Mierda

Cómo las cosas no son lo que parecen para un joven y una zorrita algo misteriosa...

Iba deambulando por aquella apestosa calle, de aquella apestosa ciudad de un país decadente. Mi vida se había ido a la mierda poco a poco: empiezas en el instituto, con 13 años fumando tabaco y bebiendo cerveza en los recreos, a los 14 pruebas la marihuana y te emborrachas los fines de semana haciendo botellón, y empiezas a usa esa cosa dura que tienes entre las piernas para algo más que mear. Con 15 años empiezas metiéndote alguna loncha, y las tías te hacen pajas, e incluso alguna que otra mamada. A los 16 eres el puto amo de tu jodido barrio, te follas a pibones medio toxicómanas que sólo buscan tu rabo chorreante y un gramo para metérselo por la tocha…pero pasa el tiempo y ves cómo la gente hace sus módulos, sus carreras…; pero tú estás bien jodido, cada día bebiendo más, cada día fumando más, cada día metiéndote más mierda…salvo que cada día jodes menos.

En fin, mi vida era una jodida mierda, y aquel día no era la excepción a la regla: me había pasado toda la mañana gastándome parte de lo que les había mangado a un par de pijos el sábado anterior. Era lunes, un día aburrido, y en el bar al que fui servían los mejores chupitos de anís de la ciudad, y me estuve poniendo morado. Fui a comer en casa de la vieja, también medio alcohólica, que ese día hizo lentejas con huevo y filetes de cerdo adobado. Casi ni me enteré de lo que comí, intentando no escuchar las ganas que tenía la cabrona de que con mis 25 años me largara de su vida de una vez…¡ni que ella hubiera tenido vida nunca!

Después, me casqué un pajote en el agujero pestilente que yo llamaba mi cuarto.  La verdad es que tenía ganas de correrme, estaba muy cachondo, ya que había estado haciendo un curro la semana anterior fuera y apenas había tenido tiempo de intimar con mi amigo el calvo. Pero aquello no era suficiente. Necesitaba meterla en caliente, follarme un buen coñito; hacía meses que no jodía con una buena yegua, y la última había sido una puta, con que no tenía ganas de pagar por follar. Mi cuerpo era normalillo; en algún momento de mi adolescencia llegué a estar en forma, incluso fuerte, pero el alcohol, el tabaco y mi apatía generalizada hicieron que me saliera una tripa relativamente prominente y allí donde había habido dos duros pectorales aparecían unas tetas fofas. Lo que sí mantenía en estado óptimo eran unos brazos y unas piernas musculados, por lo que estaba seguro que tendría que haber alguna zorra que quisiera que un machote cerdaco como yo la diera bien de rabo.

Por ello, decidí salir a emborracharme, y a ver si encontraba alguna tía que satisficiera mis deseos de sexo.  Por eso acabé en aquella calle, sentado en el suelo, acabándome mi segunda litrona de cerveza de la tarda, y lo más importante de todo, con mi rabo babeante de requesón, meados y líquido preseminal. Entonces la vi. Era morena, mediría como yo, quizá un poco menos, 1,68 m., algo rellenita, con buenas tetas pero a la vez con un rostro lleno de dulzura, que hasta generó en mi cierta ternura, si es que ese sentimiento se puede atribuir a una persona como yo.

Decidí dar el primer paso, así que me acerqué a ella sin hubiera visto que yo estaba sentado en el suelo, y la dije un firme “Hola guapa, ¿qué tal estas?” Al parecer ella no se dio cuenta (o no le dio importancia) a mi hedor a alcohol y tabaco, y me contestó un seco y tímido “Hola”. Pude entonces observar más de cerca sus curvas, muy marcadas, ya que era una chica con un culo voluminoso y sensual, grandes pechos y una cintura ancha y provocadora. Yo ya sabía en ese momento que me la iba a follar, que iba a ser mía. Empecé hablando que trabajaba de transportista, ya que aunque no era precisamente géneros muy legales, era lo que hacía. Ella me dio la impresión la típica chica de barrio: estudiaba un módulo de grado medio, tenía 19 años, había salido con varios chulitos de eterno chándal y aros en las orejas…es rollo de siempre al que yo me había acostumbrado con multitud de zorras. Sin embargo, con aquella empecé a sentir algo más que puro vicio. Era una sensación que me arrastraba al abismo, que me pedía que hiciera todo tipo de locuras con ella, pero que no sólo fuera un polvo más, un pañuelo en el limpiar algo de la podredumbre que me carcomía por dentro desde siempre. Era una chica del montón, ni guapa ni fea, pero había algo en ella que me fascinaba enormemente.

