Miguel, sus tíos y otros
Tras haber follado con sus dos tíos, Miguel descubre que en ese pueblo manchego hay muchas más posibilidades. Sin embargo, se da cuenta de que le resulta difícil quitarse de la cabeza el pollón del tito Ramón.
Miguel se acercaba hacia la casa a paso rápido por mera curiosidad, pues no acababa de descifrar al propietario de la furgoneta que había visto en la distancia, ya que tanto Benjamín como Frasquito conducían una. Al llegar a la valla que daba comienzo al huerto pudo confirmar que se trataba de la del joven granjero. Pensó en que las compras que Ramón había mencionado podrían ser para Pepín. Caminó aún más rápido porque de repente se le ocurrió provocar un acercamiento con Frasquito que podría darle algún tipo de información. Quizá incluso podría invitarle a tomar unas cañas una tarde. Abrió la puerta metálica del patio y no vio a nadie. Entró a la cocina y no había rastro de ninguno de los dos. En un impulso fue a decir hola en voz alta, pero algo dentro de él le hizo retraerse porque de repente creyó haber llegado a una conclusión. « Es él », pensó. « Frasquito es el amante misterioso del tito Pepín ». Fue hacia las escaleras sigilosamente y cuando iba a comenzar a ascenderlas los dos hombres aparecieron desde arriba.
—Uy Miguelín, no te he escuchado llegar —dijo su tío con nerviosismo.
—Pues he gritado al no verte ni en el patio ni en la cocina —mintió—. ¿Qué hacéis? —preguntó con tono neutro.
—Frasquito estaba arreglando la cisterna de mi baño —repuso con decisión—. Ya se iba, que no me gusta que deje a Ramón mucho tiempo solo.
El chaval bajó las escaleras y pasó junto a Miguel saludándole con un simple movimiento de cabeza. Veloz se fue hacia la cocina y poco después se escuchó la puerta metálica del patio cerrarse.
—¿Cómo que has vuelto tan pronto?
—Pues es que no había mucho que hacer allí. Frasquito debe ser un tipo muy eficiente.
—Sí, sí que lo es. Estamos muy contentos con él.
—Tito, ¿quieres tomarte una cerveza conmigo?
Pepín miró al reloj como si tuviera que pedirle a él permiso.
—Es un poco pronto, pero bueno. Mientras voy pelando los tomates para el pisto.
Llegaron a la cocina y Miguel le pidió que se sentara a su lado. Le dio un poco de vergüenza hablar de algo tan personal con su tío, pero no estaba dispuesto a quedarse con las ganas una vez más.
—Tito, ¿estás liado con Frasquito? —preguntó decidido.
—Uy qué cosas tienes, Miguelín.
—A mí me lo puedes contar, ya lo sabes.
—No hay nada que contar. Frasquito estaba arreglando el grifo.
—Tito, antes has dicho que era la cisterna.
Con ese error Pepín se desveló. Trató de corregirse y fingir, pero sabía que no iba a convencer a su sobrino. Exhaló un profundo suspiró y le habló:
—Pues sí, Miguelín. Frasquito y yo tenemos una relación, pero ni una palabra a Ramón.
—¿Por qué? ¿Acaso crees que no lo aprobaría?
—No, no es eso. Pero prefiero que no se entere.
—No lo entiendo, la verdad. Pudiendo estar tranquilamente los dos y no sólo así de manera furtiva cuando encuentra un rato para escaparse.
—Aquí las cosas no son tan fáciles como en la ciudad. Pero bueno, Frasquito y yo estamos bien así.
Pepín agachó la cabeza para esconder su gesto serio con algo de tristeza. Miguel creía que mentía y que algo más tendría que haber además de escudarse en la escusa del pueblo.
—Pues fíjate que pensaba que él y el tío estaban liados, fíjate.
—¿Ramón y Frasquito? —preguntó con extrañeza—. ¿Qué te hace pensar eso?
—Nada, no sé. Como he visto al tío tan feliz…
Pepín se quedó pensativo un instante como dándole importancia a esas palabras o tratando de dilucidar si eran o no ciertas. Miguel notó su zozobra y no quiso seguir con el tema porque Pepín era tan bueno que no se merecía sufrir. Si lo analizaba en profundidad, Frasquito y él hacían mejor pareja que Ramón y el granjero, porque además le había enviado fuera de la finca nada más llegar él. Entonces tuvo una sensación rara que no pudo reprimir.
—Tito, si estás con él, ¿por qué te acostaste ayer conmigo?
—Vas a pensar que soy un promiscuo o algo así, pero lo cierto es que habíamos roto. Ayer acepté lo del picnic porque me apetecía verle y estar con él un rato, aunque fuera contigo y con Ramón. Pensé que lo había superado, pero la verdad es que al verle me seguía revolviendo por dentro y… —Se detuvo un instante para coger aire—. Y me excitó verle y rememorar nuestros momentos, así que cuando tú y yo llegamos aquí… No pienses que te utilicé, Miguelín, que sabes que yo te aprecio mucho. Y tampoco creas que fue por el calentón con el que venía de vuelta.
—Joder, tito, pero es que aunque lo niegues sí que fue así.
—Ay, no te enfades conmigo, que bastante mal lo he pasado esta noche y ahora que ha vuelto para que hablásemos. ¿Eso ha sido infidelidad, no? Madre mía, Miguelín, lo siento. Lo siento de veras.
—A ver, tío, que por mí no te preocupes. Yo soy de los que les gusta hablar las cosas y decirlas con sinceridad, así que si volviste cachondo perdido porque le viste y me tuviste a mí ahí a mano para desfogar…
—Ya, pero dicho así suena tan feo…
—Da igual como suene. Lo importante es que lo hayáis arreglado
—Bueno, nos hemos acostado antes de que llegaras, pero no estoy seguro de que lo nuestro vaya a continuar…
—¿Y eso?
