Mil sorpresas con mi vecina holandesa

Las impresionantes dimensiones de la vecina holandesa, provocan los más oscuros deseos de Víctor. pero ella es inalcanzable, así que con Pollaburro un compañero de trabajo visitan un puticlub.

Mil sorpresas con mi vecina holandesa

La primera vez que vi. a mi vecina quedé impactado por el espectacular cuerpo que tiene. Es una mujer alta y recia, rubia natural, ojos azules que realza la belleza de su rostro. Su cara es redonda y de una belleza que diría, inquita mirarla. Resalta sobre todo sus grandes pechos, firmes y desafiantes y un culo grande y prieto que parecía que se quería salir de su pantalón. Era difícil mirarla de frente sin fijarse en el triangulito que le hacía la entrepiernas y que presentía que se le calcaba las formas de su vulva en el pantalón. Yo apenas me atreví a saludarla porque me puso nervioso tanta perfección.

Me crucé con ella en el pasillo mientras metíamos nuestros primeros muebles en lo que sería la casa tras mi boda que ya estábamos preparando. Recuerdo que le pregunté a mi novia (ahora mi mujer) ¿y si la invitamos?

  • ¡Qué cosas tienes! ¡Si no la conocemos de nada!

Esa tarde montamos la cama y eché mi primer polvo pensando en mi vecina y el calentón que tenía solo por verla.

Después de casarme, nos trasladamos a nuestro nidito de amor en el que queríamos montar nuestra casa. Yo seguía impresionado con mi vecina, que resultó ser una holandesa casada con un español, quien al parecer era creador informático y trabajaba casi todo el día desde su casa, lo que le permitía cuidar a un bebé de pocos meses que tenían. Ella se iba a media mañana y se despedía a su marido en el portal con un dulce beso mientras le acariciaba la cabeza, pues él se ponía muy triste en esas despedidas; cosa que yo comprendía, yo también me pondría triste si me quedara sin esa mujer. Por aquel entonces yo estaba siempre super cachondo, empalmado todo el día, ¡qué se iba a esperar de un recién casado! Pero la calentura me la producía mi vecina, que me quitaba el sueño y era fruto de mis más recónditas fantasías.

Con mi mujer, disimulaba, pero cada vez que follábamos era mi vecina la que se metía en mi cama y hacía derramarme dulcemente. Después cuando le sacaba la polla a mi mujer, retiraba el condón y miraba la lechecita que sin duda estaba dedicada a mi vecina holandesa.

Con mi mujer, siempre lo hacíamos con condón, pues ella tenía problemas con la píldora que no se sentaba nada bien y le producía muchos trastorno. A mi no me importaba ponerme un condón, pero tenía ya gana de follar alguna vez a pelo. Y aunque yo estaba obsesionado con esa vecina holandesa, también estaba enamorado de mi mujer, que es morena y delgada, una belleza andaluza que la hubiese pintado Romero de Torres, aunque es bajita en comparación con la tremenda vecina holandesa, también tengo que decir que está muy buena, que tiene un bonito culo respingón y unas hermosas tetas con unos pezoncillos desafiantes a la gravedad que me encanta comerme, recreándome en las puntas y en ese lunar inconfundible que le acompaña desde nacimiento. Su coñito es pequeño, de un rosáceo incandescente y lo luce con una minúscula mata de pelo con la que me gusta jugar en los preliminares. Cuando follamos se deja llevar, nunca toma la iniciativa y se corre pausadamente y sin mucho escándalo pues siempre ha sido muy recatada y alguna vez me ha comentado que no comprendía como la vecina holandesa podía ser tan escandalosa follando, pues se escuchaba desde nuestro dormitorio cuando follaba con su marido el informático. A ella le ponía nerviosa y a mi a cien, en Alguna ocasión me he corrido a la vez que ella.

Así estábamos, yo obsesionado con esa mujer y ella que no me hacía ni puto caso, pasaba olímpicamente de mí, incluso ni se molestaba en devolverme el saludo cuando me la cruzaba por la escalera, tal vez fuera porque se percató del tiempo que me dedicaba a observarla desde mi balcón, sus idas y venidas, las tristes despedidas con su marido, pues nunca quería que se fuera y los dulces besos que se daban cuando regresaba.

Una vez intenté que mi mujer se hiciera amiga de aquella holandesa, y con la intención de invitarlos a cenar, haber si tenía alguna posibilidad con ella.

