Miguelito

No hay despedida. La vida sigue... para largo con Miguel...

Miguelito

Esta historia es real y está basada en mi propia vida, aunque he modificado los nombres y el final, pero explicaré el por qué.

1 – Maldita fama

Siendo famoso no podía salir a tomar copas en la ciudad. La fama, que algunos ven como algo deseable, es una tortura; arruina tu vida. Siempre aparecen muchos «amigos de toda la vida» que, en realidad, no hace ni un mes que te conocen, pero usan esa supuesta amistad para su propio orgullo; para poder decirles a los demás «Soy amigo de Carlos, el guitarrista de… ¡Te lo presentaré!».

Para evitar estas molestias, que iban en aumento, tomé un día el coche y me fui a un pueblecito cercano; sólo a cinco minutos de mi casa. Allí encontré un bar grande y de buen aspecto llamado «El burladero». Aparqué casi en la puerta y entré a tomar algo. Por fin me encontraba en un lugar donde no era nada más que otro cliente.

En poco tiempo, y no precisamente porque mis consumiciones fuesen de mucho dinero, hice amistad con Paco y Paquito; el dueño del bar y su hijo. Las tertulias se iban haciendo cada vez más amenas y mi amistad con ellos hizo que entablase amistad con otras personas. Entre ellas, conocí a un chico de mi edad (unos 23 años) llamado Juan Luís que, a pesar de no ser una persona muy culta, mantenía conmigo conversaciones muy distraídas y muy divertidas.

Los amigos de este chico, que aparecían casi a diario, fueron incorporándose a nuestras tertulias y cuando ya éramos seis (cuatro chicos y dos chicas), me encontré una tarde a solas con él bebiéndonos una cerveza. Mirando sus ojos sinceros, me atreví a decirle quién era de verdad. Primero me miró incrédulo y poco a poco se fue retirando de mí espantado.

  • ¡No pasa nada, Juan Luís! – le dije -; no soy nada más que un tío como tú. Lo único que me gustaría es que no corrieses la voz. Si viene demasiada gente, ya no estaremos tan a gusto.

Me miró algo confuso, pidió otras dos cervezas y seguimos hablando como si nada hubiese pasado. Lo único que dijo fue que ni siquiera podía imaginarse que iba a conocerme en persona, pero me aseguró que jamás diría nada.

Así fue durante más de una semana, hasta que un día, estando los dos solos y Paco y su hijo hablando bastante retirados de nosotros, se me acercó y me habó con misterio y en voz baja.

  • ¡Perdona, Carlos! – me dijo -; quizá pienses que ya no estoy cumpliendo la promesa que te hice, pero no es así ¡Verás! En mi barriada vive un chico al que llaman Miguelito; pero no es porque sea un niño ni un enano, sino porque se lo dicen desde pequeño. Tiene su habitación llena de carteles, fotos, recortes y discos tuyos ¡Eres su ídolo! Es muy buena persona, por eso he pensado que me gustaría que te conociese, pero… ¿cómo lo convenzo de que no es mentira?

Juan Luís jamás le había dicho a nadie quién era yo y viendo la sinceridad de lo que me decía, pensé que ese tal Miguelito podría ser muy feliz y que nadie tenía por qué enterarse de nada.

  • ¡Mira, Juan Luís! – no lo pensé demasiado - ¡Dile que eres mi mejor amigo! ¡Lo eres! Tráelo mañana para que me conozca. No creo que un chaval así vaya a ir luego por ahí diciendo que yo estoy aquí.

  • Puedo decirle que no diga nada – aclaró -; sólo quería que supieras que no lo hago por sentirme importante, sino porque ese chico te tiene como a un dios ¡Lo harías muy feliz!

  • ¡Creo que sí! – pensé -; dile que venga mañana y que le voy a traer algunas cosas nuevas para su colección ¡Convéncelo como sea!