—No sé, Miguelín. No lo sé.
Miguel no quiso saber más guardando silencio mientras veía cómo su tío retomaba las hortalizas para preparar el pisto. Se alegró en parte por él y por haber resuelto uno de los misterios, aunque aún quedaba por averiguar la razón de la euforia y felicidad de Ramón y el interés de Benjamín en los hombres. Esto último le llevó a pensar en los atractivos camareros y a fantasear sobre la idea de un trío que Benja había insinuado. De hecho, si él se unía la fiesta se convertiría en una orgía en toda regla. La orgía nunca la había experimentado, pero en una ocasión sí que hizo un trío con Jaime porque a éste se le ocurrió que aquello revitalizaría la vida sexual de la pareja rompiendo con la monotonía. El tío que escogieron no fue nada especial y el trío quedó en una anécdota carente de un mayor significado.
La jornada transcurrió sin sobresaltos. Ramón llegó para comer, se echó una siesta y después volvió a la granja otro rato. Pepín había comenzado a leer uno de los libros que le había regalado, así que Miguel se aburrió. Unas horas antes había llegado a la conclusión de que su estancia en el pueblo iba a ser de lo más amena, pero de repente todo se había vuelto tedioso. Lo corroboró cuando escribió a Benjamín proponiéndole unas cañas y éste le rechazó excusándose en motivos familiares. La tarde iba a ser larga, así que Miguel optó por salir a darse una vuelta. Lo iba a hacer caminando, pero se le ocurrió ir a tomarse un café al bar de los dos camareros cachas. Se sentó en la barra y esperó a que le sirvieran. El rumano le saludó como si le reconociese del día anterior, pero no fue demasiado simpático. El de la barba de hipster le saludó al salir de la cocina, pero tampoco se detuvo demasiado. Miguel pagó el café y se disponía a irse cuando el segundo camarero le dio conversación.
—No eres de aquí, ¿no?
—No, he venido a pasar unos días a casa de mis tíos.
—Oh, vaya. ¿Y quiénes son?
—Se llaman Pepín y Ramón. Viven detrás de la avenida, cerca del camino de las granjas.
—Ah, sí. Les conozco, aunque al pequeño sólo de vista de aquí del pueblo de toda la vida, pero no sale mucho, ¿verdad?
—No que yo sepa.
—Muy bien, pues que disfrutes de tu estancia.
Miguel pensó que aquel lugareño era más un chismoso de pueblo que quería saber de todo en cuanto veía una cara nueva que un tipo simpático que diese conversación a los clientes del bar. Le dio las gracias y se marchó. El rumano de cabello claro y ojos verdes ni se dignó a mirarle cuando se despidió. Volver a casa de sus tíos no era algo que le apeteciese, pero poco más podría hacer en ese pueblo donde no conocía a nadie más. Sentado en el coche en el aparcamiento del bar optó por buscar un plan en Grindr, la aplicación que Jaime y él habían utilizado para buscar un tercero. No era su favorita porque los tíos solían ir demasiado a saco, y además la mayoría no ponía foto de cara en su perfil. Él sí porque no tenía nada que ocultar y prefería que la gente le viese y no perder el tiempo con los que no se sintieran atraídos por él. Para su sorpresa, el perfil más cercano pertenecía a una pareja de tíos que sólo mostraba los torsos, pero en uno de ellos se intuía la barba. La distancia de unos escasos metros no dejaba lugar a dudas de que ese perfil pertenecía a los dos camareros. De repente sintió un cosquilleo en su polla y no supo qué hacer. Si hubiese tenido un carácter más descarado hubiera vuelto al bar con el móvil en la mano para enseñarles que les había descubierto y estaba dispuesto a cumplir sus deseos de un trío con un versátil. A él no le gustaban las etiquetas, pero de elegir una esa sería la que mejor encajara. Se había dejado follar por su tío Ramón y él se había follado a su tío Pepín, así que sí, encajaba en tal descripción. Mandó un saludo y esperó respuesta. Pocos segundos después la luz verde del perfil se encendía mostrando que cualquiera de esos dos estaba en línea y no tardaría en leerle.
«¿Eres el que acaba de entrar al bar?», leyó. Contestó afirmativamente, pero el otro no respondió. Dejó pasar unos minutos y cuando ya iba conduciendo de vuelta a casa el característico tono de aviso de la aplicación le hizo detenerse. Uno de los camareros le preguntaba qué buscaba, respondió y esperó de nuevo. «¿Te va trío? Nosotros jugamos siempre juntos». Miguel replicó con un simple «sí» y aguardó la contestación. No se demoró demasiado: «Sobre las nueve estaremos en casa, así que si quieres esta misma noche nos vemos». Les pidió la ubicación y se alegró. Pensó en decírselo a Benjamín, pero se contuvo. En casa merendó algo con un par de vasos de vino que le ayudaran a lidiar con los nervios, se dio una ducha y se vistió con una de esas sugerentes camisetas sin tirantes y un pantalón corto. Avisó a sus tíos que salía un rato y condujo hacia la dirección que le habían dado. El navegador indicaba que estaba a un par de kilómetros. Se detuvo frente a la fachada de una casa baja más moderna que la de sus tíos por el color amarillento de sus paredes y una valla de forja de formas actuales. Detrás de ella se veía un pequeño patio que rodeaba la vivienda. Llamó al timbre y el de la barba le recibió. Se estrecharon la mano y se presentó como Lolo. Le invitó a pasar al salón y esperó que el rumano llegara, pero Lolo se adelantó a sus pensamientos.
—Andrei se ha ido al gimnasio, pero no tardará. ¿Quieres tomar algo?