  • ¿Tu estas loco? Nosotros no tenemos nada en común con ellos- me dijo y zanjó el tema de la invitación.

Nunca quiso ninguna relación con ellos, y mira que yo le insistía argumentando que sería bueno llevarnos bien con los vecinos y siempre obtuve un no como respuesta durante los dos años que ya llevamos instalados en nuestra vivienda.

Siempre me preguntaba porqué aquella despampanante mujer estaba con aquel escuálido marido, y una tarde comprendí el porqué cuando por casualidad vi a su pequeño haciendo pipí en la calle. De esto que el niño no aguanta y su padre le ayuda a mear, pues cuando se la sacó, el niño tenía una picha como una persona mayor, diría más, sería más grande que la mía. Mi mujer también se percató del asunto y luego me preguntó

-¿Has visto el pedazo picha que tiene el niño?

-Si -le dije- es increíble que una personita tan chica pueda tener esa tranca.

  • Como el padre la tenga así -dijo mi mujer- ahora comprendo los gritos de la holandesa.

Ante este panorama, ella inaccesible y el presunto pollón del marido, cada vez se me hacía más difícil realizar la fantasía de follarme a la vecina holandesa y me tenía que conformar con hacerme alguna que otra paja para enfriar los calentones que pillaba. Además a mi mujer le habían diagnosticado un problema vaginal por culpa de una infección y tenía prohibido las relaciones sexuales por un tiempo. Lo cual sirvió para que ella se adiestrara en el arte de la paja, que me hacía con entusiasmos por las noches dando besitos y mimitos a su chiquitina, como la empezó a llamar desde el día que le vio la picha al hijo de la holandesa.

Yo estaba que me subía por las paredes, entre no poder follar ni a mi vecina ni a mi mujer, que estaba empalmado todo el día y así lo comenté a los compañeros de trabajo. Estos me recomendaron que me fuera de putas, cosa que yo negué pues no pensaba pagar por echar un polvo.

Entonces un compañero al que apenas trataba y que tenía el apodo de Pollaburro, se encaró conmigo, diciendo que ese era un oficio tan respetable como el que más y que él estaba orgulloso de pagar a sus putas.

  • Bueno –dije- esa es tu opinión, respeta la mía.

Como los días pasaba y a mi mujer no se le curaba el problema vaginal, la idea de ir de putas me rondaba la cabeza, así que me acerqué a Pollaburro y le pregunté si conocía algún sitio que me pudiera recomendar.

  • Hombre –rió- el que no pagaba, necesita descargar, jajaja. No te preocupes que yo te llevaré. Conozco un sitio ideal para ir por las mañanas, que es muy tranquilo y tiene espectaculares mujeres ¿Cuáles te van?

  • Las holandesas –dije yo pensando en mi vecina-

  • Pues no te preocupes que conozco a una putita holandesa desde hace varios años y está de escándalo.

La idea de follarme una holandesa me entusiasmó pues sería lo más parecido que hacerlo con mi vecina.

Así que una mañana, planeamos ir al puticlub, en un descuido de nuestros puesto de trabajo, pues los dos trabajamos de funcionarios en la administración pública y es muy fácil escaquearse y que no se den cuenta.

Por el camino hablamos de varias cosas pero yo me atreví a preguntarle el motivo de que lo llamaran Pollaburro. Una tremenda carcajada salió de su boca, pero no me contestó. Me contó que él se escapaba casi a diario a aquél puticlub, pues necesitaba descargar frecuentemente sus testículos sino le dolía horrores, al menos una vez al día, decía. Y que al principio lo hacía con aquella puta holandesa, aunque se jactaba de haber estado con todas las chicas que llegaban.

  • ¿Ya no follas con la Holandesa? –pregunté

  • No -contestó- ahora me trajino a una pequeñita que al parecer estaba sin estrenar y la pobre estaba muy necesitada de sexo en condiciones. Y encima me deja hacerlo sin preservativo. Jejeje.

Llegamos a la calle indicada y nunca imaginé que la segunda planta de aquel hermoso edificio se dedicara a la explotación del oficio más antiguo del mundo. Entramos en el puticlub, al que yo lo imaginaba más lúgubre e indecoroso, pero estaba decorado con gusto y era agradable de visitar.

Pollaburro entró como Pedro por su casa y llamó a la encargada.

-A mi me das a la chiquita –dijo- y a mi compañero, búscale a la holandesa.