Después de aquella breve charla, decidimos ir al bar más cercano que había por allí, un tugurio de viejos jugando al dominó y las cartas, donde ella se pidió un “Pastis”, y yo, decidí cambiar de tercio: ginebra con un poco de agua. Me pareció curioso que poco antes me había dicho que ella se llamara también así, Ginebra. Mientras bebíamos, yo ya estaba empezando a soltar la bestia lasciva que llevaba dentro, aunque mezclado con un cierto sentimiento de, no sé cómo explicarlo… ¿amor? ¿compasión? Yo pensaba que hasta entonces era inmune a ello, acostumbrado a follar con alguien que lo hacía por poder, dinero o porque sabía quién era yo en el barrio.

Pero esa chica era diferente…no me conocía, ni yo a ella. Era la primera vez en mi vida que hablaba con una chica de un tema que no tuviera nada que ver con el sexo o las drogas. Y me gustaba. Me sentía excitado, no tanto por follármela, sino por el placer intelectual que da una conversación, saboreando mi copa. Aquella chica sencilla, a la par que sofisticada por la forma en la que cogía la copa y bebía el curioso licor francés, mientras yo, ataviado con unos vaqueros raídos y una camiseta blanca sin mangas, bebía la ginebra con ansia, como si a quien quisiera follarme era a la bebida.

-Pareces un chico muy majo, no sé, me caes bien-dijo después de media hora de conversación, y tras un par de minutos silenciosos, en los que nos habíamos estado observando el uno al otro.

-Tu también me gustas…-era la primera vez en mi vida que decía algo así. Nunca me había gustado nadie, siembre había hecho las cosas por el interés, nunca había pensado en un tía como persona, sino como un pedazo de carne a la que follarme. –Necesito ir contigo a algún sitio, quiero tenerte para mí, poseerte; nunca había conocido a nadie como tu…-esta y otras cosas salieron de mi boca de repente, sin pensar. Nunca le había dicho eso a nadie.

Ella me miró con una mezcla de sorpresa, miedo y excitación. Yo volví a tomar la iniciativa:

-Voy a llevarte a un solar en obras…te lo voy a hacer en un colchón…y te va a gustar.

-Vale –respondió. Ella no denotaba ninguna emoción, curiosamente como solía hacer yo en ese tipo de situaciones.

El lugar donde la llevé era oscuro, mugriento y peligroso, aderezado todo ello con el calor que hacía en pleno mes de agosto. Sin embargo era un lugar tranquilo y solitario. El lugar perfecto para echar un buen polvo.

Yo tenía la cabeza descolocada: por una parte, me apetecía follármela, darla por el culo y correrme en su puta cara. Pero por otra parte, un torrente de sentimientos me inundaba: estaba enamorado de ella. Era la primera vez en mi vida que yo experimentaba una emoción como el amor, y ello hacía que mi pasión, que solía estar desbocada, se desbordase. Ya no era una persona. Era un animal.

Mientras evocaba estos pensamientos, iba besándola en aquel espacio desierto, en el que ya estaba anocheciendo pero que ella y yo estábamos descubriendo.  La borrachera daba a aquella situación un estupor alcohólico impresionante; la cogí la cabeza y empecé a besarla en la boca, con una pasión desbordante, con ansia de amor, de placer. Quería bebérmela toda. Comencé a acariciar su cuerpo mediano y lleno de curvas, a sondear cada centímetro de su anatomía.  La comencé a sobar el culo, la cintura, la espalda, las tetas hasta llegar a rozar por encima de su ropa el jugoso coñito, la gran almeja que prometía. Introduje mi mano por debajo de sus vaqueros y le comencé a tocar en la pepita de oro, a darle gusto, a provocarle gemidos de placer. La guarra a la que yo amaba no se resistía, y aquello me iba poniendo mi apestosa y circuncidada polla cada vez más dura. Ella lo notó, y comenzó a pajearme por debajo de los bóxer descoloridos que llevaba. Comenzamos a desnudarnos; yo me desabroché el cinturón y me bajé los pantalones y los calzoncillos, dejando ver mi enhiesta verga; estaba chorreando precum cuando ella decidió jugar un poco y metérsela en aquella boca de gruesos labios. La sensación fue brutal: llevado por la lujuria, comencé a forzarla, a follarle la boca a aquella putilla de barrio de la que me había enamorado locamente en tan poco tiempo. Ella aguantaba, aunque de vez en cuando tenía alguna arcada. Luego la saqué de su boquita, le di un bofetón y sonreí, como dándole carta blanca para que jugara con mi rabo. Ella lo agarró con una mano, y con una mirada de tierna sumisa a la vez que de guarra lujuriosa, empezó a pasar los labios por el hinchado capullo, amoratado de tanta excitación. Comenzó a dar besitos a mi polla, mirándome con esa sonrisa inocente y provocadora que me volvía loco, lamiendo la tranca con gran fruición e intensidad, llevándome al éxtasis. De repente dejó de chupar y me dijo:

-Fóllame cabrón, quiero llenarte.

