanco a leer esperando a que bajase de sus aposentos. Ya le oía trastear en el piso de arriba.
La joven leía poesía romántica. Y en aquellos versos de amor identificaba algo que comenzaba a sentir por aquel joven rubio y educado, cuando le sintió llegar.
El chico hasta entonces no había buscado nunca el contacto físico con ella pero esta vez fue diferente. Se reclinó junto a ella en el sofá, a la espalda de Milagros y mientras la mano izquierda del galán acariciaba las piernas de la joven, su boca comenzó a besarla detrás del hombro.
-Pero, ¿qué haces?-
-¿Quién te ha preguntado?- respondió él – calla y déjame hacer.
-Pero…………. yo…………….. nunca…………-
-¡Qué calles te he dicho!- ordenó.
Milagros se estremeció, pero permaneció inmóvil y en silencio aun cuando la mano que tenía en el muslo comenzó a recorrerlo en una caricia larga, lánguida y profunda. Luego los dedos vinieron a buscar territorios más gozosos y tanteó la contundencia de su trasero sobre la pequeña faldita azul y roja. Quiso zafarse en un último intento por evitar aquel sofoco, aquella intranquilidad de cuerpo y alma, pero el joven volvió a ordenar.
-¡No te muevas! He dicho.-
Aquella voz dulce pero enérgica, bella pero incuestionable, la hizo desistir a partir de entonces de toda resistencia.
Milagros dejó que le sobase el trasero sin mover ni una pestaña. Incluso cuando el chico remangó la falda y sus dedos comenzaron a tocar directamente en su glúteo, tan cerca de su sexo que ella sintió llegar las humedades a su rajita hambrienta.
Su excitación creció rápidamente ante aquellos mimos y atenciones. Sobre todo cuando los pellizcos y caricias que recibía provocaron que el tanga se fuese colando entre los labios de su sexo. Aquello era lo más excitante y erótico que la niña había vivido en toda su vida.
Ella cerró los ojos, inmóvil como él había ordenado y dejó llegar sus sensaciones, su excitación. Toqueteaba el chico el tanguita blanco sintiendo en sus dedos el camino que tomaba entre los belfos húmedos ya, del coño de la chica.
Besaba la espalda suave, tras el hombro percibiendo los primeros jadeos nerviosos de ella, lentos, mezclados con débiles gemiditos, casi continuos, que delataban el éxtasis que iba colonizando su cuerpo caliente y excitado.
El joven descubrió un pecho y comenzó a amasarlo lentamente, pellizcando ligeramente el pezón, que pronto adquirió la consistencia dura y gomosa que buscan las encías del lactante. Ella llevó el brazo hacia atrás, suspirando y gimiendo en su frenesí y agarró al chico de la nuca presionando el beso que lamía su cuello y su oreja.
Y fue en ese preciso instante cuando se produjo un cambio que Milagros jamás hubiese podido adivinar.
Aprovechado la cercanía de la boca a la orejita de Milagros y mientras su mano descubría el otro seno, aquel joven, hasta entonces educado, susurró en el oído de la niña:
-¿Cómo quieres que te folle. Puta?-
¡Dios mio! La sangre de Milagros quedó helada. Pero después del primer instante de extupor, el solo hecho de haber escuchado la palabra “follar”, hizo que se soltaran las amarras de su frenesí, que comenzó a navegar a toda máquina.
Ella no respondió. Aquel insulto fue como un latigazo. Aquella frase fue una verdadera detonación en su cuerpo que rompió todos los frascos que en su interior guardaba aun intactos y llenos de placer y morbo, para ser derramados.
Luego vino otro latigazo a un mayor. Apenas susurrado en su oído por los labios del efebo.
-Putaaaaaaaaaaa- Y a la vez un pellizco duro, que le hizo daño en el pezón.
Milagros le imaginaba con la verga totalmente dura dentro de los vaqueros pero no se atrevía a tomar decisión alguna. Jamás había estado con un hombre. Su sexo era virgen y aquello era tan nuevo y excitante para la chica que no sabía qué hacer para no romper el encanto del primer encuentro amatorio que sus carnes vivían.
Le estaban volviendo loca aquel magreo en las tetas.
-¡Qué zorra eres!- dijo él chico en otra frase que no sólo no disgusto a Milagros, sino que llevó su éxtasis más alto, su lívido más intensa, su sensibilidad a los mimos del chico al máximo.
Tenía los pezones durísimos y él los seguía pellizcando y magreando sin parar.
-¡Ahhhhhh!- La chica no podía resistir el dejar escapar gritos y jadeos de loco frenesí, invadida su rajita de humores abundantes que lubricaban y preparaban aquel coñito virginalmente tierno. Ufffffff, gimió ella al primer mordisquito en el pezón.
