Miguel y sus tíos

Un joven recién licenciado que decide pasar un verano en el pueblo con sus dos tíos

Desde pequeño, Miguel pasaba gran parte de sus vacaciones de verano en el pueblo, en una gran casa rural donde vivían sus abuelos y los dos hermanos de su madre. Fue allí donde, rodeado siempre de animales, decidió estudiar veterinaria. Poco después de comenzar la universidad conoció a Jaime, el que sería su novio durante años, y el cual fue aceptado como otro miembro más de la familia de Miguel. Sin embargo, cuando éste decidió irse de Erasmus, su relación comenzó a quebrarse. Al volver de Alemania las cosas ya no iban tan bien, habiéndose perdido la chispa y algo más por el camino. Fue entonces cuando Miguel decidió que volvería a pasar otro verano en la casa del pueblo, en la que ahora sólo vivían sus dos tíos: Pepín y Ramón.

Una de las pocas cosas que tenían en común Pepín y Ramón era su estado civil: solterones. El primero era el más joven de los cinco hermanos, llegando por accidente doce años después que Pedro y Eugenia -mellizos-, once que Ramón y diez que Marisa, la madre de Miguel. A sus cuarenta, Pepín apenas había salido del pueblo. Estaba muy unido a su madre, así que cuando ésta falleció entró en una especie de depresión que le hizo centrarse en el huerto que durante años fue cobijo de su progenitora. Al morir el padre poco después, se vio llevando una vida solitaria con su hermano mayor.

Ramón es más duro y tosco. Se encargó siempre de la granja familiar, situada a unos ochocientos metros de la casa. Allí se pasaba las horas dedicándose a las vacas, los cerdos, las gallinas y los perros. A veces se acercaba al pueblo de al lado a echar la partida, y a eso se reducía su vida social, si bien ya era más que la de su hermano. No se llevaban mal, pero como decía, no tenían mucho en común. Compartían el momento de la comida del medio día, aunque siempre acompañados por el televisor, pues no tenían apenas nada que contarse. Pepín cocinaba siempre, y a veces Ramón se lo agradecía o festejaba lo rica que le había salido la comida ese día.

Al aparcar en la puerta, Miguel recordó lo grande que era la casa. Una enorme fachada de dos plantas de piedra gris oscuro y grandes ventanales. En la planta baja había dos salones, unos cuantos dormitorios, un baño y una inmensa cocina con chimenea donde se pasaba la mayoría del tiempo en invierno. Arriba había otro salón, dos baños y otros tantos dormitorios. Desde la cocina se accedía a un vasto patio, y de ahí al huerto. Allí encontró a Pepín, quien se alegró al verle de una forma un tanto desmedida.

-He llamado, pero he visto que estaba abierto -anunció el chaval.

-Aquí no tienes que llamar; esta es tu casa. Ven, anda, dame un beso. ¿Qué tal el viaje? ¿Tienes sed? ¿Quieres comer algo?

-Esto…

-Perdona, que parece que te esté agobiando como tu madre.

-No te preocupes -Miguel sonrió-. ¿Y el tío?

-¿Ramón? En la granja. No tardará en llegar, aunque si quieres puedes ir a buscarle. ¿Te acuerdas del camino? Bueno, mejor espérale aquí, ¿no?, no vaya a ser que te pierdas.

-Sí que me acuerdo…

-Vaya, ya estoy otra vez. Es que estoy muy feliz de tenerte aquí -admitió Pepín.

-Y yo, gracias por dejarme venir todo el verano.

-¿Todo el verano? Tu madre me dijo que un mes.

-Bueno, si es un problema…

-No, no, ¡al contrario! Puedes quedarte el tiempo que quieras. Ven, anda. Vamos a la cocina y te tomas algo.

Miguel se fijó en que el patio estaba lleno de plantas y flores, y no lo recordaba así.

-¿Agua? ¿Coca Cola?

-Una cerveza si tienes.

-¡Ah, claro! Parece que aún hablo con ese adolescente travieso que solía revolver entre las cosas de la abuela…

-En realidad fue solo una vez. Y no era adolescente, era todavía un niño -Miguel se ruborizó rememorando la ocasión en la que le pillaron revolviendo la ropa interior de su abuela por pura curiosidad, pues difería bastante de la de su madre.

-Sí, sí, un niño. Aquí se pierde la noción del tiempo. ¿Cuántos tienes ya? ¿Veintiséis, veintisiete?

-Veinticinco.

-¡Madre mía cómo pasa el tiempo! Toma, tu cerveza.

-Gracias.

-Espera, que te saco algo de embutido.

-No, no. Sólo tengo sed.

-Vale, no te obligaré a comer. Ya no estás tan enclenque como antes.

Miguel no dijo nada. Echó un vistazo detallado a la cocina. La parte de la chimenea con las dos mecedoras a los lados apenas había cambiado. Tampoco la gran mesa que había en el centro, donde se reunían siempre para desayunar, comer, cenar… porque en los pueblos se come mucho. Sin embargo, la parte de la derecha era totalmente nueva. Antes había un hornillo de carbón, un viejo fregadero de piedra y muebles que tenían cortinas de colores como puertas. Ahora parecía una cocina normal, con su horno, su placa y hasta un lavavajillas.

-¿No la habías visto antes?

-No, la última vez que vine no estaba.

-¿Cuándo fue?

-Para el funeral del abuelo, creo.

-Ah, sí. Hicimos la obra poco después. Pero no pienses que fue irrespetuoso, ¿eh?

-Qué va.

-Es sólo que hacía falta.

-Claro -Miguel se sintió un tanto abrumado, y meditó sobre si su tío siempre había sido así, o peor, si se comportaría de esa manera durante su estancia. Aunque bueno, su objetivo estaba en la granja con los animales y su tío Ramón, al cual recordaba bastante menos parlanchín.

-¡Hombre, mozo!

-Hola, tío -Miguel fue a darle dos besos como a Pepín, pero Ramón se adelantó y le tendió la mano.

-Pero dale un beso a tu sobrino -le animó su hermano.

-Vaya, es que te veo tan mayor, estás hecho un hombre.

Finalmente le dio dos besos y se dirigió a por una botella de vino, junto con tres vasos.

-Brindemos por el chaval -propuso.

-Igual no bebe vino, está con cerveza.

-¿Desde cuándo hay cerveza en esta casa?

-Está ahí desde Navidad. ¿No estará caducada? Ay, como se entere tu madre que te he envenenado.

-No, no. Está buena -Miguel miró la fecha de todos modos.

-Ay tu madre -habló Ramón-. Tú no te preocupes que no le diremos nada de lo que hagas aquí.

Miguel le sonrió.

-¿Qué tal con el novio ese tuyo?

-¿Jaime? Pues ya no es mi novio.

-Oh -Pepín sintió verdadera lástima.

-Así que buscando evadirte entonces, ¿no? -Ramón era más directo.

-Bueno, un poco sí. Pero en realidad vengo por la granja. No sé si te lo comentó mi madre. Por eso de que he estudiado veterinaria y tal.

-Sí, sí. Lo que sea. ¿Dónde te has instalado?

-Todavía no lo ha hecho -replicó Pepín.

-Me da igual, donde me digáis.

-Hay un baño libre arriba, así que ese será para ti. Y la habitación que tú quieras; arriba o abajo.

Miguel pensó que lo más práctico sería quedarse con la habitación más cercana a su aseo, aunque no sabía muy bien cuáles eran las estancias de sus tíos.

-Ramón duerme aquí abajo -Pepín señaló a la parte derecha de la casa-. Yo conservo mi cuarto de arriba.

-Pues el del fondo del pasillo, si os parece bien.

-Lo que yo había pensado -celebró Pepín-. Después de comer te ayudo a instalarte. Venga, que he hecho gazpacho.

Durante la comida Miguel les contó sobre su estancia en Alemania ante la aparente atención de sus tíos, alguna alusión a Angela Merkel o a la crisis. Al acabar, Ramón se fue a echar la siesta y Pepín se quedó recogiendo.

-¿Café? -le preguntó al sobrino.

-Sí, gracias.

-No hace falta que me des las gracias. ¿Cómo lo quieres?

-Sólo con hielo.

-Uy, pues creo que no hay hielo.

-Pues cortado entonces.

-No, hombre. Voy a por hielo. O espera, creo que el frigorífico este nuevo traía unas bandejitas… -Pepín fue raudo a abrir el congelador-. Pues sí, pero están vacías.

-No pasa nada, de verdad. Si eso puedo ir a los chinos a comprar.

-¿Chinos? Aquí no hay de eso.

-A la gasolinera.

-Eso sí, pero voy yo “anca” la Puri y compro.

-Qué no, tío. Me acerco yo en un momento a la gasolinera mientras sale el café.

-Vale, ve con cuidado.

Miguel aprovechó para llenar el depósito de combustible. Fue atendido por un chaval más joven que él un poco antipático, pues no le respondió al “Hola”. Pero sí que reconoció cierto atractivo en el mozo, y se preguntó cómo sería la vida de la gente joven en ese pueblo, qué harían para divertirse y esas cosas. Aunque a tenor de su cara, el dependiente no parecía muy alegre. Su despedida fue un simple “venga”.