Yo me quedé algo sorprendido por la expresión (era YO quien iba a llenarla a ELLA), pero me sentí aún más cachondo si caber. La puse en cuatro encima de un colchón nauseabundo en el que seguro se había pajeado más de un indigente y le coloqué la punta de mi cipote en la entrada de su ardiente y mojado coño. Me la ensalivé un poco, y comencé a frotar la puntita contra su raja, mientras ella gemía como una perra en celo, y yo me estremecía de placer. Me resistía a joderla, era algo que nunca me había pasado, por una parte me enamoraba su mágica personalidad y me atraía algo invisible de ella, pero también estaba cachondo perdido, ansioso por fornicar su coñito. Puse el glande en la entrada del conejo y empujé.

¡Joder, que sensación! Sentí como aquel estrecho agujero acogía mi ardiente miembro, apretado, estrechito, vamos, como dicen los americanos, tight . La metí poco a poco, disfrutando de cada centímetro de su caliente vagina, hasta que estuvo entera. Ella dio un gemido brutal, de puro placer:

-¡Vamos cabrón, fóllame ya, jódeme mucho!-dijo con voz gutural.

-No voy a follarte nena, voy a hacerte el amor-dije algo que nunca había dicho a una mujer y que pensé que nunca sería capaz de hacer. Nunca había amado, siempre jodía, follaba, únicamente pensando en mi placer, en mis instintos de macho. Empecé un mete-saca lento, disfrutando de cada segundo de aquel magnífico polvo, sudando los dos, desnudos, haciéndolo en aquel desolado edificio en ruinas encima de un sucio colchón. Yo por primera vez en mi vida estaba dando placer, haciéndola gozar, moviendo mis caderas pausada aunque constantemente, mientras ella agarraba mi culo para que la introdujera más y más, y ya mi barriga se colocaba por encima de su espalda mientras mi polla estaba totalmente en su interior y mis gordos y peludos cojones golpeaban su clítoris de lo clavada que la tenía. El nivel de excitación era tremendo, pero yo quería verla la cara, ver cómo le daba placer y besarla. Cambiamos de postura.

Ella se tumbó longitudinalmente en el colchón, mientras yo me colocaba de rodillas; cogí mi polla y la posé en su abertura, frotándola contra el coño para provocarla más placer aún, hasta que la ensarté brutalmente de un solo golpe. Me quedé quieto, con todo el rabo en su interior, mientras ella gritó de placer como una lechona enardecida.

-¡Ahhh…fóllame por favor, no pares, no pares, házmelo ya!-dijo totalmente enloquecida de placer. Yo la hice caso y empecé de nuevo el mete-saca, mientras la miraba a la cara empecé a sentir ternura, amor, emoción; sensaciones todas ellas a las que era extraño hasta ese momento.  Ella me apretaba con sus piernas mi culo, diciéndome me la follara más, que no parara nunca de metérsela, que no me corriera. Yo la miraba con dulzura a la vez que presentía que el final estaba cerca. Estaba muy caliente y necesitaba desfogarme, tenía los huevos hinchados, repletos de semen espeso y caliente.

-Nena, me voy a ir, me voy a ir-grité enloquecido de placer, mientras sentía que la leche comenzaba a fluir hacia mi rabo, y el ritmo de las sacudidas era infernal. – ¡Te amo!

-No joder, no te corras dentro… ¡cabrón! ¡He dicho que no te corras!-dijo ella con cara de terror bastante amenazadora. Pero no pudo evitarlo. Empecé a convulsionar, enloquecido por el inmenso placer de sentir a mi polla abrazada por aquel ardiente chocho de niñata de barrio y comencé a eyacular a borbotones gran cantidad de densa y caliente lefa dentro de su coño.

Quedé extenuado; me separé de ella lentamente, con una sonrisa de oreja a oreja, como un niño después de zamparse su chuche preferida; me dejé caer en el colchón con una inmensa felicidad en la mirada, y me dispuse a darla un beso. Cuando giré la cabeza, me dirigió una mirada fría y de odio.

-¡Hijo de puta! ¡Te dije que no te corrieras!-y me soltó una bofetada que me hizo perder el conocimiento.

Cuando desperté, sentí un dolor de cabeza muy fuerte. Tenía la vista algo nublada, pero estaba tumbado en un colchón, en medio de la calle, tumbado en un colchón. Al principio no recordaba nada de lo que me había sucedido, sólo vi que había un montón de gente a mi alrededor. A mi izquierda, había una botella vacía de Larios y noté humedad en los pantalones y la camiseta: me había vomitado encima. Entonces lo comprendí todo. No era más que un jodido borracho en un mundo más jodido aún que yo.

-¡Mierda!-dije en voz alta mientras me recomponía, me levantaba y me alejaba del lugar en dirección a mi casa, con mi vieja con mi vida. Mi mierda de vida…