Miguel (3)

Final (?) del mejor recuerdo de adolescencia. Seducido por un chico de 12 el verano que cumpli 15. Final(?)... depende de vosotros...

Miguel (3)

Capitulo tercero

Al regresar de la playa decidimos darnos un baño en la piscina , pues todavía faltaba un buen rato para la hora de comer. Pero al llegar, mi madre le dijo a Miguel que fuera a su casa rápidamente ya que sus padres lo estaban esperando.

Mientras él marchaba, me explicó que la abuela de Miguel, que ya era muy mayor y llevaba tiempo enferma, había empeorado y se temía lo peor. Sus padres debían desplazarse con urgencia a la ciudad, a unos 50 kilómetros del pueblo dónde veraneábamos y ella había propuesto que Miguel se quedara con nosotros esta noche para evitarle sufrimientos, a lo que accedieron agradecidos. Así que, había pensado - me dijo - que como nos habíamos hecho tan amigos, Miguel podía dormir en la cama supletoria que había en mi habitación, aunque si eso me molestaba lo instalaría en el cuarto de los invitados. Azorado, simulando indiferencia, le contesté que no, que no me importaba.

Por supuesto que me importaba. Miguel iba a pasar la noche en nuestra casa, en mi habitación... Estuve impaciente y nervioso hasta que bien entrada la tarde apareció toda la familia y mientras sus padres se despedían de los míos agradeciéndoles de nuevo su amabilidad, acompañé al chaval a mi habitación para que dejara la bolsa que había traído con una muda limpia y el cepillo de dientes. Volvimos al jardín con el tiempo justo para que se despidiese de su familia.

Hasta la hora de la cena estuvimos jugando y hablando de todas las cosas que interesan a los chicos a esa edad : nuestras aficiones, deportes, equipos de fútbol, etc. Miguel rebosaba energía, infatigable se esforzaba en los juegos de ejercicio físico para superarme a pesar de la diferencia de complexión que nos separaba la edad. Siempre alegre y muy amigo.

Después de cenar mientras mirábamos algún aburrido programa en la televisión, noté un cosquilleo agradable en la nuca y al girarme pude apreciar que Miguel acariciaba mi cuello con sus dedos mientras sonreía. La sensación que produjo me hizo estremecer y creo que si hoy día me pidieran definir la palabra felicidad , creo debería referirme a la emoción que sentí aquel escaso minuto, que me hacía vibrar desde la cabeza hasta los dedos de los pies como una descarga eléctrica. No he vuelto a sentir nada parecido en mi vida. Aquel gesto reflejaba todo : amor, cariño, amistad, simpatía, complicidad. Y duró poco menos de un minuto porque, de pronto me di cuenta que mi madre nos estaba observando con una mueca de incredulidad y asombro. Y yo, cobarde, aterrorizado, realicé un movimiento brusco de la cabeza que le obligó a retirar la mano. La imagen de tristeza reflejada en su cara por mi rudo rechazo todavía me hiere cada vez que lo recuerdo.

Pasé unos momentos terribles con un sentimiento de furia interna por mi cobardía, pero pronto me di cuenta que estabamos fatigados por el ejercicio de todo el día y que Miguel se estaba quedando dormido, lo cual era lo último que yo deseaba en aquellos momentos. Así que realizando un bostezo exageradamente ruidoso, dí las buenas noches a mis padres aduciendo que estaba muy cansado y me dirigí a mi habitación. Entonces empecé, nervioso, a contar mentalmente : uno, dos , tres... y antes de llegar al cuatro se produjo lo que yo esperaba anhelante : La voz de Miguel comentando que él también estaba agotado y que se iba a dormir.

Subimos a la habitación que estaba en una buhardilla del piso superior, alejada de la de mis padres. Estaba nervioso, convencido que algo iba a ocurrir, aunque sin saber exactamente el que. Nada más entrar, pasé el cerrojo a la puerta y empecé a tener una erección que no podía controlar. Le indiqué cuál sería su cama, y mientras Miguel se sentaba en ella me despojé de la camisa y los vaqueros, conservando los calzoncillos, pudiendo comprobar en todo momento que Miguel no quitaba la vista del bulto que allí se marcaba.

Me estiré en mi cama y le pedí disculpas por el gesto de rechazo, que había realizado instantes antes, aclarando que fue porque mi madre nos miraba. Sus ojos volvieron a chispear alegres al oírme, manifestando : Pensé que te había molestado...

Continuamos comentando algún incidente del día cuando, levantándose, se acercó al borde de mi cama y mientras seguía conversando se fue desabrochando lentamente la camisa hasta quitársela. Prosiguió sin prisas aflojando el botón de sus shorts, bajando la cremallera dejándolos caer al suelo, conservando los calzoncillos. Todo ello a un palmo de mis narices como si se tratase de un striptise dedicado a mi.