Miguel aceptó una cerveza y vio al anfitrión alejarse sin poder evitar fijarse en su cuerpo. La ajustada camiseta dejaba intuir una espalda fornida y los pantalones negros de deporte ensalzaban un culo respingón con nalgas bien duritas y redondeadas. Miguel intentó aplacarse para no excitarse demasiado. El hombre volvió con un par de cervezas y se sentó frente a él. Le gustó su barba que le daba un aspecto salvaje, su poderosa nariz y los labios rodeados de pelo. Rememoró al rumano y sus rasgos masculinos con facciones muy marcadas ensalzadas por el claro tono de su piel. No supo cuál de los dos le parecía más atractivo.
Lolo habló de sus tíos, preguntó sobre lo típico para romper el hielo y traspasó la barrera de una conversación banal hacia otra menos pudorosa.
—¿Y qué te va? —inquirió de repente.
—La verdad es que me atrae la idea de comerme dos rabos a la vez, pero por lo demás soy bastante versátil.
—¿Es tu primer trío?
—Hice uno con mi novio hace unos meses.
—¿Y qué tal?
—No fue nada del otro mundo, la verdad.
—¿Y eso?
—No me agradó compartirle con un desconocido, lo cual es justo lo que vosotros estáis haciendo, ¿no?
El anfitrión no esperaba una respuesta tan sincera y trató de justificarse, pero Miguel seguía sin entenderlo. En el fondo le daba igual porque él no formaba parte de esa pareja, por lo que el deseo de abrir la relación se la soplaba.
—¿Y cómo andas de rabo? —volvió a interesarse Lolo.
—Normal, ¿y vosotros?
—Normalitas también, pero muy juguetonas —sonrió—. Los dos somos muy versátiles, pero la verdad es que a mí me encanta ver cómo se follan a Andrei. Me pone muy borro verle sometido por otro tío.
—¿Tú no?
—No tanto. Además, aunque no sé si le apetecerá hoy, a veces lo intentamos metiéndole dos pollas.
—¡Joder! —exclamó Miguel sin recaer en que quizá el pollón de su tío no distaba mucho del grosor de dos rabos del montón.
—Sí, no veas qué culo se gasta. Cómo traga. Tenemos un pene de látex de esos gordos que le entra fácilmente. Y es muy insaciable, con mucho aguante.
El sonido de la puerta de entrada detuvo su charla. Andrei saludó sin esa seguridad que había mostrado en el bar. Quizá en el fondo no se sentía tan cómodo como su novio quería hacer ver y sólo lo hacía para complacerle al igual que Miguel con Jaime. Dejó la bolsa del gimnasio en el suelo y se acercó a tenderle la mano al invitado. Lolo les presentó y le animó a ir a la ducha. Mientras se quitaba los restos de sudor propios del deporte intenso, Lolo y Miguel se dirigieron al dormitorio. Justo en ese momento Miguel no tuvo la misma confianza en sí mismo que cuando se había planteado la idea del trío, pero era demasiado tarde para echarse atrás. Tampoco es que lo quisiera, sino que tuvo la sensación por un instante de no saber qué hacer. Si hubiera sido un solo desconocido habrían comenzado a sobarse o besarse, pero Andrei no estaba y no sabía si iban a esperarle. Lolo se le adelantó invitándole a ponerse cómodo, lo cual significaba desnudarse básicamente. Le sonrió y con un gesto le hizo calmarse hasta que finalmente el otro salió de la ducha como Dios le trajo al mundo.
—El chaval me ha dicho que quiere comerse nuestros rabos a la vez —informó Lolo a su novio haciendo sentir a Miguel algo de rubor.
Fue momentáneo porque el rumano no dijo nada. Se acercó hacia la cama, tendió la mano a Lolo para que se levantara y se colocaron el uno frente al otro. La postura estaba totalmente clara, por lo que Miguel sólo tuvo que agacharse para arrodillarse entre ambos. Ya había tenido tiempo suficiente para fijarse en sus fibrados torsos, así que ahora las dos pollas eran las protagonistas. Colgaban laxas de esos cuerpos envidiables y comenzó a sobarlas para activarlas. Agradeció que la de Andrei no estuviera circuncidada, pues todas las que había catado parecían pertenecer a judíos que hubieran pasado por el Brit Milá a una edad temprana. Según él, el pellejo sobrante podría dar mucho juego, así que centró en un principio en la polla de Andrei que además era tersa y suave careciendo de venas prominentes e hinchadas como la de su tío. Se regodeó entonces lamiéndole el capullo jugueteando con la lengua y esa piel sobrante que tanto le apetecía probar. La de Lolo ya la había sujetado con la mano para no dejarle al margen, aunque los novios se besaban pasionalmente por encima de él.
Cuando consiguió endurecer el rabo del rumano echando de adelante atrás el pellejo a su antojo, se ocupó de la de Lolo, a su juicio más normalita pero igual de apetecible. Estaba ya morcillona por el roce y el estímulo del morreo, por lo que en cuestión de segundos ya tenía dos pollas duras y tiesas delante de su cara. Fue intercalándolas para chuparlas ya con más decisión, dinámico en sus movimientos con los que se llevaba una a la boca para luego cambiarla por la segunda. Así hasta que decidió probar a meterse las dos a la vez. Las agarró firmemente con la mano y consiguió tenerlas en sus labios. Los anfitriones le ayudaron penetrándole la boca todo lo que ésta daba de sí y por fin Miguel cumplió su fantasía. La lengua era su única herramienta para saborearlas dentro de él, y de ella se ayudó para infligirles placer todo lo que su respiración daba de sí.