-Has tardado. ¿Había gente?

-No, pero he aprovechado para echar gasolina -Miguel se molestó un poco por ese control que le resultaba incluso peor que el de su madre.

-Perdóname otra vez, no quería controlarte. Son los nervios; por hablar de algo; no sé, no me lo tengas en cuenta.

Miguel dudó en si aceptar sus palabras o enfrentarse y dejarle las cosas claras a su tío, si bien esto podría resultar demasiado grosero. Pero tras la libertad de su periodo de Erasmus y la propia de volver a la soltería, lo que menos le apetecía era un tío vigilante y controlador que cronometrara el tiempo de sus salidas, que le tuviera que dar permiso para beber vino o fumarse un cigarro.

-Qué vicio más malo -le reprochó su tío dejándose llevar de nuevo por su verborrea desatada.

Miguel ignoró el comentario.

-¿Quieres que salgamos al patio? En una parte ahora da la sombra.

-Genial -agarró el café y el cenicero y salió-. Qué bonito está con la parra, esos rosales y todas esas flores. La abuela no tenía tantas, ¿no?

-No, es que como tenía mucho tiempo libre me dio por dedicarme a la jardinería.

-Pues me parece muy bien. Lo tienes todo muy chulo.

-Gracias. Luego te enseño el huerto. He plantado cosas nuevas esta temporada.

-¿Y no os animáis a haceos una piscina? Sitio hay de sobra.

-¿Para qué? ¿Para mí solo? Ya con la alberca de la granja… Aunque la verdad es que no suelo ir mucho. El verano pasado un par de veces que Ramón estuvo malo.

-¿O sea que si está él tú no vas?

-No, no es eso. Además él no suele ir por las tardes. Bueno, a veces sí, pero no siempre. Pero yo qué sé. Caminar luego de vuelta con la calor … Me doy un manguerazo aquí y me refresco.

-¿Entonces estás en el huerto todo el día?

-No, hombre. Por las mañanas sí, aunque voy y vengo mientras voy haciendo la comida. Cuando tu tío se echa la siesta yo suelo leer y después…

-¿Lees?

-¿Te sorprende? No soy un cateto.

-Joder, no lo digo por eso, pero me sorprende. No recuerdo haber visto un libro nunca en esta casa.

-La abuela tenía la Biblia.

-¿Lees la Biblia entonces?

-¡Qué va! Leo…pues…no sé, libros.

-Ok, ok. ¿Y luego?

-Pues riego las plantas, vuelvo al huerto. A veces salgo a dar un paseo con la fresca. Otras veces cocino.

-¿Siempre cocinas tú?

-Sí, Ramón no vale para eso. Aprovecho que él no cena para preparar cosas nuevas.

-¿Dónde va?

-Me refiero a que se hace un bocadillo y se pone con el Internet ese.

-¿Tenéis Internet?

-¿También te sorprende?

-Un poco, la verdad. Pero de todas formas te veía a ti más “conectado” que al tío, aunque fuera sólo por la edad…

-Qué va. Se lo puso él por no sé qué de ver partidos de fútbol, aunque yo creo que lo usa para otras cosas…

-¿Cómo qué? -aunque lo primero que se le pasó a Miguel por la cabeza fue el porno.

-Tragaperras o apuestas o qué sé yo.

-Joder, pues hay que tener cuidado con esas cosas, que te sacan el dinero rápido.

-No sé, las cuentas las lleva él.

-¿Y amigos? -inquirió Miguel. ¿O novias? -se atrevió a decir.

-Después de lo que le pasó a Ramón…

Miguel se acordó vagamente, pues él era muy joven, de cuando su tío Ramón iba a casarse, pero la Trini le dejó plantado en el altar delante de todo el pueblo. Se avergonzó tanto que estuvo años sin salir. Fue una cuestión de orgullo más que hirieran sus sentimientos.

-¿Y tú? -Miguel creyó que Ramón tenía escusa, pero ¿su tío Pepín?

-¿Yo? Pues poca cosa. El año pasado hubo un maestro con el que salía de vez en cuando, pero era interino y este curso no ha estado.

Miguel fantaseó sobre la relación de su tío con un maestro. Quizá fuera él quien le dejaba los libros. Quizá hubo algo más entre ellos. ¿Por qué no? Si no había tenido novias conocidas puede que fuese porque no se sentía atraído hacia las mujeres. En cualquier caso, no se atrevería a preguntarlo o insinuarlo; al menos de momento.

-Pero bueno, ahora que estás tú aquí podemos hacer lo que quieras. Sin agobiarte, ¿vale? Tú haz lo que te apetezca, pero que si quieres hacer algo, pues me lo dices -estaba llegando a ser confuso-. Ya me estoy liando otra vez -se calló y sonrió.

-Vale -Miguel también mostró su sonrisa.

Fueron a ver el huerto y más tarde Miguel pudo ver por fin su habitación. No estaba como la recordaba, pues ahora sólo había una cama en el centro y antaño había literas y colchones tirados por el suelo, pues era donde solían dormir todos los primos, incluso de adolescentes. Recurrió de nuevo a su memoria para verse teniendo su primera relación homosexual con su primo Guille, un par de años más joven y con el que pasó de hacerse pajas en mitad del campo a juguetear y toquetearse a la hora de la siesta cuando los más pequeños optaban por irse a bañar al río o la alberca.

-Está limpia, ¿eh? -le interrumpió Pepín-. La verdad es que todas están limpias, pero imaginé que te quedarías esta, así que me esmeré más.

-Gracias.

-No sé si necesitarás algo, como un escritorio, una mesa… no sé. Echa un vistazo al resto de la casa y te puedes traer lo que quieras.

-No sé, en principio creo que me apaño.

-Tú mismo, pero si vas a estar aquí todo el verano será mejor que estés cómodo. Si ves que el colchón no te gusta, necesitas más cajones o lo que sea, dilo y vamos a comprarlo. Podemos ir a un Ikea de esos, ja, ja.

-No hace falta -Miguel también se rió-. Lo vamos viendo.

-Ven que te enseño el baño.

-¡Si es nuevo!

-Sí, también hicimos obra. Había humedad y aprovechamos animados por Eugenia, que es la que más solía venir.

-¿Ya no vienen?

-El año pasado apenas un fin de semana.

-¿Y el tío Pedro?

-No nos habla. Mira, aquí tienes toallas -Pepín quiso zanjar el tema-. Son nuevas, las compré en el mercadillo el sábado. Pero son buenas, ¿eh? Mira, toca.

-Ja, ja. Sí, están bien. Gracias por las molestias.

-No me las des. Bueno, te dejo, que igual te quieres duchar o algo.

-Voy a subir primero las maletas.

-¡Claro, es verdad! Te ayudo.

De camino al coche se cruzaron con Ramón.

-¿Qué hacéis?

-Vamos a por el equipaje.

-¿Todavía andas así? ¿Qué habéis estado haciendo? -Ninguno contestó-. A ver, que os ayudo.

-¿Es el coche de tu madre, no?

-Sí, ella se ha comprado uno nuevo y me ha dejado este.

-Vaya con Marisa la pija -apuntó Ramón.

Nadie se lo tomó mal, porque en realidad Marisa y Ramón siempre habían tenido una relación muy especial, llevándose mejor que con los otros.

Cuando Miguel acabó de colocar sus cosas bajó a la cocina, en la cual sólo se encontraba el más joven de sus tíos.

-¿Ya te has instalado? ¿Te falta algo? La cena ya está, pero no quise subir para no agobiarte. ¿Una cerveza?

-Esto… tío…

-Perdona, ¿te agobio a que sí?

-Para ser sincero… Bueno, tampoco es eso, pero si voy a estar aquí algún tiempo es mejor que me vaya apañando yo, ¿no crees? Quiero decir que si me apetece una cerveza me gustaría tener la confianza de poder cogerla yo…

-Tienes razón -Pepín se molestó un poco, aunque en el fondo consciente de que era algo pesado, pero sólo quería hacer que su sobrino se sintiera bien.

La cena transcurrió de una forma mucho más tranquila. Miguel percibió que su tío se había enfadado, aunque no quiso disculparse porque pensó que mejor que estuviera enfadado un día, que estar encima de él todo el verano. Cuando acabaron, y sin decirle nada, Pepín salió a tomar el fresco al patio. Miguel buscó en los armarios algún tipo de licor para ponerse una copa y sólo encontró güisqui y ron blanco. Pensó en hacer un mojito.

-Tío, ¿tienes hierbabuena y lima? -le encontró en el patio sentado sin hacer nada.

-Sí, un momento.

-Genial -Pepín volvió del huerto con ambas cosas-. Espérame aquí.

Al poco tiempo el chaval apareció con un vaso en cada mano, ofreciéndole a su tío.

-¿Qué es esto?

-Mojitos.

-¿Qué lleva?

-Ron que he encontrado por ahí, azúcar… y bueno, lima y hierbabuena como podrás imaginar.

-Vaya, pues está bueno. Espero que no se me suba a la cabeza.

-No pasaría nada. Estamos en confianza, ¿no?