Fue en ese instante en el que casi llegaba el orgasmo de la chica cuando el inquilino se incorporó y le quitó la falda.
Ella le miraba y él sonrió.
-Ya verás cómo te va a gustar, zorrita-
-Verás, es que yo soy virgen- explicó Milagros.
-Ya lo sabía. Pero también sabía que eras la mas puta de este condado y que estás deseando que te desvirguen y te follen como sueñas desde tu infancia ¿verdad?-
Milagros apartó la mirada en un signo de afirmación mientras su faldita era removida hasta la alfombra.
-Abre las piernas, ¡zorra!-
Milagros obedeció elevando la pierna izquierda y mostrándose así, abierta, indecente, sumisa, abandonada toda resistencia, como una dócil perrita en celo a aquel mastín dispuesto a devorarla. Cautiva y manejable a su voluntad.
El agarró la cinta del tanga y comenzó a jugar tirando y moviendo la pequeña prenda. El coñito de Milagros aparecía y desaparecía con aquel juego obsceno y la chica se dejaba hacer invadida por el abandono a lo que su dueño quisiese hacer de ella.
-¡Pero qué puta eres!- insultó de nuevo el chico.
E, irremisiblemente, cada vez que la ultrajaba, que la menospreciaba y vilipendiaba, el ardor de Milagros en su entrepierna crecía exponencialmente. Ufffffff.
Y él continuaba jugueteando con el tanguita, contemplando aquel chochito virgen que estaba deseando perder su cerrojo y ser penetrado por primera vez.
-¿Tenias ganas de que te follasen ya, a que sí, putón?
La miró a la cara, con el tanga tirante y el coño a la vista.
-Contesta zorra-
-Si- dijo ella.
-Si ¿qué?- Inquirió con voz fuerte el joven.
-Si. Tengo ganas de que me folles-
Las piernas de Milagros abiertas y abandonadas, como su voluntad.
Y su excitación tan crecida, que apenas podía respirar entre jadeo y jadeo. Él metía el tanga entre los labios del coñito y luego apretaba con sus dedos sobre la prenda buscando el lugar exacto del clítoris.
-¿Te gusta perra?-
Milagros asintió con la cabeza.
-Es que eres muy marrana- La volvió a insultar mientras volviía a separar el tanga contemplando el coñito delicado.
-Voy a abrir tu coño de prostituta a ver como lo tienes de mojado-
Milagros no creía posible estar más excitada pero a cada vejación y a cada acto del chico su calor crecía más y más.
-Dime putita. ¿Quieres que te abra el coño y lo mire por dentro? ¿Vas a abrir tu coño de sucia perra para mí? ¿Deseas mostrar sin vergüenza esos labios abiertos, puta?
-Si mi amor. Haz aquello que quieras- contestó la chica tímidamente, pero totalmente entregada a lo que él le pidiese o quisiese.
-Pues dímelo, pídeme que abra tu chocho de zorra-
Ella no lo dudo.
-Mi amor abre mi coñito de zorra y míralo, y haz con él lo que quieras porque es todo tuyo, cielo, mi vida-
Y entonces con dos dedos que introdujo entre los labios lozanos y jóvenes, separó los rosados belfos contemplando la entrada de aquel pozo de placer. Ella con sus piernas abiertas hasta el infinito y su voluntad perdida, entregada a aquel desconocido.
-¿Ya te he dicho lo puta que eres?-
-Si mi amor- contestó Milagros pero dímelo más mi vida. Me vuelve loca que le digas puta a tu esclava-
La excitación había provocado que la chica comenzara a responder por si misma sin ser invitada por el joven.
El hizo caso
-Es que lo eres, ¿te gusta que te magree el coño. So puta?-
-Siiiiiiiiiiii- Suspiró Milagros sintiéndole urgar los dedos en semejante sitio. ¡Ohhhhhhhhhh!
El chico metió ligeramente la falange del dedo índice para comprobar el estado de la chica. La gruta caliente y resbaladiza estaba totalmente inundada de jugos aceitosos pidiendo una verga que la desvirgase de una vez.
Así pues, se decidió a quitarle de una vez las bragas.
Y girándola boca abajo, encogió la pierna izquierda de la joven para que aquel coñito quedase en posición de ser degustado como se merecía.
-Te voy a comer tu rajita preciosa, pedazo de zorrita. Y ¿sabes por qué?-
-¿Por qué mi vida? Respondió Milagros anuladas todas sus facultades.
-Porque sé que es lo que esta desando zorra, putona.-
-Siiii- contestó la joven mostrando el coño abierto. Meneó el culo como hace una perra que quiere ser follada, movimiento de culo insinuante con su coño abierto pidiendo atenciones. –Por favor cómelo, mi vida-
Él, inclinándose tumbado detrás de ella y entre sus piernas, acercó la nariz y olio aquel bendito agujero. Exhaló los perfumes que destilaban el ano prieto y el coñito abierto como una flor.