Se deshizo de ellas y Andrei optó por volverse algo más brusco. Se agarró la polla desde la base y se la metió en la boca con decisión y vaivenes enérgicos que convertían la mamada en una follada de boca. Lolo no estaba dispuesto a quedarse atrás, y aprovechando una de las veces que Andrei se había apartado, se la clavó para dejársela dentro mientras empujaba su pelvis y su novio agarraba a Miguel de la cabeza. En su mente creyó que aquella sería la prueba definitiva de entrega a dos tíos que, si quisieran, podrían hacer con él cuanto se les antojara. Pero tal como Lolo le había avisado, sus intenciones iban más allá de una mamada, y ahora que habían cumplido con las fantasías del chaval, tocaba dar rienda suelta a las suyas.
Lolo se apartó y empujó a su novio hacia la cama quedando éste a cuatro patas. Se inclinó y comenzó a comerle el culo con el objetivo de ir dilatándolo. Andrei gimió con mayor intensidad al sentir la lengua húmeda y juguetona sondeándole el ano sintiendo cómo la saliva se deslizaba por su perineo. Aunque Miguel sabía que sólo le estaba preparando para que él le follase, con la doble intención de no quedarse al margen y activar su polla, se colocó sobre la cama delante de Andrei con la incertidumbre de si éste se la chuparía. Respiró aliviado al ver que no vaciló en tragarse su rabo y jadeó por primera vez. Poco después Lolo avisó que estaba preparado.
—Vamos, tío, fóllatele.
Miguel obedeció, saltó de la cama y se colocó detrás del rumano. No tardó en clavársela con decisión porque ya le habían avisado de que su culo se la tragaría sin problemas. Los dos gimieron cuando comenzó a penetrarle intensificando los jadeos al emprender sus embestidas firmes y constantes. Lolo les miraba con satisfacción y una mueca de suma lascivia mientras él se pajeaba para que su erección no decayera. Se puso de pie en la cama para que su novio le chupara la polla con una perspectiva perfecta para ver cómo un desconocido le taladraba el ojete. Le cambió por Miguel acercándose a su boca para que, sin detenerse en sus acometidas, volviera a disfrutar mamando a la vez. La promesa de follarle los dos no tardó en llegar.
Lolo se tumbó boca arriba, hizo una señal a Andrei y éste se separó de Miguel para ponerse encima de su novio. Ayudándose de una mano se clavó su polla y cuando la tuvo dentro animaron al otro a que le penetrara también. Miguel se arrimó y dirigiendo su rabo con la mano trató de hacerse un hueco en el dilatado culo del rumano, quien lanzó un intenso alarido cuando Miguel consiguió meterla. Le excitó sentir no sólo que entraba, sino que se deslizaba junto al ardiente rabo del otro proporcionándole un placer de lo más intenso. Lolo comenzó a levantar la pelvis para que su polla se moviera como en una follada normal al tiempo que Miguel se limitaba a preocuparse de que la suya no saliese expulsada. Cuando veía que Lolo se detenía, él era quien retomaba las embestidas que, aunque no podían ser demasiado salvajes, desencadenaban unos gemidos profundos que evidenciaban lo placentero de aquella follada.
Con todo, a Miguel le pareció que aquello estaba bien para probarlo un poco, pero había cosas según su criterio mucho más excitantes como que le follaran a él mientras se la chupaba al otro o incluso que intentaran metérsela los dos a la vez. Su dolorido culo no lo resistiría con tan poco tiempo desde que el pollón de Ramón lo había taladrado, pero quizá en otras circunstancias no le resultaba inviable. No obstante, no fue él quien llevó la iniciativa, pues el propio Andrei había determinado que ya había tenido suficiente. Eso no significó que no quisiese que le siguieran clavándole una polla, porque ocupó la posición de Lolo tumbándose boca arriba, levantó las piernas y con un gesto pidió a Miguel que volviera a follarle. El joven le complació, y aunque tampoco era su postura favorita, sí que permitía que mientras se follaba al rumano los otros practicaran un sesenta y nueve, pues Lolo se había tumbado encima de él ofreciéndole la polla inclinándose para tener acceso a la de su novio. Para él sí que debía ser de lo más deleitoso tener el culo y la boca llenos de polla mientras además se la chupaban, manteniendo estimulados todos sus puntos clave.
A veces Lolo se incorporaba un poco y besaba a Miguel sin dejar que Andrei se la mamase. Otras, se levantaba para que fuera el invitado quien se llevara un rabo a la boca, y por último tuvo otro capricho que quiso satisfacer.
—¿Hacemos el trenecito? —preguntó con descaro.
Lolo retomó su posición tumbado en la cama y animó a Miguel a colocarse a horcajadas sobre él. Se clavó su polla de espaldas al hipster y se dejó caer un poco sujetándose con los brazos al tiempo que el barbudo le agarraba de la cintura. Después Andrei le imitó para situarse delante y ser follado de nuevo. Aquello sí que fue sugerente, sintiendo cómo le petaban el culo al tiempo que su polla se estimulaba follándose el del otro. Su capacidad de movimiento quedaba limitada, por lo que era Lolo, desde abajo, el que imponía el ritmo de sus embestidas mientras que Andrei cabalgaba también a su propio compás. Miguel gemía sin pudor incitado por los vaivenes de uno y las acometidas de otro, pero de nuevo pensaba que otras posturas eran más adecuadas para aquello. Lo hizo saber achacándolo a que le fallaban las fuerzas de los brazos y lanzó su propuesta. Así, Andrei se arrodilló otra vez en la cama, Miguel se puso de pie en el suelo, levantó una pierna que dejó sobre el colchón y retomó sus embestidas. Facilitaba que Lolo se pusiese detrás y le embistiera aún con más brusquedad. Pareció leerle el pensamiento y, tras el nuevo acople, avivó el ritmo y Miguel creyó que no podría sentir un placer más intenso. Tanto que de no haberse centrado en aplacar sus pensamientos, se habría corrido sin miramientos en aquella tesitura tan apasionante.
