Miguel, sus tíos y otros (II)

Miguel consigue saciar algo más que su curiosidad en las pocas horas que le quedan en el pueblo de sus tíos.

Miguel vaciló, pero finalmente no encontró impedimento en aceptar la propuesta de Benjamín. Quizá podría posponer su voto de castidad para el día siguiente. Acudieron a un supermercado a por las provisiones para luego dirigirse a la finca del chaval. Benjamín encendió el aire acondicionado, colocaron la compra sobre la mesa y se sentaron en el sofá con una lata de cerveza en la mano.

—Me da igual parecer ansioso, pero la verdad es que estoy muy cachondo —dijo el anfitrión.

Con las mismas se levantó con intención de desvestirse hasta quedarse en calzoncillos. Miguel confirmó que el tiempo en el gimnasio había dejado más huella que en él, pues el torso era más definido y se le intuía el famoso pack de seis en las abdominales. Su piel lucía brillante sin un rastro de vello, creyendo que además de machacarse con las pesas, a Benja le había dado por depilarse.

—Hala, ya te lo he dicho —volvió a hablar—, y aquí estamos.

Dio un sorbo a la cerveza y se sentó esperando la reacción del otro. Miguel se apiadó de él y su sinceridad y le imitó. Sin embargo, en un arrebato de descaro él sí que se quitó los calzoncillos quedando totalmente desnudo frente al otro.

—Buff, chaval —masculló el más joven.

Tras ese suspiro que confirmaba que el cuerpo de Miguel le excitaba, dejó la cerveza en el suelo y empujó a su amigo contra sí sin levantarse del sofá. Sólo tuvo que inclinarse un poco para comenzar a mamársela. La polla de Miguel reaccionó a la lengua y la boca y exhaló su primer gemido. Inmóvil, dejó que el otro impusiera su ritmo. Notaba que se deleitaba en el capullo, recorría con calma el tronco o que le acariciaba los huevos. Cuando se la metió entera por primera vez Miguel volvió a jadear estático en ese punto que le permitía ver cómo aquel machito que había sentido repulsión por tocar una polla un par de años atrás ahora se aferraba a la suya como un niño a una piruleta. Con todo, su inexperiencia era palpable, sobre todo cuando comenzó a succionarla y la mamada se convirtió en algo mecánico. Por ello Miguel empujó la pelvis para clavarle la polla con una rudeza que el otro no esperaba.

—Joder, tú, que me vas a asfixiar.

Ignoró su comentario, le deslizó el labio inferior con el pulgar para abrirle la boca y volvió a introducirla con calma. Al sacarla y ver el rostro de aquel niñato sintió otro impulso que le hizo agarrarse su polla por la base y golpearle con ella sobre los labios, la barbilla o las mejillas. Era su particular forma de someterle. Benjamín se quejó de nuevo sin que al otro le importara, dispuesto a llevar la iniciativa para hacerle disfrutar al igual que lo haría él. Llevó la mano al rostro para dejarla sobre los mofletes haciéndole que volviese abrir la boca, metió el rabo y apretó hasta sentir su propia polla dentro de Benjamín notando cómo trataba de tragar saliva para no ahogarse. Repitió los movimientos varias veces y en uno de ellos empujó sin piedad para hacer con él la misma follada que su tío acababa de hacerle unas horas antes. Benjamín se apartó con brusquedad para tomar aire.

—Ahora te vas a enterar tú —amenazó.

Se incorporó rápidamente y empujó a su amante sobre el sofá. Miguel dejó caer su cuerpo sobre el respaldo con algo de violencia y Benjamín se posicionó de pie frente a él dispuesto a devolverle la jugada. Aún con mayor ferocidad, introdujo la polla en la boca de Miguel y empezó a penetrarle hasta sentirla en lo más profundo de su garganta. Las embestidas eran firmes y violentas, con una súbita energía proveniente de su deseo de venganza. Lo que no sabía el gasolinero es que a Miguel le encantaba ser tratado de esa manera, agradeciéndoselo en silencio mientras se tragaba la polla de su amigo al antojo de éste, quien le agarraba firmemente de la cabeza para que no se soltara mientras le soltaba algún improperio.

—¿Te gusta, eh? ¿A que te gusta que te follen la boca?

Por razones obvias Miguel no podía replicar, pero sus ojos lascivos y brillantes daban cuenta de su respuesta. Espoleado por ellos y la situación, Benjamín continuó poco tiempo más por el simple hecho de que iba a correrse si no se detenía.

—¿Por qué paras, valiente? —le retó Miguel—. ¿Acaso te has cansado ya de que te la mame?

—¿Quieres más, eh? Pues toma polla.

Agarrándose de la base volvió a metérsela de golpe sintiendo las arcadas que le provocaba y la saliva agolpándose dentro de su boca. Moderó el ritmo cuando vio que Miguel acercaba la mano para acariciarle los huevos, permitiéndole que le masajeara también la polla mientras entraba y salía de su boca ya a un ritmo más pausado. Benjamín había decidido correrse y el otro no lo sabía. Por eso cuando estuvo a punto de descargar, volvió a agarrarle de la cabeza para que no tuviera escapatoria, y así los chorros fueron saliendo de su excitado rabo para ir directamente a la garganta del otro. Sus ojos mostraron que no lo esperaba, pero a Miguel le excitó sobremanera aquella iniciativa de subyugarle tratando de herirle en su orgullo, por lo que fue tragando el semen que le pareció delicioso hasta que Benjamín se la sacó. Los últimos restos había decidido no engullirlos, así que levantó la cabeza, le miró desafiante y enseñó la lengua manchada de blanco.

—Buff, qué cabrón eres —exclamó Benjamín.

Se agachó y compartió su propia leche arrebatándosela de la lengua para luego devolvérsela mientras se fundían en un pasional morreo hasta que no hubo rastro del líquido gelatinoso que a los dos les supo a gloria.

—Joder, cabronazo, vaya vicio tienes —dijo Benjamín al sentarse a su lado y recuperar la cerveza.

—Anda que tú… No te ha gustado que te follara la boca, ¿eh?

—Pero si me has puesto súper cachondo, tío. La verdad es que no he aguantado más porque necesitaba de veras que me la comieras tú a mí. Estaba a mil y no tengo paciencia, ja, ja. Luego te dejo que me lo hagas con más calma.

—¿Luego? O sea que amenazas con repetir…

—Tenemos comida, bebida, y muchas horas por delante, así que tú mismo. Te recuerdo además que tú no te has corrido, así que seguirás cachondo un buen rato más.

—¿Es una promesa u otra amenaza?

—Tómatelo como quieras, pero como siga viéndote así no tardaré en ponerme cachondo de nuevo y te vas a enterar de verdad.

—No sigas porque ahora mismo me haría una paja y me quedaría tan a gusto.

—Espérate un poco, anda.

Se bebieron un par de cervezas más, picaron unos aperitivos que habían comprado y Benjamín volvió al ataque. Ahora fue él quien estaría dispuesto a dejarse hacer lo mismo que minutos antes. Se recostó en el sofá con la espalda apoyada en los cojines de uno de los brazos e insinuó que Miguel se colocara encima de él. Obedeció y dejó caer su cuerpo para que su amigo tuviera acceso a su polla. Sin demora se la comió para endurecerla y luego se dejó follar la boca con la rudeza que el otro quisiese. Como la postura resultaba menos cómoda, Miguel tuvo que recolocarse un par de veces hasta que encontraron una posición mejor. Benjamín se tumbó completamente, Miguel se sentó sobre su pecho y esa actitud retomó los raudos movimientos hasta que se corrió dentro de Benjamín. Sin embargo, él no se había empeñado en que se lo tragara, así que mientras la sacaba entre espasmos veía que la lengua estaba llena de leche deseosa de ser compartida. Se agachó y la repartieron mezclándola con la saliva de ambos, siendo ahora Benjamín quien se había quedado con el calentón.

—Joder, macho, esto en un sesenta y nueve si conseguimos corrernos al mismo tiempo debe de ser la hostia.

—Lo podemos intentar —respondió Miguel pícaro.

Tardaron algo más de tiempo, pues la noche se había cerrado desde hacía horas y la cerveza había dado paso a los cubatas. De hecho, algún bostezo amenazaba con posponer su plan para el día siguiente, pero la excusa de irse a la cama y retomar la idea en un cómodo colchón les reavivó. Tuvieron que hablar y parar de vez en cuando para que uno no se corriera antes del otro, así que mientras se detenían y el otro seguía chupando, se centraban en el culo con el que jugueteaban llevando sus dedos húmedos atreviéndose incluso a meter alguno.

—¿Y si te follo? —propuso Benjamín.

—¿Y si te follo yo a ti?

—Qué va tío. Mi culito no se toca.

—Vaya con el machote. Pues acabemos el sesenta y nueve y ya veremos.

Aunque parecía que no lo iban a conseguir, acabaron descargando sus pollas en la boca del otro amortiguando los intensos gemidos que no podían emitir por tener las bocas llenas. Se iban tragando la leche entre espasmos y sollozos apaciguados al tiempo que sus cuerpos musculados se contraían y los temblores decadentes se suavizaban hasta que el éxtasis dio paso al cansancio y las ganas de dormir.