2 – Encuentro atípico

Había tomado cuatro fotos de mi colección; fotos inéditas mías. Las metí en una bolsa y eché allí un juego de cuerdas usado. Era una porquería de regalo, pero sabía que para ese chico podía ser algo importante. Según reaccionara, le haría algún regalo mejor.

Entraron por la puerta del bar los dos juntos y, ya desde lejos, Miguelito se quedó congelado y sin parpadear mirándome. Juan Luís tuvo que empujarlo por la cintura para que se me acercase, pero se resistía.

  • ¡Vamos, Miguel! – tiré de su brazo - ¡No me como a nadie! ¡Soy un tío cualquiera! Sé que me admiras y quería que me conocieras, por eso le he dicho a mi mejor amigo que te traiga. No digas nada a nadie y no nos molestarán.

Sólo pude oír un tímido «¡hola», pero miraba a Juan Luís incrédulo. Quizá pensó en algún momento que era mentira que iba a conocerme.

  • ¡Venga! – grité - ¡Tomemos unas cerveceras y algún aperitivo! ¡Traigo unos regalitos tontos para Miguel! ¡Toma!

Cogió la bolsa tembloroso, la abrió y más se abrió su boca al ver el interior. Sacó las fotos, las fue mirando y me miraba de vez en cuando ilusionadísimo.

  • Ahora me las das y te las dedicaré exclusivamente para ti – le dije -; esas bolsitas de plástico que vienen no son más que cuerdas usadas de mi guitarra. Las he tocado yo. No sé si te gustará tenerlas.

  • ¡Claro! – exclamó entonces - ¿Cómo no voy a querer tener esto?

  • ¡Ven aquí! – tiré de su cintura - ¡Pégate a mí! Sé que te sentirás a gusto. Ya puedes decir que somos amigos, pero si corres la voz no nos van a dejar tranquilos.

  • ¡Ya lo sé! – me sonrió - ¡Juan Luís me lo ha advertido, pero yo no quiero que venga más gente!

  • ¡Dame las fotos! - las tomé de su mano - ¡Voy a dedicártelas!

No sé si cometí un error o si lo que escribí cambió mi futuro, pero en una de ellas, donde mejor se me veía, escribí esta dedicatoria: «Para mi amado admirador Miguelito, de Carlos».

Cuando lo leyó me miró nervioso y sonriendo y miró a Juan Luís como si le estuviese agradecido para toda la vida. Juan Luís quiso saber lo que había escrito, lo leyó y no hizo el más mínimo comentario. Prudente como nadie, cuando tomamos unas cervezas, puso una escusa tonta y nos dejó a solas un buen rato. Miguelito y yo seguimos hablando y se fue acostumbrando a tenerme a su lado.

Cuando nos dimos cuenta, Juan Luís se había ido, pero Miguelito me dijo que había llevado su «burra» (su moto vieja) y me rogó que fuese a su casa dejándome bien claro que era muy humilde. Con unas cuantas cervezas de más, seguí a su «burra» hasta su casa y me indicó dónde tenía que aparcar.

3 – Ya me conocían

Subimos a su piso, en una segunda planta sin ascensor, y abrió la puerta con su llave. La puerta daba paso directamente al salón.

  • ¡Vieja, viejo! – así llamaba a sus padres - ¡Mirad quién viene conmigo!

  • ¡Hijo! – me abrazó su madre - ¡Te conozco como a mi Migue porque te veo a todas horas! Perdona que no podamos recibirte en un lugar mejor.

Su padre estaba enfermo y sentado en una mecedora frente a la televisión y Miguelito – Migue según su madre – preparó inmediatamente una silla para que me sentase a la mesa. Su padre, con algún esfuerzo, arrastró la mecedora hasta la mesa. Cuando me di cuenta, Migue había puesto un mantel limpio, vasos y servilletas.

  • ¡Vieja! – gritó desde la cocina - ¡Ya te has bebido la cerveza que quedaba!