Sin embargo, el ritmo impuesto por Lolo no parecía tener tanta repercusión en el rumano, así que fue éste quien hizo la siguiente sugerencia. Sólo tuvo que dejarse caer sobre la cama para quedarse completamente tumbado boca abajo. Miguel le penetró echando de menos que su apetecible polla sin circuncidar quedase aplastada ente su cuerpo y el colchón. Una vez tumbado encima del rumano Lolo se la clavó de nuevo. Así Miguel tenía el poder para imponer el ritmo, taladrando a su antojo al rumano y provocando con sus movimientos que la polla de Lolo entrara y saliera de él con viveza. Se imaginó por un instante que a quien follaba era Pepín y el que le embestía a él era su tío Ramón con esa enorme y gorda polla que tanto le fascinaba. Puede que por la evocación a sus tíos o por el simple placer que le estaban dando los dos camareros, Miguel anunció que iba a correrse, pero de nuevo Lolo se le adelantó y descargó su leche en la espalda del joven mientras se convulsionaba y jadeaba con un sonido desgarrador. El mismo que haría Miguel al apartarse de Andrei y lanzar sus trallazos de líquido blanquecino en las nalgas prietas del rumano que se había quedado al margen sin atención ni estimulación a su polla.
Pero su novio no estaba dispuesto a consentirlo, así que le giró, Andrei quedó a ahora boca arriba y Lolo comenzó a chupársela. Miguel le acompañó y entre los dos le hicieron una mamada que le hizo gemir y retorcerse notando cómo ambas lenguas luchaban por hacerse un hueco en el capullo, o una le lamía el tronco mientras que el otro se tragaba la punta. Cuando los labios de Lolo y Miguel se encontraban se besaban e intercambiaban la saliva que luego se deslizaba por la delicada polla de Andrei, cuya piel se movía de arriba abajo con un hipnótico movimiento que a Miguel le fascinó. Cuando el rumano avisó que se corría, Miguel se apartó y vio cómo Lolo abría la boca para que el semen se la llenara, y en un arrebato de excitación extrema, Miguel se le acercó y probó el manjar rumano desde los labios y la barba del camarero cachas. Cuando Andrei descargó la última gota, su novio le dio un par de palmaditas de satisfacción, se acercó a besarle y luego besó a Miguel. Andrei no lo hizo, y aunque le pareciera de lo más atractivo, no le importó porque el momento del polvo había concluido.
Miguel se marchó satisfecho y complacido, pero en su opinión no había sido tan especial como se hubiese imaginado. Había resultado placentero y excitante, pero en su cabeza se había grabado la follada de su tío Ramón por encima de cualquier cosa, teniendo incluso la sensación de que nadie podría hacérsela olvidar en mucho tiempo. No era sólo por su enorme pollón largo y gordo, sino por su rudeza y ese halo de impudicia que envolvió su encuentro alentándole a decir guarradas y pedirle obscenidades como jamás se había atrevido a hacer. Un placer supremo que difícilmente hallaría con otros hombres, aunque todo era cuestión de proponérselo. Mientras tanto, recurriría a su tito Ramón sin estar seguro de cuál debía ser la frecuencia adecuada, pues al día siguiente se despertó pensando en él y la idoneidad de hacerle una visita, lo cual por otro lado ayudaría a que Frasquito y Pepín disfrutaran a su vez de un momento de intimidad si acaso lo quisieran.
Decidió intentarlo, pues la negativa por parte de su tío no le dañaría el orgullo más que haberle tenido sometido el día anterior, por lo que tras desayunar y estar un rato con Pepín ayudándole en el huerto se marchó hacia la granja. Frasquito le saludó sin demasiado interés, así que la idea de que fueran amigos se desvanecía. Le preguntó por su tío y el joven le indicó con la mano en dirección a uno de los corrales. Ramón le recibió sin expresar nada en particular y Miguel dudó qué pasaría esa mañana. Le preguntó si podía ayudar en algo y acabó recortándoles el pelo a los perros que custodiaban la finca y ordeñando a un par de vacas por mucho que él deseara sacar otro tipo de leche y no de una ubre precisamente…
Transcurrieron un par de horas, y aunque a Miguel le encantaba estar rodeado de animales su mente no podía pensar en otra cosa. Le extrañaba y le preocupaba a partes iguales sin entender el porqué de la excitación permanente si en unas pocas horas había echado tres polvos. Quizá fuese su solitario mes o la falta de cariño en cualquiera de sus vertientes, pero lo cierto era que Ramón ejercía una fuerza inexplicable sobre él.
—Frasquito, puedes irte ya a comer si quieres —gritó Ramón con esa voz ronca—. Miguelito ha ordeñado ya las vacas. De hecho, creo que te puedes tomar el resto del día libre, que lo que queda ya lo hacemos mi sobrino y yo, que así se distrae.
Miguel le miró sonriente y complacido. El joven granjero se encogió de hombros. Después se puso una camiseta y se dispuso a marcharse.
—Frasquito —dijo Miguel interceptándole de camino al coche—, ¿te importa parar un momento en casa para decirle a mi tío Pepín que me quedo aquí a almorzar?
Aunque la intención de avisarle era real porque Miguel sabía que si no aparecía su tío se extrañaría, lo hizo también para que el chaval pudiera pasar un rato a solas con su amante sin el temor de que alguien pudiera interrumpirles tal como había hecho el propio Miguel el día anterior. De nuevo Frasquito se limitó a asentir con la cabeza sin demostrar ninguna emoción. Era un tío de lo más inexpresivo y parco en palabras. Cualquier otro se hubiera esforzado en disimular algo de alegría por saber que podría disfrutar de un tiempo con la persona con la que supuestamente le agradaba estar, pero ese no era el caso del joven pueblerino. Una vez se marchó, Ramón se acercó a su sobrino.