-No quisiera que mi sobrino me viera borracho nada más llegar, que yo no paso de dos vasos de vino.

-Relájate y disfruta. Chin, chin.

Propusieron irse a dormir sin que el alcohol les hubiese apenas afectado. Al entrar en la casa escucharon los ronquidos de Ramón, así que sigilosos se dirigieron hacia arriba. En el rellano Miguel le dio las buenas noches, pero Pepín se empeñó en acompañarle a su cuarto por si estaba todo bien. Miguel se resignó tras haberle dicho que no hacía falta, pensando en que su rudeza antes de la cena no había servido para nada.

-¿Ves? Está todo bien.

-Venga, pues buenas noches.

Pepín le dio un beso en una mejilla mientras le acarició con la mano la otra. Miguel ya no habló más y se metió en la cama pensando en cómo iba a ser su verano, pero sobre todo, cómo soportaría la pesadez y el control de su tío Pepín, al que imaginó al otro lado de la puerta esperando a que se durmiera.

-¡Buenos días! -escuchó al llegar a la cocina, aunque esta vez sin beso.

-Hola. Te hacía en el huerto.

-Lo estaba, me has pillado trayendo estos tomates para el pisto…

-Ya claro -masculló Miguel-. Voy a ponerme un café -no quiso dar tiempo a que su tío se lo ofreciera.

-Muy bien. Yo voy a seguir con lo mío.

Se sorprendió de que le dejara tranquilo y se marchara al huerto otra vez sin más. Tras tomarse el café, subió a ponerse unas deportivas para ir a la granja con su tío Ramón.

-¡Tito, me voy a la granja! -vociferó a Pepín.

-¡Vale!

Caminó pensando en el cambio de actitud del más joven de sus tíos, sintiéndose aliviado y convencido de que así sería más sencillo.

-Vaya, ya está aquí el bello durmiente -saludó Ramón con burla.

-¡Estoy de vacaciones! -Miguel sonrió.

-Ya lo sé, muchacho, era broma.

-Ya, tito, yo también. ¿En qué te ayudo?

-¿En serio te vas a poner a ayudarme? Disfruta de unos días tranquilos, ¿no?

-No, no hace falta.

-La verdad es que ahora iba a almorzar, así que siéntate ahí y me acompañas.

-Acabo de tomar café.

-Pues date un baño.

-Ups, no me he puesto el bañador.

-¡Coño, le pones pegas a todo!

-Lo siento, tito.

-Qué raro se me hace que me sigas llamando tito. Haz lo que quieras.

Ramón sacó una botella de vino junto con algo de embutido y pan de una bolsa.

-La verdad es que un trago al vino… -insinuó Miguel.

-Toma, anda. ¿Qué tal con Pepín? ¿Es muy pesado?

-Pues en realidad te quería comentar algo.

-¿Qué?

-Pues es que ayer fui un poco borde porque me ofreció una cerveza antes de cenar y le dije que quería tener la confianza de poder cogerla yo y creo que se ofendió porque esta mañana apenas me ha dirigido la palabra.

-Ya se le pasará.

-¿Tú crees?

-Claro. Y además tu tío no es así, pero cuando se pone nervioso le da por hablar y resulta agobiante, pero es al principio.

-Joder, pues no pensé que se pondría nervioso porque yo viniera.

-Es normal, ¿no crees? Que venga un adolescente… bueno, ya no, pero que venga un sobrino tuyo ya mayorcito del que apenas conoces ya nada…

-Tampoco es para tanto.

-Yo qué sé. Se encontrará solo.

-¿Tú no?

-Yo me las apaño, pero él es más dependiente.

-¿Pero os lleváis bien, no?

-¿Por qué lo preguntas?

-Porque si solo os tenéis el uno al otro sería una pena.

-Pues sí, nos llevamos bien. Y efectivamente, como sólo nos tenemos el uno al otro, si alguien le hiciese algo…

-¡Lo siento, no fue mi intención herirle!

-No lo digo por eso, muchacho.

-Ah, vale -Miguel respiró aliviado.

-Qué sensibles sois los gays. Toma más vino, anda.

El chaval se quedó pensando en el último comentario, por aquello de “sois” justo tras haber hablado de Pepín. Sus sospechas cobraban cada vez más fuerzas, pero lo dejó estar.

-¿Sabes cortar el pelo?

-¿A quién, a ti?

-No, leches. Se lo podrías cortar a los perros.

Cortar el pelo no era lo que al recién licenciado en veterinaria más le apetecía, pero al menos resultaba un comienzo para ir avanzando, y si lo hacía bien demostraría a Ramón que sería de gran ayuda y así él aprendería más.

-Uf, estoy sudando ya -anunció el joven tras haber pelado a uno de los perros.

-Pues todavía no ha llegado el calor. Date un baño, aunque sea en calzones.

-Puedo aguantar.

Antes de acabar con el segundo perro, Ramón se acercó a su sobrino descalzo y sin camiseta.

-¿Cómo vas con Luque? -se fijó en el firme y velludo torso de su tío.

-Bien, casi acabando.

-Bueno, pues yo voy a darme un baño -señaló a la alberca, que estaba de espaldas a Miguel-. Acompáñame cuando acabes.

Miguel sintió curiosidad por cómo se bañaría su tío, así que disimuladamente comenzó a girarse con la excusa de repasar la barbilla de Luque, pero cuando tenía la alberca a la vista, su tío ya estaba dentro.

-¿Ya has acabado?

-Sí. Cerveza no tendrás, ¿no?

-Sólo el vino. Báñate y te refrescas.

Miguel le miró y así descubrir lo que llevaba puesto, pero el reflejo del agua se lo impedía. Oteó y descubrió el pantalón verde que llevaba su tío puesto, pero no lograba ver los calzoncillos. Comenzó a quitarse las zapatillas y decidió hacer lo mismo con el pantalón, luciendo únicamente unos slips negros.

-Vaya calzones lleváis los jóvenes -señaló Ramón-. Eso no recoge .

Miguel le ignoró y se tiró al agua.

-Hostia qué fría -dijo casi tiritando.

-Anda ya, flojo -Ramón le salpicó y Miguel le siguió el juego haciendo lo mismo.

-Di lo que quieras, tito, pero está fría.

-Te viene muy bien para la circulación.

-Sí, vamos, un rato más y se me hiela la sangre.

Miguel decidió salir del agua decepcionado por no tener una toalla con la que secarse. Ramón se fijó en él tiritando.

-Estás hecho un hombre; te recordaba más delgaducho. Aunque has salido a tu padre, porque no tienes ni un pelo, ¿o es que te depilas?

-Antes sí porque a Jaime le gustaba, pero mira -Miguel se señaló el hilo por debajo del ombligo.

-Eso no es nada. Es que a los gays os gusta depilaros, ¿no?

-¿Qué te ha dado con los gays?

-Nada, sólo curiosidad. ¿Y ahí abajo? -le señaló el paquete.

-Un poco.

-No te ruborices.

Ramón salió del agua y, sí, estaba totalmente desnudo. Miguel no pudo evitar fijarse en todo su cuerpo. A pesar del agua fría, la verga de Ramón colgaba dejando entrever un buen tamaño, o al menos eso pensaba, porque la de Miguel se habría encogido hasta casi el tamaño de un garbanzo.

-¿Qué me miras?

-¿Eh? -Miguel se sonrojó por haber sido pillado-. Esto… nada.

-No me engañes. Pero no pasa nada. Tú eres gay, yo estoy desnudo… Es normal que mires.

-¡Pero si eres mi tío!

-¿Alguna vez has estado con alguien de mi edad?

-No.

-¿Y eso? Bueno, es normal; eres muy joven, aunque creía que los gays se lían con todos.

-Vaya perra te ha dado. No, nos liamos con todos. Ni tampoco deseamos a alguien por el simple hecho de verle desnudo.

-Quién lo diría…

-¿Eh?

-¡Que te has empalmado, chaval! -Miguel sintió vergüenza por tercera vez, y ni se había percatado de que era cierto que su polla había reaccionado al ver el cuerpo desnudo de su tío de cincuenta años… -Me halaga, porque eso es que te gusta lo que ves.

-Me voy a casa -se puso el pantalón lo más rápido posible, cogió la camiseta y las zapatillas con la mano y salió corriendo.

-¡Miguelín, espera! -pero el chaval le ignoró-. ¡Miguel!

Al llegar a casa estaba más tranquilo, lo que agradeció para que Pepín no notara nada e hiciera preguntas. Pero eso era mucho pedir.

-¿Qué tal en la granja?

-Bien, le he cortado el pelo a los perros.

-¡Qué detalle! Creí que vendrías con Ramón.

-Es que… es que me he bañado y estaba el agua helada.

-Uy, se me olvidó darte una toalla. Mañana te la llevas.

-No te preocupes, he traído yo.

-Vale. De todas formas es casi la hora de comer. Ramón no tardará.

-Voy a ir mientras a comprar unas cervezas, que anoche me bebí la última.

-Ya he comprado yo, aunque no sé si se habrán enfriado.

-¡Estás en todo!

-Me tomaré eso como un cumplido -Pepín acarició la espalda de su sobrino.