La madame dijo que estaba encantada de recibir a su mejor cliente y en las mismas condiciones recibiría a su amigo. A él lo invitó a sentarse en el hall, mientras le ponía una copa, pues la chikita estaba con otro cliente y debía de esperar un poco. A mí me llevó por un largo pasillo a una de las habitaciones donde me invitó a pasar con una sonrisa, ofreciéndome unos condones

  • Ahora viene la Holandesa.

Yo esperé sentado en la cama y para ganar tiempo me fui desnudando. La habitación estaba en penumbras cuando entró ella. Era rubia y llevaba puesto un sugerente picardias rojo que trasparentaba el sujetador y la braguita a juego.

En el nerviosimo de aquella primera vez, no me atreví a mirarla. Entonces escuché con un suave acento extranjero.

  • ¿Tú que haces aquí?

La miré y cual fue mi sorpresa cuando vi delante de mí a la hermosa vecina de mis sueños.

  • ¡Vecina! –exclamé.

Tras la sorpresa inicial, me dije que nunca pensé tener tanta suerte. Así que encendí la luz. Allí estaba yo sentado en la cama, desnudo y mi hermosa vecina, delante de mí ¡Y ahora sí me la podía follar. Sin embargo ella seguía con el mismo desdén con el que me trataba siempre.

-Te tienes que ir –dijo- tu no puedes estar aquí.

Seguía con su desprecio, y esto hizo que aflorara lo peor de mi, cosa que me arrepiento.

  • ¿Qué no, cacho puta? –me envalentoné- Ahora es cuando voy a cumplir el sueño de follarte como una perra. ¡Desnudate que quiero ver lo que siempre he deseado.

-Mira Víctor, es mejor que te valla.

La muy puta, no me hacia caso en mis saludos y sin embargo sí sabía mi nombre.

  • Puta, tú te callas y chúpame la polla

Ella no terminaba de decidirse, así que yo me levanté y la desnudé. Me dediqué a contemplar su desnudez y a tocar sus enormes pechos, babeándolo con descaro y sin miramientos, agarrándole el culo con las dos manos ¡Qué placer!

  • ¿Sabe tu marido que te dedicas a esto? –pregunté

  • Sí, yo no engaño a mi marido.

  • Así que por eso son esas despedidas, te despides para venir a follar con otros tíos –dije- No me extraña que siempre le acaricie la cabeza, será para ver si puede ya la tremanda cornamenta – y me eché a reir.

  • Mira, si quieres me follas y te vas, pero deja de nombrar a mi marido ¿vale?

Se puso a cuatro y me permitió ver su jugoso coño que me invitaba a entrar. Yo agarré mi polla y la dirigí al centro de sus labios vaginales y fui metiendo la punta. Poco a poco entró entera, no costaba trabajo pues tiene un coño grande y bastante dilatado por su trabajo.

Mientras la cabalgaba, empecé a decirles guarradas, insultando a ella y al cabrón de su marido.

  • ¡Córrete y te vas! –dijo.

  • ¿Quieres que me corra? -le pregunté- Claro que lo haré y encima te estoy follando sin condón para que cuando llegues esta tarde a tu casa, el cabrón de tu marido, se coma toda mi leche

  • ¡No nombres a mi marido –dijo- que al menos él sí sabe follar!

Eso que dijo, dolió mi orgullo y le pegue una par de cachetadas en el culo, dejándole una marca roja. Quería disfrutar del momento, pues por primera vez follaba sin condón, pero la actitud altiva de esa zorra holandesa me lo impedía.

-¿Qué no sé follar? –dije ¿Y el cabronazo de tu marido, sí? ¿Por eso estás tu aquí, no? Pues que sepas que me voy a cachondear en la cara de tu marido todos los días que lo encuentre en el portal, le diré ¡qué coño más rico tiene tu mujer, cabrón!

  • Ya está bien de nombrar a mi marido –dijo- y tu no le vas a decir nada y lo vas a tratar con respeto.

  • Que gracia que hables de respeto, -dije- mientras te tengo la polla clavada en el chocho. Yo no lo trataré con respeto ni a ese cabrón ni a ti, putón. Es más, no pienso pagarte este polvo. Ni este ni los próximos que te eche. Y sin más me corrí dentro de su soñado coño.

  • Vale, Tu no me pagarás, pero que sepas que eres el tío que peor folla del mundo, contigo no siento nada y no creo que nadie sienta -me dijo con todo el desprecio que tenía acumulado en su interior de puta.