—¿Te vas a quedar a almorzar? —preguntó extrañado.
—No sé, ¿hasta qué hora vas a estar tú?
—Hay partido a las cuatro, así que no me gustaría llegar más tarde de esa hora.
Efectivamente, su tío antepondría el fútbol a él, pero para las cuatro aún quedaba un buen rato.
—Entonces no hay tiempo que perder —dijo Miguel con picardía.
Dio un par de pasos para arrimarse a Ramón y colocar su mano sobre su entrepierna. El tito le devolvió el gesto con una sonrisa de satisfacción, se giró y comenzó a andar hacia el cobertizo. Allí se desnudaron sin decirse nada, pues las palabras sobraban y las que Miguel deseaba escuchar aún se harían esperar un rato.
—¿Cómo quieres ponerte hoy, Miguelito?
—Tito, quiero que me folles la boca antes de romperme el culo.
Los dos se miraron asombrados. Miguel por no acabarse de creer que hubiera sido capaz de hablar con ese descaro, mientras que a Ramón le extrañó el repentino tono obsceno de su sobrino, así como lo claras que tenía las cosas. Estaba dispuesto a complacerle y le indicó:
—Pues venga, arrodíllate y chupa.
Dicho y hecho. Con su tío de pie en mitad del cuarto, Miguel se dejó caer sobre el suelo y se relamió ante la estimuladora estampa. El rabo de Ramón colgaba flácido entre sus piernas con los huevos suspendidos en el aire marcándose entre el vello sobre la fina capa de piel de esa zona tan ardiente de su cuerpo. Con calma, Miguel llevó los labios hasta la punta de la polla, la rozó con ellos y abrió la boca. Sacó la lengua y comenzó a lamer con movimientos suaves y pausados con intención de activarla poco a poco. Sólo con la ayuda de los labios y la lengua se la fue metiendo en la boca mientras con las manos acariciaba los cojones de su tío. La atrapó en sus tragaderas y la fue succionando percibiendo cómo se endurecía dentro de él. Al hacerlo sí que requirió la ayuda de la mano, por lo que agarró del tronco para centrarse en una mamada más tradicional hasta que consideró que se había endurecido lo suficiente para cumplir su deseo.
Se lo hizo saber a su tío empujándole el trasero, lo cual Ramón supo interpretar comenzando así a impulsar su pelvis sobre la boca de Miguel. Su pollón entraba hasta rozarle la garganta con movimientos rápidos y enérgicos que le dejaban sin aliento a cada embestida. Los huevos se balanceaban hipnóticos hasta rozarle en la barbilla con cada vaivén. Y para culminar esa follada de boca Ramón le agarró de la cabeza para empujarle contra sí al tiempo que él mismo impelía sobre la boca de su sobrino hasta notar sus ojos brillantes implorando un segundo de respiró. La sacó unos instantes y Miguel suspiró briosamente tragando saliva hasta recuperar el aliento. Levantó la mirada y observó los ojos lascivos de su tío y esa sonrisa casi malévola de satisfacción.
—Un poco más, tito. Sigue follándome la boca.
Ramón le complació repitiendo los movimientos anteriores gimiendo al ritmo de sus embestidas contra la boca estremeciéndose cuando la dejaba dentro y le empujaba la nuca para no tener escapatoria y se regodeara con el caliente trozo de carne rellenándole la boca hasta impedirle respirar. Se separó de nuevo, y antes de que Miguel hablara le dio un par de embistes enérgicos y decididos contoneando su pelvis mientras le observaba libertino enrojeciendo y con las mejillas abultadas por lo que contenían en su interior.
—¡Buah! —exclamó Miguel al desprenderse del pollón mientras se pasaba el revés de la mano para limpiarse los restos de saliva de la comisura de sus labios.
—Ya sabes lo que toca ahora.
Miguel no vaciló y se dejó caer sobre el colchón para colocarse en él a cuatro patas. Ramón se situó detrás de rodillas y le embistió sin dilación haciéndole estremecer y expulsar un sonoro y grave alarido. Por mucho que quisiese gracias a su excitación perpetua, su trasero se había resentido. La molestia inicial cedió al placer con las firmes acometidas de su tío exaltándole cuando colocó sus manos en la cintura de Jaime y éste quiso comenzar a decir guarradas.
—Oh, joder tito, dame fuerte. Fóllame así, buaaaahhh.
—Vaya vicioso estás hecho sobrino, mira que te gusta que te folle ese culito que tienes.
Embriagados por sus palabras y el placer propio de la follada, ambos se contoneaban y aunaban sus jadeos para romper el silencio del cobertizo al que a veces llegaban los sonidos de algunos animales. Que los perros no ladrasen les servía para no preocuparse de recibir visitas inesperadas. Sin moverse porque Miguel había decidido el día anterior que aquella era la postura más adecuada para intensificar el placer de las embestidas, continuaron dejándose llevar por el aguante del maduro granjero que perdía la mirada entre las viejas paredes o frente a los ojos de su sobrino cuando éste se giraba para mirarle e implorarle que no parase. Sin embargo, su lujuriosa mente ideaba planes en silencio que acrecentaran el goce o les hiciera variar hacia algo aún más salvaje. Fue entonces cuando se le ocurrió que le apetecía más que cualquier otra cosa tragarse la leche de su tío.
—Avísame cuando vayas a correrte, tito.
Comentó a sabiendas de que a Ramón le calentaba que se dirigiese a él con ese apelativo que denotaba inocencia de tiempos pasados y una castidad que Miguel había perdido en esas últimas horas.
—Todavía doy más de sí —anunció sin detener el ritmo de sus embistes.