—¿No te importará que durmamos juntos? —preguntó Benjamín con un repentino pudor y algo de vergüenza.

—A mí no, si acaso a ti que eres tan machito…

—Joder, Miguelito, no me digas eso porque me cortas todo el rollo.

—¿Qué rollo? —preguntó extrañado.

—Pues que te iba a decir que igual me apetecía abrazarme a ti en algún momento de la noche…

—Ven aquí, anda.

Miguel se compadeció dejando la crueldad a un lado y le pasó un brazo por detrás del cuello hasta llegar a su hombro. Benjamín se recolocó para pegarse más a él con la cabeza cerca de su pecho en una posición de lo más reconfortante. Cedió al sueño antes que Miguel, quien ante el desvelo pensaba en las palabras de su tío Ramón y esa dependencia que había mencionado. Aquella situación era un ejemplo de ella, pero Miguel se convenció de que en el fondo lo hacía por el otro, un amigo pasajero al que no volvería a ver hasta un tiempo difícil de calcular.

A la mañana siguiente Miguel se despertó porque notó que alguien le acariciaba. Al abrir los ojos vio a Benjamín sonriéndole con picardía. Se desperezó, estiró los músculos y se percató de que Benjamín bajaba la vista a su entrepierna. Como muchos días, se había despertado con una erección.

—Vaya, así da gusto despertarse —apreció el gasolinero.

Sin darle oportunidad de réplica, Benjamín se deslizó sobre la cama y se tragó la polla de Miguel.

—¡Joder! —exclamó él.

Benjamín le dedicó una mirada complaciente sin dejar de mamar y Miguel se rindió al placer, aunque el otro no se detuvo tanto como le hubiera gustado, pues la pereza típica de estar recién levantado le empujó a pensar que podría quedarse en esa cómoda postura hasta correrse.

—Quiero follarte —dijo Benjamín.

—¿Ahora? ¿Sin un café ni nada? Además, el que está empalmado soy yo, así que podría follarte yo a ti —respondió con picardía—. Es fácil, te colocas encima de mí y te la vas clavando…

Benjamín esbozó una sonrisa burlona mientras negaba con la cabeza y se ponía encima de Miguel juguetón. Se sentó sobre su vientre quedando sus nalgas rozando el rabo erecto de su amigo. Se inclinó para besarle y Miguel aprovechó para mover su pelvis y tocarle con la polla. Benjamín volvió a negar con la cabeza sonriente y desafiante, pero su amante no iba a desistir. Continuaron con el jueguecito y Miguel notó que la negativa de Benjamín no era del todo sincera, pues se había insinuado buscando con su trasero la verga palpitante. La notó acariciándole la entrada a su ano excitándole con la sola idea de follársele, y no porque no le apeteciese que lo hiciese el otro, sino por ser una forma más de someterle y salirse con la suya. Pensó que si tan claro lo tenía se hubiese apartado de aquella posición comprometida, concluyendo que le agradaba sentir una polla provocadora frotándose contra esa parte de su cuerpo que Benjamín consideraba infranqueable.

Pareció haberse doblegado cuando se recolocó y guió con su mano la polla de Miguel directa a su culo. Sin hablar dejó caer su trasero sobre ella y frunció el ceño como muestra de dolor. Miguel creyó que pese al intento no iba a acabar aceptando, recordando cuánto le molestó a él la primera vez. Benjamín no se rindió intentándolo de nuevo evidenciando el daño que sufría con un sollozo punzante. Como un impulso instintivo había apretado el culo sin saber que aquello era peor, y aunque Miguel le dijo que intentara relajarse finalmente desistió. Se deslizó hacia atrás, levantó las piernas de Miguel y sus intenciones estuvieron más que claras. Tuvo que masajearse un poco la polla para endurecerla, se la ensalivó tras escupirse en la palma de la mano recordando la escena de alguna película porno y se dispuso a follar a su amigo sin que ninguno dijera nada.

Suspiraron al unísono cuando el rabo de Benjamín comenzó a penetrar hasta alcanzar el recto para luego empujar la pelvis y embestirle con movimientos pausados. Benjamín quería disfrutar de follarse un culo deleitándose con cada oscilación con la cadencia que considerase, gimoteando para demostrar que aquello le gustaba más que lo que había intentado segundos antes. Sus vaivenes eran pausados y alargados artificialmente como si estuvieran grabados a cámara lenta o como si Benjamín necesitase un tiempo de adaptación para que ambos cuerpos encajaran ajeno a que su amante había descubierto hacía poco que le ponía más el sexo salvaje y cañero. Sin embargo, esa dulzura con la que el gasolinero le penetraba le agradó aunque fuese todo lo contrario, agradeciendo que no se hubiera quedado en un término medio de follada normal y monótona a la que más acostumbrado estaba a causa de Jaime como si aquello fuese un mero trámite para conseguir el objetivo de correrse.

Después de haber descargado varias veces en las horas que llevaban juntos ese no era el fin último de Benjamín y Miguel, sino de disfrutar en el proceso descubriéndose y haciendo lo que a ambos les apeteciese. Una complicidad difícil de encontrar en un amante, acompañándola además de juegos y bromas que no hacían más que reconfortarles para hacerles sentir tremendamente a gusto el uno junto al otro. Por ello Miguel le dejó hacer rindiéndose al placer de esa sosegada y delicada follada que le hacía vibrar por dentro mientras sus miradas se cruzaban tratando de confirmar lo que ambos sentían. Benjamín avivó el ritmo sin que se tornase mecánico o enérgico, manteniendo sin embargo esa armonía plácida en sus acometidas. Pese a todo, el chaval sintió que le faltaba algo y de nuevo en silencio cambió de posición. Se apoyó sobre el respaldo de la cama y con un gesto indicó a Miguel que se sentara encima. Obedeció y sus bocas quedaron a escasos centímetros para percibir el aliento del otro y escuchar los matices de sus jadeos. Miguel se metió la polla otra vez y ahora fue él quien imponía el compás. Mantuvo la moderación y calma de sus movimientos tal como había hecho Benjamín, con la diferencia de que ahora se besaban con pasión y sus lenguas jugueteaban con la misma quietud.

Sólo se separaban para tomar aire y sollozar de gusto. No había palabras que decirse por el simple hecho de que no eran necesarias. Asimismo, los dos parecían haber asimilado que aquella postura no iba a variar el tiempo que quisieran estar aferrados el uno al otro, como un acople perfecto que entremezclaba la lujuria con pinceladas de una sensualidad menos carnal. Al menos hasta que uno de los dos rompió el silencio:

—Déjame que me corra dentro —imploró Benjamín.

Miguel se limitó a asentir y se besaron de nuevo. Se había olvidado de su polla porque el roce con el firme vientre de Benjamín era suficiente, estimando que si seguía frotándose de esa manera acabaría corriéndose también sin otra ayuda. El más joven habló de nuevo para anunciar que el momento de dejar salir su semen había llegado. Fue entonces cuando intensificó sus gemidos al tiempo que se estremecía tensando los músculos y sintiendo cómo los chorros iban a parar a lo más profundo de su amante. Éste le besó con más intensidad para no quedarse atrás y antes de que Benjamín se sacara la polla, quizá retrasándolo para complacer al otro, Miguel se corrió restregándose sobre el vientre advirtiendo ambos cómo la leche se deslizaba hasta perderse entre sus cuerpos. Se sonrieron satisfechos quedándose en la cama un rato sin decir nada; cada uno sumido en sus propios pensamientos.

Otra vez fue el más joven quien rompió el silencio anunciando que necesitaba mear. Miguel aprovechó para levantarse y esperó sentado a que el otro saliese del baño. Avisó que iba a ducharse.

—¿Para qué tanta prisa? ¿Acaso nos vamos ya?

—Pues debería, que no avisé a mis tíos ni nada.

—Joder colega, yo contaba con que nos quedaríamos también a comer. Aún quedan cosas para picar.

Miguel se enfrentó a una lucha interna. Lo de sus tíos había sido una excusa aunque fuese cierto que no les había dicho que pasaría la noche fuera simplemente porque no lo sabía, pero conociendo a Pepín estaba seguro de que se preocuparía. Tampoco creyó que tuviese un plan mejor. Su dilema recaía en el hecho de que le asustaba quedarse allí para seguir intimando con Benjamín. Había recuperado mentalmente la charla con su tito Ramón y el acuerdo al que habían llegado peligraba porque el joven dependiente de la gasolinera podría ser un sustituto de Jaime demasiado oportuno, y lo que él creía necesitar era no verse envuelto en otra relación de dudoso fin. Porque aunque en un principio Benjamín había actuado con descaro como si lo único que le interesase fuera el sexo, su manera de comportarse advertía algo diferente. A Miguel le agradaba y le causaba rechazo a partes iguales. Por eso era mejor que se marcharan. No significaba que no pudieran pasar el resto de la jornada juntos, pero a su juicio era mejor hacerlo en un bar o dando un paseo por el campo.