-Ya estoy aquí -anunció Ramón mirando directamente a Miguel.

-La comida está casi lista. ¿Un huevo o dos?

Miguel también miró al mayor de sus tíos.

-¡Miguel! ¿Un huevo frito o dos?

-Uno, uno. Gracias.

La comida fue, a pesar de todo, normal. Hablaron del corte de pelo de los perros y del baño, aunque sin entrar en detalles obviamente…

-Dice que el agua está fría -apuntó Ramón burlesco.

-No está acostumbrado -defendió el otro tío.

-Está fría digas tú lo que digas.

-Le he dicho que mañana se lleve una toalla.

-¡Y un bañador! -sugirió Ramón-. Y yo debería llevarme uno, que el chaval se ha puesto rojo al verme en bolas.

Miguel se sorprendió sobremanera por el comentario de su tío. No le creía capaz de avergonzarle de ese modo.

-Tu tío es así -justificó Pepín-. Pero sí, deberías bañarte con uno. Ya se lo he dicho más de una vez, que como pase alguien y le vea.

-¿Y qué? Estoy en mi finca. Además, mucho se tienen que fijar para poder ver la alberca desde la verja. Aunque hay mucho cotilla suelto en este maldito pueblo.

-¿Pero a quién le va a interesar verte desnudo, Ramón?

“Que no me nombre”, pensó Miguel.

-Bah -refunfuñó-. Me voy a dormir la siesta. Estaba muy bueno el pisto -al pasar por detrás de su hermano, Ramón le acarició la cabeza revolviéndole el pelo como un gesto de cariño.

Miguel se sentía confuso, pero lo dejó estar. Se tomó el café tranquilamente con Pepín en el patio, hablando de libros, de la tele y de su relación con Jaime, sorprendiéndose gratamente de los comentarios y consejos que su tío le daba. Al rato apareció Ramón de nuevo.

-Me subo a la granja a ver cómo está Martina (una vaca preñada).

Miguel dudó si le acompañaba, pero un parto era lo mejor que podría pasar para aprender.

-¿Puedo acompañarte?

-Claro, no hace falta que me preguntes.

-Pues me cambio en un momento.

-Bueno, yo voy marchando; allí te espero. ¡Y no te olvides el bañador y la toalla!

El bañador se lo llevó puesto, consciente de que andar casi un kilómetro con el sol de las cinco de la tarde le provocaría ganas de darse un remojo. Sudando, apareció en la granja, donde su tío se ocupaba de la vaca.

-¿Va a parir?

-No, aún no.

-Vaya -su desilusión era evidente.

-Yo creo que de aquí a un par de días.

-¿Qué hacemos entonces?

-Estás sudando, date un baño.

-¿Y tú?

-Esperaré un poco, que no quiero que te ruborices…

-¿Ya estamos otra vez? Con lo fácil que es ponerte un bañador…

-Joder, sobrino, ¿no decías esta mañana que querías confianza?

-No tanta -Miguel se dio cuenta de que el otro tenía razón, y trató de quitarle importancia al asunto-. Venga vale, prometo no empalmarme esta vez -bromeó.

Ramón se incorporó y le acarició el pelo como hizo con su hermano.

-Tampoco pasaría nada. Hay confianza entonces, ¿no? -y le agarró del paquete.

-¿Qué haces, tito?

-Me encantaría follarme ese culito -la cara de Miguel era un vivo ejemplo de la estupefacción.

-Ya vale de bromas por ser gay.

-¿Crees que bromeo? ¿A ti no te gustaría catar esto? -Ramón se deshizo del pantalón, dejando ver su morena polla ya morcillona.

El chaval seguía inmóvil, tratando de asimilar que el macho de su tío mayor le estaba ofreciendo su polla. Sin embargo, Ramón sí estaba convencido de que aceptaría, pues comenzó a frotársela suavemente para estimularla. Su creciente tamaño resultaba de lo más apetecible.

-¿Aquí? -se atrevió a preguntar el chaval-. ¿Y si viene alguien?

-¿Quién va a venir?

-El tito, por ejemplo.

-Escucharíamos a los perros ladrar, pero vamos dentro si lo prefieres.

Señaló una especie de cobertizo donde guardaba algunas de las herramientas y se refugiaba en invierno si el temporal era demasiado hostil. Al entrar, Miguel se dio cuenta de que apenas había espacio, pero al menos era un lugar mucho más seguro. Al cerrar la puerta, Ramón empujó la cabeza de su sobrino animándole a que se agachara. Miguel captó la idea, y algo nervioso agarró la verga de su tío. Percibió un olor intenso que corroboró con un sabor similar cuando se decidió a probarla. En la punta ya había restos de semen muestra de que Ramón estaba realmente excitado. El joven lo estaría en un momento, cuando comenzó a notar cómo la verga que se estaba trabajando cobraba dureza. Aunque era grande, el tamaño a él no le impresionaba, pues Jaime también calzaba una buena polla. Sin embargo, su forma y grosor los distinguía algo más formados. Los gemidos de su tío denotaban que lo estaba haciendo bien, porque Miguel era único comiendo pollas.

No se detuvo casi en el rojizo glande, sino que prefirió tragársela entera y saborearla en su totalidad, apreciando el olor penetrante de los huevos cuando se la metía hasta el fondo y su nariz rozaba con el poblado vello de Ramón. Soltaba la saliva justa que hacía que la fricción con su labios fluyese, aunque su tío no tardaría en acelerar el ritmo provocando que tuviese que sacársela en alguna ocasión para poder respirar. Aquél sólo gimoteaba, sin hacer ningún comentario que para Miguel resultaría un poco fuera de lugar, pues aún no había superado esa pizca de vergüenza que le daba estar comiéndole la polla a su tío cincuentón.

-¿Me dejas que te folle?

-Ten cuidado, tito, que la de Jaime no es tan gorda.

-Lo tendré; apoya ahí la pierna.

Ramón señaló a una caja de madera que había junto a puerta. Miguel había probado con su ex un montón de posturas, así que sabía bien cómo colocarse. Subió la pierna derecha a la caja para que su agujero se abriera. Escuchó a su tío escupirse en la mano, y acto seguido sintió sus ásperos dedos en su ano. Colocó la punta del cimbrel para asegurarse que estaban en la posición correcta y comenzó a penetrarle.

-Tienes el culo bien abierto, sobrino.

Justo un comentario que Miguel no quería, aunque fuera verdad. Le ignoró centrándose en un leve dolor que sintió cuando Ramón se la iba metiendo. La suavidad duró poco, pues en cuanto estimó oportuno, el mayor comenzó con las embestidas imponiendo su propio ritmo. Tampoco es que fuera brusco, pero si denotaba cierta impaciencia, y el mete y saca era ya a un ritmo regular. Ahora gemían los dos, pero los sollozos de Miguel eran bastante menos graves a pesar de que el pequeño dolor que creyó sentir se había esfumado y ahora su tío sólo le provocaba placer. Él mismo comenzó a pajearse, no sin cierto pudor, sabedor de que Ramón no le estimularía de ninguna otra forma. Pero para Miguel, la follada cada vez más salvaje era más que suficiente.

Y es que su tío le abrió un poco más de piernas para poder acelerar el ritmo. Sujetaba con una mano la nalga de Miguel, y con la otra se apoyaba él mismo sobre la pared. Miguel avivó también el ritmo de su paja, creyendo que su tío no tardaría en correrse, pero fue él quien eyaculó primero. Ramón se percató, se sacó la polla y acabó también masturbándose durante unos segundos para acabar soltando unos fuertes trallazos de lefa sobre la espalda del otro, quien sintió unos espesos y calientes chorros entremezclarse con el sudor.

-Vamos a la alberca, anda.

Sin decir nada más, tío y sobrino se dirigieron a darse un chapuzón. Para Miguel, la situación resultaba de lo más extraña, y no sabía cómo comportarse a partir de ahora, pero Ramón se lo puso fácil:

-Miguelín, que esto no cambie nada. Necesitarás asimilarlo, pero nos tendremos que comportar con normalidad, ¿no crees?

Miguel asintió tímidamente.

-Y no lo digo de cara a Pepín, sino por ti. Si vas a estar aquí todo el verano, mejor que estés a gusto.

El chaval volvió a mover la cabeza como símbolo de aprobación.

-Tienes razón, pero he de asimilarlo como dices.

-Eso está bien, muchacho. Voy a ver a Martina.

Miguel se quedó en el agua un poco más, esperando quizá que fuese su tío el que volviera y le hablara para así servirle de ayuda de cómo comportarse. Sin embargo, todo lo que le había dicho era cierto. Si iba a estar allí durante un tiempo con el objetivo de aprender acerca de los animales, mejor dejar ese aspecto a un lado. Iba a ser difícil, pero lo lograría. Los dos caminaron hacia la casa como si nada hubiese sucedido. Ramón le hablaba de la vaca y Miguel se interesó por saber más, sumidos pues en una conversación de lo más natural. Cenó a solas con Pepín como el día anterior, y éste le pidió que preparara unos mojitos. Miguel lo hizo encantado, y compartieron otro grato agradable en el patio. Pepín le resultaba en el fondo un tipo interesante, por ser además menos transparente que su hermano. El joven anunció que se iba a dormir, y allí mismo de despidió de su tío. Escuchó los ronquidos de Ramón y ascendió por las escaleras sin hacer ruido. Estaba poniéndose un pantalón para dormir cuando un sigiloso Pepín irrumpió en la habitación.