Ramón creyó saber el motivo por el cual su sobrino había hecho ese aviso y en silencio decretó que iba a complacerle. Por ello, tras un largo rato en el que intercalaba los movimientos más vivaces con otros más pausados para no poner en jaque a su delicado corazón, se sacó la polla y anunció que estaba a punto. Se puso en pie y Miguel se colocó de rodillas frente a él sin quitarle ojo viendo cómo su tío se la estrujaba al tiempo que le miraba y percibía el ansia en sus ojos acentuada por la boca entreabierta esperando ser llenada de nuevo. Ramón emitió un gemido que anunciaba que el momento había llegado. Miguel se acercó un poco más y notó por fin cómo la espesa leche iba a parar a su rostro moviendo la cabeza para que algún trallazo entrase por su boca como quien bebe de un botijo sin tener demasiada experiencia. Codicioso fue atrapando el espeso y caliente líquido para tragárselo poco después percibiendo un sabor amargo y delicioso en su garganta mientras su tío iba lanzando las últimas gotas. Miguel se las fue llevando con el dedo hacia la boca, y al verlo Ramón sintió un escalofrío como pocas veces antes lo había hecho. Así, empujó con su propio rabo los restos de leche desde las mejillas hasta acercárselas a los labios. Miguel sacaba entonces la lengua para recogerlos desapareciendo dentro de su boca poco después.
Con un encomiable aguante, Ramón permitió que su sobrino volviese a chuparle el capullo hasta extraer el último resquicio de la corrida para después tragarse el rabo entero como el culmen del éxtasis que se tornaba ya tortuoso porque su polla no aguantaba más. Miguel se relamió y buscó a su tío con la mirada en busca de aceptación.
—Estás hecho todo un tragoncete, Miguelito, pero no veas cómo me pone.
—Y a mí, tito.
Ramón se limitó a sonreírle y fue en busca de su ropa. Sin decir nada salió del cobertizo, pero Miguel no se movió. Su polla estaba tan excitada que necesitaba descargar aunque fuese a solas. Pensar en lo que acababa de hacer era estímulo suficiente. Se recostó sobre el colchón y comenzó a hacerse una paja mientras recordaba el pollón de su tío y se relamía para recuperar el sabor de su corrida. Cerró los ojos y se dejó llevar hasta que sintió que estaba a punto de correrse sobre su vientre. Un ruido le hizo abrir los párpados y entonces se percató de que su tío había vuelto y le observaba fijamente. Lejos de sentir vergüenza, a Miguel le terminó de excitar aquella estampa con esa mirada tan penetrante y viciosa como debía de ser también la suya. Ramón no se movió y Miguel acabó por descargar su leche sobre el vientre entre espasmos y alaridos hasta que después de hacerlo sí que sintió un repentino pudor y algo de vergüenza, pues no entendía por qué había comenzado a comportarse de aquella manera, ruborizándose con el bajón propio de después de haberse corrido. Su tío pareció entenderle, así que se marchó y le dejó solo. Miguel se incorporó, recogió también su ropa y se fue hacia la alberca para que el agua limpiara los restos del placer que acababa de experimentar.
—Date prisa con el baño o almuerzo sin ti —dijo Ramón cuando Miguel pasó a su lado desnudo.
Asintió, se remojó un poco y se reunió con su tío. Le vio sacar algo de embutido, una hogaza de pan y la garrafa del vino peleón.
—¿Qué piensas? —preguntó al ver s su sobrino algo distraído.
—Nada. —Se encogió de hombros.
—¿Cómo llevas lo de ese novio tuyo?
A Miguel le sorprendió que su tío tratase de entablar una conversación de ese tipo, casi paternal mostrando verdadero interés en saber cómo se encontraba.
—Mejor. Lo he pasado mal, la verdad. Sobre todo por no entender el motivo, ya que el gilipollas no se ha dignado a llamarme en este mes. Supongo que es cuestión de tiempo.
—Claro que sí, lo irás superando. Sólo tienes que darte una oportunidad para saber que estarás mejor sin él.
Miguel le sonrió aceptando sus palabras.
—Por eso creo que deberías marcharte de aquí.
Frunció el ceño porque ese comentario tampoco se lo esperaba; ni lo entendió.
—Para superarlo tienes que afrontarlo —explicó Ramón—, y no encerrarte aquí tratando de suplir tus carencias con esto que haces conmigo porque creo que pueden llegar a confundirte.
—No sé a qué te refieres.
—Sí que lo sabes. Me pareces un zagal muy inteligente, así que creo que sí me entiendes. Desde pequeño has tenido una necesidad imperiosa de sentirte querido, y eso no es culpa tuya, sino de tu madre porque te ha mimado en exceso. Al contrario que tus primos cuando jugabais en el patio, tú cada cierto tiempo venías al amparo de algún adulto para que te diese mimos. Cuando eras más mayor también lo hacías, aunque fuese de manera diferente. Has estado con ese Jaime un montón de años y está más que claro que no te daba lo que tú querías, pero no te has atrevido a dejarle por el temor que tienes a estar solo. Y la soledad no debería asustarte. Si no, mírame a mí.
—Hombre, podría decir lo mismo de ti, que te ha faltado tiempo para insinuarte desde el día en que llegué.
—No lo confundas, que eso no tiene nada que ver con los sentimientos o una necesidad emocional. Es pura fisiología porque todos tenemos nuestras necesidades.
—O sea que no sientes ningún afecto hacia mí.
—No seas tonto, Miguelito, ni te pongas infantil. Hay que saber separar. Por supuesto que te tengo cariño porque eres mi familia; mi sangre. Y siempre te profesaré mi afecto. Pero lo que ha ocurrido en ese cobertizo no tiene nada que ver con ello y sé que tienes la capacidad suficiente para entenderlo y darme la razón. Lo que quiero decirte es que no debes depender tanto de los demás en el plano afectivo. De hecho, cuando estuviste aquí hace dos años fue porque también habías tenido problemas con tu novio. Luego volviste con él y te olvidaste de tus tíos del pueblo.