Compartió la idea con Benjamín, pero a éste no le hizo mucha gracia.

—¿Irnos a comer o al campo? —repitió con algo de desprecio—. Eso lo hacen los novios, no me jodas.

—O los amigos —puntualizó Miguel.

—Pero tú y yo no somos ese tipo de amigos.

—¿Ah no? —preguntó extrañado—. ¿Y qué somos entonces?

—Pues follamigos o como se diga. Me mola tomarme una cerveza contigo, pero me mola aún más follar.

—¿Y el paripé de dormir abrazados?

—No fue un paripé, pero eso son cosas de puertas para adentro, no nos confundamos.

Pero Miguel sí que estaba confundido, y además arrepentido de las conclusiones a las que había llegado porque no se acercaban en absoluto a la realidad. Su aventura con Benjamín había sido estrictamente sexual por mucho que el último polvo le hubiera hecho pensar que podría haber algo más. Decidió internamente no cabrearse como cuando habló con Ramón y éste le animó a marcharse. En el fondo era lo mejor. Sin embargo, al haberlo dejado tan claro el otro, Miguel ya no tendría por qué complacerle, pues bastante se había salido con la suya hasta el momento. Se fue a la ducha y al salir tuvo la esperanza de que el gasolinero no insistiera. Le pidió que le llevara a casa y a regañadientes aceptó. Mientras Benjamín se duchaba él recogió lo que habían ensuciado y metió los desperdicios de latas y envoltorios de aperitivos en una bolsa del supermercado donde habían comprado. Benjamín no tardó en estar listo y regresaron al pueblo acompañados de un incómodo silencio. La despedida no fue clara, diciéndose únicamente que ya se escribirían.

Cuando entró en casa Pepín fue raudo en su busca con un semblante mezcla de enfado y preocupación.

—¿Dónde estabas? Anda que avisas, llevo toda la noche preocupado. Mira que no llamar, porque yo no tengo tu número y le he preguntado a Ramón y él tampoco. Claro, si es que siempre telefoneas al fijo y… Bueno, que me tienes muy enfadado, Miguel.

Pese a la verborrea incontrolada de su tío era evidente que se había enfadado. La prueba estaba en que no había usado el diminutivo para dirigirse a él, lo cual no dejaba lugar a dudas.

—Sé que no soy tu padre —siguió abroncando—, pero no tienes derecho a hacerme esto. No estás en un hotel en el que puedas salir y entrar cuando se te antoje y querer que los demás no nos preocupemos. Esta es tu casa y puedes hacer lo que quieras, claro está, pero qué menos que avisarme de que vas a pasar la noche fuera. Y mira que no quiero saber dónde ni con quién, pero es que vaya, no me merezco esta preocupación.

Miguel se disculpó de la manera más sincera que pudo, y aunque se agobió por la bronca acostumbrado a no tener que dar explicaciones, le comprendió y quiso demostrar su arrepentimiento dándole un abrazo. Pero Pepín no lo aceptó y le apartó.

—No, Miguel, las cosas no funcionan así. Yo creo que lo mejor es que te vuelvas para Madrid.

—Pero tito…

No tuvo tiempo de seguir la conversación porque su tío más joven se dio la vuelta y caminó veloz hacia la cocina. Fue tras él, pero un portazo al marcharse al patio quiso dar por zanjada la conversación. Miguel se sintió realmente mal por haberle hecho pasar un rato desagradable al igual que él lo atravesaba en ese momento que no supo qué hacer. Quizá la invitación a marcharse no había sido más que un arrebato efímero que se le acabaría pasando. Si no era así, lo único que podía hacer era obedecer, pero no se iría sin despedirse. Decidió ir a la granja, pero en vez de hacerlo a pie cogería el coche para no demorarse demasiado. Sintió algo de ansiedad de repente porque sus dos tíos aparentemente preferían no tenerle allí, por lo que en el corto trayecto decretó que su visita sería para decir adiós y volvería raudo a la casa a recoger su maleta y largarse.

Aparcó bloqueando la puerta de entrada de la finca justo delante de la furgoneta de Frasquito. Abrió la verja y vio al joven a unos metros, pero de su tío no había ni rastro. Le saludó con la mano mientras se acercaba al rudo granjero.

—Hola, ¿y mi tío?

—Tenía revisión médica hoy —le informó dejando lo que estaba haciendo, como si acaso necesitase darle más explicaciones.

—Ah, vaya, no lo sabía. En ese caso me iré.

—¿Cómo está Pepín? —se interesó.

—Pues ahora mismo enfadado conmigo, pero se le pasará.

—¿Qué has hecho? —preguntó con interés.

—No avisarle de que no dormía en casa.

—Qué malo eres, con lo que él se preocupa de todo el mundo… Pero bueno, no le des importancia porque ha pagado contigo otras historias.

—¿Ah, sí? ¿Qué ha pasado?

—Nada de lo que alarmarte.

—¿Habéis roto o qué? —preguntó Miguel descarado, pero con una naturalidad pasmosa para no intimidar al otro.

—Algo así —se limitó a decir.

—¿Quién ha dejado a quién?

—¿Qué más da? ¿Qué te ha contado?

—Nada.

—Supongo que te hablaría de mí cuando nos pillaste el otro día en el piso de arriba.

—Así es.

—Te diría que a Ramón ni una palabra, ¿no?

Miguel asintió y se quedó reflexivo unos instantes cavilando sobre el motivo de que la relación de Pepín y Frasquito hubiera llegado a su fin. Como el silencio se alargaba, Miguel quiso despedirse del chaval y marcharse.

—Tu tío tardará en volver —dijo.

—Ya, por eso mejor le espero en casa.

—No, quiero decir que tenemos tiempo.

—¿Tiempo? —inquirió extrañado.

—Que tú eres gay lo tengo claro porque me han hablado de ti —dijo dando un par de pasos hacia adelante hasta quedarse cerca de Miguel—. Que eres guapo y tienes un buen culo también es evidente.

—Gracias, pero no porque sea gay me voy tirando a todos los tíos con los que me topo.

—Ya me imagino, pero no yo no soy todos.

Miguel se rió con algo de altanería.

—Y menos después de que hayas dejado a Pepín.

—¿Por qué das por hecho de que he sido yo?

—No sé, ¿acaso no ha sido así?

—¿Qué iba a cambiar? Si quieres que te folle ese culazo que tienes da igual que tu tío me haya dejado a mí o viceversa. Si de verdad eres tan pudoroso y leal, lo realmente importante es que no estamos juntos, ¿no crees?

A Miguel le extrañó el desparpajo con el que hablaba, así como la seguridad que mostraba en sí mismo, algo que no se hubiera imaginado de él. La sinceridad de sus palabras además encendió algo en su interior repitiéndose en silencio eso de si quería que le follara. ¿Iba a hacerlo como su tío Ramón? Ya había advertido que ambos se parecían físicamente y en la manera ruda de comportarse frente a los demás, pero si además lo hiciese en plena faena… Darle la razón a Frasquito no era más que el comienzo a una humillación por la que súbitamente se sintió atraído confirmándolo con el cosquilleo que le recorrió la entrepierna. Como aceptación se le acercó, le agarró el paquete por encima de su bañador descolorido y le habló:

—A ver de lo que eres capaz —le retó percatándose al rozarle que algo más unía a Frasquito y al tío Ramón.

El granjero sonrió complacido y una mueca de arrogancia que, lejos de causarle rechazo, avivaron el paso decidido con el que Miguel se dirigía al cobertizo. Nada más entrar se deshizo de la ropa que colocó donde solía, se giró una vez se había desnudado y esperó mientras observaba al corpulento chaval con ese torso voluminoso y firme cubierto de vello que apenas un par de días antes no le habían atraído lo más mínimo. La panza y el pecho prominente eran lo de menos cuando contempló lo que Frasquito había ocultado bajo el bañador. Efectivamente, y tal como había intuido al rozarle, el granjero calzaba una buena polla. Aún flácida no supo calibrar si igualaría el tamaño de la de su tío, pero superaba a la de los camareros, así como la de Benjamín. A poco que se comportara con la rudeza que había aparentado, Miguel sabía que aquel no iba a ser un polvo cualquiera. De hecho, los últimos en esas pocas horas habían tenido connotaciones distintas, por lo que satisfacer la que se había impuesto como última fantasía serviría de colofón para despedirse de aquel pueblo y sus moradores.

—Arrodíllate —ordenó Frasquito.

Miguel disimuló su sonrisa de satisfacción. La cosa no podía ser más prometedora. Acató la orden con sumisión y esperó a que el otro se le acercara. La posición que le había solicitado no dejaba lugar a dudas, pero Miguel se había dado cuenta de que chupar un enorme pollón no era lo que más le atraía. Las desmesuradas dimensiones estaban bien para agarrarla y pajearla notando cómo se hinchaba entre sus dedos llenándole todo lo que ellos daban de sí. El tamaño era también determinante a la hora de preñarle el culo, pues un pollón provocaba más placer en un ano tan dilatado y ávido de polla como el suyo. Sin embargo, mamar un rabo de tal calibre no era tan satisfactorio. Sí como algo anecdótico de vez en cuando, pero no demasiado incómodo y molesto para poder mamar con la destreza que él creía poseer.

