Mil grados de separación ( Corregido)
Antiguas tradiciones afirman que cuando las almas se extrañan se encuentran en sueños
“El primer rayo de sol que entraba por la ventana iluminó levemente su cara, amenazando con despertarla. Ella se limitó a cerrar con más fuerza los ojos, deseando que aquello durara para siempre. En una habitación distinta a miles de kilómetros de distancia se repetía la misma escena, pero en esta ocasión la otra mujer optó por hundirse bajo las sábanas; compartiendo las dos la intención de no despertar aún.”
Era una habitación amplia, de colores claros y luminosa, aunque no acertó a apreciar más detalles ya que todo el ambiente estaba difuso, como envuelto en una neblina.
Sólo una cosa era real y clara: ella.
Ella estaba allí, a su lado. Ambas se encontraban estiradas cómodamente en la cama. Aunque no podía verle la cara con claridad no le cabían dudas sobre con quien se encontraba: su voz, sus gestos, su sonrisa irremplazable.
En un atisbo de lucidez intentó analizar la situación, ponerse en guardia, y se sorprendió enormemente al no encontrar ningún resto de rencor u odio, de ira o de reproches callados; ni en su corazón ni en el de ella.
Simplemente estaban juntas, acariciándose lenta y perezosamente. No había tensión entre ellas, todo iba sucediendo como si tuviera que ser así y de ninguna otra forma.
La sensación de calor en su corazón le era conocida, y también había sido largamente extrañada.
Se intercambiaron besos lentos y caricias interminables, sin preocuparse de nada más. Era como si todo y nada ya hubiera pasado, y solo quedaran ellas dos.
No podía ubicar ese momento que estaba experimentando en ninguna etapa de su relación, no podía fecharlo, clasificarlo ni etiquetarlo de modo alguno.
La sensación de calidez iba aumentando. Su mano recorría lentamente las caderas de ella, sus brazos, su cuello, hasta llegar a su cara.
Siempre le habían maravillado sus facciones. Esa cara podía pasar a reflejar en minutos desde la más pura inocencia hasta la sabiduría de aquellos que han vivido mucho, quizá demasiado. Esa mujer era y siempre sería la niña de sus ojos…
Oía como ella le hablaba al oído: dulce, suavemente, con esa voz ronca y melosa al mismo tiempo que se colaba por todas las rendijas de su ser y ocupaba todos sus pensamientos. No llegaba a oír sus palabras, aunque tampoco lo necesitaba. Sólo con mirarla a los ojos ya era capaz de entender lo que le estaba diciendo.
El sumo placer y la dulzura que estaba experimentando iban embargando su ser, aunque al mismo tiempo ese placer se empezó a mezclar con una sensación extraña, con algo oscuro y desagradable que sentía por dentro pero que no sabía identificar muy bien. Esa sensación estaba siendo compartida por las dos, aunque ninguna dijo nada.
El miedo siempre había sido una constante en su relación.
Antes de que pudiera ponerse tensa, otro beso de ella la relaja. Se limita a responderle con una sonrisa y una caricia tierna, intentando alejar los malos pensamientos de su mente.
Poco después todo parece volver a estar en orden. No necesitan nada más. El tiempo se detiene y se quedan quietas, en silencio. Sus corazones se llenan de amor mientras los miedos quedan difusos, hasta ir desapareciendo lentamente.
Se abrazan, se besan, alcanzan en un momento eso llamado felicidad. Ni el tiempo ni el espacio importan, solo el estar cuerpo con cuerpo, juntas. Y así, juntas, se adormecen: la una en brazos de la otra.
“Otro rayo de sol entra por la ventana, y aunque intenta aferrarse con fuerza a la cintura de ella, no lo consigue, y esta vez se despierta. La ternura del momento experimentado aun recorre todo su ser, aunque se empieza a mezclar con dos sentimientos que también conoce muy bien: la melancolía y el dolor.
Ya hace más de 5 meses que todo acabó, que la relación que habían construido salvando tantos obstáculos había terminado por completo; más de dos años desmoronados en un solo día, después de una discusión larga, agria y ahogada en llanto.
Sin embargo esos sueños se iban repitiendo periódicamente.
Algunos, como el de esta vez, eran tan reales que la podían dejar con un sabor agridulce durante días. Se sentía estúpida por seguir pensando en alguien que seguramente ya la habría olvidado, o que quizá hasta la odiaría.
Demasiados temas habían quedado pendientes entre ellas, demasiadas palabras no dichas, demasiados silencios vacíos.
Se levantó de un salto de la cama, resignándose a tener que soportar esas jugadas de su subconsciente, que lo único que hacían era indicarle que aun no había superado la ruptura. Pero había algo que ella no sabía ni podría saber.
En otra habitación a kilómetros de distancia, ella, aferrándose a las sábanas intentaba seguir dormida pero aun así no lo consiguió y se despertó. Otra vez el mismo sueño. Aún le seguía pareciendo increíble lo bien que se llevaban en sueños. Pocas veces habían conseguido llegar a ese estado de entendimiento anteriormente, aunque era lo que más habían anhelado ambas. Les había faltado tiempo, seguramente. Ese sentimiento de ternura que experimentaba le reconfortaba y le hacía plantearse muchas cosas al mismo tiempo:
- ¿Habría funcionado? ¿Podríamos haber llegado a estar así? – se preguntaba.
No quería pensar más en ello, además, estaba convencida de que ella la odiaba y de que a esas alturas ya la habría borrado de su mente y de su vida tal y como intentaba hacer ella misma, aunque no con mucho éxito por lo que parecía.
Las dos se levantaron y se dispusieron a seguir con sus vidas. Mientras sus cuerpos empezaban con la rutina diaria, sus almas, reconfortadas por el breve encuentro, esperaban la próxima ocasión en que sus mentes descansaran y así dejaran libres a sus corazones para poder encontrarse de nuevo y compartir momentos como esos, que aunque ninguna de las dos quisiera reconocer, seguían necesitando.”