Y la lengua llegó a donde pretendía llegar. Milagros recostada la cabeza sobre el cojín, sintiéndole. La recorría con el apéndice mojado, desde los belfos abiertos hasta el ano prieto.
Sentía la otra mano entretenida, disfrutando de los aceites de su coñito, aquellos sabios dedos que lo tocaban todo, que lo reconocían todo.
Era la primera vez que comían aquel coñito virgen y creía enloquecer ante tanta excitación nueva. Jamás se había dado placer en sus masturbaciones, ni siquiera parecido al que aquella lengua y aquellos dedos le estaban regalando.
Sin que milagros entendiera del todo lo que pasaba, el chico untó de saliva el dedo índice. Manteniendo con su otra mano aquel ano virgen bien abierto. Chupó su propio dedo abundantemente hasta el goteo. Después, con la saliva colgando, lo dirigió al pequeño agujero hasta encontrar su resistencia natural. Comenzando a apretar, a forzar el acceso.
-No hagas fuerza puta. Afloja el ano como si fueras a cagar-
Milagros sentía la presión del dedo en su esfínter, y algo se resistía en ella a dejarle pasar. En parte era dolor pero sobre todo una especie de miedo instintivo.
Pero Milagros, como siempre hacía, volvió a obedecer, obediencia ciega al desconocido que había hecho llegar a su vida una historia tan diferente a la vivida hasta entonces. Abandonó cualquier lucha y fue sintiendo el dedo entrar, lentamente, haciendo ligeras rotaciones en las que ganaba milímetro a milímetro.
-Lo ves zorra. Ya te va entrando ¿Te gusta?-
-Ssisssiiiiiiii- Jadeo entrecortadamente Milagros con todo el dedo alojado en su culo.
Mientras el chico disfrutaba cada segundo del espectáculo que tenía tan cerquita de sus ojos y olisqueaba el dedo que traía los perfumes de la grutita, sima pequeña, pozo oscuro y caliente.
-¡Venga zorra. Ponte de rodillas!-
Ella obedeció y le sintió llegar hasta su espalda, y remangar su camisetita azul celeste de tirantes, que usaba para dormir, y sobarle las tetas, y mordisquear el lóbulo de su orejita poniendo su carne de gallina.
-Zorrita. ¡Cómo te gusta!-
-Me encanta lo putita que eres.-
-Desátame el cinturón, zorrita, tengo una sorpresa para ti.-
Una serpiente de recorrió el estómago de Milagros. Nunca había visto un pene.
La agarró del cuello detrás de su melena y la besó en la boca mientras las manos de la chica, a ciegas, buscaban la forma de descubrir el secreto que escondían aquellos vaqueros.
El instinto de la chica guió sus dedos hasta conseguir desabrochar el pantalón.
Era el primer pene que florecía ante ella. Duro, erecto, perfumado con un perfume nunca antes olido pero que a ella le pareció el más profundo y delicado de los aromas.
-Ponte cómoda. Disponte, puta, vas a comerte este rabo, zorra. ¡Mira como lo has puesto, so guarra!.-
Milagros reclinó su cuerpo en el mullido sofá y él acercó su pene hasta la entrada de aquella tierna boquita. ¡Qué preciosidad.!
La chica olisqueó el fuerte aroma que brotó de la flor cuando él corrió su piel hacia atrás, descubriendo todo el capullo.
Lamió con la sabiduría del instinto. Nunca lo había hecho, pero supo comer aquella polla como una autentica ramera barata de tugurio.
Y él movió sus caderas para dirigir su verga dentro y fuera, fuera y dentro, follando la boca intacta, inexplorada antes por pene alguno.
El saber que nadie había metido su tranca en aquel resguardo húmedo y acogedor le proporcionaba un extra de placer, inmenso, indescriptible.
¡Dios mío! ¡Qué estampa!¡Qué belleza! Aquella carita y aquella boquita angelical comiéndole el rabazo.
-¡Dale con la lengua putona! ¡Vaya si eres zorra y como comes polla! ¿Dónde aprendista?-
Las dos manos del joven sobre la cabeza de la doncella. Aferrándola y dirigiendo aquella descomunal mamada. El tronco a punto de explotar en la boca de Milagros.
La tumbó boca arriba.
-¡Abre tus piernas puta!-
A continuación mojó sus dedos y sobó los labios del coño que anhelaba la penetración.
Todo fue tan rápido y tan indoloro, debido al calentón de Milagros que el chico no pudo notar la diferencia de follar a una virgen. Era la primera vez que desvirgaba a una hembra, pero no pudo dilucidar cuál era el punto en el que había rasgado aquel velo.