  • Así, y tu marido folla muy bien

  • Él si sabe hacerlo y me respeta, ¡pero tú! ¡Tú eres un hijoputa! Cualquiera de aquí folla mejor que tú.

-Así ¿quien?

-Pollaburro, por ejemplo ¿quieres verlo y aprendes?

  • Jajaja –rei- encima me dejas ver como follan a otro putón como tú, y gratis, pues tampoco pienso pagarte por ello.

  • No te preocupes –me dijo- tu aquí no vas a pagar nunca. Ven y aprende.

Entramos en una habitación cercana, donde en penumbras Pollaburro se jalaba a una chica disfrazada de colegiala con coletas. Ella se agachó y pude comprobar el motivo de su apodo ¡Qué tremenda polla! A ella le costaba trabajo chuparla, pues no le cabía en la boca. Luego se puso de pie y se sentó a horcajadas sobre ese enorme pollón y se lo fue metiendo poco a poco hasta dejar solo los cojones fuera. Yo pensé que la iba a reventar por los alaridos de placer la chica daba.

-¡Fóllame mi macho! –decía quejumbrosa- ¡Fóllame! ¡Hazme disfrutar como nunca!

La chica, prácticamente botaba sobre el vigoroso pene de Pollaburro, este se puso de pie y dándole la vuelta la tumbó en la cama y sin sacarla le dio media vuelta y la puso a cuatro. Entonces Pollaburro me vio.

  • Hombre Víctor, ¿has terminado ya? –dijo- si quieres puede unirte a esta fiesta. Esta le va la marcha.

La chica hundió su cara mordiendo la sábana, mientras Pollaburro le clavaba su estaca en el coño desde atrás. Yo me acerqué y abrí el culito de la puta y comprobé lo dilatado que lo tenía para recibir las estocadas que metía Pollaburro a la puta lo que le provocaba un impresionante orgasmo.

  • No, no, no, con él aquí no –decía entre susurro la putita.

  • Vamos como si fuera la primera vez que lo haces con dos a la vez –dijo Pollaburro- deja a mi amigo que participe.

  • No, no puedo, dile que se valla –decía con palabras entrecortadas mientras le venía otro espectacular orgasmo.

Yo no le hice ningún caso y me dediqué a acariciar la espalda de aquella puta calentona entre la atenta mirada de mi vecina holandesa. Le besé el cuello, lo que me respondió con un quejido de gusto, aunque seguía con aquellos No, No, No..

Le acaricié las tetas que colgaban temblorosas hacia abajo, ella respondió con un ¡ummmm! Se veía que le gustaba que la acariciara. Entonces me tumbé en la cama y me puse debajo de ella, mirando como mordía la sábana. Y me dispuse a disfrutar de aquellos pechos inquietos por las arremetidas que daba Pollaburro. Chupé un pezón y fui hacia el izquierdo y lo vi. ¡Era el lunar que yo tanto conocía! Y miré a aquella puta que tanto disfrutaba con la enorme tranca de mi compañero de trabajo. ¡Y reconocí sus ojos! ¡Era mi mujer! ¡Y estaba siendo follada por el descomunal navo que gastaba Pollaburro.

Me levanté, no sabía lo que hacer y deambulé desconcertado por la habitación. Fue cuando la holandesa se me acercó diciéndome al oído.

  • Aquí te quedas. Por cierto, no te cobro porque aquí los maridos no pagan.

Vi la tristeza en los ojos de mi mujer cuando Pollaburro descargó todo el semen que llevaba en los huevos dentro del conejo de mi mujer. Ella quedó tendida en la cama, deshecha y cansada, sin atreverse a mirarme siquiera mientras yo veía como rezumaba entre los pliegues de sus labios vaginales chorros ingente de la leche que Pollaburro le había dejado.

Ya ha pasado un tiempo de aquello, y yo también, como mi vecino el informático despido a mi mujer con un beso en el portal, mientras ella va en busca de su macho, el Pollaburro. Él ni siquiera sabe que es mi mujer, ni tampoco que ahora tenemos un hijo.

Mi madre un domingo vino a visitarnos y cambiando el pañal se fijó en las enormes dimensiones que tiene los genitales del niño.

  • ¿A quien le ha salido este niño con este cacho de picha?

Mi mujer se acercó, me abrazó y mientras me soltaba un beso en la boca, dijo

  • A su padre.