—Pero… —le interrumpió.
—No, no hace falta que te justifiques porque no es un reproche. Es totalmente comprensible. Te lo digo porque si pasas aquí las tres semanas de vacaciones lo único que conseguirás será posponer el dolor a enfrentarse a la soledad que sabes que tiene que llegar tarde o temprano. Luego pasará, pero si lo vas dejando sufrirás más y más y nunca serás capaz de estar solo porque siempre encontrarás escusas. Como te digo, la soledad no es mala si uno la busca y sabe convivir con ella. No es que te conviertas en un ermitaño como yo o como Pepín, pero sí que aprendas a no depender tanto de los demás y a no conformarte con cualquier cosa por miedo a estar solo. Eres joven, guapo e inteligente, así que disfruta de la vida. Y esto que haces conmigo lo puedes hacer en Madrid con cualquier tío que se te ponga por delante. Lo que debes tener claro es hacer lo que a ti te complace y no lo que agrada a los demás. Por eso me ha gustado tu determinación cuando te he follado, pidiéndome las cosas que te apetecían como chupármela o tragarte mi leche. Lo he hecho para complacerte, pero yo no soy esa persona y si te soy sincero no me siento cómodo.
—Pero, ¿por qué?
—Pues porque no. Porque yo quiero separar las cosas y sé que hay barreras que no se pueden traspasar. Lo hemos hecho dos veces y vale, pero debe acabar ahí. Ahora te disgustarán mis palabras, y espero que no te comportes como un niñato, te enfades y te largues, sino que lo asimiles y verás que en el fondo tengo razón.
Su tío sí que estaba en lo cierto en que su primer impulso fue cabrearse y marcharse como si aún fuera un niño enrabietado. Lo hubiera hecho si no hubiese escuchado esa última frase. Obedeció su consejo para tratar de asimilar lo que había dicho y analizar si tenía razón. Y sí, Ramón había dado en el clavo. Él mismo se había dado cuenta desde el mismo momento en el que su tío había comenzado a ser una obsesión y eso no estaba bien. La idea de volver a Madrid le creaba ansiedad, pero determinó que su regreso no tenía por qué ser sinónimo de quedarse en casa esperando a que Jaime volviese. Era una ciudad con demasiadas distracciones como para no aprovecharse de ellas. Podría valerse del Grindr para conocer tíos, pero igualmente podría hacer otras muchas cosas como salir con amigos, comenzar alguna afición, aprender inglés o hacer turismo en su propia ciudad que fuera de Chueca y los sitios más famosos era una desconocida. Miguel experimentó el impulso que necesitaba. Una charla con alguien como Ramón que le abriera los ojos. Lo había conseguido y ese era el comienzo de una nueva vida. Le hizo saber a su tío que tenía razón, así que le dio las gracias y avisó de que se marcharía.
—No tiene que ser hoy o mañana, que sé que necesitas tu tiempo, Miguelito. Hazlo en cuanto estés preparado, pero algo me dice que si de verdad me crees ese día no se demorará mucho. Y ahora, sobrino, vámonos que no me quiero perder el partido.
Al volver a casa los dos se extrañaron que Pepín no estuviese allí. Se sentaron a ver el fútbol aunque a Miguel no le gustase especialmente. Por eso se alegró de que Benjamín le enviase un mensaje con intención de quedar. Se dio una ducha rápida y al rato se reunió con él en su furgoneta.
—No me habías dicho que usas Grindr —apreció Benjamín al cabo de un rato.
—¿Cómo lo sabes?
—Vi tu perfil ayer en un rato que me conecté.
—Ah. —Miguel respiró aliviado porque se hubiese enterado de esa forma.
—Estuve tentado a enviarte un mensaje y jugar un poco contigo porque no tengo fotos y no hubieras sabido que era yo, pero tuve una tarde complicada.
—Pues menos mal que no lo hiciste porque… entonces no hubiera quedado con quien quedé.
—No jodas, ¿te salió plan?
—Sí, y no adivinarás con quién.
—¡No! —exclamó sorprendido—. ¿Con alguno de los camareros?
—Con los dos —repuso con satisfacción.
—¡Qué cabrón! Joder, con el tío. Los guapos os lo lleváis lo que queréis. Venga, cuéntamelo todo.
Miguel comenzó a explicarle mientras el otro conducía sin rumbo. Ante su revelación de los camareros los dos coincidieron al principio en que sería mejor ir a otro bar, si bien Benjamín insinuó medio en broma que podrían ir para ver si volvían a estar dispuestos.
—Ya sabes que tienen Grindr, así que puedes hacerlo en cualquier otro momento.
—Ya te digo que lo intentaré. ¿En serio le caben dos pollas al Andrei ese? No sé si seré capaz de disimular cuando le vea en el gimnasio. Estoy por dejarte tirado e irme con ellos.
Se rieron porque Miguel supo que no era cierto, aunque después de un rato le animó a que les contactara. Benjamín dijo que no había prisa y que prefería aprovechar ese rato con él porque con Miguel se sentía cómodo. El madrileño se lo agradeció y sintió lo mismo. Quizá Benjamín podría ser el primer amigo de esa nueva vida que se había propuesto tener y que evitaría que todo contacto con otro hombre se transformase en un polvo. Ya había gozado bastante esos días, así que disfrutaría de su compañía como un colega más. Sin embargo, un comentario del gasolinero le hizo pensar que su plan podría esfumarse de un plumazo.
—Oye tío, mañana no trabajo, así que podemos comprarnos algo de cenar, un par de botellitas e irnos a la finca de mis padres para… Bueno, lo que surja, ja, ja.