-¡Joder qué susto!

-Perdona, no quería hacer ruido al llamar.

-Joder, tito, pues deberías -se apresuró a ponerse el pantalón, pero no sin pasar por alto que Pepín le miraba fijamente, tal como hizo él esa misma mañana con Ramón en la alberca.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. No podía ser verdad que su otro tío también quisiera follarle. Y eso que Pepín era bastante más atractivo, además de ser mucho más joven, y aparentemente más cariñoso. Eso sí, como tuviera una polla como la de su hermano, el culo de Miguel sufriría. Al menos eso pensaba él, tan ensimismado que no escuchó lo que Pepín le decía.

-Miguelín…

-Esto… ¿qué?

-Que si me dejas el libro ese electrónico del que me has hablado, que me gusta leer antes de dormir.

-El caso es que a mí también… pero bueno, hoy estoy tan cansado que no me hará falta.

-Ah, pues no, déjalo entonces.

-Que no, tito, llévatelo.

-Me da apuro dejarte sin él. Si quieres leemos juntos y cuando te duermas me voy.

A Miguel le pilló de sorpresa. Sabía lo insistente que era Pepín, así que no había razón para persuadirle.

-Vale, como quieras. Iba a empezar uno que me descargué antes de venir.

-¿De qué va?

-De una chica adolescente que tiene leucemia.

-Pues creo que ya lo he leído.

-¿En serio?

-Sí, se llama “Antes de morir” o algo así.

-Sí, “Antes de morirme”.

-Eso. Bueno, pues nada, me voy entonces.

-Si quieres leemos otro.

-Da igual; si ibas a empezar ese…

-A ver qué tengo… Ah sí. ¿Has leído “El retrato de Dorian Gray”?

-Sí. Y el otro día echaron la película. Venga, déjalo. Buenas noches.

-¿”El tiempo entre costuras”? -se apresuró a decir, porque sin saber muy bien porqué, Miguel ya no quería que su tío se fuera.

-¿Hay libro? Pensé que sólo era una serie de Antena 3.

-Sí, está basada en la novela.

-Pues me encantaría leerla.

-Hecho, ponte cómodo.

Se tumbaron el uno junto al otro y comenzaron a leer en silencio, interrumpido sólo para preguntarse si pasaba ya de página. Miguel creía que Pepín no tardaría en hablar y comentar algo, pero éste se encontraba inmerso en la lectura. Después de un rato sí que le preguntó a su sobrino si prefería que cogiese él el e-book por si se dormía.

-Si vamos a leerla juntos, no debería dormirme para que no avances sin mí.

-Igual no ha sido buena idea; no quiero quitarte horas de sueño.

-¿Y tú?

-Yo no duermo mucho.

-Venga, pues seguimos un poco más.

Pepín miró a su sobrino y le sonrió. Éste le devolvió el gesto y en un impulso le dio un beso, que también fue correspondido por su tío. Y ese inocente roce desembocó en un morreo algo más pasional. Miguel intentó quitarle la camiseta a Pepín, mostrando un torso con menos vello que el de Ramón, y sin la dura barriga que aquél tenía, si bien el cuerpo de Pepín parecía menos formado, algo más blando. Acabó de desnudarse, y para la sorpresa del joven, que yacía sobre el colchón, Pepín se giró y comenzó a lamerle los pezones provocándole un escalofrío. El placer de Pepín se intensificó cuando su tío fue dirigiendo su lengua hacia su paquete, ya endurecido por la excitación. Y sin darle margen, Pepín se tragó la polla del chaval, que hizo lo que pudo para amortiguar lo que hubiese sido un sonoro gemido. Acabó por convencerse de que la suya no era la primera polla que cataba su tío, rememorando al maestro del que le habló, que a buen seguro había sido quien le había prestado también los libros.

Pero las sorpresas no habían acabado, pues al contrario de lo que se imaginaba, Pepín quería que su sobrino le follase. Se colocó a horcajadas encima de Miguel y trató de clavarse la polla. Notaron que entraba con cierta facilidad, y rápido comenzaron con un vaivén que hacía sonar un poco la cama, por lo que tuvieron que parar para no despertar al hermano mayor. Pepín se tumbó de lado ofreciéndole el culo a su sobrino. Éste intentó metérsela, aunque no era tan hábil porque no solía ejercer el rol de activo. Su tío la ayudó cogiéndole la polla con la mano y dirigiéndola a su ansioso ano. En esa postura, el ruido de los muelles era menor, por lo que parecía que sería la posición definitiva hasta correrse, si bien Pepín se olvidó totalmente de su verga, que aún no había llegado a empalmarse. Miguel intentó masturbarle, pero su tío le apartó girándose en ese instante para darle un beso de agradecimiento en los labios. Después, apretó y hundió un poco más el culo para sentir la polla de su sobrino bien dentro.

-Me voy a correr -advirtió sin la vergüenza que sí había pasado con Ramón.

-Hazlo dentro.

-¿Seguro?

La respuesta de Pepín fue girarse de nuevo para besarle. No se apartó de sus labios hasta sentir los espasmos propios cuando uno se corre. Miguel no recordaba lo placentero que resultaba descargar dentro de un culo, aunque sí había sentido infinidad de veces cómo su ex novio se corría dentro de él. Se sacó la verga notando los chorros de su propia corrida resbalarse por su cipote. Pepín se giró, le besó y le dio unas palmaditas en el pecho. Con las mismas, se levantó y le deseó las buenas noches. Al igual que su hermano, tampoco daría explicaciones. Miguel se quedó sin fuerzas ni como para levantarse al baño o para pensar. En el fondo, se durmió de lo más relajado.

A la mañana siguiente bajó a la cocina a por una taza de café. Al no ver a Pepín, salió a la puerta del huerto y desde allí le dio los buenos días. Aquél le contestó y siguió con lo suyo. Miguel no le dio importancia y al acabar el desayuno se marchó para la granja. Durante el camino pensó en si se repetiría la escena del día anterior. Ni quería ni dejaba de querer, así que dejaría que Ramón llevase la iniciativa.

-Has madrugado -le dijo al verle en la valla.

-Un poco más que ayer, sí. ¿Qué tal la vaca?

-No ha empezado a dilatar todavía.

-Aún queda entonces. ¿En qué te ayudo?

-Hay que limpiar el gallinero.

-¿Cómo?

-Pues coge la manguera, limpia las cajas, los comederos.

-Vale -el tono de Miguel sonó a decepción, pero le puso ganas y no tardó en alistarlo.

-¿Ya? Muy bien, muchacho. Almorcemos, que te lo has ganado.

-Pero si no ha sido nada.

-Bueno, pues yo sí que ya es mi hora. Limpia la caseta si quieres.

-¿La caseta?

-Sí, te dejaste tu corrida ayer -el chaval enrojeció-. Ja, ja, que es broma. Pero si quieres la puedes ordenar para que estemos más cómodos.

Ramón ya lo había dejado claro: lo de follarse a su sobrino iba a ser parte de su rutina diaria.

-Pero vamos, que ahí en el pajar estaríamos mejor.

-¿Y si viene alguien?

-Avisan los perros.

-¿Puedo cerrar la verja? -la pregunta de Miguel servía de aprobación a la insinuación de su tío.

-Como quieras.

El joven se fue a echar el candado y al volver su tío ya estaba desnudo tumbado sobre una colcha encima de la paja.

-Ven -le invitó.

No sin cierto rubor, Miguel se deshizo del bañador ante la impaciente mirada de su tío, que ya se estaba endureciendo la polla. Miguel fue a arrodillarse para chupársela, pero Ramón le ordeno que se diera la vuelta dándole a él la espalda y se la clavara en el culo sin más. Imaginó que pensar en follarle era suficiente excitación para que la verga de Ramón estuviera ya dura como una roca. Miguel la lubricó con s propia saliva y acto seguido la tenía ya dentro de él. Notó las manos de su tío agarrándole de la cintura, y agradeció que no hablara y se dedicara a gemir como lo hacía él, pero el silencio se rompió:

-¿Te gusta que te folle, sobrino?

Miguel no contestó e ignoró un par de comentarios más que Ramón hizo refiriéndose a su “culito”. Se limitó a sucumbir al placer que la gorda polla de su tío le infligía, ignorando la suya propia, quizá aún tratando de recuperarse de las dos corridas del día anterior. Ramón estaba también tan sumido en embestir el joven culo del chaval que ni se percató de que no se masturbaba. Cuando estaba a punto, le aparató, acabó de pajearse él mismo y se corrió sobre su propio vientre. Miguel agradeció que no tardara, pues al incorporarse no supo muy bien qué hacer. Le hubiese ayudado mamándosela, pero parecía que Ramón no necesitaba asistencia.

-¿Un baño?