Primero puso la punta entre los labios jugosos y la movió mil veces de arriba hacia abajo. Provocando verdaderos mareos de placer en la niña.
Luego la introdujo lenta, muy lentamente. Dispuesto a que apreciase cada nuevo milímetro de carne que entraba en ella.
-¡Ohhh mi amorrrrrrr!- Siiiiiiiiiiii, sigueeeeeeeeeeeeeee-
Y la chica movía el culo para que la follase entera de una vez.
Luego una vez dentro comenzó el baile del amor con sus aceleraciones y frenadas, con sus besos y caricias. El pene haciendo lo suyo, excitando las paredes de aquel coño, que comenzaba a ver venir el orgasmo.
La abrió de piernas para darle sensación de guarra y la volvió a insultar.
-Abre puta. ¿Te está gustando tu primer pollazo?-
-¡Ay mi amor! Siiiiiiiii, me gusta que me folles, que me digas puta y zorra-
Y él volvió a embestir con fuerza haciendo gemir y gritar a la zorrita que ponía mil caras de goce, de putita disfrutando.
El chico se sorprendió cuando Milagros hizo su primera petición.
-Por favor- dijo – lámeme los pezones.-
Al instante el pitón carnoso era degustado por él, que lo mordisqueaba y paraba de vez en cuando para volver a besar a aquella zorrita.
De repente paró. Milagros no sabía la causa.
El se tumbó boca abajo y luego la puso sentada encima de su pene.
-¿Estás lista para una experiencia nueva?-
Milagros volvió a asentir sólo con el gesto
-Voy a meterla en tu culito- Levanta las caderas.
La chica, de nuevo, como siempre, sin rechistar, obedeció al instante. Y al instante sintió llegar entres sus mofletes la punta del estilete perforador.
Ya había tenido el dedo de él dentro así que sabía lo que hacer. Aflojó la voluntad y el pene fue entrando suavemente hasta que lo tuvo dentro.
El la miraba a la cara y después miraba la penetración, Le ponía cachondo ir alternando aquellas dos instantáneas, culito perforado y cara de su zorrita.
Se quedó fijo en la carita de la chica.
-Vaya mirada de puta que tienes con mi polla dentro del culo-
-Ahhh. Soy tu puta mi amor-
-Ya lo sé que lo heres-
-Fóllame bien el culo mi cielo-
Bombearon y follaron largo tiempo. Ella pidió mil veces que lo hiciera y él la folló sin compasión.
Penetrando con el tarugo hasta los testículos.
Sintiendo la presión húmeda de aquella cueva.
-Ponte de lado Milagros-
A ella le extrañó que la llamase por su nombre. Pero los insultos habían cesado.
-¿Sabes, preciosa, que eres la niña más bonita de este mundo y que te amo?-
Milagros no contestó. Pensó que aquel tipo era un loco, perdido el juicio. Pero le daba igual, aquel pene la estaba haciendo ver las constelaciones.
De nuevo el pene en su ano. El culo acariciado y el coño, por la mano curiosa y persistente. Y el otro brazo bajo su cuerpo, rodeándola hasta su pecho. Al que se aferraba mientras bombeaba el culito prensil que se había apoderado del pene.
Lamió su oreja follando el culo a la vez, pellizcó los pezones mil veces y la cabalgo miles. El culo de ella ya estaba dado de sí y el sacaba el pene y contemplaba como el culo quedaba abierto esperándole de nuevo. Así que de nuevo se acercaba y lo follaba otro buen rato.
Provocó el orgasmo de Milagros acariciando el clítoris mientras follaba el culo con el pene y su coño con los dedos de la mano. Después colocó a la chica boca abajo y aceleró su follada, hasta la extenuación. El pene tenía el mayor tamaño de su vida. Y las embestidas, secas y duras, eran tan frecuentes que parecía que el sofá fuera a desmoronarse.
Y entonces la sacó y le abrió los mofletes para ver aquel ano abierto. La polla escupió su esperma viscoso y blanco que fue a parar entre culo y coño entre alaridos de placer.
Y una vez se hubo corrido quiso volver a meterla en aquel agujerito tan acogedor y cálido.
Junto con la tranca aún dura, entraron gotas de semen.
Milagros, tumbada con el cuerpo de aquel chico encima, sintió como la polla iba volviendo a su estado natural tras unos pocos instantes.
El chico la dejó dormida en el sofá, volvió a su cuarto, cogió sus cosas y abandonó la casa.
Cuando ella despertó desnuda, sobre la mesita de noche había una nota.
-No me preguntaste nunca el nombre-
Milagros cayó en que era verdad, no habían preguntado nunca el nombre del joven apuesto y bello.
La nota estaba firmada con una letra preciosa y una rúbrica de filigrana.
“El Amor”
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