De nada sirvieron sus elucubraciones porque Frasquito había decidido por los dos. Y como Miguel sí que tenía claro que lo que le molaba era el rol sumiso, acataría los deseos de su amante sin oponer resistencia. Así, con el pollón aún flácido Frasquito se colocó delante de su cara y percibió el olor penetrante a sudor y macho que desprendía su entrepierna. Ello supondría un sabor igual o más intenso, lo cual corroboró cuando comenzó a succionarla. Lo hizo de golpe metiéndosela laxa todo lo que su boca dio de sí para sentir que se endurecía dentro de sus tragaderas. Frasquito comenzaba a gemir acaloradamente sin intención de mitigar los jadeos de su voz ronca y masculina. Antes de advertir que estaba totalmente dura, el granjero se la agarró por la base y con decisión le propinó unos pollazos bruscos sobre los labios del sobrino de su jefe, quien mantenía la mirada retadora y desafiante.

Tras haber demostrado que él llevaba el control, Frasquito se la metió de nuevo en la boca penetrándole a su antojo con el ritmo que impusiese. Intercalaba las acometidas violentas con otras más calmadas para desconcertarle o apreciar distintos matices de la mamada. Luego le restregaba la polla en la cara ocupándole todo el rostro o le ofrecía los velludos huevos que olían aún más fuerte. Insaciable, Miguel lamía allá por donde el otro le permitía hasta que el cabrón del granjero se giró para ofrecerle su culo. Lo empujó contra la cara de Miguel pillándole desprevenido y aspiró los aromas todavía más rancios que le excitaban hasta límites insospechados. En cuanto pudo le apartó las nalgas y lo lengüeteó estremeciendo al otro que emitía hondos gemidos al tiempo que balbuceaba algún improperio:

—Cómeme el culo, cabrón. Ahí, déjalo bien limpito.

Miguel obedecía intercalando lengüetazos ávidos con lamidas igual de resueltas por el anillo sonrosado rodeado de oscuro vello. Frasquito llevó una mano a su cabeza para empujarle al tiempo que él apretaba con más fuerza hasta dejarle casi sin respiración. A Miguel no le quedó más remedio que zafarse, por lo que aprovechando la coyuntura Frasquito se dio la vuelta decidido a dar el siguiente paso. Le ordenó ponerse a cuatro patas sobre el colchón y él se arrodilló detrás. Le abrió las nalgas, lanzó un par de escupitajos y se la clavó sin mediar palabra. Los dos jadearon al unísono tras ese primer contacto que rápidamente se tornó en una arremetida impetuosa avivada por las cachetadas que las grandes manos del granjero le propinaba en las nalgas haciéndolas enrojecer.

—Oh sí, joder, dame más fuerte.

—Cállate putita.

Para impedirle hablar Frasquito desplazó una mano hasta tapar la boca de Miguel. Lejos de molestarle, el joven sintió una sacudida que le recorrió el cuerpo como un calambre que activaba todo su organismo. El granjero estaba siendo capaz de satisfacerle incluso más que su tito Ramón. Sin moverse, le siguió taladrando el ojete llenándole el recto hasta las entrañas mientras gemía sonoramente y sentía el aliento en la palma de la mano por delante de los labios de Miguel. Así permanecieron hasta que de pronto se separaron, Frasquito se levantó un poco y se corrió con furia sobre la espalda de Miguel. Éste notó los trallazos enérgicos colisionando con su espalda para luego deslizarse ardientes sobre ella. Antes de que consiguieran escurrirse para gotear la colcha, Frasquito los recogió con la mano y los llevó a la boca del joven saboreándolo desde los recios dedos que también chupaba codicioso hasta tragarse la última gota.

—Vaya zorrita tragona estás hecha.

Las palabras de Frasquito no le hirieron en su orgullo, aunque se sintió molesto cuando vio que el otro se levantaba con intención de marcharse sin decir nada más. Los sentimientos se confundieron en su cabeza sin concluir cuáles cobrarían más fuerza. Si serían los del placer que había sentido o la humillación llevada más allá del puro acto sexual. Se limpió como pudo, se vistió y salió del cobertizo con intención de marcharse. En su camino hacia la verja no se topó con el granjero, por lo que siguió andando sin mirar atrás.

Al llegar a la casa vio el 4x4 de Ramón aparcado junto a la puerta del patio. Estacionó delante y entró con algo de nerviosismo. Su tío mayor estaba sentado en la cocina con un vaso de vino en la mano.

—Hola tío, vengo de la finca y Frasquito me ha dicho que te habías ido al médico.

—¿Y has necesitado cerca de una hora para decidirte a volver? —preguntó irónico.

—No, bueno… Ya me que he quedado allí dándome un baño. ¿Y el tío Pepín?

—En el huerto. Menos mal que su huerto es como una burbuja que le aísla del mundo y así no se entera de que su sobrino se deja follar por su novio.

—¿Qué dices?

—Joder, Miguelito, que he ido a la finca y os he escuchado a Frasquito y a ti, así que haz el favor de no mentirme más. Lo que hablamos ayer veo que no sirvió de nada. Deberías irte, Miguel. Por el bien de todos.

—Pero si Frasquito me ha dicho que ya no están juntos y… además, ¿tú como lo sabes si lo guardaban en secreto?

—Eso no es de tu incumbencia. Yo me entero de todo, sobrino. De todo —contestó desafiante.

—¿Y quieres que me vaya ya? ¿Así sin despedirme de Pepín ni darle una explicación?

—Por supuesto que puedes despedirte, pero no digas ni una palabra. De Pepín ya me encargaré yo. Le conozco porque es mi hermano y no voy a permitir que nadie le haga sufrir. Ni tú ni el cabrón ese de Frasquito.

Sin tener tiempo de reacción, Pepín se le adelantó y entró en la cocina. Sus ojos se cruzaron y el rostro del chaval se entristeció. El semblante de su tío era también serio y apesadumbrado. Caminó desde la puerta del patio hacia la mesa y le habló:

—Miguelín, siento haberme puesto así antes —dijo mientras le daba la vuelta a unos vasos de cristal que había en la mesa y acercaba la botella de vino—. No tenía ningún derecho a hablarte de esa manera y mucho menos echarte de esta casa.

Ramón miró extrañado como si no se hubiera imaginado que su hermano tenía ese carácter que le llevaba incluso a pedir a su sobrino que se marchara. La bronca debía de haber sido de órdago.

—Ha sido un arrebato —continuó—, y he pagado contigo otras historias que tenía en la cabeza, pero de verdad no me lo tengas en cuenta y por supuesto puedes quedarte el tiempo que quieras. ¿Verdad, Ramón?

El más mayor iba a hablar, pero Miguel se le adelantó:

—No, tito, si la culpa es mía. Debí haberte avisado, pero es verdad que las cosas fueron surgiendo… Salí con Benjamín para tomarme unas cervezas y tú no estabas aquí. Luego me propuso ir a su finca y allí la cobertura es nula. Pero tenías toda la razón en que me las podía haber ingeniado para llamarte al menos para decir que no dormía. Te pido disculpas, de verdad.

—Vale, hijo. Si entiendo que tengas edad suficiente como para no ir dando explicaciones, pero ya sabes cómo soy y cuánto me preocupo. Así que venga, corramos un tupido velo y vamos a tomarnos unos vinos.

—Yo no puedo, tito. He decidido que voy a volverme a Madrid ahora.

—¿Ahora? —preguntó Pepín extrañado—. De verdad que no te lo dije en serio, Miguelín, y puedes quedarte el tiempo que quieras.

—No le insistas —intervino Ramón por primera vez—. Él sabe que es mejor que se vuelva a su casa para enfrentarse a sus fantasmas.

—Pero si aún le quedan muchos días de vacaciones. Y mira, estamos aquí los tres y podemos celebrar las buenas noticias que te ha dado el médico. Se me ha ocurrido que podríamos hacer una barbacoa como aquella vez hace dos veranos.

Miguel no dijo nada porque no sabía qué demonios hacer. La pelota estaba en el tejado de Ramón, así que tendría que ser él quien decidiese por ambos. El mayor miró a uno, luego a otro y finalmente accedió. Pepín fue a darle un abrazo a su sobrino que hizo olvidar lo que había pasado entre ellos, si bien en la mente de Miguel planeaba lo que acababa de hacer con el que supuestamente era su novio. Por ello Ramón le había mirado con recelo, pero no le hizo sentir incómodo. Salieron al patio, y mientras Miguel preparaba los leños para el fuego, Ramón hizo una de sus famosas sangrías y Pepín improvisaba un aperitivo a base de embutidos. Se sentaron alrededor de la mesa del patio cobijados bajo la sombra de una parra mientras la madera se convertía en ascuas y el tono se destensó sintiéndose relajados y cómodos.

—Bueno Miguelín, ¿qué te traes con Benjamín? —preguntó Pepín con interés.