De nuevo el mayor salvó la situación y ambos se fueron desnudos a la alberca. Estuvieron un rato hablando de animales y después siguieron con sus labores hasta la hora de comer. Al llegar a casa, Pepín había preparado ya una ensalada y unos filetes empanados, regados con el vino peleón del pueblo y acompañados de una conversación sin demasiada trascendencia. Ese día Ramón no se echó la siesta porque volvería de nuevo a la granja para seguir el parto de Martina, invitando a Miguel a que subiera en un rato. Durante el café, Miguel dudó de si su tío Pepín aprovecharía para insinuarse también debido a que estaban los dos solos, pero no ocurrió nada fuera de lo normal, así que se marchó con Ramón.

-Ya ha empezado a dilatar.

-Bueno, pues ahora a esperar.

-Sí, esta no es primeriza, así que no creo que tarde.

-¿Voy preparando algo?

-Na, ya está todo listo.

-¿Qué hacemos mientras?

-¿Sabes jugar al Tute ?

Si acaso pensó que Ramón quería follar de nuevo, Miguel se equivocaba. Simplemente jugaron a las cartas hasta que la vaca dio síntomas de que el parto se acercaba. Miguel puso en práctica toda la teoría, y el trance fue más sencillo de lo que esperaba.

-¿Cómo se dice Miguel en alemán? -preguntó Ramón.

-Michael.

-Pues se llamará Michael.

-¿El ternero?

-¡Claro! ¿O te molesta?

-No, no.

-Es que Miguel tal cual queda feo para un becerro, ¿no?

-La verdad es que sí.

-Bueno, voy a darme un baño que estoy sucio. ¿Le das mientras el biberón?

-Sí, claro -esta tarea le contentó bastante más.

Al acabar ambos, se marcharon hacia casa. Los dos estaban felices por el nacimiento de Michael. Ramón le pasó el brazo por encima de los hombros felicitándole por su labor. Miguel se sintió satisfecho de haber servido para algo más que no fuese darle placer a la verga de su tío. Le contaron la buena noticia a Pepín y Ramón se despidió.

-¿Por qué no hacemos una barbacoa? -sugirió el chaval.

-¿Una barbacoa? -se asombró Pepín-. No sé si tendremos carne.

-Con lo que haya -a Ramón también le pareció buena idea.

Pepín se estresó un poco porque le pilló de improviso y no sabía si tendría algo congelado.

-¡Y la Puri habrá cerrado ya!

-No me creo que no haya unos chorizos y unas morcillas -le dijo Ramón.

-Voy a ver, voy a ver.

-Venga, que voy a preparar yo una sangría, que el vino ese que tenéis no hay quien se lo beba.

-Anda ya con las mariconadas.

-¡Qué sí! Voy a la gasolinera a por hielo. ¿Traigo algo más?

-Sí -le asaltó Pepín-. Dile al Bartolo que vas de mi parte y que te dé unas longanizas para barbacoa.

-Ok, me voy.

-¡Pero toma dinero!

-Da igual.

Ramón se puso a preparar el fuego y Pepín iba del congelador a la nevera como un loco buscando todo lo que le pudiera servir. Miguel vio en la gasolinera al chaval de la vez anterior y apreció cierto atractivo en él, aunque se difuminó al pensar en que se llamaba Bartolo.

-Hola, ¿eres Bartolo?

-¿Tengo yo pinta de llamarme Bartolo? -dijo seco.

-No sé, mi tío me ha dicho que le dijera a Bartolo el de la gasolinera que venía de su parte.

-¿Y quién es tu tío?

-Pepín.

-Ah vale, Pepín el… Bueno, Bartolo es mi padre. ¿Qué quieres?

-Longanizas para barbacoa.

-Vaya, ¿tenéis fiesta?

-Celebrando que ha nacido un ternero.

-Bueno, bueno. ¿Algo más?

-No, el hielo y eso. Por cierto, ¿cómo te llamas entonces?

-Benjamín -dijo orgulloso guiñándole un ojo.

-Vale, pues hasta luego.

-¿Y tú? -le gritó desde el mostrador justo cuando Miguel ya salía.

-¡Bartolo! -y se marchó riendo.

La barbacoa fue transcurriendo de manera normal, la euforia había ido desapareciendo, pero aún así los tres se encontraban a gusto. Celebraron lo rica que estaba la carne, así como la sangría que Miguel había preparado. Alguien llamó a la puerta del patio. Quién será .

-Hombre, Benjamín -saludó Ramón.

-Hola don Ramón. Me manda mi padre con esto -le ofreció el paquete que llevaba en las manos-. Le he dicho que su sobrino había venido para comprar longaniza para una barbacoa y me ha encargado que le traiga esto en agradecimiento por los tomates del otro día.

-Pasa, pasa.

-No quiero molestar.

-No molestas. Ven, anda, que Miguelín ha preparado una sangría que está muy buena.

Ese nombre no le sonaba, aunque no llegó a creerse que el sobrino se llamara Bartolo.

-Te presento a Miguel, aunque ya os conocéis.

-¿Con que Bartolo, eh?

-¿Tengo cara de llamarme Bartolo? -dijo algo seco.

-La broma no tiene gracia -contestó algo molesto.

-Toma, prueba -Pepín le ofreció un vaso.

El joven no hizo ningún comentario sobre la bebida, inundado de repente por preguntas de Pepín sobre su familia. ¿Y qué tal tu madre? Le fueron ofreciendo algo de carne y finalmente cenó a pesar de haber rehusado unas cuantas veces.

-Ahora Miguel nos preparará unos mojitos, ¿a qué sí?

-¡Claro! -la euforia de su respuesta sonó un tanto artificial.

-Debería irme -anunció Benjamín.

-Ni hablar -sentenció Pepín-. ¿Quieres que llame a tu casa? Debo tener el número por algún sitio…

-Gracias, pero ya he avisado a mi padre por WhatsApp de que estaba aquí.

-Pues bien entonces.

-¿Puedo ir al baño?

-¡Claro! Miguel, indícale dónde está.

Entraron juntos a la casa, pero Miguel le dio las instrucciones sin salir de la cocina. Al volver, Benjamín se puso a su lado para ver cómo preparaba esa bebida que desconocía.

-Me suena, pero nunca la he probado.

-Está buena, un poco dulce quizá.

-Oye, que siento lo de antes -Benjamín parecía algo achispado ya.

-No pasa nada. Yo también -Miguel le sonrió.

-Te ayudo con los vasos -se ofreció.

Se reunieron con los tíos y la conversación fluyó poco, pero Pepín les propuso algo.

-Ramón y yo somos muy aburridos, ¿por qué no os vais los dos a tomar algo por ahí?

-No habrá anda abierto a estas horas -se apresuró a decir Benjamín.

-¿Y la discoteca? Hoy es viernes.

-Pero ahí no van más que niños.

-¿Pero y tú cuántos tienes ya, muchacho?

-Veintidós pa veintitrés.

-Tampoco os lleváis tanto.

-Yo me ocupo de quitarles la idea, no te preocupes -le susurró Miguel.

-Tampoco pasa nada. Si quieres podemos ir.

-¿Pero tú quieres?

-Al menos habrá música.

-Vale, pues me cambio y nos vamos.

-¡Qué te vas a cambiar! Así mismo, que esto es un pueblo.

-Pues qué buena idea, tito -anunció Miguel-. Benjamín y yo salimos a tomarnos algo.

-Muy bien, muchachos -celebró Ramón.

Pepín no fue tan efusivo. Se marcharon en cuanto se acabaron el mojito, bebida que les sirvió para romper el hielo en cuanto a conversación. Después analizaron la pequeña discoteca del pueblo, en la que apenas había gente porque los del pueblo no suelen ir, salvo los adolescentes como bien dijo Benjamín, pero en julio y agosto sí que había ambiente. Se apoyaron en la barra y pidieron un cubata. Hablaron de lo típico: que si de dónde era uno, que qué hacía el otro en un pueblo tan pequeño…

-¿Y cómo que has venido aquí a pasar el verano?

-Bueno, pues por estar en la granja. Creo que ya te ha dicho Pepín que estudié veterinaria.

-Sí, y que acabas de llegar de Alemania.

-Así es. Y bueno -dudó en si contarle lo de Jaime-, he roto con mi novio y me venía bien un cambio.

-¿Novio? -Miguel se limitó a asentir con la cabeza.

-¿Quieres otro?

-No, mejor me voy a casa.

-¿Y eso? Acabamos de llegar.

-Oye, mira. Yo no sé qué te habrá dicho tu tío, pero yo no…

-¿Tú no qué? Ah, vale, ya lo pillo. Que de repente te piensas que me voy a aprovechar de ti o algo, ¿no?

-Es que si no, no entiendo por qué has salido conmigo.

-Bueno mira, déjalo. ¿Cuánto es? -le preguntó a la camarera-. No hace falta que me lleves, conozco el camino.

Miguel cogió el cambio y se marchó. Benjamín no salió tras él para no montar una escena delante de la poca gente que había, pero tranquilamente se despidió y salió en busca de Miguel. No le vio en la puerta, así que cogió el coche y tiró por el camino que debería haber tomado. Al girar una esquina le vio caminando.

-Sube, anda -le pidió desde el asiento.