  • ¡Sólo quedaba un vaso! – dijo su madre - ¡Toma! ¡Baja a comprar un par de litros!

Cuando Migue salió corriendo a por la cerveza, su madre se acercó algo a mí y me dijo que se encontraban solos, que sus otros hijos se casaron y los abandonaron. Miguelito llevaba todo en la casa. Limpiaba, fregaba, cocinaba… Los atendía como unos padres se merecen, pero me mostró su preocupación por sus amistades. Decía que, sobre todo, una tal Kati, poco agraciada y gruesa, quería conseguir quitarle a su hijo, pero que Migue le aseguraba que nunca iba a dejarlos.

  • ¡Por favor, hijo! – me rogó - ¡A ver si es posible que tú retires a mi hijo de esa gente! ¡No me gusta!

Dejamos de hablar cuando volvió Migue con la cerveza y la puso en la mesa con unos aperitivos.

  • ¡La tortilla de patatas la hago yo! – dijo Miguelito - ¡Todo el mundo dice que la hago muy bien!

Tal como se preocupó de servirnos, se preocupó de recogerlo todo y quiso mostrarme su dormitorio. La verdad es que había bebido demasiado y me encontraba un poco incapaz de moverme sin tambalearme. Cuando entramos en su dormitorio y me mostró todo lo que tenía mío, me dijo que no me veía en condiciones de conducir; quería que me quedase en su casa a dormir.

  • ¿A dormir? – me extrañé - ¡Mañana tengo que ensayar por la tarde!

  • ¡Yo te avisaré a la hora que me digas! – susurró - ¡Por favor, no conduzcas así!

Me convenció. Me indicó que la puerta de enfrente era el baño y que la luz se encendía la derecha. Nos despedimos de sus padres, cerró la puerta y nos desnudamos para acostarnos. Evidentemente, teníamos que dormir los dos en una cama un tanto estrecha.

  • Te daré un pijama si quieres – dijo -; yo acostumbro a dormir en calzoncillos.

  • ¡No, no, Migue! – seguí desnudándome -; prefiero dormir sin nada.

4 – Una criatura casi perfecta

Nos acostamos y quiso mantenerse un poco retirado de mí, pero acabó volviéndose a mirarme sin pestañear y puso su mano en mi hombro.

  • ¡Sí, Migue, sí! – le dije - ¡Soy de carne y hueso! ¡Tócame!

Y nos tocamos ambos un poco más de la cuenta. Me besó en cada centímetro de la cara y acabamos abrazados y haciéndonos una paja. Encendió la luz y lo limpió todo. En cuanto se acostó, nos quedamos dormidos.

No era un chico demasiado atractivo. Ni siquiera tenía buen tipo vestido; pero su cuerpo, desnudo, era casi perfecto y su miembro era bastante largo.

Unos besos tímidos en mis labios me despertaron por la mañana.

  • ¡Carlos! – susurró - ¡Perdona que te despierte! Supongo que querrás irte, pero he ido a comprar churros y he preparado un buen desayuno para todos.

  • ¡Gracias, Migue! – no sabía qué decir - ¡No te molestes!

  • Puedes usar la crema para la boca – continuó -, pero tendrás que darte con el dedo; ¡no tengo otro cepillo!

Había preparado una mesa con todo su esmero. Desayunamos juntos y me miraba de vez en cuando sonriendo pícaramente.

Volvimos al dormitorio a por algunas cosas mías y no dejaba de agradecerme el gran regalo que le había hecho, así que me volví hacia él, lo besé en la mejilla y lo tomé por los brazos.

  • ¡Eso no es un regalo, Migue! ¡Pídeme lo que quieras! ¡Te mereces mucho más que unas fotos y unas cuerdas usadas!

  • ¿No podría estar contigo hasta que tengas que irte a trabajar? – preguntó tímidamente - ¡Me llevaré mi «burra» para volver luego!