—Nos hemos hecho amigos o algo por el estilo.

—¿Os habéis acostado? —inquirió sorprendiendo a los otros dos.

—Anda, hermanito —habló Ramón—, deja al chaval, que no va a querer hablar de sus intimidades.

Miguel esbozó una sonrisa por cómo sus tíos se habían habituado a esos roles que ejercían y que a pesar de ser hermanos le recordaban a un matrimonio bien avenido.

—Sí, hemos pasado toda la noche follando —reveló con desparpajo, pues sabía que no iba a ruborizar a ninguno de sus tíos.

—La verdad es que hacéis buena pareja —dijo Pepín—. Los dos sois jóvenes y guapos. ¿Te ha contado que él y yo tuvimos una aventura?

Su pregunta le pilló totalmente desprevenido, pero entendió que sí él mismo se había atrevido a desvelarse, los otros podrían hacerlo también. Lo que no tuvo tan claro es que Ramón estuviera al tanto de los escarceos de su hermano.

—Sí que me lo contó —confirmó Miguel—. Y también que le dejaste por otro, pero no supo quién.

—Ja, ja, ja. Bueno, no es que le dejara por otro, la verdad. Porque en realidad nos acostamos unas pocas veces. Pero el chaval no pegaba con alguien como yo, así que digamos que le dejé marchar sin más. Frasquito apareció después.

—¿Y cómo están las cosas con Frasquito? —preguntó Miguel mirando a Ramón de soslayo notando cómo le clavaba los ojos de manera reprobatoria.

—Nada, Frasquito y yo no tenemos nada en común. Y aunque lo que te conté la otra tarde cuando nos pillaste era cierto, en el fondo es mejor que cada uno siga su camino.

—¿Cómo te sentirías si él y yo…? —se atrevió a preguntar.

—¿Él y tú? —repitió Pepín—. Me sentiría mal, pero por ti, porque Frasquito será muy buen chaval y muy trabajador, pero en eso del sexo te aseguro que se transforma en otro que no sé si te gustaría… Pero vamos, que si quieres intentarlo por mí no hay problema.

Miguel no confesó que su tío estaba totalmente equivocado y precisamente lo único que le atraía de Frasquito era su forma de comportarse en el trance del sexo mientras que en todo lo demás no sentía ningún tipo de simpatía. Ramón les miraba casi estupefacto porque en vez de una reunión familiar aquello parecía una sesión de adictos al sexo o algo por el estilo. Se había mantenido al margen, pero no iba a ser por mucho tiempo.

—Hermano, cuéntanos tú algo —animó Pepín rellenando los vasos con la sangría—, que bastante hemos dicho nosotros ya.

—Yo no voy a hablaros de a quién me tiro —repuso con sequedad.

—Venga, Ramón, que te aseguro que te vendrá muy bien desahogarte.

—Recurriré a un psicólogo en caso de necesitar hacerlo.

Miguel le miraba impaciente, pero por lo poco que le conocía sabía que no daría su brazo a torcer con facilidad. Intervino:

—Pues yo pensé que los que estabais liados erais tú y Frasquito —le dijo con sorna.

—Es verdad que me lo dijiste —terció Pepín—. Lo que no entiendo es por qué sacaste esa conclusión, pues Ramón nunca ha contado nada de sus… historias.

La incertidumbre se apoderó del ambiente, pero no porque esperaran la respuesta de Miguel o Ramón, sino por la inquietud y duda de saber si los tres contaban con la misma información. Aunque Miguel se había dejado follar por su tío Ramón, Pepín no tendría por qué saberlo. Éste aparentemente había salido del armario, pero no por ello Ramón conocería que su hermano y su sobrino también se lo habían montado. El silencio se volvió incómodo, y aunque Miguel tuvo el impulso de desvelar todos los secretos de un plumazo, optó por contenerse porque la reacción de Ramón podía ser brutal. Lo que Miguel ignoraba era la relación secreta que sus tíos habían mantenido durante años.

—A ver, hermanito… Miguelito y yo hemos tenido un par de acercamientos… Por llamarlo de alguna manera.

—¿Con él también? —preguntó Pepín sorprendido sin darse cuenta que acababa de revelar otro secreto.

—¿Cómo que también? —indagó Ramón.

Miguel creyó por primera vez que había ido demasiado lejos. Se sintió sucio y egoísta por haber aprovechado todas las oportunidades que se le habían presentado sin ser capaz de rechazarlas. Primero con Pepín, luego con Ramón, los camareros, Benjamín y Frasquito. De haber sido una mujer le habrían tachado de puta, pero no estaba seguro del apelativo que se merecía. Había dejado que el sexo se apoderase de su raciocinio y que su existencia girase en torno a él. Una tormenta de pensamientos inundó su cerebro incapaz de dilucidar si era culpa suya, de los demás o simplemente las circunstancias.

—Vaya con la mosquita muerta —dijo Ramón entre risas.

—No seas cruel —añadió Pepín, que en mi caso fui yo quien se abalanzó sobre él.

—No quiero detalles, hermanito.

Para la sorpresa de Miguel, sus tíos continuaron la charla como si nada hubiera cambiado y como si aquella revelación no les hubiera impresionado lo más mínimo.

—¿Entonces tú sabías que al tito le va hacérselo con hombres? —le preguntó a Pepín.

—Bueno… Pensé que era bastante más discreto. Aunque a mí nunca me ha contado nada.

—Pero no te ha sorprendido —matizó Miguel extrañado.

Ramón sabía por dónde iban los tiros, así como que la inocencia de su hermano y esa desmedida verborrea amenazaban con desvelar todos los secretos familiares. También era consciente de que su sobrino no tenía un pelo de tonto y no tardaría en atar cabos.

—Lo que te voy a decir igual te suena raro —dijo Ramón—, pero Pepín y yo también hemos tenido nuestras cosas.

Miguel abrió los ojos con incredulidad.

—Sé que no es natural porque somos hermanos, pero si lo piensas bien tú eres mi sobrino y no te ha importado montártelo con los dos. No te digo esto para justificarme, porque sinceramente tu opinión me la suda, pero si vas a juzgarnos empieza por hacerlo tú mismo.

El joven no dijo nada. Le dio un largo trago a la sangría y trató de asimilarlo. No estaba en disposición de juzgar una relación incestuosa entre dos hermanos. Sabiendo cómo eran ambos, lo raro hubiese sido que en todos esos años no hubieran tenido nada.

—No, joder —dijo por fin—, si me alegra mucho que seáis capaces de mantener ese tipo de vínculo sin que afecte a vuestra vida. Lo importante es que seáis felices.

—No te pongas ñoño, que la cosa no va de eso. Tampoco creas que te la vamos a contar —sentenció Ramón.

—Pero sí que nos puedes contar algo más —terció Pepín—. Es verdad eso que dice Miguel de que se te ve muy feliz últimamente, y si ya sabemos que no es por Frasquito…

—¿Ya estamos otra vez? —dijo con cierta agresividad, aunque algo fingida.

—No me creo que desde lo que te pasó con la Trini hace treinta años no hayas tenido nada…

Miguel se recolocó apoyando los codos en la mesa expectante. Ramón le miró, luego se giró hacia su hermano y se percató de la encerrona en la que estaba metido.

—Joder, vaya dos chismosos cotillas. No esperéis historias sensibleras de amor porque de eso no he tenido ni voy a tener. Me gusta mi vida tal cual es, con mi granja, mis partiditos de fútbol en la tele y mis botellas de vino. Y sí, alguna vez se me ha puesto un pavo por delante, me lo he follado y adiós.

—¿Quiénes? —preguntó Pepín con curiosidad—. ¿De aquí del pueblo? No me digas que tú también te has tirado a Benjamín…

—Pues mira, no, pero si llego a saber que al chulito ese le van los rabos… Hubiera sido curioso estar aquí los tres hablando de un mismo tío. El último ha sido un camarero rumano que trabaja en el bar de la carretera.

—¿Andrei? —preguntó Miguel asombrado por la casualidad.

—No sé cómo se llama porque su nombre no me interesa.

—Uno cachas de ojos verdes y pelo claro.

—Joder, Miguelito. ¿No me digas que a ese también te lo has tirado?

Miguel asintió un poco avergonzado.

—Madre mía el niño, no deja títere con cabeza.

—Pues yo no sé quién es —aclaró Pepín.

—El que vive con el hijo de los Pelaos, Lolo creo que se llama.

—Ah, sí.

—Tiene un buen culo —apreció Miguel—. ¿Cómo surgió?