-No, no vaya a ser que te vean conmigo.

-Joder, que no quería decir eso -Miguel siguió andando-. Venga, Bartolo, puedo dejarte que me la chupes -bajó la voz.

-Vete a la mierda.

Miguel aprovechó para meterse por una oportuna calle peatonal consciente de que tendría que dar más vuelta, pero así se quitaría de encima al gilipollas del gasolinero . Pero al llegar por fin a la calle de su casa, Benjamín estaba esperándole en la puerta.

-Va, no te cabrees. Lo he dicho sin pensar, como de broma.

-¿Por qué le das tanta importancia? Aunque quieran mis tíos, tú y yo no tenemos por qué ser amigos. De hecho, no he venido aquí a hacer amigos.

-Hemos empezado con mal pie, eso es todo. Venga, sube y nos tomamos la última.

Una luz se encendió dentro de la casa. Para no tener que dar explicaciones, Miguel se montó en el coche y le pidió al otro que acelerara rápido. Estaba aún enfadado, pero esperaría a ver por dónde salía ahora el joven Benjamín.

-Bueno, ya me he disculpado unas cuantas veces. ¿Dónde quieres ir?

-Y yo qué sé. Tú eres de aquí, así que decide.

-¿Vamos a mi finca? Ahora no hay nadie.

-No te la voy a chupar, si es lo que esperas.

-No, joder. Pero ya no hay nada abierto y no vamos a volver a la disco porque parecería raro.

-Sí, no vaya a ser que nos confundan con dos amantes.

-Oye tío, tienes que entenderlo. Tú vienes para cuatro días, pero yo vivo aquí. Y en los pueblos todos se sabe y todo se comenta.

En parte el chaval tenía razón.

-De verdad que lo de chupármela lo he dicho creyendo que era una broma, aunque me he confundido, ya veo.

-Vale, no le demos más vueltas.

Y se marcharon a la finca de los padres de Benjamín, un lugar que usaban sólo en verano por la piscina y para la romería de mayo. La vivienda en sí era pequeña, con una cocina nada más entrar en la que había un sofá y un par de dormitorios con un montón de camas.

-¿Ginebra con tónica?

-Sí, gracias.

-Bueno, ¿y qué pasó?

-¿Con qué?

-Tu novio.

-Ah, pues que me marché a Alemania y las relaciones a distancia, ya se sabe.

-¿Cuánto tiempo estuvisteis?

-Seis años.

-¡Joder! Pensé que las parejas gays no duraban tanto.

-¿Conoces alguna? -Miguel se puso a la defensiva.

-En realidad no. Aunque en verano suele venir uno de Madrid que seguro que es maricón. Perdón, gay -se rectificó a sí mismo pese a que Miguel no le dio importancia-. Tiene pinta, y usa fulares y zapatillas rosas.

-Tópicos.

-¿Pero quién usa fulares en agosto?

-Vale, sí, es gay -ambos rieron.

-Tú al menos no lo pareces.

-¿Al menos? Eso no me hace ni mejor ni peor.

-Ya, bueno. No sé, yo no dejaría que me vieran a solas con ese. Y contigo me ha dado igual.

-¡Mentira! En cuanto te lo he dicho te has querido ir.

-Porque pensé que había sido por tu tío Pepín, que perdona que te diga, pero me parece un poco liante.

-¿Y si mi tío no supiese que soy gay?

-Sí que sé que lo sabe porque una vez comentó algo de un sobrino gay que vino con el novio, lo único que no pensé que eras tú.

-Pues sí soy yo. Jaime se vino conmigo una vez a pasar unos días.

-No te preocupes -Benjamín noto cierto tono melancólico en las palabras de Miguel-, ya encontrarás a otro. Un atractivo y joven veterinario tiene mucho tirón, ja, ja.

-Gracias por lo de atractivo.

Ahora fue el turno de Benjamín en contar sus experiencias con chicas. Solían ocurrir en verano, cuando acudían todas las madrileñas. Durante el resto del año quizá alguna amiga de su hermana o de sus primas, pero nada serio. Miguel podría haber hecho alusión a eso de estar tanto tiempo sin sexo, pero le pareció un poco cruel y no quería dar la imagen de promiscuo que ya se tiene de los gays, si bien él no era un buen ejemplo según lo acontecido en las últimas horas.

-Me voy a tener que ir -anunció Benjamín.

-Sí, ya es tarde.

-¿Ves? Al final no te he pedido que me la chuparas.

-Ni yo he abusado de ti, ¿a qué los gays no somos tan malos? Eso sí, somos muy mal pensados -comentó bromeando-, y de tanto mofarse de que te la chupe voy a pensar que de verdad quieres.

-No, no -casi se ruborizó, aunque se lo tenía bien merecido.

-Pues tú te lo pierdes -Miguel habló con sorna dejando a Benjamín algo desconcertado. Una mamada es una mamada, ¿no?

-Sé que no hablas en serio.

-Nunca lo sabremos.

-Va, no me tomes el pelo, que no lo harías.

-Decías que era broma, ¿no?

-Ya, pero lo has vuelto a nombrar tú -su seriedad repentina resultaba hasta pueril.

-Mira, dejémonos de tonterías. Yo me he puesto cachondo, así que si quieres nos la machacamos y ya está -propuso Miguel-. No hay nada gay en eso.

-Me da vergüenza.

-¿Y que te la chupe no?

-Joder, yo qué sé. Me estás liando, macho.

Miguel lanzó un órdago y comenzó a bajarse el pantalón corto mientras se refregaba su polla, que de verdad se había excitado. La de Benjamín estaba más o menos igual, y decidió imitarle. No era gran cosa, pero para acabar con su angustia y vergüenza, Miguel se acercó y comenzó a chupársela. Olía y sabía a meada, lo que unido a la imagen tosca del joven provocaron más excitación. Benjamín se recolocó y se dejó hacer. Miguel se masturbaba mientras se deleitaba con la polla de su nuevo amigo, inmóvil en el sofá disfrutando de esa mamada, aunque estuviera hecha por un tío. Avisó de que se corría y Miguel se apartó para que el chaval acabase de estrujársela y correrse sobre sí mismo; con los ojos cerrados, eso sí. Miguel aprovechó esa imagen para estimularse y acabar él también. Se incorporó y soltó los trallazos sobre el vientre de Benjamín, dejándole estupefacto y con cara de asco.

-Para qué manchar más, ¿no? -comentó Miguel con cierta guasa.

-Buah tío, ya te vale.

Dio un salto y se fue al baño a limpiarse. Al salir volvió a recriminar a Miguel, pero éste ya no dijo nada más. Hicieron el trayecto de vuelta casi en silencio, y al despedirse no quedaron en nada. Miguel entró en casa haciendo el menor ruido posible, dubitativo sobre la idea de que Pepín fuera en su busca, cosa que ese día no le apetecía en absoluto. No se equivocó, pero se metió en la cama tan rápido para fingir estar dormido que Pepín volvió a cerrar la puerta sin hacer nada más. Miguel se sintió culpable, pero se durmió rápido.

A la mañana siguiente todo fue más o menos normal. Pensó en Pepín y en algo así como que estuviera celoso, pero al menos aparentemente no dio muestras de ello. Se despidió de él tras el café y se dirigió hacia la granja. Allí pasó gran parte de la mañana cuidando de Michael; almorzó con Ramón y luego follaron en el pajar como el día anterior. El resto del día fue también normal. Al escuchar los ronquidos de Ramón, Pepín y Miguel se fueron a leer, y de nuevo el sobrino se folló al tío, aunque esta vez Pepín estaba a cuatro patas, quizá la postura más cómoda. Esa fue su rutina durante los dos días siguientes, tiempo en el que no supo nada de Benjamín, pero sí de Jaime, con el que chateaba de vez en cuando.

-Me ha escrito Jaime y quiere venir a verme -anunció durante la comida.

Sus tíos guardaron silencio durante unos segundos, sin saber siquiera si Miguel le había rechazado o no, y pensando egoístamente en cómo alteraría esa visita sus costumbres.

-¿Quiere volver? -interrogó Pepín.

-No sé; quiere verme para hablar.

-Pues de qué va a querer hablar si no -sentenció Ramón.

-¿Qué le digo?

-Eso depende de ti.

-Ya, ¿pero se puede quedar aquí si viene?

Ramón y Pepín se miraron.

-¿Mucho tiempo?

-No, no. Como mucho una noche. Y tampoco es seguro. Pero es que imagino que beberá; porque él siempre bebe para aplacar los nervios, y no le dejaría marcharse así.

-Prepararé un cuarto entonces.

-No te preocupes, puede dormir en el mío.

-O sea que tienes las cosas claras, ¿no? -preguntó Ramón.

-¿A qué te refieres?

-Que vas a volver con él.

-No, tito, pero he estado con él seis años y no hemos acabado mal, así que somos los dos lo suficientemente maduros como para poder compartir la cama una noche más. Y además, no lo sé. No tengo nada claro. Voy a dar un paseo.

Miguel se puso una gorra y echó a andar por el pueblo.

-¿Vas de incógnito, Bartolo? -Benjamín paró su coche al verle.