  • ¡No, Migue! – dije con paciencia -; lo mismo que tú me pedías anoche que no condujese ebrio, te pido que no salgas a la carretera con la moto ¡Me dan mucho miedo! Te vendrás en mi coche a casa. No tengo que salir a los ensayos hasta las cuatro. A las ocho termino y me vengo a «El burladero». Estaremos un rato con Juan Luís y te dejaré aquí.

  • ¿Harías eso? – preguntó extrañado - ¡No quiero ser ahora una carga para ti!

  • Si fueras una carga para mí, Migue, ya te habría quitado de encima ¡Vamos!

Me lo llevé a casa y su sonrisa era de máxima felicidad ¡Estaba con su ídolo y sólo para él! Le gustó mucho mi piso, pero se avergonzó de vivir en uno tan modesto.

  • Ese piso está bien para ti y para tus padres – le dije -; no veo la necesidad de aspirar a tener una casa lujosa. Eres un buen «amo de casa». Lo llevas todo y evitas a tus «viejos» mucho trabajo. Lo que ahora te pido es que selecciones a tus amistades. A mí me tienes como amigo si quieres.

  • ¡Claro que quiero!

  • Vamos a comer juntos aquí, en mi casa – me acerqué a él – y dormiremos una corta siesta. Luego, puedes quedarte aquí y registrar todo lo que quieras. Poco después de las ocho vendré a por ti.

  • ¡Sí, me gusta! – exclamó contento - ¡Te prepararé un almuerzo exquisito con las cosas que tengas en el frigorífico!

  • ¡Acepto!

No solamente me preparó un almuerzo exquisito, sino que preparó la mesa con muy buen gusto, la recogió y quiso fregar a mano, pero le enseñé a poner el lavavajillas.

La corta siesta fue una cadena de besos, abrazos, roces y una traca final: una paja que disfrutamos como si nunca nos hubiéramos hecho ninguna. Me fui a ensayar y, cuando volví, encontré el piso perfectamente ordenado, limpio, la cama hecha y una cena preparada para que no tuviese que entretenerme.

  • ¿Pues sabes una cosa, Migue? – le dije -; si pudiera ser, me gustaría que cenaras esta noche conmigo y te quedaras a dormir aquí; como yo dormí anoche en tu casa, pero no quiero que dejes a tus padres solos.

  • ¡No, no! – aclaró - ¡Lo único que tengo que hacer es avisarles por teléfono de que no voy a ir! ¡A mi madre le encantará que esté contigo!

Entonces no había teléfonos móviles, así que no los llamó hasta que volvimos de «El burladero» y me puse yo, concienzudamente, para que su madre supiese que estaba conmigo.

No tengo que explicar que la cena fue deliciosa y la noche indescriptible. Pero aquella noche ya no estuvimos abrazados ni acabamos en una paja, sino que le hice una mamada que lo volvió loco. Por sus movimientos me di cuenta de que nunca había disfrutado de una auténtica mamada y, aunque no dijo nada, bastante más tarde comenzó a rozarme la espalda y a golpearme suavemente con su polla larga y dura; quería follarme. Levanté una pierna y puse su punta donde él la quería. Me dio un placer inolvidable.

5 – Una pareja, dos parejas

Sabía que me amaba antes de conocerme y comenzó a gustarme estar con él. Vivimos unos cuantos meses juntos aunque se escapaba con su «burra» a atender a sus padres. Una noche llenamos mi bañera redonda y nos bañamos juntos. Unió nuestras pollas emparejándolas y me besó.

  • ¡Yo creía que tenía una polla más larga de lo normal! – exclamó - ¡La tuya es igual que la mía; yo tengo 19 cm!

  • ¡Miguelito! – le tomé el rostro entre mis manos - ¡Ojalá te tuviese siempre para mí!, pero sé que tienes tus amigos del barrio y no quiero separarte de nadie.

  • Yo tampoco quisiera dejar de verlos – dijo -, pero acabaré quedándome para siempre contigo.