—El día que volvíamos tu tío y yo de recoger el coche nuevo del concesionario paramos en el bar a tomarnos algo para celebrarlo. Era temprano y no había mucha gente y él estaba solo ocupándose de la barra y preparando las mesas para los menús. Pepín fue al baño y en una de las veces que el camarero se giró y se agachó para coger algo no pude evitar fijarme en su culo. Ya lo había mirado, pero con disimulo para que nadie lo notara. Y como lo había intuido redondito y duro sentí la necesidad de observarlo con mayor detenimiento. Él me pilló haciéndolo, y aunque traté de fingir se debió de dar cuenta. Obviamente no hice nada más porque no quería meterme en problemas sin saber de qué pie cojeaba, pero el cabronazo me provocó un par de veces más agachándose sin motivo para que el pantalón se le ajustara y su trasero se esculpiera debajo de la tela. Luego se me acercó y me dijo algo así como: "se mira, pero no se toca". Quise contenerme, pero si hay algo que me puede en esta vida es la chulería, así que no fui capaz de callarme y le contesté: "Si supieras lo que guardo entre las piernas no estarías tan seguro de no querer que te tocara". Al pavo le cambió la cara esfumándose su arrogancia, pues un buen pasivazo no le hace ascos a ese tipo de cosas. Iba a decir algo, pero Pepín volvió, le dejé un billete en la barra y nos marchamos. Mentiría si dijese que no hubiese preferido que las cosas acabaran de otra manera, pero insisto en que no puedo contenerme a un comentario fanfarrón de gente que se cree que está por encima de todo por ser más joven, más cachas o tener más dinero.

—Bueno tito, tú te pusiste a su altura cuando presumiste de polla. Cada uno utiliza las armas que puede.

—Quizá tengas razón —admitió y prosiguió—: El caso es que un día Frasquito se empeñó en invitarme a un vino para celebrar su cumpleaños, y en vez de hacerlo en cualquier bar del pueblo insistió en ir allí. Al principio me negué tratando de convencerle de que fuéramos a la plaza, pero al ser su día y su invitación creí que debía complacerle. Vi al camarero y al hijo de los Pelaos que andaban ocupados porque ya había varias mesas con clientes esperando para comer. El rumano ese me miró como si me recordara, pero también miró a Frasquito y le saludó con cierta amabilidad. Le pregunté si se conocían y sólo dijo que había ido allí algunas veces. Me pareció raro que se llevaran bien, pues el camarero es un estúpido y Frasquito ya sabéis cómo es de sieso. Al final se nos unieron los padres y el tío de Frasquito, que es el médico que me ha estado tratando, y aunque yo intenté marcharme porque consideré que sería una comida familiar, todos insistieron en que me quedara agradeciéndome el trabajo que le estaba dando al chaval. Ya se sabe que las reuniones de este tipo cuando hay comida y abundante bebida se alargan más de la cuenta, así que de repente se había metido la tarde y casi nadie quedaba ya en el bar.

»Una de las veces que fui al baño me crucé en el pasillo con el camarero, pero ni quise mirarle a la cara. Él, sin embargo, me saludó con cierta amabilidad, pero no le correspondí. El gilipollas entró al aseo detrás de mí mientras meaba, supongo que para saciar su curiosidad aunque fingía estar reponiendo el jabón del lavamanos. Le noté mirándome y me giré para enseñarle el rabo, y con las mismas me lo guardé bajo la bragueta y repetí sus palabras de "se mira, pero no se toca". Me coloqué a su lado para lavarme las manos y susurró que no le importaría que le tocase con mi polla. Sonreí satisfecho y me dispuse a marcharme. "Tendrás que ganártela", le dije dejándole confundido quedándome yo con un calentón de primera.

Miguel y Pepín le miraron atónitos aunque sabían cómo se las gastaba Ramón. Éste se había recolocado en la silla del patio y ellos esperaban que continuase narrando su historia. Rellenaron sus vasos de sangría, se metieron un trozo de queso en la boca y se pusieron cómodos.

—Cuando nos marchábamos me fijé en que Frasquito y el camarero intercambiaban una mirada que me pareció rara, pero también advertí que el otro camarero, el de la barba, lo había notado igualmente. Pasaron los días sin sobresaltos. No sé si él esperaba que yo volviese al bar, puesto que de no haberlo visitado en años en unos pocos días había acudido dos veces. Mi desafío al decirle que tendría que ganárselo fue ambiguo, por lo que no sabría a qué me refería. Sin embargo, una mañana le vi al otro lado de la verja de la finca avisado por los ladridos de los perros. Frasquito ese día no trabajaba porque se había ido a Alemania para asistir a un partido de fútbol, y algo me dijo que el camarero lo sabía. Le abrí sin decir nada para permitirle pasar y fuese él quien justificase su presencia en mi finca. Tenía dos opciones: disimular y fingir que había ido a buscar a mi ayudante, o ser claro. Yo no iba a ponérselo fácil, lo cual suponía el riesgo de quedarme sin polvo, pero me podía más humillarle. Finalmente habló para preguntarme cómo podía ganárselo. Le sonreí complacido y le contesté que haber sido capaz de enterarse de dónde y cuándo encontrarme ya había sido suficiente, así que sin decirle nada más le guié hasta el cobertizo. Le ordené que se desnudara y me lo follé.

Miguel y Pepín se quedaron como si estuvieran esperando más. Aunque la historia había tenido un final feliz, ellos eso ya lo sabían, y lo que querían conocer eran más detalles. Miguel se los imaginaba, y Pepín los intuía por la forma con la que su hermano se había comportado con él todos esos años. No obstante, algo de dudas le había creado.

—No seáis morbosos porque no os voy a dar detalles.

—¿Y fue así de sencillo? —preguntó Miguel.

—Sí. Ojalá con las mujeres fuera tan fácil, porque no creáis que no echo de menos sobar unas buenas tetas o follarme un coñito bien mojadito, pero a falta de pan buenas son tortas.

—Pero vaya tortas —matizó Miguel—, porque Andrei está bien bueno.

—Hombre Miguelito, tú te fijarás en esas cosas, pero yo no, o al menos con las mismas connotaciones que tú. En el bar a mí me llamó la atención el culazo que tenía por sus formas, ya que las nalgas estaban duritas y respingonas. Sinceramente, todo lo demás me la suda. Para mí el sexo se reduce a follarme un culo. Punto.

Pepín y Miguel guardaron silencio sumidos en sus pensamientos. Cada uno pensaba que serían los únicos en haber traspasado esa barrera, pues ambos habían mamado el pollón de Ramón, pero a nadie más el rudo maduro se lo había permitido.

—¿O sea que fue una follada y ya está? —indagaron.

—Sí. No os penséis que él no quiso hacerme una mamada, pero yo no le iba a dar el gusto. No sólo porque no me agrade especialmente, sino porque no se la merecía. Me he limitado a follarle y ya.

—Por el tiempo verbal que has usado asumo que ha habido más veces —comentó Miguel perspicaz.

—Así es. Todas en la granja hasta que me dijo que su novio sospechaba y dejó de ir.

—Qué pena.

—Pues sí, porque el chaval era bastante tragón y sumiso. Yo no entiendo cómo hay tíos a los que les pone dejarse dominar de tal manera.

No miró a Miguel, a quien esas palabras se le clavaron como agujas punzantes porque él se había comportado de esa manera con su tío. Ramón se percató de su error y le habló:

—No lo decía por ti, Miguelín —le dijo y ahora fue Pepín quien no entendía nada—. Pero es que el rumano ese y yo apenas nos cruzábamos dos palabras en nuestros encuentros. Me saludaba, le dirigía al cobertizo y allí se desnudaba quedando dispuesto para que le penetrara. Al principio se quedaba de pie recostándose sobre las cajas que teníamos, pero luego me decidí a llevar el colchón excusándome en las siestas. Entonces se ponía a cuatro patas y sin inmutarse en todo ese tiempo se dejaba follar jadeando sin decir nada. A veces me pedía balbuceando que no me detuviera, pero poco más. Al principio ni siquiera se pajeaba, entendiendo que lo que le iba era que le clavaran un buen rabazo que a buen seguro el novio ese suyo no tendría, aunque sí que es verdad que en las últimas ocasiones sí que se daba placer y acababa corriéndose encima de la cama. Bueno, en realidad tampoco fueron demasiadas veces. Media docena o así. Lo que no supe es la relación que tenía con Frasquito, pues siempre aparecía cuando él no estaba. O el zagal le avisaba o bien el rumano le espiaba.

—Si estaban liados de buena me he librado entonces —matizó Pepín con algo de pesadumbre en su rostro.

—Ya ves, vaya jauría hay por aquí —habló Miguel—, sólo conozco a seis personas de este pueblo y a los seis os atraen los rabos.

—Lo dices como si te quejaras, pero bien que los has catado todos —se burló Ramón—. ¿Quién es el sexto? Porque me falta uno.

—Lolo, el novio del rumano. Hice un trío con ellos.

—Joder con el depresivo. Vaya ritmo llevas.

Los tres rieron y Miguel sirvió otros tres vasos de sangría.

—Pepín no se queda atrás. Y bueno, tito, tú tampoco. Podrías contarnos más a parte del rumano.

—Déjate, que me he puesto cachondo de tanto hablar de sexo. Vamos a preparar la carne, que el fuego parece estar casi listo.