-Ey, hola. No, pensé que haría más calor.

-¿Dónde vas?

-A dar un paseo.

-No es la mejor hora.

-Ya, pero lo necesitaba.

-¿Ocurre algo?

-Mi ex quiere venir.

-Para hablar, supongo.

-Así es.

-¿Y tú quieres que venga?

-Pues no lo sé, por eso estoy así.

-Yo creo que sí lo sabes, pero no lo quieres admitir.

-¿A qué te refieres?

-Que tú estás hecho para tener pareja; lo acabas de dejar y ya estás agobiado porque crees que no encontrarás a otro. ¡Pero es que estás en este pueblo!

-Bueno, te encontré a ti, y eres con el único que he hablado, así que la estadística no ha ido mal.

-Yo no soy… Mira, no me refiero a eso. Sube anda, y hablamos -Miguel aceptó.

Benjamín condujo al pueblo de al lado donde se tomaron un café.

-Lo que quiero decir es que seis años son muchos, pero apuesto a que cuando estabas en Alemania no lo echabas de menos, ¿o sí? Por eso al volver lo dejasteis, porque tú habías visto mundo. Pero ahora te das cuenta de que tener novio no está tan mal a pesar de todo, y te ves volviendo a Madrid saliendo por bares y acabando la noche chupándosela a cualquiera que se te cruce como hiciste conmigo.

-¿Esto es un tipo de venganza por lo que te hice? Porque me están dando ganas de darte una hostia.

-No empecemos, que no van por ahí los tiros. Además, luego no me dio tanto asco como tú crees. Me refiero a que ese es tu punto de vista ahora. Y me he nombrado a mí, pero podría haber sido cualquier otro. ¿O hubieras pasado todo el verano sin sexo? Sabes que no.

-Te equivocas -obviamente Miguel no le iba a contar las aventuras con sus titos, pero si de algo iba sobrado esos días era de sexo…

-Bueno, en cualquier caso déjale que venga y escucha lo que tenga que decirte. Igual sólo quiere que le devuelvas unos CDs, ja, ja.

-Eres cruel.

-No, soy directo.

-Eso es lo que dice la gente que es mala.

-Te aseguro que no. No sé por qué, pero me caes bien.

Miguel contestó por fin al WhatsApp invitando a Jaime, aunque no le dijo nada a Benjamín, que iba conduciendo de vuelta al pueblo, para no darle la satisfacción de tener la razón.

-Oye, ¿qué es eso de que al final no te dio tanto asco?

-Estamos hablando de ti, no de mí.

-Conmigo ya hemos acabado.

-No es nada.

-Anda ya. ¿Quieres una teoría como has hecho tú conmigo?

-Prueba si quieres, pero no vas a acertar.

-Pues creo que al día siguiente al salir de la gasolinera pasaste por casa de mis tíos para ir a la tuya y pensaste en mí. En vez de irte a ver la tele, te hubiese apetecido quedar con alguien para salir a tomarte una cerveza…

-Lo hubiera hecho, que tengo amigos, ¿sabes?

-Ya, pero con ellos te aburres la mayoría de las veces porque todos o casi todos tienen novia. Por eso pensaste en mí. De ahí tu cabeza te llevó a tu finca, y te pusiste cachondo pensando en la mamada, y por eso mi leche no te dio tanto asco.

-¡Vaya lengua el señorito de ciudad!

-¿Me he equivocado?

Benjamín se limitó a sonreír, y Miguel tuvo la sensación de satisfacción por haber dado en el clavo, aunque el otro no dijera nada. Por eso no insistió en que lo confirmara. Le llevó hasta la puerta de la casa de sus tíos. Justo cuando se iba a bajar, Benjamín habló.

-Sí, has acertado. Pero yo contigo también, y lo sabes. Suerte con tu ex, y si quieres contarme ya sabes dónde estoy.

Jaime apareció unas horas después. Miguel había pasado la tarde tranquilamente con Pepín y un rato con Ramón cuando volvió de la granja. Le dijo que le había estado esperando, y les contó sobre el recién nacido. Miguel miraba impaciente la hora en el móvil, y por fin recibió el mensaje de que estaba en la puerta. Fue a buscarle y se besaron como saludo. Entraron un momento y se fueron juntos a cenar. El resumen de la velada fue que Jaime quería volver porque le echaba mucho de menos. Propuso a Miguel que se marcharan de viaje los dos solos y que al volver, si creían que nada había cambiado, se fueran a vivir juntos. Miguel no fue capaz de darle una contestación en ese momento, y Jaime no le insistió, dejándole tiempo para pensar. Tomaron unas copas por ahí, y cuando llegaron a casa parecía que los tíos ya dormían.

Se quedaron en calzoncillos y se acostaron, aunque ninguno sabía lo que iba a ocurrir. Miguel miró a Jaime y pensó en lo apetitosa que le resultaba su boca, así que perdió el control que tenía sobre sí mismo y acercó los labios a los de su ex novio. Éste presionó su boca contra la de Jaime, empujando con la lengua para entrar en ella. Se giró, le cogió la cara con las dos manos y apretó su cuerpo contra el suyo, notando cómo sus pollas reaccionaban y se endurecían. Permanecieron besándose apasionadamente durante unos minutos. Después, Miguel buscó con los dedos la goma del slip de Jaime e introdujo la mano bajo ellos. Sintió la polla de aquél palpitando en la palma de su mano casi a la velocidad que lo hacía su pecho. Jaime hizo lo mismo y se masajearon sus vergas durante unos instantes sin separar sus labios y sus lenguas.

Se acabaron de desnudar y Jaime se giró hasta situar su cara delante de la polla de Miguel. Lamió suavemente su glande enrojecido y Jaime jadeó. Éste agarró a su amante para acercar también su polla a la boca, repitiendo los movimientos del otro, deteniéndose en la gruesa cabeza que ya había soltado algo de líquido, el cual le pareció más dulce que salado, tal como recordaba. Se las tragaron al principio con suavidad, pero cuando uno aceleraba el ritmo el otro le imitaba, aunque la posición de Jaime era más propicia para poder deleitarse y jugar con la polla de Miguel todo lo que quisiera. Se había propuesto darle el máximo placer posible, olvidándose casi que el otro también tenía su propia verga entre sus dientes. Con ellos jugueteó, arrastrando la saliva desde la base a lo largo del tronco. Olisqueaba sus huevos quizá rememorando olores que le trasportaban a tiempos mejores. Los rozaba con la lengua, los acariciaba, pero lo hacía sin abandonar la vibrante polla de Miguel, quizá demasiado ocupado comiéndose la suya como para apreciar el empeño que su ex le estaba poniendo. Por eso, casi sin darse cuenta, tuvo la sensación de que se iba a correr, así que se sacó la polla de la boca y se lo hizo saber. Hazlo , contestó, y Miguel se dejó llevar descargando toda su leche en la boca de Jaime, que no se apartó hasta que se la hubo tragado toda, sintiendo cómo los calientes trallazos se deslizaban por su garganta, mezclándose con el sabor a alcohol que aún le quedaba. Miguel esperó a que el otro también acabara, haciéndolo dentro de él como en tantas otras ocasiones.

Aún con el regusto de sus corridas, sus bocas se juntaron de nuevo y se besaron con la misma pasión que al principio, casi como si fueran a repetir los pasos otra vez uno a uno. Pero no, sería demasiado, más estando en casa de sus tíos, pudiendo entrar alguno en cualquier momento, si bien Miguel no lo había pensado durante todo ese trance. Ahora sí que se imaginó a Pepín escuchando al otro lado de la puerta, aunque le costaba creer que fuese capaz de hacerlo por mucho que el visitante hubiese roto su rutina. Se dio cuenta de que aún quería a Jaime, y no sólo porque el sexo con él fuera totalmente diferente a las experiencias que tuvo con sus tíos, que no pasaban de acercamientos puramente carnales. Con Jaime había más, recobrando parte de esa chispa que creían perdida. Quizá estuviera en lo cierto y un viaje salvara su relación. Decidió intentarlo.

A la mañana siguiente informó a Pepín de su decisión. Le pidió a Jaime que le ayudara a hacer las maletas. Caminaron después hasta la granja para enseñarle a Michael, y allí le contó a Ramón. Nos iremos después de comer . Y durante la comida hablaron de posibles destinos para su viaje, si bien los tíos apenas habían salido del pueblo, por lo que no resultaron de mucha ayuda aunque lo intentaran. Aparentemente se sentían felices por la pareja. Tras el café, todo estaba ya listo. Jaime avisó que tenía que echar gasolina, y Miguel le propuso que se fuera yendo mientras él se despedía. Le pidió que le dijera de su parte al dependiente que tenía razón. Así lo hizo, y Benjamín le respondió con otra petición: “recuérdale que él también”. Desde la puerta principal, Miguel se despidió dando dos besos a cada uno y se montó en el coche saludando con la mano mientras aceleraba. Pepín y Ramón permanecían de pie devolviendo el saludo cuando el más joven habló:

-Ahora que se ha ido Miguelín, ¿me seguirás follando como antes?

-No lo dudes, hermanito, que si no los días se nos harán muy largos.