Observaba extasiado aquel cuerpo perfecto de joven atleta, el contraste de su piel algo bronceada por el sol con sus calzoncillos impecablemente blancos cuando, recogiendo la ropa del suelo dio media vuelta y se dirigió a colocarla en la silla que había en el extremo de la habitación. Pensé cariacontecido que el espectáculo había finalizado, pero me equivocaba pues al instante volvió a colocarse a un palmo de mi cama y con aquella sonrisa maliciosa que yo ya empezaba a conocer, empezó a bajarse los calzoncillos manteniendo su mirada fija en mis ojos, los cuales inevitablemente se desviaron hacia su sexo semierecto el cual contemplaba por vez primera en toda su plenitud.

No me pude contener más. Incorporándome, le miré directamente a sus ojos verdes y atrayendo su cuerpo hacia mí lo abracé con fuerza, notando el contacto de su sexo con mis calzoncillos, mientras los dedos de mi mano izquierda acariciaban su nuca, como él había hecho poco antes conmigo ante el televisor. Permanecimos unos segundos de pie, temblando por la emoción, mientras sentía el calor de su mejilla en la mía, la suavidad de su cuello, el latir con fuerza de nuestros corazones en el pecho y el roce de nuestros sexos que no evitábamos, teniendo como única barrera, la fina tela de mi slip.

Miguel alargó el brazo y empezó a acariciar el bulto que ya entonces se marcaba de forma importante en mi ropa interior, para a continuación dejar deslizar sus dedos, que me pareció que ardían, por dentro de la banda elástica, entreteniéndose en juguetear con los rizos de mi vello púbico para inmediatamente después palpar el miembro entero, palpitante, provocando que se me escapara involuntariamente un pequeño gemido. Era la primera ocasión que Miguel me tocaba y la sensación de placer se iba haciendo cada vez más intensa. Nervioso, con mi mano busqué el suyo vibrante, caliente, extraordinariamente suave y también sus testículos, redondos, duros e increíblemente simétricos.

Entre jadeos entrecortados nuestros labios chocaron involuntariamente, mientras él conseguía bajarme los calzoncillos por completo. Nos abrazamos fuertemente apretando nuestros muslos contra el otro, forzando la fricción de nuestros sexos calientes. Busqué sus labios con los míos y pude notar, y ver, un esbozo de sonrisa en los suyos cuando contactaron.

Le tomé de la mano y lo conduje a su cama. Se echó de espaldas y sin pensarlo dos veces me deslicé encima suyo. Moviendo ambos las caderas frotamos nuestros sexos firmes mientras nos besábamos. Mis manos no podían evitar acariciar su cabello, sus, mejillas, sus orejas y su cuello suave bañado con una fina capa de sudor. Al coincidir los dos en un pequeño gemido nuestras lenguas se encontraron un segundo provocando un efecto electrizante. Tímidamente busqué la suya nuevamente para repetir esta sensación que fue haciéndose cada vez más maravillosa, abandonándonos ya definitivamente en la exploración de la boca del otro aprendiendo por primera vez este nuevo placer que hasta entonces desconocíamos.

Después de unos minutos de la felicidad más absoluta, aumentando frenéticamente el ritmo de frotamiento de nuestros cuerpos, y en medio de un placer indescriptible y pequeños jadeos incontrolados, Miguel emitió un gemido de mayor intensidad y con una serie de pequeñas contracciones eyaculó sobre mi. Lo abracé con fuerza y tras un par de empujones de mi vientre buscando el contacto con su sexo húmedo alcancé el orgasmo más intenso de mi vida vaciándome encima suyo.

Permanecimos unidos en la misma posición y mientras besaba su cuello, Miguel con voz temblorosa me confesó que era la primera vez que eyaculaba y aunque había oído hablar sobre ello, no podía imaginar lo fascinante que podía ser y que se alegraba que esta primera vez hubiera ocurrido conmigo, puesto que a mi me quería. No pudiendo evitar que se me escapase una lágrima le dije...Te quiero, Miguel, yo también te quiero. Volvimos a besarnos largamente hasta quedar dormidos abrazados en la más absoluta felicidad.

Despertamos por unos golpes en la puerta y la voz de mi madre que nos apremiaba a levantarnos y bajar a desayunar. Nos duchamos por separado y no juntos como hubiéramos deseado porque el cuarto de baño estaba en el pasillo y mi madre merodeaba por allí.

Una vez vestidos, bajamos a la cocina y allí estaban los padres de Miguel que venían a buscarlo para llevárselo a la ciudad pues la abuela seguía grave.

Se marcharon después de desayunar sin poder despedirme a solas de Miguel, sin poder decirle tantas cosas como hubiera querido decirle, sin poder besarle una vez más. Me invadió una sensación de tristeza y soledad que no me abandonaría en todo el resto del verano. Y aun más triste me habría quedado si hubiera sabido que tendrían que transcurrir casi dos años hasta volver a verlo, cuando me lo encontré por casualidad en una calle de la ciudad. Pero esa ya es otra historia...

FIN

P.D : "Miguel", si algún día llegas a leer éste relato quiero que sepas que nunca te he olvidado.

Cualquier comentario que queráis hacer, o compartir algún relato de ficción o experiencias reales serán bien recibidos.

Si recibo e-mails suficientes igual me animo a escribir la continuación...