Miguel pensó que lo que le apetecía en ese instante era otro tipo de carne porque, al igual que su tío, se había excitado. La evocación de él follándose al guapo camarero en el mismo lugar donde le había dado placer a él le pareció un estímulo inestimable. Caviló sobre insinuarse como broche de oro a su estancia en el pueblo, pues apenas una hora antes ni se habría imaginado que había una posibilidad real de montárselo con sus dos tíos al mismo tiempo aunque fantaseara con ello cuando estaba en el dormitorio de Lolo y Andrei. ¿Qué perdía si lo intentaba? Se había sumido en su lascivo pensamiento sin percatarse de que sus tíos le miraban. Ramón se había levantado para atizar los troncos de la barbacoa y Pepín mezclaba los trozos de embutido sobrantes en un mismo plato.

—No sé qué estarás pensando, Miguelito, pero olvídate de ello ahora mismo.

Pepín se detuvo sin estar seguro de lo que quería decir su hermano. Luego miró a Miguel y creyó entenderlo. Se hizo una idea en su cabeza, pero su desmedida verborrea volvió a delatarle:

—¿Los tres? —dijo en voz alta sin querer.

—No, Pepín. Olvidaos porque esto no está bien y lo sabes.

—Vamos, tito. Mañana me marcharé y desapareceré de vuestras vidas un tiempo —insistió Miguel como si hubiera vuelto a su infancia pidiéndole a un adulto que le llevara al parque—. Ni te imaginas lo que es tener dos bocas comiéndote el rabo.

—No me provoques, Miguelito.

El joven se levantó de la silla desafiante. Pepín paró de ordenar la mesa expectante a la reacción de su hermano. Le miró y luego dirigió sus ojos a los de su sobrino. Éste no se iba a dar por vencido hasta salirse con la suya.

—Joder, vaya dos salidos —espetó Ramón—. Si tú además acabas de echar un polvo hace un rato —le dijo a Miguel.

—Pero no me he corrido.

—¿Con quién? —preguntó Pepín extrañado—. Creí que lo de Benjamín fue anoche.

Ramón se arrepintió por haber metido la pata y trató de arreglarlo.

—Habrán follado esta mañana —dijo—. Si no, ¿para qué quedarse a pasar la noche?

Miguel asintió y Pepín pareció convencerse por la explicación.

—Bueno, a mí decidme algo ya para sacar o no la carne —dijo Pepín cuya máxima preocupación más allá del sexo era ser el perfecto amo de casa, lo cual provocó que los otros rieran.

—Sí, anda. Vamos a comer que hoy con la cita del médico no he almorzado y tengo hambre.

—¡Jo! —exclamó Miguel con tono pueril—. Pues yo voy a hacerme una paja entonces.

—¡Miguelín! —reprochó su tío pequeño.

—Deja al chaval que se relaje. Pero Vamos, que no hace falta que te vayas a ningún sitio, ponte cómodo en la tumbona esa y dale al manubrio. No sería la primera vez que te viera. ¿Verdad, Miguelito?

Pepín volvió a censurarles con la mirada. Dijo que no se atreviera a hacerlo allí, en el patio, a pesar de saber que no había casas cercanas desde las que les pudieran observar. Por su parte, Miguel miró a Ramón con indecisión acerca de aceptar su reto o no, pero se sintió cohibido por la presencia de Pepín. Se dijo a sí mismo que si no hubiera estado él sí se habría atrevido a desnudarse y cascársela delante de su tío mayor aunque hubiese sido simplemente para provocarle. Finalmente entró en la casa solo.

—No deberías chincharle de esa manera —reprobó Pepín—, que ya no es un crío.

—Por eso mismo no debe salirse siempre con la suya. Y además estamos hablando de cosas muy serias.

—Tienes razón. Se nos ha ido de las manos. Yo no sé si era una buena idea. Supongo que me dejé llevar por la excitación del momento.

Ramón se colocó frente a su hermano y le dio una palmadita en el hombro. Iba a girarse, pero Pepín habló de nuevo:

—Sin embargo… No sé, tampoco pasaría nada por complacerle. Si se va a ir mañana y tú y yo nos quedaremos solos una larga temporada… Un poco de afecto no nos vendría mal.

—¡Otro igual! —exclamó Ramón—. Tenéis que saber separar esos momentos con los afectuosos, Pepín. Afecto es lo que sentimos tú y yo cuando tenemos sexo, pero con él es totalmente distinto. O al menos debería serlo.

—Ya, pero contigo ya sé que hay barreras que no debo traspasar, pero con Miguelín es diferente.

—Pues ve y acompáñale, Pepín. No sé qué más quieres que te diga. Aunque…

—¿Qué?

—Miguelito no va a darse por vencido, así que igual sí que deberíamos acabar con esto cuanto antes, ponernos a comer como una familia normal y dejar el tema apartado para siempre.

Miguel se sorprendió al escuchar a sus tíos subiendo por las escaleras. Aunque había dicho que iba a masturbarse en realidad estaba preparando la maleta para marcharse esa misma tarde cuando los efectos del alcohol se mitigasen. Sin embargo, que hubiesen decidido subir a acompañarle para él sólo significaba una cosa, así que veloz se quitó la ropa quedándose desnudo. No le dio tiempo a recostarse cuando Ramón abrió la puerta de un golpe. Sin mediar palabra, se acercó a su sobrino, le agarró la polla con la mano y le miró más desafiante que nunca.

—Esto lo hago por Pepín, no por ti —le susurró al oído.

Ramón apartó el trolley de la cama para dejarlo en una silla y se recostó en ella. Pepín entró y no pudo evitar fijarse en el cuerpo desnudo de su sobrino.

—Como a los dos os va eso de los sentimientos, empezad sin mí, que quiero ver cómo os lo montáis.

Se recolocó para ponerse cómodo mientras se deshacía del pantalón y los gayumbos y observaba cómo los otros le miraban atónitos. Ante su pasividad les insistió consiguiendo que reaccionaran. Fue Miguel quien dio el primer paso seguro de lo que su tito Ramón se traía entre manos. Agarró a Pepín de la cintura y ambos se besaron acaloradamente. Sus caricias le llevaron a quitarle la ropa hasta que desnudos de pie en el centro del dormitorio comenzaron a dar rienda suelta a su lujuria. Sin parar de besarse Pepín llevó la mano al rabo de su sobrino para masajearlo y Miguel le imitó. Poco después sintió cómo el otro se separaba de sus labios y le recorría con la lengua el cuello, bajaba hasta los pezones y se arrodillaba dispuesto a comerle la polla. Gimió perdiendo la mirada por la habitación al percibir la lengua en la punta de su capullo y se dejó hacer sin atreverse a cruzar los ojos con los de Ramón, pero convencido de que les contemplaba sin estar seguro de sus motivaciones.

Cuando la mamada se tornó algo mecánica, Miguel agarró a su tío de la cabeza y comenzó contonear su cuerpo empujando la pelvis contra su boca. A pesar de la impúdica postura, sus movimientos no eran bruscos, sino pausados y suaves pero dejando claro de que él llevaba el control. El sometimiento no era ni por asomo similar al que había tenido él con Ramón, como si quisiera demostrarle que entre Pepín y él existía una versatilidad que convertía la situación en algo menos sexual. Por ello le agarró de los hombros para ayudarle a incorporarse, se besaron de nuevo y Miguel ocupó la posición de Pepín arrodillándose en el suelo. Jugueteó con los labios en el glande, ensalivó con la lengua el tronco y fue chupándola con dulzura antes de tragársela entera y succionarla a una velocidad bien distinta a la que había mantenido con Ramón. Ninguno le miraba, ni siquiera cuando Miguel se levantó del suelo, volvieron a besarse y Pepín le pidió susurrándole que le follara.

Se recostó sobre el escritorio exponiéndole su culo y Miguel se arrodilló para comérselo y humedecerlo con la lengua. Pepín emitió un mitigado jadeo al notar la lengua clavándose en su recto, intensificado segundos después cuando su sobrino introdujo un par de dedos. Ante la impasibilidad de Ramón, se incorporó dispuesto a taladrar el culo de su tío más joven. Acercó la punta ardiente y palpitante y se la clavó sin demora. Las embestidas empezaron siendo decididas y enérgicas, recordando los delicados movimientos que había experimentado con Benjamín y que en aquella posición con Pepín no eran posibles. Sin embargo, trató de contonearse con delicadeza para que los embistes no fueran en apariencia bruscos, empujando su pelvis controlando la fuerza y acallando los gemidos para convertirlos en tenues sollozos de placer.

Miguel se detuvo ante la idea de que Pepín se girara para sentarse en el escritorio, tenerle de frente y poder besarle mientras le penetraba. Su tío captó la idea y se aferró a su espalda como si no quisiera que se separasen o intensificara la excitación por el roce de sus cuerpos. Las embestidas se mantuvieron firmes pero delicadas sin la rudeza con que su sobrino le había follado antes. Sin quererlo, Pepín miró a su hermano y sus ojos se cruzaron por primera vez. Miguel notó que el rostro de su amante había cambiado y entonces se giró también para observar a Ramón. El mayor estaba cómodamente sentado con el pollón tieso que se masajeaba con suavidad, deleitándose en una paja estimulada por una escena mejor que cualquier película porno. Miguel tuvo el impulso de decirle algo o incluso acercarse, pero se contuvo con el dudoso objetivo de torturar a su tito Ramón. Sin embargo, y como siempre, Pepín no fue capaz de contenerse y habló:

—¿Hasta cuándo vas a seguir con esto? —preguntó a su hermano.