El baño fue divertido y follar dentro de las aguas fue lo más original que habíamos hecho hasta entonces. Cuando nos secamos, nos echamos en la cama y nos quedamos dormidos. Al día siguiente, cuando se levantó, me dijo que se iba en la «burra» un par de días con sus padres y lo eché muchísimo de menos. Hasta Juan Luís me lo notó ese día.

  • Es meterme donde no me llaman, Carlos – dijo -, pero Miguelito es muy cariñoso y… - pensó dudoso - …se dice por ahí que le gustan los tíos. A mí eso es una cosa que me da igual, pero

  • Si lo que intentas es prevenirme de que Miguelito puede insinuárseme – le dije sonriente - ¡has llegado tarde! Estamos juntos. Me gusta. Espero que eso no te disguste.

  • ¡No! – casi se enfado -; habrás comprobado que Miguelito es alguien fuera de lo normal.

  • ¡Te lo aseguro!

Seguí yendo por las tardes a mis tertulias y comencé a darme cuenta de que Miguelito no aparecía, pero nadie decía nada. Así pasaron más y más días y estuve a punto de llamar a su casa para saber de él, pero dejé pasar el tiempo.

Después de varios meses sin noticias suyas, también pensé en ir a su casa, pero fue entonces cuando decidí llamar por teléfono por la mañana. Contestó la madre y, al oír mi voz, se puso a llorar.

  • ¿Qué pasa? – me asusté - ¿Dónde está Miguelito?

  • ¡Te lo dije, hijo! – contestó entre llantos - ¡Esas amistades no me gustaban nada! Esa hija de puta me ha robado a mi hijo; ha hecho todo lo posible por quedarse embarazada y ahora… ahora dice que no van a tener más remedio que casarse.

No pude contestar a lo que estaba oyendo. Colgué. Miguelito no volvió a llamarme, pero recibí una invitación para su boda que fue directamente al cubo de la basura.

Pasaron unos tres años y mis amistades fueron cambiando, pero Juan Luís seguía siendo mi mejor amigo. Una noche, sin embargo, decidí no ir a la cita de todas las tardes y fue entonces cuando sonó el teléfono.

  • ¿Carlos?

  • Sí – contesté dudoso - ¿Quién eres?

  • Ya ni te acordarás de mí; soy Miguelito.

  • ¡Migue! – me dio un vuelco el corazón - ¿Qué haces? ¿Cómo te va?

  • ¿Podemos vernos mañana por la mañana? – preguntó -; mi mujer estará trabajando y podemos vernos en el bar.

Nunca pensé en negarme. Estuviese pasando lo que estuviese pasando, necesitaba ver a Miguelito. Nos vimos en el bar y llevaba a su pequeña, de unos tres años. No pudimos hablar nada.

Durante algunos años más, me estuvo llamando de vez en cuando, cada tres o cuatro meses. Engañaba a su esposa y se venía con su «burra» a pasar la tarde y la noche conmigo. Desde entonces supe el grave error que había cometido, pero no podía negar lo feliz que se sentía teniendo a su hija a pesar de que era un «amo de casa» esclavo de esa tal Kati a la que nunca he conocido.

6 – Tres quinquenios

Quince años pasaron, cada vez nos veíamos menos y jamás lo olvidé, pero tuve que hacerme a la idea de que lo había perdido para siempre. Tuve muchas aventuras y aventurillas, pero nada igualaba a lo que había vivido con Miguelito.

Y como la vida cambia cuando menos lo esperas, llamaron un día a la puerta por la mañana y encontré allí a mi Migue; ¡a Miguelito! Entró llorando y soltó una bolsa pesada en el suelo repitiendo constantemente que lo echase de allí; que no merecía que lo acogiese. Lo hice pasar y nos sentamos a beber un refresco.

  • Tengo un teléfono nuevo y no sé si me has llamado – gimió -; tampoco sabía si tenías el mismo teléfono, pero Juan Luís me ha dicho que sigues viviendo aquí.