Ramón le sonrió con lascivia y satisfacción, se levantó y se colocó detrás de su sobrino, quien no había parado de follarle. Él también rió satisfecho cuando supo las intenciones de Ramón, pero la mueca de alegría se volvió severa al sentir que el pollón de su tito se le clavaba en el culo sin contemplaciones. Había sido un estoque violento y desprevenido, creyendo que tardaría algo más en metérsela o al menos le avisaría. Miguel sintió que se rompía por dentro cuando Ramón perforó su ojete y su gruesa polla le rellenó hasta las entrañas. Provocó que detuviera sus acometidas a Pepín, pero no que su rabo hubiera salido de su culo, así que cuando el suyo se amoldó al intruso, retomó los movimientos rindiéndose al placer más intenso que jamás se hubiera imaginado.

Imponía su ritmo con las embestidas a Pepín mientras se besaban apasionadamente y notaba cómo su polla le rozaba el vientre. Por su parte, Ramón le follaba con esa energía que tanto le ponía manteniendo su propia cadencia. En una orquesta el resultado hubiese sido un sonido descompasado, pero en aquella coyuntura la sintonía no podía ser más perfecta. Sólo echó de menos que ramón le hablara con grosería o que él le pidiese que le follara más fuerte o cosas por el estilo, pero su boca estaba ocupada con los labios de Pepín. Aun así, se las imaginó en su cabeza y se dejó llevar por lo que sí tenía, lo cual era lo bastante sugerente para acabar rindiéndose. Una de las veces que Ramón se recolocó porque al ser más alto que su sobrino tenía que flexionar las piernas luchando con mantener el equilibrio, Miguel sintió el aliento en su oreja más cercano que nunca. Tuvo la tentación de girar el cuello y besarle, pero supo que aquello sobrepasaría los límites auto impuestos. Sin embargo, Pepín aprovechó la cercanía del rostro de su hermano, y en un arrebato abandonó los labios de Miguel para juntarlos con los de Ramón.

Miguel pensó que su tito se apartaría, y aunque por su postura no podía verles nada más que de reojo, escuchó como los labios de sus tíos se rozaban junto a su oreja y aquello le puso a mil. Por ello se armó de valor, giró el cuello y quiso formar parte de aquella muestra de cariño extremo que los otros se profesaban. Pepín le miró y le correspondió fundiéndole en el beso, pero Ramón se apartó como si hubiera recibido un calambre cuando notó los labios de su sobrino al juntarse con los suyos. Habían sido apenas unas milésimas de segundo, pero suficientes para Miguel, quien creyó que no podría estar más cachondo y tuvo que detener sus embestidas en el culo de Pepín porque no tardaría en correrse. El tío más joven se hizo un hueco entre el cuerpo de su sobrino y el escritorio para escabullirse y arrodillarse de nuevo. Iba a hacerle una mamada pese a que el único objetivo de haberse separado era no descargar su leche tan rápido. Miguel se lo hizo saber y Pepín desoyó sus palabras. Ramón tomó el control ahora que sólo luchaba contra el cuerpo de su sobrino y avivó el ritmo de sus embestidas tal como a ambos les gustaba.

Le hubiera castigado por el beso dejándole a medias, pero su propia excitación pudo con él para no hacerlo. Entre gemidos y espasmos, poco después Miguel se corría dentro de la boca de Pepín, quien se tragaba el líquido con avidez dispuesto a no dejar una gota. Cuando vio que no quedaba nada que exprimir, se levantó y se besaron. Con el objetivo de no dejarle al margen Miguel le agarró de la polla para pajeársela, pero a Ramón le pareció insuficiente que su hermano se conformara con una triste paja. Se separó de su sobrino, le ordenó que se colocara en la cama a cuatro patas y le habló:

—Chúpasela.

Pepín se tumbó en la cama boca arriba dejando la polla a la altura de la boca de Miguel y Ramón recuperó su posición detrás de él. Ahora podía follarle más fuerte, a su antojo como muestra de sumisión, acrecentada por verle comiéndole la polla a su hermano como señal suprema de verle sometido. Ramón echó de menos que su hermano no fuera tan agresivo como él, fantaseando con que se levantara y le follara la boca con la misma rudeza con la que él le follaba el culo. Podría habérselo ordenado consciente de que Pepín obedecería, pero se trataba de que él también disfrutara y lo hiciese como más cómodo se sintiese, por lo que Ramón decretó que si Pepín prefería hacerlo de esa manera él no haría nada por cambiarla.

Pepín agudizó sus gemidos anunciando que su turno había llegado. Se sacó la polla de la boca de su sobrino con intención de correrse sobre su vientre tras un par de sacudidas. Sin embargo, no tuvo tiempo suficiente y acabó descargando sus chorros en la cara de Miguel empapándole las mejillas o la frente por la potencia con la que habían salido impulsados los chorros. Al verlo Ramón enfebreció, deteniendo su follada, girando a Miguel a toda velocidad para mirarle a la cara. Un calambre le recorrió el cuerpo al ver los restos de leche en su rostro. Una imagen tan demostrativa de su sometimiento que Ramón no quiso desaprovechar. Sin dejar de pajearse con una mano, fue llevando con los dedos de la otra el líquido aún espeso hacia los labios de Miguel. Él le miraba con esos ojos hambrientos que ya había visto antes y acató su orden imaginada de ir tragándose la leche de su tío Pepín, degustándola con más intensidad cuando los vigorosos dedos de Ramón se acercaban a sus labios.

No había acabado de tragársela toda cuando Ramón le llenó la cara de su propia leche. Ante la mirada de su hermano y de Miguel, disparó entre sollozos chorros de leche espesa que bañaron el rostro de Miguelito. Éste había comprendido sus intenciones, así que en vez de abrir la boca e ir engullendo aquel sugestivo pollón largo y gordo, cerró los labios y esperó que su tito descargase todo su contenido sobre su cara. Supo que había concluido cuando Ramón repitió los pasos de antes llevando con los dedos el sabroso líquido hasta su boca. Separó los labios, entresacó la lengua y la fue deglutiendo con una tranquilidad tortuosa. Por ello, y para repetir lo que había ocurrido en el cobertizo de la granja, Miguel agarró la polla morcillona de su tío sintiendo cómo su mano se llenaba con el trozo de carne aún ardiente y se la llevó a la cara para empujar los pocos restos que quedaban con ella.

Casi asombrado, Pepín no pudo evitar formar parte de aquello, por lo que se acercó a la boca de su sobrino y lamió el capullo de su hermano con el objetivo de arrebatarle la última gota. Miguel pensó en la insinuación que había hecho en el patio para incentivar a Ramón con la idea de tener dos bocas comiéndole la polla, así que imitó a Pepín y entre los dos le lamieron el glande hinchado provocando en Ramón un aullido desconocido para ambos, pues nunca se había mostrado tan expresivo.

—¡Buah, joder! —exclamó tensando los músculos y encogiendo la pelvis en un acto instintivo.

Puede que alentados por el alarido o por torturarle a modo de castigo, Pepín y Miguel continuaron lamiéndole la polla pasando del capullo hasta el tronco entremezclando sus salivas y los restos de semen con sus lenguas juguetonas lamiendo el pollón que amenazaba con desfallecer. Ramón se apartó finalmente porque no pudo más. Aquello era ya demasiado como para soportarlo; casi doloroso. Quizá antes de haberse corrido sí que hubiera apreciado lo placentero que era tener dos bocas comiéndole el rabo, pero justo después de correrse, por una mera cuestión fisiológica, no era capaz de aguantar. Y aunque los otros insistieron, sobre todo Miguel con esa intención oculta de martirizarle, Ramón acabó apartándose del todo, cogió su pantalón y se dispuso a bajar al patio. Pepín y su sobrino se miraron sonriéndose, se dieron un último beso y acompañaron al mayor.

Como si nada hubiera ocurrido, por fin pusieron la carne en la barbacoa y comieron relajadamente hasta que Miguel volvió a hacer uno de sus comentarios subidos de tono. Ramón le fulminó con la mirada, y por si no hubiera sido suficiente avisó lo acompañó de una frase que sonó a sentencia:

—Te lo voy a decir sólo una vez, Miguelín: se acabó el hablar de sexo, hacer insinuaciones y demás gilipolleces. ¿Queda claro?

Ni Pepín se esperaba la aspereza con la que su hermano habló, quedándose paralizado justo antes de darle un mordisco a un trozo de chorizo. Miró a su sobrino sin saber cómo iba a ser su reacción, y respiró aliviado al ver que asentía con la cabeza con una mezcla de miedo y sorpresa.

—Pues hala, disfrutemos de la sobremesa como una familia normal. Juguemos a las cartas, al parchís o lo que queráis, y hablemos de cosas banales como hace todo el mund