  • A mí me cambiaron el teléfono, Migue – le expliqué -, pero no me he mudado ¿Qué te pasa ahora?

  • Kati me maltrata – lloró -; soy su esclavo sencillamente porque yo llevo la casa y ella es la que trabaja. Yo cuido de mi hija, yo voy a la compra, yo limpio… ¡Soy un perfecto inútil que ha invertido los papeles de una vida normal! ¡Me he escapado de casa! ¡Mi hija tiene ya los quince años! ¡No voy a dejar de verla!... Pero mis padres han muerto ¿A dónde voy?

  • ¡Oh, lo siento! ¿Qué puedo hacer por ti?

  • ¡Por favor, Carlos! – lloró en mi hombro - ¡Permíteme continuar mi vida contigo desde donde la estropeé!

  • No sé si podré hacer eso

  • ¿Tienes pareja? – preguntó - ¿Molesto? ¡Sé claro!

  • ¡No, no! – lo consolé -, pero retomar ahora lo que me ha costado tanto tiempo olvidar va a ser muy difícil para mí. La verdad es que estás mucho mejor así; de maduro.

  • Seré tu amante – suplicó -, tu esclavo, tu «amo de casa», pero no me rechaces, ¡por favor!

  • ¡Está bien! – dije muy seco -; aquí tienes tu casa hasta que puedas resolver tu vida. No puedo creer que después de quince años vengas a quedarte.

  • ¡Te lo juro! – no dejaba de suplicar - ¡Jamás te he olvidado! ¡Ya no recuerdo lo que es el amor verdadero! ¡Mi único sexo son las pajas que tengo que hacerme a escondidas!

  • ¡De acuerdo! – lo tranquilicé - ¡Vamos a deshacer esa pesada maleta!

  • Sólo traigo algo de ropa, tus recuerdos y mi única afición: una colección de cómics. Me aficioné a ellos desde que se los leía a Gloria.

En dos días, mi piso estuvo siempre limpio y ordenado; como nunca. La comida era de primera clase y nuestras charlas eran las de dos adultos cultos. Había tenido tiempo de sobra para leer y aprender.

Una mañana, cuando salió a la compra, mis pensamientos me traicionaron. Abrí su maleta y encontré su colección de cómics, mis recuerdos y las cuerdas de guitarra. Cogí un buen puñado de cómics y los metí en mi maletín. A la hora de salir a los ensayos, me dirigí al pequeño pueblo donde vivía con Kati y aparqué en la plaza. Sólo había un bar y entré a tomar café. Cuando ya llevaba allí un rato, llamé al camarero y le pregunté por Miguelito. Me miró espantado y dijo que no sabía nada de eso.

  • ¡No se preocupe, señor! – procuré ser muy amable -; es mi mejor amigo y necesito devolverle estos cuadernos de cómics.

  • ¿Cómics? – miró disimuladamente -. Miguel no está ahora aquí.

  • ¿Cuándo podría entregarle esto? ¡Es suyo!

Me miró resignado, miró a su alrededor y me habló en voz baja.

  • ¡Migue ha desaparecido! – dijo -; sólo sabemos que no se llevaba bien con su esposa, pero no sabemos dónde está. No va a poder entregarle eso ¡Puedo asegurarle que ese hombre es envidiable, pero que nunca más volverá a este pueblo! Guarde eso con cuidado; ¡era su única afición!

Volví a casa y, por primera vez en muchos años, lo besé como a un amante (nunca nos decíamos cariño, amor, ni nada de eso).

  • ¡Miguelito! – acaricié su rostro - ¡Mi Miguelito! ¡Nunca más vas a perderme de vista!

Conclusión real:

Después de más de veinte años, la verdadera historia es que Miguelito sigue siendo un esclavo de Kati, ama a su hija con pasión y me llama cuando puede escaparse para sentirse vivo y libre, aunque sea una vez cada tres meses.